Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51518
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 12: Capitulo 12

Una hora después, los dos tumbados sobre la cama, degustamos las fresas. Para mi sorpresa, junto a las fresas y el champán, que ya ha sido reemplazado por otra botella llena, hay un cuenco de suave chocolate caliente. Mojar la fresa en ese chocolate y meterlo en la boca me hace gesticular una y otra vez.

 

¡Vaya maravilla!

 

Mis caras divierten a Edward, que no para de sonreír. Lo noto tranquilo y distendido y me tranquiliza ver que disfruta del momento. Le encanta encargarse de limpiar con su boca las motitas de fresa y chocolate que quedan en mis labios y se lo agradezco. Ese contacto suave se asemeja a un dulce beso. Algo que Edward nunca me ha dado. Sus besos son siempre salvajes y posesivos.

 

Un ruido llama mi atención. Su portátil está encendido y le indica que acaba de recibir un mensaje.

 

—¿Siempre lo tienes encendido? —pregunto.

 

Edward mira el portátil y asiente.

 

—Sí. Siempre. Necesito estar al corriente de los temas de la empresa en todo momento.

 

Se levanta, mira el correo y, en cuanto lo hace, regresa a la cama junto a mí. Yo me meto una nueva fresa en la boca. Están de muerte.

 

—Por lo que veo, te encanta el chocolate.

 

—Sí. ¿A ti no?

 

Se encoge de hombros y no responde. Yo vuelvo al ataque.

 

—¿No te gusta lo dulce?

 

—Si es como tú, sí.

 

Ambos reímos.

 

—¿En tu casa no tienes cosas dulces? —insisto.

 

—No.

 

—¿Por qué?

 

—Porque el dulce no me vuelve loco.

 

—¿Vives solo en Alemania?

 

No responde.

 

Pero por su gesto me doy cuenta de que no le ha gustado la pregunta. Quiero saber de él, si tiene perro o gato, cualquier cosa, pero no me deja conocerlo. Es comenzar a hablar de él y se cierra por completo. Inquieta, miro a mi alrededor y mis ojos se encuentran con la cámara de vídeo.

 

—¿Sigue grabando?

 

—Sí.

 

—¿Se puede saber qué estamos haciendo ahora que sea interesante de grabar?

 

—Verte comer las fresas con chocolate, ¿te parece poco?

 

Ambos nos reímos de nuevo.

 

—¿Se puede ver lo que ha grabado antes?

 

Edward asiente.

 

—Sí. Sólo hay que enchufar la cámara al televisor.

Nunca me he grabado mientras practico sexo y verme me provoca una cierta curiosidad.

 

—¿Te apetece que lo veamos? —propongo.

 

Edward da un trago a su copa y levanta una ceja.

 

—¿Quieres?

 

—Sí.

 

Edward se levanta con decisión. Saca un cable de su maletín, lo enchufa a la cámara y a la tele y, con un pequeño mando a distancia entre las manos, dice sentándose en la cama para sujetarme contra él:

 

—¿Preparada?

 

—Claro.

 

Pulsa el botón e instantes después me veo en la pantalla de la televisión. Eso me hace gracia. Mi voz suena extraña, incluso la de él. Mojo otra fresa en el chocolate y observo las imágenes. Edward me hace tocar los pañuelos y nos reímos. Después me sonrojo al ver la siguiente imagen. Edward en el suelo y yo con mi sexo sobre su boca totalmente extasiada.

 

—¡Dios, qué vergüenza!

 

Edward sonríe. Me besa en el cuello.

 

—¿Por qué, preciosa? ¿Acaso no disfrutaste el momento?

 

—Sí… claro que sí. Es sólo que…

 

Pero no puedo continuar. Las imágenes siguientes de Edward atándome al cabecero de la cama me dejan sin palabras. Lo veo taparme los ojos con el otro pañuelo y, después, cómo baja por mi cuerpo entreteniéndose en mis pezones

y mi ombligo. Eso me estimula de nuevo. Edward sigue bajando parándose en mi sexo. Se deleita y yo veo cómo me entrego. Prosigue su bajada y, regándome de dulces besos, llega hasta mis tobillos. Extasiada por las imágenes, sonrío.

 

No puedo dejar de mirar la televisión cuando veo en la pantalla que él se levanta. Yo sigo tumbada en la cama, atada y con los ojos vendados, y él se dirige hacia el equipo de música y sube el volumen. Instantes después, la puerta de la habitación se abre. Pestañeo. Entra una mujer rubia de pelo corto y se dirige directamente hacia la cama donde yo sigo maniatada. Casi no respiro.

 

Edward la sigue. La mujer está vestida con una especie de camisón negro. Edward le chupa un pezón y ésta le entrega algo metálico que lleva en las manos. Después, coge los guantes que hay sobre la cama y se los pone.— ¿Qué…? —intento balbucear. Me falta el aire.

 

Edward no me deja hablar. Pone un dedo en mis labios y me obliga a mirar la televisión. Totalmente bloqueada, observo cómo la mujer, tras ponerse los guantes, se sube a la cama mientras Edward nos observa de pie. La mujer me abre las piernas y posa su boca sobre mi vagina. Estoy a punto de explotar de indignación. ¿Qué me está haciendo? No puedo hablar. Sólo puedo mirar cómo me retuerzo en la cama y gimo mientras aquella desconocida juega con mi cuerpo y yo se lo permito. Una y otra vez abro mis piernas y arqueo mi espalda invitándola a proseguir y ella lo hace. Edward disfruta.

 

Instantes después, él le entrega lo que lleva en las manos y veo que lo que sentí como duro, frío y suave dentro de mí era un consolador metálico. La mujer se lo mete en la boca. Lo chupa y después me lo mete en la vagina. Yo jadeo. Me gusta y ella lo vuelve a meter y a sacar con delicadeza mientras su dedo enguantado pasea por el agujero de mi ano.

 

Pasado un rato, Edward le pide el consolador sin decir una palabra y ella se lo entrega. Edward le señala de nuevo mi vagina mientras se toca su duro pene. Ella obedece y vuelve a plantar primero sus manos y después su ardiente boca sobre mí. Yo estoy enloquecida. Abro mis piernas y me elevo en su busca mientras ella, con sus manos enguantadas, me agarra de los muslos y me devora con auténtica devoción.

 

Instantes después, Edward le toca el hombro. Ella se levanta. Se quita los guantes y los deja de nuevo sobre la cama. Edward la besa en la boca y, antes de que se marche, dice:

 

—Me encanta cómo sabes.

 

Sigo en estado de shock por lo que veo, mientras observo cómo Edward se mete entre mis piernas y, tras cruzar unas palabras conmigo, se pone un preservativo y me besa. Me hace abrir las piernas y veo cómo me penetra y yo me arqueo. Me hace suya sin parar y yo grito de placer. Cuando no puedo mirar más, lo observo con la respiración entrecortada. Estoy furiosa, excitada, enfadada y con ganas de matarlo. No sé qué pensar. No sé qué decir hasta que pregunto:

 

—¿Por qué has permitido eso?

 

—¿El qué, Bella?

 

Me levanto de la cama.

 

—¡Una mujer! —grito—. Una desconocida… ella… ella…

—Dijiste que estabas dispuesta a todo menos a sado, ¿lo recuerdas?

 

A cada instante me siento más desconcertada. Lo miro y gruño.

 

—Pero… pero a todo entre tú y yo… no entre…

 

—A todo, excepto a sado. Es… a todo, pequeña.

 

—Yo nunca te dije que quería tener sexo con una mujer.

 

Edward me mira, se recuesta en la cama y responde en actitud chulesca:

 

—Lo sé…

 

—¿Entonces?

 

—Yo nunca dije que no quisiera que tuvieras sexo con una mujer. Es más. Ha sido algo placentero y que espero repetir. Sólo hemos jugado un poco, pequeña. No sé por qué te pones así —insiste.

 

—¿Jugar? ¿A eso lo llamas tú jugar? Para mí, jugar es hacerlo entre tú y yo aunque sea con aparatitos de esos que te gustan pero… ¿Has dicho repetir?

 

—Sí.

 

—Pues será con otra, chato, porque conmigo ¡lo llevas claro! ¡Dios! La has besado a ella y luego a mí. ¡Qué asco!

 

Edward no se mueve. Su actitud ha cambiado y la seriedad ha vuelto a él.

 

—Bella… mis juegos son así. Creí imaginar que ya lo sabías. Las veces que hemos salido juntos te he dejado ver qué es lo que a mí me gusta. En la oficina, cuando vimos a tu jefa y a tu compañero te di la primera pista. En el Moroccio, la noche que te invité a cenar, te di la segunda. En tu casa, cuando te enseñé a utilizar los vibradores te di la tercera. Te considero una mujer inteligente y…

 

—Pero… eso es depravado. El sexo es un juego entre dos. Y lo que tú haces…

 

—Lo que yo hago es sexo. Y mi manera de ver el sexo no es depravada —dice levantando la voz—. Por supuesto que es un juego entre dos. Siempre lo he tenido claro y por eso te pregunté si estabas dispuesta a todo. ¿Acaso no te lo pregunté?

 

Me mira a la espera de una respuesta. Contesto que sí con la cabeza.

 

—Tú dijiste que sí. Recuérdalo. El sexo convencional me aburre, ¿a ti no? —No respondo. No me da la gana—. El sexo es un juego, Bella. Un juego que admite morbo, sensaciones y todo lo que quieras incluir. Me gusta darte placer. Tu placer es mi deleite y cuando te veo atizada de deseo me vuelvo loco. Y escucharte decir que lo que hago es depravado me enfada. Me molesta mucho. Tus convencionalismos de niña y tu falta de buen sexo es lo que hace que…

 

—¿Mi falta de buen sexo? —grito exacerbada mientras me quito el albornoz—. Para tu información, el sexo que he tenido todos estos años ha sido ¡magnífico! Los hombres con los que he estado me han hecho disfrutar tanto o más que tú.

 

—Permíteme que lo dude —ríe con frialdad.

 

—¡Serás creído!

 

Aprieto los puños deseosa de soltarle un guantazo.

 

—Vamos a ver, Bella. No dudo que tus experiencias con otros hombres no hayan sido satisfactorias. Sólo digo que nunca serán como las vividas conmigo. Pero ¡joder! Si hasta cuando has dicho «¡Fóllame!» te has puesto roja.

 

—Decir eso es vulgar. Grotesco.

 

—No, pequeña. No es nada de eso. Simplemente habló el morbo por ti. El morbo hace que los humanos nos comportemos como seres desinhibidos en ciertas ocasiones. El morbo es lo que hace que quieras ver cómo otra mujer y otro hombre devoran el cuerpo de tu mujer mientras miras o participas. Tú, en la ducha, te has dejado llevar por el morbo. Has dicho lo que querías. Has pedido que te follara porque lo que deseabas era eso.

 

—No quiero escucharte.

 

—Te guste o no, eres como la gran mayoría de la humanidad. El problema es que esa humanidad se divide entre los que no nos resignamos a los convencionalismos y gozamos del sexo con normalidad y sin tabú, y los que ven el sexo como un pecado. Para muchos la palabra «sexo» es ¡tabú! ¡Peligro! Para mí la palabra «sexo» es ¡diversión! ¡Gozo! ¡Excitación! Y lo que más me joroba de tus palabras es que sé que lo vivido te ha gustado. Has disfrutado con el vibrador, con la mujer que ha estado entre tus piernas, incluso con haber dicho la palabra «follar». Tu problema es que lo niegas. Te mientes a ti misma.

 

Exacerbada e indignada, no le contesto. Tiene razón, pero no pienso admitirlo. Antes muerta. Sin mirarlo, me pongo las bragas y el sujetador. Quiero desaparecer de allí. De aquella suite. De aquel hotel y de la vida de él. Edward me observa, sin moverse, desde la cama como un dios todopoderoso.

 

Busco mis vaqueros y mi camiseta y, cuando estoy totalmente vestida, me quedo parada en el centro de la habitación.

 

—Nada de lo vivido se puede cambiar. Pero a partir de este momento, usted vuelve a ser el señor Cullen y yo la señorita Swan. Por favor, quiero recuperar mi vida normal y para ello usted debe desaparecer de mi entorno.

 

Dicho esto, me doy la vuelta y me voy.

Necesito esfumarme de allí y olvidar lo ocurrido.

 

Capítulo 11: Capitulo 11 Capítulo 13: Capitulo 13

 
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