Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51510
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 3: Capitulo 3

 

A la mañana siguiente, cuando llego a la oficina, la primera persona que me encuentro al entrar en la cafetería es el señor Cullen. Noto que levanta la vista y me mira, pero yo me hago la sueca. No me apetece saludarlo. Ahora ya sé quién es y siempre he pensado que los jefazos cuanto más lejos, mejor. Lagarto, lagarto… Pero la verdad es que este hombre me pone nerviosa. Desde su posición y escondido tras el periódico, intuyo que me está observando, que me está estudiando. Levanto los ojos y ¡zas! Tengo razón.

 

Me bebo rápidamente el café y me voy. Tengo que trabajar.

 

Durante el día vuelvo a coincidir con él en varios sitios. Pero cuando toma posesión del antiguo despacho de su padre, que está frente al mío y conectado por el archivo al de mi jefa, ¡me quiero morir! En ningún momento se dirige a mí, pero puedo sentir su mirada vaya por donde vaya. Intento esconderme tras la pantalla del ordenador, pero es imposible. Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con la mía.

 

Cuando salgo de la oficina, me voy directa al gimnasio. Una clase de spinning y un rato en el jacuzzi tras terminarla me quitan todo el estrés acumulado y llego a mi casa como una malva, lista para dormir. Los siguientes días, más de lo mismo. El señor Cullen, ese guapo jefazo con el que he comenzado a soñar y al que toda la oficina venera y lame el culo, aparece por todos los lados por donde me muevo, y eso hace que me ponga nerviosa.

 

Es serio, borde y apenas sonríe. Pero noto que me busca con la mirada y eso me desconcierta. Los días van pasando y, finalmente, una mañana cruzo un par de sonrisitas con él. Pero ¿qué estoy haciendo? Ese día ya no cierra la puerta de su despacho y su ángulo de visión es aún mejor. Me tiene totalmente controlada. ¡Qué agobio por Dios!

Por si fuera poco, cada día que coincido con él en la cafetería me observa… me observa… y me observa. Aunque, cuando me ve aparecer con James o los chicos, se va rápidamente. ¡Qué descanso!

Hoy estoy liadísima con cientos de papeles que la tiquismiquis de mi jefa me ha pedido. Como siempre, parece no recordar que James, aunque sea el secretario del señor Cullen, es quien debe ocuparse del cincuenta por ciento del papeleo que gestionamos. A la hora de comer aparece el objeto de mis sueños húmedos en el despacho y, tras clavar su insistente mirada sobre mí, entra en el despacho de mi jefa sin llamar para salir dos segundos después los dos juntos e irse a comer.

 

Cuando me quedo sola, me siento por fin aliviada. No sé qué me pasa con ese hombre, pero su presencia me acalora y me hace hervir la sangre. Tras recoger un poco mi mesa decido hacer lo mismo que ellos y me voy a comer. Pero es tal el agobio de papeles que sé que me espera que, en vez de utilizar mis dos horitas para ello, salgo sólo una hora y regreso en seguida.

 

Al llegar, meto mi bolso en mi cajonera, cojo mi iPod y me pongo mis auriculares. Si algo me gusta en esta vida es la música. Mi madre nos enseñó a mi padre, a mi hermana y a mí que la música es lo único que amansa a las fieras y reduce los males. Ése, entre otros muchos, es uno de sus legados y quizá por eso adoro la música y me paso el día tarareando canciones. Nada más encender el iPod comienzo a cantar mientras me lío con el papeleo. ¡Mi vida se reduce al papeleo!

 

Entro en el despacho de la tiquismiquis de mi jefa cargada con carpetas y abro una especie de vestidor que utilizamos como archivo. Ese vestidor comunica con el despacho del señor Cullen, pero, como sé que no está, me relajo y comienzo a archivar mientras canturreo:

 

Te regalo mi amor, te regalo mi vida,

a pesar del dolor, eres tú quien me inspira.

No somos perfectos, somos polos opuestos.

Te amo con fuerza, te odio a momentos.

Te regalo mi amor, te regalo mi vida,

te regalaré el Sol siempre que me lo pidas.

No somos perfectos, sólo polos opuestos.

Mientras que sea junto a ti, siempre lo intentaría

¿Qué no daría…?

 

—Señorita Swan, canta usted fatal.

 

Esa voz. Ese acento.

La carpeta que tengo en las manos se me cae al suelo por el susto. Me agacho a cogerla y, ¡zas!, coscorrón que me meto con él. Con el señor Cullen. ¡Con la angustia instalada en mi cara por la cantidad de meteduras de pata que estoy cometiendo con ese super mega jefazo alemán…! Lo miro y me quito los auriculares.

 

—Lo siento, señor Cullen —murmuro.

 

—No pasa nada. —Toca mi frente y pregunta con familiaridad—. ¿Tú estás bien?

Como un muñequito de esos que hay en las partes traseras de algunos coches, asiento con la cabeza. Otra vez me ha vuelto a preguntar si estoy bien ¡Qué mono! Sin poder evitarlo, mis ojos y todo mi ser le hacen un escaneo en profundidad: alto, pelo castaño con mechas rubias, treinta y pocos años, fibroso, ojos azules, voz profunda y sensual… Vamos, un pibonazo en toda regla.

 

—Siento haberte asustado —añade—. No era mi intención.

 

Vuelvo a mover mi cabeza como un muñeco. ¡Seré boba! Me levanto del suelo con la carpeta en mis manos y pregunto:

 

—¿Ha venido con usted la señora Volturi?

 

—Sí.

 

Sorprendida, porque no la he oído entrar en su despacho, comienzo a intentar salir del archivo, cuando el alemán me agarra del brazo.

 

—¿Qué cantabas?

 

Aquella pregunta me pilla tan de sorpresa que estoy a punto de soltarle: «¿Y a ti qué te importa?». Pero, afortunadamente, contengo mi impulsividad.

 

—Una canción.

 

Sonríe. ¡Dios! ¡Qué sonrisa!

 

—Lo sé… La letra me gustó. ¿Qué canción es?

 

—Blanco y negro de Malú, señor.

 

Pero parece que mis palabras le hacen gracia. ¿Se estará riendo de mí?

 

—¿Ahora que sabes quién soy me llamas señor?

 

—Disculpe, señor Cullen —aclaro con profesionalidad—. En el ascensor no lo reconocí. Pero ahora que ya sé quién es, creo que debo tratarlo como se merece.

 

Él da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. ¿Qué hace? Él vuelve a dar otro paso y yo, al intentar hacer lo mismo, me pego contra el archivador. No tengo salida. El señor Cullen, ese tío sexy al que hace unos días metí un chicle de fresa en la boca, está casi encima de mí y se está agachando para ponerse a mi altura.

 

—Me gustabas más cuando no sabías quién era —murmura.

 

—Señor, yo…

 

—Edward. Mi nombre es Edward.

 

Confundida y atacada de los nervios por el morbo que ese gigante me está provocando, trago el nudo de emociones que me cosquillea por todo el cuerpo.

 

—Lo siento, señor. Pero no creo que esto sea correcto.

 

Y, sin pedirme permiso, me quita el bolígrafo que me sujeta el moño y mi lacio y oscuro pelo cae alrededor de mis hombros. Yo lo miro. Él me mira también. Y a nuestras miradas le sigue un más que significativo silencio en el que los dos respiramos con irregularidad.

 

—¿Se te ha comido la lengua el gato? —me pregunta, rompiendo el silencio.

 

—No, señor —respondo al punto del colapso.

 

—Entonces, ¿dónde has dejado a la chica chispeante del ascensor?

 

Cuando voy a responder, oigo las voces de mi jefa y James que entran en el despacho. Cullen pega su cuerpo al mío y me ordena callar. Sin saber muy bien por qué, le hago caso.

 

—¿Dónde está Isabella? —oigo que pregunta mi jefa.

 

—Casi con seguridad, te diría que en la cafetería. Habrá ido a por una Coca-Cola. Tardará en regresar —responde James, y cierra la puerta del despacho de mi jefa.

 

—¿Seguro?

 

—Seguro —insiste James—. Vamos, ven aquí y déjame ver qué llevas hoy bajo la falda.

 

¡Dios! Esto no puede estar pasando. El señor Cullen no debería ver lo que creo que esos dos están a punto de hacer. Pienso. Pienso cómo entretenerlo o despistarlo, pero no se me ocurre nada. Aquel hombre está casi encima de mí, sin quitarme ojo.

 

—Tranquila, señorita Swan. Dejémoslos que se diviertan —me susurra

.

¡Me quiero morir! ¡¡Qué vergüenza!! Instantes después no se oye nada a excepción del sonido de las bocas y las lenguas de esos dos al chocar. Asustada ante aquel incómodo silencio, miro por la abertura de la puerta del archivo y me tapo la boca al ver a mi jefa sentada sobre su mesa y a James manoseándola. Mi respiración se agita y Cullen sonríe desde su altura. Me pasa la mano por la cintura y me acerca más a él.

 

—¿Excitada? —me pregunta.

Lo miro y no hablo. No pienso contestar esa pregunta. Estoy avergonzada por lo que estamos presenciando los dos juntos. Pero sus ojos inquisidores se clavan en mí y él acerca todavía más su boca a la mía.

 

—¿Te excita más el fútbol que esto? —insiste.

 

¡Oh, Dios! Me excita él. Él, él y él. ¿Cómo no excitarme con un hombre como ése encima de mí y ante una situación semejante? ¡A la porra el fútbol! Al final, vuelvo a asentir como un muñequito. No tengo vergüenza. Cullen, al verme tan alterada, también mueve su cabeza. Mira por la rendija y me arrastra hasta quedar ambos delante del hueco de la puerta. Lo que veo me deja sin habla. Mi jefa se encuentra abierta de piernas sobre la mesa, mientras James pasea su boca con avidez por la entrepierna de ella. Cierro los ojos. No quiero ver aquello. ¡Qué vergüenza! Instantes después, el alemán, que continúa agarrándome con fuerza, vuelve a empujarme contra el archivador y pregunta cerca de mi oreja:

 

—¿Te asusta lo que ves?

 

—No… —Él sonríe y yo añado entre cuchicheos—: Pero no me parece bien que los estemos mirando, señor Cullen. Creo que…

 

—Mirarlos no nos hará daño y, además, es excitante.

 

—Es mi jefa.

 

Hace un gesto afirmativo y, mientras pasea su boca por mi oreja, susurra:

 

—Daría todo lo que tengo porque fueras tú quien esté sobre la mesa. Pasearía mi boca por tus muslos, para después meter mi lengua en tu interior y hacerte mía.

 

Boquiabierta. Pasmada. Alucinada. Pero ¿qué me ha dicho ese hombre? Impresionada y altamente excitada, voy a contestarle una fresca cuando, de repente, todo mi cuerpo reacciona y siento que mi vientre se deshace. Lo que ese hombre acaba de decir me altera y no lo puedo disimular, por mucho que sea una grosería por su parte. Entonces, el recorrido de sus labios se detiene frente a mi boca. Sin dejar de mirarme, saca su húmeda lengua, la pasa por mi labio superior, después por el inferior y, finalmente, me da un leve y dulce mordisquito en el labio.

 

No me muevo. ¡No puedo ni respirar! Al ver que mi respiración se agita, vuelve a sacar su lengua e, inconscientemente, abro la boca. Quiero más. Sus pupilas se dilatan. Seguro de lo que está haciendo, mete su lengua en el interior de mi boca y, con una pericia que me deja sin sentido, comienza a moverla hasta hacerme perder el sentido. Olvidándome de todo, respondo a sus exigencias y en seguida siento que soy yo la que se aprieta contra su recio pecho en busca de algo más.

 

Me dejo llevar por mi deseo. Durante unos segundos, nos besamos apasionadamente en el más absoluto de los silencios mientras escuchamos los placenteros gemidos de mi jefa. Mi cuerpo tiembla al contacto con su cuerpo. Siento cómo sus manos me aprietan el trasero y deseo gritar… pero ¡de gusto! Instantes después, saca su lengua de mi boca y, sin apartar sus azules ojos de mí, pregunta:

 

—¿Cenas conmigo?

 

Vuelvo a mover la cabeza, pero esta vez para negarme. No pienso cenar con él. Es el jefazo, el dueño de la empresa. Pero mi respuesta parece no agradarle y afirma:

 

—Sí. Cenas conmigo.

 

—No.

 

—¿Te gusta llevarme la contraria?

 

—No, señor.

 

—¿Entonces?

 

—Yo no ceno con jefes.

 

—Conmigo sí.

 

Su proximidad es irresistible y el nuevo asalto a mi boca es arrebatador. Si antes hubo llamaradas, ahora es puro fuego. Ardor… Calor… Y cuando consigue que toda yo me convierta en gelatina entre sus manos, vuelve a sacar su lengua de mi boca y amaga una sonrisa. ¡Me encantan esos amagos!

 

Sin habla y perturbada, lo miro. ¿Qué narices estoy haciendo? Sin moverse un milímetro de su posición, saca una Blackberry negra y comienza a teclear en ella.

Minutos después oigo que llaman a la puerta de mi jefa, mientras él me pide silencio. James y ella se recomponen rápidamente y no puedo evitar sorprenderme de su capacidad de reacción. Segundos después, James abre.

 

—Disculpe, señora Volturi —dice un desconocido—. El señor Cullen quiere tomar un café con usted. La espera en la cafetería de la planta nueve.

 

A través de la puerta entreabierta y aún con el alemán encima, veo cómo James se marcha y mi jefa saca un neceser de uno de los cajones de su mesa. Se repasa los labios rápidamente y, tras colocarse el pelo y la ropa, sale del despacho. En ese momento, siento que la presión que ejerce ese hombre sobre mí se relaja y me suelta.

 

—Escuche, señor Cullen…

Pero no me deja hablar. Vuelve a ponerme un dedo en la boca. Me siento tentada de morderlo, pero me contengo. Y, tras abrir las puertas del archivo, me mira y me dice:

 

—De acuerdo. No nos tutearemos. —Camina hacia la puerta y añade con una seguridad aplastante—: La paso a recoger por su casa a las nueve. Póngase guapa, señorita Swan.

 

Y yo, me quedo mirando la puerta como una tonta. Pero ¿de qué va este tío? Quiero gritar que no, pero si lo hago, toda la oficina me oiría. Acalorada y frenética salgo del archivo y, mientras camino hacia mi mesa, suena mi móvil. Un mensaje. Lo abro y me quedo a cuadros cuando leo:

 

 «Soy el jefe y sé dónde vive. No se le ocurra no estar preparada a las nueve en punto».

Capítulo 2: Capitulo 2 Capítulo 4: Capitulo 4

 
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