Capítulo 1: Escarpar y rescatar.
Lo único que me podría salvar de esta horrible vida era correr. Correr velozmente. Escaparme de esta realidad espeluznante en la cual vivía. Escapar, luchando con todas mis fuerzas para, al fin, tener una vida normal.
Habían pasado cinco años desde que mis padres habían muerto y, gracias a ese maldito testamento que mi padre había hecho, yo debía quedarme, hasta cumplir la mayoría de edad, con su hermano y su familia, sino no cobraría la abundante herencia que ellos me habían dejado. No era que me importara el dinero, pero la casa donde yo había nacido, y que él había hecho con sus propias manos, junto a la empresa que mis abuelos maternos habían levantado de las ruinas para dejarle a mi madre, eran cosas que no quería que quedaran en manos de mis avariciosos tíos.
Phil e Irina Swan, mis tíos paternos. Desde pequeña sabía que ellos no eran buenas personas. A simple vista se podía notar sus sonrisas falsas cada vez que nos venían a visitar. A mi madre, Reneé, tampoco le caían bien, pero no se pudo negar cuando Charlie decidió dejar mi tenencia a su hermano menor hasta yo cumplir mis dieciocho años, si algo les pasaba a ellos. Claro, nunca creían que sus frenos fallarían una noche de lluvia y chocarían contra un tren que se los llevó cuando apenas tenía once años. Ahora debía vivir con las dos personas más despreciables del mundo, sin contar, claramente, a la insoportable de Tania, mi prima.
Ninguno de los tres me respetaba, ellos hacían de mi vida un infierno y, aunque traté, juro por la tumba de mis padres que intenté aguantarlo, ya ni mi cuerpo ni mi mente podía seguir soportándolo, asique… ¡Aquí estoy! ¡Corriendo! ¡Escapando de cinco años de sufrimiento absoluto! Mis ropas estaban destrozadas por la cantidad de veces que había caído y se habían enganchado en las ramas de los árboles. Mi mochila, que llevaba los únicos objetos de valor que tenía, me dificultaba más el trabajo de levantarme, no porque fuera pesada, sino porque se enganchaba en las raíces que poblaban el suelo del bosque donde me había metido para esconderme. Sabía que luego del bosque de Forks estaba la carretera que me llevaría lejos de lo que una vez fue mi hogar pero que ahora era mi peor pesadilla, por lo que no podía dejar de caminar, aunque me dolieran los pies, aunque muriera de hambre, ¡Yo debía llegar al otro lado del bosque!
Luego de largas horas de correr, llegue a la carretera, suspiré alegremente. Ahora solo debía caminar hacia el lado de Seattle o esperar a que pasara un coche que me llevara a mi destino. Preferí caminar. Era muy raro que algún coche pasara desde Forks a Seattle.
Ya era de noche cuando, detrás de mí, unas luces llamaron mi atención, era un auto. Un muy buen auto. Venía a gran velocidad, pero igual intenté pararlo. Estúpidamente me paré en medio de la carretera. El Volvo comenzó a frenar a unos diez metros de distancia hasta mí, deteniéndose a unos pocos centímetros de mi lugar. Alguien bajó del asiento del conductor y cerró fuertemente la puerta, yo no podía verlo, tenía mi cara tapada por mis brazos. Al sentirlo frente a mí, tímidamente bajé mis brazos para encontrarme con unos hermosos ojos que me miraban preocupados. Tenían un color entre verdes y miel, eran perfectos. Más aún era el resto del rostro del hombre que los poseían. Sus cabellos eran color bronce, despeinados rebeldemente. Su nariz angulosa y sus labios carnosos. No me di cuenta cuando se acercó a mí y me abrazó. Quedé estática. Sus brazos, fuertes, me brindaban un calor que hacía tiempo no sentía. Por primera vez en tantos años… me sentí segura. Apoyé mi cabeza en su pecho y me abracé a su cintura comenzando a llorar. Allí fue cuando escuché su voz, aterciopelada, solo una palabra hacia que me transportara a mi lugar seguro, ese que había creado luego de la muerte de mis padres.
-Shh, tranquila pequeña, ya estas a salvo.-Me tranquilizó el desconocido. No podía creer que estuviera en el medio de la carretera, abrazada a un hombre que casi me atropella, llorando. Esto no era normal. Seguí llorando por unos minutos más hasta que quedé dormida en sus brazos. Lo último que recuerdo es verlo llevarme a su auto.
Abrí los ojos lentamente, los rayos de sol me dificultaban el trabajo… ¡Espera! ¿Rayos de sol? ¡Era de día! ¡Irina me matará! Me levanté velozmente para encontrarme que no estaba en la sucia habitación en la que había estado viviendo los últimos años. Busqué con la mirada algún indicio de donde estaba, pero nada allí me sonaba conocido. Las paredes, por lo menos las dos que se veían, eran de color blanco. En una había dos puertas de madera y en la otra, una cama matrimonial enorme, donde estaba acostada, de color blanco. Las sábanas de ésta eran negras, lo que contrastaba con el resto de la habitación. Junto a la cama, había dos mesas de luz y, junto a la que estaba a la derecha, había otra puerta. En la tercera pared reposaba una gran biblioteca la mitad era para libros, en el centro de ésta, había un televisor con un equipo de sonido y DVD, todo de una calidad envidiable, desde ahí comenzaba una gran colección de películas y CD de todo tipo de música. La última pared era un gran ventanal desde que se podía ver el jardín más hermoso del mundo. Una lágrima se escapó de mis ojos al recordar el jardín que habíamos logrado construir con mi madre y que mis tíos habían destruido solo para hacerme daño.
Estaba muy metida en mis pensamientos cuando una de las puertas se abrió rápidamente haciéndome gritar del susto. Al darme la vuelta vi a una joven de baja estatura. Sus fracciones parecían las de un lindo duende. Su cabello color negro era corto, con las puntas peinadas desprolijamente, cada una mirando hacia un lado distinto. Sus ojos color miel me miraban entre sorprendida y preocupada. Atrás de ella apareció el chico que creí ver en mis sueños, aunque, al parecer, no había sido ningún sueño.
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