Sombras De Amor y Pasión (+18)

Autor: bechi
Género: + 18
Fecha Creación: 31/01/2013
Fecha Actualización: 11/04/2013
Finalizado: NO
Votos: 23
Comentarios: 46
Visitas: 25679
Capítulos: 19

advertencia:contenido altamente sexual explicito 

 

 

Cuando sientes la oscuridad en tu vida, sin remedio a ver luz alguna.. Tienes que aprender a vivir en esa oscuridad que tú mismo tomaste como vida… Pero nada es para siempre, todo puede cambiar tarde o temprano, Y sabrás que la vida te tiene algo muy bueno para ti…

 

 

 

 

hola soy bechi y les traigo mi primer fic asu juicio esperando les guste y no sean tan duras pues es el primero... espero sus votos y comentarios para ver si lo estoy haciendo bien... este fic es basado en la trilogia de "50 sombras de grey" pero interpretado por Edward y Bella.... Besos desde el Salvador su Querida Amiga PERVERTIDA...

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Capítulo 18: capitulo 18...

NORMAS Obediencia:La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar.Sueño:La Sumisa garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo.Comida:Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta.Ropa:Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno.Ejercicio:El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa.Higiene personal y belleza:La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno.Seguridad personal:La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios.Cualidades personales:La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.

 

Madre mía.

 

—¿Límites infranqueables? —le pregunto.

 

—Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.

 

—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien. Me muevo incómoda.

 

La palabra «puta» me resuena en la cabeza.

 

—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.

 

—¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?

 

—No.

 

—De acuerdo.

 

Hazte a la idea de que será como un uniforme.

 

—No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.

 

—Isabella, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.

 

—Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?

 

—Quiero que sean cuatro.

 

—Creía que esto era una negociación. Frunce los labios.

 

—De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por semana, y media hora otro día?

 

—Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté aquí. Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.

 

—Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa? Eres buena negociando.

 

—No, no creo que sea buena idea. Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!

 

—Pasemos a los límites. Estos son los míos —me dice tendiéndome otra hoja de papel.

 

LÍMITES INFRANQUEABLESActos con fuego.Actos con orina, defecación y excrementos.Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.Actos con instrumental médico ginecológico.Actos con niños y animales.Actos que dejen marcas permanentes en la piel.Actos relativos al control de la respiración.Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo.

 

Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.

 

—¿Quieres añadir algo? —me pregunta amablemente. Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente. —¿Hay algo que no quieras hacer?

 

—No lo sé.

 

—¿Qué es eso de que no lo sabes? Me remuevo incómoda y me muerdo el labio. —Nunca he hecho cosas así.

 

—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo? Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo. —Puedes decírmelo, Isabella. Si no somos sinceros, no va a funcionar. Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos. —Dímelo —me pide.

 

—Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé —le digo en voz baja. Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.

 

—¿Nunca? —susurra.

 

Asiento.

 

—¿Eres virgen? Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez. Cuando los abre, me mira enfadado. —¿Por qué mierda no me lo habías dicho? —gruñe.  Christian recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo. Las dos manos… lo que quiere decir que está doblemente enfadado. Su férreo control habitual parece haberse resquebrajado.

 

—No entiendo por qué no me lo has dicho —me riñe.

 

—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos. Me contemplo las manos. ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué está tan rabioso? Lo miro.

 

—Bueno, ahora sabes mucho más de mí —me dice bruscamente. Y aprieta los labios—. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! —Lo dice como si fuera un insulto—. Mierda, Bella, acabo de mostrarte… —se queja—. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?

 

—Pues claro —le contesto intentando parecer ofendida. Vale… quizá un par de veces.

 

—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa. Vuelve a pasarse la mano por el pelo. Guapa. Me ruborizo de alegría. Edward Grey me considera guapa. Entrelazo los dedos y los miro fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa. Quizá es miope. Mi adormecida subconsciente asoma la cabeza. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba? —¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? —Junta las cejas—. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor. Me encojo de hombros.

 

—Nadie me ha… en fin… Nadie me ha hecho sentir así, solo tú. Y resulta que tú eres una especie de chico malo.

 

—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —le susurro.

 

—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… —Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza—. ¿Quieres marcharte? —me pregunta en tono dulce.

 

—No, a menos que tú quieras que me marche —murmuro. No, por favor… No quiero marcharme.

 

—Claro que no. Me gusta tenerte aquí —me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj—. Es tarde. —Y vuelve a levantar los ojos hacia mí—. Estás mordiéndote el labio —me dice con voz ronca y mirándome pensativo.

 

—Perdona.

 

—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte. Me quedo boquiabierta… ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten? —Ven —murmura.

 

—¿Qué?

 

—Vamos a arreglar la situación ahora mismo.

 

—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?

 

—Tu situación, Bella. Voy a hacerte el amor, ahora.—Oh. Siento que el suelo se mueve. Soy una situación. Contengo la respiración. —Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte.

 

—Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro. Trago saliva. De pronto se me ha secado la boca. Me lanza una sonrisa perversa que me recorre el cuerpo hasta llegar a…

 

—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también —me dice con mirada intensa. Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad.

 

—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —le digo con voz entrecortada e insegura.

 

—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. Bella, por favor, quédate conmigo esta noche. Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme entre sus brazos. El movimiento me toma por sorpresa y de pronto siento todo su cuerpo pegado al mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi coleta entorno a la muñeca y tira suavemente para obligarme a levantar la cara. Está mirándome. —Eres una chica muy valiente —me susurra—. Me tienes fascinado. Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina, me besa suavemente y me chupa el labio inferior. —Quiero morder este labio —murmura sin despegarse de mi boca. Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe. —Por favor, Bella, déjame hacerte el amor.

 

 

—Sí —susurro.

 

Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la mano y me conduce a través de la casa. Su dormitorio es grande.

 

Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos de Seattle. Las paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es ultramoderna, de madera maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel. En la pared de la cabecera hay un impresionante paisaje marino. Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a hacerlo, y nada menos que con Edward Grey.

 

Respiro entrecortadamente y no puedo apartar los ojos de él. Se quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a juego con la cama. Luego se quita la americana y la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos grises son audaces y brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines. Los pies de Edward Grey… Uau… ¿Qué tendrán los pies descalzos? Se gira y me mira con expresión dulce.

 

—Supongo que no tomas la píldora. ¿Qué? Mierda. —Me temo que no. Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente. —Tienes que estar preparada —murmura—. ¿Quieres que cierre las persianas?

 

—No me importa —susurro—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.

 

—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —murmura.

 

—Oh. Madre mía. Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los ojos. El corazón se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso, me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos. Oh, es tan sexy…

 

—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —me dice en voz baja. Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y la deja en la silla. —¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Bella Steele? —me susurra. Se me corta la respiración.

 

No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una mano y me pasa suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.

 

—¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? —añade acariciándome la barbilla.

 

Los músculos de mi parte más profunda y oscura se tensan con infinito placer. El dolor es tan dulce y tan agudo que quiero cerrar los ojos, pero los suyos, que me miran ardientes, me hipnotizan. Se inclina y me besa. Sus labios exigentes, firmes y lentos se acoplan a los míos.

 

Empieza a desabrocharme la blusa besándome ligeramente la mandíbula, la barbilla y las comisuras de la boca. Me la quita muy despacio y la deja caer al suelo. Se aparta un poco y me observa. Por suerte, llevo el sujetador azul cielo de encaje, que me queda estupendo.

 

—Bella… —me dice—. Tienes una piel preciosa, blanca y perfecta. Quiero besártela centímetro a centímetro.

 

Me ruborizo.

 

Madre mía…

 

¿Por qué me dijo que no podía hacer el amor? Haré lo que me pida. Me agarra de la coleta, la deshace y jadea cuando la melena me cae en cascada sobre los hombros.

 

—Me gustan las morenas —murmura.

 

Mete las dos manos entre mis cabellos y me sujeta la cabeza. Su beso es exigente, su lengua y sus labios, persuasivos. Gimo y mi lengua indecisa se encuentra con la suya. Me rodea con sus brazos, me acerca su cuerpo y me aprieta muy fuerte.

 

Una mano sigue en mi pelo, y la otra me recorre la columna hasta la cintura y sigue avanzando, sigue la curva de mi trasero y me empuja suavemente contra sus caderas. Siento su erección, que empuja lánguidamente contra mi cuerpo.

 

Vuelvo a gemir sin apartar los labios de su boca. Apenas puedo resistir las desenfrenadas sensaciones —¿o son hormonas?— que me devastan el cuerpo.

 

Lo deseo con locura. Lo cojo por los brazos y siento sus bíceps. Es sorprendentemente fuerte… musculoso. Con gesto indeciso, subo las manos hasta su cara y su pelo alborotado, que es muy suave. Tiro suavemente de él, y Christian gime. Me conduce despacio hacia la cama, hasta que la siento detrás de las rodillas.

 

Creo que va a empujarme, pero no lo hace. Me suelta y de pronto se arrodilla. Me sujeta las caderas con las dos manos y desliza la lengua por mi ombligo, avanza hasta la cadera mordisqueándome y después me recorre la barriga en dirección a la otra cadera.

 

—Ah —gimo.

 

No esperaba verlo de rodillas frente a mí y sentir su lengua recorriendo mi cuerpo. Es excitante. Apoyo las manos en su pelo y tiro suavemente intentando calmar mi acelerada respiración.

 

Levanta la cara y sus ardientes ojos grises me miran a través de las pestañas, increíblemente largas. Sube las manos, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja lentamente la cremallera. Sin apartar sus ojos de los míos, introduce muy despacio las manos en mi pantalón, las pega a mi cuerpo, las desliza hasta el trasero y avanza hasta los muslos arrastrando con ellas los vaqueros.

 

No puedo dejar de mirarlo. Se detiene y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se lame los labios. Se inclina hacia delante y pasa la nariz por el vértice en el que se unen mis muslos. Lo siento junto a mi sexo.

 

—Hueles muy bien —murmura.

 

Cierra los ojos, con expresión de puro placer, y siento como una sacudida. Extiende un brazo, tira del edredón, me empuja suavemente y caigo sobre la cama.

 

Todavía de rodillas, me coge un pie, me desabrocha la Converse y me la quita, junto con el calcetín. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace. Jadeo, muerta de deseo. Me agarra el pie por el talón y me recorre el empeine con la uña del pulgar.

 

Es casi doloroso, pero siento que el recorrido se proyecta sobre mi ingle. Gimo. Sin apartar los ojos de mí, vuelve a recorrerme el empeine, esta vez con la lengua, y después con los dientes. Mierda. ¿Cómo puedo sentirlo entre las piernas? Caigo sobre la cama gimiendo. Oigo su risa ahogada.

 

—Bella, no te imaginas lo que podría hacer contigo —me susurra. Me quita la otra zapatilla y el calcetín, y después se levanta y me quita los vaqueros.

 

Estoy tumbada en su cama, en bragas y sujetador, y él me mira detenidamente.

 

—Eres muy hermosa, Isabella Steele. Me muero por estar dentro de ti. ¡Vaya manera de hablar! Es todo un seductor. Me corta la respiración.

 

—Muéstrame cómo te das placer. ¿Qué? Frunzo el ceño. —No seas tímida, Bella. Muéstramelo —me susurra. Muevo la cabeza.

 

—No entiendo lo que quieres decir —le contesto con voz ronca, tan empapada de deseo que apenas la reconozco.

 

—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo. Muevo la cabeza.

 

—No me corro sola —murmuro.

 

Alza las cejas, atónito por un momento, sus ojos se vuelven impenetrables y niega con la cabeza como si no pudiera creérselo.

 

—Bueno, veremos qué podemos hacer —me dice en voz baja, desafiante, en un tono de amenaza exquisitamente sensual.

 

Se desabrocha los botones de los vaqueros y se los quita despacio sin apartar los ojos de los míos. Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.

 

—No te muevas —murmura.

 

Se inclina, me besa la parte interior de un muslo y va subiendo, sin dejar de besarme, hasta mis bragas de encaje. Ay… No puedo quedarme quieta. ¿Cómo no voy a moverme? Me retuerzo debajo de él.

 

—Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena. Sigue besándome la barriga y me introduce la lengua en el ombligo. Sus labios ascienden hacia el torso. Me arde la piel.

 

Estoy sofocada. Por un momento siento mucho calor, luego frío, y araño la sábana sobre la que estoy tumbada. Edward se tumba a mi lado y me recorre con la mano desde la cadera hasta el pecho, pasando por la cintura. Me observa con expresión impenetrable y me rodea suavemente los pechos con las manos.

 

—Encajan perfectamente en mi mano, Isabella—murmura. Mete el dedo índice por la copa de mi sujetador, la baja muy despacio y deja mi pecho al aire, empujado hacia arriba por la varilla y la tela. Desplaza el dedo a mi otro seno y repite el proceso. Los pechos se me hinchan y los pezones se me endurecen bajo su insistente mirada. El sujetador mantiene alzados mis senos. —Muy bonitos —suspira admirado.

 

Y los pezones se me endurecen todavía más. Me chupa suavemente un pezón, desliza una mano al otro pecho, y con el pulgar rodea muy despacio el otro pezón y tira de él. Gimo y siento que una dulce sensación me desciende hasta la ingle. Estoy muy húmeda. Oh, por favor, suplico para mis adentros agarrando con fuerza la sábana. Cierra los labios alrededor de mi otro pezón, y cuando lo lame, casi siento una convulsión.

 

—Vamos a ver si conseguimos que te corras así —me susurra.

 

Y sigue con su lenta y sensual incursión. Mis pezones sienten sus hábiles dedos y sus labios, que encienden mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que todo mi cuerpo gime en una dulce agonía, pero él no se detiene.

 

—Oh… por favor —le suplico.

 

Tiro la cabeza hacia atrás, con la boca abierta, y gimo. Siento las piernas entumecidas. Maldita sea, ¿qué está pasándome?

 

—Déjate ir, nena —murmura.

 

Me aprieta un pezón con los dientes, con el pulgar y el índice tira fuerte del otro, y me dejo caer en sus manos. Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos. Me besa profundamente, metiéndome la lengua en la boca para absorber mis gritos. ¡Dios mío! Ha sido fantástico.

 

Ahora ya sé a qué viene tanto asombro ante mi reacción. Me mira con una sonrisa satisfecha, aunque estoy segura de que no es más que gratitud y admiración por mí.

 

—Eres muy receptiva —me dice—. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido enseñarte. Vuelve a besarme. Mi respiración es todavía irregular mientras me recupero del orgasmo.

 

Desliza una mano hasta mi cintura, mis caderas, y la posa en mis partes íntimas… Ay. Introduce un dedo por el encaje y lentamente empieza a trazar círculos alrededor de mi sexo. Cierra los ojos por un instante y contiene la respiración.

 

—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo. Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris con la palma de la mano, y grito de nuevo.

 

Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más fuerza. Gimo. De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y libera su erección. ¡Madre mía! Alarga el brazo hasta la mesita de noche, coge un paquetito plateado y se mueve entre mis piernas para que las abra.

 

Se arrodilla y desliza un condón por su largo miembro. Oh, no… ¿Cómo va a entrar?

 

—No te preocupes —me susurra mirándome a los ojos—. Tú también te dilatas. Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por encima de mí.

 

Me mira a los ojos con la mandíbula apretada y los ojos ardientes. En este momento me doy cuenta de que todavía lleva puesta la camisa.

 

—¿De verdad quieres hacerlo? —me pregunta en voz baja.

 

—Por favor —le suplico.

 

—Levanta las rodillas —me ordena en tono suave. Obedezco de inmediato. —Ahora voy a follarla, señorita Steele —murmura colocando la punta de su miembro erecto delante de mi sexo—. Duro —susurra. Y me penetra bruscamente.

 

—¡Aaay! —grito.

 

Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, como un pellizco. Se queda inmóvil y me observa con ojos en los que brilla el triunfo.

 

Tiene la boca ligeramente abierta y le cuesta respirar. Gime.

 

—Estás muy cerrada. ¿Estás bien? Asiento con los ojos en blanco y agarrándome a sus brazos. Me siento llena por dentro. Sigue inmóvil para que me aclimate a la invasiva y abrumadora sensación de tenerlo dentro de mí.

 

—Voy a moverme, nena —me susurra un momento después en tono firme. Oh. Retrocede con exquisita lentitud. Cierra los ojos, gime y vuelve a penetrarme. Grito por segunda vez, y se detiene.

 

—¿Más? —me susurra con voz salvaje.

 

—Sí —le contesto. Vuelve a penetrarme y a detenerse. Gimo. Mi cuerpo lo acepta… Oh, quiero que siga.

 

—¿Otra vez? —me pregunta.

 

—Sí —le contesto en tono de súplica.

 

Y se mueve, pero esta vez no se detiene. Se apoya en los codos, de modo que siento su peso sobre mí, aprisionándome. Al principio se mueve despacio, entra y sale de mi cuerpo. Y a medida que voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover las caderas hacia las suyas. Acelera. Gimo y me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable, y yo mantengo el ritmo de sus embestidas.

 

Me agarra la cabeza con las manos, me besa bruscamente y vuelve a tirar de mi labio inferior con los dientes. Se retira un poco y siento que algo crece en lo más profundo de mí, como antes. Voy poniéndome tensa a medida que me penetra una y otra vez. Me tiembla el cuerpo, me arqueo. Estoy bañada en sudor. No sabía que sería así… No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Mis pensamientos se dispersan… No hay más que sensaciones… Solo él… Solo yo… Ay, por favor… Mi cuerpo se pone rígido.

 

—Córrete para mí, Bella —susurra sin aliento.

 

Y me dejo ir en cuanto lo dice, llego al clímax y estallo en mil pedazos bajo su cuerpo. Y mientras se corre también él, grita mi nombre, da una última embestida se queda inmóvil, como si se vaciara dentro de mí.

 

Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se sumen en el caos. Uau… ha sido algo increíble. Abro los ojos. Edward ha apoyado su frente en la mía.

 

Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular. Parpadea, abre los ojos y me lanza una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.

 

—Oooh. Es una sensación extraña, que me hace estremecer.

 

—¿Te he hecho daño? —me pregunta Edward mientras se tumba a mi lado apoyándose en un codo. Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.

 

—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

 

—No me vengas con ironías —me dice con una sonrisa burlona—. En serio, ¿estás bien? Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.

 

Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero estoy relajada, muy relajada. Le sonrío. No puedo dejar de sonreír. Ahora entiendo a qué viene tanto alboroto. Dos orgasmos… todo tu ser completamente descontrolado, como cuando una lavadora centrifuga. Uau. No tenía ni idea de lo que mi cuerpo era capaz, de que podía tensarse tanto y liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer ha sido indescriptible.

 

—Estás mordiéndote el labio, y no me has contestado. Frunce el ceño. Le sonrío con gesto travieso. Está imponente con su pelo alborotado, sus ardientes ojos grises entrecerrados y su expresión seria e impenetrable.

 

—Me gustaría volver a hacerlo —susurro.

 

Por un momento creo ver una fugaz expresión de alivio en su cara. Luego cambia rápidamente de expresión y me mira con ojos velados.

 

—¿Ahora mismo, señorita Steele? —musita en tono frío. Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta. Parpadeo varias veces, pero al final me doy la vuelta.

 

Me desabrocha el sujetador y me desliza la mano desde la espalda hasta el trasero.

 

—Tienes una piel realmente preciosa —murmura.

 

Mete una pierna entre las mías y se queda medio tumbado sobre mi espalda. Siento la presión de los botones de su camisa mientras me retira el pelo de la cara y me besa en el hombro.

 

—¿Por qué no te has quitado la camisa? —le pregunto.

 

Se queda inmóvil. Acto seguido se quita la camisa y vuelve a tumbarse encima de mí. Siento su cálida piel sobre la mía. Mmm… Es una maravilla. Tiene el pecho cubierto de una ligera capa de pelo, que me hace cosquillas en la espalda.

 

—Así que quieres que vuelva a follarte… —me susurra al oído. 

 

 

 

 

 

holaaa!!! hermosas perdon que no habia actualizado la verdad desde ayer tenia el capitulo listo jajajajaa pero una amiga me dio a leer algo interesante y se me paso actualizar!!!..

 

pero bueno aqui estoy

¿que les parece?

comenten, voten

y la verdad nuestros tortolos pase lo que pase estan follando y es lo bueno verdad???..

besos

nos vemos dentro de 3 a 4 dias

bechi

Capítulo 17: capitulo 17... Capítulo 19: capitulo 19

 
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