PRISIONERA DE GUERRA (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 08/07/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 74
Visitas: 64642
Capítulos: 26

"FANFIC FINALIZADO"

En un mundo regido por luchas de poder, batallas entre clanes y tratados en los que el amor brillaba por su ausencia, ellos eran solo el jefe del clan y su rehén, pero en aquella noche llena de placer y pasión, Edward había hecho que Isabella se sintiera plena por primera vez y cuando se marchara de allí su corazón siempre estaría con él. Se acabarían las noches en las que parecían hechos el uno para el otro, todo se volvería un recuerdo... o quizá el futuro los llevase por otros caminos.

 

 

Era la prisionera de su clan…

Para recuperar el control de su clan, Edward Masen debía tomar a Isabella MacSwan como rehén y utilizarla como moneda de cambio. Pero Isabella no era una prisionera cualquiera. Era la mujer a la que en otra época había amado… y rechazado por una lesion en su pierna.
Las caricias de Edward quedarían marcadas para siempre en el recuerdo de Isabella y, sin saber que él se había visto obligado a repudiar su amor, ella nunca había olvidado al hombre que le había roto el corazón. Sin embargo, ahora, al mirar a los ojos a su captor, ya no reconocía al imponente líder. Había algo en él que la excitaba y la aterrorizaba a partes iguales…

 

 

adaptacion de "Unico Amor-Terry Brisbin"

 

MI OTRA HISTORIA; "UN AMOR DE LEYENDA"

 

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Capítulo 10: DIEZ

Al despertarse al amanecer, Edward la había encontrado acurrucada junto a él, pero, salvo eso, no se había movido mucho a lo largo de la noche. Era evidente que la presencia de un hombre en su cama no alteraba su descanso, incluso aunque no recordara qué hombre dormía a su lado. Se maldijo a sí mismo por aquel pensamiento, se apartó con cuidado de ella y salió de la cama. Sin duda estaría acostumbrada a tener a un hombre a su lado; llevaba meses casada. Al menos hasta la muerte de Jacob. Volvió a mirarla y se dio cuenta de que Isabella no se movía.

 

         Carmen le había dicho que había trabajado sin quejarse y sin apenas pausas en todo el día. Había mencionado que Isabella tenía ciertas dificultades al sentarse y le había mirado con odio, pero él la había ignorado sin comprender su actitud. Sin embargo había visto aquella actitud repetida en diversas mujeres durante el día. Resultaba desconcertante, pero no tenía tiempo para pensar en eso cuando tenía otros asuntos mucho más importantes de los que ocuparse.

 

         Se había vestido con rapidez, había abandonado la habitación y les había dado nuevas órdenes a los guardias. Aunque no lo hubiera dicho, sabía que Isabella había pedido alojarse cerca de la cocina debido a su pierna. Pero su manera de reaccionar a aquella petición decía mucho de él y de su atracción hacia aquella mujer.

          

          

         El día pasó deprisa para él, pero, si intentó convencerse a sí mismo de que no pensaba en ella, la sonrisa de superioridad de Jasper le sacó de su error. Su amigo era demasiado observador, aunque nunca decía una sola palabra.

 

         Cabalgaron hasta la linde de sus terrenos en busca de cualquier rastro de intrusos. Sabía que los MacSwan llegarían cualquier día y quería tener toda la previsión posible. Colocó más guardias en el camino para que pudieran avisarle. Cada día llegaban más aldeanos y granjeros, que habían sido llamados a la fortaleza para estar a salvo. Sus tierras y su ganado seguirían estando en peligro, pero poco podía hacer él al respecto.

 

         Aunque se pasó el día quejándose, Garrett los acompañó junto con otros leales a Edward. Sería mejor tenerlo cerca durante esos momentos que descubrir que había causado más problemas. Las estrategias defensivas de Garrett, cuando Edward finalmente le convenció para hablar, eran buenas. La sorpresa de su primo cuando Edward ordenó que pusieran en marcha dichas estrategias hizo que se riera.

 

         Garrett pareció verdaderamente sorprendido cuando Edward compartió con él la noticia de la muerte de Jacob MacBlack. ¿Sería el secuestro algo no planeado después de todo? Pero todavía no le habían explicado por qué Garrett sabía que Isabella se dirigía hacia Lairig Dubh.

 

         Pensándolo bien, realmente no quería descubrir que Garrett tuviera algo que ver con la muerte de su padre. Se habían evitado mutuamente de niños y de adolescentes, y Garrett tenía cualidades que le convertirían en un consejero efectivo; si lograba dejar a un lado su rabia y aceptar a Edward como líder. Con Jasper supervisando la fortaleza y las tierras y con Garrett como comandante de los soldados, Edward consideraba que los Masen eran un clan a tener en cuenta.

 

         Tenían muchas trabas y muchos obstáculos que salvar hasta que aquello fuera posible. De hecho, existía la posibilidad de que Jasper, Garrett y él estuvieran muertos cuando aquello sucediera, y que su clan hubiese quedado desperdigado por las montañas.

 

         Charlie le había enseñado que detrás de la rabia solía esconderse el miedo, y muy pocos hombres admitían que tenían miedo. ¿Sería esa la causa de la rabia de Garrett? ¿Miedo a no tener un cargo o a volverse innecesario si Edward era líder? ¿Miedo tal vez a que repudiara a su hermana?

 

         Edward se había empeñado tanto en no quedar como un tonto que tal vez hubiese ignorado las sugerencias y los consejos de Garrett, creyendo que él debía estar al mando y elaborar los mejores planes. Ahora, lejos de todos sus secuaces, Garrett hablaba más abiertamente y de manera menos agresiva. Edward decidió involucrar a su primo en la elaboración del plan para tratar a los MacSwan.

 

         Para cuando regresaron a la fortaleza, había cierta paz entre ellos y Edward esperaba estar equivocado en sus sospechas sobre la implicación de Garrett en la muerte de Ailean y de su padre.

          

          

         Cualquier entendimiento entre ellos se esfumó durante la cena. Cualquier paso hacia la reconciliación se perdió cuando los seguidores de Garrett volvieron a desatar su rabia. Tanya, cuyo comportamiento había cambiado con la llegada de Isabella, reaccionaba siempre que se mencionaba su nombre, a pesar de que Edward se negase a hablar de Isabella con nadie.

 

         No era que no comprendiese por qué su proceder habían desatado la ira de la joven, ya que había reclamado a Isabella como suya delante de todos. Y si estuvieran implicados emocionalmente, podría importarle. Pero su compromiso se debía a razones políticas y no se basaba en el cariño mutuo. Él lo sabía. Tanya lo sabía. Y, por el momento, no podía permitir que nadie le contradijera en aquel asunto, sin importar los acuerdos a los que pudiera llegarse en un futuro.

 

 

         La cena se había convertido en un campo de batalla una vez más mientras los hermanos se provocaban entre ellos y a él mismo con insultos velados. Finalmente, haciendo uso de su poder, Edward había enviado a Tanya a sus aposentos antes de que sirvieran el último plato.

 

         Garrett se había quedado solo porque tenía asuntos que hablar con él. Tras un comienzo de día prometedor, todo se había ido al traste más deprisa de lo que hubiera creído posible, hasta hacerle desear lanzar a sus primos desde lo alto de las almenas con una piedra al cuello. Ya pensaría más tarde en el asunto de Garrett y en cómo averiguar la verdad.

 

         Ahora, mientras se aproximaba a sus aposentos, se preguntaba cómo estaría Isabella. ¿Estaría satisfecha por haberse librado de la cocina, o más bien de los escalones? ¿Estarían sus prendas en peor estado que antes?

 

         Pero la pregunta más importante era si admitiría o no haber leído los documentos que él había dejado allí, y si se atrevería a hablar de ellos.

 

         —¿Ha comido? —le preguntó a Tomas.

 

         —Sí, ahora mismo.

 

         —¿Ha hablado?

 

         —Un poco. Hace horas —respondió Tomas—. Ha estado tranquila desde que Sue y Carmen se marcharon.

 

         —¿No ha hecho preguntas? ¿No ha pedido nada? —su sentido de la curiosidad le había sorprendido cuando eran pequeños. Siempre andaba preguntando «por qué» o «cómo». Si se sentía mejor, si sus lesiones estaban curándose, pronto empezaría a hacer preguntas. Esperaba que no hubiese perdido esa cualidad con la madurez.

 

         Cuando los guardias negaron con la cabeza, les dejó marchar y levantó el pestillo de su puerta. Isabella salió de la cama y se levantó masticando algo de la bandeja de comida.

 

         —Tienes buen aspecto. ¿Qué tal la cabeza? —preguntó él, y dejó el saco de cuero junto a la cama mientras miraba a su alrededor.

 

         —Mejor —respondió Isabella tras haber tragado.

 

         Tenía mejor aspecto; había vuelto el color a sus mejillas, no cojeaba ni ponía cara de dolor como la noche anterior. El fuego estaba apagándose y en la habitación empezaba a hacer frío, así que echó más leña a la chimenea y volvió a avivar la llama.

 

         —Edward —dijo ella suavemente, y Edward sintió que su cuerpo ardía al oírlo. Enseguida se incorporó y se volvió hacia ella.

 

         —¿Sí?

 

         Lo único que tenía que hacer era decir su nombre con esa voz y perdía la cabeza y casi el dominio de sí. Había habitado en sus sueños durante mucho tiempo hasta que al fin logró expulsar los recuerdos del tiempo que habían pasado juntos. Y aun así, cada momento con ella recuperaba esos recuerdos de maneras que pudiera oír, saborear y sentir.

 

         —Te agradezco que hayas permitido que me quedara aquí hoy —dijo ella retorciendo la tela de su vestido con los dedos—. Sé que cambiaste tus órdenes delante de tu gente y lo difícil que debe de haber sido para ti.

 

         —Es más seguro así —respondió él, intentando hablar de manera despreocupada y resistir la necesidad de estrecharla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin respiración—. Podrías escapar por la cocina.

 

         Vio que sonreía ligeramente y contuvo la respiración cuando sus ojos verdes se iluminaron, lo cual alivió la tensión de su rostro y la hizo parecer como cuando tenía dieciséis años y él dieciocho. Solían aprovechar los minutos o las horas cuando podían, explorando nuevos sentimientos y nuevas barreras, hasta que en un momento catastrófico él lo arruinó todo y la perdió para siempre.

 

         —Ya he terminado de remendarte la ropa —dijo ella señalando una cesta con las prendas dobladas junto a la silla—. Dado que al parecer tu prometida no se encarga de esas cosas.

 

         ¡Maldita sea! Aún le costaba trabajo pensar en Tanya como su prometida, de modo que no se había acordado de mencionárselo a Isabella. Pero las noticias volaban y…

 

         —Los mayores fueron quienes sugirieron la unión, Isabella. Tú mejor que nadie comprenderás lo que es un matrimonio político.

 

         Sus ojos verdes brillaron y después se quedaron en blanco. Lo comprendía.

 

         Cuando Edward consideró que no tenían nada más que decir al respecto, incapaz de esperar más tiempo, le preguntó lo que más deseaba saber.

 

         —¿Cuánto tiempo has estado dudando antes de leerlos?

 

         Un sinfín de emociones y reacciones cruzaron su rostro mientras decidía qué decir. Finalmente adoptó una expresión de inocencia. Edward la conocía demasiado bien y desde hacía demasiado tiempo como para creerse su intento de no responder.

 

         —¿Has esperado hasta después de dar tu paseo?

 

         Isabella se dio la vuelta y se colocó entre la mesa y él. Estiró el brazo, seleccionó uno de los documentos y se lo mostró.

 

         —He estado tan ocupada con mis tareas que acabo de ver esto.

 

         Edward le quitó la carta, la leyó rápidamente e identificó justo lo que ella había leído: el ofrecimiento de amistad que los MacDenali le habían hecho a su padre antes de morir. Parte de esa carta le resultaba confusa. Algunas de las razones para cambiar de aliados no tenían ningún sentido, como si solo estuviese oyendo una parte de la conversación. Lo que más deseaba en aquel momento, además de a Isabella, era conocer su reacción a aquella oferta.

 

         —¿Y? —preguntó.

 

         Ella se quedó mirándolo por un segundo antes de carcajearse. El maravilloso sonido de su risa, en medio de una situación tan difícil, le hizo alegrarse de su presencia allí. A pesar de las circunstancias extrañas y peligrosas de su estancia en Keppoch, se alegraba de que estuviese allí.

 

         —Lo has hecho a propósito, ¿verdad? —preguntó ella, mirándolo con intensidad—. Los has dejado desperdigados sobre la mesa porque querías que los viese —se cruzó de brazos y volvió a mirarlo.

 

         —Tal vez no me importaba que lo vieras —Edward imitó su postura y arqueó las cejas.

 

         Ella dejó escapar el aliento y contempló los documentos sobre la mesa. Se encogió de hombros y señaló el que aún sujetaba él.

 

         —¿Eso iba dirigido a tu padre? ¿Antes de su muerte? —Edward asintió—. ¿Y es el primer intercambio? ¿El primer contrato?

 

         —Falta algo, ¿verdad? —le preguntó aquello que más le intrigaba.

 

         Antes de que Isabella pudiera responder, el sonido de unas pisadas arrastrándose por el suelo la detuvo. Edward miró hacia la puerta esperando a que se abriera. Al ver que no se movía, se acercó a ella y levantó el pestillo. No había nadie allí.

 

         Había dejado ir a los guardias, de modo que no le sorprendió que no estuvieran allí. Miró hacia ambas direcciones del pasillo, hacia las escaleras y hacia el otro lado, pero no vio ni oyó a nadie. Ninguna de las puertas de las demás habitaciones parecía abierta, pero sabía que habían oído a alguien. Se volvió hacia ella y se llevó el dedo a los labios. Isabella asintió. Edward cerró la puerta y se acercó a ella.

 

         —¿Podrías recorrer un tramo de escaleras sin dificultad ni dolor? —le preguntó mientras buscaba una capa o algo que pudiera protegerla del frío nocturno.

 

         —Sí —respondió Isabella, confusa.

 

         —Entonces vamos —la guio mientras agarraba una manta gruesa y se la metía bajo el brazo.

 

         Cuando salieron de la habitación, Edward la condujo hacia la izquierda, lejos de las escaleras. Al final del pasillo giró a la derecha y entró en una pequeña antesala situada frente a una puerta. Levantó el cerrojo, abrió la puerta y la sujetó para que pasara Isabella.

 

         Aquella escalera era una de las dos que conducían a las almenas y a la torre en ruinas de arriba. Aunque siempre había guardias de servicio allí, era menos probable que les oyeran como estaba seguro que había ocurrido en sus aposentos. Subió las escaleras despacio para permitirle a Isabella marcar el ritmo. Pronto llegaron a la puerta situada en lo alto y la abrió.

 

         El viento zarandeaba la puerta hacia dentro y hacia fuera, de modo que la sujetó con fuerza hasta que Isabella subió el último escalón y atravesó el umbral. Entonces el viento la envolvió, revolviendo su pelo a su alrededor como si fuera una nube impenetrable. Isabella se rio mientras se lo sujetaba con las manos y se lo ataba con unas cintas de cuero que sacó de su muñeca. Cuando hubo recuperado el control de su melena, aceptó la manta que Edward le ofreció y se la puso sobre los hombros.

 

         —Camina un poco, pero mantente alejada del borde —le dijo. Cuando Isabella comenzó a dar pasos en la dirección que le había indicado, Edward fue a darles nuevas órdenes a los guardias. Isabella había aminorado la velocidad cuando la alcanzó, y caminaron en silencio hacia el otro lado de las almenas de la fortaleza.

 

         La calidez del sol se había esfumado hacía tiempo y la luna había comenzado su ascenso por el este. Gracias a eso y a las antorchas situadas por todo el perímetro, había suficiente luz para iluminar el camino. Cuando llegaron al lugar que Edward tenía en mente, junto a la entrada de la torre en ruinas, se detuvo.

 

         —¿Quién iba a espiarte estando en tus aposentos, Edward? —preguntó ella.

 

         Él estaba pensando lo mismo. Los guardias dijeron que nadie había entrado por esa puerta y que no habían visto a nadie antes que a él. Tampoco debería aparecer ningún sirviente en ese piso antes del día siguiente. Edward ya había terminado sus asuntos con la gente de su clan, de modo que, a no ser que fuese un asunto de vital importancia, nadie iría a buscarlo a sus aposentos. Por lo tanto, la presencia y posterior desaparición de un desconocido solo podía deberse a razones perversas.

 

         —No se me ocurre nadie, salvo Garrett —respondió. Aunque, después de lo vivido aquel día, le extrañaba—. Pero no creo que haya sido él.

 

         Al ver la expresión confusa de Isabella, le explicó las conversaciones que había mantenido con Garrett aquel día y el cambio de actitud que había advertido en él.

 

         —¿Qué es lo que te había llamado la atención de esa carta? Tenías tus sospechas antes de que yo mencionara las mías —ella asintió y se apretó la manta alrededor de los hombros. Agachó la cabeza para que el viento no se llevase su voz y le dio la respuesta que él esperaba.

 

         —Me dio la impresión de haber entrado en una conversación a medias entre ellos. La carta hablaba de temas y cuestiones que obviamente se habían tratado antes de que fuera escrita. ¿Hay alguna misiva anterior?

 

         ¡Eso era! Isabella había descubierto el problema de inmediato. Como sabía que haría.

 

         —Ninguna que haya encontrado entre los papeles de mi padre.

 

         —¿Quién era su secretario? ¿Sigue trabajando para ti? Sería un buen lugar donde empezar —le sugirió.

 

         —El hermano Donal regresó a la abadía al morir mi padre. Yo tengo un nuevo secretario. El hermano Finlay se encarga ahora de mis asuntos.

 

         Y el hermano Finlay venía recomendado por Garrett, pues había trabajado previamente para su padre.

 

         —A juzgar por tu expresión, debes de haberte dado cuenta de algo malo —dijo ella.

 

         Edward se encogió de hombros; no estaba preparado para compartir la noticia con ella de momento. Isabella dio un paso atrás y se volvió para mirarlo.

 

         —Pues, si no quieres responder a esa pregunta, respóndeme a esta: ¿por qué querías que yo viese esos documentos?

 

         ¿Debía ser sincero con ella? ¿Debía revelarle a la hija de su enemigo la profundidad de los problemas a los que se enfrentaba? Bueno, eso no era del todo cierto, si era sincero consigo mismo. Tal vez Charlie fuese enemigo de otros clanes, y quizá algunos de sus hombres lo considerasen como tal, pero en general Edward nunca había pensado en él como enemigo. Sonrió y le devolvió la mirada a Isabella.

 

         —Todavía me paro a pensar en qué haría él o en cómo abordaría un determinado problema —admitió—. Es el hombre más sabio e inteligente que he conocido. Normalmente, cuando empiezo a darle vueltas a algún asunto, me digo a mí mismo: «¿Qué pensaría Charlie de esto?».

 

         —También es despiadado y astuto —añadió ella.

 

         —Sí, eso también —Edward se rio al oír a Isabella utilizar las palabras que él había evitado usar. Por muchas razones.

 

         —Y a veces se equivoca, aunque odia admitir tal cosa si es posible —contestó Isabella riéndose suavemente. Pero entonces se puso seria—. Entonces, ¿por qué se ha abierto esta brecha entre vosotros que os obliga a ser enemigos? ¿Por qué no puedes ir a verle y resolver esto sin que haya derramamiento de sangre?

         Edward negó con la cabeza y se cruzó de brazos.

 

         —Eso no es posible —por muchas razones que no podría admitirle.

 

         —Así que, en vez de eso, secuestras a su hija y le haces las preguntas que le harías a él. Buscas sus consejos de boca de alguien que se crió junto a él.

 

         Por su tono era incapaz de saber si estaba enfadada o satisfecha.

 

         —Eso parece.

 

         —No puedo ni quiero hablar por boca de mi padre, Edward. Ya lo sabes. Pero mi consejo es que busques a alguien en quien confíes que conociera a tu padre cuando se intercambiaban esas cartas y que le preguntes por ella. Detrás de este ofrecimiento de los MacDenali se esconde algo más. Averigua qué es. Y… —se detuvo y lo miró—… debes romper con el pasado y ser quien eres, Edward. No puedes ser el jefe del clan que es mi padre ni el que fue tu padre. Has de ocupar el cargo a tu manera.

 

         Justo lo que le habría aconsejado el hombre del que estaban hablando si se lo hubiera preguntado.

 

         Si fuera tan fácil. Romper con el pasado con todas sus promesas, esperanzas y fracasos. Liberarse de la culpa con la que vivía cada día y aceptar su lugar… su lugar por derecho.

 

         —Sabio consejo, como esperaba, Isabella —le dijo.

 

         Pero ella no tenía culpa de que solo una de las cosas que había sugerido pudiera realizarse. Con respecto a lo segundo, había demasiadas cosas del pasado que controlaban su vida y no podía olvidarlo con tanta facilidad. Le ofreció el brazo para llevarla otra vez dentro y ella lo aceptó. Casi habían llegado a la escalera que conducía al piso donde se encontraban las habitaciones cuando ella lo detuvo.

 

         —Al menos me debes la verdad, Edward. ¿Qué hay entre mi padre y tú ahora? ¿Qué os impide mantener la amistad que teníais antes?

 

         Por mucho que intentó controlarla, la respuesta se abrió paso por su garganta sin que pudiera evitarlo.

 

         —Tú.

 

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¿que les parecio?, Edward oculta un gran secreto y no lo quiere revelarlo para no lastimar a Isabella.

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ACTUALIZACIONES: lunes, miercoles, viernes y domingo.

LAS INVITO A LEER MI OTRA HISTORIA.

"AMOR DE LEYENDA":

Gairloch, Highlands, 1432.

Según la leyenda, un hada con poderes extraordinarios nacerá cada cierto tiempo en el clan MakSwan. Será sanadora con el conocimiento y la capacidad de ayudar a los demás, pero su fuerza y resistencia deberán ser probados por los obstáculos. Si sobrevive a las duras pruebas del fuego, el agua y la piedra, siempre sera bendecida por Dios.

El hada debe tener cuidado de no enamorarse, pues, si su amor no es correspondido, podría perder sus poderes. Mas si tuviera la suerte de encontrar a su verdadero amor y ser correspondida, sobrevivirá a cualquier problema y vivirá, junto a su amado, felices para siempre.

Así proclama la leyenda.

 

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Capítulo 9: NUEVE Capítulo 11: ONCE

 
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