Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51525
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 16: Capitulo 16

MI jefa se vuelve loca cuando Edward la informa de que yo lo acompañaré en su viaje a las delegaciones. James se alegra de no ser él. Mi jefa intenta convencerlo de mil formas para que yo no lo acompañe. Argumenta cosas como mi falta de experiencia o mi poco tiempo en la empresa, pero al final desiste. Edward manda y ella debe aceptarlo. ¡Toma ya!

 

Llamo a mi padre el miércoles y le explico mi retraso de las vacaciones por el viaje. Le parece bien y me anima a hacer un buen trabajo. Si él supiera el trasfondo de todo, me metía en una caja y la embalaba para que no pudiera salir.

 

Mi hermana, en cambio, se enfada conmigo. Marcharme durante varias semanas fuera de Madrid para ella es desquiciante. ¿A quién le va a explicar sus problemas?

 

El jueves, Edward pasa a recogerme con su chófer a las seis de la mañana. Viajamos en su avión privado y tanto lujo me escandaliza. Parece que acabo de salir del pueblo. Miro todo con tanta curiosidad, que creo que Edward hace esfuerzos por no reír.

 

Cuando llegamos a Barcelona, un coche nos recoge en el aeropuerto del Prat y nos lleva directos al hotel Arts. ¡Casi nada! Lo mejorcito de la ciudad. Allí nos alojamos en la última planta en dos suites. Ha cumplido su promesa: habitaciones separadas. Cuando el botones cierra la puerta tras de mí y me quedo en medio de aquella enorme habitación, miro a mi alrededor. Todo es grande, espacioso. Y lo mejor, hay unos grandes ventanales que me permiten ver el mar.

 

Alucinada por el lujo que me rodea, suelto mi maleta y me acerco a la ventana. ¡Increíble! Tras disfrutar durante un rato del paisaje, comienzo a buscar y a curiosear. Abro la nevera y veo chocolate.

 

Me lanzo a por él. Cuando descubro la zona de mi habitación donde se encuentra la cama, un silbido de camionero sale de mí. ¡Es preciosa! Grandes ventanales que dan al mar y moqueta violeta a juego con un diván precioso. La cama es enorme y me tiro en plancha sobre ella. ¡Qué pasada! El baño es otra maravilla. Madera clara y una bañera rodeada por espejos. ¡Morboso!

 

Al salir del baño, el teléfono suena. Es Edward.

 

—¿Qué tal tu suite?

 

—Alucinante. Enorme. Es como cinco veces mi casa —me mofo.

 

Oigo cómo ríe al otro lado de la línea.

 

—En media hora te espero en recepción —me dice—. No olvides los documentos.

 

Llego a recepción puntual y veo a Edward hablando con una mujer. Alta, glamurosa y rubia. Rubísima. Cuando él me ve, me invita a acercarme a ellos y nos presenta:

 

—Tanya, ella es mi secretaria, la señorita Swan.

 

La tal Tanya me hace un escaneo en profundidad y me da mal rollito, pero, en un gesto de profesionalidad, las dos nos damos la mano y Edward añade en alemán:

 

—Señorita Swan, la señorita Fisher ha venido desde Berlín. Ella estará unos días con nosotros. Tanya es la encargada de ver si podemos suministrar nuestro medicamento en el Reino Unido.

 

Sonríe mientras la rubia de piernas largas mueve su cabeza en gesto afirmativo. Sin embargo, percibo algo raro en su mirada. No sé lo que es, pero no me gusta. Un hombre se acerca a nosotros y nos indica que nuestro vehículo nos espera. Los tres caminamos hacia una enorme limusina negra. Edward se sienta junto a aquella mujer y se olvida de mí. Eso me inquieta. Pero lo que más me molesta es percibir que entre ellos hubo o hay algo. Me lo dicen las miradas de la rubia. De todas formas, como soy una profesional, mantengo la compostura mientras miro por la ventanilla e intento pensar en mis cosas.

 

Cuando llegamos a las oficinas centrales de Barcelona, nos recibe el jefe de la delegación, Xavi Dumas. Nada más verme, me sonríe, y luego saluda al jefazo y a Tanya

 

—Hola, Isabella —se dirige a mí, después de saludarlos—. ¡Qué alegría volver a verte!

 

—Lo mismo digo, señor Dumas.

 

Seguidamente, me saluda Jimena, su secretaria.

 

—Bella, ¿por qué no me has dicho que venías?

 

—Porque hasta ayer no sabía que tendría que venir —respondo mientras la abrazo. Jimena, con el gesto divertido, observa a Edward, para luego mirarme a mí con picardía.

 

—Vaya, vaya, con el jefazo alemán… ¡Está potentón!

 

Ambas nos reímos, pero nos dirigimos sin demora hacia una salita que ella me indica. Instantes después, varios directivos, entre los que se encuentran Edward y Tanya, entran en la estancia.

 

Es una sala rectangular de paneles oscuros y una cristalera que da a un monte. En el centro de la estancia hay una larga mesa con varias sillas y, en un lateral, varias mesitas más pequeñas. Me siento a una de esas mesitas y Edward preside la mesa justo frente a mí. Su mirada implacable me hace recordar el mote que le puso James: Iceman. Al recordarlo, no puedo evitar sonreír.

 

La reunión comienza y Jimena, avisada por su jefe, se levanta de mi lado y se sienta a la mesa. Su jefe quiere que ella traduzca todo lo que él vaya diciendo para la tal Tanya. Atiendo a lo que dicen y observo que Jimena es una excelente traductora. Pero ocurre algo que me sorprende. En un momento dado, el señor Dumas menciona al padre de Edward y éste, muy serio pero también muy educadamente, le pide que no vuelva a nombrarlo. ¿Qué habrá pasado entre padre e hijo? Una hora después, mientras la reunión continúa su curso, recibo un mensaje en mi portátil.

 

De: Edward Cullen

Fecha: 5 de julio de 2012 10.38

Para: Isabella Swan

Asunto: Tu boca

Querida señorita Swan, ¿le ocurre algo? Su boca la delata.

PS: Es usted la mujer más sexy de la reunión.

Edward Cullen

 

Sin mover mi cabeza, lo observo a través de mis pestañas. ¿Tendrá morro? Lleva ignorándome desde que aparecí en la recepción del hotel y ahora me viene con ésas. Así que decido responderle el correo.

 

De: Isabella Swan

Fecha: 5 de julio de 2012 10.39

Para: Edward Cullen

Asunto: Estoy trabajando

Estimado señor Cullen, le agradecería que me dejara trabajar.

IsabellaSwan

Sé que lo recibe. Lo veo mirar con interés a la pantalla y cómo se curva la comisura de sus labios. Al cabo de pocos segundos, teclea de nuevo y yo recibo otro correo.

 

De: Edward Cullen

Fecha: 5 de julio de 2012 10.41

Para: Isabella Swan

Asunto: ¿Enfadada?

Sus palabras me desconcentran, ¿está enfadada por algo?

PS: Ese traje le sienta fenomenal.

Edward Cullen

 

Me muevo en mi silla, incómoda. ¿Tanto se me nota? Intento sonreír, avergonzada, pero mi boca se niega. Durante unos minutos atiendo a la reunión hasta que mi ordenador me indica que he recibido otro mensaje.

 

De: Edward Cullen

Fecha: 5 de julio de 2012 10.46

Para: Isabella Swan

Asunto: Usted decide

Le advierto, señorita Swan, que si no contesta a mi correo en cinco minutos, pararé la reunión.

PS: ¡Lleva tanga bajo la falda!

Edward Cullen

 

Al leer aquello, abro los ojos como platos, aunque intento mantener la calma. Se está tirando un farol. Le encanta picarme. Sonrío y lo reto con la mirada. Él no sonríe. El tiempo pasa y yo me relajo. Lo veo mirar su ordenador e imagino que está escribiéndome otro correo cuando de repente interrumpe la reunión:

 

—Señores, acabo de recibir un correo que he de responder de inmediato. Un contratiempo y les pido disculpas por ello. —Y, levantándose, añade—: ¿Serían todos tan amables de dejarnos a solas unos minutos a mi secretaria y a mí? Y, por favor, por nada del mundo quiero que nos interrumpan. Mi secretaria los avisará cuando hayamos acabado.

 

Me quiero morir.

 

¿Está loco?

 

Abro los ojos tanto como me es posible y veo que todos los directivos recogen sus carpetas y se marchan. Jimena me guiña un ojo y sigue a su jefe. La última en abandonar la sala es la tal Tanya. Me mira con cara de perro y, tras decirle a Edward en alemán «Estaré fuera», cierra la puerta tras de sí.

 

Todavía sentada en mi silla lo miro sin comprender nada. Edward cierra su portátil, se repanchinga en su silla y clava su mirada en la mía.

—Señorita Swan, venga aquí.

 

Me levanto como un resorte y me dirijo hacia él, gesticulando por la sorpresa.

 

—Pero… Pero ¿cómo has podido hacerlo?

 

Me mira, sonríe y no contesta.

 

—¿Cómo has podido parar una reunión? —insisto.

 

—Te di cinco minutos.

 

—Pero…

 

—La reunión la has parado tú —me contesta.

 

—¡¿Yo?!

 

Edward responde afirmativamente y, justo cuando me paro frente a él, me coge de la mano y, aún sentado, me coloca entre sus piernas. Luego me empuja y me hace sentar sobre la mesa. Ante él. Acalorada, miro a mi alrededor en busca de cámaras cuando él dice:

 

—La habitación no tiene cámaras pero no está insonorizada. Si gritas, todos sabrán lo que ocurre.

 

Voy a protestar, ya que a cada instante que pasa me encuentro más alucinada, cuando Edward se acerca a mí y hace eso que tan loca me vuelve. Saca su lengua, la pasa por mi labio superior. Me mira. Después vuelve a pasarla por mi labio inferior, me lo muerde hasta que yo abro la boca y finalmente me besa. Me succiona la boca de tal manera que me deja sin aliento y, como siempre, caigo a sus pies. Me tumba en la mesa y me sube la falda. Sus manos ascienden lentamente por mis muslos hasta que siento que llegan a mis caderas. Entonces agarra el tanga y me lo quita.

 

—Mmmm… Me alegra saber que llevas tanga.

 

Disfruto el momento y entro como una loba en el juego. Me paso la lengua por los labios y quiero gritar «¡¡¡Sí!!!». Mi gesto lo estimula y enloquece. Abro mis piernas con descaro pidiéndole más y él levanta la cabeza, sin mover el resto de su cuerpo.

 

—¿Llevas en el bolso lo que te dije que debías llevar siempre?

 

Cierro los ojos y maldigo con frustración.

 

—Me lo he dejado en el hotel.

Mi reacción lo hace sonreír. Me incorpora de la mesa sin apenas tocarme, a excepción de la cara interna de mis muslos.

 

—Lo siento, pequeña. Estoy seguro de que la próxima vez no lo olvidarás.

 

Lo miro, bloqueada.

 

¿Me va a dejar así?

 

Me da un azote en el trasero cuando me bajo de la mesa.

 

—Señorita Swan, debemos continuar con la reunión. Y, por favor, no vuelva a interrumpirla.

 

Siento las mejillas arreboladas y el deseo por todo lo alto mientras él es el rey del control. Eso me encoleriza. Lo sabe. Me agarra de la mano y me acerca a él en un gesto posesivo.

 

—En cuanto terminemos la reunión te quiero desnuda en el hotel. De momento, me quedo con tu tanga.

 

—¡¿Cómo?!

 

—Lo que oyes.

 

—Ni hablar. Devuélvemelo.

 

—No.

 

—Edward, por favor. ¿Cómo voy a estar sin tanga?

 

Se levanta. Sonríe con malicia y se encoge de hombros.

 

—Muy fácil. ¡Estando!

 

Me coloca bien la falda. Me empuja hacia la puerta e insiste.

 

—Vamos. Diles que entren. La reunión es importante.

 

Histérica y a punto de que me dé un «pumba», sólo puedo resoplar.

 

¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?

 

Finalmente, cierro los ojos, camino con seguridad hacia la puerta y antes de abrir me vuelvo hacia él.

 

—Ésta me la pagas.

 

Edward ni se inmuta.

 

Un minuto después, la reunión continúa y todo vuelve a la normalidad. Todo, excepto que no llevo tanga.

Capítulo 15: Capitulo 15 Capítulo 17: Capitulo 17

 
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