Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51528
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 13: Capitulo 13

EL domingo estoy agotada. Quiero olvidarme de Edward pero todavía me duelen los músculos de mi vagina por sus gloriosas embestidas y eso me recuerda continuamente lo ocurrido el día anterior. Me parece horrible. Aún no he asumido que una mujer jugara con mi sexo ante él.

 

A las once y cuarto me levanto de la cama y lo primero que hago es hablar con mi padre. Lo hago todos los domingos por la mañana. Además, hoy es la final de la Eurocopa de fútbol y me imagino que estará como loco. Si a alguien le gusta el deporte, ése es mi padre. El teléfono da dos pitidos y oigo:

 

—Hola, morenita.

 

—Hola, papá.

 

Tras hablar durante diez minutos sobre Curro y la Eurocopa, mi padre cambia el tema de conversación.

 

—¿Estás bien, mi vida? Te noto apagada.

 

—Estoy bien, papá. Es sólo que estoy cansada.

 

—Morenita —intenta alegrarme—, te quedan dos semanas para coger las vacaciones, ¿verdad?

 

Tiene razón. Mis vacaciones comienzan el 15 de julio y el hecho de recordarlo me hace alegrarme.

 

—Exacto, papá. Pero es que las veo tan cerca que no puedo evitar impacientarme.

 

Lo oigo sonreír. Eso me hace feliz. Papá lo pasó mal cuando mamá murió hace dos años y sentir que está bien me reconforta.

 

—¿Vas a venir unos días a casa? Ya sabes que aquí en el pueblo hace calor, pero puse la piscina para que vosotras la disfrutéis cuando vengáis.

 

—Por supuesto, papá. Eso no lo dudes.

—Ah… el otro día Harry, Billy  y yo fuimos a hacer la inscripción para lo de Puerto Real. Los vas a machacar.

 

Al pensar en ello, me animo. A mi padre y a sus dos amigos del alma les encanta que todos los años vayamos a ese evento y ni quiero, ni puedo negárselo. Es algo que hacemos desde que era una niña. Se pasan todo el año hablando de ello y, en cuanto me ven llegar a Jerez en verano, la adrenalina les sube por las venas.

 

—Perfecto, papá. Allí estaremos.

 

—Por cierto, ayer hablé con tu hermana.

 

—¡¿Y?!

 

—No sé, hija. La noté muy desanimada. ¿Tú sabes qué le pasa?

 

Con fingido disimulo respondo:

 

—Que yo sepa nada, papá. Ya sabes cómo es de histérica para todo —e intentando desviar el tema de conversación digo—: ¿Adónde vas a ver hoy el partido?

 

—En casa. ¿Y tú?

 

—He quedado con Azu y unos amigos en un bar. —Sonrío al pensarlo.

 

—¿Algún amigo especial, morenita?

 

—No, papá. Ninguno.

 

—Ojú, hija, me alegra saberlo. Porque otro novio como ese que tuviste con un pendiente en la nariz y otro en la ceja me repugnaría.

 

—Papáaaaaaaaaaaa… —digo, mientras me río a carcajadas.

 

Recordar cómo miraba a Mike, un ex, cuando lo conoció todavía me resulta divertido. Mi padre es muy tradicional para muchas cosas y más para los novios. Consigo cambiar de tema y finalmente regresamos al fútbol.

 

—Pues yo, hija, he organizado una barbacoa en el patio trasero. Como imaginarás, vendrán los amigos de siempre y nos hincharemos a gritar. Por cierto, hace un par de días el Billy  me dijo que Jacob llegará dentro de poco a Jerez. ¡Ah!, y creo que hoy está por los Madriles y te visitará.

 

¡Ya empezamos con Jacob!

 

Mi padre y Billy llevan toda la vida intentando que Jacob y yo seamos novios formales. Jacob me desvirgó cuando yo tenía dieciocho años. Fue mi primera relación con un hombre y, siempre que lo recuerdo, me hace sonreír. Qué nerviosa estaba y qué atento fue él. Es dulce y pausado en la cama y, aunque con él lo paso bien, he estado con otros hombres que me han hecho vibrar más.

 

Tras hablar un rato sobre Jacob, su maravilloso trabajo de policía en Valencia y lo excelente chico que es, cambio de tema y regreso al fútbol. Mi padre se emociona con ese tema y yo disfruto. Imaginar a mi padre y a los amigos de toda la vida cantando divertidos eso de «Yo soy… español… español… español» me encanta.

 

Cinco minutos después, me despido de él y cuelgo el teléfono. Miro a Curro, que está tumbado en el suelo, y lo subo al sofá. Respira con dificultad y eso me encoge el corazón. Hace dos meses, el veterinario me dijo que su vida se estaba apagando y que, cada día que pasa, va a más. Está viejito y, a pesar de la medicación, poco más se puede hacer por él salvo mimarlo y quererlo mucho.

 

Suena mi móvil. Un mensaje. ¡Jacob!

 

«Estoy en Madrid. ¿Paso a buscarte y vemos el partido juntos?»

 

Le mando un «¡De acuerdo!» y me tiro en el sillón.

 

Sobre las dos y media de la tarde decido calentarme en el microondas un vasito de arroz blanco y unas salchichas. No me apetece cocinar. No estoy de humor. Después de comer, me tumbo en el sillón y en seguida viene a visitarme Morfeo, hasta que el sonido de mi móvil me despierta. Mi hermana.

 

—Hola, cuchufleta, ¿qué haces?

 

Me desperezo y contesto:

 

—Durmiendo, hasta que tú me has despertado.

 

—¿Saliste ayer de juerga?

 

Al pensar en el día anterior, asiento.

 

—Sí. Se puede decir que sí.

 

—¿Con quién?

 

—Con alguien que tú no conoces.

 

—¿Algo serio? —curiosea.

 

Al escuchar aquello sonrío.

—No. Nada importante —respondo, moviendo la cabeza.

 

Durante media hora me tiene al teléfono. Qué pesadita es Marie. No pasan dos días sin que hablemos. Yo soy más despegada. Menos mal que ella siempre hace por verme, porque si fuera por mí, ya la habría perdido como hermana. Como siempre, su conversación se centra en su desastrosa vida marital. Cuando por fin cuelgo Curro sigue en el sillón. No se ha movido. Me acerco a él y veo que sus ojos me miran. Le beso la cabecita y me entran ganas de llorar. Pero, tras tragarme las lágrimas, le digo cosas cariñosas y después me levanto a por una Coca-Cola. La necesito.

 

Cuando regreso al salón cojo el portátil, lo enciendo y me conecto a Facebook. En seguida coincido con alguno de mis amigos virtuales y nos echamos unas risas. El correo me parpadea y decido mirarlo. Quince mensajes. Varios son de amigas y amigos proponiéndome viajes para el verano finalmente; veo una dirección que me deja atónita. Es Edward.

 

¿Cómo ha encontrado mi correo privado?

 

De: Edward Cullen

Fecha: 1 de julio de 2012 04.23

Para: Isabella Swan

Asunto: Confirmación de proposición

Querida señorita Swan:

Siento mucho si le desagradó mi compañía hace unas horas y todo lo que ello implica. Pero debemos ser profesionales, así que recuerde, necesito una respuesta en referencia a la proposición que le hice.

Atentamente,

Edward Cullen.

 

Boquiabierta, vuelvo a leer el mensaje. ¡Tendrá morro este tío…!

 

Estoy por dar al «Delete» y borrar definitivamente el mensaje. Pero mi impulsividad me hace responder:

 

De: Isabella Swan

Fecha: 1 de julio de 2012 16.30

Para: Edward Cullen.

Asunto: Re: Confirmación de proposición

Querido señor Cullen:

Como usted dice, seamos profesionales. Mi respuesta a su proposición es NO.

Atentamente,

Isabella Swan

 

Envío el mensaje y un extraño regocijo se apodera de mí.

¡Olé por mí!

Pero dos segundos después, ese regocijo desaparece para dar paso a un dolor de estómago cuando veo que su respuesta llega de inmediato.

 

De: Edward Cullen

Fecha: 1 de julio de 2012 16.31

Para: Isabella Swan

Asunto: Sea profesional y piense en ello.

Querida señorita Swan:

En ocasiones, las precipitaciones no son buenas. Piénselo. Mi oferta seguirá en pie hasta el martes.

Espero que disfrute del domingo y su selección gane la Eurocopa.

Atentamente,

Edward Cullen.

 

Miro la pantalla, bloqueada.

¿Por qué no puede aceptar mi respuesta?

 

Estoy tentada de escribirle un e-mail poniéndolo a caer de un burro, pero me niego. Dar más explicaciones a alguien para quien soy sólo sexo no merece la pena.

 

Enfadada, cierro el portátil y decido poner una lavadora. Al sacar la ropa sucia del cesto me encuentro con las bragas rotas que Edward me arrancó. Cierro los ojos y suspiro. Recordar lo que hicimos en mi habitación me pone cardíaca. Abro los ojos, me levanto y camino hacia mi dormitorio. Rodeo la cama y abro el cajón. Ante mí se encuentran los regalos que él me hizo: los vibradores. Los miro durante unos segundos y cierro el cajón con fuerza. Regreso hasta la lavadora. La abro y comienzo a meter la ropa. Echo el detergente, el suavizante y la programo.

 

La lavadora comienza a funcionar y diez minutos después sigo mirando cómo el tambor de la ropa da vueltas tan rápidamente como mi cabeza. Mi respiración se acelera y grito de frustración:

 

—Te odio, Edward Cullen.

 

Mis pies se dan la vuelta y me dirijo de nuevo hasta mi habitación. Vuelvo a abrir el cajón y me quedo mirando el vibrador con mando a distancia que él usó conmigo. Mi entrepierna me pide a gritos jugar.

 

¡Me niego!

 

Hasta yo misma utilizo la palabra «jugar». Finalmente e incapaz de quitarme a Edward de la cabeza y menos de mi entrepierna, me deshago de los pantalones, las bragas y me siento en la cama con el vibrador en la mano. Toco la ruleta, lo pongo al 1 y la vibración comienza. Después al 2, al 3, al 4 y el máximo es el 5.

 

Muevo el vibrador en mi mano mientras mi vagina y, en especial, mi clítoris gritan porque sea allí donde lo mueva. Me tumbo en la cama. Apago el vibrador y lo paseo por mis labios vaginales. Me sorprendo de lo húmeda que estoy. ¡Edward!

El pequeño vibrador se resbala por mis labios. Estoy húmeda y abierta. Lista para recibirlo. Lo pongo al 1. La vibración comienza y cierro los ojos. Subo la potencia al 2. Con mis dedos me abro los labios vaginales y dejo que me masajee la zona que está junto al clítoris. Un calor irresistible se apodera de mí y comienzo a jadear. Retiro el vibrador y junto las rodillas. Fuego. Pero quiero más. ¡Edward!

Separo de nuevo las piernas. Enciendo el vibrador al 3 y lo pongo sobre la zona donde el placer quería explotar. Pienso en Edward. En sus ojos. En su boca. En cómo me toca. Vuelvo a cerrar los ojos y pienso en el vídeo que vi. Me excita recordar su cara, su gesto, mientras aquella mujer me poseía. Volver a pensar en lo que sentí la tarde anterior me acelera la respiración. Aquello ha sido lo más morboso que me ha ocurrido en la vida. Yo, abierta de piernas en una cama, mientras una desconocida tomaba de mí lo que quería, yo se lo ofrecía y él miraba. ¡Edward! Estoy caliente. Muy caliente. Pongo el vibrador al 4. El calor se hace insoportable. El ansia viva por correrme comienza a aflorar en mi interior. El ardor me sube a la cara mientras siento que voy a explotar y mi cabeza imagina todo tipo de juegos con él. ¡Edward! Me arqueo en la cama. El clímax me llega mientras oigo mis propios ronroneos. Combustión. Jadeo aliviada y me convulsiono sobre la cama. Abro los ojos, mientras el acaloramiento se apodera de mí, y siento cómo el pequeño vibrador empapa mis dedos. Cierro las piernas con fuerza y me dejo llevar por el momento. Mientras, siento miles de sensaciones nuevas y todas maravillosas. Calor. Excitación. Fervor. Entusiasmo. Sólo falta ¡Edward!

 

Cinco minutos después y con la respiración normalizada, me siento en la cama. Miro con curiosidad aquel aparatito y sonrío. Aunque nunca se lo diré, he pensado en él. En ¡Edward!

 

A las siete y media, Jacob llega a mi casa. Como siempre está feliz y sonriente. Me da un piquito en los labios y yo me dejo. Es un amor. A las ocho llegamos al bareto donde he quedado con mis amigos para ver la final España-Italia. Tenemos que ganar. La juerga nos rodea y comienzo a cantar y a divertirme como una loca con mi bandera de la selección española colgada a mi cuello y los colores rojo-amarillo-rojo pintados en mi cara.

 

Aparece Sam, un amigo tatuador. Es mi confidente. Tenemos una amistad muy especial y nos lo contamos todo. Cuando ve a Jacob se ríe. Sabe la relación que tengo con él y le hace gracia. No entiende cómo éste sigue detrás de mí tras todos los desplantes que le hago.

 

A las nueve menos cuarto, el partido da comienzo. Estamos nerviosos. Nos jugamos el Mundial.

¡Vamos España!

¡¡¡No hay dos sin tres!!!

En el minuto 14, Silva mete un golazo que nos hace saltar de emoción. Jacob me abraza y yo lo abrazo. Estamos felices. El ataque de Italia se endurece pero Jordi Alba, en el minuto 41, mete otro golazo que nos hace volver a gritar como descosidos. Jacob me besa en el cuello y yo, feliz, se lo permito. Llega el descanso y Jacob ya me tiene sujeta por la cintura.

 

El segundo tiempo comienza y yo grito que saquen a Torres.

 

¡Que saquen al Niño!

 

Y cuando veo que calienta y que el entrenador Del Bosque le dice que salga, grito, aplaudo y salto encantada. Jacob aprovecha la situación y me sienta entre sus piernas. Yo me dejo. Pero mi gozo se completa cuando en el minuto 84, Torres, ¡mi Torres!, mete el tercer gol.

 

¡Bien! ¡Bien…!

 

Jacob, al verme tan entregada a la causa, me aúpa entre sus brazos y, de la felicidad, me planta un besazo de campeonato. Después me suelta y, cuando, en el minuto 88, Mata mete un golazo tras un pedazo de pase de mi Torres, creo morir, pero ¡de gusto! Y esta vez soy yo la que se lanza a sus brazos y lo besa con furia española.

 

Cuando el partido termina, mis amigos y yo lo celebramos a lo grande. Jacob no se separa y, en un momento de calentón, nos metemos en el baño de caballeros. Durante unos minutos dejo que me bese y que me toque. Lo necesito. Sus manos recorren mi cuerpo y ¡Dios! ¡No me puedo quitar a mi jefe de la cabeza! De pronto, Jacob no existe. Sólo ¡Edward!

 

Necesito que sea posesivo y desafiante, pero Jacob es de todo menos eso. Al final, consigo sacarlo del baño sin haber culminado. Está cabreado, pero ni siquiera así me pone. Cuando me invita a ir a su hotel y me niego, se marcha y, sinceramente, yo me quedo la mar de feliz. Cuando llego a mi casa sobre las tres de la mañana y me meto en la cama sonrío al pensar que somos ¡campeones! Me niego a pensar en nada mas.

 

Capítulo 12: Capitulo 12 Capítulo 14: Capitulo 14

 
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