NO TE BUSCABA PERO TE ENCONTRÉ (+18)

Autor: Yusale
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 31/07/2013
Fecha Actualización: 17/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 138
Visitas: 72928
Capítulos: 35

Isabella Swan, una fotógrafa de Boston, celebra el éxito de su última exposición en un exclusivo after hours de la ciudad. Entre el acalorado gentío siente la presencia de un sensual desconocido que despierta en ella las fantasía más profundas. Pero nada relacionado con esa noche ni con ese hombre resulta ser l o que parece. A la salida, Isabella presencia un asesinato y, a partir de ese momento, la realidad se convierte en algo oscuro y mortífero, adentrándose en un submundo que nunca supo que existía, habitado por vampiros urbanos enfrentados.

Edward Cullen es un vampiro, un guerrero de la Raza, que ha nacido para proteger a los suyos -así como a los humanosque existen en una vida paralela a la suya- de la creciente amenaza de los vampiros renegados. Edward no puede arriesgarse a unirse a una humana, pero cuando Isabella se convierte en el objetivo de sus enemigos, no tiene más opción que llevársela a ese otro mundo que él lidera, en el que serán devorados por un deseo salvaje e insaciable

Ni la historia, ni los personajes son mios, la historia le pertenece a Lara Adrian cuyo libro se llama El Beso de la Medianoche, y los personajes por supuesto son de Stephanie Meyer.

 

Aqui les dejo el link de mis otras historias

UN EMBARAZOS DOS AMORES (TERMINADA)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3392

 

 

ENTRE EL ODIO Y EL AMOR (TERMINADO)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3796

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Capítulo 22: 21

Hola chicas, disculpenme por no haber publicado ayer, pero estos últimos días solo he tenido tiempo para respirar y dormir y eso porque son necesarios, pero aqui les traje otro capítulo que lo disfruten

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La visita de Isabella por el laberíntico complejo de los guerreros le mostró dependencias de residencia privadas, zonas comunes, una sala de entrenamiento equipada con un increíble surtido de armas y de equipos de combate, una sala para banquetes, una especie de capillas e innumerables habitaciones escondidas para varias funciones que se mezclaban en su mente.

También conoció a Victoria, que era exactamente como Alice le había dicho que era. Vivaz, encantadora y guapa como una supermodelo. La compañera de raza de James había insistido en saberlo todo acerca de Isabella y de su vida. Victoria era española y hablaba de volver allí algún día con James, donde ambos podrían crear una familia con el tiempo. Fue una agradable presentación que solamente se vio interrumpida por la llegada de James. Cuando él llegó, Victoria se dedicó por entero a su compañero y Alice se llevó a Isabella a otras zonas del complejo.

Era impresionante lo inmensas y eficientes que eran las instalaciones. Cualquier idea que ella pudiera tener acerca de que los vampiros vivían en viejas, cavernosas y húmedas cavernas le había desaparecido de la mente en cuanto ella y Alice hubieron concluido ese informal paseo.

Esos guerreros y sus compañeras vivían con un estilo de alta tecnología y tenían literalmente todos los lujos que pudieran desear, aunque ninguno atrajo tanto a Isabella como la habitación en la que se encontraban ella y Alice en ese momento. Unas estanterías de pulida madera oscura que iban desde el suelo al techo llenaban las altas paredes de la habitación y contenían miles de volúmenes. Sin duda, la mayoría eran extraños, dado la cantidad de los mismos que estaban encuadernados en piel y cuyos lomos grabados con oro brillaban a la suave luz de la biblioteca.

—Hala —exclamó Isabella mientras se dirigía al centro de la habitación y se daba la vuelta para admirar la impresionante colección de libros.

—¿Te gusta? —le preguntó Alice, apoyándose en la puerta abierta.

Isabella asintió, demasiado ocupada en mirarlo todo para responder. Al darse la vuelta vio un lujoso tapiz que cubría la pared trasera. Era una imagen nocturna que representaba a un enorme caballero vestido de negro y con una malla de plata, sentado encima de un oscuro caballo encabritado. El caballero llevaba la cabeza descubierta y su largo cabello cobrizo volaba al viento igual que los penachos que ondeaban desde la punta de su lanza ensangrentada y en el parapeto de un castillo que había en la cima de una colina, al fondo.

El bordado era tan intrincado y preciso que Isabella pudo distinguir los penetrantes ojos de ese hombre y sus angulosos y marcados pómulos. En su sonrisa cínica y casi despectiva había algo que le resultaba familiar.

—Oh, Dios mío. ¿Se supone que es...? —murmuró Isabella.

Alice contestó con un encogimiento de hombros y una risita divertida.

—¿Quieres quedarte aquí un rato? Tengo que ir a ver a Esme, pero eso no significa que tengas que irte, si prefieres...

—Claro. Sí. Me encantará quedarme un rato por aquí. Por favor, tómate el tiempo que necesites y no te preocupes por mí.

Alice sonrió.

—Volveré pronto y nos ocuparemos de prepararte una habitación.

—Gracias —repuso Isabella, que no tenía ninguna prisa en que se la llevaran de ese paraíso inesperado.

En cuanto la otra mujer hubo salido, Isabella se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar a mirar: si por el tesoro de la literatura o la pintura medieval que representaba a Edward Cullen, que parecía ser de alrededor del siglo XIV.

Decidió hacer ambas cosas. Sacó un increíble volumen de poesía francesa, presumiblemente una primera edición, de uno de los estantes y se lo llevó a un sillón de lectura colocado ante el tapiz. Dejó el libro encima de una delicada mesa antigua y, durante un minuto, lo único que fue capaz de hacer fue mirar la imagen de Edward bordada de forma tan experta con hilo de seda. Levantó una mano, pero no se atrevió a tocar esa pieza de museo.

«Dios mío», pensó, impresionada, al captar la increíble realidad de ese otro mundo.

Durante todo ese tiempo, ellos habían existido al mismo tiempo que los seres humanos.

«Increíble.»

Y qué pequeño le parecía su propio mundo a la luz de ese nuevo conocimiento. Todo aquello que creía saber sobre la vida había sido eclipsado en cuestión de horas por la larga historia de Edward y del resto de los suyos.

De repente, el aire pareció moverse a su alrededor y Isabella sintió una súbita alarma. Se volvió rápidamente y se sobresaltó al encontrarse con el Edward real, en carne y hueso, de pie, detrás de ella, en la entrada de la habitación, apoyado con uno de sus enormes hombros contra el quicio de la puerta. Llevaba el pelo más corto que el caballero, sus ojos tenían quizá una expresión de mayor obsesión y no se veían tan ansiosos como los que había representado el artista.

Edward era mucho más atractivo en persona: incluso cuando estaba quieto irradiaba un poder innato. Incluso cuando la miraba con el ceño fruncido y en silencio, como en ese momento.

El corazón de Isabella se aceleró con una mezcla de miedo y expectativa en cuanto vio que él se apartaba del quicio de la puerta y entraba en la habitación. Le miró, le miró de verdad, y le vio tal y como era: una fuerza que no tenía edad, una belleza salvaje, un poder inconmensurable.

Un enigma oscuro, que resultaba tan seductor como peligroso.

—¿Qué estás haciendo aquí? —En su voz había una nota acusatoria.

—Nada —contestó ella rápidamente—. Bueno, si te soy sincera, no he podido evitar admirar algunas de estas cosas tan hermosas. Alice me ha estado enseñando el complejo.

Él gruñó y se apretó el puente de la nariz sin dejar de fruncir el ceño.

—Hemos tomado el té juntas y hemos estado charlando un poco —añadió Isabella —. Victoria ha estado con nosotras también. Las dos son muy agradables. Y este lugar es realmente impresionante. ¿Cuánto hace que tú y los demás guerreros vivís aquí?

Ella se daba cuenta de que él tenía poco interés en entrar en conversación, pero contestó, levantando un hombro en un encogimiento despreocupado.

—Jasper y yo fundamos este lugar en 1898 como cuartel general para dar caza a los renegados que se habían trasladado a esta región. Desde aquí reclutamos a un grupo de los mejores guerreros para que lucharan con nosotros. Emmett y Carlisle fueron los primeros. Riley y James se unieron a nosotros más tarde. Y Eleazar.

Este último nombre le era completamente desconocido a Isabella.

—¿Eleazar? —preguntó—. Alice no le ha mencionado. Él no estaba cuando me presentaste a los demás.

—No, no estaba.

Al ver que él no daba más explicaciones, la curiosidad la atrapó.

—¿Es uno a quien habéis perdido, como Carlisle?

—No. No es eso. —Edward habló con voz entrecortada al referirse a este último miembro del grupo, como si el tema fuera un tema doloroso que prefiriera no tocar.

Él continuaba mirándola intensamente y estaba tan cerca que ella percibía el movimiento de su pecho al respirar, los músculos que se expandían bajo la camisa negra de impecable caída, el calor que su cuerpo parecía irradiar hacia ella.

Detrás de él, en la pared, su semejante miraba desde el tapiz con una expresión de ferviente determinación: el joven caballero decidido y grave, seguro de conquistar todo premio que encontrara en su camino. Isabella distinguía una sombra más oscura de esa misma determinación en Edward ahora, mientras la mirada de él recorría todo su cuerpo, de pies a cabeza.

—Este tapiz es increíble.

—Es muy viejo —dijo él, mirándola mientras se acercaba a ella—. Pero supongo que eso ya lo sabes ahora.

—Es precioso. Y se te ve tan fiero, como si estuvieras a punto de conquistar el mundo.

—Lo estaba. —Miró el tapiz de la pared con una ligera expresión de burla—. Lo hice hacer unos meses después de la muerte de mis padres. Ese castillo que se quema, al fondo, pertenecía a mi padre. Lo hice cenizas después de cortarle la cabeza por haber matado a mi madre en un ataque de sed de sangre.

Isabella se quedó sin habla. No había esperado nada como eso.

—Dios mío. Edward...

—La encontré en un charco de sangre en nuestro vestíbulo. Tenía la garganta destrozada. Él ni siquiera intentó defenderse. Sabía lo que había hecho. La amaba, tanto como podían amar los de su clase, pero su sed era más fuerte. No podía negar su naturaleza. —Edward se encogió de hombros—. Le hice un favor al terminar con su existencia.

Isabella observó la expresión fría de él y se sintió tan impresionada por lo que acababa de oír como por el tono displicente con que lo hizo. Todo el romántico atractivo que había proyectado en ese tapiz hacía tan sólo un minuto, desapareció bajo el peso de la tragedia que verdaderamente representaba.

—¿ Por qué quisiste tener un recuerdo tan bonito de una cosa tan terrible?

—¿Terrible? —El negó con la cabeza—. Mi vida comenzó esa noche. Yo nunca tuve ningún objetivo hasta que me erguí sobre mis pies, sobre la sangre de mi familia y me di cuenta de que tenía que cambiar las cosas: para mí mismo y para el resto de mi estirpe. Esa noche declaré la guerra a los Antiguos que quedaban de los de la clase de mi padre, y a todos los miembros de la raza que les habían servido como renegados.

—Eso significa que has estado luchando durante mucho tiempo.

—Tendría que haber empezado muchísimo antes. —Le clavó una mirada de hierro y le dirigió una sonrisa escalofriante—. No me voy a detener nunca. Es por eso por lo que vivo: manejo la muerte.

—Algún día ganarás, Edward. Entonces toda la violencia terminará por fin.

—¿Tú crees? —dijo él, arrastrando las palabras con cierta burla en el tono de voz—. ¿Y lo sabes con seguridad, basándote en qué? ¿En tus pocos veintisiete años de vida?

—Lo baso en la esperanza, para empezar. En la fe. Tengo que creer que el bien siempre prevalecerá. ¿Tú no? ¿No es por eso que tú y los demás hacéis lo que hacéis? ¿Porque tenéis la esperanza de que podéis mejorar las cosas?

Él se rio. En verdad, la miró directamente y se rio.

—Mato a los renegados porque lo disfruto. Soy retorcidamente bueno en eso. No voy a hablar de los motivos de los demás.

—¿Qué pasa contigo, Edward? Pareces... ¿cabreado? ¿Retador? ¿Un poco psicótico? Estás actuando de forma distinta aquí de como actuaste antes conmigo.

Él le clavó una mirada mordaz.

—Por si no te has dado cuenta, cariño, ahora estás en mis dominios. Las cosas son distintas aquí.

La crueldad que veía en él en esos momentos la desconcertó, pero fue su extraña mirada ardiente lo que de verdad la enervó. Sus ojos eran demasiado brillantes, parecían duros como el cristal. Su piel había enrojecido y se veía tensa en sus mejillas. Y ahora que le miraba de cerca, vio que tenía la frente perlada de sudor.

Una rabia pura y fría emanaba de él en oleadas. Como si deseara desgarrar algo con sus propias manos.

Y resultaba que lo único que tenía delante era a ella.

Él avanzó y pasó por su lado en silencio, dirigiéndose hacia una puerta cerrada que se encontraba cerca de una de las altas estanterías. La puerta se abrió sin que él la tocara. Al otro lado todo estaba tan oscuro que Isabella pensó que era un armario. Pero él entró en ese espacio tenebroso y ella oyó sus pisadas alejándose sobre un suelo de madera de lo que debía de ser un pasadizo escondido del complejo.

Isabella se quedó allí de pie, como si acabara de librarse de que una brutal tormenta la atrapara. Exhaló con fuerza, aliviada. Quizá debía dejarle marchar. Tenerse por afortunada por estar lejos de su camino en ese momento. Estaba claro que él no parecía desear su compañía, y ella no estaba segura de querer la de él si estaba de esa manera.

Pero algo le sucedía, algo estaba realmente mal, y tenía que saber qué era.

Se tragó el miedo y le siguió.

—¿Edward? —En el espacio de más allá de la puerta no había ninguna luz. Solamente había oscuridad, y se oía el sonido constante de los tacones de las botas de Edward—. Dios, está muy oscuro aquí. Edward, espera un segundo. Dime algo.

El ritmo de sus pasos no se alteró. Parecía más que ansioso de librarse de ella. Como si estuviera desesperado por alejarse de ella.

Isabella avanzó por el pasillo oscuro que tenía delante de la mejor manera que pudo, con los brazos alargados hacia delante para ayudarse a seguir las curvas del pasadizo.

—¿A dónde vas?

—Fuera.

—¿Para qué?

—Ya te lo he dicho. —Se oyó un cerrojo en el mismo punto desde donde provenía su voz—. Tengo que hacer un trabajo. Últimamente he estado muy relajado.

A causa de ella.

No lo dijo, pero no había manera de malinterpretar lo que quería decir.

—Tengo que salir de aquí —le dijo, cortante—. Es hora de que añada unos cuantos chupones a mi lista.

—La noche ya casi ha pasado. Quizá tendrías que descansar un poco, en lugar de eso. No me parece que estés bien, Edward.

—Necesito luchar.

Isabella oyó que sus pasos se detenían, oyó el susurro de la tela en algún punto por delante de ella, en la oscuridad, como si él se hubiera detenido y se estuviera quitando la ropa. Isabella continuó avanzando en dirección a esos sonidos con las manos hacia delante, intentando orientarse en ese pozo oscuro interminable. Ahora se encontraban en otro espacio; había una pared a la derecha. La utilizó como guía, avanzando a lo largo de ella con pasos cuidadosos.

—En la otra habitación parecías ruborizado. Y tu voz suena... rara.

—Necesito alimentarme. —Su voz sonó grave y letal, como una amenaza inequívoca.

¿Se había dado cuenta él de que ella se había detenido al oírle? Debía de haberse dado cuenta, porque se rio con un humor amargo, como si la intranquilidad de ella le divirtiera.

—Pero ya te has alimentado —le recordó ella—. Justo la otra noche, de hecho. ¿Es que no tomaste suficiente sangre cuando mataste a ese sirviente? Creí que dijiste que solamente necesitabas alimentarte una vez durante varios días.

—Ya eres una experta en el tema, ¿verdad? Estoy impresionado.

Las botas cayeron al suelo con un descuidado golpe, primero una y luego la otra.

—¿Podemos encender algunas luces aquí? No puedo verte...

—Sin luces —la cortó él—. Yo veo perfectamente. Huelo tu miedo.

Ella tenía miedo, no tanto por ella sino por él. Él estaba más que enervado. El aire que le rodeaba parecía latir de pura furia. Llegaba hasta ella a través de la oscuridad, como una fuerza invisible que la empujaba hacia atrás.

—¿He hecho algo mal, Edward? ¿No debería estar aquí en el complejo? Porque si has cambiado de opinión al respecto, tengo que decirte que no estoy muy segura de que fuera una buena idea que yo viniera aquí.

—Ahora no hay ningún otro lugar para ti.

—Quiero volver a mi apartamento.

Isabella sintió una oleada de calor que le subía por los brazos, como si él se hubiera dado la vuelta y la fulminara con la mirada.

—Has venido aquí. Y no puedes volver allí. Te quedarás hasta que yo decida lo contrario.

—Esto se parece mucho a una orden.

—Lo es.

De acuerdo, ahora él no era el único que sentía rabia.

—Quiero mi teléfono móvil, Edward. Tengo que llamar a mis amigos y asegurarme de que están bien. Luego llamaré a un taxi y me iré a casa, donde intentaré encontrarle algún sentido a este lío en que se ha convertido mi vida.

—Ni hablar. — Isabella oyó un clic metálico de un arma, y el roce de un cajón que se abría—. Ahora estás en mi mundo, Isabella. Aquí soy yo quien dicta las leyes. Y tú estás bajo mi protección hasta que yo considere que es seguro soltarte.

Ella se tragó la maldición que tenía en la punta de la lengua. Casi.

—Mira, esta actitud benevolente de capo te puede haber funcionado en el pasado, pero no te imagines que la puedes utilizar conmigo.

El rabioso gruñido que salió de él fue como un latigazo que le erizó los cabellos de la nuca.

—No sobrevivirías una noche ahí fuera sin mí, ¿lo comprendes? Si no hubiera sido por mí, no habrías sobrevivido a tu primer maldito año de vida.

De pie, allí, en la oscuridad, Isabella se quedó totalmente inmóvil.

—¿Qué has dicho?

Sólo obtuvo un largo silencio como respuesta.

—¿Qué quieres decir con que no hubiera sobrevivido?

Él soltó un juramento entre los dientes apretados.

—Yo estaba allí, Isabella. Hace veintisiete años, cuando una indefensa madre joven fue atacada por un vampiro renegado en la estación de autobús de Boston, yo estaba allí.

—Mi madre —murmuró ella con el corazón casi detenido. Alargó la mano hacia atrás en busca de la pared y se apoyó en ella.

—Ya la había mordido. Le estaba chupando la sangre cuando lo olí y les encontré fuera de la estación. Él la hubiera matado. Te hubiera matado también a ti.

Isabella casi no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Tú nos salvaste?

—Le di a tu madre la oportunidad de alejarse. Pero estaba demasiado mal a causa de la mordedura. Nada podía salvarla. Pero ella quería salvarte a ti. Se escapó contigo en brazos.

—No. Ella no se preocupaba por mí. Me abandonó. Me puso en un cubo de basura —susurró Isabella, con la garganta atenazada al sentir la vieja herida del abandono.

—La mordedura la dejó en un estado de conmoción. Es probable que estuviera desorientada, y que creyera que te estaba dejando en un lugar seguro. Que te estuviera ocultando del peligro.

Dios, ¿durante cuánto tiempo se había estado interrogando acerca de la joven mujer que la había traído al mundo? ¿Cuántos escenarios había inventado para explicar, explicarse a sí misma por lo menos, lo que debía de haber sucedido esa noche en que la encontraron en la calle, cuando era un bebé? Pero nunca había imaginado esto.

—¿Cómo se llamaba?

—No lo sé. No me interesaba. Ella era solamente otra víctima de los renegados. Yo no había pensado en nada de eso hasta que tú mencionaste a tu madre en tu apartamento.

—¿Y yo? —Preguntó ella, intentando ponerlo todo en orden—. Cuando viniste a verme por primera vez después del asesinato, ¿sabías que yo era el bebé a quien habías salvado?

El emitió una carcajada seca.

—No tenía ni idea. Vine hasta ti porque noté tu olor a jazmín fuera de la discoteca y te deseaba. Necesitaba saber si tu sangre sería tan dulce como el resto.

Oír esas palabras le hizo recordar todo el placer que Edward le había dado con su cuerpo. Ahora se preguntaba cómo sería que él le chupara del cuello mientras la penetraba. Para su sorpresa, se dio cuenta que era mucho más que curiosidad lo que sentía.

—Pero no lo hiciste. Tú no...

—Y no lo haré —contestó él, con voz entrecortada. Isabella oyó otra maldición donde se encontraba él, esta vez de dolor—. Nunca te habría tocado si hubiera sabido...

—¿Si hubieras sabido qué?

—Nada, olvídalo. Sólo que... Dios, la cabeza me duele demasiado para hablar. Vete de aquí. Déjame solo ahora.

Isabella se quedó justo donde estaba. Le oyó moverse otra vez, fue un sordo roce de los pies. Y otro gruñido grave y animalesco.

—¿Edward? ¿Estás bien?

—Estoy bien —gruñó, lo cual parecía cualquier cosa menos que estuviera bien—. Necesito eh... joder. —Ahora respiraba con mayor dificultad, casi jadeaba—. Vete de aquí, Isabella. Necesito estar... solo.

Algo pesado cayó en la alfombra del suelo con un golpe sordo. Él inhaló con fuerza.

—No creo que necesites quedarte solo ahora mismo, en absoluto. Creo que necesitas ayuda. Y no puedo continuar hablando contigo en la oscuridad de esta manera. — Isabella pasó la mano por la pared buscando a tientas la luz—. No encuentro ningún...

Sus dedos tropezaron con un interruptor y lo encendió.

—Oh, Dios mío.

Isabella estaba doblado sobre sí mismo en el suelo, al lado de una cama grande. Se había quitado la camisa y las botas y se retorcía como presa de un dolor extremo. Las marcas del torso y de la espalda tenían un color lívido. Las intrincadas curvas y arcos cambiaban del púrpura profundo al rojo y al negro a cada espasmo mientras él se sujetaba el abdomen.

Isabella corrió a su lado y se arrodilló. El cuerpo de él se contrajo salvajemente y le hizo encogerse en una tensa pelota.

—¡Isabella! ¿Qué está sucediendo?

—Vete —le gruñó él cuando ella intentó tocarle al tiempo que se apartaba como un animal herido—. ¡Vete! No es... cosa tuya.

—¡Y una mierda no lo es!

—Vete... ¡aaah! —Su cuerpo volvió a sufrir una convulsión, peor que la anterior—. Apártate de mí.

Verle con tanto dolor hizo que el pánico se apoderara de ella.

—¿Qué te está sucediendo? ¡Dime qué tengo que hacer!

Él se tumbó de espaldas como si unas manos invisibles le hubieran hecho darse la vuelta. Los tendones del cuello se le veían tensos como cables. Las venas y las arterias le sobresalían en los bíceps y los antebrazos. Tenía una mueca en los labios que dejaba al descubierto los afilados colmillos blancos.

—¡Isabella, lárgate de aquí!

Ella se apartó para cederle espacio, pero no estaba dispuesta a dejarle sufriendo de esa manera.

—¿Voy a buscar a alguien? Puedo decírselo a Jasper.

—¡No! No... no se lo puedes decir. No... a nadie. —Él levantó los ojos hacia ella y Isabella vio que se habían achicado en dos delgadas rayas negras rodeadas por un brillante color ámbar. Esa mirada fiera le atenazó la garganta y le hizo acelerar el pulso. Edward se estremeció y apretó los ojos con fuerza.

—Pasará. Siempre pasa... al final.

Como para demostrarlo, después de un largo momento, empezó a arrastrarse para ponerse de pie. Le resultó difícil; sus movimientos eran torpes, pero el gruñido que le dirigió cuando ella intentó ayudarle la convenció para dejarle que lo hiciera solo. Por pura fuerza de voluntad, se levantó y se apoyó con el estómago contra la cama. Continuaba jadeando y todavía tenía el cuerpo tenso y pesado.

—¿Puedo hacer alguna cosa?

—Vete. —Pronunció esa palabra con angustia—. Sólo... mantente lejos.

Ella permaneció justo donde estaba y se atrevió a tocarle ligeramente el hombro.

—Tienes la piel encendida. Estás ardiendo de fiebre.

Él no dijo nada. Isabella no estaba segura de si él era capaz de pronunciar ninguna palabra ahora que toda su energía estaba dedicada en soportar el dolor y en librarse de lo que le tenía atrapado, fuera lo que fuese. Él le había dicho que necesitaba alimentarse esa noche, pero esto parecía ser algo más profundo que un hambre básica. Era un sufrimiento de una clase que ella nunca había visto.

≪Sed de sangre.

Ésa era la adicción que él había dicho que era el distintivo de los renegados. «Lo único que distinguía a la Raza de sus hermanos salvajes.» Al mirarle en esos momentos, ella se planteó lo difícil que debía de ser satisfacer una sed que también podía destruirle a uno.

Y cuando la sed de sangre le tenía a uno atrapado, ¿cuánto tiempo hacía falta para que le arrastrara por completo?

—Vas a ponerte bien —le dijo con suavidad mientras le acariciaba el pelo oscuro—. Relájate. Déjame que te cuide, Edward.

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Pobre de nuestro Edward tato dolor por la sed de sangre, aunque que mal como trato a Bella, ¿cierto?, al fin Bella supo sobre su madre y la verdad con ella, espero les haya gustado el capítulo.

Gracias por sus comentarios, votos y también a las silenciosas, nos estamos leyendo.

Chaito y cuidense.

Capítulo 21: 20 Capítulo 23: 22

 
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