Stripper Love(+18)( Edward's in the Air)

Autor: roxy_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 26/02/2010
Fecha Actualización: 17/05/2010
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 57
Visitas: 116806
Capítulos: 16

Propiedad de  Edward's in the Air

Edward Cullen viaja a la ciudad de Las Vegas por la despedida de soltero de su amigo sin esperar encontrarse con una exótica bailarina que le hará ver la vida de una forma completamente distinta.

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Capítulo 6: Chapter 6

HOLA, El primer Lemmon!!!!! Espero que les guste , a mi me fascino (mi mente morbosa) 


Edward

Difícil.

Ésa era una palabra que me venía repitiendo desde que llegué al bar del hotel.

Difícil, muy difícil.

Apenas y podía darme cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Tanya ya no me importaba, el maldito anillo que estaba guardado en la caja fuerte mucho menos. Por más que trataba de impedirlo, mi mente navegaba a ese condenado putero y a ese endemoniado privado. Tan pronto con ella… aunque conociendo las mentes perversas de Emmett y de Jacob, casualidad no podría ser un adjetivo para ese suceso. No. Todo fue planeado.

Absolutamente todo.

¡Y ahora el tío venía a decirme que me olvidara de ella! ¡Después de haberme dado la colección completa de sus videos porno!

Lo admito, fue bastante ardiente verla, pero no pude aguantar más de media hora. Tan pronto como Emmett se fue con James, tuve que quitarlo. No podía verla lamiendo cosas que en mi vida me hubiera imaginado. Al principio lo soporté, pero ya después no… incluso tuve que dejar de auto complacerme porque ya no me producía nada observarla follándose a Pixie.

Sería muy diferente si me estuviera follando a mí.

—Difícil…

—¿Disculpe, señor? —escuché que pregunte el mesero. Alcé la mirada para darle entender que lo estaba escuchando… a medias—. ¿Podría usted decirme qué es tan difícil? Ha estado repitiéndose eso desde hace más de una hora.

Traté de contener un resoplido pero me fue imposible. El mesero alzó una ceja.

—No tiene que contestarme —añadió rápidamente.

—No, no… no es eso —dije meneando la cabeza y haciendo un gesto con la mano para que me sirviera otra ronda de tequilas—. Es sólo que – ¿se ha enamorado alguna vez de una stripper?

—¿Enamorado? —preguntó el mesero accionando la manguera de tequila y llenado los vasitos—. No, ha decir verdad no. Recuerdo que un compañero quedó idiotizado por una, pero a mí nunca me ha sucedido.

—¿Y qué le sucedió a su compañero?

—Hm —reflexionó unos momentos—… se aferró tanto a ella que le tuvieron que vetar del lugar… Pure, creo que se llamaba.

—¿La chica? —pregunté mientras alcanzaba un caballito.

—No, el bar. La chica se llamaba Honey; bien conocida en la farándula para adultos.

El tequila me quemó la garganta, pero el ardor que sentí al tomarlo de golpe no se comparó con el de saber que no era el único estúpido que se había obsesionado con ella. Honey ha de tener miles de penes erectos persiguiéndole su redondo, hermoso y exquisito trasero, y yo solamente era uno más. Un pobre, triste, urgido y desolado pene que vibraba de ganas por poseer a semejante beldad, pero que, tristemente, era imposible.

—Sí, la conozco —murmuré tomando el segundo caballito.

—Todo el mundo lo hace —dijo el mesero limpiando los vasos de vidrio—. ¿Le ha hecho el privado? Dicen que es cosa de otro mundo.

Resoplé una última vez y terminé de tomarme los tres caballitos restantes. Me sentía un poco mareado, pero terminaría de embriagarme en el cuarto. Le dí las gracias al mesero después de darle una propina un poco tacaña, pero el imbécil se merecía menos por entrometido y chismoso. Así que tambaleándome, salí del bar y me encaminé a mi habitación.

Difícil.

No amaba a Honey, obviamente, porque lo que sentía por Tanya era… bueno, eso… amor. O al menos eso era lo que me decía constantemente. Perdoné su infidelidad, perdoné su indiferencia, perdoné sus insultos. El amor consistía en perdonar. En perdonar y ser perdonado. ¿Me perdonaría por haberla engañado? ¿Me volvería a tocar si supiera que toqué a 'una de ésas'? ¿Qué pensaría ella de Emmett y de Jacob?

Oh, pero si tan sólo supiera las cosas que me gustaría hacerle a esa mujer… a Honey… a su trasero torneado, a sus piernas largas, a su abdomen terso, a sus pechos jugosos… a ese sexo tan caliente y tan tierno que tenía ahí debajo. Grr. Sus carnosos labios besándome, rodeando mi miembro mientras me mira a los ojos…

¡Basta!

Me apoyé en la pared del pasillo respirando entrecortadamente. Necesito calmarme, despejar estos pensamientos turbios y peligrosos. No me iba a traer nada bueno, no si pensaba proponerle matrimonio a Tanya… la mujer que amo. Sí, suena bien. Tanya la mujer que amo. Y Honey era la mujer que me quería follar con tantas ganas que dolía. Bien, qué bueno que ha quedado definido todo. Si pensaba en Tanya, el corazón me palpitaba, y si pensaba en Honey, mis pantalones me apretaban.

Bueno, estaba decidido. No más obsesiones absurdas, no más clubs de strippers. Haber aceptado la idea de venir a Las Vegas pasaba a ser una de las peores decisiones de mi vida. Tan sólo me perdonaba haberlo echo por ser la despedida de soltero de Emmett. Bien, no más despedidas de solteros.

Miré la puerta de mi habitación decidido a ser una sola cosa al entrar ahí: juntar todas las películas y lanzarlas por la ventana, o quemarlas, o guardarlas en la caja otra vez y esperar a que estemos en la carretera para lanzarla al vacío. Qué pena… pero era lo mejor, para mí y para mi sanidad mental.

Apenas abrí la puerta supe que algo raro estaba pasando, pues todas las luces estaban apagadas y no recordaba haberlas dejado así. ¿Será que Jasper tuvo algo que ver? Lancé una mirada desconfiada hacia el pequeño barcito que estaba a un costado, y sus luces azules reflejaron mi rostro demacrado en los paneles de vidrio. Mierda, me veía jodido. Tan jodido, que pensé que me resultaría imposible des-joderme para cuando estemos de regreso en Los Ángeles. Probablemente Tanya me interrogaría incansablemente… joder.

Pasé junto a la habitación de Jazz y escuché algunos suspiros y gemidos provenientes de su habitación. Al parecer, aún veía los videos, y vaya que los estaba gozando: podía notar algunos suspiros masculinos, y me reí amargamente al pensar que yo hubiera estado haciendo lo mismo si no hubiera sido por Tanya. Estaba alejándome cuando escuché una voz femenina.

—Jazz…

Me paré en seco. ¿Había olvidado a María y decidió llamar a una call girl para 'desahogarse'? Bueno, no sería raro en Jasper.

—Alice… —gimió Jasper de vuelta.

Decidí que estaba siendo demasiado Voyeur sin siquiera verlos en acción, así que me di la media vuelta y me alejé de ahí. Me estaban dando ganas locas de entrar en el meollo también; llamaría a Tanya para ver si podíamos tener un poco de sexo telefónico. No creo que se niegue: para ella, mientras menos toque, mejor.

Sin embargo, al abrir la puerta de mi habitación, no esperaba encontrarme con lo que me encontré.

—Hola otra vez.

¡Santa madre del cordero purificado con su más grande gracia!

Que alguien me diga que esto no está pasando… por favor.

Comenzó a caminar hacia a mí, deslumbrante; la luz de la luna iluminaba su curvilíneo contorno mientras avanzaba peligrosamente. Se detuvo a unos cuantos centímetros de mí y cerró la puerta sin dejar de mirarme. Pude escuchar el clic del seguro, y supe en ese instante que estaba perdido, perdido en ella y en su cuerpo tan carnoso, y mierda, no quería caer tan fácilmente pero es que cuando esa mierda se endurece, mi cerebro ya no piensa y—

—No pareces contento de verme —susurró pegando su cuerpo al mío. ¿Estaba loca?

Miente, miente.

—No lo estoy —dije alejando mi área pélvica para que no se de cuenta de mi entusiasmo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Emmett nos ayudó a localizarte. A ti y a Jasper.

—¿Emmett? —Maldito idiota—. Bueno, de verdad, Honey… tienes que irte.

—No quiero hacerlo.

No mires hacia abajo, no mires hacia abajo.

—Pero tienes que hacerlo.

—¿Por qué?

Esto iba a ser más difícil de lo que pensé.

—Porque no quiero que estés aquí.

Escuché una risita: la perra se estaba riendo de mí.

—Mentiroso. Me deseas tanto como yo te deseo.

Tetas astutas. Hay que seguir mintiendo.

—Honey, de verdad…

—Dime por qué no me deseas.

La respuesta era sencilla… otra mentira, pero sencilla.

—Porque estoy comprometido.

—Oh…

Sentí su cuerpo alejarse del mío, y agradecí que lo haya hecho. Sin embargo, la sentí tensarse, como si lo que escuchó de mí no le hubiera gustado. Supe que había dado en el clavo, porque comenzó a acomodar su bolso y a alejarse cada vez más de mí, y a pesar de que me sentía bien por no haberle sido infiel a Tanya, comencé a extrañar la proximidad tan íntima que había sentido. Joder… estaba jodido.

—Bueno, supongo que es mejor que me vaya… —susurró ella sin verme a los ojos.

Y aunque pensaba que era lo mejor, me sentí tan, tan mierda.

—Yo—

—No, no pasa nada. Yo sólo—nos vemos, Edward.

Alcanzó el pomo de la puerta y no sé por qué demonios mi cerebro se desconectó y ya sólo pensaba con mi otra cabeza. Prácticamente le grité para que no se vaya… no quería que se vaya. La quería para mí, sólo para mí.

—¡Espera!

Ella se detuvo, dándome la espalda. Su gabardina tapaba su cuerpo pero pude ver que temblaba. ¿Temblaba? ¿De qué? Estuve tentado a tocarle el hombro, pero si lo hacía, terminaría revolcándome con ella en un dos por tres.

—Espera —volví a decir.

—Estoy esperando —dijo suavemente.

—Yo—verás —las palabras me faltaban pero sabía que tenía que aunque sea, medio explicarle lo que sucedía en mi cerebro—. Es más complicado de lo que crees, Honey.

—¿Podrías explicarte?

—No.

—¿Y qué esperas que haga? —susurró, haciéndome temblar.

—Que te quedes.

—Me dijiste hace menos de dos minutos que no me querías aquí.

—Mentí.

Quédate, quédate. Por favor, quédate.

—¿Y tu novia? —preguntó con voz trémula.

—¿Qué hay con ella?

—¿No estás comprometido?

—Sí, la amo —dije con completa sinceridad. La palabra amor dejó de tener una definición significativa, por lo que pude decir eso sin titubeos—. Pero no la deseo.

—Pero la amas… no deberías hacerle esto.

—No la deseo, nunca lo haré.

—¿Y eso por qué?

Primera respuesta verdadera… y me encantaba como sonaba.

—Porque te deseo a ti.

Y ahí estaba. Ahí estaba la frase que desmintió todas las cosas que había dicho: la deseaba, maldita sea; la deseaba tanto que me dolía. No sólo me dolía ahí abajo, si no que me quemaba por dentro, todo, todo entero. El ardor comenzó en los pies y fue incinerando mis espinillas… mis rótulas prendieron fuego y colapsé. Agradecí a la dirección del hotel por haber colocado una cómoda junto a la puerta: fue mi único soporte. Ella estaba temblando, pero no volteaba a verme; yo quería que me volteara a ver. ¿Se estaría riendo de mí? ¿Qué demonios estaba pensando?

Necesitaba verla, hundirme en sus pozos de color chocolate, contemplar sus carnosos labios, sus lunares, sus largas pestañas.

—Honey, voltea.

Obedeció. Me quedé de piedra. Estaba sonrojada, y sus ojos estaban humedecidos.

—¿Qué?

—¿Me deseas tanto como me dijiste? —pregunté acercándome a ella.

—Lo hago, sí —contestó sin retroceder. Mi cuerpo estaba a milímetros del suyo.

—¿Por qué viniste? —volví a preguntar. Quería volver a escucharla decir cuánto me deseaba. Por que yo planeaba decirle y demostrarle cuántas malditas ganas le traía a su anatomía entera—. Dímelo.

—Te—deseo—tanto… —dijo con voz entrecortada, porque mi pelvis rozó con sus caderas. Ya sabía lo que venía, y eso me hacía endurecer cada vez más—. Tanto, tanto.

Coloqué mis manos sobre sus hombros para acariciarlos sobre la gruesa tela de la gabardina. ¿Por qué demonios traía algo tan abrigador si definitivamente no había frío? Deslicé un dedo a lo largo de su cuello, haciéndola cerrar sus ojos y exhalar suavemente. Me estaba poniendo cada vez más duro, y lo único que deseaba hacer era arrancarle su abrigo y poseerla allí mismo.

—No sabes cuánto te—

Ring, ring.

¡Putísima madre!

—No contestes —me susurró al oído mientras me apretaba el trasero y me pegaba más a ella—. Por favor, te lo suplico.

—Tengo que—mierda—hacerlo —las palabras se trastrabillaban al salir de mi boca por que sus manos expertas hacían un magnífico trabajo masajeando mis nalgas, combinado con la gloriosa sensación de tener mi miembro tan cerca de ella otra vez—. Espera…

Alcancé el maldito celular y enseguida quise lanzarlo por la borda: Tanya. Honey pareció entender mi expresión.

—¿Tu prometida? —susurró alejándose un poco.

—Sí, es ella —respondí sin siquiera molestarme en apretar el botón de colgar—. Pero no me interesa… no mientras tú estás aquí.

—Y supongo que cuando me vaya la llamarás enseguida, ¿cierto?

—Cierto, o probablemente lo sea.

—Oh vaya —dijo ella con sorpresa. Se alejó unos pasos de mí acercándose más a la cómoda y se comenzó a desajustar las tiras de su abrigo—. Entonces aprovechemos.

Dejó caer su maldito saco y entonces comprendí porqué lo había usado en primer lugar: ahí estaba ella, en medio del revoltijo azabache, con un sostén demasiado pequeño para sus enormes pechos y un diminuto bóxer femenino de encaje… transparente. Se acomodó el cabello colocándoselo a los lados, dejándolo caer sobre sus senos. Se veía tan—

Irresistible.

—Bueno, Edward… ¿me vas a hacer trabajar o me quieres quitar esta molesta ropa interior?

No tuve que pensarlo dos veces: me pegué a ella y la recliné sobre la cómoda, lanzando a un lado todas las pendejadas que había encima. Coloqué sus piernas a mi alrededor, deleitando mi oído al escucharla gemir cuando rocé mi miembro contra su intimidad. Siseé por el contacto, pero no perdí más tiempo y le alcé la nuca para estrellar mis labios con los de ella. Honey recibió mi boca necesitada, sedienta, en inmediatamente apreté uno de sus pechos con mi mano.

Tan bien, tan perfecta.

—Házmelo—ahora —gemía ella con una voz increíblemente suplicante—. Por—favor…

Tan mía.

—Lo haré —dije buscando el broche de su sostén—. No te preocupes.

Desgraciadamente, no encontré el jodido broche y comencé a desesperarme. Honey se deshizo de mis manos y llevó las suyas hacia sus senos: se abría por adelante. Y santa misericordia, ver sus pechos saltar libres me volvió loco. Los ataqué con fiereza, uno por uno, succionando, lamiendo, mordiendo incluso. Estaba a punto de colapsar antes de tiempo por esos sonidos tan excitantes que hacía esa mujer. Sentada como estaba, apoyándose con sus manos y con la cabeza para atrás… tuve que contener los jodidos espasmos si no quería parecer un niño de doce años.

Tras soltar uno de sus pezones, comencé a subir otra vez, deteniéndome en su clavícula y recorriéndola con la lengua. Se estremeció cuando besé su hombro, y dejó salir un grito ahogado cuando me volví a apretar contra ella.

No podía más… la necesitaba.

Bajé una mano, dirigiéndola a su intimidad… a ese lugar tan caliente y húmedo. Tan húmedo que sus pantaletas estaban empapadas. Soltó un gemido cuando le apreté el clítoris.

—¿Podrías estar más húmeda? —le pregunté mientras seguía apretándola.

—S-sí.

—Veamos…

Rompí sus bragas con brusquedad. Gritó cuando sintió mis dedos adentrarse sin compasión, bombeándola una y otra vez, y se aferró a mi cabello cuando fue mi lengua la que se hizo camino entre sus pliegues, lamiéndola, besándola, succionando su nudo incansablemente. Gemía tan fuerte, tan sedienta de mí. Me volví loco, por lo que ataqué con más fuerza, abriéndole sus piernas aún más para que pueda tener aún más acceso. Pareció encantarle, porque el sonido que salió de su boca fue indescriptible.

La quiero… la deseo.

—Tú—tú —repetía ella jalándome el cabello—. Te—quiero—a—tí—adentro.

Volví a subir, entreteniéndome en sus pechos, mordisqueándolos otra vez. Sentí sus manos dirigirse a mi cinturón, y supe que ya se acercaba el momento.

—¿Podrías—estar—más—duro? —preguntó ella medio riendo mientras se deshacía de mis pantalones.

—Pruébame —le silbé, liberando mi ultra endurecido miembro—. ¿Crees hacerme endurecer aún más?

Ni siquiera me contestó: colocó mi pene en su entrada, frotándolo contra su hinchado clítoris y su humedecido sexo. Dejé salir un gruñido al sentirla tan caliente.

—Có-ge-me —ordenó enredando sus piernas alrededor de mi cintura—. Te lo ruego.

Embestí sujetándome de sus caderas, y la primera entrada se sintió como el maldito paraíso. Estaba más estrecha—muchísimo más estrecha—que la jodida Tanya, por lo que gruñí primitivamente al sentirla tan apretada y tan caliente. Su grito me sacó de quicio, y quise darle más, quise darle todo. Volví a embestir, salvaje, muy salvaje. La besé con ahínco, mordiendo sus labios, atrapando su lengua, respirando pesadamente por los aporreos que le daba. Honey gritaba, yo gruñía, silbaba, la mordía por todos lados.

—¡Mierrrrrda! —chillaba al propinarle una embestida especialmente brutal—. ¡Más—por favor—más!

La sujeté por el trasero y la alcé, estrellándola contra la pared y hundiéndome aún más en su cavidad. Su berrido me indicó que le encantaba que yo sea salvaje, por lo que la estrellé incontables veces hasta que sentí sus paredes tensarse. Clavó sus uñas en mi espalda cuando le mordí un pezón, pero no puso peros al girarla y tomarla por detrás.

—¿Te importa? —le pregunté; ella negó con su cabeza y sacó su trasero, sosteniéndose de la pared.

—N-no —susurró con las piernas temblorosas—. Házmelo sin contemplaciones.

Apreté sus nalgas haciéndola gemir; entrar en ella otra vez fue increíble, pero aporrearla en la pared no fue nada comparado con lo que sentí al darle doble placer estimulando su clítoris con mi mano libre, y con la otra jalarle el cabello y apretarle y pellizcarle un pezón. Estaba tan húmeda que sentía sus líquidos gotearle en las piernas.

—Estoy—cerca.

—Lo sé.

Me hundí más, e introduje tres dedos de un solo golpe, el grito que soltó al sentirlos me sacó de mis cabales. Comencé a bombearla acorde a mis embestidas de por atrás; cinco veces fueron suficientes. Se corrió, arañando la pared y gritando mi nombre continuamente.

—No puedo desaprovechar esto —le susurré, y acto seguido me hice lugar entre sus piernas.

—No—puedo—más —gemía.

Coloqué una de sus piernas sobre mi hombro y succioné su humedad hasta terminar con ella. La sostuve porque la ví tambalearse y no creí que aguantara mucho tiempo de pie, y eso me elevó el ego hasta el cielo. Increíblemente, mi orgasmo todavía no llegaba y aunque me sentía como en el mismísimo paraíso, deduje que podría aguantar algún tiempo más, así que terminé de juguetear con su sexo mojado y la cargué, enredando sus piernas a mi alrededor y dirigiéndola a la cama. Pero maldita sea, no podía caminar sin estar dentro de ella, así que una vez que me sumergí otra vez, avancé con pasos rápidos hacia el colchón y la dejé caer, sus senos rebotando descontroladamente y su cascada marrón extendiéndose como seda.

Ella es la bomba.

—¿Lista? —le pregunté mientras me tendía sobre ella.

A la luz de la luna, pude ver sus labios ensancharse. Sonreía… me estaba sonriendo.

—Para ti, siempre.

Sus piernas, aunque débiles, se abrieron de par en par y las asentó sobre mis hombros. Mierda, su elasticidad era increíble, y eso me encendía cada vez más. La penetré de nuevo, y otra vez, me salía, volvía a entrar, le besaba un pecho, le succionaba la piel de su clavícula, volvía a salir, me rozaba con ella… sus suspiros pesados llenaron la habitación, y mis gruñidos 'mas o menos' controlados la acompañaban en una perfecta armonía.

—Fuerte —susurró clavándome las uñas en el trasero.

La obedecí, el salvajismo apoderándose de mí y emitiendo todo a ese cuerpo lánguido y sin fuerza que se encontraba bajo mío. No parecía molestarle, al parecer, ya que su lenguaje corporal decía lo contrario. Se retorcía bajo mis brazos y eso me encantaba; alzaba sus manos haciendo que sus pechos se vieran más redondos y rebotaran más; hundía la cabeza en la cama con su rostro contorsionado por el placer; gritaba, gemía, chillaba, aullaba… era una máquina de sexo, y lo hacía como loca.

—¡Edward! —gritó, y el sonido de mi nombre me aceleró el pulso—. ¡O-otra—v-vez!

Locura. Demencia.

Se estaba corriendo por segunda vez.

Conmigo.

Sentí que, además de que sus paredes volvieron a tensarse, ella se apretó fuertemente, combinando sus labios mortales atrapando mi boca. La alcé de por la espalda, y la presión que ambos sentimos nos hizo soltar un grito ahogado, preparándonos para el final. Ella lo sabía, y rápidamente se giró quedando encima de mí. Apoyó sus brazos en la cabecera y comenzó a menearse desenfrenadamente, volviéndome loco al ver sus senos danzar libremente, botando desquiciados e incitantes.

—Más rápido —silbé colocando mis manos en sus caderas y ayudándola a moverse—. Rápido.

Inconscientemente, le dí una nalgada en ese perfecto trasero; al menos ayudó a que me montara con más vehemencia, sacudiéndose de placer y gritando con la cabeza para atrás. Le oprimía sus pechos, pellizcándole sus pezones fuertemente. Honey sólo chillaba y soltaba alaridos.

Me senté para hacerle compañía, y tras unos cuantos brincos más, se corrió, dejándose caer sobre el colchón y dejándome terminar con ella a mi antojo. La verdad es que no duré mucho tiempo más: se aferraba a mantenerse oprimida a mí, así que no necesité de mucha ayuda. Caí sobre ella, exhausto.

—Oh—por—Dios —soltó una vez que la coloqué encima de mí para abrazarla.

Solté una risita y le deposité un beso en su frente aperlada por las gotas de sudor.

—Pienso lo mismo… y podría decir que mejor.

—Pero al parecer ya habías disfrutado algunos de mis videos, así que lo que obtuviste no fue gran sorpresa —dijo señalando la pila de DVDs que habían sobre el televisor.

—¿Estás loca? —pregunté pasando mis dedos entre su cabello—. Esto fue mucho mejor que ver esos videos.

Honey se incorporó y se colocó encima de mí, mirándome divertida.

—¿Sabes que sería mejor? —preguntó con voz traviesa. Negué con la cabeza, y entonces ella saltó de la cama y se dirigió a la pantalla y comenzó a ver los títulos—. ¡Vaya! ¡Sí que tienes la colección completa!

—¿Q-qué—Mande? —pregunté, ya que me encontraba abobado con su trasero tan hermoso.

—Dije que tienes todos los videos —dijo divertida.

—Ah, sí.

Entonces ví mi móvil tirado a un lado de la cama y lo tomé; puse el modo 'Grabar' y me enfoqué en su delicioso derrière contoneándose frente a mí. Ni me di cuenta cuando colocó un DVD en la televisión, enseñando una muy sexy Honey con un trajecito de porrista haciendo piruetas tontas frente a una Pixie que examinaba sus pasos detenidamente. Me relamí los labios al ver sus senos brincar descontroladamente, pero lo que más me encendió fue ver a la Honey de carne y hueso colocarse entre mis piernas—ya que estaba sentado en el borde de la cama—y mirarme divertida y con ojos de lujuria.

"—¿Qué puedo hacer para que me aceptes?" —preguntaba la Honey del video.

La verdadera se comía con la mirada a mi miembro endurecido, y de tan sólo pensar lo que me haría… grr…

—¿Qué me vas a hacer, Honey? —le pregunté grabándola con mi móvil.

—Chupártela… ¿puedo?

"—¡Ungh! ¡Así!" —gritaba la del video al recibir los dedos de Pixie.

—Eres más que bienvenida —dije liberando una mano y bajando su cabeza hasta mi pene.

Lamida.

Bombeada.

Relamida.

Succión.

—Mier—¡Ah!

Escuché ese erótico sonido de mi miembro saliendo de golpe de su boca.

—¿Te gusta?

Como respuesta, volví a bajarle su cabeza, y comenzó a bombear desenfrenadamente, lamiendo muchas veces la punta de mi vara. Traté de mantener mi pulso estable para no perderme de detalle alguno. Honey se rió al ver que la grababa.

—¿Video casero?

—S-sí —respondí siseando—. Calla y sigue mamándomela.

Se rió más fuerte pero siguió tragándome, y después de unos cinco minutos más de sus lamidas y de esos eróticos sonidos de la televisión—que ahora parecían berridos—, comencé a prepararme para el despegue.

—Ho-Honey—ya—

—Córrete, cariño —dijo sin sacar mi pene por completo de su boca—. Yo te recibo.

No necesité más para dejarme ir y llenar la boca de Honey con mis fluidos. Me lamió por completo, limpiando hasta el más mínimo rastro de semen. Se relamió los labios antes de sentarse encima de mí, haciéndome gruñir por el contacto.

—Me traes loco —dije alejando el móvil para grabarla mejor.

—Tú me vuelves loca —me susurró ella sonriendo para la cámara—. ¿Quieres que te ayude con el video casero?

Tomó el celular y me invitó a que me acercara mientras se tendía en la cama. Supe enseguida qué debía de hacer. Atrapé sus pechos con la boca mientras ella se grababa desde arriba, y después me grabó tirándomela otra vez.

—Eres—tan—adictiva —dije enfocando su sexo abierto mientras le succionaba su clítoris—. Me encantas.

—Házmelo de nuevo.

La complací, tomándola por adelante, atrás, de un lado, en el piso, de nuevo en la pared. Toda la habitación quedó destruida, y no nos importó. La necesitaba todo el tiempo, y nunca era suficiente para mí. Su cara placentera quedó memorizada en la cámara, al igual que sus pechos redondos, su clavícula, su abdomen, su trasero, su sexo, sus piernas, su cabello… todo quedó en esa maldita grabación por celular.

—¿Qué crees que diga tu prometida si ve eso? —preguntó Honey una vez inmersos en la tina del baño—. ¿Crees que rompa el compromiso?

—No le he pedido que se case conmigo aún —expliqué enjabonándole la espalda—. Lo haré hoy en la noche.

—Oh —susurró ella tensándose—. ¿Pero crees que te perdone?

—Ella ya me engañó una vez… tiene que hacerlo.

Honey no dijo más acerca de ese tema, y tras hacerlo una vez más en la tina, nos salimos para vestirnos… para después arrancarnos la ropa otra vez.

—¿Por—qué—crees—que—no—podemos—parar? —preguntó tras su décimo quinto orgasmo.

—No sé —dije cayendo a su lado—. Pero me encanta no poder parar.

Las malditas luces del alba ya comenzaban a alumbrar la habitación, y ambos supimos que ya era hora de decir adiós. Yo tenía que regresar con Tanya; Jasper tenía que regresar con María; Emmett se casaría con Rose, yo me casaría con Tanya, Jacob quién sabe y James… bueno, él era un caso especial. No quería que esto se acabara.

Honey se revolvió incómoda a mi lado.

—¿Puedo quedarme unas cuantas horas? —preguntó trémulamente.

—Me voy a las diez.

—Son las siete y media…

—Está bien.

Se quedó dormida a mi lado, pero yo simplemente no pude pegar el ojo. Revisé mi celular y me encontré con más de una docena de mensajes de texto y llamadas perdidas, pero eliminé todas. Miré el video una y otra vez, hasta que la pila comenzó a parpadear. Lo lancé a un lado, revolviéndome entre las sábanas, tratando de imaginar qué demonios haría sin ella y sin su cuerpo tan pero tan ardiente. No era mero físico; su forma de ser, su manera de amarme, su risita tan irresistible… ¿cómo podría vivir con Tanya después de tener a semejante ángel?

—Honey —le dije suavemente. El reloj marcaba cuarto para las diez—. Hora de irse.

Ella abrió los ojos enseguida.

—¿Ya? —preguntó. Asentí sin mirarla a los ojos y fingiendo estar concentrado en la habitación—. ¿Edward?

—¿Sí?

—Házmelo una última vez.

Por poco y me atraganto.

—¡Qué cosas dices! —dije medio riéndome.

—Por favor —y dicho y hecho, se colocó encima de mí y se dejó caer, y yo solté un grito ahogado al sentirla tan de golpe, pero simplemente no podía hacerla a un lado, mucho menos rechazarla; y entonces ella comenzó a menearse, suavemente, tiernamente, y sus ojos cerrados y su boca entreabierta me llevaron al séptimo cielo, y sus constantes apretones me hacían gruñir, hasta que Honey se retorció una última vez… y salí disparado en ella, gimiendo su 'nombre', acariciándole el cuerpo, besando sus labios, sus hombros, sus pechos—

—¿Edward? —Toc, toc, toc—. Hora de irse.

Emmett.

—Un momento —alcancé a decir.

Honey se hizo a un lado y comenzó a vestirse, colocándose un nuevo par de braguitas, un top deportivo y unos pantalones ajustados, cubriendo su cuerpo con el saco azabache.

—No puedo hacer esto.

—¿Qué cosa? —pregunté incorporándome y buscando mis bóxers de lycra.

Ella meneó su cabeza y se colocó bien el bolso.

—Nada, nada. Nos vemos, Edward.

Se acercó a mí y me depositó un beso en los labios, tan suave que pensé que me desmayaría allí mismo. Sentí la urgencia de poseerla otra vez, pero alejó su cuerpo del mío y me susurró en el oído:

—Por cierto, me llamo Bella.

Cuando abrí los ojos, ya se había ido, y aunque salí en bóxers para tratar de alcanzarla, escuché la puerta principal cerrarse. Y fue entonces cuando, al ver los rostros de mis cuatro amigos, demacrados—aunque Emmett no tanto—y desalentados, comprendí que eso no había sido más que una maldita, jodida, y hermosa aventura.

Tan sólo eso.


Hola Chicas , me hacen tan feliz leer sus comentarios y que voten por la historia. No puedo creerlo mas de 1000 visitas con solo 5 capitulos, aunque la historia no es de mi propiedad me hace tan feliz que les encante. Sludos y agradeciementos de parte de la escritora Ana.

¿Comentarios? ¿Votos?.

Capítulo 5: Chapter 5 Capítulo 7: Chapter 7

 
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