Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 13: CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 12

 

—Qué interesante que haya venido sin Cullen —murmuró Tanya, con la mano encima del antebrazo de Jacob.

Volvió la cabeza e inspeccionó de nuevo la multitud.

—Tal vez él tenga intenciones de venir más tarde —contestó el conde Hargreaves, con más indiferencia de la que a ella le habría gustado.

Si Jacob Hargreaves dejaba de desear a Isabella Cullen, ella volvería a estar sola en su intento de recuperar a Cullen como amante.

Se soltó y dio un paso atrás.

—Jasper no está con ella. Ahora sería un buen momento para acercarte.

—No. —Jacob Black conde de Hargreaves la miró con una ceja enarcada—. Ahora no es buen momento. Piensa en lo que dirían si nos vieran.

—Las habladurías son nuestra mejor arma —rebatió ella.

—Cullen es un hombre con el que no se puede jugar.

—Estoy de acuerdo. Pero tampoco lo eres tú.

El conde deslizó la vista por la sala de baile y se detuvo durante un instante en su antigua amante.

—Mira lo triste que está —insistió Tanya—. Quizá ya se arrepiente de la decisión que ha tomado. Pero nunca lo sabrás si no hablas con ella.

Fue esa última frase la que consiguió el efecto deseado y, con una maldición, Hargreaves se apartó de su lado y, decidido, echó los hombros hacia atrás.

Tanya sonrió y se dirigió en dirección opuesta, en busca de lord Emmett. Fingiendo que quería pasar por su lado, le pasó los pechos por el antebrazo y, cuando él se volvió para mirarla con los ojos abiertos como platos, ella se sonrojó.

—Lo siento, milord.

Lo miró con los párpados entornados.

Él esbozó una sonrisa indulgente.

—La disculpa no es en absoluto necesaria —dijo seductor, aceptando la mano que ella le tendía. Se apartó del camino de la dama, pero ésta lo retuvo y él arqueó una ceja, confuso—. ¿Milady?

—Me gustaría ir a la mesa de las bebidas, pero me da miedo pasar sola entre tanta gente. Y me estoy muriendo de sed.

—Será todo un honor ofrecerle mis servicios —contestó con una sonrisa experta.

—Es muy galante por su parte acudir en mi ayuda —dijo ella, caminando a su lado.

Tanya lo estudió de soslayo. Era muy guapo, aunque no del mismo modo que su hermano. A pesar de su aparente indiferencia, Cullen tenía un aire peligroso que nadie podía pasar por alto. Sin embargo, en el caso de lord Emmett, esa indiferencia no era sólo una fachada.

—Mi objetivo en la vida es ayudar a las mujeres hermosas tan a menudo como me sea posible.

—Lady Grayson es muy afortunada de tener a los dos guapísimos Cullen a su servicio.

El brazo de lord Emmett se tensó bajo su mano enguantada y Tanya no pudo reprimir una sonrisa. Algo iba mal en casa de Grayson, una circunstancia que sólo podía jugar a su favor.

Tendría que seducir al Cullen soltero con sus artimañas y descubrir de qué se trataba y, a decir verdad, la perspectiva le resultaba cada vez más atractiva.

Miró por encima del hombro para asegurarse de que Jacob Black conde de  Hargreaves había ido en busca de Isabella Grayson. Mientras, ella siguió avanzando satisfecha y decidió disfrutar el resto de la velada con lord Emmett.

—Isabella.

Jacob se detuvo a una distancia prudencial y la recorrió con la mirada de la cabeza a los pies, admirando las perlas que llevaba entre los mechones de pelo rojizo y el precioso vestido verde oscuro, que hacía resaltar su piel de porcelana a la perfección. La gargantilla de tres vueltas que llevaba en el cuello ocultaba muy bien parte de su sonrojo, pero Jacob lo vio de todas maneras.

— ¿Estás bien? —le preguntó.

La sonrisa de Bella fue a la vez cariñosa y triste.

—Tan bien como cabe esperar. —Se volvió hacia él—. Me siento muy mal, Jacob. Eres un buen hombre y mereces a alguien que te trate mejor que yo.

— ¿Me echas de menos? —se atrevió a preguntarle él.

—Sí. —Sus ojos castaños miraron directamente a los del hombre—. Aunque quizá no del mismo modo en que me echas de menos tú.

Él esbozó una sonrisa. Como de costumbre, admiró su franqueza. Bella era una mujer que hablaba sin artificios.

— ¿Dónde está Grayson esta noche?

Ella levantó la barbilla.

—No pienso hablar de mi marido contigo.

— ¿Acaso tú y yo ya no somos amigos?

—Te aseguro que dejaremos de serlo si te entrometes en mi matrimonio —soltó ella. Y entonces se sonrojó y apartó la vista.

Jacob abrió la boca para disculparse, pero de repente se detuvo. El mal humor de Bella había ido apareciendo con más frecuencia a medida que su relación avanzaba. Y en ese momento se preguntó si su aventura amorosa estaba ya en declive antes de que Cullen regresara y él sencillamente había sido demasiado obtuso para darse cuenta.

Soltó el aliento e intentó analizar esa posibilidad con más calma. Sin embargo, el cambio repentino de postura de ella, que seguía estando a su lado, le llamó la atención. Al levantar la vista, se encontró con el marqués de Grayson de pie en el otro extremo del salón. Los ojos de Grayson se detuvieron primero en Bella y después se desplazaron para inspeccionarlo a él.

Su mirada fue tan fría que heló a Jacob, luego Cullen dio media vuelta y se fue.

—Tu marido ha llegado.

—Sí, lo sé. Si me disculpas...

Bella ya había avanzado una corta distancia cuando Jacob recordó el plan de Tanya.

—Si quieres, puedo acompañarte a la terraza.

—Gracias —contestó con un leve movimiento de cabeza que hizo que se le balancearan los rizos.

A él siempre le había encantado su cabello. La combinación de mechones castaños con otros más rojizos dejaba sin aliento.

Sólo con verlos casi se olvidó de la fría mirada azul que seguía clavándose entre sus omóplatos.

Casi.

— ¡Grayson!

Edward se quedó mirando a su esposa e intentó averiguar su estado de ánimo. Era obvio que estaba enfadada con él por algo, aunque  no tenía ni idea de qué podía

ser. A pesar de su confusión, eso no lo sorprendió. Dejando a un lado la maravillosa tarde que habían pasado juntos en la cama, el resto del día había sido para él un infierno.

Suspiró agotado y se volvió.

— ¿Sí, Bartley?

—Al parecer, tu hermano iba en serio cuando ha dicho que iba a venir aquí. Según el lacayo de la puerta, ha llegado hace más de una hora y todavía no se ha ido.

Edward escudriñó entre la multitud, pero no vio a Emmett por ninguna parte, en cambio sí vio a Bella saliendo a la terraza con Jacob Hargreaves. Deseó poder ir a hablar con ella, pero ya había aprendido que los problemas era mejor solucionarlos uno detrás de otro y, por el momento, Emmett era el más grave. Él confiaba en Bella. Sin embargo, no podía decir lo mismo del cabeza hueca de su hermano.

—Empezaré por la sala de juegos —murmuró, dando gracias por haberse encontrado con Bartley cuando éste salía de la taberna Nonnie’s.

A él nunca se le habría ocurrido buscar a Emmett en ese baile.

— ¿Ése no es Hargreaves con lady Grayson? —le preguntó Bartley frunciendo el cejo.

—Sí.

Edward se dio la vuelta.

— ¿No deberías ir a decirle algo al conde?

— ¿Como qué? Es un buen hombre y Bella una mujer muy sensata. No pasará nada inapropiado.

—Bueno, eso incluso yo lo sé —dijo Bartley tras reírse—. Y es muy propio de ti que no te importe. Pero si dices en serio lo de que has vuelto para cortejar a tu esposa, te sugiero que al menos finjas que estás celoso.

Él negó con la cabeza.

—Menuda tontería. Además, estoy convencido de que Bella opinaría igual que yo.

—Las mujeres son criaturas muy peculiares, Cullen. Tal vez yo sepa algo del sexo débil que tú desconozcas —se burló Bartley.

—Lo dudo. —Edward se dirigió a la sala de juegos—. ¿Dices que mi hermano parecía alterado?

—Sí, al menos a mí me lo ha parecido cuando lo he visto antes. Claro que él sabe que tú y yo somos amigos y quizá por eso ha optado por mantener la boca cerrada.

—Esperemos que haya sido igual de discreto durante toda la velada.

Bartley lo siguió pegado a sus talones.

— ¿Y qué harás cuando lo encuentres?

Edward se detuvo de golpe, con lo que Bartley chocó contra su espalda.

— ¿Qué diablos? —masculló éste.

Edward se dio la vuelta y le dijo:

—La búsqueda será más eficaz si nos dividimos.

—Pero no será tan divertido.

—No he venido a divertirme.

— ¿Cómo daré contigo si consigo encontrar a Emmett?

—Seguro que sabrás apañártelas, era un hombre de recursos. —Y dicho esto, siguió con su camino dejando a Bartley atrás.

El nudo del pañuelo lo estaba ahogando. Bella estaba cerca y, sin embargo, muy lejos; por otra parte, la inminente confrontación con su hermano empezaba a hacer mella en él... En resumen, que no estaba de buen humor.

Y cuanto más se alargaba la búsqueda de Emmett, más empeoraba.

Bella salió a la abarrotada terraza decidida a ignorar el daño que le había hecho el desplante de Grayson. Pensó que sería una tarea difícil, pero en cuanto vio una cabeza

de cabello oscuro con vetas plateadas, empezó a pensar en otra cosa de inmediato. Suspiró. Soltó a Jacob Hargreaves y le dijo:

—Nuestros caminos deben separarse aquí.

Jacob siguió la mirada de ella y asintió dando un paso atrás, dejándola sola para que fuese en busca de la marquesa viuda de Grayson. La dama se reunió con Bella a medio camino y la cogió del brazo para alejarla del resto de los invitados allí presentes.

— ¿Acaso no tienes vergüenza? —le preguntó.

— ¿De verdad espera que le conteste a eso? —contraatacó ella.

Habían pasado cuatro años y todavía no había aprendido a tolerar a aquella mujer.

—No logro entender cómo una dama de tu alcurnia puede ser tan irresponsable. Cullen siempre ha hecho todo lo posible para provocarme, pero casarse contigo ha sido lo peor de todo.

— ¿Le importaría buscar algo nuevo con lo que atacarme?

Bella negó con la cabeza y se apartó. Ahora que ya no estaban a la vista de nadie, ambas dejaron de fingir que se tenían afecto. El fervor que sentía la marquesa por proteger el buen nombre de la familia Grayson era comprensible, pero ella no podía justificar el modo en que lo hacía.

—Lograré que se deshaga de ti aunque sea lo último que yo haga.

—Pues buena suerte —masculló Bella.

— ¿Disculpa? —La marquesa viuda prestó atención.

—Desde su regreso, yo misma le he hablado a Cullen varias veces sobre la posibilidad de una separación. Se niega rotundamente.

— ¿No quieres seguir casada con él?

Si no hubiese estado tan preocupada por el comportamiento de Edward después de abandonar el lecho aquella tarde, la atónita expresión de su suegra le habría hecho gracia.

Pero que él la hubiese dejado a un lado con tanta facilidad... Que la hubiese ignorado tan descaradamente... Que ella hubiese confiado en alguien que le había mentido...

Le dolía y Bella se había prometido a sí misma que nunca más ningún hombre volvería a hacerle daño.

—No, no quiero —contestó orgullosa—. Los motivos por los que nos casamos ahora me parecen absurdos y ridículos. Estoy convencida de que siempre lo han sido, pero que ambos éramos demasiado obstinados como para darnos cuenta.

—Isabella. —La marquesa apretó los labios y, pensativa, se pasó los dedos por el collar de zafiros que llevaba al cuello—. ¿Estás hablando en serio?

—Sí.

—Mi hijo insiste en que una petición de divorcio no prosperará. Y dice que el escándalo nos perjudicaría a todos.

Bella se quitó un guante y tocó los pétalos de una rosa que tenía cerca. ¿Así que Edward se había planteado poner punto final a su unión? Tendría que haberlo sabido.

Era pura mala suerte que ella necesitase compañía masculina. Era incapaz de estar sola. Si lo fuese, quizá no sentiría esa imperiosa necesidad de que la abrazasen y la cuidasen. Y no estaría en la situación en que se encontraba ahora.

Eran muchas las mujeres que practicaban la abstinencia. Ella, sencillamente, no podía.

Suspiró. Si presentaban una petición de divorcio al Parlamento, los chismes y las habladurías se cebarían con ellos y los destrozarían, pero ¿acaso seguir casada con Grayson no terminaría también por destrozarla?

Su primer esposo casi lo había logrado y la atracción que sentía por el hombre en que Cullen se había convertido era igual de poderosa que la que había sentido por Pelham.

— ¿Qué quiere que le diga? —Le preguntó con amargura a la marquesa—. ¿Que estoy dispuesta a aceptar un futuro como mujer divorciada y adúltera? Pues no lo estoy.

—Pero en cambio estás decidida a terminar con este matrimonio. Puedo verlo en el modo en que tensas los hombros. Y estoy dispuesta a ayudarte.

Bella se volvió de golpe.

— ¿Que está dispuesta a qué?

—Ya me has oído. —Una sonrisa suavizó el gesto adusto de la mujer—. No estoy segura de cómo, pero voy a hacerlo. Lo único que necesitas saber es que haré todo lo que esté en mi mano. Quizá incluso te ayude a dejarte bien instalada.

De repente, los eventos de esa noche fueron demasiado para Bella.

—Discúlpeme.

Iría en busca de Jasper y le pediría que la llevase de vuelta a casa. Los Cullen la habían herido por todos lados y deseaba estar en su dormitorio, con una buena copa de madeira, más que ninguna otra cosa en el mundo.

—Estaremos en contacto, Isabella —le dijo la marquesa viuda al irse.

—Maravilloso —masculló ella, acelerando el paso—. Estoy impaciente.

Frustrado por no haber conseguido encontrar a Emmett, Edward se sentía con ganas de pegarle a alguien. Decidido, dobló una esquina, pero se detuvo de golpe porque una mujer que salía caminando de espaldas de una habitación a oscuras le bloqueó el paso.

Ella dio media vuelta y se sobresaltó.

— ¡Dios santo! —Exclamó lady Stanhope llevándose una mano al corazón—. Grayson, me has asustado.

Él se quedó mirándola con una ceja arqueada. Estaba sonrojada y despeinada y era evidente que acababa de concluir algún encuentro fortuito. Cuando la puerta volvió a abrirse y salió Emmett con el pañuelo torcido, la segunda ceja de Edward fue a hacer compañía a la primera.

—Llevo horas buscándote.

— ¿En serio?

Su hermano estaba mucho más relajado que antes. Conociendo el apetito sexual de Tanya, a Edward no le sorprendió. Sonrió. Así era exactamente cómo quería encontrar a Emmett.

—Me gustaría hablar contigo.

El joven se puso bien la chaqueta y miró a Tanya, que le sonrió.

— ¿Podemos dejarlo para mañana?

Edward lo contempló con detenimiento y le preguntó:

— ¿Qué planes tienes para el resto de la noche?

No podía correr el riesgo de esperar, si su hermano estaba decidido a causarle problemas.

Emmett volvió a mirar a Tanya y Edward se tranquilizó un poco. Si iba a pasarse la noche follando, no se metería en ninguna pelea.

—De acuerdo, ¿qué te parece si desayunamos en mi despacho? —le propuso.

—Muy bien.

Emmett se llevó la mano desnuda de Tanya hasta los labios, le hizo una leve reverencia y se fue, probablemente para preparar su inminente partida.

—Iré en seguida, cariño —le dijo ella, pero sin apartar los ojos de Edward.

Cuando estuvieron a solas, él fue el primero en hablar.

—Te agradezco mucho que hayas entablado amistad con lord Emmett.

— ¿Ah, sí? —Le hizo morritos—. No me importaría que te sintieras un poco celoso, Cullen.

Él resopló.

—No existe ningún motivo por el que tenga que sentirme celoso. Nunca ha habido nada entre tú y yo y nunca lo habrá.

Ella le colocó una mano en el estómago y sus ojos verdes brillaron entre sus pestañas.

—Podría haberlo si volvieses a mi cama. A pesar de lo breve que fue nuestro encuentro la otra noche, sirvió para recordarme lo similares que son nuestros gustos.

—Ah, lady Stanhope —dijo Bella, furiosa, detrás de Edward—. Gracias por encontrar a mi esposo.

A él no le hizo falta volverse para saber que la noche sin duda había ido a peor.

Mientras la desaliñada condesa se alejaba de donde estaban, Bella se quedó inmóvil y en silencio y con los puños apretados a los costados. Edward la miró preocupado y expectante, con los hombros echados hacia atrás, mientras ella sopesaba cómo reaccionar. En su día había luchado con uñas y dientes por Pelham y el esfuerzo había sido agotador y completamente vano. Los maridos eran infieles y engañaban a sus esposas. Las mujeres prácticas lo entendían perfectamente.

Con el corazón metido de nuevo en la jaula de hielo que había construido a lo largo de los últimos años, le dio la espalda a Edward con intención de abandonar el baile, su casa, a él. En su mente ya se veía haciendo las maletas, su cerebro ya había empezado a hacer una lista de sus pertenencias.

—Bella.

«Esa voz.»

Se estremeció. ¿Por qué tenía que esa voz que destilaba lujuria y deseo?

Ella no aminoró el paso y cuando él la cogió por el codo para detenerla, pensó en los muebles de su antigua casa y en lo pasados de moda que estaban.

La mano enguantada de Cullen le tocó una mejilla y la obligó a mirarlo a los ojos. Bella se fijó en el azul de su iris y pensó en el sofá del mismo color que tenía en un salón. Iba a tener que tirarlo.

—Dios —masculló él, dolido—. No me mires así.

La mirada de Bella descendió hasta la mano de él, que seguía sujetándola por el antebrazo.

Antes de que supiera lo que estaba haciendo, Edward tiró de ella y la metió en aquella habitación que olía a sexo, cerrando la puerta a su espalda.

A ella se le revolvió el estómago y, al notar una imperiosa necesidad de huir de allí, corrió a colocarse en el único extremo de la estancia iluminado por la luz de la luna. Estaban en una biblioteca, cuyo balcón daba al jardín. Se detuvo y, apoyando las manos en el respaldo de una butaca orejera, respiró profundamente varias veces aquel aire más limpio.

—Bella.

Edward se pegó a su espalda y le colocó las manos en los hombros. Se las deslizó por los brazos hasta conseguir que ella soltase la butaca y luego entrelazó los dedos con los suyos.

Bella podía notar que el cuerpo de él quemaba como si tuviese fiebre. Ella empezó a sudar.

¿Verde? No, ese color tampoco. El despacho de Edward era verde. ¿Lavanda, quizá? Un sofá lavanda sería toda una novedad. O tal vez rosa. Ningún hombre querría sentarse en un sofá rosa. ¿Acaso eso no sería maravilloso?

—Háblame, por favor —insistió él.

A Edward se le daba muy bien insistir. Y seducir y conquistar y follar. Una mujer podía perder fácilmente la cabeza por él si no iba con cuidado.

—Borlas.

— ¿Qué?

Le dio la vuelta para poder mirarla.

—Decoraré el salón de color rosa y colgaré borlas doradas —le dijo.

—Perfecto. El rosa me favorece.

—Tú no estarás invitado a entrar en mi salón.

Él apretó los labios y arrugó más el cejo.

—Maldita sea si no voy a estarlo. No vas a dejarme, Bella. Lo que has oído no significa lo que crees que significa.

—Yo no creo nada, milord —contestó serena—. Y, si me disculpas... —Intentó esquivarlo.

Edward la besó.

Igual que ante un brandy caliente, su estómago fue el primero que reaccionó al beso y después los dedos de sus pies. Bella notó la erección de él pegada a su ombligo, pero siguió besándola con labios suaves y pasándole la lengua con delicadeza, sin devorarla.

El hielo que tenía en su interior empezó a derretirse ante su ardor y gimió desesperada. Los labios de Edward eran tan bonitos, los sentía tan dulces sobre los suyos.

Eran los labios de un ángel... y tenían la capacidad de engañarla como el diablo.

«La piel de Edward huele a limpio.»

Él deslizó la boca por el pómulo de ella hasta su oreja.

—Aunque te parezca imposible, vuelvo a desearte. —Rodeó la silla y se sentó con Bella en su regazo como si fuese una niña—. Después de lo de esta tarde, mi ansia tendría que ser más llevadera y, sin embargo, es incluso peor que antes.

—Sé lo que he oído —susurró ella, negándose a creer lo que su olfato le sugería que era verdad.

—Mi hermano es un alocado —siguió explicándole él, ignorando su comentario— y esta noche he pasado un montón de horas buscándolo. Pero aunque sé que puedo haberle hecho daño, o que creo que él puede hacérselo a alguien, lo único que me hacía sentir verdaderamente impaciente era el deseo de volver a estar contigo.

—Conoces a esa mujer íntimamente y has estado con ella. Hace poco.

—Y me he sentido del todo aliviado cuando he visto que mi hermano salía de esta habitación con cara de haber echado un polvo.

Bella se quedó perpleja.

— ¿Lord Emmett?

—Y todavía me ha gustado más cuando he visto que iba acompañado de lady Stanhope y que parecía dispuesto a proseguir su velada en un lugar más apropiado. Si Emmett está con ella, yo puedo pasarme el resto de la noche contigo.

—Ella te quiere a ti.

—Y tú también —contestó seductor—. Soy un hombre atractivo, con una fortuna muy atractiva y con un título todavía más atractivo. —La apartó suavemente para poder mirarla a los ojos—. Y resulta que tengo una esposa muy atractiva.

— ¿Te la has follado desde que has vuelto?

—No. —Sus labios tocaron los de ella—. Y sé que te cuesta creerme.

Para su sorpresa, a Bella no le costaba lo más mínimo.

—Si yo fuera tú, Bella, tampoco sé si creería a un canalla como yo, en especial teniendo en cuenta tu pasado.

Ella se tensó.

—Mi pasado no tiene nada que ver con esto.

Llevaba toda la vida soportando que le tuviesen lástima y eso era lo último que quería de Edward.

—Ah, sí que lo tiene, aunque justo ahora empiezo a comprender por qué.

La miró con los ojos entrecerrados. Las arrugas que ella había descubierto alrededor de sus labios tras su regreso habían vuelto a aparecer. Eran la prueba palpable de su tristeza.

—No soy el hombre que te conviene, Bella. No soy un buen hombre. Todas las personas tienen defectos, pero me temo que eso es lo único que yo poseo. Y, a pesar de todo, soy tuyo y tienes que aprender a soportarme, porque soy un egoísta y me niego a dejarte ir.

— ¿Por qué?

Contuvo la respiración, pero fueron las palabras que él dijo a continuación las que la marearon.

—Porque tú me has curado.

Edward cerró los ojos y apoyó la mejilla en la suya y ese gesto tan cariñoso conmovió a Bella hasta lo más hondo. El marqués de Grayson era conocido por muchas cosas, pero la ternura no era una de ellas. El hecho de que esas muestras de afecto fuesen cada vez más frecuentes la aterrorizaba. No podría soportar curarlo para que luego él le perteneciese a otra mujer.

—Quizá yo también pueda curarte a ti —susurró Edward pegado a su boca—. Si me dejas hacerlo.

Bella presionó los labios sobre los de él un instante. Exhausta por los acontecimientos del día, lo único que deseaba era acurrucarse contra el pecho de Edward. Sin embargo, se levantó de su regazo y se puso en pie.

—Si para curarme tengo que olvidarme de todo, no lo quiero.

Él suspiró y Bella vio que estaba tan agotado como ella.

—He aprendido muchas cosas de los errores del pasado, Edward, y me alegro de que así haya sido. —Se retorció las manos, nerviosa—. Yo no quiero olvidar. Nunca.

—Entonces enséñame a vivir con mis errores, Bella.

Se puso en pie y ella se quedó mirándolo. Observándolo.

—Tenemos que irnos de Londres —dijo Edward de repente, cogiéndole las manos.

— ¿Qué?

Ella abrió los ojos exageradamente y se estremeció.

«Sola con él.»

—Aquí no podemos funcionar como pareja.

— ¿Como pareja?

Negó enfáticamente con la cabeza.

La puerta se abrió sorprendiéndolos a ambos. Edward la acercó a él a la velocidad del rayo, dispuesto a protegerla con todo su ser.

Lord Hammond, el propietario de la biblioteca y de la casa en la que se encontraban, apareció en la puerta y los miró confuso.

—Les pido disculpas —dijo retrocediendo, pero entonces se detuvo—. ¿Lord Grayson? ¿Es usted?

—Sí —contestó él en voz baja.

— ¿Está con lady Grayson?

— ¿Y con quién, si no, iba a estar en una habitación a oscuras?

—Bueno... Sí... —Hammond carraspeó—. Con nadie más, por supuesto.

La puerta empezó a cerrarse de nuevo y Edward aprovechó para tocarle a Bella un pecho. Acercó los labios hacia los de ella, aprovechándose descaradamente de que no podía apartarse.

—Eh, ¿lord Grayson? —Hammond volvió a interrumpirlos.

Edward suspiró resignado y levantó la cabeza.

— ¿Sí?

—Lady Hammond ha organizado una fiesta este fin de semana en nuestra casa de Brighton. Estaría encantada de que usted y su esposa asistieran. Y para mí sería un verdadero placer retomar nuestra amistad.

Bella abrió atónita la boca al notar que Edward apretaba los dedos que tenía encima de su pecho. Sin una vela y con la chimenea apagada, nadie podía verlos. Pero saber que tenían a otra persona tan cerca mientras él la estaba tocando tan íntimamente le aceleró el corazón.

— ¿Habrá muchos invitados?

—Me temo que no demasiados. La última vez que los conté eran una docena, pero lady Hammond...

—Suena perfecto —lo interrumpió Edward, tirando del pezón de Bella con los dedos—. Aceptamos la invitación.

— ¿De verdad? —La limitada estatura de Hammond se extendió al máximo.

—De verdad.

Edward cogió a Bella de la mano y tiró de ella para esquivar al vizconde, que se sorprendió tanto que se apartó de su camino, y salieron de la biblioteca.

Con los sentimientos hechos un lío, Bella lo siguió sin quejarse.

Hammond los siguió a ambos.

— ¿Le parece bien partir el viernes por la mañana?

—Es su fiesta, Hammond.

—Oh, sí... Cierto. Entonces nos vemos el viernes.

Edward hizo un gesto con la muñeca para indicarle a un lacayo que fuese en busca de su carruaje y después se volvió hacia otro que había por allí cerca.

—Dígale a lord Trenton de mi parte que ha cumplido su parte del trato.

A Bella no le pasó por alto lo fácil que le había resultado a él llevársela de allí. Casi deseó poder enfadarse, pero estaba demasiado estupefacta.

Edward no le había mentido ni le había sido infiel.

Aunque aún no sabía si eso era una suerte o una desgracia.

Capítulo 12: CAPÍTULO 11 Capítulo 14: CAPÍTULO 13

 
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