NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46962
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

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La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 21: Traicion

A la mañana siguiente, Bella bajó las escaleras a las siete menos doce minutos exactamente. Se había hecho una coleta alta que se balanceaba a cada paso. Se la veía ojerosa, pero decidida.

 

Después de separarse de Edward la noche anterior, había ido al cuarto de baño para refrescarse la cara con agua fría. Se había quedado un rato allí, mirándose en el espejo y repasando mentalmente la conversación.

 

—¿Cómo es posible que alguien crea que tuve algo que ver con la muerte de Leah? —le había preguntado horrorizada—. Es una locura. Si apenas la conocía. ¿Por qué iba a querer yo hacerle daño?

 

—Es un complot, Bella —parecía dispuesto a tomar cartas en el asunto—. También dicen que emborrachaste a Alice en el tejado y que tienes… problemas mentales —Bella abrió la boca para protestar pero él la detuvo con un gesto de la mano—. Quienquiera que esté propagando esos rumores sabe que son falsos. Están jugando contigo.

 

—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba nadie a hacer algo así?

 

—Algunas personas te ven como una amenaza.

 

—¿Y qué amenaza supongo yo? —se lamentó—. Yo no soy nadie.

 

—Ya te he dicho otras veces que no creo que eso sea verdad —replicó él—. Y nadie más lo cree tampoco.

 

—No entiendo nada —Bella se pasó las manos por el pelo y se apretó las sienes con los dedos—. Mis padres son funcionarios. No son ricos. La mayoría de los alumnos de por aquí pertenece a familias multimillonarias. ¿Cómo iban a sentirse amenazados por mí?

 

—Eso es lo que tenemos que averiguar —declaró Edward.

 

Después de aquella conversación Bella no había podido dormir. Se había levantado de la cama a las dos de la madrugada para abrir la ventana y tomar el aire.

 

Una hora más tarde la había cerrado porque tenía frío. En una ocasión creyó oír unos pasos por el pasillo, luego silencio otra vez. La idea le había cruzado la mente más de una vez: ¿Habrá sido Carmen? Confié en ella. Es laúnica que lo sabe todo. No se lo he contado a nadie más. Le encanta cotillear. Sin embargo, ella no meharía algo así… ¿O sí?

 

Pensó que quizá se hubiera adormilado un rato alrededor de las cuatro, pero no demasiado.

 

Cuando sonó el despertador a las seis y cuarto estaba completamente despierta, mirando al techo.

 

El desayuno iba a ser su primera prueba del día. Si optó por desayunar tan temprano una mañana de sábado fue para no coincidir con la mayoría de sus compañeros. Edward y ella habían pensado que debía seguir haciendo su vida como de costumbre, pero en realidad no le apetecía nada enfrentarse, por ejemplo, a Rosalie Hale en aquel preciso instante.

 

En el comedor, no advirtió que nadie le prestara especial atención, de modo que se permitió sentir alivio mientras se servía cereales y tostadas. Con un poco de suerte, los rumores al final no serán para tanto. Miró a su alrededor en busca de sus compañeros de mesa habituales pero era tan pronto que todavía no había bajado nadie.

 

—Eh, Bella. Ven a sentarte aquí conmigo.

 

Carmen desayunaba a solas en una mesa situada a la derecha de Bella. Dudó un instante, mientras los pensamientos de la noche anterior se arremolinaban en su mente. No obstante, a Carmen le parecería muy raro que no se sentara con ella.

 

Está al corriente de todos y cada uno de los cotilleos del colegio. Si no menciona nada de lo que se rumorea sobre mí, sabré que ha sido ella.

 

Se abrió paso hasta Carmen y dejó el plato sobre la mesa.

—Por un momento he pensado que tendría que desayunar sola.

 

—Yo siempre vengo a esta hora —confesó Carmen—. Cuando era pequeña mi padre me inculcó a palos que había que madrugar y supongo que ahora conservo el hábito. No está bien abusar de los niños.

 

Carmen se había preparado un emparedado de huevo y queso. Mientras vertía leche sobre sus cereales, Bella no pudo sino admirar cuán metódicamente se lo zampaba.

—Tu desayuno parece mejor que el mío —comentó.

 

—Es la comida más importante del día, amiga —repuso Carmen con la boca llena—. Eh, ¿sabías que la gente anda diciendo cosas repugnantes sobre ti?

 

Bella se quedó paralizada, con la cuchara a medio camino de la boca.

—Algo he oído —repuso con pies de plomo—. Un montón de sandeces.

 

Carmen asintió.

—¿Lo de «Bella es una asesina psicópata»? Eso es lo que yo he oído al menos. Me lo ha dicho Sharon McInnon, ¿la conoces?

 

Bella negó con la cabeza.

—Bien —prosiguió la otra mordiendo su sándwich al mismo tiempo—. Le he dicho que se fuera a tomar por el culo.

 

El alivio inundó a Bella. No ha sido Carmen al fin y al cabo. Sabía que no había sido ella.

—¿Y cómo se lo ha tomado? —preguntó.

 

—No le ha importado —contestó Carmen—. Creo que está acostumbrada a que me meta con ella porque como es una bruja…

 

Les entró la risa, pero Bella estaba demasiado preocupada como para seguir relajada mucho tiempo.

 

—¿Quién anda diciendo eso, Carmen? —Quiso saber—. Son unas mentiras tan asquerosas… ¿Quién haría algo así?

 

—Llevo dándole vueltas toda la mañana —reconoció Carmen frunciendo el ceño—. No te preocupes. Llegaré al fondo de este asunto.

 

Bella levantó la taza de té.

—Si tú estás de mi parte, Carmen, jamás se saldrán con la suya.

 

Sin embargo, Bella no las tenía todas consigo.

 

Después del desayuno, mientras salía del comedor, no dejaba de darle vueltas a una misma idea. Puedo confiar en Carmen. ¿Verdad que sí? Casi había llegado a las escaleras cuando la voz afilada de Rosalie rasgó la quietud habitual del sábado por la mañana.

 

—¡Hola, asesina! ¿Cómo te encuentras esta mañana?

 

Bella se dio media vuelta para encararse con ella.

—Vete a la mierda, Rosalie.

—Ese lenguaje… —los labios perfectos de la rubia dibujaron una sonrisa maliciosa—. Deberíamos haber sabido que si te admitían en el colegio, todo se iría al infierno.

 

El corro de seguidoras que la acompañaba a todas partes soltaba risillas e intercambiaba susurros a su alrededor mientras esperaba la respuesta de Bella.

 

—¿De qué estás hablando, Rosalie? —Bella procuró que no le temblara la voz, pero sentía crecer la rabia en su interior. Mientras discurría la mejor manera de afrontar la situación, un deseo irresistible de pegarle un puñetazo a Rosalie se apoderó de ella. Apretó los puños.

 

Aún libraba aquella batalla interna cuando Rosalie dio un paso adelante.

—He oído que tienes problemas para controlar la ira —dijo con su voz más retorcida—. ¿Fue eso lo que le pasó a Leah? ¿Hizo algo que te molestó? ¿Te hizo enfadar?

 

Bella vio volar su propio puño casi sin saber lo que hacía, pero antes de que impactara contra la nariz respingona de Rosalie, alguien la cogió por detrás y la arrastró tan rápidamente que perdió pie unos instantes.

 

—Rosalie, ¿no deberías estar dándote un atracón y vomitando? —preguntó la voz aterciopelada de Jacob mientras Bella se debatía en sus brazos.

 

La pelirroja lo miró con incredulidad.

—No puedes hablar en serio, Jacob. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué defiendes a esa infeliz? ¿Se puede saber qué demonios ves en ella?

 

Bella había dejado de forcejear pero él la sostenía con fuerza. El calor de su cuerpo contra la piel le trajo recuerdos desagradables.

 

—Veo a alguien con mucha más clase de la que tú llegarás a tener en toda tu patética vida —los ojos negros de Jacob barrieron al grupo de amigas—. Y lo mismo va por vosotras. Ahora, volved a vuestros asuntos, por favor.

 

El grupo revoloteó un momento indeciso pero pronto se fue trasladando al comedor. Rosalie iba en cabeza con la barbilla alta.

 

Solo cuando las chicas se perdieron completamente de vista, Jacob soltó a Bella y dio un paso atrás. —Ojalá me hubieras dejado golpearla —le espetó Bella, desagradecida.

 

—Confieso que he estado tentado —repuso él.

—Es odiosa. Si yo… Da igual —Bella frotó el suelo con la punta del zapato para evitar la mirada del chico—. Gracias.

 

—De nada. Pero me temo que vas a tener muchos problemas a partir de ahora. Esos rumores están —Jacob trazó una espiral en el aire con el dedo— por todas partes y Rosalie los utilizará contra ti.

 

—Ya lo sé —convino Bella—. Lo que me gustaría saber es quién empezó a decir esas cosas de mí.

 

Él la miró con expresión grave.

—Cuando están en boca de todos, ya no importa quién los inició. Sin embargo, creo que los primeros rumores fueron esparcidos por una persona que te tiene unos celos de sobra conocidos.

 

Bella fulminó la puerta del comedor con la mirada.

—Como Rosalie —asintió él.

 

—¿Está ella detrás de todo esto, Jacob?

 

—No estoy seguro. Pero algo he… oído. Preguntaré por ahí. Y si lo averiguo, hablaré con Tanya.

 

Bella no quería estar en deuda con él, no después de lo que había pasado la noche del baile. Claro que si Jacob puede evitar que esto empeore…

 

—Sería todo un detalle, Jacob.

 

—No te preocupes. Como decís por aquí, te debo una —Bella se ruborizó pero él siguió hablando, cada vez con un acento más marcado—. Tengo que decirte una cosa, Bella. La noche del baile… siento mucho haber sido tan brusco… Te hice daño, lo sé. Estuvo mal. Eres tan distinta a todas las chicas con las que he estado… Sé que no te puedo tratar como a ellas.

 

Con las mejillas ardiendo, Bella se encaró con él.

—No deberías tratar así a ninguna chica, Jacob. Nunca.

 

Perpleja, lo vio agachar la cabeza.

 

—Tienes razón, Bella. Absolument. Por favor, acepta mis disculpas.

 

—No, si yo… Jacob, no —tartamudeó. No quería perdonarle. Sentía deseos de seguir enfadada con él, pero entonces una idea le cruzó el pensamiento—. Tengo que saber una cosa —empezó a decir—. ¿Me pusiste algo en la bebida aquella noche?

 

Al ver la expresión horrorizada del chico, Bella supo la verdad.

 

—Dios mío. Claro que no. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? —protestó él.

 

—Perdona —repuso ella—, es que tenía que saberlo, porque todo se volvió tan confuso…

 

—El champán de Cimmeria es muy fuerte —aclaró Jacob—. Si no estás acostumbrado y bebes con rapidez, se te sube a la cabeza. Yo te hice beber muy deprisa, eso es verdad, e intenté aprovecharme de ello. Fue una canallada por mi parte.

 

Aquel tono humilde e impregnado de aparente sinceridad no le dejaba opción.

—Acepto tus disculpas, Jacob —dijo Bella—. Está olvidado —y sin darle tiempo a contestar, añadió—: Mira, me voy a ir antes de que alguien más me acuse de asesinato o se disculpe por haber estado a punto de violarme, ¿vale? No sé si voy a ser capaz de soportar más emociones antes de las nueve de la mañana.

 

Ya se disponía a subir las escaleras cuando Jacob le dijo:

—Ten cuidado, Bella —la miraba con intensidad—. En estos momentos corres verdadero peligro.

 

—Qué bien —bromeó ella en tono cansado—. Tenía la esperanza de que dijeras algo así.

 

Bella jamás lo habría expresado así, pero lo cierto es que se quedó escondida en su cuarto durante la mayor parte de la mañana. A la hora de comer, por desgracia, había terminado todos los deberes y no sabía qué hacer. Para colmo, tenía hambre.

 

Como no se sentía con fuerzas para afrontar otra escenita en un comedor atestado, bajó a hurtadillas a coger unos cuantos sándwiches antes de que llegara el grueso del alumnado y se los guardó en la cartera junto con un par de botellas de agua y una manzana.

 

A pesar de todo, cuando se cruzó con un grupo de chicos y chicas de cursos inferiores de camino hacia la puerta principal, oyó decir:

—Ahí va la asesina.

 

Algunos se rieron mientras que otros se la quedaron mirando de hito en hito, como asustados. ¿Qué iba a hacer? No podía pelearse con todo el mundo. Fingió no haber oído nada y siguió andando.

 

Instantes después, mientras bajaba la escalinata de entrada, se topó con una de las amigas de Rosalie, que dio un amplio rodeo para no rozarse con ella, como si estuviera apestada.

 

—Qué asco —dijo la chica mirándola de arriba abajo antes de salir corriendo.

 

Bella siguió andando con la cabeza alta pero había muchísima gente tomando el sol en el césped y enseguida imaginó que cuchicheaban y se reían a sus espaldas.

 

Unos segundos después cruzaba corriendo la hierba en dirección al bosque. Lejos de todos ellos. Hizo un alto en el cenador para descansar. Estaba completamente desierto; no se veía a nadie por allí. Sentada en los peldaños, dejó caer la cabeza entre las rodillas y respiró despacio hasta que se tranquilizó.

 

¿Por qué siempre le pasaban cosas así? Por un breve instante creyó haber encontrado un lugar donde podía sencillamente… existir. Donde estaba a salvo. Donde casi había sido aceptada.

 

Por desgracia, la historia se repetía una vez más.

 

Todo el mundo me da la espalda. Todo el mundo me abandona.

 

Quiso llorar, pero no pudo. Con la mirada fija en los árboles, se dio permiso para pensar en Emmett. Su hermano se había ido pero antes de eso ya la había rechazado. La había tratado como si en ella hubiera algo malo. Como si hubiera dejado de quererla. Había sucedido una vez más. Y en esta ocasión, todo el mundo la rechazaba. Bueno. Casi todo el mundo. Tenía a Edward y quizás pudiera confiar en Carmen. Había algo intrínsecamente bueno en ella. Y al menos por el momento tenía a Ángela. Tal vez incluso a Paul. Así pues… no estaba tan sola.

 

Al cabo de un rato, Bella advirtió que se moría de hambre. Encantada de percibir la paz que se respiraba en el claro del cenador, extendió la manta sobre la hierba y comió a la cálida luz del sol… completamente a solas. Sin cuchicheos, sin risas, sin rumores absurdos. Más tarde se tendió con la cabeza apoyada en la mochila. Se quedó dormida a los pocos minutos.

 

Cuando despertó, el sol estival se había desplazado por el cielo para ceder el lugar a una sombra cada vez más fría. Recogió las cosas de mala gana para dirigirse de vuelta al edificio del colegio. La tarde había transcurrido con tanta placidez que apenas se sentía con fuerzas para afrontar la desagradable situación que la aguardaba allí.

 

Llegando al caserón, Bella comprendió que era más tarde de lo que había creído; no quedaba nadie en el césped tomando el sol y al entrar en el pasillo llegó hasta sus oídos el murmullo del comedor. Debían de ser más de las siete; todo el mundo estaba cenando.

 

Mientras subía las escaleras hacia su cuarto sintió una punzada de hambre. Afortunadamente había reservado un sándwich y algunas galletas para la cena. No tendré que enfrentarme con nadie hasta mañana por la mañana. Sabía que estaba actuando con cobardía pero le daba igual.

 

Conforme la tarde fue cediendo el paso a la noche, sin embargo, los fallos de su plan se fueron volviendo cada vez más evidentes. Bella llevaba sin hablar con nadie desde las ocho de la mañana. No tenía televisión, ni ordenador ni videoconsola. Se había pasado el día leyendo y había dormido horas y horas.

 

Hacia las once y media estaba sentada al escritorio, mirando por la ventana, completamente despierta y muy aburrida. Durante las últimas horas, las luces de los cuartos de alrededor se habían ido encendiendo, a medida que los alumnos regresaban de practicar juegos nocturnos en el jardín. Media hora antes había oído a Banner gruñir su «¡toque de queda!» en la planta baja, seguido de un murmullo de voces y pasos en el pasillo, al otro lado de su puerta.

Bella había decidido saltar del escritorio al alféizar y de allí a la cornisa, lo que hizo con más seguridad que la primera vez. La falda le revoloteó contra los muslos a la fresca brisa del atardecer. Si seguía el camino que Edward le había mostrado el fin de semana pasado, tenía que recorrer el bajante pasando por delante de unas cuantas ventanas hasta llegar al lugar donde el tejado era menos empinado, desde donde podría trepar con facilidad. Una vez allí, avanzaría sin peligro hasta el edificio principal, donde un desnivel parecido ofrecía un paso natural hasta la cornisa que sobresalía más allá de los dormitorios de los chicos.

 

Sin embargo, algunas alumnas seguían despiertas; las luces se filtraban por las ventanas que debía rebasar antes de alcanzar la relativa seguridad del tejado.

Al llegar a la primera se asomó con cuidado por una esquina del cristal. Las luces estaban encendidas pero no vio a nadie en el interior, de modo que pasó a toda prisa, conteniendo el aliento hasta que la hubo dejado atrás. La siguiente ventana estaba abierta de par en par. A medida que se fue acercando pudo oír voces y risas. Cuando espió el interior vio a tres alumnas charlando.

Una de ellas —una chica bastante guapa de piel cetrina y melena oscura que le caía lacia justo por encima de los hombros— estaba sentada en la cama, de cara a la ventana. Bella la reconoció; era una de las seguidoras de Rosalie.

 

Las otras dos se habían acomodado en el suelo, de espaldas a la ventana. Aun sin verle la cara, el pelo negro y corto de una de ellas era inconfundible. A su lado se sentaba una chica con una preciosa melena de color rubio recogida en una coleta también característica.

 

Rosalie.

 

¿Qué hace Alice charlando con Rosalie? Pensaba que seguía bajo arresto domiciliario, aún castigada. Bella, perpleja, se agarró a los ladrillos mientras intentaba decidir qué hacer. Las muchachas parecían muy relajadas, como si planearan quedarse horas hablando.

 

No había forma humana de pasar junto a la ventana sin que la chica sentada en la cama la viera. Y tampoco podía trepar al tejado desde allí. Estaba atrapada. Como le dolían los dedos de tanto aferrarse a la pared, intentó cambiar de posición en el estrecho bajante para estar más cómoda, de modo que ni siquiera estaba escuchando cuando las palabras de Rosalie llegaron hasta sus oídos por la ventana abierta. Tardó un momento en comprender que estaban hablando de ella.

 

—… y creo que habría que hacer algo —decía —. Tanya no tiene ningún derecho a dejar suelto a alguien como ella entre nosotros. No la conocemos de nada. Primero Leah y luego… en fin. Te podría haber matado en el tejado, Alice. Es un milagro que sobrevivieras.

 

Un momento. Pero ¿qué está diciendo?

 

Se quedó escuchando, a la espera de que Alice le dijese a Rosalie que estaba loca.

—Pensaba que era mi amiga —asintió Alice en cambio—, pero ya no confío en ella. Aquel episodio del tejado fue escalofriante. Pude morir.

 

¡Pero si yo te salvé la vida! Bella fulminó con la mirada la pared que tenía ante ella como si pudiera traspasarla con los ojos.

 

—Ya lo creo que sí —asintió Rosalie—. Mira lo que le pasó a Leah. No fue ninguna casualidad que Bella no pidiera ayuda. Subió al tejado para estar a solas contigo cuando eras más vulnerable. Solo Dios sabe cómo sobreviviste.

 

—Edward también estaba allí —intervino la amiga de Rosalie con insólita sensatez.

 

—Sí, Edward me ayudó —convino Alice en tono dubitativo.

 

—¿Y por qué no le impidió que te empujara? —preguntó la otra.

 

¿Empujarla? ¡Yo no empujé a nadie!                      

 

—Porque está enamorado de Bella —aunque la voz de Rosalie rebosaba desdén, el corazón de Bella dio un brinco.

 

¿Está enamorado de mí? Sonrió como una boba al viejo muro de ladrillos que tenía delante. ¿De verdad?

 

—También está acabado aquí —sentenció Rosalie.

 

Bella dejó de sonreír.

 

—No deberíamos haberlo aceptado de buen comienzo —prosiguió—. Nunca he entendido esa obsesión que tiene Tanya con él. Ninguno de los dos está aquí por derecho de sucesión. Se están saltando todos los preceptos. Se lo voy a decir a mi padre; tiene que hacer algo.

 

A la seguidora de Rosalie pareció divertirle aquel tono agresivo.

—Uy, seguro que Tanya se echa a temblar —se burló.

 

—Pues debería. Mi padre pertenece a la junta directiva —replicó Rosalie—. Y Alice, tú deberías escribir a tu padre también. Tiene muchísimas influencias. Cuéntale lo que pasó en el tejado, que una chica nueva medio loca intentó matarte y que Tanya no piensa mover un dedo por protegerte.

 

Bella contuvo el aliento, esperando oír decir a Alice que no pensaba hacer nada parecido. Que no quería saber nada de aquello. Que conocía a Bella y ella tenía todo el derecho a estar allí.

 

—Vale —repuso Alice.

 

¿Vale?, pensó Bella sintiéndose traicionada. ¿Vale? Niñata de…

 

Alguien llamó a la puerta.          

 

Bella se acercó más para espiar por el borde de la ventana. Vio a Kate en el umbral.

—Rosalie, Ismay, ¿podéis acompañarme un momento? Tengo que hablar con vosotras —Kate estaba muy seria, pero Rosalie se limitó a poner los ojos en blanco.

 

—¿En serio, Kate? —se levantó y pasó junto a la prefecta, dejando entrever su irritación en cada paso—. Menudo rollazo.

 

¿De qué va todo esto?, se preguntó Bella mientras las veía salir.

 

Ismay la siguió de cerca. Alice cerraba el paso. Aunque ardía en deseos de saltar al cuarto y pedir explicaciones a su ex mejor amiga, Bella se quedó donde estaba. En cuanto las perdió de vista pasó ante la ventana como una exhalación. Pocos segundos después saltaba al edificio principal por el tejado y se dejaba caer por la pendiente hasta la ventana abierta de Edward.

 

Él estaba trabajando sentado a su escritorio y al principio no reparó en Bella. Ella contempló su rostro: la piel blanca; aquel cabello liso y cobrizo, una pizca despeinado; las sombras que las largas pestañas proyectaban en las mejillas. Le gustaban sus manos; tenía los dedos largos pero fuertes, las uñas cuadradas y bien cuidadas.

 

Ella sintió cómo la invadía un calor inesperado al mirarle.

Es encantador.

 

Como si hubiera oído los pensamientos de Bella, Edward alzó la vista y se topó con sus ojos. Gritó del susto y se levantó tan deprisa que tiró la silla. Bella procuró no reír en voz alta mientras él se acercaba despacio al escritorio para asomarse por la ventana.

 

—¿Bella? —parecía azorado y enojado al mismo tiempo, aunque Bella pensó que recurría al enfado para ocultar la vergüenza—. Pero ¿qué diablos?

 

—Hola —susurró ella—. No puedo dormir. ¿Quieres salir a jugar?

 

Edward abrió la ventana.

—Estás loca. Entra antes de que te mates.

 

—Rosalie es una bruja —se quejó Bella mientras se encaramaba al escritorio.

Él enarcó las cejas.

 

—No te lo voy a discutir.

 

—Pero es que no lo entiendes —Bella saltó al suelo—. La he oído hablar por la ventana. Está intentando «acabar con nosotros», nos detesta a los dos y le está metiendo a Alice ideas horribles sobre mí en la cabeza, como que traté de matarla en el tejado. Creo que es ella quien está detrás de esos espantosos rumores acerca de Leah.

 

Mientras Bella despotricaba, Edward cerró la ventana, recogió la silla del suelo y la apuntaló bajo el pomo de la puerta para que nadie pudiera abrirla.

Por fin, se volvió a mirarla.

 

—¿Qué has oído exactamente?

 

Le contó lo sucedido aquel día con Rosalie y sus amigas, y que Carmen, a las siete de la mañana, ya estaba al corriente de todos los rumores. Edward entornó los ojos cuando ella mencionó la intervención de Jacob, pero no dijo nada. Cuando le habló de lo que se tramaba en la habitación de Rosalie, su rostro se ensombreció.

 

Bella advirtió que se esforzaba por conservar la calma.

 

—Vale, pues yo veo dos posibilidades —concluyó Edward—. O bien no fue Rosalie quien sembró el rumor en primer lugar y ahora intenta sacar partido haciendo correr nuevas habladurías sobre ti, o bien fue ella quien los inició y este nuevo cotilleo forma parte de su maligno plan —se golpeó la palma izquierda con el puño derecho—. Esa zorra ricachona.

 

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Bella. En aquel momento prestó atención por primera vez al sitio donde estaban—. ¿Y por qué tu cuarto es más grande que el mío?

 

La habitación de Edward tenía dos estantes en vez de uno como en la de Bella y espacio para una segunda silla en el rincón. Aunque las paredes estaban encaladas igual que las de su dormitorio, todas las telas eran de color azul oscuro, lo que daba al cuarto un aire más masculino. Bella advirtió que los estantes estaban repletos de libros, muy usados, y que sobre la segunda silla descansaba un viejo balón de fútbol. Señaló con un gesto el lecho impecable. Cuando él asintió, se sentó y estiró las piernas.

 

—Porque llevo aquí más tiempo —repuso Edward con aire distraído. Cogió la segunda silla y se sentó delante de ella. —Esos rumores tienen el propósito de hacerte el mayor daño posible, incluso de obligarte a abandonar el colegio. Parece una campaña de desprestigio. Para deshacerse de ti.

 

En la cama, Bella se deslizó hacia delante hasta casi rozar las rodillas del chico con las suyas.

—Muy bien, Edward. Ya basta de secretos y de gilipolleces. Ha llegado el momento. Háblame de este lugar.

 

—Bella…

 

Él se levantó dirigiéndole una mirada de reconvención al mismo tiempo, pero Bella no le hizo caso. —No. Esta vez no. Una persona ha muerto. Alguien está intentando arruinar mi vida en este colegio. Por lo que sé, la persona que mató a Leah podría ir a por mí. Tú sabes cosas. Se supone que eres mi amigo. Así que cuéntamelo todo. Ya.

 

Edward cruzó la habitación y se apoyó contra la pared de brazos cruzados, en una actitud atribulada que contrastaba con su seguridad anterior.

—Es que no lo entiendes, Bella. No puedo. Si lo hago… y alguien llega a enterarse… —negó con la cabeza—. No sería bueno para nadie. Confía en mí.

 

—¿Cómo voy a confiar en ti, si no me dices la verdad? —preguntó. Luego masculló entre dientes —. A lo mejor tendría que preguntarle a Jacob.

 

La cara de Edward enrojeció. Se acercó a Bella de unas zancadas y se inclinó sobre ella.

—¿Quieres que te diga lo que significas para Jacob? Pues muy bien, te lo diré. Cada año escoge a una chica guapa de primer curso, se la tira y la deja. Por diversión. Y todas se creen muy especiales. La última acabó dejando el colegio porque todo el mundo se reía de ella. Pero cuando los padres de ella reconsideraron la idea de hacer un generoso donativo a Cimmeria, Tanya le advirtió que no volviera a hacerlo nunca —escupía las palabras como si le asqueara pronunciarlas—. De manera que ya sabes lo que significas para él. No eres más que su nueva conquista. Una pobre inocente que se cree que el chico más divino del colegio la ha escogido a ella. Solo a ella.

 

—¡Basta! —Bella lo empujó para ponerse en pie. Jacob y ella acababan de hacer las paces, y le había parecido muy sincero—. Si lo que cuentas es verdad, ¿por qué no me lo habías dicho antes, Edward?

 

Ambos estaban furiosos, cara a cara, apenas separados por unos centímetros. Bella notaba el aliento de Edward en el rostro.

 

—Lo intenté —replicó él—, pero… no me pareció que me creyeras.

 

Bella no pensaba absolverlo tan fácilmente.

—Pues por lo que he oído, tú también eres un conquistador. ¿Cuál es la diferencia entre lo que hace Jacob y lo que tú haces?

 

Él arrugó la cara pero no desvió la mirada.

—La diferencia es que Jacob lo hace por maldad. Yo no pretendo hacerle daño a nadie. Solo estoy buscando a la persona adecuada.

 

—La gente dice que te van los rollos de una noche —lo acusó.

 

—¿Quiénes? ¿Los mismos que dicen que tú mataste a Leah?

 

Bella no lo había considerado desde ese punto de vista.

—Entendido —concedió Bella—. Entonces dime. ¿Es mentira eso que dicen?

 

Edward la obligó a mirarlo a los ojos.

—Sí, Bella, es mentira. O como mínimo, una exageración. Me he ganado esa… fama… porque cuando salgo con una chica y me doy cuenta de que no es la persona que estoy buscando, corto la relación de inmediato. Y nunca la he encontrado —sus ojos no parecían ocultar nada; únicamente reflejaban vulnerabilidad—. No quiero hacer daño a nadie, Bella. De verdad que no. Solo quiero encontrar a la persona adecuada.

 

Lo tenía tan cerca que Bella creyó sentir el calor de su cuerpo a través del aire, y sin saber muy bien por qué, levantó la mano con la palma vuelta hacia él y los dedos abiertos.

—Vale. Te creo. Lo siento.

 

Edward colocó la mano contra la de ella.

—Gracias —le dijo con suavidad.

 

—¿Por qué?

 

—Por creerme.      

 

Él miró las palmas unidas con expresión burlona.

—¿Esto es una especie de saludo londinense?

 

Cuando ella se rio, Edward le entrelazó los dedos. Al instante, Bella sintió escalofríos en la piel.

—Vosotros, los de la gran ciudad, tenéis unas costumbres muy raras —bromeó él.

 

—Sí —susurró ella con un nudo en la garganta—. Vosotros, los chicos de campo, no sabéis lo que os perdéis.

 

—Eso he oído. Y, sabes, algún día… —tiró de la mano de Bella para atraerla hacia sí—, me gustaría averiguarlo.

Sus rostros estaban ya tan cerca que fue inevitable… Cuando Edward le rozó los labios con la boca, ella ahogó un suspiro antes de pasarle las manos por detrás del cuello y acercar el rostro.

 

El calor de su boca la exaltó mientras él, con un gemido derrotado, la envolvía en un abrazo y le acariciaba la barbilla con besos suaves como mariposas.

—Llevo queriendo hacer esto —le susurró Edward al oído— tanto tiempo.

 

Todo el cuerpo de Bella se estremeció mientras lo atraía hacia sí con más fuerza. El calor se extendió por su interior cuando él empezó a besarla con más insistencia, como si quisiera devorarla.

 

De repente, haciendo un esfuerzo evidente, Edward se echó hacia atrás para después alejarse tanto como le fue posible sin salir de la habitación. Se quedó allí, contra la pared, con los ojos más oscuros que nunca y el pelo revuelto allá donde los dedos de Bella se lo habían desordenado.

 

Respiraba con dificultad, y Bella adivinó lo que iba a decir antes de que hablara.

—Dios, detesto ponerme en plan responsable, pero deberíamos…

 

—No, tienes razón —se miraron fijamente durante unos instantes—. Vale —dijo—. Vaya. Ahí queda eso.

 

—Sí. Ahí queda, ya lo creo —se rio con una risa cálida e íntima—. Tú… quédate ahí un momento, si no te importa. A ver, ¿de qué estábamos hablando antes de… la interrupción?

 

La sonrisa de Edward le producía un efecto en el cuerpo casi tan poderoso como sus besos; se sentía como si fuera la única chica del universo. Le costaba concentrarse en sus palabras.

 

—Yo… Creo que te había pedido que me lo contaras todo —repuso.

 

El chico dejó de sonreír. Bella lo lamentó, pero aquella conversación era necesaria.

—Si te he ocultado la verdad, ha sido por razones importantes, Bella, no porque sea un capullo que quiere mantenerte al margen.

 

—Hasta ahí lo he pillado —estaban más tranquilos, y Bella tuvo la sensación de que Edward se ponía en su lugar—, pero necesito saber en qué posición me encuentro, qué se oculta detrás de este colegio. Algunas personas se han lastimado, y yo no quiero que me pase nada, Edward.

 

Él parecía preocupado.

—Si te lo cuento, romperé un juramento. Yo mantengo mi palabra. Eso nadie lo puede negar.

 

—Pero ¿no estás empezando a preguntarte a quién le has hecho un juramento? —preguntó Bella —. Cuéntamelo, Edward. Háblame de la Night School. Y te juro que nunca diré ni una palabra a nadie.

 

Los ojos de Edward la escudriñaron como si en su rostro fuera a encontrar una pista que le dijera lo que debía hacer. Por fin se sentó en la silla y le señaló la cama con un gesto.

 

—Será mejor que te sientes —suspiró—. Esto nos llevará un buen rato.

Capítulo 20: Nueva amiga. Capítulo 22: Cimmeria: Sociedad Anónima.

 
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