Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51492
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

------------------------------------------------------------------------------------------

Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 35: Capitulo 35

DURANTE seis días, mi mundo es de color de rosa. Vivo en un país multicolor como la abeja Maya y me siento como una princesa, tipiti-tipitesa, rodeada de dos personas que me quieren y me protegen.

 

Jacob continúa con sus llamadas y, en su último mensaje, me indica que sabe que Edward Cullen  está conmigo en Jerez. Eso me molesta. Enterarme de que Jacob sabe sobre la vida de Edward no es plato de buen gusto, pero decido callarme. Si le explico algo a Edward, seguro que empeoro la situación.

 

Él y mi padre se llevan de maravilla y aunque, al principio, mi padre se enfadó con él por haber alquilado una villa, al final entiende que somos adultos y necesitamos intimidad.

 

Los amigos y vecinos de mi padre rápidamente apodan a Edward como «el Frankfurt», por aquello de ser alemán y eso a él le hace gracia. El carácter español, especialmente el andaluz, es tan diferente al alemán, que veo la sorpresa continuamente en sus ojos.

 

Mi padre, día a día, se emociona con Edward. Noto que le gusta, lo respeta y lo escucha y eso dice mucho de él. Incluso algunas tardes se van juntos de pesca y regresan encantados y felices. En esos días siempre que puedo me escapo para correr y derrapar un poco con mi moto. Me encanta hacerlo y lo disfruto mogollón.

 

Una de esas tardes aparece Jacob con su moto. Se cruza en mi camino. Ambos nos paramos.

 

—¿Te has vuelto loca? ¿Qué hace ese tipo aquí?

 

Molesta por la intromisión, me quito las gafas de protección del casco.

 

—Te estás pasando. A ti no te importa lo que él hace aquí.

 

Jacob se baja de la moto y se acerca a mí.

 

—Por el amor de Dios, Bella, ¿sabe tu padre que ése es tu jefe?

 

—No.

 

—¿Y cuándo se lo vas a decir?

 

A cada instante que pasa me voy enfadando más.

 

—Cuando me dé la gana.

 

Jacob se mueve con rapidez, se acerca a mí, me coge del cuello, posa su frente sobre la mía y murmura:

 

—Bella… yo te quiero.

 

—Jacob no…

 

Sin separarse de mí, sigue hablando:

 

—Te quiero sólo para mí, en exclusividad. Ese tipo no te quiere como yo, piénsalo por favor y…

 

Le doy un empujón y me separo de él.

 

—Quiero continuar mi camino, Jacob. Quítate de en medio, ¿de acuerdo?

—¿Me estás diciendo que prefieres la compañía de ese hombre a la mía? —murmura, sin apartarse un ápice y con actitud intimidatoria—. Ese tipo te está utilizando y, cuando se aburra de ti, te dejará a un lado como ha hecho con cientos de mujeres. Para él eres una más, mientras para mí eres especial, ¿no lo ves? Te creía más lista, Bella, por el amor de Dios.

 

No quiero ser cruel como él lo está siendo conmigo. Quiero a Jacob. Es un buen amigo. Pero por Edward siento algo tan fuerte que no lo puedo obviar. Al ver mi silencio, se da la vuelta y se monta en su moto, malhumorado.

 

—De acuerdo. Estréllate contra la pared tú solita.

 

Dicho esto se va y me deja desconcertada y con un sabor amargo en la boca. El séptimo día, mi padre me recuerda el evento de motocross de todos los años en Puerto Real, un pueblo cercano a Jerez. Al recordarlo se me hace cuesta arriba. Ese año prefiero disfrutar de Edward y de su compañía, pero al ver la ilusión de mi padre y sus amigos porque yo asista y participe, claudico y animo a Edward a acompañarnos.

 

Papá siempre quiso tener un hijo. Un varón. Pero la vida le dio dos hijas. Aunque yo, con mi locura, creo haber resarcido esa carencia. Edward en un principio no sabe muy bien a lo que vamos. Me deja claro que no le gustan los deportes de riesgo. Yo sonrío y lo engaño. ¿Qué le voy a hacer?

 

Pero cuando ve mi moto en el remolque y a mi padre junto a sus dos amigos del alma, el Lucena y Billy, hablar sobre saltos, derrapes y demás entiende perfectamente lo que voy a hacer. Su gesto me demuestra su incomodidad.

 

—No quiero que hagas lo que dicen —murmura a escasos metros de ellos.

 

—Escucha, Edward. Para mí lo que dicen es pan comido. Llevo practicando motocross desde que tenía seis años. Y mira, tengo veinticinco, y sigo enterita.

Su rostro y su boca me muestran la tensión que siente.

 

—Te prometo que lo pasarás bien —insisto—. Tú ven y ya verás, ¿de acuerdo?

 

—Vaya, vaya, vaya —escucho de repente detrás de mí—. Mi preciosa motera jerezana.

 

Me vuelvo y me encuentro con Jacob. Su comentario no me gusta nada. Mis tripas se contraen, pero intento que no se me note. Billy mira a su hijo y después a Edward. Siento que está tan tenso como yo, pero hago de tripas corazón y sonrío.

 

—Jacob, él es Edward. Edward, él es Jacob.

 

Ambos se dan la mano y yo, que estoy en medio, veo su incomodidad. Se retan con las miradas. Dos rivales. Dos hombres y yo en medio como los jueves. Por suerte, mi padre da una palmada al aire e indica que debemos marcharnos. Jacob se apunta y Edward rápidamente me hace saber que nos seguirá en su moto. Yo decido acompañarlo.

 

Cuando mi padre, el Lucena, Billy y Jacob se montan en el coche y arrancan, Edward me pasa uno de los cascos.

 

—No me gusta ese tal Jacob.

 

—¿Celoso?

 

—¿He de estarlo?

 

Incómoda por lo que sé, le doy un beso en los labios.

 

—Para nada, cariño.

 

Cuando llegamos al lugar donde se va a celebrar la carrera, mi padre y sus amigos comienzan a saludar a todo el mundo y yo también. Conocemos al noventa por ciento de los corredores y acompañantes de todos los años que hemos participado en ese tipo de carreras. A las diez y media, Cristina, la organizadora del motocross femenino, me entrega mi dorsal, el 51, y me indica que a las doce es la primera eliminatoria.

 

Edward no habla. Sólo me observa. A cada segundo que pasa veo en sus ojos la inquietud e intento relajarlo. Pero cuando aparezco vestida con mi mono rojo de cuero, las protecciones, las botas, los guantes y el casco, se queda blanco como la cera.

 

—¿Me puedes explicar qué haces así vestida? —pregunta con enfado.

 

—¿No te parezco sexy? —Sonrío.

 

No contesta a mi pregunta.

 

—Bella. No quiero que lo hagas. Esto es un deporte de riesgo.

 

—¡Venga ya…! No digas tonterías —Sonrío de nuevo e intento no darle importancia.

 

Jacob, que nos observa y sé que nos escucha, se acerca a nosotros y con una sonrisa de lo más falsa dice:

 

—Vamos, preciosa… dale gas y déjalos a todos sin habla.

 

—Eso haré —respondo.

 

Jacob, que lleva dos cervezas en la mano, le pregunta a Edward:

 

—¿Quieres una? —Y sin darle tiempo a responder, continúa—: Toma. Esta cerveza enterita para ti. La otra para mí. Yo no comparto nada.

 

Ese comentario me subleva. Pero ¿qué hace ese inconsciente?

 

Edward no habla pero puedo percibir su desagrado mientras Jacob se dirige a él:

 

—¿Sabes que «nuestra chica» es especialista en saltos y derrapajes?

 

—No.

 

—Pues prepárate, porque, si no lo sabías, hoy te va a quedar bien claro.

 

Dicho esto, Jacob se acerca a mí y me da un beso en la cara.

 

—Vamos, preciosa. ¡Cómetelos!

 

En cuanto nos quedamos solos, Edward me mira, molesto.

 

—¿A qué venía eso de «nuestra chica» y lo de «compartir la cerveza»?

 

—No lo sé —respondo incrédula por lo sucedido.

 

Edward no es tonto y nota como yo la mala baba en las palabras de Jacob. Resopla, maldice y aparta su mirada de él.

 

—Te vas a hacer daño, Bella. No sé cómo tu padre te permite hacer esto.

Eso me hace reír. Señalo a mi padre, que está con sus dos amigos haciendo los últimos arreglos de mi moto.

 

— ¿De verdad crees que mi padre está preocupado?

 

Edward lo mira. Lo estudia durante unos segundos y acaba dándose cuenta de la felicidad en su rostro.

 

—Vale… pero el hecho de que él no esté preocupado, no quiere decir que yo no deba estarlo.

 

Sonrío, me acerco más a él y, sin importarme que Jacob nos mire, me subo a una caja que hay en el suelo para estar a su altura y acerco mi boca a la suya.

 

—Tú tranquilo… pequeño. Sé lo que hago.

 

Consigo que Edward curve los labios y casi sonría. Le doy un beso que me sabe a gloria.

 

—Por tu bien —me dice, serio—, más vale que sepas lo que haces o te juro que luego te lo haré pagar.

 

—Mmmmm… ¡eso me encanta!

 

—Bella… hablo en serio —insiste.

 

—Venga vaaaaaaaa… si esto para mí es un paseíto de naaaaaaaaaa.

 

No sonríe. Yo sí.

 

Escucho la voz de mi padre que me llama. Tengo que salir a pista. Doy un rápido beso a Edward, me bajo de la caja y suelto su mano para acercarme hasta mi moto. Mi padre la acelera y la revoluciona. Yo grito feliz y llena de emoción, mientras Edward cada vez arruga más el entrecejo.

 

Diez minutos después estoy en pista con otras participantes con la adrenalina por los aires, saltando y corriendo sin ser consciente del peligro. El motocross es una combinación de velocidad y destreza, y ambas cosas unidas me gustan.

 

Siempre he sido una osada alocada, el chico que mi padre nunca tuvo. Derrapo en curvas cerradas, salto baches con cambios de rasantes y mi mono se llena de barro mientras mi adrenalina acelera mis movimientos y soy consciente de que mi posición en esa carrera es buena. Termino entre las cuatro primeras y paso a la segunda ronda.

 

Edward está blanco como el mármol. Lo que acabo de hacer y los porrazos que él ha visto en otras participantes apenas lo dejan respirar. Pero no tenemos tiempo de hablar, he de participar en la siguiente manga y así sucesivamente hasta que sólo quedamos seis participantes.

Mi padre, junto al Lucena y  Billy, gritan como locos mientras hacen los ajustes de mi moto. Jacob, un experto en motocross, me da instrucciones sobre otras participantes y yo lo escucho. Saben que lo hago bien y saben que puedo alzarme con algún premio. Pero yo no puedo dejar de buscar a Edward.

 

¿Dónde está?

 

—Morenita —dice mi padre—. Edward se ha marchado para Jerez.

 

—¡¿Cómo?! —preguntó boquiabierta.

 

—Lo que te digo, hija. Ha dicho que prefería esperarte en la villa. —Y, acercándose a mí, murmura —: Ese hombre lo estaba pasando fatal, hija. Aunque, ahora que lo pienso, no sé si era por verte dar saltos en la pista o por la presencia de Jacob y sus atenciones.

 

—Papáaaaaaaaaaaaa —le regaño al verlo sonreír.

 

Pero no podemos continuar hablando. La nueva manga comienza y tengo que ponerme en la salida. Mi concentración flaquea, pero mi mala leche está por todo lo alto. Edward se ha ido y eso me enfada. Cuando la carrera da comienzo, salgo disparada como una flecha. Salto un montículo, dos… tres, derrapo, acelero y cojo varios baches seguidos antes de derrapar. Al final entro la segunda y grito de felicidad.

 

Mi padre, el Lucena y  Billy corren a abrazarme. Estoy totalmente embarrada, pero he vuelto a conseguir hacerlos vibrar. Cuando me sueltan, es Jacob quien me coge entre sus brazos demasiado efusivos.

 

—Felicidades, preciosa. ¡Eres la mejor!

 

—Gracias y suéltame.

 

—¿Por qué? ¿Acaso a tu Edward no le gusta compartir a su mujer?

 

—Suéltame, gilipollas, o juro que te machaco aquí mismo —gruño ofendida.

 

Cinco minutos después, en el improvisado podio, disfruto feliz al ver a mi padre, al Lucena y Billy aplaudir junto a Jacob, orgullosos de mí. Yo levanto el trofeo y soy consciente de que me hubiera gustado que Edward estuviera allí.

 

Capítulo 34: Capitulo 34

 
14431628 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10749 usuarios