Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51534
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 28: Capitulo 28

VIERNES

Mi desesperación es máxima.

 

Ni una noticia. Ni una llamada. Nada.

 

No sé absolutamente nada de él. Y eso me hace entender que efectivamente fui su juguete durante unos días y ahora sólo espero olvidarme yo de él.

 

Mi jefa es una borde. Hoy me ha montado un numerito delante de varios compañeros. No la he mandado a hacer puñetas porque hay mucho paro, porque si no… ésta se iba a enterar de quién es Isabella Marie Swan.

 

Por la tarde, me llama mi amiga Azu y quedo con ella para ir al cine. Vamos a ver la película Tengo ganas de ti y lloro… lloro como una magdalena. Es preciosa y triste a la vez. Me siento como Ginebra, una guerrera luchadora e incomprendida, y enamorada hasta las trancas de un hombre que guarda secretos.

 

A la salida, mis amigos, que nos esperan, se ríen de mí. Ninguno entiende que llore por una película y proponen ir a tomar unos pinchos a la plaza Mayor. Saben que me gustan y eso me alegrará. Entre pincho y pincho, caen muchas cervezas y por fin consigo sonreír. De allí nos vamos a tomar unas copas y, a las cuatro de la mañana, ¡por fin vuelvo a ser yo! Río, me divierto y bailo como una loca, aunque para eso me he bebido los suministros de ron con Coca-Cola de todo Madrid.

 

A la mañana siguiente, el zumbido de la puerta me despierta. Me tapo la cabeza con la almohada, pero el zumbido sigue y sigue… Cabreada, me levanto y descuelgo el telefonillo.

 

—¿Quién es?

 

—Hola, tita. Somos mami y yo.

 

Lo que me faltaba.

 

¡Mi hermana!

 

Les abro la puerta con desgana. Comenzar el día con la negatividad de mi hermana me desespera, pero no tengo escapatoria. Mi pequeña sobrina se tira a mis brazos como una bomba nada más verme y mi hermana, al ver mi estado, pasa sin decir ni mu y rápidamente pone la tele. Busca el canal de los niños y, en cuanto sale Bob Esponja, la pequeña desaparece de nuestro lado. Menudo enganche tiene a esos ridículos dibujos.

 

Entro en la cocina, como un espíritu.

 

Me preparo un café y mi hermana me sigue. Su gesto es serio y presiento que va a acribillarme a preguntas. Veo cómo encoge el cuello.

 

—Lo primero, dame mi copia de las llaves de tu casa ahora mismo.

 

Con ganas de degollarla, voy hasta el aparador de la entrada, las saco y se las pongo en la mano en cuanto llego de vuelta a la cocina.

 

—Lo segundo —prosigue—, eres una mala hermana. Te he llamado cientos de veces durante estos días y no me has devuelto las llamadas. ¿Y si hubiera pasado algo grave?

 

No contesto. Tiene razón. A veces soy una descerebrada y esta vez asumo que lo he sido.

 

—Y lo tercero, ¿qué narices te pasa para que tengas esta pinta tan desastrosa?

 

—Marie, anoche salí de juerga y me he acostado a las siete de la mañana. Estoy destrozada.

Mi hermana se prepara otro café y se sienta frente a mí.

 

—Desde luego, la juerga ha tenido que ser apoteósica. Tu pinta lo dice todo.

 

—Lo ha sido —murmuro, mientras cojo una aspirina. La necesito.

 

—¿Fue con el chulazo ese con el que sales?

 

—No.

 

Su gesto se descompone y el mío más al pensar en Edward.

 

A mi hermana, Azu y mis amigos no le gustan. Eso de que lleven piercings en la ceja y tatuajes le parece algo de delincuentes. Está muy equivocada, pero como ya se lo he intentado explicar muchas veces, paso de seguir con el mismo rollo. Que piense lo que le salga del mismísimo mondongo.

 

—Cuchuuuu… no me digas que la juerga ha sido con esos amigos que tienes porque me cabreo.

 

Me encojo de hombros y suelto:

 

—Cabréate. Así tendrás dos oficios: cabrearte y descabrearte.

 

—¿Y qué me dices de Edward? Así se llama, ¿verdad?

 

—Sí.

 

—¿Sigues con él?

 

—No.

 

—Pero ¿por qué?

 

—¿Y a ti que te importa, Marie?

 

—Por Dios, Isabella, parecía un tío que se viste por los pies. ¿Cómo lo dejas escapar?

 

Ese comentario es de mi padre, pero, no contenta con lo que ha dicho y a pesar de que la miro con mi gesto de «¡Cállate o te callo yo de un puñetazo!», prosigue:

 

—Desde luego, Isabella, no te entiendo. Jacob, el hijo de Billy bebe los vientos por ti y tú pasas de él y ahora, para otro hombre interesante, decente y con pinta de serio que se fija en ti, ¡lo pierdes!

 

—Joder… ¡¿te quieres callar?!

Mi hermana arruga el cuello. Uy, mal asunto.

 

—Pues no. No me voy a callar. Llevo sin verte demasiados días y cuando te llamo no me coges el teléfono. Y hoy vengo a verte y te encuentro hecha una piltrafa humana por haber salido con tus amigotes. Y encima ya no estás con Edward.

 

Resoplo. Resoplo y resoplo.

 

Y, cuando creo que ya no tengo más aire viciado en mi cuerpo que soltar, miro a la plasta de mi hermana.

 

—Mira, Marie, no tengo ganas de hablar sobre Edward, ni sobre mis amigos, ni sobre Jacob, ni sobre nada. ¡Todo eso me importa una mierda! Llevo una semana de perros en el trabajo y anoche salí porque necesitaba divertirme y olvidarme de todas las cosas que me machacan la cabeza. Y ahora tú estás aquí gritándome como una posesa sin corazón, sin querer darte cuenta de que la cabeza me estalla… Y como no te calles te juro que soy capaz de hacer cualquier cosa, y no buena, precisamente.

 

Mi hermana mueve su café, le da un trago y, tras dejarlo sobre la mesa, se le arruga la cara, pone gesto de perro pachón y se pone a llorar.

 

¡Perfecto…! ¡Lo que me faltaba!

 

Al final, abandono mi silla para acercarme a ella y la abrazo.

 

—Vale… perdona, Marie. Perdona por haberte gritado así. Pero ya sabes que no soporto que te metas en mi vida y…

 

—Tengo algo que explicarte y no sé cómo hacerlo, cuchufleta.

 

Aquel cambio en la conversación me desconcierta.

 

—Vamos a ver, ¿otra vez estamos con que Eleazar te engaña?

 

Mi hermana se seca los ojos. Se levanta. Observa a mi sobrina desde la puerta y, acercándose de nuevo a mí, murmura:

 

—Isabella. Te he llamado mil veces para explicártelo.

 

Asiento. He visto sus llamadas perdidas pero he pasado de ella. Me siento fatal.

 

—Yo… yo es que no sé por dónde empezar —cuchichea—. Es todo tan… tan…

 

Eso me pone la carne de gallina y me comienza a picar el cuello. ¿Será cierto que el atontado de mi cuñado la engaña? Convencida de que esta vez la cosa es grave, le tomo las manos.

—Tan ¿qué?

 

Mi hermana se tapa la cara con las manos y yo me quiero morir de angustia. Pobrecita. Soy peor que una bruja. La conozco y lo está pasando fatal.

 

—Es que me da vergüenza.

 

—Déjate de vergüenzas. Soy tu hermana.

 

Marie se pone como un tomate. Se lleva la mano al cuello, baja la voz y cuchichea:

 

—Eleazar y yo hablamos seriamente la semana pasada cuando vino de su viaje. —Hago un gesto de comprensión con la cabeza. Eso es un buen comienzo—. Me ha dicho que no tiene ninguna amante y que me quiere, pero…

 

—¿Pero?

 

—Al día siguiente de nuestra conversación, el miércoles de la semana pasada, cuando Luz se durmió cerró la puerta del salón y… y… puso una peli de esas guarras.

 

—¿Una peli porno?

 

—Sí. ¡Oh, Dios…! ¡Qué cosas vi!

 

Me río. No puedo remediarlo.

 

—Venga, Marie, no me seas antigua. Verías a gente dale que te pego y…

 

—… Y tríos y orgías y…

 

—Vaya… veo que Eleazar te culturizó.

 

Ambas soltamos una carcajada.

 

—Reconozco que ver eso me subió la libido a mil y… bueno… —susurra—… Una cosa llevó a la otra e hicimos el amor en el salón. ¡En el suelo!

 

—¡Vaya no me digas!

 

—Como te lo cuento.

 

Divertida por saber que a mi hermana hacer sexo en el suelo le parece inaudito, musito:

 

—Bueno, ¿y qué tal?

Sonríe. Se muere de la vergüenza y murmura sin mirarme:

 

—¡Oh, Bella…! Fue como cuando éramos novios. Pasión en estado puro.

 

La agarro de las manos y la incito a mirarme.

 

—Eso es fantástico. ¿No es lo que querías? ¿Pasión?

 

—Sí.

 

—Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué me miras con esa cara?

 

—Porque en eso no termina la cosa. El sábado quise sorprenderlo yo. Hablé con la madre de Alicia y llevé a Luz a dormir a su casa. Preparé una cenita, fui a la peluquería y… y…

 

—¿Y?

 

—¡Ay, Cuchuuu! ¡Que me da vergüenza!

 

Pongo los ojos en blanco y resoplo.

 

—Pero vamos a ver, si me vas a decir que viste otra película porno con tu marido y lo hicisteis contra la puerta, ¿dónde está lo malo?

 

Mi hermana se pone la mano en el pecho.

 

—Bella… es que no sólo lo hicimos en el sofá y en el suelo, es que lo hicimos sobre la lavadora y en el pasillo.

 

—Vaya con Eleazar… ¡Menudo machote tienes en casa!

 

Por fin, mi hermana ríe a carcajadas y se acerca a mí.

 

—Me compró un conjunto rojo muy sexy y me lo hizo poner.

 

—Genial, Marie…

 

—Y luego… cuando menos me lo esperaba, me hizo otro regalo y…

 

—¿Y?

 

Marie bebe un trago de su café. Saca su abanico, se da aire y añade colorada como un tomate:

 

—Me regaló un… un… un… consolador. Vale, ¡ya lo he dicho! Dice que quiere que juguemos en la cama, que nuestra relación lo necesita y entonces fantaseamos.

 

Me entra la risa otra vez.

 

¡No lo puedo remediar!

 

Mi hermana me mira y, molesta ante mi reacción, murmura:

 

—No sé qué te hace tanta gracia. Te estoy diciendo que…

 

—Perdona… perdona, Marie. —Me pongo seria y bajo la voz, como ella—. Me parece estupendo que Eleazar te regale un consolador y fantaseéis. Si así vuestra vida sexual se reactiva, ¡genial! Fantasear es bueno… La imaginación está para algo, ¿no crees?

 

Ella asiente roja como un tomate.

 

—¡Ay, Bella…! Me pongo colorada de recordar las cosas que me decía Eleazar.

 

Intento entenderla. Intento imaginarme lo que Eleazar le decía y eso me hace sonreír. Al final, los humanos nos parecemos los unos a los otros más de lo que pensamos. Me acerco a su oído.

 

—Vale… no me cuentes lo que Eleazar te decía pero ¿qué tal con Don Consolador?

 

—¡Bella!

 

—¿Le has puesto nombre?

 

—¡Cuchuuuu, por Dios!

 

—Venga, va… ¿te gustó o no?

 

Mi hermana vuelve a ponerse como un tomate pero, al ver que no le quito ojo, asiente.

 

—Oh, Bella, fue fantástico. Nunca pensé que un aparatito de esos que vibra y se mueve con pilas junto con la imaginación pudiera dar tanto juego. Sólo puedo decirte que desde el sábado no hemos parado. Estoy asustada, ¿será malo tanto sexo? Con decirte que me duele hasta la entrepierna…

 

Divertida por la confidencia de mi hermana vuelvo a reírme. No lo puedo remediar.

 

—Pues dile que te regale un vibrador para el clítoris —cuchicheo en su oído de nuevo—. ¡Es alucinante!

 

La cara de mi hermana ahora es un poema.

 

Yo… su hermanita pequeña, acabo de revelarle que nada de lo que ella me pueda contar me asombra.

 

Deja el abanico sobre la mesa y se acerca a mí.

 

—Pero ¿desde cuándo utilizas tú esas cosas?

 

—Desde hace tiempo —miento.

 

—¿Y por qué no me lo habías dicho?

 

Asombrada por aquella pregunta, clavo mi mirada en ella.

 

—Vamos a ver, Marie, el que tú necesites explicarme tus intimidades en la cama con tu marido no significa que yo necesite explicarte las mías. Los utilizo y punto. Y ahora, si tú has visto que te excitan, te ponen o como quieras llamarlo, disfruta del momento y seguro que tu vida será más feliz.

 

Mi hermana asiente y le da un nuevo trago a su café.

 

—Eres mi mejor amiga y necesitaba decírtelo. Sabía que no te escandalizarías y me animarías a que siguiera jugando con Eleazar.

 

Sonrío, le tomo de la mano y ella sonríe también. En ocasiones parezco yo la hermana mayor y eso me gusta.

 

—Esas cosas, como tú las llamas, son juguetes sexuales y no hay ningún mal en utilizarlos — cuchicheo, finalmente, entre risas—. Y sí… yo también juego con ellos y con la imaginación. Creo que el noventa por ciento del planeta lo hace, pero pocos lo dicen. El sexo, ya sabes que es tabú y, aunque todos lo hacemos, ninguno hablamos de ello. Pero el morbo es el morbo y hay que disfrutar de él.

 

Edward regresa a mi cabeza y, con una sonrisita tonta, añado:

 

—Recuerdo que la persona que me regaló mi primer juguete me dijo que cuando un hombre regala un aparatito de ésos a una mujer es porque quiere jugar con ella y pasarlo bien. Por lo tanto, hermanita, ¡a disfrutar, que la vida son dos días!

 

De pronto, mi hermana suelta una carcajada y yo la imito. Aún no me puedo creer que yo esté hablando de vibradores y utilizando la palabra «jugar» con mi hermana cuando entra mi sobrina en la cocina.

 

—¿De qué os reís?

 

Contra todo pronóstico, Marie me guiña un ojo y dice, mientras yo me río a carcajadas.

 

—De lo mucho que a tu tía y a mí nos gusta jugar.

 

Esa noche, tras una tarde de risas y confidencias con la ahora ¡alocada de mi hermana!, enciendo el ordenador nada más irse las dos y me quedo ojiplática. ¡He recibido un correo de Edward! Nerviosa, lo abro y me sorprende ver que lleva un archivo adjunto. Abro el archivo y veo una foto mía de la noche anterior, bailando como una loca con los brazos en alto. Eso me cabrea. ¿Me ha vuelto a espiar? Pero mi enfado se redobla cuando leo el texto del correo.

 

De: Edward Cullen

Fecha: 21 de julio de 2012 08.31

Para: Isabella Swan

Asunto: Preciosa cuando bailas

Me alegra verte feliz y más aún saber que cumples lo prometido.

Atentamente,

Edward Cullen (el gilipollas)

 

La sangre se me espesa. Saber que me vigila, que ha leído el correo donde lo insulté y que no me respondió me enfurece hasta unos límites insospechados ¿Por qué no me llama? ¿Por qué no responde a mis correos? ¿Por qué me sigue?

 

Pienso en contestarle. Comienzo a escribir, diciéndole de todo menos bonito. Pero no… me niego a darle ese gusto y lo borro de un plumazo. Finalmente, apago el portátil y, con un enfado impresionante, me voy a la cama. Nueva noche en blanco.

Capítulo 27: Capitulo 27 Capítulo 29: Capitulo 29

 
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