NO TE BUSCABA PERO TE ENCONTRÉ (+18)

Autor: Yusale
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 31/07/2013
Fecha Actualización: 17/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 138
Visitas: 72930
Capítulos: 35

Isabella Swan, una fotógrafa de Boston, celebra el éxito de su última exposición en un exclusivo after hours de la ciudad. Entre el acalorado gentío siente la presencia de un sensual desconocido que despierta en ella las fantasía más profundas. Pero nada relacionado con esa noche ni con ese hombre resulta ser l o que parece. A la salida, Isabella presencia un asesinato y, a partir de ese momento, la realidad se convierte en algo oscuro y mortífero, adentrándose en un submundo que nunca supo que existía, habitado por vampiros urbanos enfrentados.

Edward Cullen es un vampiro, un guerrero de la Raza, que ha nacido para proteger a los suyos -así como a los humanosque existen en una vida paralela a la suya- de la creciente amenaza de los vampiros renegados. Edward no puede arriesgarse a unirse a una humana, pero cuando Isabella se convierte en el objetivo de sus enemigos, no tiene más opción que llevársela a ese otro mundo que él lidera, en el que serán devorados por un deseo salvaje e insaciable

Ni la historia, ni los personajes son mios, la historia le pertenece a Lara Adrian cuyo libro se llama El Beso de la Medianoche, y los personajes por supuesto son de Stephanie Meyer.

 

Aqui les dejo el link de mis otras historias

UN EMBARAZOS DOS AMORES (TERMINADA)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3392

 

 

ENTRE EL ODIO Y EL AMOR (TERMINADO)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3796

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Capítulo 6: 5

Capítulo seis

A mitad de semana, en plena temporada turística, los parques y avenidas de Boston estaban cuajados de humanidad. Los trenes traían a la gente a toda velocidad desde las afueras, a sus lugares de trabajo o a los museos, o a los innumerables puntos históricos que se encontraban por toda la ciudad. Mirones cargados con cámaras trepaban a los autobuses que les llevaban de excursión o se colocaban en fila para subir a los ferris sobrecargados que les llevarían más allá del cabo.

No muy lejos del ajetreo del día, oculto a unos nueve metros bajo una mansión de las afueras de la ciudad, Edward Cullen se inclinó sobre un monitor de pantalla plana, en el edificio de los guerreros de la raza, y pronunció una maldición. Los registros de identificación de los vampiros aparecían en pantalla a velocidad vertiginosa mientras el programa del ordenador realizaba una búsqueda en la enorme base de datos internacional buscando coincidencias con las fotos que Isabella Swan había tomado.

—¿Todavía nada? —preguntó, mirando de soslayo y con expresión impaciente a Jasper, el operador informático.

—Nada hasta el momento. Pero todavía se está realizando la búsqueda. La Base de Datos de Identificación Internacional tiene unos cuantos millones de registros para comprobar. —Los agudos ojos azules de Jasper  centellearon por encima de la montura de las elegantes gafas de sol—.Les echaré el lazo a esos capullos, no te preocupes.

—No me preocupo nunca —repuso Edward, y lo dijo de verdad. Jasper tenía un coeficiente intelectual que rompía todas las estadísticas y al que se añadía una tenacidad enorme. Ese vampiro era tanto un cazador incansable como un genio y Edward se alegraba de tenerle a su lado—. Si tú no eres capaz de sacarlos a la luz, Jasper, nadie puede hacerlo.

El gurú informático de la raza, con su corona de pelo corto y encrespado, le dirigió una sonrisa bravucona y confiada.

—Es por eso que me llevo los billetes grandes.

—Sí, algo parecido —dijo Edward mientras se apartaba de la pantalla, donde los datos no dejaban de aparecer sin parar.

Ninguno de los guerreros de la raza que se habían comprometido a proteger a la estirpe frente al azote de los renegados lo hacía por ninguna compensación. Nunca la habían tenido, desde que se organizaron por primera vez en esa alianza durante lo que para los humanos fue la edad medieval. Cada uno de los guerreros tenía sus propios motivos para haber elegido ese peligroso modo de vida, y algunos de ellos eran, se tenía que admitir, más nobles que otros. Como Jasper, que había trabajado en ese campo de forma independiente hasta que sus dos hermanos, que eran poco más que unos niños, fueron asesinados por los renegados a las afueras del Refugio Oscuro de Londres. Entonces Jasper buscó a Edward. De eso hacía tres siglos, unas décadas más o menos. Incluso entonces la habilidad de Jasper con la espada solamente encontraba rival en la afilada estocada de su mente. Había matado a muchos renegados en sus tiempos, pero más tarde, la devoción y la promesa íntima que le hizo a su compañera de raza, Alice, le había hecho abandonar el combate y empuñar el arma de la tecnología al servicio de la raza.

Cada uno de los seis guerreros que luchaban al lado de Edward tenía su talento personal. También tenían sus demonios personales, pero ninguno de ellos era del tipo sensiblero que permitiría que un loquero les metiera una linterna por el culo. Algunas cosas estaban mejor si se dejaban en la oscuridad y, probablemente, el único que estaba más convencido de ello que el propio Edward era un guerrero de la raza conocido como Emmett.

Edward saludó al joven vampiro cuando éste entró en el laboratorio técnico desde una de las numerosas habitaciones del edificio. Emmett, ataviado con su habitual vestimenta negra, llevaba unos pantalones de ciclista y una camiseta ajustada que mostraba tanto los tatuajes a tinta como sus intrincadas marcas de pertenencia a la raza. Sus abultados bíceps mostraban unos signos afiligranados que a ojos de cualquier humano parecían símbolos y diseños geométricos realizados en profundas tonalidades tierra. Pero los ojos de un vampiro distinguían esos símbolos claramente: eran dermoglifos, unas marcas naturales heredadas de los antepasados de la raza, cuya piel sin pelo se había recubierto de una pigmentación cambiante y de camuflaje.

Normalmente, esos glifos eran motivo de orgullo para la raza y eran sus únicas señales de linaje y de rango social. Los miembros de la primera generación, como Edward, lucían esas marcas en mayor número y sus tonos eran más saturados. Los dermoglifos de Edward le cubrían el torso, por delante y por detrás, descendían hasta sus muslos y se extendían por la parte superior de los brazos, además de trepar por la nuca y cubrirle el cráneo. Como tatuajes vivientes, los glifos cambiaban de tono según el estado emocional de un vampiro.

Los glifos de Emmett, en ese momento, tenían un tono bronce, rojizo, que indicaba que se había alimentado recientemente y que se sentía saciado. Sin duda, después de que él y Edward se hubieran separado al cabo de haber dado caza a los renegados la noche anterior, Emmett había ido en busca de la cama y de la madura y jugosa vena de la nalga de una hembra anfitriona.

—¿Qué tal va? —Preguntó mientras se dejaba caer encima de una silla y colocaba un pie enfundado en una bota encima del escritorio, delante de él—. Creí que ya habrías cazado y clasificado a esos bastardos, Jaz.

El acento de Emmett tenía restos de la musicalidad de sus ancestros italianos del siglo XVIII, pero esa noche, el educado tono de voz de Emmett delataba un timbre afilado que indicaba que el vampiro se sentía inquieto y ansioso por entrar en acción. Como para subrayar ese hecho, sacó uno de sus típicos cuchillos de hoja curvada de la cincha que llevaba en la cadera y empezó a jugar con el pulido acero.

Llamaba a esas hojas curvadas Malebranche o prolongaciones diabólicas, en referencia a los demonios que habitan uno de los nueve niveles del infierno, aunque a veces Emmett adoptaba ese nombre como pseudónimo para sí mismo cuando se encontraba entre los humanos. Esa era casi toda la poesía que ese vampiro tenía en su alma. En todo lo demás era impenitente, frío y oscuramente amenazador.

Edward admiraba eso de él, y tenía que admitir que observar a Emmett durante el combate, con esas hojas inclementes, era algo bello, lo bastante hermoso como para dejar en ridículo a cualquier artista.

—Buen trabajo el de la pasada noche —dijo Edward, consciente de que un halago emitido por él era algo raro, incluso aunque estuviera merecido—.Me salvaste el cuello ahí.

No hablaba de la confrontación que habían tenido con los renegados, sino de lo que había sucedido después de eso. Edward había pasado demasiado tiempo sin alimentarse y el hambre era casi tan peligrosa para los suyos como la adicción que azotaba a los renegados. La mirada de Emmett denotaba que comprendía lo que le estaba diciendo, pero dejó pasar el tema con su habitual y fría elegancia.

—Mierda —repuso, con una sonora y profunda carcajada—. ¿Después de todas las veces que tú me has cubierto la espalda? Olvídalo, tío. Sólo te devolvía un favor.

En ese momento, las puertas de cristal de la entrada del laboratorio se abrieron con un zumbido sordo y dos más de los hermanos de Edward entraron. Eran un buen par. Riley, alto y atlético, de pelo rubio como la arena, unos rasgos angulares e impactantes y unos ojos penetrantes y azules como el hielo, que sólo eran un tono más fríos que el cielo de su Siberia natal. El más joven del grupo y con diferencia, Riley, se había hecho hombre durante lo que los humanos llamaban la Guerra Fría. Desde la cuna había sido imparable y ahora se había convertido en un buscador de sensaciones de alto voltaje y se encontraba en primera fila de la raza en lo que tenía que ver con armas, aparatos, y todo lo que quedaba en medio.

Carlisle, por el contrario, hablaba con suavidad y era serio: era un experto en táctica. Al lado de la excesiva bravuconería de Riley, resultaba elegante como un gato grande. Su cuerpo era como un muro de músculos, y el cabello rubio, de color arena, brillaba por debajo del triangulo de seda negra con que se envolvía la cabeza. Ese vampiro pertenecía a una de las últimas generaciones de la raza, era un joven según el criterio de Edward, y su madre era una humana hija de un capitán escocés. El guerrero se movía con un porte casi de realeza. Incluso su amada compañera de raza, Esme, se dirigía a ese habitante de las tierras altas afectuosamente llamándole, con frecuencia, «mi señor» y esa hembra no era precisamente servil.

—James está de camino —anunció Riley con una amplia sonrisa que le formaba dos hoyuelos en las mejillas. Miró a Edward y asintió con la cabeza—. Victoria me ha dicho que te diga que podremos disponer de su hombre solamente cuando ella haya terminado con él.

—Si es que queda algo —dijo Emmett, arrastrando las palabras mientras levantaba una mano para saludar a los demás con un suave roce de las palmas previo a un choque de nudillos.

Edward saludó a Riley y a Carlisle de la misma manera, pero se sintió algo molesto por el retraso de James. No envidiaba a ninguno de los vampiros por la compañera de raza que habían elegido, pero, personalmente, Edward no le encontraba ningún sentido a atarse a las demandas y responsabilidades de un vínculo de sangre con una hembra. Se esperaba que, en general, la población de la raza aceptara a una mujer para aparearse y dar nacimiento a la siguiente generación, pero para la clase de los guerreros—para esos escasos machos que, de forma voluntaria, habían abandonado el santuario de los Refugios Oscuros para llevar una vida de lucha— ese proceso de vincularse por sangre era, para Edward, una sensiblería en el mejor de los casos.

Y en el peor, era una invitación al desastre cuando un guerrero sentía la tentación de anteponer los sentimientos hacia su compañera por encima de su deber hacia la raza.

—¿Dónde está Eleazar? —preguntó, al dirigir sus pensamientos de forma natural hacia el último de ellos que faltaba en el edificio.

—Todavía no ha regresado —contestó Carlisle.

—¿Ha llamado desde donde se encuentra?

Carlisle y Riley intercambiaron una mirada, y Carlisle negó rápidamente con la cabeza:

—Ni una palabra.

—Ésta es la vez que ha estado más tiempo desaparecido en acción —señaló Emmett sin dirigirse a nadie en especial mientras pasaba el dedo pulgar por el filo de la hoja curvada de su cuchillo—. ¿Cuánto hace?

¿Tres, cuatro días?

Cuatro días, casi cinco.

¿Quién de ellos llevaba la cuenta?

Respuesta: todos ellos la llevaban, pero nadie pronunció en voz alta la preocupación que se había extendido últimamente en sus filas. Tal como estaba el tema, Edward tenía que esforzarse para controlar la rabia que se despertaba en él cada vez que pensaba en el miembro más introvertido de los miembros de su cuadro.

Eleazar siempre prefería cazar en solitario, pero su carácter apartado empezaba a resultar una carga para los demás. Era como un comodín, adquiría un valor diferente en función de cada acción y, últimamente, cada vez más. Y Edward, si tenía que ser franco, encontraba difícil confiar en ese chico, aunque la desconfianza no fuera nada nuevo en lo concerniente a Eleazar. Había una mala relación entre ambos, sin duda, pero ésa era una historia antigua.

Tenía que ser así. La guerra en que ambos se habían comprometido desde hacía tanto tiempo era más importante que cualquier animadversión que pudiera sentir el uno hacia el otro.

A pesar de ello, el vampiro llevaba a cabo una vigilancia estrecha. Edward conocía las debilidades de Eleazar mejor que ninguno de los demás y no dudaría en responder si ese macho ponía aunque fuera el dedo gordo del pie en el otro extremo de la línea.

Por fin, las puertas del laboratorio se abrieron y James entró en la habitación mientras se colocaba los faldones de su elegante camisa blanca de diseño dentro del pantalón negro hecho a medida. Faltaban algunos botones en la camisa de seda, pero Rio llevaba la mala compostura de después del sexo con la misma elegancia desenvuelta con que se movía en todas las demás circunstancias. Bajo el denso flequillo de pelo oscuro que le colgaba por encima de las cejas, los ojos de color topacio del español parecía que bailaban. Cuando sonreía, le brillaban las puntas de los colmillos que, en esos momentos, todavía no se habían replegado después de que la pasión por su dama los hubiera desplegado.

—Espero que me hayáis guardado algunos renegados, amigos míos. —Se frotó las manos—: Me siento bien y tengo ganas de fiesta.

—Siéntate —le dijo Edward — e intenta no manchar de sangre los ordenadores de Jasper.

James se llevó los largos dedos de la mano hasta la marca roja que Victoria le había hecho en la garganta, evidentemente al morderle con sus dientes romos de humana para chuparle la vena. A pesar de que era una compañera de raza, continuaba siendo genéticamente Homo sapiens. Aunque hacía muchos años que ella y otras como ella mantenían vínculos de sangre con sus compañeros, ninguna de ellas tendría colmillos ni adquiriría las demás características de los machos vampiro. Era una práctica ampliamente aceptada que un vampiro alimentara a su compañera a través de una herida que él mismo se infligía en la muñeca o en el antebrazo, pero las pasiones eran salvajes en las filas de los guerreros de la raza. Y también lo eran con las mujeres que elegían. El sexo y la sangre era una combinación muy potente: a veces, demasiado potente.

Con una sonrisa impenitente, James se movió en la silla giratoria con gesto alegre y desenvuelto y se recostó en el respaldo para colocar los pies desnudos encima de la consola Lucite. Él y los otros guerreros empezaron a recordar los hechos de la noche anterior y se rieron sin dejar demostrarse superiores los unos con los otros mientras discutían las técnicas de su profesión.

Cazar a sus enemigos era motivo de placer para algunos miembros de la raza, pero la motivación íntima de Edward era el odio, puro y simple. No intentaba ocultarlo. Despreciaba todo aquello que los renegados representaban y había jurado, hacía mucho tiempo, que los aniquilaría o que moriría en el intento. Había días en los que no le importaba cuál de las dos cosas pudiera suceder.

—Ahí está —dijo Jasper por fin al ver que los registros que aparecían en pantalla se detenían—. Parece que hemos encontrado un filón.

—¿Qué has obtenido?

Edward y los demás dirigieron la atención hacia la pantalla plana extra grande que se encontraba encima de la mesa de los microprocesadores del laboratorio. Los rostros de los cuatro renegados a quienes Edward mató aparecieron al lado de los de las fotos del móvil de Isabella: eran los mismos individuos.

—Los registros de la Base de datos de Identificación Internacional los tienen calificados como desaparecidos. Dos desaparecieron del Refugio Oscuro de Connecticut el mes pasado, y otro de Fall River, y este último es de aquí. Todos son de la generación actual, y el más joven ni siquiera tiene treinta años.

—Mierda —exclamó James antes de silbar con suavidad—. Chicos estúpidos.

Edward no dijo nada, no sentía nada, por la pérdida de esas vidas jóvenes al convertirse en renegados. No eran los primeros, y seguro que no serían los últimos. Vivir en los Refugios Oscuros podía resultar bastante aburrido para un macho inmaduro que tuviera alguna cosa que demostrar. El atractivo de la sangre y de la conquista se encontraba profundamente arraigado incluso entre las últimas generaciones, que eran las que se encontraban más distantes de sus salvajes antepasados. Si un vampiro iba en busca de problemas, especialmente en una ciudad del tamaño de la de Boston, normalmente los encontraba en abundancia.

Jasper introdujo una rápida serie de órdenes a través del teclado del ordenador y abrió más fotos procedentes de la base de datos.

—Aquí están los últimos dos registros. Este primer individuo es un renegado conocido, un agresor reincidente en Boston, a pesar de que parece que se ha mantenido un tanto al margen durante los últimos tres meses. Es decir, lo ha hecho hasta que Edward lo redujo a cenizas en el callejón este fin de semana.

—¿Y qué sabemos de éste? —preguntó Edward, mirando la última imagen que quedaba, la del único renegado que había conseguido escapar tras el ataque fuera de la discoteca. Su foto en el registro era una imagen tomada de un fotograma de un vídeo que, presumiblemente, se hizo durante una especie de sesión de interrogatorio según se deducía por las ataduras y los electrodos que llevaba encima.

—¿Cuánto tiempo tiene esta imagen?

—Unos seis meses —contestó Jasper, abriendo la fecha de la imagen—Sale de una de las operaciones en la Costa Oeste.

—¿Los Ángeles?

—Seattle. Pero según el informe, en Los Ángeles tiene una orden de arresto también.

—Órdenes de arresto —dijo Emmett en tono burlón—. Una jodida pérdida de tiempo.

Edward no podía no estar de acuerdo con él. Para casi toda la nación de vampiros en Estados Unidos y en el extranjero, el cumplimiento de la ley y el arresto de los individuos que se habían convertido en renegados se gobernaban por unas reglas y procedimientos específicos. Se redactaban órdenes de arresto, se realizaban los arrestos, se realizaban los interrogatorios y se transmitían las condenas. Todo era muy civilizado y raramente resultaba efectivo.

Mientras que la raza y la población de los Refugios Oscuros estaban organizadas, motivadas y envueltas por capas de burocracia, sus enemigos eran impredecibles e impetuosos. Y, a no ser que la intuición de Edward fuera errónea, los renegados, después de siglos de anarquía y de caos general, estaban empezando a organizarse.

Si es que no llevaban ya meses en ese proceso.

Edward observó la imagen que había aparecido en pantalla. En la imagen de vídeo, el renegado a quien habían capturado se encontraba atado en una plancha de metal colocada en vertical, desnudo y con la cabeza afeitada por completo, probablemente para que las descargas eléctricas que le enviaban le llegaran con mayor facilidad mientras le interrogaban.

Edward no sentía ninguna compasión por la tortura que el renegado había soportado. A menudo era necesario realizar interrogatorios de ese tipo, y al igual que sucede con un ser humano enganchado a la heroína, un vampiro que sufría de sed de sangre podía soportar diez veces más y sin flaquear el dolor que otro de sus hermanos de raza podía aguantar.

Ese renegado era grande, con unas cejas densas y unos rasgos fuertes y primitivos. En esa imagen se le veía reír con sorna. Los largos colmillos brillaban y tenía una expresión salvaje en los ojos del color del ámbar y de pupilas alargadas y verticales. Se encontraba envuelto por cables desde la cabeza enorme hasta el musculoso pecho y los brazos firmes como martillos.

—Dando por entendido que ser feo no es un crimen, ¿por qué motivo le han pillado en Seattle?

—Vamos a ver qué tenemos. —Jasper volvió a colocarse ante los ordenadores y abrió un registro en otra de las pantallas—. Le han arrestado por tráfico: armas, explosivos, sustancias químicas. Vaya, este tipo es un encanto. Se ha metido en una mierda verdaderamente fea.

—¿Alguna idea sobre de quién eran las armas que llevaba?

—Aquí no dice nada. No consiguieron gran cosa con él, es evidente. El registro informa que se escapó justo después de que tomaran estas imágenes.

Mató a dos de los guardias durante la huida.

Y ahora había vuelto a escapar, pensó Edward, desalentado y deseando fervientemente haber decapitado al hijo de puta cuando lo tenía delante. No soportaba el fracaso con facilidad, y mucho menos cuando se trataba del suyo propio.

Edward miró a Riley.

—¿Te has cruzado alguna vez con este tipo?

—No —repuso el ruso—, pero consultaré con mis contactos, a ver qué puedo averiguar.

—Ponte en ello.

Riley asintió con la cabeza con gesto rápido y se dirigió hacia la salida del laboratorio técnico mientras ya marcaba el número de teléfono de alguien en el móvil.

—Estas fotos son una mierda —dijo Carlisle, mirando por encima del hombro de Jasper en dirección a las fotos que Isabella había tomado durante el asesinato, fuera de la discoteca. El guerrero pronunció una maldición—. Ya es bastante malo que los humanos hayan presenciado algunos de los asesinatos de los renegados durante los últimos años, pero ¿ahora se dedican a detenerse y a tomar fotos?

Emmett dejó caer los pies al suelo con un ruido sordo, se puso en pie y empezó a caminar por la habitación, como si empezara a sentirse cada vez más inquieto por la falta de actividad en esa reunión.

—Todo el mundo cree que son unos jodidos paparazzi.

—El tipo que hizo esas fotos debió de cagarse de miedo al encontrarse con noventa kilos de guerrero salivando por él —añadió James. Sonriendo, miró a Edward —. ¿Le borraste la memoria primero, o simplemente lo eliminaste allí mismo?

—El humano que presenció el ataque esa noche era una mujer. —Edward miró fijamente los rostros de sus hermanos sin mostrar lo que sentía respecto a la información que estaba a punto de darles—Resulta que es una compañera de raza.

—Madre de Dios —exclamó James, pasándose la mano por el pelo—. Una compañera de raza. ¿Estás seguro?

—Lleva la señal. La vi con mis propios ojos.

—¿Qué hiciste con ella? Joder, ¿no...?

—No —repuso con sequedad Edward, inquieto por lo que el español había insinuado con el tono de voz—. No hice ningún daño a esa mujer. Existe una línea que nunca voy a cruzar.

Tampoco había reclamado a Isabella para sí, aunque había estado muy cerca de hacerlo esa noche en el apartamento de ella. Edward apretó la mandíbula: una ola de oscuro deseo le invadió al pensar en lo tentadora que Isabella estaba, enroscada y dormida en la cama. En lo malditamente dulce que era su sabor en su lengua...

—¿Qué vas a hacer con ella, Edward? —Esta vez, la expresión de preocupación provino de donde se encontraba Jasper—. No podemos dejar que los renegados la encuentren. Seguro que ella llamó la atención de ellos cuando realizó esas fotos.

—Y si los renegados se dan cuenta de que es una compañera de raza...—añadió Emmett, interrumpiéndose a mitad de la frase. Los demás asintieron con la cabeza.

—Ella estará más segura aquí —dijo Jasper—, bajo la protección de la raza. Mejor todavía: debería ser oficialmente admitida en uno de los Refugios Oscuros.

—Conozco el protocolo —repuso Edward, pronunciando cada palabra con lentitud. Sentía demasiada rabia al pensar en que Isabella pudiera acabaren las manos de los renegados, o en las de otro miembro de la raza si hacía lo que era debido y la mandaba a uno de los Refugios Oscuros de la nación. Ninguna de las dos opciones le parecía aceptable en ese momento a causa del sentimiento posesivo que le bullía en las venas, irreprimible aunque no deseado.

Miró a sus hermanos guerreros con frialdad.

—Esa mujer es responsabilidad mía desde ahora mismo. Decidiré cuáles la mejor actuación en este tema.

Ninguno de los guerreros le contradijo. Edward no esperaba que lo hicieran. En calidad de miembro de primera generación, él era más antiguo; en calidad de guerrero fundador de los de su clase en la raza, era quien más cosas había demostrado, con sangre y también con el acero. Su palabra era ley, y todos los que se encontraban en esa habitación lo respetaba.

Emmett se puso en pie, jugueteó con la Malebranche entre sus largos y hábiles dedos y la enfundó con un ágil gesto.

—Faltan cuatro horas para que se ponga el sol. Me voy. —Miró de soslayo a James y a Carlisle—. ¿Alguien tiene ganas de entrenar antes de que las cosas se pongan interesantes?

Los dos machos se levantaron rápidamente, animados por la idea, y tras dirigir un respetuoso saludo a Edward, los tres grandes guerreros salieron del laboratorio técnico y recorrieron el pasillo en dirección a la zona de entrenamiento del edificio.

—¿Tienes algo más sobre ese renegado de Seattle? —le preguntó Edward a Jasper mientras las puertas de cristal se cerraban, cuando ambos se hubieron quedado solos en el laboratorio.

— Ahora mismo estoy realizando una comparación cruzada de todas las bases de registros. Sólo tardará un minuto en dar algún resultado. —Tecleó unas órdenes en el ordenador—. Bingo. Tengo una coincidencia procedente de una información GPS desde la Costa Oeste. Parece información reunida anteriormente al arresto. Echa un vistazo.

La pantalla del monitor se llenó con una serie de imágenes nocturnas por satélite de un embarcadero de pesca comercial a las afueras de Puget Sound. La imagen se centraba en un Sedan largo y negro que se encontraba detrás de un maltrecho edificio situado al final del muelle. Apoyado contra la puerta posterior se encontraba el renegado que había conseguido escapar de Edward hacía unos días. Jasper pasó rápidamente una serie de imágenes que le mostraban conversando largamente, o eso parecía, con alguien que se encontraba oculto detrás de los cristales tintados de las ventanillas. A medida que las imágenes avanzaban, vieron que la puerta trasera del coche se abría desde dentro y el renegado entraba en el coche.

—Detente —dijo Edward, fijando la mirada en la mano del pasajero oculto—.¿Puedes detener del todo este fotograma? Aumenta la zona de la puerta abierta del coche.

—Voy a intentarlo.

La imagen aumentó de tamaño, pero Edward casi no necesitaba un aumento de la imagen para confirmar lo que veía. Casi no se distinguía, pero ahí estaba. En la parte de piel expuesta entre la gran mano del pasajero y el puño francés de la camisa de manga larga se veían unos impresionantes dermoglifos que le delataban como un miembro de primera generación.

Jasper también los había visto en ese momento.

—Joder, mira eso —dijo, clavando la vista en el monitor—. Nuestro imbécil de Seattle disfrutaba de una compañía interesante.

—Quizá todavía lo está haciendo —repuso Edward.

No había nada peor que un renegado que tuviera sangre de primera generación en las venas. Los miembros de primera generación caían víctimas de la sed de sangre con mayor rapidez que las últimas generaciones de la raza, y eran unos temibles enemigos. Si alguno de ellos tenía intención de liderar a los renegados y de conducirles a un levantamiento, eso significaría el principio de una guerra infernal. Edward ya había luchado en una batalla así una vez, hacía mucho tiempo. No deseaba volver a hacerlo.

—Imprime todo lo que has conseguido, incluidos las ampliaciones de esos glifos.

—Ya están.

—Cualquier otra cosa que encuentres sobre esos dos individuos, pásamelas directamente. Me encargaré de esto personalmente.

Jasper asintió con la cabeza, pero la mirada que le dirigió por encima de la montura de las gafas expresaba duda.

—No puedes pretender encargarte de todo esto tú solo, ya lo sabes. Edward le clavó una mirada oscura.

—¿Quién lo dice?

Sin duda, el vampiro tenía en su cabeza de genio todo un discurso acerca de la probabilidad y de la ley de la estadística, pero Edward no se sentía de humor para escucharle. La noche se acercaba, y con ella se acercaba otra oportunidad de cazar a sus enemigos. Necesitaba emplearlas horas que quedaban para aclararse la cabeza, preparar las armas y decidir dónde era mejor atacar. El depredador que había en él se sentía impaciente y hambriento, pero no a causa de la batalla contra los renegados.

En lugar de eso, Edward se dio cuenta de que sus pensamientos se desviaban hacia un tranquilo apartamento de Beacon Hill, hacia una visitaque nunca debería haber realizado. Al igual que el olor a jazmín, el recuerdo de la suavidad y la calidez de la piel de Isabella, se enredaba con sus sentidos. Se puso tenso y su sexo se puso en erección solamente con pensar en ella.

Joder.

Esa era la razón por la cual no la había puesto bajo la protección de la raza, aquí, en el edificio. A cierta distancia, ella era una distracción. Pero si se encontraba en una habitación cercana, sería un maldito desastre.

—¿Estás bien? —le preguntó Jasper, dándose la vuelta con la silla y poniéndose de cara a Edward — Es una furia muy grande la que tienes encima, amigo.

Edward se arrancó de la cabeza esos oscuros pensamientos y se dio cuenta de que los colmillos se le habían alargado y que la visión se le había agudizado con el achicamiento de las pupilas. Pero no era la furia lo que le transformaba. Era la lujuria, y tenía que saciarla, antes o después. Con esa idea latiéndole en las sienes, Edward tomó el teléfono móvil de Isabella, que se encontraba encima de una de las mesas, y salió del laboratorio.

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Hola mis chicas, jueves, espero les haya gustado el capítulo espero sus comentarios ya sean buenos o malos, ¿?A donde creen que va Edward?, creen que sede ante la tenación que es Bella o logra no ceder, jajajaja.

Chaito y cuidense

Capítulo 5: 4 Capítulo 7: 6

 
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