Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 20: CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 19

A Bella, el trayecto hasta Waverly le pareció maravilloso, a pesar de la presencia de su suegra. El orgullo que teñía la voz de Edward cuando éste le señalaba algo o le explicaba algún detalle de la propiedad era más que evidente. Compartir aquel día con él, construir recuerdos juntos, incrementó la sensación de intimidad que habían empezado a tejer entre los dos.

Bella lo escuchó con atención mientras él le hablaba con aquella voz tan grave y vio que los ojos de su esposo brillaban y que su expresión se animaba.

Qué distinto era aquel Edward del joven cínico que la había abandonado años atrás. Aquel hombre murió con Rose. El marido que Bella tenía ahora era sólo suyo y él nunca le había entregado su corazón a otra. Y, aunque Edward todavía no lo hubiese dicho en voz alta, ella sospechaba que la amaba.

Saber eso hizo que el día le pareciese más brillante, que tuviese mejor humor y que se sintiese más segura de sí misma. Estaba convencida de que si se amaban, juntos podrían superar cualquier obstáculo. El amor de verdad consistía en aceptar al otro con todos sus defectos y Bella no pudo evitar desear que Edward la amase a pesar de los suyos.

Cuando el carruaje se detuvo delante de la mansión de Waverly Park, Bella se levantó y se preparó para conocer a los miembros del servicio. Ese día, aquella formalidad adquiría un nuevo significado. En el pasado, ella nunca se había sentido como si fuese la marquesa de Grayson y, aunque no tenía ningún problema en asumir una responsabilidad para la que había sido educada, hacerlo nunca le había causado tanta satisfacción como entonces.

A lo largo de las horas siguientes, recorrió la mansión con la eficiente ama de llaves y se fijó en que ésta mostraba cierta deferencia hacia la madre de Edward, quien, al parecer, no tenía ningún problema en felicitar a los sirvientes por un trabajo bien hecho, a pesar de que le resultaba imposible hacer lo mismo con sus hijos. Sin embargo, los solemnes cumplidos que la marquesa viuda hacía a los sirvientes porque se habían acordado de hacer algo en concreto impedían el traspaso de poder y que Bella tomase las riendas de la mansión.

Cuando terminaron, ambas mujeres se sentaron en el salón del piso de arriba para tomar el té. A pesar de que su decoración estaba algo pasada de moda, la estancia era preciosa y estaba pintada en tonos dorados y amarillos muy agradables. La marquesa y ella consiguieron tener una conversación civilizada acerca de los entresijos de llevar una casa, aunque resultara breve.

Bella —dijo la mujer en un tono que hizo que su nuera se pusiera tensa de inmediato—, Grayson parece decidido a que desempeñes el papel de marquesa.

Bella levantó el mentón y le contestó orgullosa:

Yo estoy igual de decidida a hacerlo de la mejor manera que me sea posible.

¿Y eso incluye olvidarte de tus amantes?

Mi vida privada no es asunto suyo. Sin embargo, le diré que mi matrimonio es muy sólido.

Entiendo. —La marquesa viuda esbozó una sonrisa que no se reflejó en sus ojos—. ¿Y a Cullen no le preocupa la posibilidad de no tener nunca un heredero de su propia sangre?

Bella se quedó petrificada, con un bollo con mantequilla a medio camino de la boca.

¿Disculpe?

La madre de Cullen entrecerró sus ojos azules y la observó por encima del borde de la taza de porcelana.

¿A Grayson no le molesta que te niegues a darle un hijo?

Siento curiosidad por saber por qué cree algo así.

Por tu edad.

Sé la edad que tengo —replicó cortante.

Nunca antes has expresado el deseo de ser madre.

¿Y cómo lo sabe? Usted nunca ha hecho el esfuerzo de preguntármelo.

La mujer se tomó su tiempo antes de dejar la taza y su correspondiente platito en la mesa.

¿Quieres tener hijos? —le preguntó al fin.

Creo que la mayoría de las mujeres sienten ese deseo. Y yo no soy una excepción.

Bueno, me alegra oírlo —respondió la dama, distraída.

Bella se quedó mirando a la mujer que tenía delante e intentó adivinar qué pretendía. Porque seguro que estaba tramando algo. Ojalá conociese mejor a su suegra y pudiese descifrarla.

Bella. —Oír la voz que más le gustaba en el mundo la tranquilizó enormemente.

Se volvió con una sonrisa en los labios y vio a Edward entrar en el salón. El viento lo había despeinado y tenía las mejillas sonrojadas. Era el hombre más guapo que había visto nunca. Ella siempre lo había creído así. Y ahora, mirarlo consciente, además, del amor que sentía por él, la dejaba sin aire.

¿Sí, milord?

La mujer del vicario hoy ha dado a luz a su sexto hijo. —Le tendió ambas manos y la ayudó a ponerse en pie—. Se ha reunido un pequeño grupo de gente para ir a felicitarlos y en el pueblo han organizado una fiesta a la que me encantaría llevarte. Han venido incluso unos músicos.

La ilusión de Edward la había contagiado y le apretó las manos, eufórica.

¡Vamos!

¿Puedo ir yo también? —le preguntó a Edward su madre, levantándose del sofá.

Dudo que te guste —dijo él, apartando la mirada del rostro radiante de Bella. Luego se encogió de hombros—. Pero no pondré ninguna objeción.

Dame un segundo para refrescarme, por favor —le pidió su esposa en voz baja.

Tómate todo el tiempo que necesites —contestó Edward—. Pediré que preparen el landó. Es a poca distancia de aquí, pero ninguna de las dos vais vestidas para caminar.

Bella abandonó el salón con su habitual elegancia y Edward fue a seguirla, pero su madre lo detuvo.

¿Cómo sabrás si los hijos que te da son tuyos?

Edward se quedó petrificado y entonces se dio la vuelta muy despacio.

¿De qué diablos estás hablando?

No me dirás que crees que va a serte fiel, ¿no? Cuando esté embarazada, todo el mundo se preguntará quién es el padre.

Él suspiró resignado.

¿Acaso su madre no iba a dejarlo nunca en paz?

Dado que Bella nunca estará embarazada, el desagradable incidente que describes jamás llegará a suceder.

¿Disculpa?

Me has oído la primera vez. Después de lo que sucedió con Rose, ¿cómo se te ocurre pensar que algún día podría volver a querer pasar por algo así? El primogénito de

Michael o de Emmett heredará el título. Yo no pondré a Bella en peligro cuando no hay ninguna necesidad de ello.

Su madre lo miró atónita y, poco a poco, esbozó una sonrisa radiante.

Entiendo.

Eso espero. —Edward la señaló con un dedo y entrecerró los ojos—. Ni se te ocurra culpar a Bella de esto. Es mi decisión.

Ella asintió con inusual rapidez y docilidad.

Lo entiendo perfectamente.

Me alegro. —Volvió a darse la vuelta y se dirigió hacia la puerta—. Partiremos en breve. Si quieres venir, asegúrate de estar lista.

No temas, Grayson —dijo la marquesa tras él—. No me lo perdería por nada del mundo.

«Fiesta» era la palabra exacta para describir a la multitud que se había reunido en el prado que había frente a la casa del vicario y de la iglesia de al lado. Bajo las copas de dos grandes árboles había varias docenas de personas bailando y hablando animadamente, junto a un vicario más que radiante.

Bella sonrió a todo el mundo que se acercó a saludarlos. Cullen la presentó muy orgulloso a aquel montón de gente tan escandalosa y todos la recibieron con alegría.

Se pasó la hora siguiente observando cómo Cullen se mezclaba con los aldeanos. Habló largo rato con los que habían trabajado con él durante la construcción del muro de piedra y el respeto que ya sentían por su señor se incrementó cuando vieron que éste recordaba los nombres de todos y los de sus familiares.

Cullen jugó con los niños y los lanzó por el aire, y conquistó a un grupo de niñas que se echaron a reír cuando les dijo que llevaban unos lazos muy bonitos.

Y, durante todo ese rato, Bella lo observó de lejos y se enamoró tanto de él que le dolía. Notaba una opresión en el pecho y le dio un vuelco el corazón. El encaprichamiento infantil que había sentido por Pelham no era nada comparado con el amor adulto que sentía por Cullen.

Su padre tenía el mismo carisma —dijo la marquesa viuda a su lado—. Mis otros hijos no lo tienen en la misma medida y me temo que sus esposas lo diluirán todavía más. Es una pena que Grayson no pueda pasárselo a su hijo, cuando a él le sobra.

Protegida por la felicidad que llevaba sintiendo todo el día, Bella se sacudió de encima la rabia que experimentaba cada vez que oía hablar a aquella mujer.

Quién sabe qué rasgos heredará un niño cuando ni siquiera ha sido concebido.

Dado que, antes de salir, Grayson me ha asegurado que no tiene intención de dejarte embarazada, creo que puedo afirmar que mi hijo no le pasará sus rasgos característicos a nadie.

Bella la miró de reojo. El que había sido el bello rostro de la marquesa viuda estaba oculto tras el ala del sombrero, con lo que nadie podía ver la maldad que se escondía tras su fachada. Pero en cambio, eso era lo único que podía ver Bella.

¿De qué está hablando? —soltó, dándose la vuelta para enfrentarse a su antagonista.

Ella podía soportar las veladas insinuaciones, pero aquella frase tan envenenada y tan directa ya era demasiado.

He felicitado a Grayson por haber tomado la decisión de cuidar del título, como era su deber. —La marquesa bajó el mentón para ocultar los ojos de Bella, pero su mueca de satisfacción siguió siendo visible—. Él se ha apresurado a asegurarme que Rose es la única mujer con la que habría tenido un hijo. La amaba y ella es irreemplazable.

A Bella se le revolvió el estómago al recordar lo feliz que se había puesto Edward cuando descubrió que Rose estaba embarazada. Y, pensándolo bien, no podía recordar ni una sola ocasión en la que él le hubiese dicho que quería tener hijos con ella.

Incluso había intentado evitar el tema la noche anterior en lugar de hablarlo directamente y había dicho que sus hermanos se encargarían de tener un heredero.

Miente.

¿Por qué iba a mentir sobre algo tan fácil de demostrar? —Le preguntó su suegra con fingida inocencia—. Vamos, Bella, vosotros dos hacéis muy mala pareja. Claro que si tú puedes dejar a un lado tus deseos de ser madre y aceptas que el heredero de Grayson sea el hijo de otra mujer, entonces quizá podríais llevaros bien y ser más o menos felices.

Ella cerró los puños y luchó contra el instinto de enseñarle los dientes a aquella mujer y de arrancarle los ojos con las uñas. Y también de echarse a llorar. No sabía de qué tenía más ganas. Pero sabía que tanto si hacía una cosa como la otra, sólo serviría para darle ventaja. Así que le sonrió y se encogió de hombros.

Me encantará demostrarle lo equivocada que está.

Recorrió la poca distancia que las separaba del resto de la gente y rodeó el tronco de uno de los árboles. Allí, oculta de ojos curiosos, se apoyó en la corteza, sin importarle las manchas que pudiesen quedarle en el vestido.

Estaba temblando, de modo que entrelazó los dedos de las manos y respiró hondo varias veces. No volvería a la fiesta hasta haber recuperado la compostura.

A pesar de que todo su ser le decía que tenía que confiar en Edward, en que era lo bastante buena para él, en que la quería y deseaba su felicidad, Bella seguía oyendo aquella vocecita en su cabeza que le decía que Pelham no había tenido bastante con ella.

¿Bella?

Edward se metió bajo la copa del árbol y, en sus ojos, ella vio lo preocupado que estaba.

¿Sí, milord?

¿Te encuentras bien? —le preguntó, acercándose más—. Estás pálida.

Bella movió una mano para quitarle importancia.

Tu madre ha intentado provocarme de nuevo. No es nada. Dame un segundo y me recuperaré.

Edward gruñó enfadado; era el sonido de un hombre dispuesto a defender a su mujer.

¿Qué te ha dicho?

Mentiras, mentiras y más mentiras. ¿Qué otro recurso le queda? Tú y yo ya no estamos separados y compartimos el mismo lecho, así que lo único que ha podido hacer ha sido atacarme con el tema de los hijos.

Edward se tensó visiblemente, Bella lo vio y se preocupó.

¿Qué pasa con los hijos? —le preguntó él, inseguro.

Dice que no quieres tenerlos conmigo.

Edward se quedó inmóvil durante mucho rato y cuando reaccionó hizo una mueca de dolor. Ella sintió que se le paraba el corazón y luego se le subía a la garganta.

¿Es verdad? —Se llevó una mano al pecho—. ¿Edward? —insistió, al ver que él no contestaba.

Su marido gruñó y apartó la vista.

Quiero dártelo todo. Todo. Quiero hacerte feliz.

Todo excepto hijos.

Él apretó la mandíbula.

¿Por qué? —le preguntó llorando, al notar que se le rompía el corazón.

Edward levantó la cabeza y volvió a mirarla.

No voy a perderte —afirmó rotundo—. No puedo perderte. No voy a correr el riesgo de dejarte embarazada y que mueras al dar a luz.

Bella retrocedió tambaleándose y se cubrió la boca con una mano.

¡Por Dios santo, no me mires así, Bella! Podemos ser felices nosotros dos solos.

¿Podemos? Me acuerdo de lo contento que estabas al saber que Rose estaba embarazada. Estabas exultante. —Negó con la cabeza y se llevó los dedos al labio inferior para ver si así le dejaba de temblar—. Yo quería darte eso.

¿Y te acuerdas también de mi dolor? —Le preguntó él a la defensiva—. Lo que siento por ti va mucho más allá de lo que he sentido nunca por nadie. Perderte me destruiría.

Crees que soy demasiado mayor para ti.

Incapaz de seguir contemplando el tormento de Edward, que sin duda reflejaba el que ella sentía, Bella intentó esquivarlo.

Esto no tiene nada que ver con la edad.

Sí tiene que ver.

Edward la cogió por el brazo cuando pasó por su lado.

Te prometí que yo sería suficiente para ti y lo seré. Puedo hacerte feliz.

Suéltame —le pidió en voz baja, mirándolo de frente—. Necesito estar sola.

Los azules ojos de él se llenaron de frustración, miedo y algo de rabia. Ninguna de esas emociones afectó a Bella. Estaba aturdida, una sensación que había experimentado siempre que le asestaban una herida mortal.

Todo excepto hijos.

De nuevo se llevó una mano al pecho y tiró del brazo que Edward le seguía sujetando.

No puedo dejar que te vayas así, Bella.

No tienes elección —se limitó a contestar ella—. No me retendrás en contra de mi voluntad delante de toda esta gente.

Pues entonces me voy contigo.

Quiero estar sola —reiteró.

Él se quedó mirando el frío cascarón en que se había convertido su esposa y, al ver la enorme distancia que existía en esos momentos entre los dos, se preguntó si podrían saltarla. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración.

Por Dios santo, tú nunca me habías dicho que quisieras tener hijos. ¡Me hiciste prometerte que no me correría dentro de ti!

¡Eso fue antes de que tú decidieras convertir nuestro acuerdo temporal en un matrimonio permanente!

¿Cómo diablos querías que supiera que habías cambiado de opinión sobre ese tema?

Seré tonta... —Los ojos de Bella ardieron como el fuego—. Tendría que haberte dicho: «Una última cosa, antes de que me enamore de ti y quiera tener hijos, deja que te pregunte si tienes alguna objeción al respecto».

«Antes de que me enamore de ti...»

En cualquier otro momento, esas palabras lo habrían llevado al cielo. Ahora le dolían en el alma.

Bella... —Respiró hondo y tiró de ella hacia él—. Yo también te amo.

Bella negó con la cabeza y los rizos de su melena se movieron violentamente de un lado a otro.

No. —Levantó la mano para alejarlo de ella—. Esto es lo último que quiero oír de ti. Quería ser tu esposa en todos los sentidos, estaba dispuesta a intentarlo, pero tú acabas de rechazarme. Ahora ya no tenemos nada. ¡Nada!

¿De qué diablos estás hablando? Nos tenemos el uno al otro.

No, no es así —afirmó Bella con tanta rotundidad que a Edward se le cerró la garganta y dejó de entrarle aire—. Tú quisiste que fuésemos más que amigos y ahora no podemos volver atrás. Y ahora... —se le atragantó un sollozo—, ahora no puedo hacer el amor contigo, así que tampoco podemos seguir casados.

Edward se quedó petrificado y el corazón le dejó de latir.

¿Qué?

Te odiaría cada vez que te pusieses protección o que salieses de dentro de mi cuerpo para eyacular fuera. Saber que no vas a permitirme que lleve a tu hijo...

Él la cogió por los hombros para zarandearla y hacerla entrar en razón. Bella reaccionó dándole una patada en la espinilla que lo hizo maldecir y soltarla de inmediato. Luego, ella corrió hacia el landó y él la siguió tan rápido como se lo permitió el decoro. Pero justo cuando Bella subía al coche sin la ayuda de nadie, la madre de Edward se interpuso en el camino de su hijo.

¡Bruja! —La insultó él, cogiéndola por el codo para llevarla aparte—. Yo partiré hoy mismo, pero tú te quedas aquí.

¡Grayson!

Esta propiedad te gusta, así que no te hagas la ofendida. —Se inclinó hacia ella hasta hacerla retroceder—. Guárdate todo el miedo para el día en que vuelvas a verme y reza para que no sea nunca, porque eso significará que Bella no me ha perdonado. Y, si eso sucede, ni siquiera Dios podrá protegerte de mi ira.

Dejó a su madre allí y corrió tras el landó, pero su paso se vio entorpecido por los aldeanos que querían saludarlo. Cuando por fin llegó a la mansión, Bella ya había hecho preparar el carruaje y se había ido.

Luchando contra el miedo que tenía de haber herido su amor de un modo irreparable, Edward montó en su caballo y partió en su busca.

Capítulo 19: CAPÍTULO 18 Capítulo 21: CAPÍTULO 20

 
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