Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 15: CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 14

 

 

Había miles de excusas que podrían explicar por qué Jasper estaba de pie en medio del jardín de los Hammond en plena noche. Pero el verdadero motivo era sólo uno. Y era la mujer que en aquel instante se estaba acercando a él con una tímida sonrisa en los labios.

—Esperaba encontrarte aquí —le dijo Alice, tendiéndole ambas manos, que llevaba sin guantes.

Jasper se mordió las puntas de los dedos de uno de los suyos para quitárselo y poder sentir la piel de ella sin ningún impedimento. Ese contacto tan inocente y tan casto consiguió que le quemase la piel e hizo lo que nunca haría un caballero: tiró de ella y la acercó a él.

—Oh, vaya —suspiró Alice con los ojos abiertos—. Me gusta cuando actúas como un canalla.

—Haré algo más si sigues buscándome —le advirtió.

—Creía que eras tú el que me estaba buscando a mí.

—Tendrías que mantenerte alejada de mí, Alice. Al parecer, en lo que a ti respecta, he perdido el sentido común.

—Y yo soy una mujer a la que le encanta, o incluso necesita, ver que un hombre atractivo pierde la cabeza por ella. A mí nunca me pasan estas cosas, ¿sabes?

La conciencia de Jasper estaba perdiendo la batalla, así que colocó una mano en la nuca de Alice y movió los labios en busca de los de ella. Era tan ligera, tan delgada, pero sin embargo se puso de puntillas y le devolvió el beso con tanto ardor que casi lo tiró al suelo.

El suave perfume de Alice se mezclaba con el de las flores de esa noche y Jasper quería empaparse en él, meterse en el cama impregnado de aquel aroma.

Esa noche, ella llevaba una ropa distinta, con un precioso vestido de seda dorada que resaltaba sus curvas a la perfección. Ahora que sabía que necesitaba protegerse de los cazafortunas, Jasper entendía perfectamente que Alice sintiese la necesidad de pasar desapercibida y que, para lograrlo, se pusiese vestidos horribles y se escondiese en los jardines.

— ¿Eres consciente de cómo terminarán estos encuentros? —le preguntó él en voz baja, tras levantar la cabeza.

Alice asintió. El pecho le subía y bajaba de prisa pegado al torso también descontrolado de Jasper.

— ¿Y sabes también cómo no pueden terminar? Hay ciertos límites que, dado mi estatus social, tengo que respetar. Supongo que debería asumirlos con elegancia e irme de aquí, pero soy débil y...

Ella lo silenció colocándole un dedo en los labios, mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa.

—Adoro que no quieras casarte conmigo —le dijo entonces—. Para mí eso es una ventaja, no un inconveniente.

— ¿Disculpa? —le preguntó Jasper, atónito.

—Así no tengo ninguna duda de que es a mí a quien deseas, no mi dinero. Te aseguro que con eso me basta.

— ¿Ah, sí? —dijo él, atragantándose con las palabras de lo excitado que estaba.

Todavía no lograba entender por qué diablos aquella mujer le causaba ese efecto.

—Sí. A los hombres con tu aspecto, las mujeres con el mío nunca les parecen atractivas.

—Idiotas todos ellos. —La convicción de su voz era genuina.

Alice descansó la mejilla en el torso de él y se rió suavemente.

—Claro. Por eso mismo es un misterio que los hombres como lord Grayson se enamoren de mujeres como lady Grayson cuando yo estoy en la misma habitación.

Jasper se puso tenso y se quedó atónito al notar que estaba celoso.

— ¿Te sientes atraída por Edward?

— ¿Qué? —Alice se apartó un poco—. Bueno, es innegable que me parece atractivo. Dudo que exista una mujer a la que no se lo parezca. Pero no me siento atraída por él, no.

—Oh... —Se aclaró la garganta.

— ¿Cómo piensas seducirme?

—Pequeña. —Jasper negó con la cabeza, pero no pudo contener una indulgente sonrisa. Le pasó el dorso de la mano por el pómulo y admiró la luna reflejada en sus ojos—. Tienes que entender que pretendo hacer mucho más que darte un par de besos y tocarte un poco. Quiero desnudarte y tocarte la piel, separarte las piernas, robar lo que tendrías que regalarle a tu marido.

—Suena muy atrevido. —Alice suspiró y lo miró embobada.

—Lo será. Pero te aseguro que disfrutarás cada segundo.

A él, sin embargo, probablemente lo ahogaría la culpa durante el resto de su vida. Pero la deseaba tanto que estaba dispuesto a sufrir esa tortura. Y haría todo lo posible para que mereciese la pena.

Presionó los labios sobre los de ella con suavidad y deslizó la mano que tenía en su cintura hasta su precioso trasero.

— ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?

—Sí, no tengo ninguna duda. Tengo veintisiete años. He conocido a cientos de caballeros y ninguno me ha impresionado tanto como tú. ¿Y si no conozco nunca a ningún otro que me haga sentir lo mismo? Me arrepentiría toda la vida de no haber aprovechado el momento y disfrutado de tus atenciones.

A Jasper le dolió el corazón.

—Perder tu virginidad en manos de un canalla como yo hará que tu noche de bodas sea un poco incómoda.

—No, no lo hará —le aseguró ella con convicción—. Si me caso, será con un hombre que esté tan enamorado de mí que le dará igual saltarse la cena, como ha hecho lord Grayson con lady Grayson.

—Lo que siente Grayson no es amor —contestó él, sarcástico.

Alice movió una mano para quitarle importancia al comentario.

—Llámalo como quieras, lo que quiero decir es que a él no le importa el pasado de ella. Mi futuro marido sentirá lo mismo por mí.

—Pareces estar muy segura.

—Y lo estoy. Verás, mi futuro marido tendrá que estar desesperadamente enamorado de mí para poder obtener mi mano y seguro que no le importará que me falte un pedazo de tejido dentro del cuerpo. De hecho, tengo intenciones de contárselo todo sobre ti y...

— ¡Dios santo!

—Bueno, no todo —se apresuró a añadir ella, mirándolo con cariño—. Sólo le hablaré del hombre que me hacía sentir un hormigueo en el estómago y cuya sonrisa hacía que se me acelerase el corazón. Le diré lo maravilloso que fue conmigo, lo feliz que me hizo después de la muerte de mis padres y de que mi vida se convirtiese en una tragedia. Y lo entenderá, lord Trenton, porque cuando amas a alguien, eso es lo que haces: entender.

—Eres una soñadora —se burló él, para ocultar lo mucho que lo habían afectado sus palabras.

— ¿Lo soy? —Frunció el cejo y se apartó un poco—. Sí, supongo que tienes razón. Mi madre me dijo una vez que las aventuras amorosas son asuntos prácticos que no tienen nada que ver con el amor.

Jasper arqueó una ceja, entrelazó los dedos con los de ella y los guió a ambos hasta un banco donde sentarse.

— ¿Tu madre te dijo eso?

—Me dijo que era una idiotez que las mujeres creyesen que las aventuras amorosas se basaban en una gran pasión, mientras que el matrimonio lo hacía en el deber. Me dijo que debería ser justo al revés. Una aventura debería ser sólo un medio de satisfacer una necesidad. Y los matrimonios uniones para toda la vida, destinadas a satisfacer los deseos más profundos. Mi madre era una mujer avanzada a su época. Al fin y al cabo, se casó con un americano.

—Ah, sí, es verdad.

Jasper, ya sentado en el banco, colocó a Alice encima de su regazo. Apenas pesaba nada y la acercó a él hasta que pudo descansar el mentón encima de la cabeza de ella.

—Así que tu madre es la responsable de haberte llenado la cabeza de tonterías como el amor.

—No son tonterías —lo riñó Alice—. Mis padres estaban locos el uno por el otro y fueron muy, muy felices. El modo en que se miraban cuando volvían a verse después una larga ausencia... La forma en que ambos resplandecían cuando se sonreían en la mesa... Maravilloso.

Jasper le lamió el cuello hasta detenerse junto a su oreja y una vez allí le susurró:

—Yo puedo enseñarte lo que es maravilloso de verdad, Alice.

—Oh, vaya. —Ella se estremeció—. Te juro que mi estómago acaba de dar una voltereta.

A Jasper le encantaba el modo en que ella reaccionaba a sus caricias, lo sinceras e inocentes que eran las respuestas de su cuerpo. Alice tenía un carácter muy puro. Y no porque fuese inocente, pues era evidente que sabía cómo funcionaba el mundo, sino porque conocer lo peor de la raza humana no la desilusionaba.

Sí, la habían cortejado un montón de caballeros de dudosa reputación, pero ella se lo tomaba como lo que era: los actos estúpidos de un grupo de hombres codiciosos. Al resto del mundo le otorgaba el beneficio de la duda.

Era esa capacidad de seguir teniendo esperanza lo que a Jasper le resultaba más irresistible. Seguro que iría al infierno por hacerle el amor a Alice, pero no podía evitarlo. No podía ni pensar en lo que sería no estar con ella, no compartir nunca la alegría de la pasión.

— ¿En qué ala de la mansión estás alojada? —le preguntó, ansioso por acostarse con ella en aquel preciso instante.

—Deja que vaya yo a tu dormitorio.

— ¿Por qué?

—Porque tú eres el más cínico y el que tiene más experiencia de los dos.

— ¿Y qué tiene eso que ver con nada?

¿Acaso aquella mujer nunca dejaría de confundirlo?

—Tú hueles de un modo muy peculiar, milord. A colonia y a jabón y a almidón. Es un olor delicioso cuanto se te calienta la piel, a veces incluso pienso que me desmayaré al olerlo. Y puedo imaginarme que ese olor aumentará al sudar después de hacer el amor. Me temo que luego tendría serias dificultades para dormirme en una cama que

oliese a ti. En cambio, para ti el olor a sexo no tiene ninguna importancia. Por lo tanto, es mejor que yo huela tus sábanas y que tú no huelas las mías.

—Entiendo.

Antes de pensar qué estaba haciendo, Jasper tumbó a Alice en el banco de piedra y se arrodilló encima de ella, besándola con una desesperación que no había sentido desde... desde... ¡Maldita fuera! A quién diablos le importaba desde cuándo. La cuestión era que le estaba pasando precisamente en ese momento.

Colocó las manos en los delicados montículos de sus pechos y se los apretó, consiguiendo arrancarle un gemido, que resonó por la zona del jardín en la que estaban. Corrían el riesgo de ser descubiertos, pero Jasper no conseguía encontrar la fuerza de voluntad necesaria para parar. Estaba ebrio de su esencia, de sus reacciones, del modo en que ella arqueaba la espalda para ir a su encuentro y luego retrocedía como si estuviese asustada.

—Me duele incluso la piel —susurró Alice, moviéndose nerviosa.

—Tranquila, amor —le dijo él con los labios pegados a los suyos.

—Yo... tengo mucho calor.

—Chist, te ayudaré.

Le deslizó una mano por el costado para intentar apagar lo que rápidamente se estaba convirtiendo en una gran pasión.

Ella metió las manos por debajo de la chaqueta de Jasper y de su chaleco, y le clavó los dedos en la espalda. Al notar que lo arañaba, su miembro tembló y él la imitó pasándole las uñas por encima de los pezones. Tenía una mano enguantada y la otra no y sabía que la combinación de ambas sensaciones enloquecería a Alice.

—Dios santo —masculló ella sin aliento. Y entonces lo cogió por el culo y tiró de él hasta que sus caderas encajaron.

Jasper respiró entre dientes y ella gritó.

—Alice, tenemos que encontrar una habitación.

Ella volvió el rostro y lo escondió en el cuello de él, movía frenética los labios por encima de su piel sudada.

—Hazme el amor aquí.

—No me tientes —contestó él, consciente de que estaba a escasos minutos de hacerlo.

Si alguien los pillaba en aquella situación, no tendrían excusa posible. Estaba tumbado encima de ella como el libertino que era. Alice era inocente y no disponía de los recursos necesarios para rechazar los avances de un canalla con experiencia como él.

¿Cómo diablos habían acabado allí?

Jasper había compartido uno o dos momentos robados con ella y estaba a punto de romper su única regla fundamental: no desflorar nunca a una virgen. No tenía nada de divertido. Pero aquello no era echar un polvo cualquiera. Ella sangraría y lloraría. Él tenía que seducirla como era debido, tomarse su tiempo, retrasar al máximo su placer y pensar en el suyo...

— ¡Milord, por favor!

Maldición. Era como estar en el paraíso.

—Alice...

Quería decirle que tenían que irse de allí cuanto antes para así poder volver a encontrarse desnudos... como era debido. Pero a Jasper le estaba resultando imposible apartar los dedos con que estaba tocándole los pezones. Sí, Alice tenía los pechos pequeños, pero no los pezones. No podía esperar a...

Tiró del hombro del vestido y lo rasgó para desnudarle un pecho. Ella gritó de placer cuando él inclinó la cabeza y empezó a lamerla. Tenía unos pezones preciosos y deliciosos. Se deslizaban por su lengua como si fuesen cerezas y eran igual de dulces.

—Por favor, oh, por favor, milord.

Alice arqueó la espalda en busca de su boca y Jasper casi eyaculó al notarla moverse tan cerca de su increíblemente erecto miembro.

Lo único que evitó que ella perdiese la virginidad en aquel banco de piedra fue la risa de alguien acercándose.

—Maldita sea.

Jasper se movió con rapidez, la levantó y le puso bien el corpiño del vestido. El pezón que había estado succionando se apretó descarado contra la seda y él, incapaz de contenerse, le pasó el pulgar por encima.

— ¡No pares! —le pidió ella en voz alta y Jasper no tuvo más remedio que taparle la boca con la mano.

—Se acerca alguien, amor. —Esperó hasta que ella asintió y le confirmó que le había entendido—. ¿Sabes dónde está mi habitación? —Ella volvió a asentir—. Estaré allí en seguida. No tardes. Si no vienes, saldré a buscarte.

Alice abrió los ojos como platos y luego asintió solemne.

—Vete.

Jasper se la quedó mirando mientras ella seguía el camino que conducía a la mansión hasta desaparecer de su vista. Después, él se escondió detrás de un cenador cubierto de enredaderas y esperó. No les haría ningún bien a ninguno de los dos que llegasen tan seguidos el uno del otro. Aunque nadie los viese, lo mejor sería actuar con cautela.

— ¿Vas a presentar una petición al Parlamento, Celeste? —La voz de lady Hammond sonó desde un cruce de caminos que había cerca—. ¡Piensa en el escándalo!

—Hace cinco años que no pienso en nada más —contestó sarcástica la marquesa viuda de Grayson—. Nunca he pasado tanta vergüenza como cuando he visto que no asistían a la cena de esta noche, que, por cierto, ha sido excelente.

—Gracias. —Hubo una larga pausa y entonces prosiguió la conversación—: Edward parece estar muy enamorado de su mujer.

—Sólo en el sentido más superficial de la palabra, Iphiginia. Además, ella no quiere seguir casada con él. No sólo lo ha demostrado con sus actos a lo largo de los últimos cuatro años, sino que además me lo ha dicho personalmente.

— ¡No es verdad!

Jasper parpadeó atónito y pensó exactamente lo mismo. Bella jamás le diría algo así a la madre de Grayson.

—Sí lo es —contestó la marquesa viuda—. Ella y yo hemos decidido ayudarnos mutuamente.

— ¡Lo dirás en broma!

« ¡Dios santo!», gruñó Jasper en silencio.

Isabella no se alegraría de verlo, pero maldito fuera si no sacaba a su hermana de ese lío. Otra vez.

Esperó a que las mujeres se fuesen y luego salió de su escondite y corrió ocultándose por el jardín hasta la mansión, donde lo esperaba el placer más pecaminoso del mundo.

Alice se detuvo un instante frente a la puerta de Trenton y se preguntó si se suponía que había que llamar antes de tener una aventura con un hombre o si, sencillamente, podía entrar sin más.

Seguía debatiendo consigo misma las distintas opciones cuando la puerta se abrió de golpe y Jasper la metió en la habitación.

— ¿Por qué diablos has tardado tanto? —se quejó, echando el pestillo y mirándola enfadado pero con adoración.

El estómago de Alice volvió a agitarse de forma tan descontrolada como antes.

Él llevaba un batín de seda color borgoña que dejaba al descubierto el vello negro de su torso y sus pantorrillas, también ligeramente peludas. Lo que evidenciaba que estaba desnudo. Con los brazos en jarras, lo único que le faltaba para ser la viva imagen de la impaciencia era empezar a mover un pie.

Impaciente por ella.

El estómago de Alice volvió a saltar.

Era tan guapo... ¡Absolutamente perfecto! Alice suspiró.

Evidentemente, tenía que ser hipermétrope para no darse cuenta de que ella carecía de atractivo físico, pero Alice no iba a quejarse por eso.

Jasper se le acercó y ella lo esquivó al instante.

— ¡Espera!

— ¿A qué?

Su humor empeoró.

—Yo... quiero enseñarte algo.

—Si no eres tú desnuda y debajo de mí —replicó—, no me interesa.

Alice se rió.

Se había pasado la cena observándolo, viendo lo rápido que era en el arte de la conversación y del halago. Las damas que tenía sentadas a ambos lados habían quedado cautivadas, pero Alice notó que, sin embargo, él la miraba a ella.

—Concédeme un segundo. —Arqueó una ceja al ver que abría la boca, dispuesto a quejarse de nuevo—. Es mi desfloramiento. Cuando estemos en la cama, dejaré que me hagas todo lo que quieras. Pero hasta entonces, quiero tener el control de los preliminares.

A Trenton le temblaron los labios y en sus ojos brilló un fuego que hizo que Alice se estremeciese. Si tomaba como ejemplo lo que había sucedido en el jardín, aquel hombre iba a devorarla.

—Como desees, amor.

Ella se escondió detrás del biombo y empezó a desnudarse. No era así como se había imaginado perder la virginidad. Ante ella no tenía a su cariñoso y paciente esposo, dispuesto a tratarla como si fuese de porcelana. No llevaba una alianza en el dedo, ni tampoco había cambiado de nombre.

— ¿Qué diablos estás haciendo? —masculló él, como si Alice fuese la mujer más hermosa del mundo y digna de tanta expectación.

La verdad era que el modo en que Jasper la miraba la hacía sentirse hermosa.

—Ya casi estoy.

Se había puesto un vestido fácil de quitar sin la ayuda de nadie, pero, aun así, seguía siendo un poco complicado. Por fin se deshizo de la prenda, respiró hondo y salió de detrás del biombo.

—Ya era hora... —Las palabras de Jasper se convirtieron en silencio en cuanto dejó de pasear de un lado al otro y se detuvo a mirarla.

Ella se movió nerviosa ante el ardiente escrutinio de sus ojos.

—Hola.

—Alice. —Sólo una palabra, pero estaba llena de admiración y placer—. Dios mío.

Ella movía nerviosa los dedos de la mano derecha por el escote de su camisón rojo.

—Mi madre tenía más pecho que yo, así que me temo que no le hago justicia a la prenda.

Trenton se acercó con su innata elegancia; tenía las mejillas sonrojadas, los labios entreabiertos y la respiración acelerada.

—Si llegas a hacerle más justicia, yo estaría de rodillas.

Alice se ruborizó, apartó la vista y se concentró en el cosquilleo que sentía al verlo acercarse, hasta que la tocó con suma ternura.

—Gracias.

—No, amor —murmuró él con voz ronca y profunda—, gracias a ti. Siempre atesoraré el regalo que me estás dando.

Le colocó un dedo bajo el mentón para levantarle la cara y le cubrió los labios con los suyos. El beso empezó despacio, pero no tardó en aumentar de intensidad y pronto los labios de él se movían frenéticos sobre los de ella, robándole el aliento, mareándola.

Alice se estremeció entre sus brazos y Jasper la pegó contra su cuerpo, la levantó en brazos y la tumbó en la cama.

Y de repente estaba en todas partes. Tocándola, acariciándola. La pellizcaba con los dedos, tiraba de su piel. Con la boca la lamía y la besaba. La mordía. No paraba de decirle cosas bonitas con voz ronca.

— ¡Trenton! —suplicó ella, convencida de que moriría de aquel deseo que él no paraba de avivar sin llegar nunca a saciárselo.

A pesar de su impaciencia de antes, ahora no parecía tener ninguna prisa.

—Jasper —la corrigió él.

—Jasper...

Sin saber qué hacer, ni qué decir, lo único que hacía Alice era tocarle los hombros, aquel cabello tan maravilloso, la musculosa espalda perlada de sudor. Era una obra de arte, tenía un cuerpo que excitaba sólo con mirarlo.

No todos los hombres eran tan guapos como él y Alice sabía que tenía mucha suerte de poder compartir el lecho de una criatura tan masculina.

—Dime cómo darte placer.

—Si me das más placer, los dos lo lamentaremos.

— ¿Cómo es eso posible?

—Confía en mí —murmuró él antes de besarla, y subió una mano por detrás de la rodilla de ella hasta la cadera.

Antes de que Alice pudiese decir nada, los dedos de Jasper le separaron los labios del sexo.

Gimió de placer al tocar la humedad que se había acumulado allí.

—Estás muy mojada.

—Yo... lo siento.

Notó que se sonrojaba de pies a cabeza.

—Dios santo, no lo sientas. —Jasper se colocó encima de ella y le separó los muslos—. Es perfecto. Tú eres perfecta.

No lo era. No de verdad. Pero la reverencia con que Jasper la estaba tocando le dijo a Alice que, al menos durante aquel instante, él de verdad lo creía.

Se mordió el labio inferior para contener los sollozos al notar que el pene de Jasper entraba en su cuerpo y la ensanchaba de un modo muy doloroso. A pesar de que había decidido que sería una buena amante, se tensó.

Él la sujetó por las caderas con fuerza y la mantuvo inmóvil para seguir entrando inexorablemente dentro de su cuerpo.

—Tranquila... un poco más... sé que duele...

Y, de repente, algo dentro de ella cedió y abrió paso a Jasper, cuyo miembro tembló en su interior.

Él le sujetó el rostro entre las manos y con los pulgares le apartó las lágrimas sin dejar de besarla.

—Pequeña. Perdona que te haya hecho daño.

—Jasper.

Alice lo abrazó y dio gracias por estar con él, consciente de que la confianza que le tenía era un regalo de lo más excepcional. Alice no sabía por qué ese hombre, ese desconocido, la afectaba de aquella manera. Ella sencillamente se alegraba de poder tenerlo a su lado durante el tiempo que fuese.

Él la abrazó y le dijo palabras de cariño para tranquilizarla. Ella era tan suave, tan perfecta para Jasper. La intensidad del momento lo había emocionado. Alice dudaba que un esposo hubiese sido tan delicado.

Y, cuando ella se calmó, él empezó a moverse, a deslizar de un modo muy sinuoso su miembro hacia adentro y hacia afuera de su sexo. El dolor que había sentido antes se convirtió en placer y éste no dejó de incrementarse.

Alice no se dio cuenta de que había empezado a mover las caderas al ritmo de las de Jasper hasta que él habló.

—Justo así —dijo entre dientes, con el cuerpo empapado de sudor—. Muévete conmigo.

Ella lo hizo y le rodeó las caderas con las piernas; entonces notó que él entraba hasta lo más profundo de ella. Ahora cada embestida terminaba en un lugar de su cuerpo que le hacía encoger los dedos de los pies y clavarle las uñas en la espalda a Jasper.

—Gracias a Dios —masculló Jasper al notar que ella alcanzaba el orgasmo.

Entonces él se estremeció brutalmente y la llenó de su calor, abrazándola con tanta fuerza que a ella le costó respirar.

— ¡Alice!

Ella lo abrazó a su vez y lo pegó a su corazón, sonriendo como lo haría toda una mujer.

No, así no era como había soñado perder su virginidad.

Aquello era mucho mejor.

Una maldición en voz baja despertó a Jasper y lo obligó a abrir los ojos. Volvió la cabeza y apenas fue capaz de distinguir la silueta de Alice saltando a la pata coja mientras se sujetaba un pie con la mano.

— ¿Qué diablos estás haciendo caminando a oscuras? —le susurró—. Vuelve a la cama.

—Debería irme.

A pesar de la escasa luz que proporcionaban las brasas del fuego de la chimenea, Jasper vio que iba vestida igual que cuando la había hecho entrar en la habitación.

—No, no deberías. Ven aquí.

Apartó la colcha y las sábanas en señal de invitación.

—Me dormiré de nuevo y entonces no podré volver a mi dormitorio.

—Yo te despertaré —le prometió, echando de menos tenerla tumbada a su lado.

—No es práctico que vuelva a dormirme para tener que despertarme dentro de unas horas e irme a mi habitación, donde me dormiré una vez más para que luego me despierte mi doncella.

—Amor —suspiró Jasper—. ¿Por qué quieres ser práctica tú sola si podemos ser poco prácticos juntos?

Él casi no vio que ella negaba con la cabeza.

—Milord...

—Jasper.

—Jasper.

Eso estaba mucho mejor. Su tono de voz cambiaba y se tornaba seductor cuando decía su nombre.

—Quiero abrazarte un poco más, Alice —le dijo, dando unas palmadas en el colchón a su lado.

—Tengo que irme.

Ella se acercó a la puerta y Jasper se quedó allí tumbado, atónito, sintiéndose abandonado y desolado al ver que era capaz de irse cuando él deseaba con desesperación que se quedase.

—Alice.

Se detuvo.

— ¿Sí?

—Te deseo. —La voz le salió medio dormida y Jasper confió en que eso sirviese para ocultar el nudo que tenía en la garganta—. ¿Podré volver a tenerte?

El silencio se alargó y él apretó los dientes. Ella por fin contestó con el mismo tono que utilizaría para aceptar una invitación para tomar el té.

—Me encantaría.

Y desapareció como haría cualquier mujer de mundo experimentada. Sin un beso de despedida y sin una caricia.

Y Jasper, un hombre que siempre había sido muy práctico en sus aventuras amorosas, descubrió que se sentía dolido.

—Esto no es lo que me había imaginado cuando me pediste que te acompañase —se quejó Emmett mientras colocaba una piedra en su lugar.

Edward le sonrió y dio un paso atrás para observar los progresos que habían hecho en la construcción de aquel muro. No había ido allí con intención de ponerse a trabajar en el campo, pero cuando se encontró con un grupo de campesinos dedicados a esa tarea, aprovechó la oportunidad. El trabajo duro y los músculos doloridos le habían enseñado a buscar la satisfacción dentro de sí mismo y a disfrutar de las cosas sencillas, como por ejemplo el trabajo bien hecho. Y era una lección que estaba decidido a enseñarle a su hermano.

—Después de que tú y yo hayamos muerto, Emmett, este muro seguirá aquí. Tú formas parte de algo eterno. Piensa un poco en tu pasado y dime si has hecho algo para dejar tu huella en este mundo.

Su hermano se puso recto y frunció el cejo. Los dos se habían remangado las mangas de la camisa, estaban cubiertos de polvo y tenían las botas sucias. No parecían los nobles que eran.

—Por favor, no me digas que también te has vuelto filósofo. Como si no bastase con que estés todo el día pendiente de tu esposa.

—Supongo que preferirías que estuviese pendiente de la esposa de otro, ¿no? —contestó él, sarcástico.

—Pues claro que sí. De esa manera, cuando te cansas de ella la dejas, se va hecha un mar de lágrimas y el problema es de otro hombre, no tuyo.

—Tienes demasiada fe en mí, hermanito, y más teniendo en cuenta que a mi esposa se le da muy bien convertir a los hombres en un mar de lágrimas.

—Ah, sí, eso va a ser complicado. La verdad es que no te envidio. —Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y le sonrió—. En fin, cuando Bella te haya pisoteado bajo la suela de su zapato como un bicho, yo estaré a tu lado para ayudarte. Te daré vino, te presentaré a mujeres y volverás a quedar como nuevo.

Edward negó con la cabeza y se apartó de su hermano riéndose. Entonces vio a dos jóvenes peleándose en una colina cercana. Preocupado, se alejó de donde estaba.

—No tiene de qué preocuparse, milord —dijo una voz a su lado. Edward se dio la vuelta y vio a uno de los campesinos—. Sólo son mi hijo Billy y su amigo.

Él volvió a mirar la escena y luego los chicos corrieron por la colina hasta llegar al llano.

—Ah, sí, me acuerdo de que yo también tenía días como éste en mi juventud.

—Creo que eso nos ha pasado a todos, milord. ¿Ve a esa muchacha que está sentada en la cerca?

Edward miró donde señalaba el campesino y el corazón se le detuvo al ver a una muchacha rubia que se reía de los dos chicos que corrían hacia ella. Su cabello casi plateado reflejó los rayos del sol y su brillo compitió con el de su sonrisa.

Era preciosa.

Se parecía mucho a Rose.

—Los dos llevan años compitiendo por el afecto de la joven. Ella siente cariño por mi hijo, pero la verdad es que espero que al final tenga la sensatez de escoger al otro.

Edward apartó la mirada de la bella joven y arqueó ambas cejas.

— ¿Por qué?

—Porque Billy sólo cree que está enamorado. A mi hijo le gusta competir con todo el mundo, ser mejor que nadie y, aunque sabe que ella no es la chica adecuada para él, no puede soportar perder su admiración. Es un acto puramente egoísta. Pero el otro chico la quiere de verdad. Siempre la ayuda en sus tareas y la acompaña al pueblo. Se preocupa por ella.

—Entiendo.

Y era verdad, lo entendía de un modo como nunca lo había entendido antes.

«Rose.»

Durante su Grand Tour él no había pensado en ella ni un segundo. Ni uno. Estaba demasiado ocupado acostándose con cortesana tras cortesana como para pensar en la preciosa chica que tenía en casa. Sólo pensó un poco en ella cuando volvió y descubrió que se había casado con otro. ¿Se había portado igual que Billy? ¿Sencillamente había reaccionado porque tenía celos de que ella dedicase sus atenciones a otro?

«Tú siempre has deseado a las mujeres de los demás.»

Dios santo.

Dio media vuelta y se dirigió a la parte del muro que ya estaba terminada con la mirada perdida, porque en realidad estaba mirando hacia su interior.

Mujeres. De repente pensó en todas, en todas las que se había encontrado en su camino.

¿Era la necesidad de competir con Jacob Hargreaves lo que lo había impulsado a desear a Bella con tanta desesperación?

Pensó en su esposa y notó como una cálida sensación se extendía por su pecho. «Te quiero a ti.» Lo que le hacían sentir esas palabras no tenía nada que ver con Hargreaves. No tenía nada que ver con nadie excepto con Bella. Y ahora que se le había caído la venda que llevaba en los ojos sabía que ella era la única mujer que lo había hecho sentir así.

— ¿Hemos acabado?

Enfocó la vista y descubrió a Emmett de pie delante de él.

—Todavía no.

Abrumado por el sentimiento de culpabilidad de lo que le había hecho a Rose, Edward se puso a trabajar, a hacer lo que había hecho durante los últimos cuatro años: exorcizar sus demonios extenuándolos.

—Lady Grayson.

Bella levantó la vista del libro que estaba leyendo y vio a Jacob acercándose a la terraza de lord Hammond en la que ella estaba sentada y le sonrió. Cerca de ella, a su derecha, estaba Jasper charlando con la señorita Alice y los Hammond. A su izquierda, el conde y la condesa de Ansell estaban tomando el té con lady Stanhope.

—Buenas tardes, milord —lo saludó, admirando lo guapo que estaba con aquel traje gris oscuro que le hacía brillar los ojos.

— ¿Puedo acompañarla?

—Por favor.

A pesar de las que cosas que habían quedado por decir entre los dos, Bella agradeció la compañía de Jacob. En especial después de haber tomado el té con la marquesa viuda quien, por fortuna, acababa de irse.

Cerró la novela y, con un gesto, le pidió a uno de los sirvientes que llevase más refrescos.

— ¿Cómo estás, Bella? —le preguntó él, mirándola a los ojos en cuanto se hubo sentado.

—Estoy bien, Jacob —le aseguró—. Muy bien. ¿Y tú?

—Yo también estoy bien.

Ella miró a su alrededor y bajó la voz.

—Dime la verdad, por favor. ¿Te he hecho daño?

La sonrisa de él fue tan sincera que la tranquilizó enormemente.

—En mi orgullo sí. Pero la verdad es que el fin de nuestra relación se estaba acercando lentamente, ¿no es así? Y yo no me di cuenta, igual que no me he dado cuenta de muchas cosas desde que murió lady Hargreaves.

El corazón de Bella se llenó de ternura hacia él. Ella había perdido una vez a un ser querido, así que podía entender en parte cómo se sentía. Aunque para Jacob sin duda había sido mucho peor, porque su amor sí había sido correspondido.

—El tiempo que pasamos juntos significa mucho para mí, Jacob. A pesar del modo tan horrible en que terminó nuestra relación. Lo sabes, ¿no?

Él se apoyó en el respaldo de la silla y le sostuvo la mirada.

—Lo sé, Bella —le dijo— y tus sentimientos hacia mí han hecho que me resulte mucho más fácil entender el propósito de nuestra relación y ponerle el punto final que se merece. Tú y yo nos buscamos el uno al otro para consolarnos; los dos estábamos heridos; yo por la muerte de mi amada esposa y tú por la muerte de tu no tan amado marido. Entre tú y yo no había ataduras, ni obligaciones, ni teníamos objetivos comunes... sólo nos hacíamos compañía. ¿Cómo quieres que esté enfadado contigo por haber evolucionado al ver que algo mucho más profundo entraba en tu vida?

—Gracias —contestó ella con fervor, mirando aquel rostro tan atractivo con un cariño completamente distinto al de antes—. Por todo.

—La verdad es que te envidio. Cuando Edward vino a hablar conmigo, yo...

— ¿Qué? —Parpadeó sorprendida—. ¿Qué quieres decir con «cuando Edward vino a hablar conmigo»?

John se rió.

—Así que no te lo ha contado. El respeto que siento hacia él acaba de duplicarse.

— ¿Qué te dijo? —le preguntó, abrumada por la curiosidad.

—Lo que me dijo no es importante. Lo importante es la pasión con que lo dijo. Eso es lo que envidio. Yo también quiero sentir eso y creo que por fin estoy listo para ello, gracias en parte a ti.

Bella habría querido poder alargar el brazo y apretarle la mano, que descansaba relajada encima de la mesa, pero no podía. En vez de eso, volvió a hablar.

—Prométeme que siempre seremos amigos.

—Bella. —En su voz se notaba una sonrisa y la determinación del acero—. Nada en este mundo podrá impedir que sea tu amigo.

— ¿De verdad? —Arqueó una ceja—. ¿Y si hago de celestina? Tengo una amiga...

Jaco fingió temblar asustado.

—Bueno, eso quizá sí.

En cuanto Edward y Emmett volvieron a la mansión Hammond, fueron directamente a sus aposentos para bañarse y quitarse de encima el sudor y el polvo del día de trabajo.

Edward se moría de ganas de ver a Bella y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para contenerse. Necesitaba hablar con ella y explicarle su descubrimiento. Quería buscar consuelo en sus brazos y eliminar los miedos de ella y para eso necesitaba decirle que, para él, estaba por encima de todas las mujeres. Y, lo más importante, que sospechaba que siempre sería así.

Pero como también quería abrazarla, supuso que antes de ir a verla necesitaba darse un baño.

Así que se metió en la bañera de agua caliente, apoyó la cabeza contra el borde y le dijo a Ed. que podía irse.

Cuando se abrió la puerta, bastante más tarde, Edward sonrió y mantuvo los ojos cerrados.

—Buenas noches, cariño. ¿Me echabas de menos?

Un murmullo gutural ensanchó la sonrisa de Edward.

Bella se acercó y a él se le aceleró la circulación. Se notaba lánguido por el cansancio y la temperatura del agua y por eso tardó varios segundos en detectar que el perfume que olía no era el que esperaba. De repente volvió a abrirse la puerta...

« ¿Qué diablos...?»

Justo en el mismo instante en que la desconocida metía la mano en el agua y le rodeaba el miembro con los dedos.

Edward se apartó sobresaltado y el agua salpicó por el borde de la bañera. Abrió los ojos y se encontró con la mirada sorprendida de Tanya. A lo largo de aquellos días, había visto que ella lo miraba, pero Edward creía que, después de fulminarla con la mirada y de advertírselo directamente en el baile que Hammond había celebrado en la ciudad, ella había entendido que no quería que se le acercase. Al parecer estaba equivocado.

Edward le cogió la muñeca y vio que ella levantaba la vista y se quedaba horrorizada.

—Si quiere conservar esa mano —dijo la voz de Bella desde la puerta—, le sugiero encarecidamente que la aparte de mi marido.

El frío que desprendían esas palabras lo dejaron helado, a pesar de lo caliente que estaba el agua.

« ¡Maldición!»

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