Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51520
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 31: Capitulo 31

 

CON el lunes comienza la semana laboral. No he vuelto a saber nada de Jacob y casi que lo agradezco. Cada vez que pienso lo que hice me avergüenzo. Soy una cabrona con todas las letras. Me aproveché de la debilidad que siente por mí y, en cuanto conseguí lo que quise, lo dejé sin pensar en sus sentimientos.

 

Miro mi correo mil veces, dos mil, tres mil, pero Edward no contesta. Da la callada por respuesta y eso me enfurece más. Definitivamente no le importo. He sido un rollito más para él y tengo que asumirlo.

 

¡Soy imbécil!

 

Mi jefa llega y hoy está especialmente impertinente. James intenta quitármela de encima y lo hace de la mejor forma que sabe. ¡Sexo! Yo me hago la tonta y hago como que no me entero de nada. En el fondo, hoy le agradezco a James que la tenga ocupada.

 

Los días pasan y mi tatuaje apenas me molesta. He seguido todas las instrucciones que Sam me dio, y aún lo llevo bajo el plástico que él me puso.

 

Continúo sin noticias de Edward.

 

Mi jefa, como siempre, sigue tan simpática. Me llena la mesa de trabajo hasta el último día y yo, como buena pringada, me lío con él. Si hay algo que mi padre me ha enseñado es a no dejar nada a medias nunca.

 

El jueves salgo con mis amigos a tomar unas cervezas. Sam está entre ellos y me pregunta por mi tatuaje. Es el único que lo sabe y me niego a que lo sepa nadie más. Quedo con él en pasar el viernes por su estudio para que lo vea.

 

¡Y por fin es viernes!

 

En unas horas cojo las vacaciones.

 

Sigo sin saber nada de Edward y del supuesto viaje a las delegaciones, por lo que lo doy por olvidado. Tras darle mil vueltas a la cabeza, decido no pensar en ello. Algo imposible, pues Edward no me abandona.  Cuando apago mi ordenador y me despido de mis compañeros, casi no me lo creo. Voy a estar casi un mes fuera de aquella oficina, de aquel ambiente, y eso me apetece una barbaridad. Cuando salgo, voy directamente a ver a Sam. Me ve el tatuaje y me indica que ya me puedo quitar el plástico que lo protege.

 

Al llegar a casa, tengo un mensaje de mi hermana en el contestador. Me pide que me quede con mi sobrina dos noches. Tiene planes con Eleazar. Incapaz de hacer lo contrario, le digo que sí. Mi hermana está desatada y eso me hace sonreír.

A las nueve de la noche, mi tremenda sobrina llega a casa y se hace dueña de la televisión, mientras mi hermana, entre suspiros y aspavientos, me cuenta sus últimas hazañas sexuales. Cuando se va, mi sobrina me pide que llame a TelePizza y juntas nos comemos una pizza de jamón de York mientras me hace tragarme los absurdos dibujos de Bob Esponja. ¿Por qué le gustarán?

 

A las doce, agotada de tanto Bob Esponja, Calamardo y de oír «burguer-cangre-burguer», nos vamos a la cama. Luz se empeña en dormir conmigo y yo accedo, encantada.

 

El domingo por la mañana, mi hermana aparece más feliz que una perdiz, y tras decirme «¡Ya te contaré!», se marcha con prisas con mi sobrina. Mi cuñado la espera en doble fila en el coche.

 

Aquella noche, tras un día tirada en el sofá, observo mi maleta. Al día siguiente me voy para Jerez a pasar unos días con mi padre. Me bebo un vaso de agua y me meto en la cama aunque, antes de apagar la luz de la lamparita, miro los labios marcados de Edward en ella. Apago la luz y decido dormir. Lo necesito.

 

Mi llegada a Jerez, a la casa de mi padre, como siempre es motivo de algarabía en el vecindario. Lola, la jarandera, me abraza; Pepi, la de la bodega, me besuquea. Billy y el Lucena, cuando me ven, dan triples mortales de alegría. Todos me quieren. Mi padre es un hombre muy apreciado. Tiene el típico taller de coches y motos de toda la vida, «Taller Swan», y es más conocido aquí que el vino fino.

 

Por la tarde, mientras me estoy dando un bañito en la maravillosa piscina que mi padre ha puesto en la casa, aparece Jacob. Mientras nado hacia el borde, me fijo en sus pantalones blancos y en la camisa de lino naranja que lleva. Está tan guapo como siempre y esos colores a su tono de piel le vienen fenomenal. Sonríe.

Eso es buena señal.

 

—Hola, jerezana.

 

—¡Holaaaaaaa!

 

—Ya era hora de que regresaras al hogar, ¡descastá!

 

Sus palabras y su sonrisa me dan a entender que está bien, que su enfado conmigo está olvidado. Eso me reconforta. Salgo de la piscina con mi biquini de camuflaje y noto cómo recorre con sus ojos todo mi cuerpo. Mi padre, que no ve su mirada, se acerca por detrás.

 

—Mira quién ha venido a verte, morenita. ¿Quieres una cervecita, Jacob?

 

—Gracias, Charlie, la tomaré encantado.

 

Mi padre se va y nos deja solos. Nos miramos y le pregunto entre risas:

 

—¿Quéeeeeeeeeeee?

 

—Estás muy guapa.

 

Encantada por el piropo, murmuro mientras me seco la cara con una toalla:

 

—Graciasssssssss… tú también lo estás.

 

Me acerco a él y le doy dos besos. Siento sus manos en mi cintura mojada y al ver que no me suelta, le replico.

 

—Suéltame o mi padre le irá con el cuento al tuyo y nos organizan la boda en dos días.

 

—Si ésa es la manera de verte más a menudo, ¡aceptaré!

 

Me río y él me suelta. Nos sentamos en una de las sillas.

 

—¿Qué tal todo?

 

—Bien. ¿Y tú?

 

Jacob asiente. No quiere profundizar en lo que ocurrió. En ese momento, aparece mi padre con dos cervezas y una Coca-Cola para mí. Durante un buen rato, los tres charlamos junto a la piscina. A las ocho, Jacob me invita a cenar. Voy a decir que no, que no me apetece, pero mi padre rápidamente acepta por mí. A las nueve, ya arreglada, salgo del chalet de mi padre con Jacob y me monto en su coche.

 

Me lleva a un restaurante nuevo que han abierto en Jerez y disfrutamos de una cena agradable. Jacob es simpático y con él nunca se acaban los temas de conversación. Cuando salimos de allí nos vamos a una terracita a tomar algo.

 

—Bella —me dice, cuando menos me lo espero—, si te invito a venirte conmigo unos días al Algarve, ¿aceptarías?

 

Casi me atraganto. Lo miro y le pregunto:

 

—¿A qué viene eso ahora?

 

Jacob se apoya en la mesa y me retira un mechón que me cae en los ojos.

 

—Ya lo sabes.

Lo miro, desconcertada. ¿Otra vez con lo mismo? Y, antes de que pueda decir nada, se abalanza sobre mí y me da un beso. Su lengua toma mi boca.

—Tu jefe no es recomendable para ti.

 

¡Stop! ¿Jacob me está hablando de Edward?

 

—Edward Cullen no es el hombre que tú crees —me dice.

 

—¿De qué estás hablando?

 

Jacob me acaricia el óvalo de la cara.

 

—Digamos que se mueve en ambientes que no son sanos para ti.

 

Sin necesidad de preguntar sobre lo que habla, lo entiendo. Pero la sangre se me espesa al darme cuenta de que Jacob curiosea en mi vida. ¿Por qué últimamente todos me espían? Lo miro a los ojos, malhumorada.

 

—¿Y tú qué sabes de mi jefe y de sus ambientes?

 

—Bella, soy policía y para mí es muy fácil conocer ciertas cosas. Edward Cullen es un rico empresario alemán al que le gustan mucho las mujeres. Se mueve en un ambiente muy selecto y me consta que le gusta compartir algo más que amistad.

 

Saber que Jacob conoce ciertas cosas de Edward me incomoda, me inquieta.

 

—Mira, no sé de qué hablas, ni me importa —le replico, incapaz de callarme—. Pero lo que no entiendo es qué haces tú hablándome de mi jefe y de lo que hace en su vida privada.

 

—Bella, tu jefe no me importa, pero tú sí —aclara mirándome—. Y no quiero que tomes una decisión equivocada. Sé quién eres, me gustas y no quiero que nadie pueda jorobar lo nuestro.

 

—¿Lo nuestro? ¿Y qué es lo nuestro?

 

—Lo nuestro es lo que tú y yo tenemos. Nos gustamos desde hace años y…

 

—Diosssssssss… Diosssssssssss… —murmuro horrorizada.

 

—Bella ese hombre no…

 

—¡Se acabó! No quiero oírte hablar de mi jefe, ni de mi vida privada, ¿entendido?

 

Jacob dice que sí con la cabeza y nos envuelve un silencio incómodo.

 

—Llévame a casa o me iré sola, ¡elige! —le digo, levantándome.

 

Se levanta, apura su copa y se saca las llaves del coche del bolsillo.

 

—Vamos.

 

Nos montamos en su coche. Conduce y ninguno de los dos hablamos. Cuando llegamos a la puerta de la casa de mi padre, para el motor me mira y susurra:

 

—Bella, piensa en lo que te he dicho.

 

Y acercándose a mí, me besa. Me toma los labios con dulzura y yo en un principio le respondo, pero, cuando Edward aparece en mi cabeza, me aparto. Abro la puerta del coche, me bajo y camino hacia la casa de mi padre, maldiciendo.

Capítulo 30: Capitulo 30 Capítulo 32: Capitulo 32

 
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