NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46971
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

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La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 6: Castigados

*RECOMENDABLE ESCUCHAR CON "TROUBLE, COLDPLAY*

Dedicado a: yoyocullenmasen y Keit ♥

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Bella se quedó inmóvil, conteniendo la respiración.

Jasper envolvía a Alice en sus brazos con ademán protector y Jacob resguardaba a Bella con su propio cuerpo. Ambos miraron fijamente al otro lado de la puerta, atentos y en guardia.

Bella dio un respingo al oír otro chasquido en el jardín, pero en esta ocasión había sonado más lejos. Pasados algunos segundos… silencio.

 

Aguardaron unos instantes más sin incidentes. Jasper y Jacob intercambiaron una mirada y, como obedeciendo a una señal, echaron a correr hacia la puerta. Tras escudriñar los alrededores, Jasper se volvió hacia el grupo e hizo un gesto de asentimiento. A su señal, se internaron en el jardín, corrieron por el sendero hasta la portilla y salieron a los campos del colegio. Sin pronunciar palabra, Alice tendió el candado a Jasper y él aseguró la entrada.

 

Por primera vez, Bella se dio cuenta de que Jacob no había deshecho su abrazo. Desprendía un efluvio característico a pino o a enebro que ella inhaló con fruición mientras se relajaba en sus brazos. De inmediato, él la estrechó con más fuerza. Las últimas luces abandonaban el cielo cuando Jasper los hizo entrar por una puerta accesoria que conducía directamente al vestíbulo principal. A la luz del edificio, Bella reparó en la palidez de Alice, que se aferraba a Jasper llorosa. Tenía rastros de sangre en la mejilla y él le rozó la herida con el dedo.

 

—Te has lastimado —observó—. Será mejor que te llevemos a la enfermería.

Alice asintió con un gesto y Jasper la rodeó con el brazo mientras se alejaban por el vestíbulo. Bella volvió a sentir aquella extraña punzada de envidia. Como si se hubiera dado cuenta, Jacob se acercó a ella y, apartándole el pelo con una caricia, le examinó el rostro.

 

— ¿Te has hecho daño?

 

Aquella mirada de preocupación le provocó un revuelo en el corazón. Ahora que Jacob la había soltado, Bella sentía el impulso irrefrenable de lanzarse a sus brazos y aspirar aquella esencia que despedía. El menor roce de su piel le provocaba escalofríos.

Exhaló un suspiro tembloroso.

 

—Jacob, ¿qué ha sido eso de ahí fuera?

 

—No lo sé.

Algo en su tono de voz no le sonó del todo sincero y lo miró molesta. Tenía la sensación de que le estaba ocultando algo… algo importante.

 

—Tenemos que contarle a Tanya lo que ha pasado —afirmó Bella. La determinación ardía en sus ojos.

 

—Supongo que tienes razón —repuso Jacob—. Pero podemos esperar a mañana. Seguramente ahora estará durmiendo. Todos estamos bien y no querrás que piense que montas una escena por nada, ¿no?

 

Bella habría querido contradecirlo, pero comprendió que tenía razón. Al fin y al cabo, no habían visto nada. No obstante, después del susto en el jardín y de la emoción del rescate, necesitaba hacer algo. Volver a buscar lo que quiera que hubiese ahí fuera. O como mínimo sentarse a charlar de lo sucedido. No podía irse a dormir como si nada.

 

— ¿Y si vamos a ver cómo está Alice? —sugirió en tono esperanzado.

 

—Está bien… Jasper está con ella —Jacob hizo una pausa y prosiguió de mala gana, como si ya supiera qué iba a decir ella—. Mira, son más de las once. Ha pasado el toque de queda. Deberías irte a la cama y mañana ya nos ocuparemos de esto.

 

Bella no daba crédito a lo que estaba oyendo.

— ¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¡Ni hablar, Jacob! Yo quiero hablar de lo que acaba de pasar. Dime la verdad… ¿qué has visto ahí fuera?

 

El otro formuló su respuesta con cuidado.

—Me temo que no he visto nada. A lo mejor era algún tipo de animal. Es posible que hayáis molestado a un zorro o a un tejón.

 

Cuando Bella abrió la boca para protestar, él la detuvo con un gesto.

—Estás cansada, Bella. Yo también lo estoy. Deberías irte a dormir, en serio.

 

Bella deseaba permanecer despierta, pero discutir sobre si estaba o no cansada no le parecía un buen motivo para desobedecer el toque de queda y arriesgarse a ser castigada.

 

A regañadientes, accedió.

—Muy bien, pues. Buenas noches, Jacob.

 

Aunque lo dijo en tono irritado, cuando se dio media vuelta para irse él la cogió por la muñeca y la atrajo hacia sí con suavidad.

— ¿Qué pasa? ¿No me vas a dar un beso de buenas noches? —Sugirió Jacob con una carcajada ronca—. ¿Nada de « Gracias por rescatarme, Jacob»? ¿Ni siquiera un « Eres mi héroe, Jacob»? No hay que irse a la cama enfadada, ma belle Bella.

 

Los ojos negros del chico destellaban traviesos cuando la envolvió en el abrazo que momentos antes ella tanto había ansiado. Al principio, Bella se resistió por pura tozudez, pero cuando él bromeó susurrándole al oído: « Es más divertido si colaboras» , se echó a reír. Fuera como fuese, el acento de Jacob era irresistible y aquellos ojos la desarmaban.

 

Al besar a Bella en la mejilla, Jacob dejó reposar los labios un instante de más. Ella notó su aliento cálido y delicioso en la piel. Se acercó a él con la esperanza de prolongar aquel momento.

 

—Ahora —le musitó Jacob al oído— vete a la cama por tu propio pie o te llevaré a rastras.

 

Aun cuando por dentro se estaba derritiendo, Bella trató de parecer imperturbable.

 

—Pues muy bien —le espetó, y se dio media vuelta antes de que él pudiera advertir el efecto que ejercía sobre ella.

 

Aunque, por supuesto, Jacob ya lo sabía.

—Dulces sueños —le gritó con una risa.

Bella corrió escaleras arriba sin mirar atrás.

 

 

A la mañana siguiente, Bella se levantó a las seis rebosante de una energía extraña, como si la adrenalina de la noche anterior aún corriese por sus venas. De pie ante el armario, se preguntó qué tipo de ropa sería la más adecuada para trabajar al aire libre. Al final optó por unos pantalones de chándal, unas zapatillas de deporte y una camiseta blanca con el escudo del colegio. Se recogió el pelo con una pinza y corrió escaleras abajo con el volante en la mano.

 

Le gruñía el estómago, pero era demasiado temprano para que el comedor estuviera abierto. Echó un vistazo por probar y en efecto lo encontró vacío, aunque alguien había dejado bocadillos de beicon sobre una plancha y una cubo plateado lleno de botellas de agua. Entró en la sala con cierta inseguridad.

Deben de ser para nosotros. De no ser así, ¿por qué iban a estar ahí?

Cogió un bocadillo y una botella de agua y paseó la vista por aquella sala desierta.

—Gracias —susurró al mismo tiempo que sostenía una botella en alto a modo de saludo.

 

Bella dio cuenta del bocadillo mientras recorría el silencioso vestíbulo, y poco después estaba bajando la escalinata de entrada. El aire de la mañana soplaba fresco, el cielo estaba despejado y las hojas de hierba le cosquilleaban los tobillos con el roce gélido de la escarcha. Pensó que, en realidad, resultaba bastante agradable caminar por el jardín a solas.

Aunque preferiría no tener que hacerlo a diario.

 

Revisó mentalmente las experiencias del día anterior y ensayó cómo se las podría narrar a Tanya sin parecer histérica o demasiado emotiva. No iba a ser fácil. Al traspasar el lindero de la arboleda y penetrar en las sombras del bosque, se estremeció; allá donde no daba el sol, la temperatura descendía varios grados. El camino, recto como una flecha, discurría bajo los pinos, junto a espinosas zarzas. Las hojas muelles de los helechos le rozaban las piernas con delicadeza, pero ella apenas lo notaba, sumida como estaba en su disección mental de la noche previa.

 

Al cabo de unos diez minutos, el camino alcanzó un murete de piedra, junto al cual proseguía a lo largo de unos quince metros antes de desembocar en la entrada de un pequeño cementerio algo descuidado. En el centro del mismo se erguía una antigua capilla de piedra, a cuya entrada se congregaba un reducido grupo de alumnos con aspecto aburrido. Bella exhaló un mudo suspiro de alivio cuando advirtió que todos iban más o menos vestidos como ella. Como no conocía a nadie, se quedó un poco al margen del grupo, apoyado contra el tronco retorcido de un tejo.

 

Apenas se había acomodado cuando la puerta de la capilla se abrió y apareció una mujer en el umbral. Iba ataviada con informalidad: pantalones de lino oscuros, blusa blanca y melena larga recogida con desenfado. Sostenía un sujetapapeles.

 

— ¿Me podéis dar vuestros volantes, por favor?

Fue tomando los volantes de los alumnos sin hacer ningún comentario. En cambio, cuando le llegó el turno a Bella, la saludó.

 

—Tú debes de ser Bella —parecía tan complacida como si acabaran de presentarlas en el comedor ante una taza de té—. Tanya me ha hablado mucho de ti. Soy Emily Young, la bibliotecaria. Pásate por la biblioteca a saludarme cuando tengas un momento. Tanya ha dejado unos libros para ti en mi mesa.

Obsequió a Bella con una sonrisa alegre y siguió recogiendo los volantes. Cuando hubo terminado, alzó la voz para que todo el grupo pudiera oírla.

 

—Sé que estáis impacientes por saber qué trabajo os aguarda hoy. De modo que no os haré esperar. Por favor, seguidme.

 

Algunos de los estudiantes pusieron los ojos en blanco y se rieron por lo bajo mientras se apelotonaban tras ella. Bella, discreta, se mantuvo algo apartada.

Emily los guió alrededor de la capilla hasta un cobertizo construido al fondo del camposanto. El cementerio era encantador, salpicado de antiguas lápidas que se torcían sin orden ni concierto entre hierba densa y suave a la sombra de los árboles. En un claro de sol, un viejo banco de jardín se pudría despacio contra el muro. Un hombre ataviado con el uniforme negro característico del personal del colegio los aguardaba detrás del cobertizo.

 

—Hoy vais a adecentar el cementerio —explicó Emily—. El señor Tanner os proporcionará todo lo necesario y os asignará los trabajos. ¡Buena suerte!

 

Con una alegre sonrisa, se alejó a paso vivo por el sendero y cruzó la puerta para marcharse. Bella se acercó al grupo que hacía cola ante el cobertizo del señor Tanner.

—Os voy a dividir en equipos.

 

El jardinero poseía una sonora voz de barítono. Viéndolo distribuir los aperos, Bella no pudo sino admirar su envergadura. Debía de medir casi un metro noventa de alto y tenía unos brazos gruesos y fuertes, probablemente, conjeturó, de toda una vida trabajando al aire libre. Su piel era de color café

y lo envolvía un aire tranquilo y encantador.

 

—Vosotros, los de aquí —señaló con un gesto a un grupo de chicos que hacía ruido con sus herramientas— seréis los encargados de limpiar las tumbas de hierbajos. Mientras que este otro grupo —señaló a dos muchachos y una joven que empujaban podadoras en direcciones diversas— se ocupará de cortar la hierba.

 

Bella era la última de la fila. Cuando llegó a la altura del señor Tanner, él la saludó con un gesto educado.

—Vosotros dos seréis los encargados de rastrillar.

¿Dos?

 

Se dio media vuelta a toda prisa y descubrió a Edward, que de pie detrás de ella, con aire inocente, recogía las herramientas que le tendía el jardinero. Mientras Bella lo miraba perpleja, Edward dio las gracias con educación y echó a andar con los dos rastrillos en una mano.

Saltando y tropezando por el terreno irregular, Bella corrió tras él. Entretanto, el molesto zumbido de las podadoras empezaba a poblar el aire.

 

— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y adónde vas? —le preguntó irritada. Como él no le hacía ni caso, gritó—: ¡Eh! ¿Adónde vas? ¡Tenemos que rastrillar!

 

Edward no se dejó intimidar.

—Estoy castigado. ¿Tú por qué estás aquí? ¿Y puedes tranquilizarte, por favor? Tenemos que esperar unos minutos a que hayan podado un buen trozo. Es mejor que no estorbemos de momento.

 

Solo se detuvo cuando llegó al tejo que se alzaba cerca de la capilla. Apoyó los rastrillos en el tronco y después, ayudándose con una raíz superficial, se encaramó a una rama, donde se acomodó con las piernas colgando. Le tendió a Bella una mano y enarcó las cejas con ademán interrogativo.

 

Después de dudar solo un momento (e imaginarse a sí misma en el suelo, diciendo con actitud digna: « No, gracias, prefiero estar de pie»), Bella trepó al tejo de mala gana. Cuando Edward le dio la mano y la ayudó a sentarse a su lado, algo en la mirada del chico que no supo cómo interpretar la hizo ruborizarse.

 

Bella se deslizó hacia atrás por el ramal retorcido y se sentó con una pierna colgando y la otra doblada, con el pie apoyado sobre la rama. Edward se colocó de espaldas al tronco y de cara a ella. Hizo girar una ramilla entre los dedos mientras la observaba con curiosidad. Bella por su parte, fingiendo no reparar en aquel escrutinio, observaba cómo los encargados de las podadoras eliminaban la hierba.

 

—Mira —empezó a decir Edward—, llevo un tiempo queriendo verte a solas para disculparme.

 

Ella posó los ojos en él, sorprendida. Pensó que el chico parecía incómodo, algo impropio de él.

 

—El otro día, en la biblioteca, te llevaste una idea equivocada de mí —continuó—. Creo que me entendiste mal. En realidad, pienso que tienes el mismo derecho que cualquiera a estar aquí. ¿Vale? Por favor, créeme.

 

Aunque asintió, Bella siguió mirándolo con recelo. Él suspiró frustrado.

—Me siento fatal. Debes de pensar que soy un capullo.

 

Ella volvió a asentir, medio sonriendo con ironía, y Edward se echó a reír. Bella intentó reprimir una sonrisa pero fracasó.

—Lo sabía. Bella, espero que me creas. No quise decir lo que tú interpretaste. Para nada. Odio a los esnobs de este colegio y por nada del mundo quisiera ser uno de ellos. ¿Podemos empezar de cero?

 

En su fuero interno, Bella no confiaba en él. Claro que, pensándolo bien, en su fuero interno no confiaba en nadie. ¿Y qué sentido tenía alargar aquello?

 

—Claro —consintió por fin.

 

—Bien. Ahora podemos volver al principio —mirando en dirección al jardín, Edward continuó—: Perfecto. En fin, lo bueno si breve… Parece que ya han dejado una zona despejada. Será mejor que empecemos.

 

Bajó del árbol de un salto y aterrizó con suavidad. Luego se giró para ayudar a Bella. Ella se colocó en el borde de la rama y Edward, ignorando la mano que le tendía, la cogió por la cintura y la hizo descender del árbol con facilidad. A Bella le sorprendió lo fuerte que era.

 

— ¡A trabajar! —dijo él mientras cogía los rastrillos. Admirando su elasticidad, Bella lo siguió hacia el cementerio.

 

Las lápidas apenas revelaban información de sus ocupantes («Emma Littlejohn, amada esposa de Frederick Littlejohn y madre de Frances Littlejohn 1803-1849. Descanse en paz»), pero Bella no pudo evitar leer todos y cada uno de los epitafios al pasar, pensando en las personas que describían y preguntándose si habrían sido felices y cómo habrían acabado en aquel lugar.

Cuarenta y seis. No es una edad muy avanzada, pensó. Su propia madre debía de tener esa edad, si no más.

 

Las podadoras ya habían despejado buena parte de las hierbas más altas. Edward le tendió a Bella una herramienta y procedió a rastrillar hojas y hierba, que amontonaba con destreza. Ella lo imitabalo mejor que podía, procurando susurrar una disculpa ante cada tumba.

 

Siento molestarla, señora Coxon (1784-1827). Solo será un momento.

Por desgracia, su montón apenas crecía; perdía la mitad de la hierba por el camino.

 

—Esto se te da de maravilla —comentó Edward con sorna.

 

— ¡Calla! —se rio Bella—. No me agobies. Es la primera vez que lo hago.

 

— ¿Qué haces qué? ¿Rastrillar? —la sorpresa del chico parecía genuina.

 

—Sí. Nunca he usado un rastrillo —Bella se encogió de hombros.

 

— ¿Cómo que nunca has usado un rastrillo? ¿Es que tus padres no te hacían trabajar? —se escandalizó él.

 

—Vivo en Forks, Edward. No tenemos jardín, tenemos una especie de patio con muchas macetas y algunas flores en los márgenes. He quitado las malas hierbas montones de veces, pero nunca he pasado el rastrillo.

 

Edward siguió trabajando en silencio durante unos minutos. Luego negó con un movimiento de la cabeza.

—En Forks debe de haber montones de niños que nunca han hecho algo así. Me parece rarísimo. No podría vivir sin trabajar al aire libre, sin ensuciarme las manos de tierra.

 

Apoyada en el rastrillo, Bella admiró la destreza de Edward.

— ¿De dónde eres? —le preguntó.

 

Él hizo un gesto con el brazo que abarcaba hasta donde alcanzaba la vista.

—Lo estás viendo.

 

— ¿Cómo, vives por aquí?

 

—Vivo aquí. Esta es mi casa.

 

Extrañada, Bella siguió trabajando unos minutos más hasta que volvió a detenerse para apartarse de los ojos un mechón suelto.

 

—Pero ¿dónde vivías antes de venir aquí?

 

Edward dejó de rastrillar también.

—En ninguna parte. Me crié aquí. Mis padres trabajaban en el colegio. Estudio gracias a una beca. Nunca he vivido en ninguna otra parte.

 

— ¿Tus padres son profesores?

 

Mientras volvía al trabajo, Edward respondió sin alzar la vista.

—No. Mis padres formaban parte del personal de servicio. Recalcó las palabras «formaban» y « personal».

 

—Entonces —Bella amontonó la hierba con el rastrillo—, ¿ya no trabajan aquí?

 

—No —respondió él con frialdad—. No te dejan trabajar aquí cuando estás muerto.

La muchacha se quedó de piedra. Él seguía rastrillando con furia; Bella alcanzaba a ver las flexiones de sus músculos bajo la camiseta.

 

Aquí yacen el señor y la señora Cullen. Descansen en paz.

 

—Oh, Dios mío, Edward, lo siento. No lo sabía.

 

Edward continuó trabajando.

—Claro que no. ¿Cómo ibas a saberlo? No te preocupes.

 

Tras dejar caer la herramienta, ella se acercó y le tocó el brazo.

 

—Lo siento muchísimo.

 

Edward se zafó y la fulminó con la mirada.

—No lo sientas. Y, en serio, no quiero pasarme aquí todo el día, así que ¿me vas a ayudar?

 

Molesta, Bella recogió el rastrillo y se desplazó unas cuantas tumbas más allá. Durante veinte minutos trabajaron en silencio. A Bella le dolían la espalda y los brazos, pero se las arregló para conseguir unos buenos montones de hojas y hierba. Miró a Edward unas cuantas veces, pero él no alzó la vista.

 

Poco a poco, el horrible zumbido de las máquinas se fue apagando hasta que, transcurridos unos diez minutos, cesó por completo. Desconectaron la última de las podadoras y se la devolvieron al señor Tanner que, meticuloso, organizaba la devolución de las herramientas.

 

—Creo que ya hemos acabado.

Bella estaba tan concentrada en el trabajo que al oír a Edward dejó caer el rastrillo sobresaltada. Cuando se agachó para recogerlo, el mechón de pelo volvió a soltarse y se lo retiró con aire ausente.

 

—Ven —ordenó él—. Date la vuelta.

 

Ella lo miró con inseguridad, pero acabó por obedecer tras vacilar un momento. A su espalda, Edward le acarició el bucle caído y lo fue introduciendo en la pinza con delicadeza. Bella se quedó inmóvil. Aquel contacto suave en la nuca le provocaba escalofríos. Al cabo de pocos segundos, la caricia cesó sin que él hubiera pronunciado palabra alguna.

 

Cuando Bella se dio la vuelta, Edward caminaba hacia la capilla cargado con los dos rastrillos. Corriendo para alcanzarlo, tropezó con un montón de hierba.

 

—Aquí tienes, Bob —dijo Edward mientras le tendía los aperos al señor Tanner.

 

—Gracias. ¿Otra vez metido en líos, Edward?

 

—Siempre.

 

El señor Tanner profirió una carcajada ronca con la que Bella simpatizó al instante. Obsequió al hombre con una sonrisa y se metió las manos en los bolsillos.

 

—Espero que hayamos hecho un buen trabajo, señor Tanner.

 

Él le sonrió con amabilidad.

—Magnífico, señorita Swan. Gracias por su ayuda.

 

Mientras se alejaban por el sendero, gritó a su espalda:

—No deje que Edward la meta en más líos.

 

Este enfiló por el camino a paso vivo y cruzó la verja sin esperarla. Por un momento, Bella consideró la idea de darle alcance, pero la desechó. En cambio, decidió andar con indolencia con la esperanza de que Edward le tomara una buena delantera.

 

Sin embargo, al doblar una curva unos minutos más tarde, lo vio plantado en el camino, dando patadas a una piedra. Evitó su mirada y pasó junto a él sin decir una palabra.

 

— ¡Bella, espera!

 

Lo oyó correr para alcanzarla pero no se volvió a mirar. Cuando llegó a su altura, Edward se puso a andar de espaldas, de cara a ella.

 

—El caso es —reconoció— que me he vuelto a portar como un idiota.

 

—No pasa nada —respondió ella sin dejarse conmover—. Al menos eres coherente.

 

La carcajada de Edward pilló a Bella por sorpresa.

—Vale, me lo merezco. Lamento haber sido tan brusco. Es solo que… algunos temas me ponen de mal humor —su mirada se ensombreció y apartó otra piedra del camino de una patada.

 

Bella pensó en Emmett y en lo mal que llevaba ella el tema de su desaparición.

—Tranquilo —contestó—. Está olvidado.

— ¿Seguro? —insistió él.

 

—Del todo.

Satisfecho, Edward dio media vuelta y siguió caminando junto a ella.

 

— ¿Te has recuperado de lo de ayer?

 

Ella se lo quedó mirando, sorprendida.

— ¿Cómo sabes lo de ayer?

 

—No hay secretos en Cimmeria —contestó él—. He oído que Alice se hizo daño corriendo por ahí a oscuras.

 

Bella se preguntó hasta qué punto podía sincerarse. Quería hablar con alguien de lo sucedido, pero temía que Edward se burlara de ella.

 

—Pasamos mucho miedo —reconoció.

 

— ¿Qué visteis exactamente?

 

—Nada —admitió la muchacha—. O sea, estaba demasiado oscuro. Solo oímos…

Bella no sabía cómo explicarlo.

 

— ¿Qué oísteis? —Edward la miraba con una expresión indescifrable.

 

—Algo que gruñía —confesó ella—, como un perro. Pero oí pasos también. Como de persona. ¿Qué crees que pudo ser? —preguntó—. O sea, ¿la gente de por aquí tiene perro? ¿Los profesores o el personal de servicio?

 

—No hay perros —respondió el otro sucintamente.

 

—Bueno, pues alguien tiene un perro —musitó ella—. O alguien gruñe.

 

Edward se detuvo tan de repente que Bella estuvo a punto de chocar contra él.

— ¿En serio? —insistió—. Yo creo que os gastaron una broma. Alguien quiso asustaros.

 

Por alguna razón, Bella no se esperaba aquella explicación.

— ¿Y por qué iba nadie a hacer algo tan estúpido?

 

—Porque son unos críos —apuntó él—. Y están aburridos. Y porque tú eres la nueva. Lo hicieron por diversión.

La idea de que un grupo de chicos se hubiera burlado de ella parecía plausible. Y la ofendía, aunque procuró disimularlo. Mientras seguía andando junto a Edward, se miró los pies y tragó con fuerza. No, aquella explicación no acababa de sostenerse. Porque ¿qué pasaba con Alice? Ella también había estado allí.

 

Después de meditarlo, concluyó que solo había dos posibilidades. O bien el incidente había sido una broma de mal gusto, en la cual Jasper y Jacob habían participado, o bien Edward estaba mintiendo.

 

Lo miró a hurtadillas; él mantenía la vista al frente.

—Sabes, Jasper y Jacob nos rescataron —comentó Bella en tono casual—. ¿Ellos también estaban en el ajo?

 

Edward se enfurruñó.

—Ah, os rescataron, ¿eh? Qué heroicidad —se volvió a mirarla—. ¿Qué hay entre Jacob y tú, por cierto? Llevas aquí un par días, pero él ya te considera de su propiedad.

 

Bella picó el anzuelo.

—No digas tonterías. Nadie es propiedad de nadie. Jacob solo es simpático conmigo. Me parece un tío majo.

 

— ¿Jacob? ¿Majo? —Se mofó Edward—. Lo dudo mucho.

 

Ella lo fulminó con la mirada.

— ¿Sabes qué? Desde que estoy aquí, Jacob no ha hecho nada más que ser amable conmigo. A diferencia de todos los demás.

Edward la cogió del brazo y la obligó a mirarlo.

 

—Solo te digo que… lleves cuidado, Bella. Las cosas no son tan sencillas aquí dentro como ahí fuera.

 

Había hablado con vehemencia y sin duda parecía sincero, pero ella apartó el brazo con rabia.

Antes de que pudiera responder, oyó la voz aterciopelada de Jacob.

 

—Bella. Estás aquí. Ahora mismo iba a buscarte.

 

Surgió de entre las sombras, saliéndoles al paso. Edward dirigió a Bella una mirada de aviso pero ella lo asesinó con los ojos.

 

—Edward. Por supuesto. Debí imaginar que estarías castigado. Siempre lo estás.

Lo dijo en tono de broma, pero sus palabras parecían aludir a algo más serio.

—A diferencia de ti, Jacob.

La voz de Edward rebosaba desdén cuando empujó a Jacob al pasar y echó a andar enfadado hacia el colegio.

 

Con expresión preocupada, Jacob se volvió hacia Bella.

— ¿Ha pasado algo? Pareces disgustada.

 

—No ha sido nada —lo tranquilizó Bella mientras Edward desaparecía por un recodo—. A veces se porta como un capullo, ¿no?

 

—Creo que esa palabra lo describe a la perfección —cuando sonreía, los ojos de Jacob recordaban a los de un gato—. ¿Y qué tal ha ido el castigo? ¿Espantoso?

 

—No ha estado tan mal. Solo me ha salido una ampolla.

 

Levantó la mano derecha, en cuya palma sobresalía una burbuja blanca, justo en la base del dedo anular.

 

—Qué tragedia —se llevó la mano de Bella a los labios y la besó con suavidad. Ella se estremeció. De nuevo aquellos escalofríos—. He pensado que no deberías trabajar con las manos. No va contigo. Deberías tener criados que te sirviesen la comida toda vestida de seda.

 

La insensatez de aquella idea la hizo reír.

—Sí, claro, podrían pelarme uvas mientras yo cuento mis diamantes.

 

—Te ríes, pero podría pasar —sin soltarle la mano, Jacob la guiaba por el sendero—. Por desgracia, esta visita no es solo de cortesía. He venido a buscarte a petición de Tanya. Quiere verte.

 

A Bella se le hizo un nudo en el estómago. No le sorprendía excesivamente que la directora quisiera verla, puesto que la habían castigado. Sin embargo, había albergado la esperanza de no meterse en problemas serios, para variar.

 

—Muy bien —se resignó—. Supongo que era de esperar.

Andando junto a él, se volvió a mirarlo.

 

—En cuanto a lo de ayer por la noche…

 

—Ah, sí —se mofó Jacob—. Aquel ataque brutal en el jardín.

Se estaba burlando, pero Bella hablaba en serio.

 

— ¿Quién nos estuvo siguiendo? Oí pasos y un perro o algo así.

—Creo que las pisadas que oíste fueron las de Jasper y las mías —supuso Jacob—. Y lo que te pareció un perro debió de ser un zorro.

 

— ¿Un zorro que gruñe? —se extrañó ella.

 

—Quizás quedó atrapado en un cobertizo y se quejaba —Jacob se encogió de hombros—. A veces pasa.

 

Bella miró a Jacob sin parpadear.

—Edward dice que seguramente fueron unos chicos que querían gastarme una broma.

 

Jacob frunció el ceño.

—Eso es absurdo. Yo me habría enterado. Me extraña mucho que haya dicho algo así.

 

Sin saber muy bien por qué, Bella experimentó cierto alivio al oírlo.

—Sí —asintió—. Eso pienso yo también.

 

Habían llegado ya al césped de delante del colegio cuando a Bella la asaltó una duda.

 

— ¿Por qué te ha enviado Tanya a buscarme en lugar de mandar a un alumno de primero? — preguntó.

 

—Ah, hemos celebrado una reunión de prefectos y estábamos charlando —explicó—. Es normal. Sabe que somos… amigos.

 

Ella lo miró sorprendida.

—No sabía que fueras prefecto.

 

— ¿No? —Preguntó él atrayéndola hacia sí—. Bueno, ahora que lo sabes, tendrás que hacer todo lo que yo diga. Porque soy el jefe.

 

Riendo, Bella se deshizo de su abrazo.

—Ya. ¿De modo que esto funciona así? Bueno, habrá que considerarlo.

 

Echó a correr y Jacob la siguió pisándole los talones. Cuando la pilló a la puerta del colegio, ella estaba muerta de risa. Por desgracia, justo cuando tendía la mano hacia el pomo, la puerta se abrió y el señor Banner apareció en el umbral.

 

Se le pasó la risa de golpe.

—Señorita Swan —aunque era sábado, el profesor de Historia lucía traje y corbata. Su tono de voz rezumaba desaprobación—. Me alegra comprobar que se toma su castigo tan en serio.

 

Hombres más peligrosos que tú me han arrestado, pensó Bella.

 

Sin darle tiempo a replicar, Jacob dio la cara por ella.

—Yo tengo la culpa, señor Banner. Intentaba animar a Bella porque me ha parecido encontrarla algo deprimida después de pasarse toda la mañana castigada. Por favor, no la juzgue a ella por mis actos.

 

Banner prosiguió su camino.

—Un castigo que tenía bien merecido.

 

—Por supuesto —respondió el chico guiando a Bella por el vestíbulo de entrada mientras ella procuraba reprimir las carcajadas.

 

Cuando estuvieron fuera del alcance del oído del profesor, se dobló de risa, pero Jacob la hizo callar.

 

—Aquí no, ma belle Bella —susurró—. Tiene un oído excepcional.

Ella se tapó la boca con las manos para sofocar las risillas.

 

—No quiero que te castiguen una semana entera —dijo Jacob—. August es muy… susceptible.

 

— ¿August? —se sorprendió Bella.

 

—El señor Banner. Es su nombre.

 

—Ah.

—Y ahora —prosiguió Jacob—, será mejor que te deje. Tanya te estará esperando en la primera aula a la derecha. Buena suerte.

 

Le hizo una reverencia y le besó la mano.

Bella no estaba muy segura de cómo reaccionar.

 

— ¡Adiós! —exclamó con exagerada alegría antes de dirigirse a toda prisa hacia el ala de las clases, desierta y silenciosa.

 

La primera puerta a la derecha estaba cerrada y Bella llamó con discreción.

—Adelante —la inconfundible voz de la directora respondió de inmediato.

En el interior, Bella encontró a Tanya sentada ante la mesa del profesor, rodeada de montones de papeles. Había un portátil abierto ante ella pero lo cerró antes de que Bella pudiera atisbar la pantalla. De todos modos, ella lo miró con nostalgia.

 

La vida moderna existe.

—Por favor, siéntate —Tanya señaló con un gesto una silla próxima—. Debes perdonarme… Estoy haciendo las cuentas, lo cual, al parecer, requiere que llene de papeles todo un centro social, de modo que prefiero trabajar en el espacio despejado de un aula.

 

Quitándose las gafas, se levantó y se desperezó antes de sentarse junto a Bella.

— ¿Qué tal tu mañana de castigo?

 

—Bien, supongo —Bella se encogió de hombros—. O sea, el trabajo era duro pero no ha estado mal.

 

Tanya sonrió con afabilidad.

—Creo que August es demasiado severo contigo, y así se lo he dicho. Quería que lo supieses.

 

Tampoco he querido socavar su autoridad retirándote el castigo pero no creo que fuera justo. Aquellas palabras la pillaron tan de sorpresa que Bella no supo qué decir; nadie jamás se había disculpado con ella por una injusticia. Ni siquiera sabía que fuera posible.

 

—Gracias —fue la mejor respuesta que se le ocurrió, pero Tanya pareció leer en su expresión cuánto significaba aquel gesto para ella.

 

—August es famoso por su severidad, de modo que no vayas a sentirte perseguida —prosiguió—. Lo es hasta tal punto que no transcurre ni una sola semana sin que unos cuantos estudiantes acaben trabajando en los jardines u ordenando los viejos almacenes. No obstante, le he pedido que te dé algo más de tiempo para adaptarte antes de volver a incluirte en su lista.

 

Escudriñó a Bella con curiosidad.

—En cuanto al incidente de la noche pasada… deberíamos hablar de ello. Jacob dice que algún animal salvaje os asustó en el jardín.

 

—Bueno, yo no sé qué fue —reconoció Bella—. Oímos unos ruidos y… creo que algo nos persiguió. Nos pareció que gruñía o algo así. ¿Qué crees que pudo ser?

 

—Jacob sugirió que pudo tratarse de un zorro. Hay muchos por aquí —apuntó Tanya.

Frunciendo el ceño, Bella inclinó la cabeza a un lado.

—En Forks hay zorros, pero nunca he sabido de ninguno que gruñera o persiguiera a la gente.

 

—Ya, pero esto es el campo —insistió Tanya—. Los zorros son más salvajes aquí. Los de Forks están prácticamente domesticados. Una zorra con cachorros puede volverse muy agresiva. He pedido a los guardabosques que permanezcan atentos a la presencia de cualquier animal, pero no se me ocurre qué otra cosa pudo ser. Me alegro mucho de que ambas estéis sanas y salvas.

 

Parecía sincera, y Bella agradeció que no la hubiera tratado como a una boba.

Tanya, sin embargo, ya estaba pensando en otra cosa.

 

— ¿Y a ti qué tal te va? ¿Has hecho amigos? Jacob me ha dicho que te va bien, y que los dos os lleváis de fábula. Me alegra oírlo. Es uno de nuestros mejores alumnos.

 

Bella se ruborizó. Le resultaba extraño pensar que Jacob, quien coqueteaba con ella constantemente, hablara del tema con la directora.

 

—Bien —dijo encogiéndose un poco en la silla—. He trabado amistad con Jacob y con Alice, y he conocido a unos cuantos alumnos. Todo el mundo ha sido bastante agradable excepto…

 

Se mordió el labio, pero Tanya la miró como animándola a seguir hablando.

 

— ¿Excepto quién? No pasa nada, puedes decírmelo.

—Bueno, ya sabes —Bella cruzó y descruzó los tobillos—. Rosalie Hale. Tiene muy mala idea.

 

Tanya suspiró.

—Te seré sincera, Bella. A veces creo que Rosalie Hale es una de las grandes pruebas que el destino ha colocado en mi camino. La han malcriado toda su vida… Tal vez no sea una actitud muy profesional decirte algo así, pero creo que puedo confiar en ti. Por circunstancias de su infancia, le cuesta mucho relacionarse con los alumnos que no disfrutan de tantos privilegios como ella; su familia es tan rica que la ha sobreprotegido. No obstante, no es inmune al castigo, de manera que si en algún momento se pasa de la raya, infórmanos a Kate o a mí —la directora se limpió las gafas con una gamuza limpia—. No me importaría nada verla una semana trabajando en el jardín. Ensuciarse un poco las manos le haría muchísimo bien.

 

Encantada de que Tanya se mostrara tan franca con ella, Bella soltó una risilla al imaginar la escena, pero enseguida se contuvo. Cuando la directora se rio también, Bella supo que no se había molestado.

— ¿Algo más al margen de eso? —Tanya volvió a ponerse seria—. Estás progresando mucho. Desde luego, en mi clase te desenvuelves muy bien. ¿Algún problema de tipo académico?

 

Bella negó con la cabeza. Sin duda les exigían mucho, pero las materias eran mucho más interesantes que las de sus dos anteriores escuelas, y había descubierto que, en realidad, estaba disfrutando.

 

— ¿Qué me dices de tu hogar? —Preguntó Tanya—. He advertido que no has solicitado llamar a tus padres ni una vez desde que llegaste. ¿Te gustaría telefonearlos? Si quieres hablar con ellos, por mí no hay problema.

 

De nuevo, Bella negó con la cabeza, esta vez con más energía.

—No me apetece hablar con ellos de momento —explicó evitando los ojos de Tanya—. Prefiero pasar un tiempo aislada.

 

Cuando alzó la vista, advirtió en el semblante de Tanya una expresión indescifrable, pero algo le dijo que la directora comprendía su decisión.

 

—Por supuesto —respondió Tanya, y acto seguido añadió—: Pero si alguna vez cambias de idea, házmelo saber.

 

La conversación había tomado un rumbo delicado para Bella, que se revolvía incómoda en el asiento con la esperanza de salir de allí cuanto antes.

La directora, que no se perdía ni un detalle, se levantó y volvió a desperezarse con ademán fatigado.

 

—Bueno, supongo que ha llegado el momento de que te deje ir a comer y a disfrutar del resto del fin de semana.

 

Sin necesidad de oír nada más, Bella se puso en pie de un salto y se dirigió hacia la puerta, pero la voz de Tanya la retuvo justo cuando estaba a punto de abrirla.

 

—Por favor, Bella —le recordó—, no temas acudir a mí ante cualquier problema, por insignificante que te parezca. Estoy aquí para ayudarte. Bajo ningún concepto voy a causarte dificultades. Estás a salvo conmigo.

 

Parecía hablar de corazón y Bella sonrió con timidez.

 

—Lo haré —respondió antes de salir a toda prisa.

 

Notó los ojos sabios de Tanya siguiéndola por el pasillo.

 

 

—Oh, Dios, por favor, haz que acabe esta tortura — Alice dejó caer la cabeza sobre el libro de Biología. Sentada frente a ella a la mesa de la biblioteca, Bella le lanzó un boli.

 

—Sí —asintió Jasper cerrando un libro al mismo tiempo—, necesitamos un descanso. Aún me queda trabajo que hacer, pero nadie dice que no pueda hacerlo más tarde. Es sábado por la mañana, hace un día precioso… ¿A quién le apetece dar un paseo?

 

Sin levantar la cabeza del libro, Alice alzó la mano.

—A mí —respondió con la voz ahogada de tanta biología.

 

— ¿Bella? —preguntó el chico mientras amontonaba los libros.

Ella negó con la cabeza.

 

—Ya he tenido bastante aire libre por hoy, gracias. Me quedaré a explorar el edificio.

 

Alice levantó la cabeza; tenía el pelo negro de punta.

 

—Te va a encantar. Pídele a Emily que te enseñe las salitas de estudio. Son perversas.

 

Parecía bastante recuperada de la noche anterior; le habían curado el corte con un vendaje de mariposa color carne y no parecía que tuviera ninguna otra herida.

 

Bella aún no había tenido ocasión de hablar con ella sobre lo sucedido; se moría por pasar unos minutos a solas con Alice, pero Jasper apenas se había separado de ella en todo el día. En aquel momento, estaba apilando los libros de su chica también, y ambos se levantaron para salir.

 

— ¿Nos vemos en la cena, o antes? —preguntó Bella esperanzada.

 

—Claro —respondió Alice con una sonrisa.

 

Una vez sola, Bella se desperezó y miró a su alrededor. La sala estaba casi vacía. Se encaminó al despacho de la bibliotecaria. Detrás de un mostrador alto de madera pulida,

 

Emily guardaba documentos en un archivador a la vieja usanza.

—Eh… ¿Hola? —dijo Bella con inseguridad.

—Oh, Bella. Cuánto me alegro de volver a verte —la saludó Emily incorporándose al mismo tiempo—. ¿Cómo estás?

 

La bibliotecaria llevaba el pelo oscuro recogido en un peinado informal que le dejaba sueltos algunos rizos. Llevaba unas gafas de montura morada apoyadas en la punta de su nariz delgada.

 

—Muy bien, gracias. Estaba estudiando por allí —Bella señaló en dirección a la mesa de donde venía— y se me ha ocurrido pasar a saludar.

 

— ¿Has venido a buscar esos libros de los que te hablé? —Emily dejó el archivador sobre la mesa —. Te los he separado.

 

Rebuscó bajo el escritorio y sacó una pila de libros con una tarjeta en lo alto donde rezaba: «Para Bella».

 

—Creo que es un poco de lectura extra para tu clase de Literatura inglesa —explicó la bibliotecaria.

 

Bella ya se había olvidado de los libros que Emily le había mencionado por la mañana y, para ser sincera, había leído bastante por un día.

Sin embargo…

 

—Ah, bien —contestó con educación, y se los guardó en la cartera—. Pero en realidad iba a explorar el edificio y Alice me ha dicho que había por aquí unas salas de estudio muy especiales o algo así.

 

Al principio, Emily la miró de hito en hito, pero enseguida se hizo la luz en su mirada.

—Debes de hablar de las cámaras de la parte trasera. Son bastante especiales. Espera, cogeré las llaves.

 

Descolgó un atestado llavero del gancho que había detrás del mostrador. Bella la siguió entre interminables estanterías, caminando sobre alfombras orientales que parecían contar cientos de años de antigüedad.

 

—Este lugar es enorme —comentó poniendo los ojos en blanco.

 

—Da gracias de no tener que quitarle el polvo —bromeó la bibliotecaria—. Claro que si te vuelven a castigar, tal vez tengas la oportunidad.

 

Bella se echó a reír.

—No, por favor.

 

—No te preocupes —Emily sonrió—. Si te portas bien, jamás sucederá.

 

Torcieron por una esquina y la decoración cambió ligeramente. En aquella sección había pocos estantes, pero más mesas y butacas de cuero.

 

—Esta zona está reservada a los alumnos más avanzados —explicó la bibliotecaria mientras escogía una llave de la anilla que llevaba en la mano—. Allá vamos.

 

La pared estaba forrada de paneles de madera tallada en recargados motivos. Emily insertó la llave en una cerradura tan hábilmente disimulada entre las tallas que Bella ni siquiera la había visto, y una puerta, hasta entonces invisible, se abrió en silencio.

 

—Guau —se admiró Bella—. Una puerta secreta.

 

—Sí, guau —Emily la miró por encima de las gafas—. Estas salas de estudio forman parte de la zona antigua del edificio. No estamos seguros de para qué servían en su origen. Pero, bueno, echa un vistazo.

 

Pulsó el interruptor para encender la luz y dio un paso atrás. Bella entró en una cámara de unos dos metros y medio de ancho por unos dos de largo. En el interior de aquel espacio sin ventanas había un escritorio con una lámpara, una butaca de piel y una pequeña estantería. Lo más llamativo era el elaborado mural que cubría las paredes. Desde el centro del cuarto, Bella dio una vuelta sobre sí misma para abarcarlo todo. La pintura parecía narrar una historia: hombres y mujeres armados hasta los dientes luchaban en un campo de batalla, acechados por furiosos querubines en un cielo tormentoso.

Bella pensó que la escena resultaba escalofriante.

 

— ¿Cómo puede estudiar nadie aquí? —preguntó—. Yo me pasaría todo el rato buscando refugio.

 

—A nadie parece molestarle —con mirada indescifrable, Emily contempló las espadas enarboladas—. Pero reconozco que algo de razón tienes.

 

La bibliotecaria abandonó la cámara. Tras echar un último vistazo a su alrededor, Bella la siguió, y Emily cerró la puerta a su espalda.

 

— ¿Son todas así?

 

La otra asintió.

—Muy parecidas. En cada sala hay una pintura que narra una parte distinta de la misma historia. Este mural representa la batalla principal. Por lo que parece, es la última de la serie.

 

Se dirigió al final del tabique revestido y abrió otra puerta oculta. Tras encender la luz, le indicó a Bella por gestos que la siguiera y ambas entraron en la pequeña cámara. En los murales aparecían las mismas personas, pero esta vez los hombres lucían sombreros y trajes de gala, y las mujeres recargados vestidos de baile. Parecían charlar en corro, ante lo que se diría la versión reducida del edificio en el que se encontraban.

 

—Creemos que este es el primero de la serie —comentó Emily.

 

— ¿Eso es Cimmeria? —preguntó Bella.

 

—Antes de la ampliación —confirmó la bibliotecaria—. La pintura se remonta a aquella época… principios del siglo XVIII.

 

— ¿De qué tratan las pinturas? —quiso saber ella—. ¿De una especie de guerra?

 

Emily tenía los ojos fijos en uno de aquellos rostros.

—En realidad, ya nadie lo sabe. Dice la leyenda que el edificio, en su origen, fue construido para una sola familia. Al parecer hubo diferencias entre sus miembros y en resumidas cuentas se declararon la guerra. Los vencedores se quedaron la escuela. Pero la historia no ha quedado registrada en ningún documento del centro y, te digo una cosa, si hubiera alguno, yo lo sabría. Soy la historiadora del colegio.

 

Mientras dejaban la cámara atrás, Bella se sumió en sus pensamientos.

—Qué raro —comentó—. O sea, ¿cómo es posible que algo tan importante se haya perdido?

 

—Cosas que pasan —respondió Emily—. Sobre todo si nadie quiere recordarlo.

 

—No querría encerrarme a estudiar en esas cámaras por nada del mundo —declaró Bella.

 

—Con suerte, aún tienes un año entero por delante antes de que hayas progresado lo bastante como para encerrarte ahí —Emily la obsequió con una sonrisa alegre—. De momento estás a salvo.

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Chicas, ¿Que les parecio el castigo? ¿Creen que Edward sea malo? ¿Que onda con el castigo? Por favor diganme que opinan chicas, es muy importante para mi saber su opinion.

Si recien lees esta historia y te gusto deja tu voto:) Estoy abierta a opiniones, criticas, preguntas, dudas, reclamos y por supuesto a invitaciones a sus FAN FICS!

Cuidense, y no olviden de visitar mi otro Fic: UNA VIDA DISTINTA!

Bye

Capítulo 5: Jardín Secreto Capítulo 7: Ajedrez

 
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