Bella giró de nuevo a la derecha en dirección a la avenida Spring. Conducía como si llevara activado el piloto automático: tomó el camino que la llevaba de vuelta al centro de Dallas.
Asustada ante la idea de que alguien -ya fuera la policía o los hombres de Vulturi- estuviera siguiéndola, miraba continuamente por los espejos retrovisores.
«Calmate, necesito pensar con calma en todo esto. Vulturi ha intentado secuestrarme en medio de la calle y a plena luz del día. Si lo ha hecho una vez, puede volver a hacerlo. No puedo irme a casa», se dijo.
Le costaba hacerse a la idea del descaro con que Vulturi se saltaba las normas. «Sabía que era un narcisista, pero ¿esto? No hay quien pueda predecir lo que vendrá después. Tengo que contarle todo lo ocurrido a Edward. No tengo elección.»
Miró el reloj del salpicadero: eran las dos y media. Los hombres de Vulturi debían de haberla seguido hasta la casa de Prudie. Aquello significaba que, además de saber dónde vivía, ahora también sabían dónde trabajaba. No podía volver ni a su piso, ni a la oficina. «¿Y qué hago? -se preguntó-. No tengas miedo,Bella. Piensa.» Se detuvo en un semáforo. «Lo primero es lo primero. Llama a la oficina para decirles que no te encuentras bien y que te vas a casa.» Bella localizó el móvil e hizo la llamada.
«Y, ahora, ¿qué?» El semáforo se puso en verde. Sin embargo, Bella no sabía adonde dirigirse. «¿Llamo a Edward? ¿Y qué hago? ¿Se lo cuento todo mientras está en el trabajo? No, no puedo; no mientras esté en su turno.»
El coche que había detrás de ella tocó el claxon.
Bella aceleró y condujo de vuelta a Dallas.
«Tengo que encontrar algún sitio en el que esconderme, algún sitio en el que pueda pedirle a Edward que quede conmigo para poder contárselo todo.» Tomó el desvío que llevaba al centro.
Al igual que la mayoría de los habitantes de Dallas, solía admirar con orgullo los luminosos rascacielos de la ciudad. Aquella tarde, sin embargo, el nerviosismo le impedía apreciar aquel imponente conjunto arquitectónico.
«No puedo ir a casa. No puedo ir al trabajo. No me atrevo a ir a casa de mi madre . ¿Y si Vulturi sabe dónde vive? Quizá debería quedarme en un hotel.»
Delante de Bella apareció un cartel que indicaba la dirección hac ia Oak Cliff y que le llamó la atención. «¡Oak Cliff! Claro, puedo ir a casa de Rosalie.»
Cuando Rosalie lanzó su revista electrónica, la oficina central de Heat existía únicamente en la realidad virtual. El personal trabajaba disperso por la ciudad de modo que las reuniones se celebraban on-line o por teléfono. Tras un año de cuentas favorables con la revista en funcionamiento, Rose le había pedido a Alice que le buscara un local donde instalar las oficinas.
Aunque Heat era una publicación electrónica, Rose quería buscar la sinergia que surge cuando el personal creativo trabaja junto y en equipo.
Alice le había encontrado un edificio de ladrillo de cuatro pisos en Oak Cliff, una zona deprimida del sur de la ciudad que estaba aburguesándose. Rose había comprado la propiedad por el equivalente a nada y había acabado gastándose una fortuna en las reformas. Una de las cosas en las que invirtió más dinero fue en hacer diez habitaciones en el tercer piso para que el personal que tuviera que quedarse en la oficina para cumplir plazos tuviera un sitio donde descansar y dormir un rato. Los dormitorios contaban con una cocina completa y servicio de limpieza.
Cuando inauguraron el edificio, el Dallas Moming News publicó un artículo sobre Heat y el personal de jóvenes troyanos que hacía funcionar la revista. En él se hablaba extensamente del «lugar de trabajo-patio de recreo», como denominaban a las instalaciones del tercer piso del edificio de Rosalie, insinuando que se usaban más para echar polvos que para trabajar. Cuando pidieron a Rose unas declaraciones, ella -consciente del valor de la publicidad- respondió:
«Mientras Heat salga adelante, no pienso preocuparme de si mi equipo aprovecha para animarse un poco.»
Efectivamente, el artículo y el eco que éste produjo le proporcionaron a Rose unas cuantas entrevistas en la televisión nacional y sirvieron para que la revista llamara la atención del público.
Bella marcó el número de la oficina central de Heat y esperó mientras la secretaria localizaba a su amiga.
-Hola, linda -saludó Rosalie-, ¿qué tal todo?
-Estoy metida en un lío y necesito un sitio donde esconderme. ¿Puedo quedarme en una de las habitaciones del tercer piso durante un par de días?
-Pues claro que puedes, cielo; pero ¿qué es lo que te pasa?
Bella resopló aliviada.
-Voy para allá y te lo cuento. ¿Dónde aparco?
-Llama al interfono del garaje cuando llegues. Te dejarán entrar. Sube al segundo piso y ven a verme al despacho.
-Gracias, cariño. Llego en diez minutos.
-Ok. Hasta ahora entonces -dijo Rose antes de colgar.
Más tranquila ahora que tenía un sitio donde ir, Bella decidió llamar al móvil de Edward, que debió de reconocer su número en la pantalla y contestó enseguida.
-Hola, cielo, ¿qué tal el día?
-Pues no muy bien. Me ha pasado algo.
-¿Estás bien? ¿Qué es lo que te ha ocurrido? -a Edward le cambió la voz.
-Estoy bien, pero no quiero contártelo por teléfono. ¿Hasta qué hora trabajas hoy?
-Hasta las ocho, pero voy a tener un descanso para comer dentro de nada, ¿quieres que nos veamos?
-Sí. ¿Puedes acercarte al despacho de Rose en Oak Cliff? -Bella le explicó cómo llegar.
Edward le prometió que estaría allí hacia las tres y media, y no quiso colgar hasta que ella le aseguró por segunda vez que estaba bien.
Bella se metió el móvil en el bolsillo de la chaqueta. Por lo menos ahora ya tenía un plan, aunque no le hacía gracias lo de contarle a Edward que había estado ocultándole información. Algo le decía que la conversación no iba a ser precisamente agradable.
Edward y su compañero llegaron a la oficina central de Heat media hora después que Bella , quien, en este rato, había tenido tiempo de contarle a Rose lo que había pasado. Su amiga no le había hecho muchas preguntas; había preferido escuchar. Bella le había descrito cómo había conocido a Edward y lo asustada que estaba ante la idea de que Vulturi fuera a estropear su relación.
Cuando los dos policías llegaron al despacho de Rose, acompañados por el recepcionista, Bella estaba arrucunada, con las piernas plegadas, en la esquina del sofá.
Edward se acercó a ella y le dio un beso en la frente.
-¿Qué es lo que te ocurre, cariño?
Este Cap. va dedicado a MEIRYCULLENBLACK, ¡gracias por leerlo!
Dejen sus votos y comentarios
|