Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
Visitas: 58564
Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 23: EPÍLOGO

Epílogo

—Creo que necesita beber algo más fuerte que té —susurró lady Trenton.

Edward estaba de pie frente a la ventana del salón, con las manos sujetas a la espalda. Tenía las piernas separadas para asegurarse más firmemente en el suelo; sin embargo, seguía notando que le temblaban y que el mundo entero daba vueltas. Igual que un potro que intenta mantenerse en pie por primera vez.

Quería subir arriba y estar con su mujer, que estaba intentando dar a luz a su hijo, pero el continuo goteo de visitas lo retenía en el piso de abajo. Toda su familia política estaba presente y también Emmett.

—Vamos, Grayson —le dijo su cuñado—, creo que deberías sentarte antes de que te caigas.

Un leve chasquido de lengua precedió la amonestación de lady Trenton.

—No tienes nada de tacto.

Edward se dio la vuelta y dijo:

—No voy a desmoronarme.

Una mentira de tremendas proporciones, pues se notaba la nuca y la frente completamente empapadas de sudor y tenía que obligarse a respirar a un ritmo constante.

—Estás pálido como la cera —se burló el duque de Sandforth.

El parecido de su excelencia con su hijo Jasper era impresionante y lo único que diferenciaba a los dos hombres eran las vetas plateadas que tenía Sandforth en el pelo y las arrugas alrededor de los ojos y de la boca.

Edward irguió la espalda y deslizó la vista de un extremo a otro del salón. Las mujeres estaban sentadas en dos sofás y los hombres seguían de pie, esparcidos aquí y allá. Los cinco pares de ojos de los allí presentes lo miraban con recelo.

El silencio procedente del piso de arriba era sepulcral. Y, aunque Edward estaba agradecido por la ausencia de gritos de dolor, deseaba desesperadamente oír alguna señal que le indicase que Bella estaba bien.

—Disculpadme —dijo de repente, abandonando el salón con pasos impacientes. En cuanto llegó a la entrada, aceleró el paso. Dobló la curva de la escalera del vestíbulo y subió corriendo los dos pisos que lo separaban del tercero. Sólo aminoró el ritmo cuando llegó al cuarto de los niños y, después de pasarse las manos por el cabello a toda prisa, accionó el picaporte y entró.

— ¡Papá!

Edward se agachó y abrió los brazos para que el pequeño de cuerpo rotundo se acercase a él con sus piernas todavía rollizas. Abrazó a su hijo contra su torso y al notar el cabello castaño del pequeño se recordó que Bella ya había conseguido dar a un luz antes con «asombrosa y pasmosa facilidad», según palabras de la comadrona.

—Milord —lo saludó la niñera haciéndole una reverencia, interesándose por su señora con la mirada.

Él negó con la cabeza para indicarle que todavía no tenían ninguna noticia. La mujer esbozó una sonrisa tranquilizadora y volvió a sentarse en una silla algo apartada.

Edward se echó un poco hacia atrás para mirar el rostro de su hijo y notó que su corazón reaccionaba como de costumbre. Los últimos tres años habían sido los mejores de su vida. La confianza de Bella se había abierto como una flor, haciéndose más sólida a medida que el paso del tiempo le demostraba que el amor que él sentía por ella era profundo e incuestionable. Su primer hijo, Anthony Richard Cullen, lord Whedon, había nacido hacía dos años y había llenado la mansión Cullen de una alegría y felicidad que Edward no sabía que fuesen posibles.

Bella estaba más bella que nunca, su rostro se había dulcificado con el brillo de la felicidad y Edward estaba decidido a que ese resplandor no desapareciese nunca.

Alguien llamó a la puerta, que seguía abierta, y al levantar la cabeza, Edward sintió como si le quitasen el peso del mundo de los hombros. Lady Trenton sólo sonreiría así si era portadora de buenas noticias.

Edward se puso en pie y bajó al segundo piso con su hijo en brazos. Entró en el dormitorio de su esposa con Anthony sin dejar de reír y se detuvo de golpe.

Isabella descansaba en medio de un montón de cojines, tenía la melena esparcida por las sábanas blancas, las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. Estaba radiante y sin duda era la criatura más bella que había visto en toda su vida.

—Milord —lo saludó la comadrona desde donde se estaba lavando.

Él asintió para demostrarle que la había oído y evitó deliberadamente mirar las toallas manchadas de sangre que había junto a la cama. Se sentó nervioso en el borde del colchón y puso una mano encima del muslo de Bella.

Anthony empezó a gatear hacia su madre, pero se detuvo de golpe al ver que el bulto que ella tenía en brazos se movía un poco y ronroneaba como si fuese un gatito.

—Mi amor... —suspiró Edward con los ojos llenos de lágrimas.

No existían las palabras que necesitaba para decir lo que sentía.

— ¿A que es bonita?

«Una niña.»

Con mano temblorosa, Edward apartó el borde de la sábana y dejó al descubierto una cabecita llena de diminutos rizos pelirrojos y una cara tan bonita que le costó respirar. En aquel preciso instante se enamoró loca y ferozmente de su hija. Tenía la piel suave como los pétalos de una flor y su rubor era como el de una...

—Rose.

Bella sonrió.

—Qué bonito, Edward. Y qué apropiado.

Él se puso en pie y rodeó la cama. Primero colocó una rodilla en el colchón y luego la otra y se desplazó con cautela hasta donde estaba Bella. Se tumbó con cuidado al lado de su esposa y le deslizó un brazo detrás de la cabeza para acercarla a él, mientras el otro lo utilizaba para rodear a un Anthony todavía fascinado.

—Ya estamos los cuatro juntos —dijo Bella, apoyando la cabeza en el torso de Edward.

—Sí, el cuarteto perfecto —comentó él.

—Quizá podríamos ser cuatro más...

Edward se quedó completamente quieto un instante y luego vio la mirada pícara de su esposa.

—Mira que eres mala.

—Sí, pero sólo contigo.

—Cuatro más, dices. —La besó en la frente y suspiró—. Vas a volverme loco.

—Pero valdrá la pena —le aseguró ella con aquella voz tan ronca que él adoraba.

Edward la abrazó con más fuerza, tenía el corazón tan lleno de amor que incluso le dolía.

—Ya la vale, amor mío. Ya la vale.

FIN

Capítulo 22: CAPÍTULO 21 Capítulo 24: GRACIAS

 
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