NO TE BUSCABA PERO TE ENCONTRÉ (+18)

Autor: Yusale
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 31/07/2013
Fecha Actualización: 17/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 138
Visitas: 72923
Capítulos: 35

Isabella Swan, una fotógrafa de Boston, celebra el éxito de su última exposición en un exclusivo after hours de la ciudad. Entre el acalorado gentío siente la presencia de un sensual desconocido que despierta en ella las fantasía más profundas. Pero nada relacionado con esa noche ni con ese hombre resulta ser l o que parece. A la salida, Isabella presencia un asesinato y, a partir de ese momento, la realidad se convierte en algo oscuro y mortífero, adentrándose en un submundo que nunca supo que existía, habitado por vampiros urbanos enfrentados.

Edward Cullen es un vampiro, un guerrero de la Raza, que ha nacido para proteger a los suyos -así como a los humanosque existen en una vida paralela a la suya- de la creciente amenaza de los vampiros renegados. Edward no puede arriesgarse a unirse a una humana, pero cuando Isabella se convierte en el objetivo de sus enemigos, no tiene más opción que llevársela a ese otro mundo que él lidera, en el que serán devorados por un deseo salvaje e insaciable

Ni la historia, ni los personajes son mios, la historia le pertenece a Lara Adrian cuyo libro se llama El Beso de la Medianoche, y los personajes por supuesto son de Stephanie Meyer.

 

Aqui les dejo el link de mis otras historias

UN EMBARAZOS DOS AMORES (TERMINADA)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3392

 

 

ENTRE EL ODIO Y EL AMOR (TERMINADO)

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3796

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Capítulo 24: 23

Aún es jueves, jajaja, tarde pero jueves, aquí está otro capítulo.

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Las palabras de Edward —y todas las cosas increíbles que le había dicho—todavía le resonaban en los oídos mientras salía de debajo del agua caliente de la ducha del baño. Cerró el grifo y se secó con la toalla, esperando que el agua caliente le hubiera aliviado parte del dolor y la confusión que sentía. Había demasiadas cosas con las que debía enfrentarse, y la menor de ellas no era el hecho de que Edward no tuviera ninguna intención de estar con ella.

Intentó decirse a sí misma que él no le había hecho ninguna promesa, pero eso solamente le hacía sentirse más tonta. Él nunca le había pedido que pusiera su corazón a sus pies; lo había hecho ella sola.

Se acercó al espejo que ocupaba todo lo ancho de la pared del lavabo y se apartó el cabello para mirar con detenimiento la marca de nacimiento carmesí que tenía debajo de la oreja izquierda. Mejor dicho, la marca de compañera de raza, se corrigió a sí misma, mientras observaba la pequeña lágrima que parecía caer en el cuenco de la luna creciente.

Por alguna retorcida ironía, esa pequeña marca en el cuello la unía al mundo de Edward y, a pesar de ello, era lo mismo que le impedía estar con él.

Quizá ella representaba una complicación que él no quería o no necesitaba, pero el hecho de haberse encontrado con él tampoco había hecho que su vida fuera una fiesta.

Gracias a Edward, ella se había metido en una sangrienta guerra que hacía parecer a los violadores en grupo unos chulos de patio. Ella había abandonado uno de los mejores apartamentos de Beacon Hill, e iba a perderlo si no volvía y se ponía a trabajar para pagar las facturas. Sus amigos no tenían ni idea de dónde estaba, y decírselo en ese momento pondría, probablemente, sus vidas en peligro.

Para colmo de todo ello, se había medio enamorado del más oscuro y mortífero de ellos, el hombre más cerrado emocionalmente que nunca había conocido.

Que, además, resultaba ser un vampiro chupador de sangre.

Y, qué diablos, ya que estaba siendo sincera consigo misma, no estaba medio enamorada de Edward. Estaba completa, entera, perdidamente y sin poder superarlo en la vida enamorada de él.

—Bien hecho —le dijo a su miserable reflejo—. Malditamente brillante.

Y a pesar de todo lo que él le había dicho, no había nada que deseara más que ir a buscarle allí donde estuviera en el complejo y envolverse con sus brazos, el único lugar donde había encontrado algún consuelo.

Sí, como si necesitara añadir la humillación en público a la humillación íntima con que intentaba enfrentarse en ese momento. Edward lo había dejado muy claro: lo que pudieran haber tenido los dos —si es que habían tenido verdaderamente algo que estuviera más allá de lo físico—, se había terminado.

Isabella volvió a su dormitorio, recuperó su ropa y sus zapatos y se vistió deprisa, deseosa de estar fuera de los aposentos personales de Edward antes de que él volviera y ella hiciera alguna cosa verdaderamente estúpida. Bueno, se corrigió al ver las sábanas arrugadas por haber hecho el amor, alguna cosa todavía más estúpida.

Con la idea de ir a buscar a Alice y, quizá, intentar encontrar un teléfono fuera del complejo —ya que a Edward no le había parecido adecuado devolverle el móvil— Isabella se escabulló del dormitorio. El pasillo resultaba confuso, sin duda a causa de su trazado, así que hizo unos cuantos giros erróneos hasta que finalmente reconoció dónde se encontraba. Estaba cerca de las instalaciones de entrenamiento, a juzgar por el agudo sonido de los disparos contra los blancos.

Se alejó de una esquina y se vio detenida repentinamente por una rígida pared cubierta de piel y armas que se encontraba en su camino.

Isabella miró hacia arriba, y un poco más hacia arriba, y se encontró con unos ojos verdes y desconfiados que la miraban con una escalofriante expresión amenazante. Esos ojos fríos y calculadores se clavaron en ella desde detrás de una cascada de cabello rojizo, como un gato que acecha y valora a su presa. Isabella tragó saliva. Un peligro palpable emanaba del cuerpo grande de ese vampiro y desde la profundidad de sus ojos de depredador.

≪Eleazar≫

El nombre de ese macho desconocido le vino a la cabeza, el único de los seis guerreros del complejo a quien todavía no había conocido.

El mismo con quien Edward parecía compartir un mutuo y mal disimulado desprecio.

El guerrero vampiro no se apartó de su camino. Ni siquiera reaccionó cuando ella hubo chocado contra él, excepto por la ligera mueca que dibujó con los labios cuando sus ojos encontraron los pechos de ella aplastados contra la superficie de duro músculo justo debajo del pecho. Llevaba unas doce armas y esa amenaza se veía reforzada por unos noventa kilos de músculo.

Ella dio un paso hacia atrás y luego se hizo a un lado para ponerse en un lugar seguro.

—Lo siento. No me había dado cuenta de que estaba aquí.

Él no dijo ni una palabra, pero ella sintió como si todo lo que le estaba sucediendo hubiera quedado expuesto y visible ante él en un instante: en el instantáneo contacto del cuerpo de ella contra el de él. El la miró con una expresión helada y desprovista de emoción, como si pudiera ver a través de ella. Aunque no dijo nada y no expresó nada, Isabella se sintió diseccionada.

Se sintió... invadida.

—Perdón —susurró.

En el momento en que se movió para pasar de largo, la voz de Eleazar la detuvo.

—Eh. —Su voz era más suave de lo que hubiera esperado; una voz profunda, oscura y áspera. Contrastaba de forma peculiar con la desnudez de la mirada, que no se había movido ni un milímetro—. Hazte un favor a ti misma y no te acerques demasiado a Edward. Hay muchas posibilidades de que ese vampiro no viva mucho más tiempo.

Lo dijo sin rastro de emoción en la voz, fue solamente la llana constatación de un hecho. El guerrero pasó por su lado y levantó una brisa tras él impregnada de una apatía fría y perturbadora que le penetró hasta los huesos.

Isabella se dio la vuelta para mirarle, pero Eleazar y su inquietante predicción habían desaparecido.

Edward comprobó el peso de una brillante nueve milímetros con la mano y luego levantó el arma y realizó una serie de disparos contra el blanco que se encontraba al otro extremo de la zona de tiro.

A pesar de que era agradable encontrarse en el terreno conocido de las herramientas de su oficio y sentir la sangre hirviendo, a punto para una pelea decente, una parte de él continuaba divagando sobre el encuentro con Isabella. A pesar de todo lo que había dicho para apartarla de él, tenía que admitir que se había encariñado profundamente de ella.

¿Cuánto tiempo creía ser capaz de continuar con ella sin rendirse? O más exactamente, ¿cómo creía que sería capaz de soportar la idea de dejarla marchar? ¿De mandarla lejos con la idea de que ella se emparejaría con otro?

Las cosas se estaban poniendo inevitablemente demasiado complicadas.

Dejó escapar una maldición. Disparó otra serie de balas y disfrutó con el estruendo del metal caliente y con el olor agrio en el pecho del blanco al explotar a causa del impacto.

—¿Qué piensas? —Le preguntó Riley, mirándole con sus ojos fríos, despejados y centelleantes—. Una pieza pequeña y dulce, ¿no? Endiabladamente sensible, además.

—Sí. Es agradable. Me gusta. —Edward puso el pestillo de seguridad y echó otro vistazo a su pistola—. Una Beretta 92FS convertida en automática con cargador. Buen trabajo, tío. Verdaderamente bueno.

Riley sonrió.

—No te he hablado de las balas que van a llevar los chicos. He trucado las puntas huecas de policarbonato de las balas. He sacado la pólvora de las puntas y la he sustituido por polvo de titanio.

—Eso debe de provocar un horrible desastre en el sistema sanguíneo de esos chupones —añadió Emmett, que se encontraba sentado en el borde de una vitrina de armas afilando unos cuchillos.

Sin duda, el vampiro tenía razón al respecto. En los viejos tiempos, la forma más limpia de matar a un renegado consistía en separar la cabeza del cuerpo. Eso funcionaba bien cuando las espadas eran el arma habitual, pero la tecnología moderna había presentado nuevos desafíos para ambos bandos.

No fue hasta principios de 1900 cuando la raza descubrió el efecto corrosivo del titanio en el sistema sanguíneo sobreactivo de los vampiros renegados. Debido a una alergia que había aumentado a causa de mutaciones celulares en la sangre, los renegados reaccionaban al titanio como un efervescente reacciona en contacto con el agua.

Riley tomó el arma de Edward y le dio unos golpecitos, como si fuera un premio.

—Lo que tienes aquí es un auténtico destructor de renegados.

—¿Cuándo podemos probarla?

—¿Qué tal esta noche? —Eleazar había entrado sin hacer ruido, pero su voz atravesó la habitación como el rugido de una tormenta.

—¿Te refieres a ese lugar que encontraste cerca del puerto? —preguntó Emmett.

Eleazar asintió con la cabeza.

—Probablemente sea una guarida que albergue quizá a una docena de individuos, más o menos. Creo que todavía están verdes, acaban de convertirse en renegados. No será muy difícil acabar con ellos.

—Hace bastante tiempo que no hacemos una batida para limpiar una casa —comentó James, arrastrando las palabras y con una amplia sonrisa de satisfacción—. Me parece que será una fiesta.

Edward le devolvió el arma a Riley y miró a los demás con el ceño fruncido.

—¿Por qué diablos me acabo de enterar de esto ahora?

Eleazar le miró con expresión categórica.

—Tienes que ponerte un poco al día, tío. Mientras tú estabas encerrado con tu hembra durante toda la noche, nosotros estábamos arriba haciendo nuestro trabajo.

—Esto ha sido un golpe bajo —dijo James—. Incluso viniendo de ti, Eleazar.

Edward recibió el golpe con un silencio calculado.

—No, tiene razón. Yo debería haber estado ahí arriba ocupándome del trabajo. Pero tenía que encargarme de algunas cosas aquí abajo. Y ahora ya he terminado. Ya no van a ser un problema nunca más.

Eleazar le dirigió una sonrisita de suficiencia.

—¿De verdad? Porque tengo que decirte que hace unos minutos he visto a la nueva compañera de raza en la sala y la encontré bastante inquieta. Parecía que alguien hubiera roto el corazón de esa pobre chica. Me dio la sensación de que necesitaba que alguien le hiciera las cosas más fáciles.

Edward respondió al vampiro con un furioso y oscuro rugido de rabia.

—¿Qué le dijiste? ¿La tocaste? Si le has hecho algo...

Eleazar se rio, verdaderamente divertido.

—Calma, tío. No hace falta que te salgas de tus casillas de esta manera. Tu hembra no es asunto mío.

—Pues recordad esto —dijo Edward. Se dio la vuelta para enfrentarse a las miradas de curiosidad de los demás vampiros—. Ella no es asunto de ninguno de vosotros, ¿está claro? Isabella  Swan se encuentra bajo mi protección personal mientras esté en este complejo. Cuando se haya ido a uno de los Refugios Oscuros, tampoco será asunto mío.

Necesitó un minuto para tranquilizarse y no rendirse al impulso de enfrentarse directamente con Eleazar. Un día, probablemente llegaría a hacerlo. Y Edward no podía culpar por completo a ese macho por sentir rencor. Si Eleazar era un cabrón despiadado y mezquino, Edward era quien le había ayudado a ser así.

—¿Podemos volver al trabajo ahora? —Dijo con un gruñido, retando a que nadie le desafiara—. Necesito oír datos acerca de ese refugio.

Eleazar se lanzó a ofrecerle una descripción de lo que había observado en ese probable refugio de renegados y comunicó sus sugerencias acerca de cómo podían hacer una batida en él. A pesar de que la fuente de esa información fastidiaba un poco a Edward, no podía pensar en ninguna forma mejor de lograr que pasara el mal humor que realizando una ofensiva contra sus enemigos.

Dios sabía que si se encontraba cerca de Isabella otra vez, todas esas bravuconadas acerca del deber y de hacer lo correcto se convertirían en polvo. Hacía dos horas que la había dejado en su dormitorio y ella todavía era lo principal en su cabeza. La necesidad de ella todavía le desgarraba cada vez que pensaba en su cálida y suave piel.

Y pensar en cómo la había herido le hacía sentir un agujero en el pecho. Ella había demostrado ser una verdadera aliada cuando le había cubierto frente a los demás guerreros. Ella le había acompañado a través de ese infierno íntimo la otra noche, había estado a su lado, tan tierna y amorosa como cualquier macho pudiera desear de su amada compañera.

Una idea peligrosa, la mirara por donde la mirase.

Dejó que la discusión acerca de los renegados continuara, y estuvo de acuerdo en que tenían que dar el golpe contra esos salvajes en el lugar donde vivían en vez de ir a buscarles uno por uno en la calle.

—Nos encontraremos aquí a la puesta de sol para prepararnos y salir.

El grupo de guerreros se dispersó y Eleazar salió a paso lento detrás de él.

Edward pensó en ese estoico solitario que se sentía tan deplorablemente orgulloso por el hecho de no necesitar a nadie. Eleazar se mantenía apartado y aislado por voluntad propia. Pero no siempre había sido así. Una vez había sido un chico brillante, un líder nato. Hubiera podido ser alguien grande... lo había sido, en verdad. Pero todo eso cambió en el curso de una noche terrible. A partir de ese momento, empezó a bajar por una espiral. Eleazar tocó fondo y nunca se recuperó.

Y a pesar de que nunca lo había admitido ante ese guerrero Edward nunca se perdonaría a sí mismo el papel que él había jugado en esa caída.

—Eleazare, espera.

El vampiro se detuvo con una reticencia evidente. No se dio la vuelta, simplemente se quedó en silencio con un gesto de arrogancia en el cuerpo esperando a que los demás guerreros salieran en fila de las instalaciones de entrenamiento hacia el pasillo. Cuando estuvieron solos, Edward se aclaró la garganta y habló con su hermano de primera generación.

—Tú y yo tenemos un problema, Eleazar.

El soltó aire por la nariz.

—Voy a avisar a los medios.

—Este asunto entre nosotros no va a desaparecer. Hace demasiado tiempo, ha llovido demasiado desde entonces. Si tienes que saldar cuentas conmigo...

—Olvídalo. Es historia pasada.

—No lo es si no podemos enterrarla.

Eleazar soltó una risita burlona y, por fin, se dio la vuelta para mirarle.

—¿Quieres decirme algo, Edward?

—Sólo quiero decirte que empiezo a comprender lo que te costó. El coste que yo te supuse. —Edward meneó la cabeza despacio y se pasó una mano por la cabeza—. Eleazar, tienes que saber que si hubiera habido alguna otra forma... Creo que todo habría sido distinto.

—Edward, ¿estás intentando disculparte conmigo? —Los ojos verdes de Eleazar tenían una mirada tan dura que hubiera podido cortar un cristal—. Evítame esto, tío. Llegas unos quinientos años tarde. Y sentirlo no cambia una mierda las cosas, ¿no es verdad?

Edward apretó las mandíbulas con fuerza, asombrado de notar un verdadero enfado en ese macho grande en lugar de su habitual y fría apatía.

Eleazar no le había perdonado. Ni siquiera lo había considerado.

Después de todo ese tiempo, no creía probable que lo hiciera nunca.

—No, Eleazar. Tienes razón. Sentirlo no cambia las cosas.

Eleazar le miró durante un largo momento, luego se dio la vuelta y salió de la habitación.

.

.

.

La música en directo sonaba desde unos altavoces del tamaño de un frigorífico delante del subterráneo club privado nocturno. .. aunque la palabra «música» era un calificativo generoso para describir los patéticos y discordantes acordes de guitarra. Los miembros del grupo se movían como autómatas en el escenario, arrastraban las palabras y perdían el compás más veces de las que lo seguían. En una palabra, eran horribles.

Pero ¿cómo se podía esperar que unos seres humanos actuaran con alguna competencia al encontrarse delante de una multitud de sedientos vampiros?

Protegido por unas gafas oscuras, el líder de los renegados entrecerró los ojos y frunció el ceño. Ya tenía un horroroso dolor de cabeza al llegar, hacía muy poco rato, pero ahora sentía las sienes como si estuvieran a punto de estallarle. Se recostó contra los cojines en su reservado, aburrido de esas fiestas sangrientas. Con un leve gesto de la mano hizo que unos de sus guardas se acercase a él. Luego hizo un gesto de desprecio en dirección al escenario.

—Que alguien les alivie de su sufrimiento. Por no hablar del mío.

El vigilante asintió con la cabeza y respondió con un siseo. Hizo una mueca que descubrió unos colmillos enormes que sobresalían de su boca, que ya salivaba ante la posibilidad de otra masacre. El renegado salió a paso rápido para cumplir las órdenes.

—Buen perro —murmuró su poderoso amo.

En ese momento sonó su teléfono móvil y se alegró de tener la oportunidad de salir a respirar un poco el aire. En el escenario había empezado un nuevo barullo y la banda de música calló bajo el repentino ataque de un grupo de renegados frenéticos.

Mientras la completa anarquía estallaba en el club, el líder se dirigió a su habitación privada de detrás del escenario y sacó el teléfono móvil del bolsillo interior de su abrigo. Había creído que se encontraría con el número ilocalizable de uno de sus muchos sirvientes, la mayoría de los cuales habían sido enviados a buscar información sobre Isabella Swan y sobre su relación con la raza.

Pero no era uno de ellos.

Se dio cuenta de eso en cuanto abrió el aparato y vio el número oculto parpadeando en la pantalla.

Intrigado, respondió a la llamada. La voz que oyó al otro extremo de la línea no le era desconocida. Había hecho algunos trabajos ilegales con ese individuo hacía muy poco tiempo y todavía tenían unas cuantas cosas por discutir. A su requerimiento, el tipo le ofreció una serie de detalles acerca de una batida que se iba a realizar esa misma noche en uno de los locales más pequeños que los renegados tenían en la ciudad.

En cuestión de segundos supo todo lo que necesitaba para conseguir que esa batida se girara a su favor: la localización, los presuntos métodos de los guerreros y la ruta, y su plan de ataque básico. Todo con la condición de que un miembro de la raza se salvara de la venganza. Pero este único guerrero no quedaría completamente a salvo, simplemente recibiría las suficientes heridas para que no pudiera volver a luchar nunca más. El destino del resto de guerreros, incluyendo al casi imparable Edward Cullen, era decisión de los renegados.

La muerte de Edward ya había formado parte de su acuerdo una vez, anteriormente, pero la ejecución de la tarea no había sido como habían planeado. Esta vez, su interlocutor quería tener la seguridad de que esa acción sí se llevaría a cabo. Incluso llegó tan lejos que le recordó que ya le habían dado una remuneración considerable por realizar esa tarea que todavía tenía que cumplir.

—Estoy bien informado de nuestro acuerdo —repuso, con furia—. No me tientes a pedirte un pago mayor. Te prometo que no lo vas a lamentar.

Apagó el aparato con una maldición, cortando la respuesta diplomática que el otro inició tras su amenaza.

Los dermoglifos que tenía en la muñeca brillaban con un profundo tono que delataba su furia. Los colores cambiaban entre el diseño de otras marcas que se había hecho tatuar en la piel para disimular éstos. No le gustaba haber tenido que ocultar su linaje —su derecho de nacimiento—con tinta y secretismo. Detestaba tener que llevar una existencia oculta, casi tanto como detestaba a todos aquellos que se interponían en el camino de conseguir sus objetivos.

Volvió a la zona principal del club, todavía enojado. En la oscuridad, su mirada tropezó con su teniente, el único renegado de la historia reciente que había mirado a Edward Cullen a los ojos y que había podido contarlo. Hizo una señal a ese macho enorme para que se acercara y luego le dio las órdenes para que se encargara de la diversión y los juegos de esa noche.

Sin tener en cuenta sus negociaciones secretas, quería que esa noche, cuando todo el humo se disolviera, Edward y todos los guerreros que estaban con él estuvieran muertos.

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Apareció de nuevo el jefe de los renegados, ¿quién creen que es el traidor?, ¿les pareció simple la ofrenda de paz dde parte de edward? ¿o para ser él les pareción un gran avance?, me divertí mucho leyendo sus comentarios, gracias por ello, Keit me alegra saber que también te gusta esta historia, bienvenida, Maid bienvenida también.

Gracias a todos por tomarse su tiempo para leer la historia.

Chaito y cuidense

Capítulo 23: 22 Capítulo 25: 24

 
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