Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 10: CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9

Bella se detuvo en el vestíbulo de su casa al oír unas voces masculinas. Una hablaba rápido y nerviosa; la otra, de su marido, sonaba calmada e imperturbable. La puerta del despacho de Cullen estaba cerrada. Si hubiese estado abierta, Bella se habría acercado a curiosear.

— ¿Quién está con lord Grayson? —le preguntó al mayordomo, cuando éste le cogió el sombrero y los guantes.

—Lord Emmett Cullen, milady. —El hombre hizo una pausa y añadió—: El señor ha llegado con su equipaje.

Bella parpadeó atónita, pero ese gesto fue lo único que delató lo sorprendida que se había quedado. Asintió sin darle más importancia y fue a la cocina para asegurarse de que la cocinera estaba al tanto de que iba a tener otra persona para cenar.

Luego subió arriba, dispuesta a descansar un rato. Estaba exhausta, tanto porque la noche anterior apenas había dormido como porque se había pasado horas hablando de tonterías con unas mujeres que luego la criticaban a sus espaldas.

Se suponía que Jasper iba a acompañarla para darle ánimos y hacerle compañía, pero él también parecía distraído y no paraba de mirar al grupo de invitados, como si estuviese buscando a alguien. Probablemente un modo de escapar de allí, dedujo Bella.

Con la ayuda de su doncella, se desvistió y se quedó sólo con las medias y la camisola y luego se soltó el pelo. Unos segundos después de tumbarse, se quedó dormida y soñó con Cullen.

La llamaba con su voz pecaminosa. Tenía los labios húmedos y calientes y los movía sobre sus hombros. La mano con que la estaba acariciando también estaba caliente y las asperezas de su palma le hacían cosquillas a través de la seda que le cubría las piernas.

Su corazón le aconsejó que lo rechazase e Bella levantó un brazo para apartarlo.

«Te necesito», le dijo él emocionado.

A ella le hirvió la sangre de deseo y gimió. Todas y cada una de sus terminaciones nerviosas estaban alerta y ansiosas por sentir el placer que sólo Edward sabía darle. Era un sueño y no quería despertarse. Nada de lo que hiciera dormida podría afectarla en el mundo real.

Dejó caer la mano.

«Buena chica», dijo él con los labios pegados a su oído.

Le levantó el muslo y deslizó el suyo entre sus piernas.

—Hoy te he echado de menos.

Bella recuperó la conciencia al instante.

Y descubrió que tenía a un Cullen muy real y completamente excitado tumbado a su espalda.

— ¡No! —Se movió nerviosa hasta conseguir apartarse de él y sentarse. Y entonces se quedó mirándolo—. ¿Qué estás haciendo en mi cama?

Él se tumbó boca arriba y entrecruzó los brazos debajo de la cabeza, sin avergonzarse de su erección. Llevaba los botones del cuello de la camisa desabrochados y unos sencillos pantalones, sus ojos azules brillaban de deseo y algo más. Estaba insoportablemente atractivo.

—Iba a hacerle el amor a mi mujer.

—En ese caso, te pido que desistas de tu intento. —Cruzó los brazos bajo los pechos y él desvió la mirada hacia ellos. Sus malditos pezones se excitaron al notarlo—. Teníamos un acuerdo.

—Yo nunca te dije que lo aceptara.

Bella se quedó boquiabierta.

—Trae aquí esa boca —murmuró él, entrecerrando los ojos.

—Eres terrible.

—Eso no es lo que decías anoche. O esta mañana. Creo recordar que tus palabras exactas han sido: «Oh, Dios, Edward, me gusta mucho».

Le temblaron los labios del esfuerzo que hacía para no reír.

Bella le lanzó una almohada.

Edward se rió y se la puso debajo de la cabeza.

— ¿Qué tal has pasado la tarde?

Ella suspiró y se encogió de hombros, terriblemente consciente de su cercanía.

—Lady Marley había organizado un almuerzo.

— ¿Ha sido agradable? Te confieso que me sorprende que hayas conseguido arrastrar a Trenton a un evento de esa clase.

—Quiere que le haga un favor.

—Ah, chantaje. —Sonrió—. Me encanta.

—No me extraña, eres un hombre muy malo. —Cogió otra almohada y se tumbó en el lado opuesto al de él—. ¿Te importaría acercarme la bata?

—Ni lo sueñes —contestó, negando con la cabeza.

—No tengo ningún interés en aumentar tu ya considerable apetito sexual —señaló ella, cortante.

Edward  le cogió la mano y le besó la punta de los dedos.

—Me excito sólo con pensar en ti. Al menos, de esta manera disfruto de unas vistas espectaculares.

— ¿Y qué tal tu día? ¿Mejor que el mío? —le preguntó, esforzándose por ignorar cómo la quemaban sus besos.

—Mi hermano ha venido para quedarse una temporada con nosotros.

—Eso he oído. —Se le ponía la piel de gallina a medida que él iba acariciándole la palma de la mano—. ¿Ha sucedido algo malo?

— ¿Algo malo? No exactamente, pero al parecer está descontrolado.

—Bueno... es normal a esa edad —dijo ella, pero al mirar a Edward vio que estaba preocupado de verdad—. Estás muy serio. ¿Tu hermano se ha metido en algún lío?

—No. —Se tumbó de nuevo de espaldas y se quedó mirando el techo—. Todavía no ha contraído ninguna deuda importante y tampoco ha hecho enfadar a ningún marido, pero va camino de conseguirlo. Tendría que haber estado aquí para guiarlo, pero para variar, antepuse mis necesidades a las de todos los demás.

—No puedes culparte de eso —contestó Bella—. Es normal que un chico de su edad haga locuras.

Edward se quedó inmóvil y volvió la cabeza para mirarla con los ojos entrecerrados.

— ¿Un chico de su edad?

—Sí.

Isabel retrocedió cautelosa.

—Emmett tiene dos años más que yo. ¿Creías entonces que yo era un chico? —Se tumbó encima de ella y la presionó contra el colchón—. ¿Sigues creyendo que soy un chico?

A ella se le aceleró el corazón.

—Edward, en serio...

—Sí, en serio —repitió él con la mandíbula apretada, mientras le deslizaba una mano por debajo de las nalgas para levantarle las caderas y acercarla a él. Movió las caderas y acarició su preciosa entrepierna con su miembro—. Quiero saberlo. ¿Crees que no soy un hombre porque soy más joven que tú?

Isabel tragó saliva y tensó el cuerpo debajo del de Edward.

—No —confesó con un suspiro.

Su siguiente bocanada de aire la inundó de su aroma.

Cullen era viril, temperamental y todo un hombre sin lugar a dudas.

Él se quedó mirándola largo rato, excitándose por segundos entre las piernas de ella. Bajó la cabeza y capturó su boca, mientras con la lengua le separaba los labios.

—Quisiera pasarme el día haciendo esto.

—Te has pasado el día haciendo esto.

Se sujetó de la colcha para evitar tocarlo.

Edward apoyó la frente en la de ella y se rió.

—Espero que no tengas ninguna objeción a que Emmett se quede.

—Por supuesto que no —le aseguró y consiguió esbozar una sonrisa, a pesar de la fuerte atracción que estaba sintiendo.

¿Qué diablos iba a hacer con su esposo? ¿Y con ella misma? La única esperanza que le quedaba era confiar en que la visita de Emmett distrajese a Edward y éste se olvidase de seducirla.

¿Cuánto tiempo más iba, si no, a poder resistirlo?

—Gracias.

Le acarició los labios con los suyos y después la levantó para que Bella quedase tumbada encima de él.

Ella frunció el cejo, confusa.

—No tienes por qué darme las gracias. Ésta es tu casa.

—Nuestra casa, Bella. —Se acomodó en las almohadas y, cuando ella intentó apartarse, la sujetó por la cintura—. Quédate aquí.

Bella abrió la boca para discutírselo, pero al ver que seguía estando preocupado, se detuvo.

— ¿Qué pasa? —le preguntó antes de poder pensarlo, y le acarició la mejilla con una mano.

Edward giró el rostro en busca de su caricia y suspiró.

—Emmett me ha dicho que soy su héroe.

—Qué cosa tan bonita —contestó ella levantando las cejas.

—No lo es. En absoluto. Verás, para él sigo siendo el hermano que conocía. Ése es el hombre que está emulando junto con sus amigos. Beben cantidades ingentes de alcohol y se mezclan con gente de dudosa reputación y no se preocupan lo más mínimo por las consecuencias que puedan tener sus actos en los demás. Me ha dicho que todavía no había conseguido tener dos amantes a la vez, pero que lo está intentando.

Bella hizo una mueca de dolor y se le encogió el estómago al recordar lo salvaje que era Edward. Quizá ahora pareciese exteriormente más pulido, pero en su interior seguía siendo igual de peligroso. Esos días no había tenido más remedio que quedarse en casa con ella porque no tenía ropa, pero pronto volvería a salir libremente por ahí. Y cuando eso sucediera, todo cambiaría.

Él le mordió la palma de la mano y clavó los ojos en los suyos.

—Le he dicho que lo que tiene que hacer es buscarse una esposa como tú. Tú cuestas mucho más que mantener a dos amantes, pero vales hasta la última moneda.

— ¡Edward!

—Es verdad. —Le sonrió seductor.

—Eres incorregible, milord —le dijo, pero tuvo que morderse el interior de la mejilla para no perder la seriedad.

Las manos de él se apartaron de su cintura y buscaron la curva de su espalda.

—Te he echado de menos, mi querida Bella, durante estos cuatro años. —La cogió por los hombros y tiró de ella con suavidad pero con firmeza, para acercarla a su torso—. Quiero empezar de cero. Tú eres todo lo que tengo y estoy agradecido de que me sobre con eso.

El corazón de Bella se llenó de ternura hacia aquel hombre.

—Haré cualquier cosa que necesites... —Abrió los ojos horrorizada al ver que él se reía—. Me refería a ayudarte con lo de tu hermano. No a... —Arrugó la nariz y Edward se rió todavía más—. Eres un hombre horrible.

—No te referías al sexo. Lo sé. —Le pasó la boca por el cabello e Bella notó que su torso se expandía debajo de ella—. Ahora tú tienes que entender lo que yo estaba intentando decirte. —La cogió por las nalgas y la movió por encima de su rígido miembro. Pegando los labios a su oído, susurró—: Me muero por ti, por tu cuerpo, por tu olor, por los sonidos que haces cuando follamos. Si crees que voy a negarme esos placeres, es que te has vuelto loca. Como una cabra.

—Para —le dijo ella, pero su voz carecía de convicción.

Estar encima de él era como estar encima de una estatua caliente de mármol; rígida, dura, sólida. Bella estaba casi convencida de que Edward podía cuidar de ella, protegerla, ser su brújula, pero conocía demasiado bien a los hombres como él. No iba a echarle nada en cara, sencillamente se limitaría a aceptarlo como era.

—Haré un trato contigo, mi querida esposa.

Ella levantó la cabeza y se quedó sin aliento al ver el fuego que ardía en los ojos de él y lo sonrojadas que tenía las mejillas.

—Tú nunca cumples tu parte del trato, Cullen.

—Éste sí. El día que dejes de desearme será el mismo día que yo deje de desearte a ti.

Bella se quedó mirándolo y, al ver el modo en que enarcaba una ceja, suspiró exageradamente.

— ¿Puedes hacer que te salgan verrugas?

Edward parpadeó confuso.

— ¿Qué has dicho?

—O comer más de la cuenta. O tal vez podrías dejar de bañarte.

Él se rió.

—No voy a hacer nada que me haga parecerte menos atractivo. —Le pasó los dedos por el cabello con cuidado y le sonrió con ternura—. Yo también te encuentro irresistiblemente atractiva.

—Antes nunca te fijabas en mí.

—Eso no es verdad y lo sabes. Soy como el resto de los hombres, nunca he sido inmune a tus encantos. —Apretó la mandíbula—. Y por ese motivo he decidido que Emmett te acompañe esta noche.

—Tu hermano no tiene el más mínimo interés en asistir a los aburridos actos a los que me he comprometido —se rió ella.

—Ahora sí lo tiene.

Bella se tomó un segundo para asimilar la intensidad que desprendía su tono de voz y después se apartó de él y salió de la cama. El mero hecho de que la dejase apartarse sin discutir la puso alerta.

— ¿Y también vas a decirme a qué hora tengo que volver a casa? —le preguntó ofendida.

—A las tres.

Edward se incorporó sobre las almohadas y se cruzó de brazos. Tanto sus palabras como su postura evidenciaban que la estaba desafiando.

Bella aceptó el reto.

— ¿Y si no estoy aquí a esa hora?

—Entonces iré a buscarte, tesoro —le contestó con dulzura—. No tengo intención de perderte ahora que te he encontrado.

—No puedes hacerme esto, Edward.

Comenzó a caminar de un lado a otro del dormitorio.

—Puedo y lo haré, Bella.

—No soy de tu propiedad.

—Sí lo eres.

— ¿Y esa posesión es mutua, también puede aplicársete a ti?

— ¿Qué es exactamente lo que me estás preguntando? - Edward frunció el cejo.

Bella se detuvo junto a la cama y puso los brazos en jarras.

— ¿Tú también volverás a casa a las tres cuando yo no te acompañe?

Él arrugó todavía más la frente.

—Si tú no has vuelto a la hora prevista, ¿tendré derecho a ir a buscarte hasta encontrarte? ¿Podré entrar en cualquier lugar de mala nota donde te hayas metido y arrancarte de los brazos de tu amante?

Él se puso en pie despacio, como un depredador.

— ¿Es eso lo que estás buscando tú? ¿Un amante?

—No estamos hablando de mí.

—Sí, sí estamos hablando de ti.

Rodeó la cama y se acercó a ella descalzo. De algún modo, a Bella ese detalle le resultó sumamente erótico, lo que sirvió para enfurecerla aún más.

Aquel hombre era todo lo que no quería y, sin embargo, lo quería más que a nada en el mundo.

—No estoy obsesionada con el sexo, Cullen, que es lo que has insinuado con esa pregunta.

—Puedes estar tan obsesionada como quieras. Siempre que sea conmigo.

—No puedo mantener tu ritmo —se burló ella, retrocediendo un poco—. Y a la larga encontrarás a otra que sí pueda.

— ¿Por qué te preocupa lo que suceda «a la larga»? —La contempló con fijeza a medida que iba acercándose—. Olvídate del pasado y del futuro. Si he aprendido algo durante los últimos cuatro años, es que lo único que importa es el presente. Este momento.

— ¿Y qué tiene eso de distinto del modo en que te comportabas antes?

Lo esquivó tan rápido que casi se golpeó con la puerta de su tocador. Edward la cogió por la cintura y ella se quedó sin aliento. Lo notó pegado a su espalda, duro, excitado, y los recuerdos la sobrecogieron.

—Antes —le dijo él al oído—, toda mi vida podía esperar al día siguiente. Podía esperar para visitar mis propiedades, reunirme con mi administrador, ver a lady Sinclair. Pero a veces el día siguiente no llega nunca, Bella. Algunas veces, lo único que tenemos es hoy.

— ¿Ves lo distintos que somos? Yo siempre pienso en el futuro y en si las consecuencias de los actos de hoy me perseguirán el día de mañana.

Él utilizó la mano libre para tocarle los pechos. Bella gimió en contra de su voluntad.

—Yo te perseguiré. —Edward la rodeó por completo, la dominó, la provocó con sus seductoras caricias—. No soy tan tonto como para encerrarte en una cárcel, Bella. Y menos ahora que estamos casados. —Maldijo entre dientes y la soltó—. Pero te lo recordaré tan a menudo como sea necesario.

Ella se volvió para mirarlo, su piel echaba de menos su tacto.

—No permitiré que me vigiles como si estuviese prisionera.

—No tengo intención de coartar tu libertad.

—Entonces ¿qué pretendes?

—Dentro de poco, todos los caballeros sabrán que ya no estás con Jacob Black Hargreaves y empezarán a merodear a tu alrededor y, de momento, yo no puedo hacer nada al respecto.

— ¿Quieres marcar tu territorio? —le preguntó distante.

—Quiero protegerte. —Cullen entrelazó los dedos tras la nuca y estiró los brazos. A Bella de repente le pareció que estaba exhausto—. He vuelto con el único propósito de ser tu esposo de verdad. Te lo he dicho desde el principio.

—Por favor. Ya hemos hablado de este asunto hasta la saciedad.

—Hazlo por mí, tesoro —le pidió cariñoso—. Un día detrás de otro, es lo único que te pido. No me dirás que sea pedirte demasiado.

—Yo ya he dicho...

— ¿Y cómo se supone si no que vamos a vivir juntos? Contéstame a eso. —Se le quebró la voz y soltó los brazos—. Deseándonos el uno al otro... hambrientos... Yo me muero por ti. Me muero.

—Lo sé —susurró ella, notando la gran distancia que los separaba a pesar de lo cerca que estaban físicamente. Temblaba de deseo, tenía los pechos muy duros y la entrepierna húmeda aunque aún la sentía algo dolorida—. Y yo no puedo salvarte.

—Yo tampoco puedo salvarte a ti. Apenas hemos pasado unas horas juntos. No me has dado el tiempo suficiente.

Se acercó a la puerta para irse.

—Todavía no hemos acabado de hablar de tu norma de las tres de la madrugada, Cullen.

Él se detuvo, pero no la miró. A la luz de las velas, su cabello brillaba con la misma vitalidad que lo definía como persona.

—Estás aquí de pie, sólo con tu camisola y las medias, excitada, con tu cuerpo suplicándome que lo folle. Si me quedo un segundo más, eso es exactamente lo que voy a hacer.

Bella dudó un segundo y levantó el brazo hacia la tensa espalda de él. Un gesto de debilidad que consiguió contener en el último momento.

« ¿Cómo, si no, vamos a vivir juntos?»

No podían vivir juntos. No durante mucho más tiempo.

Dejó caer la mano.

—Volveré a casa a las tres.

Edward asintió y se marchó sin mirarla.

Edward miró a Emmett, sentado al otro lado del escritorio, y soltó el aire que contenía. En esos momentos su vida era demasiado complicada. Desde su regreso a Londres, los únicos instantes en que se había sentido relativamente en paz habían sido cuando hablaba con Bella.

No cuando discutían. Cuando hablaban.

Deseó con todas sus fuerzas poder entenderla. ¿Por qué estaba tan decidida a poner punto final a su relación justo ahora que habían empezado a tenerla de verdad? Para él eso tenía tanto sentido como llevar un impermeable todo el verano sólo porque tarde o temprano terminaría lloviendo.

—Esto no es lo que me había imaginado cuando accedí a venir a vivir contigo —se quejó su hermano sacudiendo la cabeza.

Llevaba el cabello demasiado largo y un mechón le caía sobre la frente; Edward estaba convencido de que a las mujeres eso les encantaba y que querrían apartárselo. Lo sabía porque él había llevado ese peinado por ese mismo motivo.

—Creía que tú y yo saldríamos juntos por la ciudad —añadió el chico.

—Y lo haremos, cuando tenga el vestuario adecuado. Mientras tanto, te envidio porque tendrás la suerte de disfrutar de la compañía de lady Grayson durante toda la noche. Lo pasarás muy bien, te lo aseguro.

—Sí, pero tenía intención de pasar la noche en compañía de una mujer con la que pudiese acostarme.

—Escoltarás a mi esposa de vuelta a casa no más tarde de las tres y después eres libre para hacer lo que te plazca.

Estuvo a punto de decirle que aprovechase bien la noche, porque iba a ser la última que iba a tener libre, pero se mordió la lengua.

—Madre la odia, lo sabes, ¿no? —Le dijo Emmett e hizo una pausa antes de seguir—: La odia de verdad.

— ¿Y tú?

Él  abrió los ojos como platos.

— ¿De verdad quieres saber mi opinión?

—Por supuesto. —Edward se apoyó incómodo en el respaldo de la silla y se recordó que tenía que deshacerse de ella cuando redecorasen el despacho—. Siento curiosidad por saber qué opinas de mi esposa. Al fin y al cabo, vas a vivir bajo el mismo techo que ella y, por tanto, tus opiniones me interesan.

Emmett se encogió de hombros.

—Todavía no he decidido si te envidio o te compadezco. No tengo ni idea de cómo una noble ha terminado teniendo un cuerpo como el de ella. Bella es guapa, pero no del modo como lo son las mujeres de alta cuna. Ese pelo. Esa piel. Esos pechos. Y Dios santo, ¿de dónde ha sacado esos labios? Sí, daría una fortuna para tener una mujer así en mi cama. Pero ¿casarme con ella? —Negó con la cabeza—. Y, sin embargo, tanto tú como Pelham buscasteis los placeres fuera del lecho matrimonial. ¿Puedes explicarme por qué?

—Pura idiotez.

— ¡Ja!

Emmett se rió y se encaminó hacia la mesa donde estaban las botellas de licor. Se sirvió una copa, volvió al escritorio y apoyó la cadera en la mesa de caoba. Tenía la delgadez propia de la juventud y Edward se dedicó a observarlo intentando ver qué habría visto Bella en sí mismo cuando se casaron. Quizá estar a diario con Emmett ayudaría a su causa. Seguro que ella se daría cuenta de lo distinto que era él ahora.

—Y, bueno, no tengo ganas de ofenderte, Cullen, pero yo prefiero a las mujeres que me prefieren a mí.

—Quizá eso habría sido posible si yo me hubiese quedado con ella.

—Cierto. —Vació la copa y la dejó en la mesa para cruzarse de brazos—. ¿Vas a volver a introducirla en la familia?

—Nunca ha estado fuera.

—Si tú lo dices —contestó su hermano escéptico.

—Lo digo. Y espero que te quedes toda la noche al lado de ella. Mantente alejado de las partidas de cartas y controla tus libidinosos impulsos hasta que la hayas traído de vuelta a casa sana y salva.

— ¿Qué es lo que crees exactamente que le puede pasar?

—Nada, porque tú estarás con ella.

Edward se puso en pie al distinguir la atractiva silueta de Bella en la puerta. Llevaba un vestido rosa pálido que debería darle un aspecto inocente, pero lo que conseguía era resaltar su vibrante sensualidad. Los pechos se le distinguían a la perfección sobre el lazo que le marcaba la cintura. Edward pensó que parecía un caramelo cubierto de azúcar. Un caramelo que quería lamer y devorar hasta hartarse.

Soltó el aliento al notar que sólo con verla reaccionaba de un modo tan instintivo y primario. Quería cogerla en brazos y echársela sobre el hombro, subir corriendo la escalera y follar con ella como conejos. La imagen era tan absurda que no pudo evitar reírse, además de gemir frustrado.

—Oh, vamos —dijo ella con una sonrisa—, no tengo tan mal aspecto.

—Dios santo —exclamó Emmett dando un paso hacia adelante para cogerle una mano y llevársela a los labios—. Necesitaré una espada para mantenerlos alejados de ti. Pero no temas, mi querida cuñada, te protegeré hasta mi último aliento.

La suave risa de Bella flotó por el despacho e hizo que Edward se plantease si debía dejarla marchar. Él no era celoso por naturaleza, pero ella se resistía a reconocer la conexión que existía entre los dos y que él tanto necesitaba. Y notar que ocupaba un lugar tan precario en la vida de su esposa lo llenaba de ansiedad.

—Muy galante de su parte, lord Emmett. —Ella le devolvió la sonrisa—. Hace mucho tiempo que no disfruto de la compañía de un reputado seductor.

El modo en que el joven la miró tras oír el halago, hizo que Edward apretase los dientes.

—Me tomaré como un reto personal que eso no vuelva a pasar.

—Y lo harás admirablemente, de eso no tengo ninguna duda.

Edward carraspeó y Bella y Emmett lo miraron. De algún modo consiguió esbozar una sonrisa y los ojos de ella brillaron al verla. Las palabras que iba a decir quedaron prisioneras en su boca. Edward estaba desesperado por decir algo que consiguiese que Bella se quedase en casa, cualquier cosa, lo que fuese, y no tener que pasar la noche solo.

El aire de sus aposentos olía a ella y sólo servía para que él fuese todavía más consciente de lo vacía que estaba la casa sin la vibrante presencia de su esposa.

Suspiró resignado y le tendió la mano. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron cuando ella colocó los dedos enguantados encima de su palma. Edward la acompañó hasta la puerta y la ayudó a ponerse el abrigo, luego fue a la ventana del despacho para ver cómo se alejaba el carruaje.

Bella le pertenecía, con la misma certeza que le pertenecía aquella casa. Nada ni nadie podría arrebatársela. Pero no quería mantenerla a su lado a la fuerza. Quería ganarse su cariño, igual que se había ganado el respeto de los aldeanos que vivían en sus propiedades.

El orgullo siempre circula en ambas direcciones y hasta que Edward no trabajó hombro con hombro con los campesinos de sus fincas, hasta que no se puso sus mismas ropas, hasta que no asistió a sus fiestas o comió invitado a sus mesas, ellos no sintieron ningún respeto por él.

Sólo lo tenían por un lord al que pagaban sin sentir ninguna lealtad.

Sin duda, sus métodos habían sido extremos y cada vez que cambiaba de propiedad y se dirigía a una nueva finca, tenía que empezar el proceso de cero. Pero ganarse el respeto y la confianza de toda aquella gente había sido terapéutico. Le había dado la oportunidad de encontrar un hogar, un lugar al que pertenecer; dos cosas que antes nunca había tenido.

Y ahora sabía que todo eso había sido sólo un mero entrenamiento. Aquél era su hogar de verdad. Y si lograba encontrar el modo de compartirlo con Isabella, en todos los

sentidos, si era capaz de contener su pasión el tiempo suficiente y dominar los primarios instintos que lo quemaban por dentro, entonces quizá al fin pudiese ser feliz.

Y ése sí que era un objetivo por el que valía la pena luchar.

—Le ha dejado plantado, ¿no es así, lord Hargreaves? —preguntó una voz infantil detrás de él.

Jacob giró la cabeza apartando la vista de Isabel, que estaba en el otro extremo del salón, y le hizo una reverencia a la preciosa morena que le había hablado.

—Lady Stanhope, es un placer saludarla.

—Grayson ha estropeado su pequeño arreglo —dijo seductora, apartando la mirada de él para mirar a Isabella—. Mire con qué celo la protege lord Emmett. Usted sabe tan bien como yo que él no estaría aquí si Grayson no se lo hubiese ordenado. Me pregunto por qué no ha venido en persona.

—No tengo ningún interés en hablar de lord Grayson —contestó Hargreaves entre dientes e, incapaz de contenerse, volvió a mirar a su antigua amante.

Seguía sin entender cómo era posible que las cosas hubiesen cambiado tanto en tan poco tiempo. Sí, él había notado que Bella estaba cada vez más inquieta, pero su amistad era sólida y el sexo siempre había sido muy satisfactorio.

— ¿Ni si le digo que hablando de él podrá recuperar las atenciones de lady Grayson?

Jacob giró la cabeza hacia la dama. La viuda de Stanhope Tanya llevaba un vestido de color rojo sangre que hacía imposible que pasase inadvertida. A lo largo de la velada, él mismo se había fijado en ella varias veces, en especial después de darse cuenta de que la mujer llevaba rato mirándolo.

— ¿De qué está hablando?

Los labios de color carmín de la dama esbozaron una deslumbrante sonrisa.

—Yo quiero a Grayson. Usted quiere a su esposa. A ambos podría resultarnos útil trabajar en equipo.

—No tengo ni idea de a qué se refiere.

Pero estaba intrigado. Y ella lo sabía.

—No pasa nada, cariño —le dijo zalamera—. Deja que yo me encargue de todo.

—Lady Stanhope...

—Somos aliados. Llámame Tanya.

A juzgar por el modo en que levantó el mentón y por el brillo de sus ojos de color jade, Jacob dedujo que sabía lo que se hacía. Volvió a mirar a Bella y la pilló mirándolo mordiéndose el labio inferior. Su orgullo se recuperó un poco.

Tanya le deslizó una mano sobre el antebrazo.

—Vamos a dar un paseo y te contaré lo que tengo planeado...

Capítulo 9: CAPÍTULO 8 Capítulo 11: CAPÍTULO 10

 
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