PRISIONERA DE GUERRA (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 08/07/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 74
Visitas: 64636
Capítulos: 26

"FANFIC FINALIZADO"

En un mundo regido por luchas de poder, batallas entre clanes y tratados en los que el amor brillaba por su ausencia, ellos eran solo el jefe del clan y su rehén, pero en aquella noche llena de placer y pasión, Edward había hecho que Isabella se sintiera plena por primera vez y cuando se marchara de allí su corazón siempre estaría con él. Se acabarían las noches en las que parecían hechos el uno para el otro, todo se volvería un recuerdo... o quizá el futuro los llevase por otros caminos.

 

 

Era la prisionera de su clan…

Para recuperar el control de su clan, Edward Masen debía tomar a Isabella MacSwan como rehén y utilizarla como moneda de cambio. Pero Isabella no era una prisionera cualquiera. Era la mujer a la que en otra época había amado… y rechazado por una lesion en su pierna.
Las caricias de Edward quedarían marcadas para siempre en el recuerdo de Isabella y, sin saber que él se había visto obligado a repudiar su amor, ella nunca había olvidado al hombre que le había roto el corazón. Sin embargo, ahora, al mirar a los ojos a su captor, ya no reconocía al imponente líder. Había algo en él que la excitaba y la aterrorizaba a partes iguales…

 

 

adaptacion de "Unico Amor-Terry Brisbin"

 

MI OTRA HISTORIA; "UN AMOR DE LEYENDA"

 

 http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3909

 

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Capítulo 12: DOCE

Isabella se despertó sobresaltada y descubrió que estaba otra vez en la cama de Edward. Miró a su alrededor y vio que él no estaba, y tampoco los documentos y el enorme baúl que contenía más papeles. Se dejó caer sobre la almohada e intentó no pensar en lo mucho que se había humillado la noche anterior.

 

         Por sus venas debía de correr la sangre de alguna antepasada ramera. Al menos eso explicaría lo que le había ocurrido en la cama de Edward, con él al lado escuchando y mirando. Se defendería achacándolo a su cercanía y al aislamiento. Pero la verdadera razón para su pérdida de control era su corazón.

 

         Había estado tan absorta en sus recuerdos que no se había dado cuenta de que estaba mirándola ni de que había dicho algo en voz alta hasta abrir los ojos y encontrárselo mirándola. Se ponía roja solo con recordar su mirada en aquel momento.

 

         Era la misma mirada que había visto años atrás, cuando le había mostrado la intensidad que podía haber entre ellos.

 

         La noche antes de que renunciara a ella delante de su familia por la imperfección de su pierna lisiada. La noche en que había pensado que su sueño de casarse con el hombre al que amaba iba a hacerse realidad. La noche antes de que perdiera la inocencia cuando deseaba perder su virtud.

 

         Pero aquella autocompasión no iba a conducirla a ninguna parte aquella mañana, así que salió de la cama y se vistió. Imaginaba que Sue y Carmen llegarían pronto. De modo que, cuando la puerta se abrió, terminó de hacer la cama y se dio la vuelta para saludarlas.

 

         Pero fue Edward el que estaba allí, observándola mientras estiraba las sábanas.

 

         Se quedó sin palabras al intentar pensar en qué decirle esa mañana, cuando los recuerdos de su pasión y de su traición estaban tan despiertos en su mente. De modo que esperó a que él hablase primero.

 

         —Nos vamos a otra habitación —dijo mientras se acercaba a uno de sus baúles y lo abría. Buscó algo en su interior y no lo encontró, así que fue al siguiente baúl y repitió los mismos movimientos—. La última habitación a la izquierda —agregó mientras rebuscaba en varios sacos de cuero.

 

         La miró y, cuando Isabella asintió, siguió hablando.

 

         —Ya no podrás caminar por el pasillo. Muchos aldeanos de los pueblos circundantes están llegando a la fortaleza para estar protegidos, y los mayores utilizarán estas habitaciones.

 

         —Entonces, ¿has sabido algo de mi padre? —preguntó ella al fin.

 

         —El mensajero dijo que había recibido mis exigencias y que iba a enviar su respuesta —dijo Edward.

 

         Isabella sintió un escalofrío por todo su cuerpo. Ambos sabían lo que significaba eso, y no era que fuesen a enviarles oro. Sabía que tendrían al menos una semana, pero no mucho más.

 

         —¿Qué debo hacer? —preguntó señalando los baúles y muebles que había en aquella habitación.

 

         —No te pongas en medio y espera a que te digan que salgas al pasillo.

 

         Y con esa última orden, desapareció.

          

          

         Los sirvientes y los guardias no tardaron en llegar para llevarse las pertenencias de Edward. Ella permaneció en la silla, observándolos, hasta que el guardia llamado Tomas le ordenó que fuese con ellos. Isabella estaba a punto de llegar a la última habitación situada junto a las escaleras que conducían a las almenas cuando la puerta de al lado se abrió y de dentro salió lady Tanya.

 

         Tanya la miró de los pies a la cabeza y puso cara de asco, como si hubiese pisado con el zapato algo que los caballos dejaban a su paso. Una parte de ella comprendía la rabia de Tanya ahora que sabía lo que había entre Edward y ella, pero la otra mujer debía saber que ella no tenía control sobre su estancia allí.

 

         —¿Esta es vuestra habitación, lady Tanya? —preguntó Isabella. El grito ahogado de la dama llamó la atención de todos los que estaban en el pasillo.

 

         —¡No me dirijas la palabra, ramera! —respondió. Lo que resultó sorprendente fue la bofeteada, aunque con la mano cerrada le pareció más un puñetazo—. Puede que tú calientes su cama y te encargues de sus necesidades más básicas, pero no creas que eres digna de hablarme.

 

         Isabella retrocedió con el golpe y se llevó la mano a la mejilla. Sintió a Tomas detrás de ella, pero se apartó de él. A decir verdad, siendo la hija de un conde, tenía un estatus más alto que el de Tanya. ¡Debería ser Tanya la que se alegrara de que ella se dignase a dirigirle la palabra!

 

         —¡Guardia! ¡Llévatela de mi vista! —gritó Tanya. Tomas se acercó, agarró a Isabella del brazo y la apartó—. Y no te preocupes, ramera —susurró Tanya para que solo Isabella pudiera oírla—. Tus días en su cama están contados.

 

         El veneno de su voz le produjo un escalofrío de terror. Cuando Isabella se volvió para mirarla mientras Tomas la arrastraba hacia los nuevos aposentos de Edward, Tanya tenía la mirada perdida. Si alguien hubiera estado mirándola en aquel momento, le habría resultado imposible creer que hubiera podido decirle esas palabras tan horribles. Tomas la empujó al interior de la habitación, cerró la puerta y la dejó sola. ¿Se habría imaginado el odio y el peligro en las palabras de Tanya? Le parecía que no. Miró a su alrededor y descubrió que la habitación era dos veces más grande que la anterior. Lo más sorprendente de todo fue la pequeña cuna situada en un rincón, cerca de una cama enorme que dominaba la habitación. Aquella se parecía más a la que compartían sus padres; lo suficientemente grande para dos personas y para poder desarrollar su labor de jefe del clan, aunque resultaba más cómoda gracias a los pequeños toques personales.

 

         ¿Sería del padre de Edward?

 

         Vio una palangana y un cubo de agua, así que humedeció un paño y se lo llevó a la cara para aliviar el picor de la bofetada de Tanya. Después se mantuvo apartada y en silencio mientras los sirvientes terminaban de trasladar las posesiones de Edward a aquella habitación. Y también las de ella, según parecía, pues uno de sus baúles apareció junto a los demás. ¿Cuándo lo habrían recuperado?

 

         Incapaz de mantenerse sentada sin hacer nada mientras los sirvientes organizaban las estancias a gusto de Edward, encontró la cesta de prendas que había que remendar, preparó el hilo y la aguja y se puso a trabajar. Advirtió los cotilleos que, las mujeres sobre todo, susurraban mientras trabajaban. Ella mantuvo la cabeza agachada como si no las hubiera oído, dejando que volvieran a la invisibilidad en la que parecían vivir los sirvientes.

 

         Isabella descubrió varias cosas interesantes gracias a las sirvientas durante la hora que pasaron trabajando allí.

 

         En efecto, aquella había sido la habitación del padre de Edward cuando vivía, y Edward se había negado a usarla hasta ese momento.

 

         Por otra parte, Garrett, el primo de Edward, la había secuestrado sin el consentimiento de este.

 

         Pero lo último era lo peor de todo; todos esperaban morir cuando llegara su padre.

 

         Tener la reputación que tenía su padre, casi toda bien merecida, era una gran ventaja en la guerra. Isabella lo comprendía. Pero resultaba horrible oír a la gente hablar abiertamente de su muerte. Su padre no se dedicaba a matar inocentes. Era su enemigo quien sufriría, no ellos. Por el momento decidió no sacarlas de su error, pues resultaba una ventaja para su padre y con suerte haría que todo acabase bien.

 

         Y entonces ella regresaría a casa de sus padres para que volvieran a casarla con alguien, lo que haría que dejase atrás de nuevo al único hombre al que había amado. A pesar de lo horrible de sus actos y de lo mucho que le había dolido su rechazo, no podía negar que, en toda su vida, lo había amado a él y solo a él.

 

         Si ella era la causa de las diferencias entre su padre y él, y teniendo en cuenta aquel último insulto que suponía su secuestro, Edward y ella no tendrían ninguna posibilidad ya. La única opción que tenía Edward era delatar y repudiar a su primo y entregarlo a los MacSwan para que lo castigaran, pero sabía que Edward nunca haría eso. Estaba intentando ser un buen líder para su clan. Un jefe del clan tan bueno como creía que era su padre.

 

         Cuando los sirvientes se marcharon y Carmen le llevó más ropa que remendar, volvió a pensar en la carta. Tal vez Edward lograra encontrar a alguno de los mayores que supiera más del tema. El día pasó despacio, el ruido de fuera se incrementó debido a la cantidad de personas que estaban usando las habitaciones cercanas, y se preguntó qué haría su padre realmente.

          

          

         —¿Qué ocurrió antes de esta carta, Murtagh? —preguntó Edward.

 

         Aunque habría preferido hablar con algún otro de los mayores, alguno que le apoyara, resultó que Murtagh podría ser el único que supiera lo que había ocurrido meses atrás. Ahora, tras intentar negarse a hablar en privado con él, se encogió de hombros.

 

         —Sé que piensas que Garrett debería ser el jefe del clan y no me importa que tengas tus propias opiniones. Pero ahora yo soy el jefe del clan y se avecina una guerra. Necesito saber qué ha provocado esa guerra.

 

         Edward le ofreció una jarra al anciano y sirvió una buena cantidad de whisky en ambas jarras. Entonces levantó la carta de la mesa y se la entregó. Murtagh había recibido educación, sabía leer, escribir e incluso hablaba latín, así que Edward esperó mientras la leía. La sorpresa de sus ojos reveló muchas cosas.

 

         Sus sospechas eran ciertas, pero intentó sacarle la verdad.

 

         —¿Quién se puso en contacto por primera vez con los MacDenali?

 

         —Bueno, no me gusta ir por ahí delatando a nadie… —empezó Murtagh, y se detuvo para beber whisky antes de continuar. Edward le rellenó la jarra—. Tu padre no estaba contento con el modo en que te había tratado MacSwan.

 

         Eso sí que era una sorpresa. Pensaba que Angus y Charlie siguieron siendo amigos hasta el final.

 

         —Cuando ocurrió… lo de la muchacha, Angus se puso de tu lado. Dijo que habría que esperar tu explicación. Que aquello era algo más que una estupidez de juventud.

 

         Aunque la reacción de su padre le sorprendió, aquello no explicaba los cambios recientes.

 

         —Esa historia es muy antigua. Hace más de cuatro años de eso. Él volvió a casarse desde entonces y esperaba un heredero. ¿Por qué mi padre se fijó en los MacDenali?

 

         —Bueno, eso… —Murtagh dio otro trago al whisky y se secó la boca con la mano—. El padrastro de Garrett tenía vínculos con los MacDenali. Pensaba que una alianza con ellos sería mejor para nosotros que una alianza con los MacSwan. Se mencionó un posible matrimonio.

 

         ¿Matrimonio? Sus otras hermanastras, fruto del anterior matrimonio de Angus, eran aún demasiado jóvenes para entrar en las negociaciones. Su propio intento con la heredera de MacSwan había acabado en un fracaso espectacular, y no lo plantearían como objetivo para los MacDenali. ¿Quién podía ser entonces?

 

         —¿Garrett?

 

         —No, él no —dijo Murtagh negando con la cabeza—. Tanya.

 

         ¿Tanya? ¿Su prometida?

 

         —En esta carta y en las demás no se menciona eso en absoluto.

 

         —Creo que era un acuerdo privado. Primero su matrimonio y después un vínculo más fuerte mediante un acuerdo.

 

         ¿De modo que habían planeado un distanciamiento progresivo de los MacSwan y una alianza con los MacDenali? Sin embargo, ni Garrett ni Tanya se opusieron cuando los mayores sugirieron que Edward y ella se casaran para poner fin a las rivalidades entre ambas ramas de la familia.

 

         —¿Mi padre estaba al corriente de esos planes? ¿Quería casarla con un MacDenali?

 

         —El padrastro de Garrett habló con él del tema hace más de un año, antes de que ambos murieran. Tu padre no se opuso. Aunque tenía la esperanza de que Tanya se casara con el hijo de MacSwan o que Garrett se casara con alguna familiar de Charlie.

 

         ¿Alguna familiar o su hija?

 

         El secuestro era una tradición muy antigua, la manera de conseguir una novia que, de lo contrario, estaría fuera del alcance de un hombre. ¿Por eso habría secuestrado Garrett a Isabella? ¿Pensaba quedarse con ella? Tal vez pensara que, como Edward la había rechazado en una ocasión, estaba disponible para él.

 

         Pero nadie allí sabía lo de la muerte de Jacob, y secuestrar a una mujer casada solo serviría para enfurecer a su familia y a su marido. O tal vez Garrett sí estuviera al corriente del fallecimiento de Jacob.

 

         La cabeza le daba vueltas con las diversas posibilidades que habían abierto las palabras de Murtagh. Como una tela de araña tejida en torno a los clanes, cada hilo se entrelazaba con otro que a su vez se unía a otro. ¿Quién sabía qué y cuándo? ¿Quién quería qué clan? ¿Por qué? Nada de aquello importaba en cierto modo, pues tanto Charlie como Angus estaban convencidos de que cualquier vínculo entre sus clanes o con los MacDenali no implicaría al hijo bastardo.

 

         Y peor aún, el hecho de que él se convirtiera en jefe del clan y líder había enturbiado las cosas e interferido con muchos planes. Tenía mucho en qué pensar antes de que Charlie llamase a su puerta, pero sobre todo tenía mucho que hacer antes de que eso ocurriera.

 

         —Muchas gracias, Murtagh —dijo dándole una palmadita en la espalda—. Espero poder ganar tu apoyo en las próximas semanas.

 

         El anciano parpadeó varias veces ante aquella admisión, pues probablemente no se esperaba que fuese a pedirle su apoyo sino a exigírselo. Se despidieron y Edward fue a ver cómo llevaba Jasper los preparativos de las armas. Rezaba para no tener que usarlas, pero era mejor estar preparados a que los encontraran con las manos vacías.

          

          

         Para cuando cayó la noche, Edward los creía casi listos para enfrentarse a los MacSwan que llegaran primero. Había colocado centinelas en las lindes de sus tierras para informar de cualquier intruso.

 

         Había dudado si contactar con el jefe del clan de los MacDenali, con la esperanza de que Charlie y él llegasen a un acuerdo sin recurrir a las armas. Entonces, cuando Isabella hubiera regresado con sus padres y su clan estuviese a salvo de la aniquilación, podría decidir sobre futuras alianzas que beneficiaran y protegieran a su gente. Cuantos menos implicados hubiera, mejor, pensó al sentarse a la mesa para cenar.

 

         Cada día el salón parecía más y más pequeño, pues seguían llegando aldeanos del pueblo y de las granjas cercanas para protegerse del conflicto inminente. Las comidas eran más sencillas, lo cual a él no le importaba, aunque sí a su prometida. Tanya tenía una expresión extraña de autocomplacencia, y eso le dio qué pensar. Cada vez sospechaba más de su papel y del de su hermano en la debacle a la que él se enfrentaba.

 

         —¿Cómo estás, Tanya? —preguntó tras haberse servido la comida. Todavía no podía acusarlos de nada.

 

         —Estoy bien —contestó ella con una sonrisa dulce.

 

         —¿Garrett ha regresado ya? —preguntó al ver el asiento vacío junto a ella.

 

         —No sigo la pista de lo que hace y dónde va mi hermano —respondió. Edward se quedó mirándola a la cara, pero no dio muestras de que supiera más o de que estuviera mintiendo—. Seguramente estará desarrollando las tareas que le has asignado, Edward.

 

         Edward no pudo resistirse a ponerla a prueba ahora que sabía que estaba al tanto de otros acuerdos. De modo que le agarró la mano y sonrió.

 

         —Cuando MacSwan recupere a su hija y nuestra alianza con los MacDenali se consolide, deberíamos fijar la fecha de la boda, Tanya.

 

         Si hubiera apartado la mirada, no habría visto como se le rompía la sonrisa o como entornaba los párpados al oír sus palabras. Pero sí lo vio, de modo que sus palabras adquirieron un significado distinto al que habrían tenido si no la hubiera estado observando.

 

         —Me encantaría resolver las cosas entre nosotros, Edward.

 

         En casa de los Masen estaban ocurriendo muchas más cosas de las que había imaginado, y tenía que averiguar qué era antes de que Charlie llegase allí.

          

          

         El resto de la cena pasó deprisa. El salón abarrotado, la tensión y el ruido habían molestado a Tanya, así que había pedido permiso para marcharse a sus aposentos a toda prisa. Aunque Edward sospechaba que no quería arriesgarse a tener que hablar con él sobre la boda, le había dado permiso.

 

         Tras echar un último vistazo a las puertas y a los guardias, se dirigió hacia sus aposentos. Por un momento se olvidó de que se había mudado a otra habitación, y solo se acordó al ver a los guardias apostados en la puerta de su padre.

 

         La habitación de su padre.

 

         Al ser nombrado jefe del clan, se había negado a trasladarse a los aposentos de su padre. Pensándolo bien, no sabía si era una especie de rebeldía continua o el hecho de que no se creía merecedor de estar allí. O tal vez había honrado a su padre y no deseaba ocupar su lugar.

 

         Dado que ahora había más gente viviendo en esas habitaciones, los guardias se quedarían toda la noche. Patrullarían el pasillo y las escaleras, atentos a cualquier señal de peligro.

 

         —Señor —dijo Tomas al acercarse—. Me gustaría hablar con vos antes de que entrarais —el guardia tenía más o menos su edad y habían sido amigos desde hacía años. Su ceño fruncido indicaba que algo iba mal.

 

         —¿Qué sucede?

 

         —Lady Tanya ha estado aquí.

 

         —¿En mis aposentos?

 

         —No, pero estaba en una de las habitaciones cuando lady MacBlack se trasladó.

 

         —Continúa.

 

         —Intercambiaron unas palabras y lady Tanya abofeteó a…

 

         Edward no esperó a oír el final de la frase, abrió la puerta y encontró a Isabella sentada en una silla parecida a la que había en sus aposentos. Tenía la cabeza agachada y miraba la prenda que estaba arreglando. Él había entrado en la habitación haciendo ruido, así que tenía que saber que estaba allí.

 

         —Isabella —no reaccionó. Siguió atravesando la tela con la aguja sin levantar la cabeza—. Isabella, mírame.

 

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¡AAAAAAH! AHORA SI SE VA ARMAR, !MALDITA BRUJA!, ODIO A TANYA ¿USTEDES NO?, ¿QUE CREEN QUE HARA EDWARD?,

GRACIAS A TODAS POR ACOMPAÑARME EN ESTA AVENTURA.

ACTUALIZACIONES:"LUNES, MIERCOLES, VIERNES Y DOMINGO"

BESITOS A TODAS.

Capítulo 11: ONCE Capítulo 13: TRECE.

 
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