PRISIONERA DE GUERRA (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 08/07/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 74
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Capítulos: 26

"FANFIC FINALIZADO"

En un mundo regido por luchas de poder, batallas entre clanes y tratados en los que el amor brillaba por su ausencia, ellos eran solo el jefe del clan y su rehén, pero en aquella noche llena de placer y pasión, Edward había hecho que Isabella se sintiera plena por primera vez y cuando se marchara de allí su corazón siempre estaría con él. Se acabarían las noches en las que parecían hechos el uno para el otro, todo se volvería un recuerdo... o quizá el futuro los llevase por otros caminos.

 

 

Era la prisionera de su clan…

Para recuperar el control de su clan, Edward Masen debía tomar a Isabella MacSwan como rehén y utilizarla como moneda de cambio. Pero Isabella no era una prisionera cualquiera. Era la mujer a la que en otra época había amado… y rechazado por una lesion en su pierna.
Las caricias de Edward quedarían marcadas para siempre en el recuerdo de Isabella y, sin saber que él se había visto obligado a repudiar su amor, ella nunca había olvidado al hombre que le había roto el corazón. Sin embargo, ahora, al mirar a los ojos a su captor, ya no reconocía al imponente líder. Había algo en él que la excitaba y la aterrorizaba a partes iguales…

 

 

adaptacion de "Unico Amor-Terry Brisbin"

 

MI OTRA HISTORIA; "UN AMOR DE LEYENDA"

 

 http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3909

 

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Capítulo 4: CUATRO

         —No te saldrás con la tuya.

 

         Garrett simplemente se rio de sus palabras cuando Edward entró en la pequeña habitación y cerró la puerta tras él. No importaban los intentos de Garrett por provocarle delante de todos, pues manejaría su reacción en privado. Ya habría tiempo más tarde de avergonzarle delante del clan.

 

         —Tú tienes tanto o más que perder que yo, Garrett —le advirtió mientras se acercaba tranquilamente a la ventana para contemplar la actividad frenética que habían desencadenado las actividades de su primo.

 

         —Eres una vergüenza para el clan —respondió Garrett con desprecio. Edward se volvió para mirarlo y le sorprendió el odio genuino que vio en sus ojos—. No deberían haberte elegido.

 

         —Pero lo hicieron. Y no soy el primer bastardo elegido como jefe de un clan, Garrett. Si dejaras de darte tanta importancia y mirases solamente por el bien de clan… —ni siquiera había terminado de hablar cuando Garrett empezó a negar con la cabeza.

 

         —Yo debería ser jefe del clan. Tengo más derecho que tú.

 

         —¿Más derecho que el que otorga la propia sangre? —preguntó Edward.

 

         Ilegítimo o no, su padre había sido el jefe del clan, y las reivindicaciones de Garrett a través de su madre, alegando que tenían un abuelo en común, no habían sido lo suficientemente fuertes como para dejar a Edward a un lado. De ahí aquel desafío constante. Sus palabras despertaron algo en Garrett, que entornó los párpados y después apartó la mirada.

 

         —Si la esposa de mi padre hubiera dado a luz a un hijo pocos meses después, ninguno de nosotros estaríamos cuestionando nuestro lugar aquí —respondió, y esperó ver alguna señal que indicara la implicación de su primo en el reciente accidente que se había cobrado la vida de Angus Masen y de su esposa, en avanzado estado de gestación.

 

         —Sí, pero eso no pasará —dijo Garrett, pero ni la expresión de sus ojos ni su actitud revelaron nada más.

 

         —Ahora tienes el mismo cargo que habrías tenido en esas circunstancias; primo y consejero del nuevo laird.

 

         Los mayores ya habían dado su apoyo al compromiso entre Edward y la hermana de Garrett, para que se acabaran las disputas entre ambas ramas del clan y se reforzaran las relaciones entre todos ellos. Aunque Edward tenía sus dudas y sus reservas al respecto, sí que parecía la respuesta perfecta a los problemas provocados por la actitud de Garrett. La sangre de Garrett, a través de los hijos de su hermana, gobernaría el clan y él sería un consejero valioso para el siguiente laird. La mirada de Garrett se oscureció, pero él permaneció en silencio. Edward se preguntó si su primo se habría dado cuenta de que todos esos acuerdos quedarían enturbiados con la presencia de Isabella MacSwan.

 

         —Mi hermana no aprobará que te lleves a la cama a la hija de MacSwan —le advirtió Garrett.

 

         Edward arqueó una ceja y sonrió.

 

         —Algo en lo que deberías haber pensado antes de traerla aquí. Estoy seguro de que Tanya comprende cómo funcionan las cosas entre los hombres.

 

         Los hombres, sobre todo los hombres con poder, tenían mujeres que satisfacían sus necesidades. Las esposas les proporcionaban herederos, pero nadie, absolutamente nadie, cuestionaría el derecho de Edward de tratar a Isabella como deseara. Si aquello iba a convertirse en una guerra, era el laird el que controlaba a los rehenes y el modo en que se les trataba. Dado que Garrett se la había ofrecido en bandeja, solo podría culparse a sí mismo si a su hermana no le hacía gracia la situación. Garrett tragó saliva y se negó a devolverle la mirada. Edward asintió una vez más.

 

         —Ya te he dado bastante libertad para expresar tus opiniones, Garrett. Pero eso se ha acabado. Nos has obligado a afrontar unas circunstancias que podrían suponer nuestra destrucción. Si sigues interfiriendo y no sigues mis órdenes, te desterraré —Garrett se dio la vuelta en ese momento y le miró con los puños apretados.

 

         —¡No puedes!

 

         —Los mayores me aprobaron como jefe del clan. Sí que puedo. Y lo haré si sigues presionándome —le prometió Edward—. Si no puedes conformarte con el puesto que tienes aquí, serás expulsado. No lo dudes.

 

         Pareció que Garrett iba a rebatirle, pero en el último momento asintió y se dispuso a marcharse. A Edward le pareció mejor añadir una última advertencia para que Garrett la tuviese en cuenta mientras meditaba sobre sus opciones.

 

         —No me casaré con la hermana de un traidor, Garrett, ni siquiera aunque los mayores crean que es la mejor manera de solucionar las diferencias entre las dos ramas. No me casaré con ella si no puedes serme fiel. Así que piénsatelo bien antes de permitir que tus palabras y tus actos te delaten como un traidor.

 

         La puerta se cerró de golpe, pero al rebotar y volver a abrirse, Edward vio a Garrett atravesar el salón. En vez de ir a buscar a sus compinches, los ignoró y abandonó la fortaleza.

 

         Dado que Edward estaba seguro de que Charlie se presentaría ante su puerta debido a las actividades de Garrett, tenía muchas cosas de las que ocuparse. Todos los mayores y los consejeros del clan se responderían a su llamada. Cuando les explicara lo que Charlie podía hacerles, seguro que comprenderían lo precario de su posición y querrían ponerle fin cuanto antes. La amenaza hacia el clan, hacia sus tierras y hacia la fortaleza, debería ser suficiente para disuadirlos de aquella idea tan peligrosa.

          

          

         Se le habían presentado diversas tareas al mismo tiempo, de modo que se encargó de ellas y esperó a recibir noticias sobre los guardias y los sirvientes de Isabella. Si estaban vivos y ella seguía ilesa, aquello calmaría el temperamento legendario de MacSwan antes de acabar con todos y cada uno de los Masen. Al salir de la habitación se dio cuenta de la ironía.

 

         No sería digno de llamarse laird si capitulaba sin más y liberaba a Isabella para que regresara con su padre y con su marido.

 

         Aunque por las razones equivocadas, la presencia de Isabella allí le daba a él la oportunidad de mejorar las condiciones de su familia. Con ella como moneda de cambio podría mejorar las cosas para los Masen. Claro, eso significaría consolidar el odio que Isabella sentía hacia él, y sería la última vez que la vería o que hablaría con ella.

         Y aunque secuestrar a una heredera era una tradición muy antigua en las montañas de Escocia, secuestrar a la hija de un jefe del clan que además era la esposa de otro hombre no solía tener los mismos resultados. Con una heredera, un hombre podía acabar siendo rico y su clan también. Con la hija de un laird, las consecuencias implicaban guerra, muerte, humillación y, posiblemente, decapitación y castración. De modo que, como lo primero no era una opción, tenía que encontrar la manera de impedir que sucediera lo segundo.

          

          

         Para cuando Edward regresó a sus aposentos aquella noche, ya había logrado solucionar varias cosas. Garrett parecía intimidado por el momento. Solo dos de los guardias de Isabella habían muerto y, aunque aun no se lo había dicho a ella, su vieja doncella se recuperaría. Sue lo informó de que las únicas lesiones que Isabella había sufrido eran las evidentes, y que se curarían.

 

         Sin embargo, los problemas causados por Isabella no habían desaparecido y aumentarían con cada hora que permaneciera en su fortaleza. Hasta que estuviera curada y hasta que él pudiera llegar hasta el fondo de aquel asunto, debía vigilarla de cerca; para protegerla a ella y para protegerse a sí mismo también.

 

         Atravesó el pasillo que conducía a sus aposentos y despidió a los dos guardias con un movimiento de su mano. Ya les había ordenado que estuvieran allí siempre que él no estuviera en la habitación, de modo que sabía que regresarían al amanecer. Quitó el pestillo y entró preparado para cualquier cosa.

 

         Pero lo que se encontró allí hizo que el suelo vibrara bajo sus pies.

 

         Isabella estaba tumbada en su cama, con el pelo revuelto y salvaje sobre las almohadas. Tenía la cara lavada y podía apreciar la delicada curva de su barbilla y el rosa pálido de sus labios. El potencial que tenía como niña había florecido al alcanzar la madurez. Sue la había lavado y le había dado un vestido nuevo. Dormida en su cama, sin el miedo, el dolor y la ira que habían predominado en su expresión antes, Edward habría creído que aquel era su lugar.

 

         Y a juzgar por cómo se le aceleró el corazón en el pecho y por cómo la sangre calentó sus venas, supo que aquello era algo que deseaba. Le hizo un movimiento de cabeza a Sue, que estaba sentada junto a la cama cuidando de Isabella. La sirvienta dejó la prenda que estaba remendando, se acercó a él y se llevó un dedo a la boca para pedirle silencio.

 

         —Acaba de calmarse —le susurró.

 

         —¿Entonces la poción no la ha hecho dormir? —miró hacia la cama y vio cómo el pecho de Isabella subía y bajaba lentamente bajo la sábana.

 

         —Funcionó cuando más falta me hacía —respondió Sue.

 

         Mientras la curandera se ocupaba de las peores lesiones.

 

         —¿Alguna orden? —preguntó Edward acercándose a la cama.

 

         —¿Planeas cuidar de ella? —preguntó Sue.

 

         En realidad no había planeado nada más allá del hecho de que Sue le curase las heridas. El comentario fanfarrón que había hecho sobre llevársela a la cama enturbiaba las cosas. Sin duda nadie esperaría que fuese a violarla mientras estuviese inconsciente debido a una herida en la cabeza.

 

         —Puedo encargarme de ella —dijo. Si Sue pensaba contradecirle, cambió de opinión.

 

         —Dale un poco de esto —añadió la sirvienta mientras alcanzaba una pequeña botella de cristal que había sobre la mesa—. Añadid un poco al agua o a la cerveza y le calmará el dolor de cabeza. Pero no demasiado.

 

         —¿Ahora estará dormida? —preguntó Edward. Se inclinó y alisó la sábana que tapaba a Isabella.

 

         —No. Demasiado sueño con una lesión en la cabeza no es bueno, Edward. Si se despierta, que así sea. Si se duerme, despiértala cada pocas horas y haz que te hable. La poción es solo para el dolor.

 

         —Te llamaré si necesito algo más —dijo Edward mientras le hacía gestos con la mano para que se marchara.

 

         No se dio la vuelta para ver si la anciana obedecía. Aunque esperaba alguna pega, esta no se produjo, y oyó los pies de Sue arrastrándose por el suelo de madera al marcharse. Cuando el silencio inundó la habitación, Edward bajó la guardia un momento, se pasó las manos por el pelo y respiró profundamente.

 

         ¿Cómo había podido convertirse su vida en un infierno en cuestión de unos pocos días? ¿Cómo habían empezado a cuestionar su puesto como jefe del clan? Peor aún, ¿cómo mantendría las promesas que le había hecho a su clan y violaría las que le había hecho a Isabella años atrás? Su presencia en su fortaleza y en su cama rompía todos los juramentos que le había hecho a su padre.

 

         Se acercó a la mesa, se sirvió una copa de cerveza y se sentó junto al fuego para verla dormir. Todas sus esperanzas y sus miedos, todas sus aspiraciones y sus deseos habían estado centrados en la mujer que dormía en su cama. Se había permitido soñar con tenerla a su lado como esposa. Había creído que podía ser merecedor de su amor, que su padre aceptaría e incluso apoyaría la unión. La verdad, lejos de su fantasía, los había separado años atrás.

 

         ¿Sería el destino, que se reía de él? ¿Tendría el todopoderoso un gran sentido del humor? Se carcajeó ante la extrañeza de la situación y, mientras intentaba encontrar una solución al problema que tenía ante él, vio que Isabella abría los ojos.

 

         —Isabella —dijo con un susurro rasgado—, ¿cómo te encuentras? —cuando se dispuso a levantarse, ella puso cara de miedo, como un animal salvaje sin ningún lugar al que huir. Así que Edward volvió a sentarse en la silla de madera.

 

         Isabella intentó incorporarse, como si deseara apartarse de él todo lo que le fuera posible, pero su expresión indicaba que aún le dolía. De modo que se detuvo y cerró los ojos, suspirando con cada movimiento, por muy pequeño que fuera.

 

         —Espera… —Edward se puso en pie y se acercó. Agarró la botella que le había dejado Sue y sirvió un poco en la copa de cerveza que había allí—. Intenta beberte esto. Te aliviará el dolor.

 

         Con manos temblorosas, Isabella se llevó la copa a los labios, dio un trago y frunció el ceño cuando el líquido amargo entró en su boca. Los brebajes de Sue, aunque efectivos, eran famosos por ser casi imbebibles. Ni siquiera el vino o la cerveza podían disimular los ingredientes que utilizaba. Edward no había soltado la copa, de modo que volvió a llevársela a Isabella a la boca un par de veces más antes de quitársela. Aquello sería suficiente.

 

         —¿Entonces ya ha llegado el momento? —preguntó ella suavemente, apoyando la cabeza en el cabecero de madera.

 

         —Para ser alguien que se aferró a su virtud durante tanto tiempo, pareces muy dispuesta a dejar que te arrebaten el honor ahora. ¿El matrimonio te ha cambiado?

 

         Se arrepintió de aquel último comentario según lo dijo. No deseaba hablar de su matrimonio con otro hombre, y mucho menos con ella tumbada en su cama, esperando a ser violada. Edward se apartó de ella para prevenir cualquier respuesta que pudiera darle y comenzó a apagar las velas y el fuego. La expresión inescrutable que vio en sus ojos cuando al fin se dio la vuelta le confundió aún más.

 

         ¿Realmente pensaba que iba a forzarla? Sabía que su despedida había sido incómoda; la había avergonzado frente a su familia y después la había dejado sola ante su ira, pero jamás la había forzado. La había seducido, engatusado, incluso le había rogado, pero nunca contra su voluntad ni sin su permiso. ¿Acaso Garrett la había convencido de que pagaría el precio hasta el punto de que lo aceptaba como algo inevitable? Negó con la cabeza, saturado por los acontecimientos, y se acercó a la cama para apagar la última vela.

 

         —Recuéstate —le dijo.

 

         A Isabella empezaron a brillarle un poco los ojos; el brebaje empezaba a hacer efecto. Pronto volvería a quedarse dormida y él podría pensar en sus opciones sin que le molestara. Se rio bruscamente y aquello hizo que Isabella pareciese asustada de nuevo. Pero siguió sus órdenes y volvió a meterse bajo las sábanas.

 

         Cuando por fin cerró los ojos, Edward apagó la última vela, se aflojó el cinturón y dejó caer al suelo su túnica de cuadros. Después se quitó las botas y la camisa, recogió la túnica del suelo, se tumbó en la cama y se tapó con ella. Se estiró, colocó los brazos detrás de la cabeza y escuchó el ritmo de la respiración de Isabella. Pronto se volvió tranquilo y sosegado, lo que indicaba que estaba profundamente dormida.

 

         Al día siguiente Edward tendría que demostrar su valía y abordar el asunto de manera tranquila y razonada. Tenía que evitar actuar llevado por los sentimientos de ira y desconfianza y liderar al clan. Debía olvidar su pasado con Isabella y tratarla con distanciamiento y lógica. Cerró los ojos y repitió una y otra vez aquellas decisiones mientras se quedaba dormido.

 

         Y tal vez lo hubiera conseguido si ella no hubiera susurrado una palabra que le hizo olvidar su necesidad de control. Con solo una palabra susurrada, los celos y el dolor resurgieron dentro de él con fuerza.

 

         —Jacob —susurró Isabella.

 

         Un nombre. Y con ese nombre pronunciado en sueños arruinó todas sus esperanzas y le recordó una vez más la infructuosidad de sus sueños

 

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hola chicas y chicos, ¡GRACIAS! por sus visitas, espero la historia les este gustando, he decidido que las actualizaciones seran los LUNES, MIERCOLES, VIERNES y DOMINGO. ¿suena bien?, me parece que si.

espero sus comentarios, muchas gracias

Capítulo 3: TRES Capítulo 5: CINCO

 
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