Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 17: CAPÍTULO 16

Capítulo 16

 

Después de dejar a Bella, Jasper iba tan sumido en sus pensamientos que ni siquiera se fijó por dónde caminaba. Giró por una esquina y se dio de bruces contra alguien que se movía con suma rapidez. Tuvo que alargar los brazos para sujetar a la dama en cuestión y evitar que cayese al suelo.

— ¡Lady Hammond! Le ruego que me disculpe.

—Lord Trenton —contestó ella, alisándose la falda y tocándose los rizos dorados, que empezaban a mostrar algún rastro de gris. Lo miró con una sonrisa, cosa que sorprendió a Jasper teniendo en cuenta que había estado a punto de atropellarla—. Yo también le ruego que me disculpe. Estoy tan preocupada pensando en el entretenimiento de mis invitados que no me he fijado por dónde iba.

—Todo el mundo lo está pasando muy bien.

— ¡Qué alivio! Tengo que darle las gracias por haberle hecho compañía a la sobrina de Hammond esta noche. A la pobre siempre la acosan los cazafortunas. Estoy segura de que le ha gustado hablar con un caballero que no se plantea casarse con ella. Le estoy muy agradecida por haber estado con Alice tanto rato.

Jasper se mordió la lengua para no gruñir. Que la mujer pensara que había sido simplemente un buen samaritano que había hablado con Alice sin sentir un interés sincero por ella lo molestaba de un modo que no sabía explicar. Se moría de ganas de rebatir los argumentos de lady Hammond y de decirle que su sobrina era única y que era una mujer deseable por mucho más que su fortuna. Pero seguía sin entender por qué tenía esa necesidad imperiosa de defenderla. Quizá porque se sentía culpable.

—No hace falta que me dé las gracias —aseguró con su cortesía habitual.

— ¿Lo está pasando bien buscando el tesoro?

—Antes sí. Pero ahora me temo que me retiraré y dejaré que se lleven el mérito el resto de los invitados.

— ¿Sucede algo? —preguntó ella, preocupada.

—No, en absoluto, pero se me da muy bien buscar tesoros y no sería deportivo de mi parte ganar también esta noche, cuando tengo intención de ganar mañana —concluyó, guiñándole un ojo.

Lady Hammond se rió.

—De acuerdo. Que pase una buena noche, milord. Le veré en el desayuno.

Siguieron cada uno por su camino y Jasper optó por la ruta más corta que conducía a sus aposentos. En cuanto estuvo desnudo, le dijo a su ayuda de cámara que no lo necesitaría durante el resto de la noche y se sentó ante el fuego con una botella y una copa. Poco después estaba borracho y se sentía algo menos culpable por lo que había sucedido con Alice. Hasta que se abrió la puerta.

—Vete —farfulló Jasper sin hacer ningún esfuerzo para taparse las piernas, que le quedaban al descubierto con el batín.

— ¿Jasper?

Ah, su ángel.

—Vete, Alice. No estoy en condiciones de recibirte.

—A mí tus condiciones me parecen perfectas —dijo ella en voz baja, acercándose a él. Rodeó la silla y no se detuvo hasta quedar entre Jasper y la chimenea.

Dado que ella no se había puesto enaguas, para poder desnudarse con más facilidad, Jasper pudo ver la silueta de sus piernas a través del vestido y se excitó, un estado que fue incapaz de ocultar con la ropa que llevaba.

Alice carraspeó sin apartar la vista.

Sintiendo la necesidad de escandalizarla, él se abrió el batín y mostró su miembro completamente erecto.

—Y ahora que ya has visto lo que venías a ver, puedes irte.

Ella se sentó en la silla que Jasper tenía delante, con la espalda muy recta y su mirada curiosa contemplándolo. Era condenadamente adorable y él tuvo que apartar la vista.

—No he venido aquí a mirar lo que quiero e irme sin tocarlo —dijo seria—. No se me ocurre una idea más absurda que ésa.

—A mí sí se me ocurre una —contestó Jasper con voz ronca y moviendo el vaso medio vacío a la luz del fuego, en busca de prismas—: tú jugándotela hasta quedarte embarazada.

— ¿Es ése el motivo que se esconde tras ese humor tan raro que tienes?

—A ese «humor» se lo llama «sentimiento de culpabilidad», Alice, y dado que nunca antes había sentido nada igual, no me siento demasiado cómodo al respecto.

Ella se quedó en silencio largo rato. El suficiente como para que Jasper vaciase su copa y volviese a servirse otra.

— ¿Te arrepientes de lo que pasó entre nosotros?

—Sí —contestó sin mirarla a los ojos.

Era mentira, porque jamás se arrepentiría de ninguno de los momentos que había pasado con Alice, pero pensó que sería mejor que ella no lo supiese.

—Entiendo —dijo Alice en voz baja. Y entonces se puso de pie y se acercó a él, deteniéndose junto a su silla—. Lamento que se arrepienta de eso, lord Trenton, pero tiene que saber que yo jamás me arrepentiré.

Fue el temblor de la voz de ella lo que hizo que Jasper se moviese a la velocidad del rayo y atrapase su muñeca. Cuando se obligó a mirarla, vio lágrimas en sus ojos, cosa que lo hirió tan profundamente que dejó caer el vaso que tenía en la otra mano. El ruido del cristal al golpear el suelo quedó ahogado por el zumbido que tenía en los oídos.

Tocar a Alice, aunque fuese sólo una diminuta parte de ella, resucitó los recuerdos de cuando Jasper había tocado otras zonas de su cuerpo y empezó a sudar.

Ella intentó soltarse, pero él la retuvo con fuerza y se puso en pie para sujetarla por la nuca.

— ¿No ves que te hago daño? ¿No ves que lo único que puedo hacerte es daño?

—Fue como estar en el cielo —lloró ella, enjugándose furiosa las lágrimas—. Las cosas que me hiciste... el modo en que te sentí... ¡el modo en que me sentí!

Alice siguió luchando, pero él la mantuvo sujeta. Ella lo fulminó con la mirada, tenía las mejillas sonrojadas y los labios rojos y entreabiertos.

—Veo que mi madre tenía razón. Las aventuras son sólo para aliviar una necesidad física. Nada más. Supongo que el sexo es así para todo el mundo. ¡Con todo el mundo! ¿Por qué, si no, lo practica tanta gente?

— ¡Para! —gritó él con el corazón latiéndole descontrolado al seguir su lógica.

Ella también levantó la voz.

— ¿Por qué, si no, nuestro encuentro significa tan poco para ti? Soy una estúpida al creer que tú y yo somos únicos. Al parecer, tú podrías sustituirme por cualquiera y sentirías la misma intimidad. ¡Por lo tanto, concluyo que a mí cualquier otro hombre me hará sentir lo mismo!

—Maldita sea. No habrá ningún otro hombre.

— ¡Váyase al infierno, milord! —Exclamó ella, magnífica en medio de su furia—. No soy una gran belleza, pero estoy segura de que encontraré a algún hombre dispuesto a hacerme el amor y que luego no se arrepienta de ello.

—Deja que te diga que si te toca cualquier otro hombre, se arrepentirá de inmediato —contestó él entre dientes.

—Oh. —Parpadeó atónita y se llevó la mano que tenía libre al cuello—. Oh, vaya. ¿Estás siendo posesivo conmigo?

—Yo nunca soy posesivo.

—Has amenazado a cualquier hombre que me toque. ¿Cómo llamas a eso? —Se estremeció—. No importa. Me encanta, llámalo como quieras.

—Alice —gruñó Jasper, furioso, notándose un nudo en las entrañas.

¿Acaso tenía que volverlo siempre loco?

—Ese gruñido... —Alice abrió los ojos y luego lo miró con ternura—. Tus tendencias canallescas convierten el interior de mi cuerpo en gelatina, ¿lo sabías?

— ¡Yo no he gruñido!

Contra su voluntad, la estrechó contra él.

—Sí lo has hecho. ¿Qué estás haciendo? —Le preguntó, cuando Jasper le lamió los labios—. Vas a seducirme, ¿no?

El cerebro medio embriagado de él se inundó del calor que desprendía el delicado cuerpo de Alice, de su suave perfume y de su voz, que tanto le gustaba. Los sonidos que salían de su boca al alcanzar el orgasmo bastaban para que su miembro exultase. En ese mismo momento estaba goteando de lo excitado que estaba y Alice no había hecho nada para hacerlo sentir así. Sencillamente era quien era. Había algo indefinible en ella.

—No —murmuró él a su oído—. Voy a follarte.

— ¡Jasper!

Cuando le soltó la muñeca y le cubrió un pecho con la mano, no lo sorprendió notar el pezón excitado bajo su palma. Aquellos pezones grandes y deliciosos. La empujó hacia el suelo.

— ¿Qué? ¿Aquí? —Estaba tan sorprendida que Jasper se habría reído de no ser porque estaba sumamente concentrado en apartar la falda de ella de su camino—. ¿En la alfombra? ¿Qué le pasa a la cama?

—Para la próxima vez.

La descubrió húmeda y caliente y empezó a deslizar su miembro dentro de ella con un gemido de rendición.

Alice suspiró.

— ¿De esto también te arrepentirás? —le preguntó, moviéndose debajo de él.

Jasper sabía que seguía un poco dolorida, podía notar lo inflamada que estaba, pero se sentía incapaz de parar. Al mirar el rostro de Alice, mientras obligaba al cuerpo de ella a aceptarlo en su interior, casi se ahogó en el mar de sus ojos azules con motas doradas.

—Jamás —juró.

—Antes me has mentido. —Le sonrió radiante y con lágrimas en los ojos—. Nunca me había hecho tan feliz que me mintiesen.

Él tampoco había sido nunca tan feliz.

Lo que hizo que su tormento se convirtiese en un verdadero infierno.

 

Incapaz de dejar a Bella después de lo alterada que había estado la noche anterior, Edward no tuvo más remedio que acompañarla al picnic que había organizado Hammond al aire libre. Los invitados dejaron los caballos con los lacayos y caminaron hasta la zona elegida para la ocasión.

Bella llevaba un vestido de muselina con un estampado de flores, que terminaba con una gran lazada en la espalda y que, complementado con el pequeño sombrero de paja que le cubría la cabeza, la hacía parecer elegante y joven al mismo tiempo. A eso último también contribuía el brillo de sus ojos y su sonrisa radiante.

Edward todavía no podía creerse que él fuese el responsable de hacerla tan feliz. Antes de su desaparición, cuatro años atrás, nunca había hecho feliz a nadie excepto a sí mismo. Y jamás en toda su vida había hecho feliz a ninguna mujer fuera de la cama.

No tenía ni idea de cómo había conseguido tal hazaña. Lo único que sabía era que, aunque le costase la vida, seguiría haciéndolo.

Despertarse con ella besándolo en el pecho y con la risa en sus ojos era mejor que estar en el paraíso. Notar que se abrazaba a él, que lo buscaba dormida, que necesitaba su presencia para entrar en calor cuando tenía frío... Era una clase de intimidad que Edward no sabía que existía y que ahora había descubierto con su esposa, con la mujer más bella y maravillosa del mundo. Él era la persona que menos se merecía ese premio, pero la había encontrado. Y la cuidaría durante toda la vida.

Eyacular dentro de ella había sido un error sin importancia, uno que no volvería a cometer. No podía correr el riesgo de dejarla embarazada.

Desvió la vista hacia un lado y, tras observar a Trenton, dijo:

—Sigues pareciendo taciturno. ¿El aire del campo no ha obrado su milagro contigo?

—No —masculló Jasper con el cejo fruncido—. Me temo que mi dolencia no puede curarla el aire ni nada por el estilo.

— ¿Qué clase de dolencia es?

—Femenina.

Edward se rió.

—Yo espero poder desarrollar una cura para mi caso, pero por desgracia, dudo que pueda llegar a tiempo de ayudarte.

—Cuando Bella descubra alguna infidelidad tuya —le advirtió Trenton muy serio—, ni todos los santos del cielo podrán hacer nada por ti.

Edward se detuvo de golpe y esperó a que Trenton lo mirase. El resto del grupo siguió, de manera que ellos dos se quedaron solos.

— ¿Es eso lo que le dijiste anoche a mi esposa? ¿Que yo le sería infiel?

—No. —Trenton se le acercó más—. Sólo le dije que tenía que ser práctica.

—Bella es la mujer más pragmática que conozco.

—Entonces, señal de que no la conoces bien.

— ¿Disculpa?

Jasper sonrió irónico y negó con la cabeza.

—Bella es una romántica, Cullen. Siempre lo ha sido.

— ¿Estamos hablando de mi esposa? ¿De la mujer que abandona a sus amantes porque se encariñan con ella?

—Un amante y un marido son cosas completamente distintas, ¿no estás de acuerdo? Si sigues comportándote como hasta ahora, mi hermana se enamorará de ti. Y las mujeres pueden ser muy endiabladas cuando alguien rechaza sus sentimientos.

— ¿Enamorarse de mí? —exclamó Edward en voz baja, atónito. Si las muestras de cariño de esa mañana eran un ejemplo de cómo era Bella cuando estaba enamorada, él sin duda quería más. Lo quería todo. Aquél era el mejor día de toda su vida. ¿Y si todos los días pudiesen ser como ése?—. Yo no tengo ninguna intención de rechazar sus sentimientos. Yo la quiero, Trenton. Y quiero hacerla feliz.

— ¿Y olvidarte de todas las demás? Isabella no se conformará con menos. Por algún extraño motivo, cree en cosas tan irreales como el amor y la fidelidad en el matrimonio. Te aseguro que no lo ha aprendido de nuestra familia. Quizá de los cuentos de hadas, pero no de la realidad.

—De todas las demás —repitió Edward, distraído.

Miró hacia adelante y deseó poder ver a su esposa desde donde estaba. Como si hubiese sentido que necesitaba verla, Bella apareció en el horizonte y lo saludó y él dio un involuntario paso hacia ella.

—Estás muy impaciente —señaló Trenton.

— ¿Qué puedo hacer para conquistar su corazón? —Le preguntó a su cuñado—. ¿La agasajo con vino y rosas? ¿Qué les parece romántico a las mujeres?

Había conquistado a Rose escribiéndole poemas malísimos y regalándole flores silvestres, pero ahora tenía un objetivo distinto y mucho más importante. No podía dejar nada al azar. Para Bella todo tenía que ser perfecto.

— ¿Me lo preguntas a mí? —Trenton abrió los ojos como platos—. ¿Cómo diablos quieres que lo sepa? Yo nunca he querido que una mujer se enamorase de mí. Es un maldito inconveniente cuando pasa.

Edward frunció el cejo. Bella sabría qué hacer y él se moría de ganas de preguntárselo, igual que siempre, le daban ganas de acudir a ella en busca de consejo y para preguntarle su opinión. Pero el caso que lo ocupaba en aquel instante iba a tener que resolverlo él solo.

—Lo averiguaré.

—Me alegro mucho de que sientas cariño por Bella, Cullen. Yo a menudo me he preguntado qué buscaba Pelham fuera del lecho matrimonial, cuando era obvio que mi hermana estaba prendada de él. Al principio, fue bueno con ella.

—Pelham era un idiota. Yo no soy bueno para Bella. Ella está al corriente de todos mis defectos. Y será un milagro si consigue ver más allá de ellos.

Echó a andar y Trenton se puso a su lado con rapidez.

—A mí me parece que amar a una persona a pesar de sus defectos es un amor mucho más profundo que amarla porque no ves sus defectos.

Edward se quedó analizando un rato ese pensamiento y al final sonrió. Aunque su sonrisa se desvaneció cuando rodearon un árbol muy grande y vio a  Jacob Hargreaves hablando con Bella. Ella se reía de algo que él le había dicho y el conde la miraba con cariño. Los dos estaban cerca el uno del otro y era obvio que los unía cierta familiaridad.

Algo se retorció y se clavó dentro de él y apretó los puños. Entonces Bella lo vio y se despidió de su acompañante para acercarse.

— ¿Por qué te has quedado atrás? —le preguntó, cogiéndolo del brazo con gesto muy posesivo.

Sus entrañas dejaron de retorcerse y Edward exhaló tranquilo. Deseó poder estar a solas con ella, poder hablar igual que habían hecho la noche anterior, cuando volvieron a su dormitorio. Se habían tumbado en la cama y, con Bella acurrucada a su lado y los dedos de ambos entrelazados encima de su pecho, Edward le contó lo que sucedió con Rose. Le contó lo que había descubierto de sí mismo y escuchó los ánimos que ella le daba y la voz de la razón.

—No eres un mal hombre por eso —le había dicho—. Sencillamente, eras joven y necesitabas que alguien te adorase, después de vivir con una madre que sólo sabía decirte lo que hacías mal.

—Haces que parezca tan simple...

—Tú eres complicado, Edward, pero eso no significa que no pueda dolerte algo simple.

— ¿Como por ejemplo?

—Como por ejemplo decirle adiós a Rose.

Él la miró confuso.

— ¿Cómo se supone que tendría que hacer eso?

Bella se incorporó un poco y lo miró, sus ojos brillaron a la luz del fuego.

—Desde tu corazón. En persona. Del modo que tú quieras.

Edward negó con la cabeza.

—Tendrías que hacerlo. Quizá podrías salir a dar un paseo y aprovechar para decirle adiós. O escribirle una carta.

— ¿Visitar su tumba?

—Sí. —Su sonrisa le quitó el aliento—. Haz lo que tengas que hacer para decirle adiós y dejar de sentirte culpable.

— ¿Me acompañarás?

—Si quieres, por supuesto que sí.

En el transcurso de una hora, Bella había conseguido cambiar el odio que Edward sentía hacia sí mismo por aceptación. Ella hacía que todo pareciese tener sentido, que todos los desafíos fuesen asumibles, que lo imposible pareciese posible.

Edward quería hacerle sentir lo mismo, quería serle tan útil como pareja como ella lo era para él.

— ¿Y tú? —le preguntó—. ¿Me dejarás que te ayude a hacer las paces con Pelham?

Bella apoyó la mejilla en el torso de él y su melena se esparció por su hombro y su brazo.

—La rabia me ha dado fuerzas durante mucho tiempo —reconoció en voz baja.

— ¿A ti o a tus barreras, Bella?

Su suspiro le calentó la piel.

— ¿Por qué sigues insistiendo en mirar dentro de mí?

—Tú dijiste que esto era suficiente, pero no lo es. Yo lo quiero todo de ti. No estoy dispuesto a compartir ni la más mínima parte de tu persona con otro hombre, vivo o muerto.

La respiración de Bella se detuvo hasta tal punto que Edward estuvo a punto de zarandearla asustado. Pero entonces tomó aire y se le abrazó con todas sus fuerzas y apretó las piernas alrededor de las suyas. Él la estrechó del mismo modo.

—Podrías hacerme daño —susurró Bella—. ¿Eres consciente de ello?

—Pero no te lo haré —aseguró Edward, con los labios pegados al cabello de ella—. Y tarde o temprano te darás cuenta.

Tras un rato en silencio, los dos se quedaron dormidos. Fue el sueño más plácido que Edward había tenido en años, porque sabía que ya no iba a seguir pasando los días sin más. Ahora tenía un motivo por el que vivir.

—Bella —le dijo, acompañándola hacia el resto de los invitados, mientras en su cerebro intentaba encontrar el modo de conquistar su amor—, me gustaría mucho llevarte mañana a mi propiedad.

Ella lo miró por debajo del ala del sombrero de paja, que sólo dejaba al descubierto sus labios y poco más.

—Edward, puedes llevarme a donde quieras.

A él no le pasó por alto su insinuación. Hacía un día precioso, su matrimonio iba a salir adelante, él tenía el amor en su mente y en su corazón. Nada ni nadie podría arrebatarle esa felicidad. Iba a contestarle con otra insinuación cuando...

—Grayson.

La airada voz que se entrometió entre ellos no podría haberlo hecho en peor momento.

Él suspiró resignado y se volvió de mala gana hacia su madre.

— ¿Sí?

—No podéis seguir evitando a los otros invitados. Tenéis que participar en la búsqueda del tesoro de esta tarde.

—Por supuesto.

—Y asistir a la cena de esta noche.

—Así será.

—Y en el paseo a caballo de mañana.

—Lo siento, milady, pero en eso no voy a poder ayudaros —dijo Edward como si nada y se dio cuenta de que la tendencia mandona de su madre lo molestaba menos de lo habitual. Ni siquiera ella podía estropearle el día—. He reservado esa hora del día para lady Grayson.

— ¿Acaso no tienes vergüenza? —le preguntó la mujer, furiosa.

—La verdad es que poca, pero creía que ya lo sabías.

Bella se mordió la lengua para no reír y apartó la vista al instante. Edward consiguió mantener el rostro impasible.

— ¿Qué es tan importante que tienes que volver a desairar a tus anfitriones?

—Mañana iremos de visita a Waverly Court.

—Oh. —Su madre se quedó mirándolo un segundo, con aquella expresión de desaprobación tan habitual en ella que había acabado por dejarle arrugas en la cara—. A mí también me gustaría ir. Hace años de mi última visita.

Edward permaneció en silencio un momento y de repente recordó que sus padres habían vivido allí una época.

—Puedes acompañarnos si lo deseas.

La sonrisa de su madre lo pilló totalmente desprevenido y transformó el rostro de ella de un modo desconcertante. Pero desapareció tan rápido como había llegado.

—Y ahora, uníos al resto de los invitados, Grayson, y compórtate como corresponde a un hombre de tu posición.

—Espero que mañana puedas no hacer caso de su mal humor —dijo Edward, negando con la cabeza, mientras observaba a su madre alejarse de donde ellos estaban.

—Contigo a mi lado, claro que puedo —contestó Bella como si nada, como si con esas palabras no le hubiese sacudido el alma.

Edward tardó un segundo en recuperar la compostura y luego se permitió sonreír.

No cabía ninguna duda: nada podía estropearle el día.

—Muy propio de lady Hammond, emparejarnos para la búsqueda del tesoro —masculló Jasper, recorriendo apresuradamente el camino de láminas de madera.

—A mí, sólo de pensar que iba a buscar el tesoro contigo me daba vueltas la cabeza —se burló Alice—. Lo siento muchísimo si tú no sientes lo mismo cuando piensas en estar conmigo.

La mirada que Jasper le dirigió fue tan tórrida que a ella le pareció que le quemaba la piel.

—No. Yo no diría que «me da vueltas la cabeza» cuando pienso en estar contigo.

Las hojas muertas que había en el suelo crujían bajo las botas de Jasper. Vestido de verde oscuro estaba increíblemente guapo. De nuevo, a Alice le costó creer que una criatura tan masculina como él encontrase algo atractivo en una mujer como ella, pero era obvio que así era. Y que eso molestaba mucho al marqués.

—Si de mí dependiese —siguió diciendo Jasper—, te llevaría a ese claro de ahí y te lamería de la cabeza a los pies.

Alice mantuvo la vista fija al frente, porque no tenía ni idea de qué se suponía que tenía que contestar a una frase como ésa. Así que optó por mirar el papel que tenía en la mano, que no dejaba de temblarle, y decir:

—Tenemos que encontrar una piedra lisa y suave. Hay un río detrás de esa curva.

—Ese vestido que llevas me distrae.

— ¿Te distrae?

Era uno de sus vestidos más bonitos, de muselina rosa, con un lazo de seda rojo en la parte inferior del escote. Se lo había puesto sólo para él, a pesar de que no tenía unos pechos que hiciesen justicia al diseño.

—Sé que me bastaría con tirar un poco para que se te saliesen los pechos y poder lamerlos.

Alice se llevó una mano al corazón.

—Oh, vaya. Estás siendo muy malo.

Jasper resopló.

—No tanto como me gustaría. Quisiera apoyarte contra un árbol y levantarte la falda.

—Levantar... —repitió Alice, pero se detuvo de golpe al notar que todas y cada una de las células de su cuerpo respondían ante la imagen que habían creado las palabras de Jasper—. Es de día.

Él, perdido en sus pensamientos, dio unos pasos más antes de darse cuenta de que ella se había quedado detrás de él. Se dio la vuelta para mirarla, el oscuro cabello de él brilló bajo la luz que se colaba por la copa del árbol y dijo:

— ¿Tus pezones son distintos a la luz del sol? ¿Hueles de otra forma? ¿Tu piel es menos suave? ¿Tu sexo menos apretado y menos húmedo?

Alice negó con la cabeza a toda velocidad, incapaz de decir nada.

Jasper clavó su intensa mirada en la de ella.

—Debo irme mañana mismo, Alice. No puedo quedarme aquí y seguir seduciéndote. Que te hayan puesto bajo mi cuidado es un gesto tan inconsciente como pedirle al lobo que cuide de una oveja. Es incluso perverso.

A pesar de que ella intentó con todas sus fuerzas seguir el consejo de su madre, no pudo hacerlo. Le dolía el corazón, aunque rezó para que no se le notase.

—Lo entiendo —le dijo, en un tono de voz neutro, sin la alegría que había sentido antes.

¿Por qué la afectaba tan profundamente aquel hombre?

Después de irse del dormitorio de Jasper, Alice se había tumbado en su cama y se había quedado pensando precisamente eso durante horas. Al final, llegó a la conclusión de que era la suma de varios factores. Algunos externos, como por ejemplo su aspecto físico tan atractivo. Y otros internos, como la tendencia a alegrarse que tenía él ante los descubrimientos que hacía ella sobre cómo se relacionaban hombres y mujeres.

Cuando estaba a su lado, Alice no se sentía torpe ni rara. Se sentía deseable, ingeniosa e inteligente. Jasper creía que era «maravilloso» que a ella le gustase resolver problemas científicos y ecuaciones matemáticas. Incluso le había besado las manchas de tinta que tenía en los dedos, como si fuesen piedras preciosas.

Él era famoso por su hastío y su cinismo, pero Alice creía que sólo estaba dormido, no muerto. Y deseaba con todas sus fuerzas ser el catalizador que lo despertase a la vida. Pero sabiendo el fuerte sentido del honor y del deber que Jasper sentía respecto a su título, él jamás se lo permitiría.

Sí, lo mejor sería que se fuese.

—Será mejor que te vayas.

Jasper se la quedó mirando largo rato, inmóvil, así que cuando se lanzó encima de ella y la estrechó entre sus brazos, Alice realmente no se lo esperaba. Le hundió las manos en el cabello, la besó con pasión descontrolada, le metió la lengua entre los labios hasta dejarla sin aliento y sin capacidad de razonar.

—Me haces perder el control —le dijo enfadado, pegado a su boca—. Me vuelve loco ver que eres capaz de despedirte de mí como si nada.

—Es obvio que algo te ha vuelto loco —dijo una voz de mujer muy familiar para Jasper.

—Maldición —suspiró él exasperado.

—Muy propio de ti, Trenton, echarme a perder el día —se quejó Edward.

Capítulo 16: CAPÍTULO 15 Capítulo 18: CAPÍTULO 17

 
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