Bella le liberó el testículo y elevó la cabeza en busca del pene que tan desesperadamente la reclamaba. Sonrió y agarró el miembro que asomaba protuberante. Había llegado el momento de poner fin a los juegos.
Abrió la boca y se metió la polla hasta el fondo. Edward rugió de placer cuando casi rozaba la agonía.
-¡Sí...!
Bella mantuvo la mano derecha en la base del pene para evitar que Edward le introdujera el pene hasta la garganta. Tenía la polla tan larga y tan gruesa que le asustaba la idea de ponerse a toser si se la chupaba demasiado deprisa.
Comenzó muy lentamente y fue adquiriendo velocidad poco a poco mientras retiraba y acercaba, cada vez más, la cabeza. Podía oír por encima de ella la respiración forzada y los apagados gemidos de Edward, que movía las caderas ansioso por acelerarlo todo. Bella se negó a que él le marcara el ritmo e insistió en prolongarle aquel delirio.
El pene empezó a derramar jugos que ella succionó y tragó con lascivia antes de cambiar a una postura que le permitiera introducirse el miembro al máximo, hasta que notó que la punta le golpeaba la garganta. Consciente de que ella misma se encontraba al límite, redujo la presión de la base de la polla con la intención de que Edward pudiera terminar.
Él empujó con ganas, cada vez más rápido. Se balanceó adelante y atrás, más y más deprisa en cada empellón. Jadeaba sin control.
Bella se concentró en respirar por la nariz y empezó a coger aire rápidamente cada dos mamadas. Sabía que Nicholas estaba a punto de correrse y decidió centrarse en estar lista para cuanto él explotara.
El orgasmo que llegó fue repentino y violento. Edward se quedó rígido, dio un grito inarticulado y expulsó todo su semen. Bella tragó la leche que le llenaba la boca y se desbordó por las comisuras de los labios. Se retiró un poco para tratar de crear más espacio en la garganta: quería ingerir hasta la última gota.
Por encima de ella, Edward rugió mientras continuaba balanceándose. Tensó los puños, aún aferrados a la cabellera de Bella , justo antes de estirarse animado por los últimos temblores del clímax.
Al notar que el pene se reducía en su boca, Bella lo liberó y se lamió los labios. Se sentó sobre los talones y se quedó mirando a Edward, que mantenía los ojos cerrados y continuaba resollando como un perro acalorado.
-Eh, ¿estás bien?
Él abrió los ojos y le dedicó una sonrisa atontada.
-No he estado mejor en mi vida -dijo sacudiendo la cabeza-. ¡Dios Mio! ¿Dónde has aprendido a hacer eso?
Bella no pudo controlar la risa.
-Quería que disfrutaras y parece que lo he conseguido.
Edward retrocedió unos pasos hasta que se apoyó en el murete del balcón.
-Bueno, así ya sé que estoy sanísimo.
-¿Cómo?
-Sí, si no lo estuviera, habría muerto hace un rato ya. Casi consigues que me reviente la cabeza.
Bella recogió el albornoz que tenía aún bajo las rodillas y se cubrió con él antes de permitirle a Edward que la ayudara a levantarse. Una vez de pie, se alisó la tela a la altura de las caderas y luego se inclinó para besar a Edward en los labios.
-Ahora estamos empatados.
Él sonrió.
-Así que se trataba de eso, ¿eh?
Bella apoyó la cabeza en su hombro.
-Eso es, devolvértelo es jugar limpio.
-Vamos dentro anda, estás tiritando otra vez -Edward señaló con la cabeza la puerta de cristal.
-No te olvides de recoger los vasos, no quiero que se caigan y maten a alguien -pidió Bella .
Él se volvió para cogerlos de la cornisa y luego entró en el piso. Una vez que estuvieron dentro, Bella cerró con llave el balcón y él llevó los vasos a la cocina y los lavó.
-¿Puedes quedarte esta noche? -le preguntó ella, tratando de evitar que la voz delatara las ganas terribles que tenía de pasar la noche con él.
-Claro -afirmó Edward con una sonrisa de soslayo hacia ella-. Aún no hemos follado en la cama y me muero por probarlo.
Bella se sintió tan aliviada que tuvo que cerrar los ojos para disimular la emoción. No tenía prisa por marcharse. Quería dormir con ella, como un novio de verdad y no como un ligue de una noche.
Cuando volvió a mirar, vio que Edward se dirigía a la nevera.
-¿Tienes algo de comer? No he cenado.
Abrió la puerta y empezó a buscar.
-¿Y por qué no has cenado?
Edward se detuvo un instante y asomó la cabeza para contestar sonriente:
-Estaba demasiado nervioso como para comer . Podría decirse que atravesaba una crisis de cargo de conciencia.
-¿Una qué?
-Estaba volviéndome loco al tratar de convencerme de que ambos estaríamos mejor si no volvía a llamarte.
-¿Por qué? -quiso saber ella, tras recordar todo lo que ella misma había sufrido en aquellos cuarenta minutos hasta que por fin había sonado el teléfono.
Edward se irguió y se encogió de hombros.
-Bueno, aunque sabía de sobra que lo que estaba haciendo no estaba bien, me resultaba imposible distanciarme de ti.
Bella se sintió atravesada por un arco iris de felicidad y tuvo la sensación de que notaba una gran fiesta de colores en su interior. Aunque abrió la boca para hablar, no logró emitir sonido alguno. Lo intentó una segunda vez y todo lo que le salió fue:
-¿Cómo quieres que te prepare los huevos?
Edward sirvió unas bebidas mientras Bella hacía la cena, que consistió en unas tortillas de jamón y queso con tostadas de centeno. Estaban acomodados en el pequeño comedor de la casa y ella seguía descalza y envuelta en el albornoz. La conversación parecía fluir sin problemas. Él se mostraba dispuesto a hablar por primera vez y eran muchas las cosas que Bella quería saber. Le explicó que había pasado su niñez en Nueva Jersey, que sus padres aún vivían y que tenía tres hermanos. También le contó cómo había ingresado en la carrera militar y había acabado siendo un policía nacional.
Con todo, Edward no permitió que la conversación se centrara sólo en él y, a su vez, fue preguntando con delicadeza hasta enterarse de que el ex novio de Bella , Jacob, se había convertido en su futuro cuñado y de cómo había comenzado lo de espiar a los vecinos.
-La primera vez que espié a alguien fue la noche en que acababa de volver de la fiesta de compromiso de Nessie y Jake, hace unos tres meses.
-¿De dónde sacaste el telescopio?
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