Hermoso Desastre (+18)

Autor: sabriicullen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/10/2013
Fecha Actualización: 24/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 23
Comentarios: 108
Visitas: 69415
Capítulos: 23

 

La nueva Bella Swan es una buena chica. No bebe, ni maldice, y tiene un porcentaje adecuado de cardigans en su armario. Bella cree que tiene suficiente distancia entre su oscuro pasado y ella, pero cuando llega a la universidad con su mejor amiga Rosalie, su camino a un nuevo comienzo es rápidamente desafiado por el Chico de Una Sola Noche de la Universidad de Eastern.

Edward Cullen, delgado y cubierto de tatuajes, es exactamente lo que Bella necesita-y quiere-evitar. Él pasa sus noches ganando dinero en el cuadrilátero, y sus días enamorando a sus compañeras. Intrigado por la resistencia de Bella hacia sus encantos, Edward la engaña con un sencillo truco, una simple apuesta.

Si él pierde, él debe mantenerse en abstinencia durante un mes. Si Bella pierde, debe vivir en el apartamento de Edward por la misma cantidad de tiempo. De cualquier manera, Edward no tiene idea de que él ha encontrado a su igual.


Hola volvi con nueva historia...

El relato no es mio ni los personajes, pertenecen a Jamie McGuire y Stephenie Meyer...

espero que les guste y dejen comentario o votito si me lo meresco... si quieren pueden pasar por mi otra historia

"El Chico Malo" se los agradeceria un monton.

Las quiero a todas SabriiCullen...

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 13: Casa llena

Di vueltas alrededor, escrutando mi reflejo con una mirada escéptica. Era blanco y sin espalda, peligrosamente corto, y el corsé estaba sujeto por una cadena corta de pedrería que formaba como un collar alrededor de mi cuello.

— ¡Wow! ¡Edward se va a mear encima cuando te vea con eso! —dijo Rosalie. Puse mis ojos en blanco.

— ¡Qué romántico!

—Vas a llevar ése. No te pruebes nada más, ése es el indicado —dijo, aplaudiendo con entusiasmo.

— ¿No crees que es demasiado corto? Mariah Carey* muestra menos piel. Rosalie sacudió su cabeza.

—Insisto.

Me di vuelta en el banquillo mientras Rosalie se probaba un vestido tras otro, más indecisa a la hora de elegir uno para sí misma. Al final se decidió por uno extremadamente corto, ajustado, de color piel, que dejaba uno de sus hombros desnudo. Nos dirigimos en su Honda al apartamento para encontrar el lugar del Charger vacío y a Toto solo. Rosalie sacó su celular y marcó, sonriendo cuando Emmet respondió.

— ¿A dónde fuiste, Bebé? —ella asintió y luego me miró—. ¿Por qué estaría molesta? ¿Qué tipo de sorpresa? —dijo cautelosa. Me miró de nuevo y luego entró al cuarto de Emmet, cerrando la puerta. Froté las puntiagudas y negras orejas de Toto mientras Rosalie murmuraba en la habitación. Cuando salió, trató de esconder la sonrisa en su cara.

— ¿Qué están tramando ahora? —Pregunté.

—Están en camino a casa. Dejaré que Edward te diga —dijo, sonriendo de oreja a oreja.

—Oh Dios… ¿qué? —Pregunté.

—Acabo de decir que no puedo contarte. Es una sorpresa.

Yo jugueteé con mi pelo y me miraba las uñas, incapaz de estarme quieta mientras esperaba a Edward para que diera a conocer su última sorpresa. Una fiesta de cumpleaños, un cachorro—no podía imaginar que podría ser lo siguiente. El fuerte ruido del motor del Charger de Emmet anunció su llegada. Los chicos rieron mientras subían las escaleras.

—Están de buen humor —dije—, esa es una buena señal. Emmet entró primero.

—Simplemente no quería que pensaras que había una razón por la cual él se hizo uno y yo no. Rosalie se puso de pie para saludar a su novio, y echó sus brazos alrededor suyo.

—Eres tan tonto Emm. Como si fuera a enojarme por eso. Si quisiera un novio loco, saldría con Edward —dijo Rosalie sonriendo, mientras inclinaba su cabeza para darle un beso.

—No tiene nada que ver con la manera en la que me siento por ti —agregó Emmet. Edward atravesó la puerta con un vendaje cuadrado de gasa en su muñeca. Me sonrió y luego se derrumbó en el sofá, descansando su cabeza en mi regazo. No podía apartar la mirada del vendaje.

—De acuerdo… ¿qué hiciste? Edward sonrió y tiró de mí hacia abajo para besarlo. Podía sentir el nerviosismo irradiando de él. Por fuera estaba sonriendo, pero tuve la clara sensación de que él no estaba seguro de cómo iba a reaccionar ante lo que había hecho.

—Hice un par de cosas hoy.

— ¿Cómo qué? —Pregunté suspicaz. Edward rió.

—Tranquilízate, Pigeon. No es nada malo.

— ¿Qué le pasó a tu muñeca? —Dije tirando de su mano por los dedos. Un estruendoso motor diesel se detuvo fuera y Edward saltó del sofá para abrir la puerta.

— ¡Ya era hora! ¡He estado en casa por lo menos desde hace cinco minutos! —dijo con una sonrisa.

Un hombre entró del revés, cargando un sofá gris cubierto con plástico, seguido por otro hombre que traía la parte trasera del mismo. Emmet y Edward movieron el sofá, conmigo y Toto todavía encima, hacia adelante, y entonces los hombres pusieron el nuevo sofá en el lugar del otro. Edward sacó el plástico y luego me levantó en sus brazos, colocándome en los blandos almohadones.

— ¿Tienen uno nuevo? —Pregunté, sonriendo de oreja a oreja.

—Sí, y un par de otras cosas también. Gracias chicos —dijo mientras los hombres de la mudanza levantaban el viejo sofá y se iban de la misma manera en que vinieron.

—Ahí van un montón de recuerdos —sonreí.

—Ninguno que yo quisiera conservar. —él se sentó a mi lado y suspiró, mirándome por un momento antes de quitar la cinta que sostenía la gasa en su brazo—. No te alteres.

Mi mente empezó a correr, pensando en qué podría haber debajo de la venda. Imaginé una quemadura, o puntos o algo igual de espantoso. Él tiró del vendaje y me quedé sin aliento al sólo ver las simples letras en negro tatuadas a través de la parte inferior de su muñeca, la piel a su alrededor estaba roja y brillante por el antibiótico que él había untado encima. Sacudí mi cabeza con incredulidad al leer la palabra. Pigeon

— ¿Te gusta? —Preguntó.

— ¿Tienes mi nombre tatuado en tu muñeca? —Dije las palabras, pero no sonaba como mi voz. Mi mente se extendía en todas las direcciones, pero incluso así, me las arreglé para hablar con un tono calmado.

—Sí —dijo, besando mi mejilla mientras yo miraba con incredulidad la tinta permanente en su piel.

—Traté de hacerle entrar en razón Bella. Él no ha hecho nada loco por un tiempo. Creo que estaba teniendo síntomas de la abstinencia.—dijo Emmet sacudiendo su cabeza.

— ¿Qué te parece? —Preguntó Edward.

—Deberías haberle consultado antes, ED —dijo Rosalie, sacudiendo la cabeza y cubriendo su boca con sus dedos.

— ¿Preguntarle qué? ¿Si podía hacerme un tatuaje? —Frunció el ceño, volviéndose hacia mí—. Te amo. Quiero que todos sepan que soy tuyo. Me moví nerviosamente.

—Eso es permanente Edward.

—Al igual que nosotros —dijo, tocando mi mejilla.

—Muéstrale el resto, —dijo Emmet.

— ¿El resto? —Dije bajando la mirada hacia su otra muñeca. Edward se levantó, tirando hacia arriba de su camisa. Sus impresionantes abdominales se estiraban y se contraían con el movimiento. Edward se volteó, y en su costado había otro tatuaje fresco extendido a lo largo de sus costillas.

— ¿Qué es eso? —Pregunté, mirando de soslayo los símbolos verticales.

—Es hebreo —Edward sonrió.

— ¿Qué significa?

—Dice, ―Pertenezco a mi amada, y mi amada me pertenece. Mis ojos se encontraron con los suyos.

— ¿No estabas contento con un tatuaje, así que te hiciste dos?

—Es algo que siempre dije que me iba a hacer cuando conociera a La Indicada. Te conocí… así que fui y me hice los tatuajes, —su sonrisa se desvaneció cuando vio mi expresión—. ¿Estás enojada, no? —dijo tirando hacia abajo su camisa.

—No estoy enojada. Yo sólo… esto es un poco abrumador. Emmet atrajo a Rosalie a su costado con un brazo.

—Acostúmbrate, Bella. Edward es impulsivo y va siempre con todo. No creo que esto se acabe hasta que consiga ponerte un anillo en el dedo. Las cejas de Rosalie se dispararon primero hacia mí y luego hacia Emmet.

— ¿Qué? ¡Pero si acaban de empezar a salir!

—Creo… creo que necesito un trago —dije, caminando hacia la cocina. Edward se echó a reír, mirándome a través de los gabinetes.

—Él estaba bromeando, Pigeon.

— ¿Lo estaba? —Preguntó Emmet.

—Él no estaba hablando sobre un tiempo de corto plazo —dijo Edward. Se volteó hacia Emmet y se quejó—. Muchas gracias, imbécil.

—Tal vez ahora dejes de hablar de eso —Emmet sonrió.

Me serví un trago de whisky en un vaso y tiré mi cabeza hacia atrás, tomándolo todo de un trago. Mi rostro se comprimió mientras el líquido quemaba bajando por mi garganta. Edward me rodeó gentilmente con sus brazos la cintura desde atrás.

—No te estoy proponiendo, Pigeon. Son sólo tatuajes.

—Lo sé —dije asintiendo mientras me servía otro trago.

Edward me quitó la botella y le puso la tapa, metiéndola de nuevo en el gabinete. Cuando no me di la vuelta, él giró mis caderas para ponerme frente a él.

—De acuerdo. Tuve que habértelo mencionado antes, pero decidí comprar el sofá y luego una cosa llevó a la otra. Me emocioné.

—Esto es muy rápido para mí, Edward. Mencionaste lo de vivir juntos, te marcaste con mi nombre, me estás diciendo que me amas… todo esto es muy… rápido. Edward frunció el ceño.

—Te estás alterando. Te dije que no te alteraras.

— ¡Es difícil no hacerlo! ¡Te enteraste sobre mi papá y todo lo que sentías antes se había ampliado!

— ¿Quién es tu papá? —Preguntó Emmet, claramente molesto por no saber nada. Cuando no le hice caso, suspiró—. ¿Quién es su papá? —Le preguntó a Rosalie. Rosalie sacudió su cabeza con desdén. La expresión de Edward cambió con disgusto.

—Mis sentimientos por ti no tienen nada que ver con tu papá.

—Vamos a ir a esta fiesta de parejas mañana. Se supone que es una gran cosa donde vamos a anunciar nuestra relación o algo, ¡Y ahora tú tienes mi nombre en tu brazo y este proverbio hablando de cómo nos pertenecemos! ¿Es loco, de acuerdo? ¡Estoy alterada!

Edward agarró mi rostro y plantó su boca en la mía, y luego me levantó del suelo, colocándome en el mostrador. Su lengua pidió entrar en mi boca, y cuando le dejé, gimió. Sus dedos excavaron en mis caderas, trayéndome más cerca.

—Eres tan jodidamente caliente cuando te enojas —dijo contra mis labios.

—Está bien —respiré—, estoy calmada. Él sonrió, contento de que su plan de distracción haya funcionado.

—Todo sigue siendo lo mismo, Pigeon. Seguimos siendo sólo tú y yo.

—Ustedes dos están locos —dijo Emmet, sacudiendo su cabeza. Rosalie golpeó juguetonamente su hombro.

—Bella también compró algo para Edward hoy.

— ¡Rosalie! —le regañé.

— ¿Encontraste un vestido? —me preguntó sonriendo.

—Sí —envolví mis piernas y brazos alrededor suyo—. Mañana va a ser tu turno de enloquecer.

—Estoy esperando ansioso por eso —dijo, sacándome del mostrador.

Saludé a Rosalie con la mano mientras Edward me llevaba por el pasillo.

El viernes después de clases, Rosalie y yo pasamos la tarde en el centro, arreglándonos y disfrutando. Nos hicimos la manicura y la pedicura, nos depilamos, bronceamos nuestra piel y nos arreglamos el cabello. Cuando volvimos al apartamento, cada espacio había sido cubierto por ramos de rosas. Rojas, rosadas, amarillas y blancas—parecía una florería.

— ¡Oh Dios mío! —Chilló Rosalie cuando entró por la puerta. Emmet miró a su alrededor, luciendo orgulloso. —Fuimos a comprar flores, pero ninguno de los dos pensó que un solo ramo sería suficiente. Abracé a Edward.

—Ustedes son… son increíbles, chicos. Gracias. El palmeó mi trasero.

—Treinta minutos para la fiesta, Pigeon.

Los chicos se vistieron en la habitación de Edward mientras nosotras nos deslizábamos en nuestros vestidos en el cuarto de Emmet. Justo mientras me colocaba mis tacones plateados, alguien golpeó la puerta.

—Hora de irnos, señoritas —dijo Emmet. Rosalie salió y Emmet silbó.

— ¿Dónde está ella? —Preguntó Edward.

—Bella está teniendo algunos problemitas con sus zapatos. Saldrá en un segundo —Rosalie explicó.

— ¡El suspenso me está matando, Pigeon! —Gritó Edward.

Salí jugueteando con mi vestido mientras Edward se paraba enfrente de mí, inexpresivo. Rosalie le pegó un codazo y el pestañeó.

—Santo cielo.

— ¿Estás listo para enloquecer? —Preguntó Rosalie.

—No estoy enloqueciendo, ella luce increíble —dijo Edward. Sonreí y luego, lentamente, me di la vuelta para mostrarle la caída pronunciada de la tela en la parte trasera del vestido.

—Bien, ahora estoy enloqueciendo —dijo, acercándose a mí y haciéndome dar una vuelta.

— ¿No te gusta? —Le pregunté.

—Necesitas una cazadora —corrió al perchero y luego a toda prisa cubrió mis hombros con el abrigo.

—Ella no puede vestir eso toda la noche, ED —se rió Rosalie.

—Te ves hermosa, Bella —dijo Emmet como una disculpa por el comportamiento de Edward. La expresión de Edward se veía dolida mientras hablaba.

—Te ves hermosa. Te ves increíble… pero no puedes vestir eso. Tu falda es… wow, tus piernas son… ¡tu falda es demasiado corta y es sólo la mitad de un vestido! ¡Ni siquiera cubre tu espalda! No pude evitarlo, pero sonreí.

—Esa es la forma en que está hecho, Edward .

— ¿Ustedes dos viven para torturarse el uno al otro? —Emmet frunció el seño.

— ¿No tienes un vestido más largo? —Preguntó Edward. Miré hacia abajo.

—En realidad es bastante modesto en el frente. Es solamente en la espalda donde muestra mucha piel.

—Pigeon —hizo una mueca con sus siguientes palabras—, no quiero que te enojes, pero no puedo llevarte a la casa de mi fraternidad luciendo así. Me voy a meter en una pelea en los primeros cinco minutos que estemos ahí, cariño. Me incliné hacia arriba con las puntas de mis pies y besé sus labios.

—Tengo fe en ti.

—Esta noche va a apestar. —se quejó.

—Esta noche va a ser fantástica —dijo Rosalie, ofendida.

—Simplemente piensa en lo fácil que va a ser sacármelo más tarde —dije, besando su cuello.

—Ese es el problema. Todos lo demás chicos ahí estarán pensando la misma cosa.

—Pero tú serás el único que va a averiguarlo, —murmuré. Él no respondió así que me eché hacia atrás para evaluar su expresión.

— ¿De verdad quieres que me cambie? Edward escaneó mi rostro, mi vestido, mis piernas y luego exhaló.

—No importa qué vistas, eres preciosa. Debería acostumbrarme a eso ahora, ¿verdad? —me encogí de hombros y él sacudió su cabeza—. Muy bien, ya es tarde. Vamos.

Me acurruqué junto a Edward en busca de su calor mientras caminábamos del coche a la casa Sigma Tau. El aire estaba lleno de humo, pero cálido. La música resonaba desde el sótano y Edward asentía con la cabeza al compás de ella. Todo el mundo volteó simultáneamente. No estaba segura si estaban mirando porque Edward estaba en una fiesta de parejas, porque llevaba pantalones de vestir, o por mi vestido, pero todos nos estaban mirando. Rosalie se inclinó para susurrarme en el oído:

—Estoy tan contenta de que estés aquí, Bella. Me siento como si hubiera despertado en una película de Molly Ringwald*.

—Me alegro de poder ayudar —me quejé.

Edward y Emmet tomaron nuestros abrigos y luego nos guiaron a través de la sala a la cocina. Emmet tomó cuatro cervezas de la nevera y le dio una a Rosalie y después a mí. Nos quedamos en la cocina, escuchando a los hermanos de fraternidad de Edward discutir su última pelea.

Las hermanas de la fraternidad acompañándolos resultaron ser las mismas rubias tetonas que siguieron a Edward en la cafetería la primera vez que hablamos. Victoria era fácil de reconocer. No podía olvidar el aspecto de su cara cuando Edward la empujó fuera de su regazo por insultar a Rosalie. Ella me miraba con curiosidad, estudiando cada una de mis palabras. Sabía que estaba curiosa del por qué Edward Cullen me encontró irresistible y me encontré a mí misma tratando de demostrárselo.

Mantuve mis manos sobre las de Edward, añadiendo bromas inteligentes en los momentos precisos de la conversación, y bromeando con él sobre sus nuevos tatuajes.

—Amigo, ¿tienes el nombre de tu chica en tu muñeca? ¿Qué diablos te poseía para hacer eso? —dijo Felix. Edward orgullosamente volteó su mano para revelar mi nombre.

—Estoy loco por ella, —dijo, mirando con ojos cálidos.

—Apenas la conoces. —se burló Victoria. Él no quitó sus ojos de los míos.

—Pasamos todo el tiempo juntos. La conozco. —Frunció el ceño—. Pensé que el tatuaje te había molestado. ¿Ahora estás presumiéndolo? Me incliné para besar su mejilla y me encogí de hombros.

—Cada vez me gusta más.

Emmet y Rosalie se dirigieron escaleras abajo y nosotros los seguimos, tomados de la mano. Los muebles habían sido empujados a lo largo de las paredes para así formar una improvisada pista de baile, y cuando bajábamos las escaleras, una canción lenta comenzó a tocar. Sonreí y presioné mi mejilla contra su pecho. Él extendió su mano contra mi espalda, cálida y suave ante mi piel desnuda.

—Todo el mundo te está mirando en este vestido —dijo. Miré hacia arriba, esperando ver una expresión tensa, pero él estaba sonriendo—. Creo que es genial… estar con la chica que todo el mundo quiere. Puse los ojos en blanco.

—Ellos no me quieren. Sólo están curiosos por saber por qué tú me quieres. Y de todos modos, lo siento por cualquiera que piense que tiene una oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti. Una mirada de dolor oscureció su rostro.

— ¿Sabes por qué te quiero? No sabía que estaba perdido hasta que tú me encontraste. No sabía lo que era estar solo hasta la primera noche que pasé sin ti en mi cama. Tú eres lo único que he hecho bien. Tú eres lo que he estado esperando, Pigeon.

Me estiré para tomar su rostro entre mis manos y él envolvió sus brazos alrededor de mí, levantándome del suelo. Apreté mis labios contra los suyos, y él me besó con toda la emoción de lo que acaba de decir. Fue en ese momento que me di cuenta de por qué se había hecho el tatuaje, por qué me había elegido a mí y por qué yo era diferente. No era sólo yo, y no era sólo él, la excepción era que estábamos juntos. Un ritmo más rápido vibró a través de los altavoces, y Edward me puso sobre mis pies.

— ¿Todavía quieres bailar? Rosalie y Emmet aparecieron junto a nosotros y yo levanté una ceja.

—Sólo si piensas que me puedes seguir el ritmo. Edward sonrió.

—Pruébame.

Moví mis caderas contra las de él y pasé la mano por su camisa, desabrochando los primeros dos botones, Edward se echó a reír y sacudió la cabeza, y me di la vuelta, moviéndome contra él al ritmo de la música. Me agarró de las caderas y estiré mi mano, agarrando su trasero. Me incliné hacia adelante y él hundió los dedos en mi piel. Cuando me levanté, colocó sus labios en mi oído.

—Sigue así y nos vamos a ir temprano. Me di la vuelta y sonreí, echando mis brazos alrededor de su cuello. Él se pegó a mí y saqué su camisa de sus pantalones, deslizando mis manos por su espalda, presionando mis dedos en sus fuertes músculos y tuve que sonreír al oír el ruido que él hizo cuando probé su cuello.

—Jesús, Pigeon, me estás matando, —dijo, agarrando el dobladillo de la falda, tirándola hacia arriba lo suficiente para acariciar mis muslos con sus dedos.

—Creo que sabemos lo que es la atracción sexual. —se burló Victoria detrás de nosotros. Rosalie se dio la vuelta, dirigiéndose hacia Victoria en pie de guerra. Emmet la sostuvo justo a tiempo.

— ¡Dilo otra vez! —dijo Rosalie—. ¡Te reto, perra! Victoria se escondió detrás de su novio, sorprendida por la amenaza de Rosalie.

—Será mejor que le pongas un bozal a tu cita, Felix —Edward advirtió. Dos canciones más tarde, el cabello detrás de mi cuello estaba pesado y húmedo. Edward besó la piel justo debajo de mi oreja.

—Vamos, Pigeon. Necesito un cigarrillo. Él me llevó por las escaleras y luego agarró el abrigo antes de guiarme al segundo piso. Salimos al balcón para encontrar a Jacob y a su cita. Ella era más alta que yo, su corto y oscuro cabello estaba recogido hacia atrás con un solo broche. Me di cuenta de sus tacones de aguja puntiaguda de inmediato, con su pierna enganchada alrededor de la cadera de Jacob. Ella estaba con su espalda contra la pared de ladrillo, y cuando Jacob nos vio, él sacó su mano debajo de la falda de la chica.

—Bella. —dijo, sorprendido y sin aliento.

—Hola, Jacob, —le dije, reprimiendo una sonrisa.

—Cómo, eh… ¿cómo has estado? Le sonreí cortésmente.

—Genial, ¿Y tú?

—Uh —miró a su cita—, Bella ésta es Leah. Leah… Bella.

— ¿Bella bella? —Preguntó.

Jacob dio una rápida inclinación de cabeza, incómodo. Leah me estrechó la mano con una mirada de disgusto en su rostro, y luego sus ojos viajaron a Edward como si acabase de encontrarse con el enemigo.

—Leah. —advirtió Jacob. Edward se echó a reír una vez y luego abrió las puertas para dejarlos caminar. Jacob tomó la mano de Leah y entraron a la casa.

—Eso fue… extraño, —dije, sacudiendo la cabeza mientras crucé los brazos, apoyándome en la barandilla. Hacía fría y sólo había un puñado de parejas a fuera. Edward era todo sonrisas. Ni siquiera Jacob podría estropear su estado de ánimo.

—Al menos dejó de tratar de ganarte de vuelta.

—No creo que él haya estado tratando de tenerme de vuelta tanto como tratando de mantenerme lejos de ti. Edward arrugó la nariz.

—Llevó a casa a una sola chica una vez. Ahora se comporta como si hubiera hecho un hábito recoger y salvar a cada estudiante de primer año que he bolseado. Le lancé una mirada irónica desde la esquina de mi ojo.

— ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que detesto esa palabra?

—Lo siento —dijo, tirando de mí a su lado.

Encendió su cigarrillo y aspiró profundamente. El humo que sopló era más espeso que de costumbre, mezclándose con el aire de invierno. Volteó su mano y lo miró su muñeca—. ¿Qué tan extraño es que este tatuaje no es sólo mi nuevo favorito, pero que también me hace sentir en paz al saber que está ahí?

—Muy extraño. —Edward levantó una ceja y me reí—. Estoy bromeando. No puedo decir que lo entiendo, pero es muy dulce… al estilo, Edward Cullen.

—Si se siente tan bien que esté en mi brazo, no puedo imaginar cómo se sentirá el poner un anillo en tu dedo.

—Edward…

—En cuatro años, o tal vez cinco. —agregó. Tomé un respiro.

—Tenemos que tomarnos las cosas con calma. Muy, muy en calma.

—No empieces esto, Pigeon.

—Si seguimos a este ritmo, estaré descalza y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para mudarme contigo, no estoy lista para un anillo, y definitivamente no estoy lista para sentar cabeza. Edward tomó mis hombros y me dio vuelta para mirarlo de frente.

—Esto no es el ―creo que debemos ver a otras personas, ¿verdad? Porque no te voy a compartir. De ninguna jodida manera.

—No quiero ver a nadie más. —le dije, exasperada. Él se relajó y liberó mis hombros, agarrándose de la barandilla.

— ¿Qué estás diciendo, entonces? —Preguntó, mirando hacia el horizonte.

—Estoy diciendo que tenemos que llevar las cosas con calma. Eso es todo lo que estoy diciendo. Él asintió con la cabeza, claramente infeliz. Toqué su brazo.—No te enfades.

—Parece que damos un paso adelante y dos pasos hacia atrás, Pigeon. Cada vez que pienso que estamos en la misma página, levantas un muro. No lo entiendo… la mayoría de las chicas están acosando a sus novios para que se lo tomen en serio, para que hablen sobre sus sentimientos, para que den el siguiente paso…

— ¿Creo que ya habíamos establecido que yo no formo parte de la mayoría de las chicas? Dejó caer su cabeza, frustrado.

—Estoy cansado de adivinar. ¿Hasta dónde ves esto, Bella? Presioné mis labios contra su camisa.

—Cuando pienso sobre mi futuro, tú estás en él.

Edward se relajó, tirando de mí hacia él. Los dos vimos las nubes de la noche desplazarse a través del cielo. Las luces de la escuela iluminaban el bloque oscuro, y los invitados a la fiesta envolvían sus brazos contra sus gruesas chaquetas, corriendo a la calidez del ladrillo y la casa de la fraternidad. Vi la misma paz en los ojos de Edward de la que había sido testigo pocas veces, y me di cuenta que al igual que las otras noches, su expresión de felicidad era el resultado de mi reafirmación.

Yo había experimentado la inseguridad, de esos que vivían de un solo golpe de mala suerte, de hombres que tenían miedo de su propia sombra. Era fácil tener miedo del lado oscuro de Las Vegas, del lado que las luces de neón y brillo nunca parecían tocar. Pero Edward Cullen no tenía miedo de pelear, o de defender a alguien que le importaba, o mirar en los ojos una humillada y enfadada mujer.

Él podía entrar en una habitación y mirar a alguien dos veces su tamaño, creyendo que nadie podía tocarlo—que él era invencible a todo lo que tratara de hacerlo caer. Él no tenía miedo de nada. Hasta que me conoció. Yo era la parte de su vida que era desconocida, la carta salvaje, la variable que no podía controlar.

Independientemente de los momentos de paz que le había dado, en cada momento de cada día, la crisis que sentía sin mí se hacía diez veces peor en mi presencia. La ira que antes se apoderaba de él cada vez era más difícil para controlar. Ser la excepción ya no era un misterio, ya no era especial. Me había convertido en su debilidad. Al igual que mi padre.

— ¡Bella! ¡Ahí estás! ¡He estado buscándote por todas partes! —dijo Rosalie, corriendo a través de la puerta. Ella alzó su teléfono celular—. Acabo de hablar por teléfono con mi papá. Charlie los llamó ayer por la noche.

— ¿Charlie? —Mi rostro se contrajo en asco—. ¿Por qué los iba a llamar? Rosalie levantó las cejas como si yo debiera saber la respuesta.

—Tu madre seguía colgándole.

— ¿Qué quería? —dije, sintiéndome enferma. Ella apretó los labios.

—Saber dónde estás.

—No se lo dijeron, ¿verdad? El rostro de Rosalie se crispó.

—Él es tu padre, Bella. Mi padre sintió que él tenía derecho a saber.

—Él va a venir aquí —dije, sintiendo mis ojos quemar—. ¡Él va a venir aquí, Rose!

— ¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo ella, tratando de abrazarme. Me alejé de ella y me tapé la cara con las manos. Un par de manos fuertes y familiares se posaron protectoramente sobre mis hombros.

—No te hará daño, Pigeon, —dijo Edward—. No se lo permitiré.

—Él encontrará la manera. —dijo Rosalie, mirándome con pesadez en los ojos—. Siempre lo hace.

— ¡Tengo que salir de aquí! —Sujeté el abrigo que me rodeaba y tiré de la manija de las puertas francesas.

Estaba demasiado molesta como para coordinar mis pasos. Mientras las lágrimas caían por mis mejillas, la mano de Edward cubrió la mía. Él presionó, ayudándome a abrir la puerta. Lo miré, consciente de la ridícula escena que estaba haciendo, esperando ver una expresión de confusión o desaprobación en su rostro, pero él me miraba con sólo comprensión. Edward envolvió su brazo mí alrededor y bajamos a la planta baja, escaleras abajo y entre la multitud hacia la puerta. Los tres lucharon para seguirme el paso mientras yo zigzagueaba hasta el Charger. La mano de Rosalie se aferró de mi abrigo, deteniéndome en seco.

—Bella —susurró, señalando a un pequeño grupo de personas.

Estaban alrededor de un hombre mayor y desaliñado, quien señalaba frenéticamente hacia la casa, sosteniendo una fotografía. Las parejas asentían con la cabeza, discutiendo la foto uno al otro. Me dirigí hacia al hombre y tomé la foto de su mano.

— ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

La multitud se dispersó, entrando a la casa, y Emmet y Rosalie estaban a cada lado de mí. Edward sostenía mis hombros desde atrás. Charlie miró a mi vestido y chasqueó la lengua en desaprobación.

—Bien, bien, Cookie. Puedes tomar a la chica de Las Vegas…

—Cierra la boca. Cállate, Charlie. Sólo da la vuelta —señalé detrás de él—, y vuelve por donde viniste. No te quiero aquí.

—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.

— ¿Qué hay de nuevo en eso? —Se burló Rosalie. Charlie entrecerró los ojos a Rosalie y luego me miró a mí.

—Te ves increíblemente hermosa. Has crecido. No te hubiese reconocido en la calle. Suspiré, impaciente ante su charla.

— ¿Qué es lo que quieres? Él levantó las manos y se encogió de hombros.

—Creo que me he metido en un lío, nena. Tu viejo padre necesita un poco de dinero. Cerré los ojos.

— ¿Cuánto?

—Estaba haciendo relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo tenía que pedir un granito de arena para salir adelante… y ya sabes.

—Lo sé —le espeté—. ¿Cuánto necesitas?

—Veinticinco.

—Mierda, Charlie, ¿Dos mil quinientos? Si te largas en este mismo instante… Yo te los daré. —dijo Edward, sacando su cartera.

—Se refiere a veinticinco mil. —dije, mirando a mi padre. Los ojos de Charlie se dirigieron a Edward.

— ¿Quién es este payaso?

La mirada de Edward se deslizó lejos de su cartera y sentí su peso en mi espalda luchando por contenerse.

—Puedo ver, ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a pedirle a su hija por un préstamo. Antes de que Charlie pudiera hablar, saqué mi teléfono celular.

— ¿A quién le debes en esta ocasión, Charlie? Charlie se rascó el pelo canoso.

—Bueno, es una historia divertida, Cookie…

— ¿A quién? —Grité.

—Benny. Mi boca se abrió y di un paso atrás, hacia Edward.

— ¿Benny? ¿Le debes a Benny? ¿Qué demonios es…?—Respiré, no tenía sentido—. No tengo esa cantidad de dinero, Charlie. Él sonrió.

—Algo me dice que sí.

— ¡Bien, no lo tengo! ¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía que no pararías hasta que terminaras muerto! Se removió, la sonrisa de satisfacción desapareciendo de su rostro.

— ¿Cuánto tienes? Apreté la mandíbula.

—Once mil. Estaba ahorrando para un coche. Los ojos de Rosalie se lanzaron a mi dirección.

— ¿De dónde has sacado once mil dólares, Bella?

—De las peleas de Edward. —dije, con los ojos clavados en Charlie. Edward tiró de mí para mirarme a los ojos.

— ¿Has obtenido once mil de mis peleas? ¿Cuándo estabas apostando?

—Riley y yo tenemos un acuerdo. —dije, sin preocuparme ante la sorpresa de Edward. Los ojos de Charlie se animaron repentinamente.

—Puedes duplicar eso en un fin de semana, Cookie. Puedes conseguirme los veinticinco para el domingo, y Benny no enviará a sus matones por mí. Sentía la garganta seca.

—Me dejará sin nada, Charlie. Necesito pagar por la escuela.

—Oh, puedes conseguirlo de nuevo en muy poco tiempo. —dijo, agitando su mano con desdén.

— ¿Cuándo es la fecha límite? —Le pregunté.

—El lunes. A la medianoche. —dijo, sin complejos.

—No tienes que darle una jodida moneda de diez centavos, Pigeon —dijo Edward, tirando de mí brazo. Charlie me agarró de la muñeca.

— ¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por ti! Rosalie le dio una palmada en la mano y luego lo empujó.

— ¡No te atrevas a comenzar esa mierda de nuevo, Charlie! ¡Ella no te obligó a pedirle dinero prestado a Benny! Charlie me miró con odio en sus ojos.

—Si no fuera por ella, yo tendría mi propio dinero. Me arrebataste todo lo que era mío, Bella. ¡No tengo nada!

Pensaba que el tiempo y la distancia lejos de Charlie disminuirían el dolor que conllevaba ser su hija, pero las lágrimas en mis ojos me decían lo contrario.

—Voy a reunir el dinero de Benny para el domingo. Pero cuando lo haga, quiero me dejes en paz. No haré esto otra vez, Charlie. A partir de ahora, estás por tu propia cuenta, ¿Me oyes? Mantente. Alejado. Él apretó sus labios y luego asintió.

—Como tú digas, Cookie. Me di la vuelta y me dirigí hacia el coche, escuchando a Rosalie detrás de mí.

—Hagan sus maletas, chicos. Nos vamos a Las Vegas.

.................................................................

Mariah Carey: cantante y compositora.

Molly ringwald: actriz, cantante y bailarina estadounidense.

Capítulo 12: El uno para el otro Capítulo 14: Corta estancia en el pecado

 
14443416 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios