Edward se despertó y se encontró solo en la cama. Estiró los brazos por encima de la cabeza y miró el despertador. Las seis de la mañana. «Tengo mucho tiempo», pensó.
Luego se acordó de que Bella tenía que estar en el trabajo a las ocho. «Levanta el culo de la cama y ve a desayunar con ella, mamon», se dijo.
Se sentó y miró a su alrededor. Nada parecía indicar que Bella estuviera por allí. No podía oírla. «A lo mejor está en la cocina preparando el café.» Sonriente, se levantó de la cama y fue al cuarto de baño de la habitación. Después se enfundó los vaqueros y se acercó sin prisas al salón mientras echaba un vistazo en el baño de la entrada. Tampoco estaba allí, sin embargo, había una toalla húmeda colgada de la barra de la ducha. Aún podía respirarse el olor al gel de baño de Bella. Tampoco la encontró en el comedor, ni en la cocina. Nicholas la buscó a su alrededor, sorprendido. «Son las seis de la mañana. ¿Dónde se ha metido?»
Acababa de empezar a buscar pistas que pudieran indicarle a donde había ido cuando se topó con una nota escrita en papel amarillo que Bella había dejado sobre la pequeña mesa del comedor. «He bajado un segundo a la panadería alemana por unos donuts con virutas. Vuelvo dentro de diez minutos», leyó.
Edward frunció el ceño. «¡Mierda! ¿Por qué no me ha hecho caso por una vez?»
No había tiempo para regodearse en aquella idea, tenía que encontrarla. Sacó el móvil de la chaqueta, lo abrió y marcó su número. Después de cuatro tonos, saltó el contestador.
«Mierda. Mierda. Mierda.» Apagó el teléfono sin dejar mensaje alguno y se dirigió corriendo al dormitorio. Recorrería el mismo camino que ella hasta la panadería y la encontraría por el camino.
Se puso la camisa a toda velocidad. Ya se la abrocharía en el ascensor. La pistola estaba, junto a la funda, en la mesilla de noche, donde él la había dejado para tenerla a mano.
Se metió los calcetines en los bolsillos y, al lado de la cama, se calzó los zapatos en los pies desnudos. Miró la hora de nuevo. Las seis y cuarto. Ella había dicho que volvería en diez minutos y él ya llevaba quince despierto. Bella. Bella . ¡Bella !
**********
Cuando empezó a sonar el móvil, Vulturi volvió a coger el bolso de Bella del suelo. Lo abrió y rebuscó dentro hasta que dio con el aparato plateado. Miró con interés la pantalla y leyó en alto.
-Edward Cullen.
A Bella le dio un vuelco el corazón y se llenó de esperanza. Edward estaba buscándola. La encontraria. No pararía hasta dar con ella.
-¿Quién es Edward Cullen? -preguntó Vulturi.
Se cruzaron las miradas. Ella se mantuvo en silencio.
-¿Es el tipo con el que estabas el sábado por la noche? ¿Es tu amante, Isabella?
Ella continuó sin hablar.
-Lo de llamar antes de las siete de la mañana me dice que debe de tratarse de tu amante. ¿Consigue que te corras, Isabella ? ¿Chillas cuando te corres? Vas a gritar para mí -Vulturi se llevó la mano al bolsillo y sacó un pañuelo con el que limpió el móvil.
Bella se esforzó por permanecer tranquila, a pesar del terror que la amenazaba. «Quiere asustarme. Esto no es más que un juego para él, una partida que quiere ganar. Cuanto más pueda aguantar, más tiempo le daré a Edward para que me encuentre. La policía puede seguir la señal de mi móvil para dar con nosotros.»
Vulturi se inclinó hacia la derecha, apretó el botón de abrir la ventana y esperó a que estuviera completamente bajada. Entonces lanzó el móvil y el pañuelo al arcén.
Bella se echó hacia delante para observar el arco luminoso que trazaba el aparato al caer, hasta perderlo de vista. Cerró los ojos del todo, la desesperación amenazaba con poder con ella.
«Abre los ojos. No permitas que vea lo asustada que estás», se dijo.
Bella abrio los ojos y observo a la muñequita, que permanecia hieratica e inexpresiva junto a Vulturi. Parecía exactamente lo que representaba su nombre , una muñeca preciosa y vacía.
Bella la miró con la esperanza de que la chica le correspondiera. Aquello era inútil. La muñequita miraba al infinito, aparentemente ajena a la tensión que se respiraba en el interior del vehículo.
-Ella no va a ayudarte -dijo Vulturi-. Está muy bien enseñada, ¿verdad, Paris?
-Sí, amo -respondió la chica.
Bella apretó los brazos contra sí misma para tratar de frenar el temblor que la recorría de arriba abajo. «Bien enseñada. Como un perro. Así es como quiere que me comporte yo.»
-Eso es, Isabella-rugió Vulturi-, frótate esos enormes pechos para mí. Ya estás aprendiendo.
Bella lo miró sorprendida y luego bajó la mirada a su pecho. Cada vez que apretaba los brazos contra el cuerpo, realzaba sus senos sin querer. Cambió de posición de inmediato y se cubrió.
-Voy a divertirme mucho enseñándote -rió vulturi-. Haré que aprendas a mostrarte para mí cada vez que yo te lo ordene... O para quien yo te diga -continuó con una mirada lasciva.
Bella se sintió mareada, casi sobrecogida por la crudeza de las palabras de Cabrini. Sin embargo, un pensamiento seguía resonando en su cabeza. «Edward, por favor, encuéntrame. Por favor, por favor, encuéntrame.»
**********
Edward permaneció en la esquina situad a junto a la panadería y volvió a llamar a Bella por teléfono, aunque sin éxito. El conserje la había visto salir del portal hacia las cinco y cincuenta, pero aún no había regresado.
Por su parte, la dependienta de la panadería reconoció a Bella por la descripción de Edward. Le explicó que había estado allí comprando una docena de donuts y que se habría marchado hacía aproximadamente un cuarto de hora.
«¿Estaría en el ático de vulturi? Si la hubiera secuestrado, ¿sería tan estúpido como para llevársela a su propia casa? No, no era ningún estúpido, aunque sí lo suficientemente arrogante para hacer algo así.» Acortó la distancia cruzando por la avenida McKinney en dirección al edificio de Vulturi.
El conserje leía el periódico de la mañana, sentado en un taburete alto tras la mesa de la recepción. Edward le mostró la placa policial.
-¿Está Vulturi en casa?
El hombre -en cuya insignia se leía Guy- echó una ojeada a la identificación, dobló el periódico y cogió su carpeta. Edward giró sobre sus talones mientras el viejo se concentraba en leer las hojas de entrada y salida.
-Aquí dice que el señor Vulturi se marchó anoche a las nueve y cuarenta y que no volverá hasta mañana.
-Ya sé que salió anoche, pero ¿lo ha visto usted desde entonces?
-No -respondió el conserje con la cabeza-, pero podría haber entrado por el garaje y haber subido directamente. Los residentes tienen una llave del ascensor que les permite saltarse la recepción. Las visitas, en cambio, han de pasar antes por aquí.
-Vamos -indicó Edward mientras apuntaba a los ascensore s-, hay que registrar su apartamento.
-Yo no sé nada de eso -Guy se humedeció los labios con nerviosismo-, ¿no necesita usted una orden?
-No si creo que alguien puede estar en peligro. Vamos -Edward pensó que por su aspecto y su forma de hablar debía de parecer un loco, pero no le importaba.
Mientras subían al piso, se acordó del equipo de vigilancia por primera vez. Lo habrían visto entrar en el edificio de Vulturi.
«Mierda, ¿qué es lo que me pasa? Mierda. Bueno, si Bella no está en casa de ese mañoso, yo mismo llamaré al teniente. Si quiere despedirme, que lo haga. Pero tengo que encontrar a Bella .»
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