Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51522
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 5: Capitulo 5

Al día siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para buscar unos archivos, suspiro al recordar lo ocurrido allí el día antes. Casi no he dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor Cullen y en lo sucedido entre nosotros.

 

La noche anterior, cuando llegué a casa, vi en diferido el partido Alemania-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia! Estoy deseando refregarle por la cara a ese listillo la eliminación de su país. James aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Erick y Brad y charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta de la entrada a la espera de que Edward, el jefazo, el hombre que me invitó a cenar y me puso como una moto, aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así que, en cuanto acabamos de desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.

 

Al llegar al despacho, James se marcha a administración. Tiene que solucionar algo que el señor Cullen le pidió el día anterior. Dispuesta a enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un joven con un ramo de flores pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nerviosa, me levanto de mi silla. Nunca nadie me ha mandado flores y tengo clarísimo de quién son: Cullen.

 

Con el corazón latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.

 

—¿Es usted la señorita Swan? —pregunta al llegar frente a mí.

 

Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss…!» El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas! El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:

 

—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Irina Volturi.

 

La mandíbula se me cae al suelo. ¿¡Es para mi jefa!? Mi gozo en un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien especial se han borrado de un plumazo. Pero sin querer dar a entender mi decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro. Hubiera sido tan bonito que hubiera sido para mí…

 

Dejo el ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el despacho de mi jefa. Las dejo encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme. Pero entonces siento que me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre las flores la tarjeta. La abro y leo: «Irina, la próxima vez, ¿repetimos? Edward Cullen».

 

Leer eso me pone furiosa. ¿Cómo que «repetimos»? ¡Por Dios! Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?». Rápidamente dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es negro. Espero que nadie me tosa en las próximas horas o lo va a pagar muy caro. Me conozco y soy una mala arpía cuando me enfado. Sin poder quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.

 

—Buenos días, Isabella. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.

 

¡No! Ahora no. Pero me levanto y la sigo. Cuando entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello. Jodido sarpullido.

 

—He hablado con Roberto, de personal —me dice.

 

¡Ay, madre! ¿Me va a despedir?

 

—Va a haber cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con el señor Cullen y van a cambiar algunas cosas en muchas de las delegaciones españolas.

 

Escuchar que tuvo una reunión interesante me molesta. Pero entonces, suena el teléfono y lo cojo rápidamente.

 

—Buenos días. Despacho de la señora Irina Volturi. Le atiende su secretaria, la señorita Swan. ¿En qué puedo ayudarlo?

 

—Buenos días, señorita Swan —¡Es Cullen!—. ¿Me podría pasar con su jefa?

 

Con el corazón a mil por hora, consigo balbucear:

 

—Un momento, por favor.

 

Ni que decir tiene que mi jefa, en cuanto le digo que es él, aplaude, no sólo con las manos, y me indica que salga del despacho. Aunque antes de salir la oigo decir:

 

—Holaaaaaaaaaaa. ¿Llegaste bien a tu hotel anoche?

 

¿Anoche? ¡¿Anoche?! ¿Cómo que anoche? Cierro la puerta. Pero ¡si anoche estuvo conmigo! Entonces, rápidamente, mi prodigiosa mente imagina lo que ocurrió. Ella era la mujer con la que hablaba en el coche. Me dejó en casa y se fue con ella. ¿Volvería al Moroccio? Cada segundo que pasa estoy más enfadada. Pero ¿por qué? El señor Cullen y yo no tenemos nada. Sólo cenamos, me metió mano por encima de la ropa y presenciamos juntos un espectáculo sexual. ¿Eso me da derecho a estar enfadada?

 

Regreso a mi silla y vuelvo a teclear en el ordenador. Tengo que trabajar. No quiero pensar. En ocasiones, pensar no es bueno, y ésta es una de esas ocasiones. A la una, mi jefa sale del despacho y, tras una mirada con James, él se levanta y se marchan juntos. Sé lo que van a hacer. Fornicarán como conejos durante las dos horas para comer, vete a saber dónde. Trabajo, trabajo y más trabajo. Me centro en mi trabajo. Estoy tan cabreada que me pongo a hacerlo con mucho ímpetu y me quito de encima un montón de papeleo. Sobre las dos y media llega Óscar, uno de los vigilantes jurado que hay en la puerta de la empresa.

 

—Esto lo ha dejado para ti el chófer del señor Cullen —dice, entregándome un sobre.

 

Boquiabierta, miro el sobre cerrado con mi nombre escrito. Asiento a Óscar, y éste se va. Me quedo un rato observando el sobre y, sin saber por qué, abro un cajón y lo guardo en él. No pienso abrirlo hasta el lunes. Es viernes. Tengo jornada continua y salgo a las tres. El teléfono suena. Lo cojo y, tras soltar toda la parafernalia de siempre, escucho al otro lado:

 

—¿Has abierto el paquete que te he enviado?

 

¡Cullen! No respondo y él añade:

 

—Te oigo respirar. Contesta.

 

Por mi mente pasa decirle mil cosas. La primera: «¡Mandón!». La segunda es peor.

 

—Señor Cullen, me acaba de llegar y he decidido dejarlo para el lunes —respondo finalmente.

 

—Es un regalo para ti.

 

—No quiero ningún regalo suyo —murmuro con un hilo de voz, sorprendida por sus palabras.

 

—¿Por qué?

 

—Porque no.

 

—¡Ah! Señorita Swan, esa contestación no me vale. Ábralo por favor.

 

—No —insisto.

 

Lo oigo resoplar… Lo estoy enfadando.

 

—Por favor, ábrelo.

 

—¿Y por qué tengo que abrirlo?

 

—Bella, porque es un regalo que he comprado pensando en ti.

Vaya… ¿Vuelvo a ser Bella? Y como soy una blanda, una tonta y además una curiosa de remate, al final abro el cajón, saco el sobre y tras rasgarlo miro en su interior.

 

—¿Qué es esto?

 

Lo oigo reír.

 

—Dijiste que estabas dispuesta a todo.

 

—¿Eh? Bueno… yo…

 

—Te gustarán, pequeña, te lo aseguro —me interrumpe—. Uno es para casa y otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas utilizar en cualquier lugar y en cualquier momento.

 

Al escuchar el tono de su voz al decir «en cualquier momento», se me corta la respiración. ¡Dios, ya estamos otra vez!

 

—Estaré en tu casa a las seis —afirma antes de que yo pueda contestarle—. Te enseñaré para qué sirven.

 

—No, no estaré. Voy al gimnasio.

 

—A las seis.

 

La comunicación se corta y yo me quedo con cara de tonta. Mientras oigo el pitido de la línea al otro lado del teléfono, deseo soltar por mi boca cientos de improperios. Pero sólo los escucharía yo. Él ya no está.

 

Enfadada, cuelgo el teléfono. Miro de nuevo dentro del sobre y leo «Vibrador Fairy. Estrella en Japón». En ese momento, mi cuerpo reacciona y resoplo. Finalmente lo guardo en el bolso y apoyo los codos en la mesa y mi cabeza entre mis manos.

 

—Debo parar esto —digo en voz baja—. Pero ¡ya!

Capítulo 4: Capitulo 4 Capítulo 6: Capitulo 6

 
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