NO TE BUSCABA PERO TE ENCONTRÉ (+18)

Autor: Yusale
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 31/07/2013
Fecha Actualización: 17/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 138
Visitas: 72941
Capítulos: 35

Isabella Swan, una fotógrafa de Boston, celebra el éxito de su última exposición en un exclusivo after hours de la ciudad. Entre el acalorado gentío siente la presencia de un sensual desconocido que despierta en ella las fantasía más profundas. Pero nada relacionado con esa noche ni con ese hombre resulta ser l o que parece. A la salida, Isabella presencia un asesinato y, a partir de ese momento, la realidad se convierte en algo oscuro y mortífero, adentrándose en un submundo que nunca supo que existía, habitado por vampiros urbanos enfrentados.

Edward Cullen es un vampiro, un guerrero de la Raza, que ha nacido para proteger a los suyos -así como a los humanosque existen en una vida paralela a la suya- de la creciente amenaza de los vampiros renegados. Edward no puede arriesgarse a unirse a una humana, pero cuando Isabella se convierte en el objetivo de sus enemigos, no tiene más opción que llevársela a ese otro mundo que él lidera, en el que serán devorados por un deseo salvaje e insaciable

Ni la historia, ni los personajes son mios, la historia le pertenece a Lara Adrian cuyo libro se llama El Beso de la Medianoche, y los personajes por supuesto son de Stephanie Meyer.

 

Aqui les dejo el link de mis otras historias

UN EMBARAZOS DOS AMORES (TERMINADA)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3392

 

 

ENTRE EL ODIO Y EL AMOR (TERMINADO)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3796

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Capítulo 8: 7

Al principio, Isabella pensó que se había tratado solamente de otro sueño erótico. Pero a la mañana siguiente, al despertarse, tarde, desnuda en la cama, con el cuerpo agotado y dolorido en los lugares adecuados, supo que, definitivamente, Edward Cullen había estado allí, en carne y hueso. Y Dios, qué carne tan impresionante. Había perdido la cuenta de cuántas veces la había llevado hasta el clímax. Si sumaba todos los orgasmos que había tenido durante los últimos dos años, probablemente ni se acercaría a lo que había experimentado con él la pasada noche.

Y a pesar de ello, en el momento en que abrió los ojos y se dio cuenta, decepcionada, de que Edward no se había quedado allí, todavía deseaba tener otro orgasmo más. La cama estaba vacía, el apartamento se encontraba en silencio. Era evidente que él se había marchado en algún momento durante la noche.

Isabella estaba tan agotada que hubiera podido dormir el día entero, pero tenía una cita para comer con Jacob y con las chicas, así que salió de la casa y se dirigió hacia el centro de la ciudad veinte minutos después del mediodía. Cuando entró en el restaurante de Chinatown se dio cuenta de que unas cuantas cabezas se giraban a su paso: notó las miradas apreciativas de un grupo de tipos que parecían modelos de publicidad y que se encontraban ante la barra de sushi y las de media docena de ejecutivos trajeados que la siguieron mientras ella se dirigía hacia la mesa de sus amigos, al fondo del restaurante.

Se sentía sexy y segura de sí misma, vestida con su suéter de cuello de pico de color rojo oscuro y su falda negra, y no le importaba que fuera evidente para todo el mundo que se encontraba allí que había disfrutado de la noche de sexo más increíble de toda su vida.

—¡Finalmente, nos honra con su presencia! —exclamó Jacob en cuanto Isabella llegó a la mesa y saludó a sus amigos con unos abrazos.

Ángela le acarició una mejilla.

—Tienes un aspecto fantástico.

Jacob asintió con la cabeza.

—Sí, es verdad, cariño. Me encanta lo que llevas puesto. ¿Es nuevo? —No esperó a que le contestara. Volvió a sentarse inmediatamente ante la mesa y se metió en la boca un rollito frito—. Me moría de hambre, así que ya hemos pedido un aperitivo. Pero ¿dónde has estado? Estaba a punto de mandar a un escuadrón a buscarte.

—Lo siento. Hoy me he dormido un poco. —Sonrió y se sentó al lado de Jacob, en el banco de vinilo de color verde—. ¿Tanya no viene?

—Desaparecida en combate otra vez. —Ángela tomó un sorbo de té y se encogió de hombros—. No importa. Últimamente, solamente habla de su nuevo novio, ya sabes, ese chico que encontró en La Notte el pasado fin de semana.

—Brent —dijo Isabella, controlando la punzada de incomodidad que sintió por la mención de esa terrible noche.

—Sí, él. Ella incluso ha conseguido cambiar su turno por el de día en el hospital para pasar todas las noches con él. Parece que él tiene que viajar mucho para ir al trabajo o lo que sea y normalmente no está disponible durante el día. No me puedo creer que Tanya permita que nadie le dirija la vida de esta manera. Ben y yo llevamos tres meses saliendo, pero yo todavía tengo tiempo para mis amigos.

Isabella arqueó las cejas. De los cuatro, Tanya era la más libre de espíritu, incluso de forma impenitente. Prefería mantener unos cuantos amantes y tenía intención de permanecer soltera por lo menos hasta que cumpliera los treinta.

—¿Crees que se ha enamorado?

—Lascivia, cariño. —Jacob cogió con los palillos el último sushi—. A veces te hace hacer cosas peores que el amor. Créeme, me ha pasado.

Mientras masticaba, Jacob clavó los ojos en los de Isabella durante un largo momento. Luego se fijó en el pelo desordenado y en que ella, de repente, se había ruborizado. Isabella intentó sonreír con expresión despreocupada, pero no pudo evitar que su secreto la traicionara en el brillo de felicidad de sus ojos. Jacob dejó los palillos en el plato, inclinó la cabeza hacia ella y el pelo rubio le cayó sobre la mejilla.

—Oh, Dios mío. —Sonrió—. Lo has hecho.

—¿He hecho qué? —Pero se le escapó una suave carcajada.

—Lo has hecho. Te has acostado con alguien, ¿verdad?

La carcajada de Isabella se redujo a una tímida risita.

—Oh, cariño. Pues te sienta bien, debo decir. —Jacob le dio unas palmaditas en la mano y se rio con ella—. A ver si lo adivino: es el oscuro y sexy detective del Departamento de Policía de Boston.

Ella levantó los ojos al cielo al oír cómo le había calificado, pero asintió con la cabeza.

—¿Cuándo ha sido?

—Esta noche. Prácticamente toda la noche.

La expresión de entusiasmo de Jacob atrajo la atención de algunas mesas cercanas. Él se calmó un poco, pero sonreía a Isabella como una orgullosa mamá oca.

—Él es bueno, ¿eh?

—Increíble.

—De acuerdo. ¿Y cómo es posible que yo no sepa nada de este hombre misterioso? —Interrumpió Ángela en esos momentos—. ¿Y es un policía?

Quizá Ben le conozca. Le puedo preguntar...

—No. — Isabella negó con la cabeza—. Por favor, no digáis nada de esto a nadie, chicos. No estoy saliendo con Edward. Vino ayer por la noche para devolverme el teléfono móvil y las cosas se pusieron... bueno... fuera de control. Ni siquiera sé si voy a volver a verle.

La verdad era que no tenía ni idea de eso pero, Dios, deseaba que así fuera.

Una parte de ella sabía que lo que había ocurrido entre ellos era algo  insensato, una locura. Lo era. La verdad es que no podía negarlo. Era de locos. Ella siempre se había tenido por una persona sensata, prudente: la persona que prevenía a sus amigos de los impulsos imprudentes como el que se había permitido la noche pasada.

Tonta, tonta, tonta.

Y no solamente por haber permitido que ese momento la atrapara por completo hasta el punto de haber olvidado tomar ninguna protección. Tener relaciones íntimas con alguien que es prácticamente un desconocido raramente era una buena idea, pero Isabella tenía la terrible sensación de que resultaría muy fácil perder el corazón por un hombre como Edward Cullen.

Y eso, estaba segura, no era menos que de idiotas. A pesar de todo, el sexo como el que había tenido con él no se daba a menudo. Por lo menos, no para ella. Solamente pensar en Edward Cullen hacía que todo dentro de su cuerpo se retorciera de deseo. Si él entrara en el restaurante justo en ese momento, probablemente saltaría por encima de las mesas y se echaría encima de él.

—Ayer pasamos juntos una noche increíble, pero ahora mismo, eso es lo único que hay. No quiero sacar ninguna conclusión de ello.

—Aja. —Jacob apoyó un codo en la mesa y se apoyó en él con expresión conspiradora—: Entonces, ¿por qué estás sonriendo todo el rato?

.

.

.

—¿Dónde diablos has estado?

Edward olió a Eleazar antes de ver al vampiro dar la vuelta a la esquina del pasillo de la zona de residencia del complejo. El macho había estado cazando hacía poco. Todavía arrastraba el olor metálico y dulzón de la sangre, tanto de humano como de algún renegado.

Cuando vio que Edward le estaba esperando fuera de uno de los apartamentos se detuvo, con las manos apretadas en puños dentro de los bolsillos del pantalón tejano de cintura baja. La camiseta gris que llevaba puesta estaba deshilachada en algunos puntos y sucia de polvo y de sangre. Tenía los párpados caídos sobre los pálidos ojos verdes y se le veían unas oscuras ojeras. El pelo, rojizo, descuidado y largo, le caía sobre el rostro.

—Tienes un aspecto de mierda, Eleazar.

Él levantó los ojos por debajo del flequillo de su pelo y se mostró burlón, como siempre.

Sus fuertes bíceps y antebrazos estaban cubiertos de dermoglifos. Esas elegantes y afiligranadas marcas tenían solamente un tono más oscuro que el de su piel dorada y su color no desvelaba el estado de ánimo del vampiro. Edward no sabía si era por pura voluntad que ese macho se encerraba en una actitud permanente de apatía o si era la oscuridad de su pasado que verdaderamente había apagado cualquier sentimiento que pudiera tener.

Dios era testigo de que había pasado por algo que hubiera podido vencer a una cuadrilla entera de guerreros.

Pero los demonios personales que Eleazar tuviera eran cosa suya. Lo único que le importaba a Edward era asegurarse de que la Orden se mantenía fuerte y a punto. No había lugar para que esa cadena tuviera engarces débiles.

—Hace cinco días que has estado fuera de contacto, Eleazar. Te lo voy a preguntar otra vez: ¿dónde mierda has estado?

El sonrió, burlón.

—Jódete, tío. No eres mi madre.

Empezó a alejarse, pero Edward le cerró el paso con una velocidad asombrosa. Levantó a Eleazar por el cuello y lo empujó contra la pared del pasillo para captar su atención.

La furia de Edward estaba en su punto máximo: en parte por la desconsideración que, en general, Eleazar mostraba hacia los demás en la Orden durante los últimos tiempos, pero todavía lo estaba más por la falta de sensatez que le había hecho pensar que podría pasar una noche con Isabella Swan y quitársela luego de la cabeza.

Ni la sangre ni la extrema violencia que había ejercido con dos renegados durante las horas previas al amanecer habían sido suficientes para apagar la lascivia por Isabella que todavía le latía por todo el cuerpo. Edward había recorrido la ciudad como un espectro durante toda la noche y había vuelto al complejo con un humor furioso y negro.

Ese sentimiento persistía en él mientras apretaba los dedos alrededor de la garganta de su hermano. Necesitaba una excusa para sacar la agresividad, y Eleazar, con ese aspecto animal y con su secretismo, era un candidato más que bueno para hacer ese papel.

—Estoy cansado de tus tonterías, Eleazar. Necesitas controlarte, o yo lo haré en tu lugar. —Apretó la laringe del vampiro con más fuerza, pero Eleazar ni siquiera se inmutó por el dolor—. Ahora dime dónde has estado durante todo este tiempo o tú y yo vamos a tener serios problemas.

Los dos machos tenían más o menos el mismo tamaño y estaban más que igualados en cuestión de fuerza. Eleazar pudo haber presentado batalla, pero no lo hizo. No demostró ni la más mínima emoción, simplemente miró a Edward con ojos fríos e indiferentes.

No sentía nada, e incluso eso sacaba de quicio a Edward.

Edward, con un gruñido, quitó la mano de la garganta del guerrero e intentó controlar la rabia. No era propio de él comportarse de esa manera. Eso estaba por debajo de él.

Mierda.

¿Y era él quien le decía a Eleazar que tenía que controlarse?

Buen consejo. Quizá tenía que aplicárselo a sí mismo.

La mirada inexpresiva de Eleazar decía más o menos lo mismo, aunque el vampiro mantuvo, de forma inteligente, la boca cerrada.

Mientras los dos difíciles aliados se miraban el uno al otro en medio de un oscuro silencio, detrás de ellos y a cierta distancia en el pasillo, una puerta de cristal se abrió con un zumbido. Se oyó el chirrido de las zapatillas deportivas de Jasper en el pulido suelo mientras éste salía de sus aposentos privados y recorría el pasillo.

—Eh, Eleazar, buen trabajo de reconocimiento, tío. He vigilado un poco después de lo que hablamos el otro día. Ese presentimiento que tuviste de que debíamos mantener vigilados a los renegados en Green Line parece bueno.

Edward ni siquiera parpadeó. Eleazar le aguantó la mirada, sin hacer caso a las felicitaciones de Jasper. Tampoco intentó defenderse de esas sospechas infundadas. Simplemente se quedó allí durante un largo minuto sin decir nada. Luego pasó al lado de Edward y continuó su camino por el pasillo del complejo.

—Creo que querrás comprobar esto, Edward—dijo Jasper mientras se dirigía hacia el laboratorio—Parece que algo está a punto de ponerse feo.

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Chicas lo prometido es deuda, hoy lunes les traje un nuevo capítulo de esta historia, ¿porqué creen que se va a poner feo?, cuentenme que les pareció, gracias a todas por sus comentarios y también gracias por tomarse unos minuots para leer la historia.

Chaito y cuidense

Capítulo 7: 6 Capítulo 9: 8

 
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