NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46941
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

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La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 16: Después del Caos

Durante las horas de caos que siguieron al ataque, los profesores reunieron a los alumnos en el lóbrego comedor para tratar de aplacar el pánico. El personal de mantenimiento repartió linternas entre los alumnos, mientras que las enfermeras improvisaron unas urgencias en un rincón. Los heridos hacían cola para que les curaran los cortes, les examinaran las quemaduras, les entablillaran los esguinces o les enyesaran los tobillos rotos.

 

La sala estaba hasta cierto punto libre del humo asfixiante que persistía en los pasillos. En cambio, los sollozos ahogados de los alumnos y la expeditiva conversación del personal médico saturaban el ambiente.

 

—Pásame esas gasas.

 

—Este tobillo necesita un baño de hielo. ¿Hay uno libre?

 

—Antibiótico intramuscular.

 

Dos silenciosos miembros del mantenimiento trasladaron a Ángela, que seguía inconsciente, a la enfermería. Al principio, Alice y Bella insistieron en acompañarla y revolotearon en torno a la camilla como pajarracos. Por fin, Emily las convenció de que se quedaran. Una mancha de hollín le emborronaba la mejilla y aún no se había cambiado el vestidito negro. Tampoco había recuperado los zapatos pero tenía los ojos brillantes y despiertos.

 

—Os prometo que no le pasará nada. Necesita descansar. Y vosotras hacéis falta aquí. Por favor, decidme que puedo contar con vuestra ayuda.

 

Las chicas asintieron a regañadientes, y ella las mandó al piso de arriba a que se limpiaran la sangre y se cambiaran de ropa. A medida que ascendían, el rumor asustado del piso inferior se fue disolviendo poco a poco en el silencio sepulcral de los dormitorios. Alice cogió a su amiga de la mano. A Bella le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. Estaba a punto de vomitar.

 

Cuando se separaron al llegar arriba, Alice dijo:

—No correremos peligro, ¿verdad?

 

—Emily no nos habría hecho subir si no fuera seguro —repuso Bella, pero en su voz había duda.

 

—Vale. Date mucha, mucha prisa. Nos vemos en el cuarto de baño.

Bella abrió despacio la puerta de su habitación y paseó el haz de la linterna antes de entrar para comprobar que estuviera vacío. En la oscuridad, el lugar le pareció extraño… como si no guardara ninguna relación con ella y sus pertenencias hubieran ido a parar allí al azar. Tras cruzar la habitación a toda prisa, rebuscó en el armario y sacó lo primero que encontró.

 

Más tarde, en el cuarto de baño, en una ducha oscura y fría iluminada tan solo por una linterna apoyada contra las sandalias color plata de Jo, se restregó el cuerpo con fuerza para retirar la sangre.

 

El frío y el agua le aclararon los pensamientos, como si pudieran arrastrar la noche entera. Alice la esperaba junto a un lavamanos, paseando el haz de su linterna por el cuarto. De vez en cuando, se llamaban mutuamente para tranquilizarse.

 

—¿Sigues viva?

 

—Sí. ¿Y tú?

 

—Eso creo. Cuando hubo terminado, Bella dejó los restos del vestido blanco y los zapatos plateados de Alice en el vestuario de la ducha.

 

Juntas, corrieron escaleras abajo, donde el ambiente de terror había mudado en sombría eficiencia. Las luces de las linternas bailaban por los pasillos mientras un grupo de alumnos procedía a sacar muebles chamuscados del salón de baile. Al otro lado de la puerta trasera, un generador emitía su rumor constante, y gruesos cables negros serpenteaban por el corredor hasta el salón de actos, donde las lámparas de arco que alimentaban iluminaban el espacio, aún incandescente, con un resplandor irreal.

 

Profesores pertrechados con sujetapapeles coordinaban el trabajo. Algunos, encaramados en sillas, gritaban instrucciones mientras que otros, confinados a pequeños grupos, intercambiaban susurros junto a las paredes.

 

Alice y Bella, hombro con hombro, inspeccionaron la habitación con la mirada.

 

—Bueno, deberíamos buscar a Emily —dijo Bella con voz temblorosa.

 

Sin embargo, no encontraron a la bibliotecaria sino a Tanya, que subida a una deteriorada silla de madera profería órdenes desde su posición precaria a los profesores y alumnos que pululaban por allí. El vestido blanco se le había ensuciado de hollín pero, por lo demás, estaba impecable, aunque el peinado se le había deshecho y la melena suelta flotaba en ondas sobre sus hombros.

 

Pareció aliviada de verlas… sobre todo a Bella.

 

Se agachó para tomarle las manos y la atrajo hacia sí. Hablando con voz tan queda que solo Bella pudo oírla dijo:

 

—Siento muchísimo que hayas tenido que ver esto. ¿Te encuentras bien?

 

Al mirar a los ojos inquietos de Tanya, una oleada de emociones contradictorias inundó a Bella. Quería llorar por Leah y por sí misma. Quería abrazar a la directora por preocuparse. En vez de eso, contuvo las lágrimas y asintió para demostrar que estaba perfectamente. Tras apretar una vez más las manos de Bella, la directora se levantó.

 

—Muy bien, vosotras dos —dijo recuperando el tono profesional. Les tendió un sujetapapeles que llevaba un lápiz prendido a una cuerda y prosiguió—: Necesito tener localizado a todo el mundo. Este trimestre, en total, hay cincuenta y dos alumnos. Identificad a todo aquel que podáis encontrar. Buscad en la zona central de la planta baja; ni en las alas ni en los pisos superiores. Y no salgáis bajo ningún concepto.

Un grupo de profesores se acercó a ella e Tanya se giró para atenderlos.

 

Al principio, la tarea las abrumó; todo estaba muy oscuro y la gente pasaba corriendo entre la neblina. Sin embargo, al poco discurrieron un sistema: tachar de la lista a todos los que ya habían visto y empezar por los alumnos que no reconocían.

 

El trabajo las ayudó a serenarse. Fueron recorriendo salas y tachando nombres, viendo cómo iba menguando la cantidad de alumnos desaparecidos. Al cabo de una hora más o menos volvió la luz, lo que les facilitó la tarea. El tufo ocre del incendio persistía, pero el aire se fue aclarando poco a poco.

 

Entretanto, Bella era presa de una extraña sensación de distanciamiento, como si se viera a sí misma en la televisión yendo de un lado a otro para hacer lo que le habían encomendado. Ni siquiera notaba su propio cansancio. Su cuerpo se movía, pero ella se sentía desconectada de sus propios actos.

 

Para la salida del sol, veintiún alumnos seguían ilocalizables. Los ausentes incluían a Jasper, Edward, Jacob, Kate y Paul.

 

—¿Dónde crees que están? —preguntó Bella.

 

—En la Night School —el tono de voz de Alice delató su cansancio. Se frotó la frente—. Están todos en la Night School. Hemos mirado en todas partes… no vamos a encontrar a nadie más. Vamos a acostarnos.

 

Después de mirar en el comedor y en la biblioteca, localizaron a Tanya en compañía de Eleazar y Emily en el salón de baile. La madera y el yeso quemados despedían un hedor intenso y nauseabundo. La electricidad no había sido restaurada en aquella zona y el generador ya estaba apagado, de modo que apenas se veía nada en la penumbra. La pálida luz ambiental que procedía del pasillo rielaba en las partículas de humo que seguían flotando en el aire. Parecían, pensó Bella, minúsculos cristales negros. Advirtió que una de las paredes estaba completamente ennegrecida, desde el suelo hasta el techo. Pequeños montones de escombros seguían humeando aquí y allá. Por lo demás, los daños en la sala eran menores de lo que cabría esperar.

 

Tanya inspeccionó la lista en un segundo y se la tendió a Eleazar, que le echó un vistazo y asintió.

 

—Gracias a las dos —dijo Tanya—. Habéis hecho un trabajo magnífico.

 

—Pero faltan muchos por localizar —protestó Bella.

 

Grandes ojeras ensombrecían los ojos enrojecidos de Tanya. Parecía tan cansada que Bella se sintió mal por molestarla.

 

—Sabemos dónde se encuentran y están perfectamente —la tranquilizó, rodeándola al mismo tiempo con el brazo—. No te preocupes por ellos.

 

—Son los alumnos de la Night School, ¿verdad? — Alice se había cruzado de brazos con ademán irritado.

 

—Ya sabes que no podemos hablar de la Night School contigo, Jo. Pero supongo que conoces la respuesta a tu pregunta —le espetó Emily.

 

Alice siguió insistiendo.

 

—Lo siento, Emily, pero creo que hoy por hoy nos convendría ser un poquito más sinceros de lo que acostumbramos.

 

Tanya apretó un instante el brazo de Bella con ademán tranquilizador antes de volverse hacia Alice.

 

—Y muchos profesores estarían de acuerdo contigo —asintió para sorpresa de Bella—, pero de momento nos conformaremos con sobrevivir a las próximas veinticuatro horas.

 

—¿Cuántas personas han sido… asesinadas? —preguntó Bella con un hilo de voz.

 

—Una, Bella —el tono de Tanya rebosaba compasión—. Y lamento muchísimo que hayas sido testigo de ello. Si necesitas hablar con cualquiera de nosotros…, no dudes en hacerlo.

 

Bella, que se creía incapaz de sentir nada, advirtió sorprendida que una lágrima le surcaba la mejilla.

 

¿De dónde ha salido?, se preguntó mientras se la enjugaba.

 

A punto de marcharse, Eleazar le apretó el brazo y Emily la abrazó con ternura.

 

—Ánimo, cariño —le susurró.

 

Cuando ambos se hubieron alejado, Alice volvió a dirigirse a Tanya.

 

—¿Cómo está Ángela? ¿Podemos verla?

 

—Aún no se ha despertado. El médico dice que tiene que descansar —la directora las miró con expresión preocupada—. Encontraréis algo de comer en el refectorio. Me gustaría que descansarais un rato y comierais algo. Si os necesito, acudiré allí a buscaros.

 

Aunque la mera idea de sentarse a comer les parecía inconcebible, echaron a andar por el oscuro vestíbulo a insistencia de Tanya. En el comedor reinaba un ambiente taciturno y exhausto. Había salido el sol, cuyos rayos se filtraban por los grandes ventanales con intempestiva alegría. Alumnos agotados y desaliñados ocupaban casi todas las mesas, descansando o durmiendo ante platos a medio terminar. A un extremo de la sala alguien había dispuesto una mesa de bufé repleta de sándwiches, además de grandes termos de cobre con té y café recién hechos.

 

De pie ante el bufé, contemplaron la comida. Les resultaba raro tener que alimentarse tras todo lo sucedido, pero de todos modos se llenaron los platos y buscaron una mesa libre, donde se sentaron después de hacer a un lado la vajilla usada para ganar espacio. Durante un buen rato, masticaron en un silencio exhausto. Alice se sentó en la posición de loto, con el pelo rubio platino encrespado alrededor de la cabeza como un halo irregular. Bella dobló una pierna para apoyarla en el asiento y dejó descansar el codo en la rodilla. En reposo, tenía un semblante pálido y preocupado. Apuró el bocadillo y empujó el plato.

 

—¿Qué has visto? —formuló la pregunta de improviso.

 

Alice la miró de hito en hito unos instantes, luego abrió unos grandes ojos.

—¿Esta noche?

 

Bella asintió.

Alice dejó la taza de té sobre la mesa y su rostro se ensombreció.

 

—Oh, Bella, ha sido una locura. ¿Dónde te habías metido, por cierto? Al principio todo era precioso, ¿sabes? Jasper y yo estábamos bailando tan contentos cuando, de repente, hemos oído un ruido, como un fuerte estallido, y se ha ido la luz. A partir de ese momento, todo ha sido muy confuso porque no se veía nada y todo el mundo corría hacia donde creía que estaba la puerta, la gente gritaba que no podía salir y entonces ha caído una mesa y ha empezado el primer incendio. Había un humo… espantoso. Sencillamente espantoso.

» Jasper y yo nos hemos tirado al suelo y hemos fabricado una especie de mascarillas con las servilletas para poder respirar. Nos hemos retirado al lugar más alejado del fuego y entonces él ha dicho que tenía que ir a ver qué pasaba… o sea, por qué la gente no podía salir. Y luego ha… desaparecido.

 

Bella esperó a que siguiera hablando pero Alice guardó silencio y comenzó a desmenuzar la corteza de su sándwich.

 

—¿Y qué ha pasado después? —la azuzó.

 

—Todo estaba oscuro. Y yo solo… oía gritos, y el humo casi no me dejaba respirar. Creo que la puerta se había encallado o algo así, porque de repente ha sonado una especie de crujido y ha entrado aire fresco, pero eso ha empeorado el incendio. Todos se han puesto a apagar el fuego con agua y con los extintores, ya se podía salir y entonces has llegado tú.

 

Alice suspiró y dio otro bocado pero Bella advirtió que estaba comiendo por obligación.

—¿Has visto a Jasper desde entonces?

 

Alice negó con la cabeza y una lágrima se deslizó por su cara.

—No quiero portarme como una boba. Emily ha dicho que está bien, de modo que no le ha pasado nada. Es solo que… me dejó ahí. En mitad de un incendio.

 

Escondió la cara detrás de las manos y Bella comprendió que estaba llorando.

—Oh, nena —Bella tendió la mano para apretarle el brazo mientras trataba de discurrir algo que la consolara—. Se aseguró de ponerte a salvo, ¿no? Eso fue lo primero que hizo. ¿Y sabes qué? Piensa que eres una chica dura, que sabes cuidar de ti misma. Y eso mola.

 

Alice asintió, aunque no parecía muy convencida. Luego cerró los ojos y apoyó la cabeza en el codo. —Estoy tan cansada.

 

Bella acercó la silla a la de Alice y le apoyó la cabeza en su propio hombro.

—Yo también.              

 

Pocos instantes después, ambas estaban dormidas, fundidas en un abrazo.

El ruido de unos pasos las despertó algo más tarde. El grupo de la Night School había vuelto. Jasper fue el primero en cruzar la puerta. En cuanto lo vio, Alice atravesó corriendo el comedor y se arrojó a sus brazos. Salieron juntos hablando en susurros.

 

Jacob entró poco después que Jasper. Bella, que no había tenido tiempo de procesar lo sucedido entre ambos la noche anterior, aún no estaba preparada para verlo. Se encogió en el asiento y se quedó mirando su tazón vacío con la esperanza de que no reparara en ella.

 

No había tenido ni un momento para pensar en lo que Jacob había hecho. Ni en por qué se había emborrachado con tanta rapidez. Pensando en los acontecimientos de la noche previa, se pasó los dedos por el chichón de la coronilla con ademán distraído. Había disminuido, pero aún le dolía.

 

Cuando Edward y Paul cruzaron el umbral pocos minutos después, Bella respiró aliviada. Ambos estaban sucios y cansados; tenían el rostro cubierto de mugre y el pelo apelmazado de sudor.

 

Bella no levantó la cabeza, de modo que Edward al principio no reparó en ella cuando se llenó el plato y cogió un café. Paul, en cambio, la divisó de inmediato.

 

—¿Se sabe algo de Ángela? —preguntó.

 

Ella negó con la cabeza.

—Aún nada.

 

Paul apretó los labios.

—Me siento tan mal por… Ojalá hubiera estado con ella.

 

Advirtiendo lo derrotado que parecía, Bella lo abrazó.

—Tanya dice que se va a poner bien y yo la creo —él asintió contra su hombro—. Deberías irte a la cama, Paul. Tienes un aspecto horrible.

 

Él consiguió esbozar una sonrisa.

—Gracias, Bella. Hablas como Edward. Justo ahora me estaba diciendo lo mismo.

Cuando Paul se alejó, Bella buscó a Edward con la mirada. Estaba sentado a solas en una de las mesas más alejadas, con las piernas tendidas ante sí. Comía con mecánica concentración y tenía los ojos fijos en el plato, como si en verdad no quisiera ver nada más.

 

Bella aguardó hasta que él hubo apurado el bocadillo antes de acercarse. El agotamiento le daba una aspecto tan vulnerable que se quedó sin aliento; parecía un niño pequeño. Sin embargo, recuperó de inmediato su habitual expresión alerta. Bella cogió una silla y se sentó sin esperar a ser invitada.

 

—Eh —dijo.

 

—Eh tú —el tono de Edward era distante.

 

Bella escudriñó su rostro.

—¿Te encuentras bien?

 

—Voy tirando —alzó la vista—. ¿Y tú?

 

Ella se encogió de hombros.

—Sobrevivo.

 

—He oído lo de Leah.

 

Ella levantó las manos como a la defensiva.

—No quiero hablar de eso.

 

—Lo siento —repuso él.

 

—Tú no tienes la culpa —Bella no deseaba que las siniestras imágenes del cuerpo de Leah le poblaran la mente—. Es solo que… no puedo hablar de ello de momento. No estoy preparada.

 

—Vale.

 

Edward dio un sorbo al café.

 

Se hizo un silencio.

 

Bella dejó pasar tres respiraciones.

—¿Edward?

 

—¿Qué?

 

—¿Has visto a Sam? ¿Está bien?

 

Él negó con la cabeza.

—No, no está bien. Está destrozado. Se culpa por no haber estado con ella cuando sucedió, el pobre. Se va a casa por un tiempo.

 

Bella asimiló aquella información antes de seguir hablando.

—Acerca de anoche…

 

—Bella… —Edward le lanzó una mirada de advertencia, pero ella no le hizo caso.

 

—¿Estaba borracha? O, no sé… ¿drogada? O sea, me he emborrachado otras veces, sé cómo funciona, naturalmente. Pero solo bebí tres vasos y estaba… Bueno, en realidad no sé cómo estaba.

 

—Yo tampoco sé cómo estabas, Bella.

 

Le había hablado en tono acusador y ella se separó, herida.

—Oye, eso no es justo.

 

—¿Quieres que te diga lo que pienso? —los ojos oscuros de Edward centellearon con ira reprimida —. Pienso que bebiste demasiado y confiaste en Jacob. Intenté advertirte.

 

—¡Ya lo sé! Ya sé que lo hiciste —Bella también estaba enfadada, pero consigo misma—. Yo tuve la culpa. Y siento no haberte escuchado. Fui una idiota. Soy una cretina, ¿vale? ¿Me perdonas ahora?

 

La expresión de Edward se suavizó.

—Mira, Bella, es que… ya te lo he dicho. No llevas aquí el tiempo suficiente como para comprender cómo funcionan las cosas. Solo te pido que tengas cuidado, ¿vale? Las cosas no son lo que parecen. La personas de por aquí no siempre son quienes fingen ser.

 

Aunque lo dijo en un tono más amable, la advertencia la hizo estremecer.

Pero ¿qué clase de colegio es este? ¿Quién es esta gente? La inquietud le atenazaba el estómago.

¿Puedo confiar en alguien? ¿En Edward siquiera?

Siempre se ha comportado como un capullo, pero ¿acaso me ha mentido alguna vez?

 

Bella se quedó mirando aquel rostro reservado. Luego le apoyó una mano en el brazo.

 

—Gracias, Edward.

 

Sorprendido, él enarcó una ceja.

—¿Por qué?

 

—Bueno, más o menos me rescataste de mi propia estupidez anoche. Me has salvado dos veces en veinticuatro horas. En algunos países, te debería la vida o mi primogénito o algo así.

 

Él sonrió a medias pero sus ojos no perdieron la expresión alerta.

—Me conformo con que me creas la próxima vez, ¿vale?

 

Bella asintió fervorosamente, pero se limitó a responder:

—Vale.

 

Edward se arrellanó en la silla y dio un sorbo a su café tibio. Luego entornó los ojos y miró fijamente algo que Bella no podía ver. Ella se dio media vuelta. Al otro lado de la habitación estaba Jacob, sentado a solas, fulminándolos con la mirada. Bella notó que irradiaba rabia como el calor que difunde una estufa.

 

Edward le devolvió la mirada sin inmutarse.

 

—Oh, mierda —masculló Bella.

 

—Vas a tener problemas con él —le dijo Edward, que se había vuelto hacia ella—. Tiene mucho poder aquí y se pone furioso si no consigue lo que quiere. Y lo que quiere es a ti.

 

Bella clavó los ojos en Jacob sin miedo y dijo:

—Bueno, pues peor para él, porque no me va a tener.

 

Echó la silla hacia atrás, se levantó y avanzó decidida hacia el lugar donde estaba sentado Jacob, al principio de la sala. Él adoptó una expresión torva pero a Bella se le había pasado el efecto del alcohol. Apoyó las manos en los brazos de su butaca y colocó el rostro a pocos centímetros del suyo.

 

Cuando habló, lo hizo en un susurro amenazador.

—La de ayer fue la peor cita que he tenido en mi vida. Y nosotros… hemos… acabado.

 

Aguardó lo justo para ver cómo la sorpresa se apoderaba del rostro de Jacob.

A continuación, abandonó el comedor. Por el rabillo del ojo, vio a Edward sonreír.

 

 

Mientras subía las escaleras hacia los dormitorios de las chicas, contó cada uno de los peldaños. Al llegar a su propia habitación, sesenta y un pasos después, abrió la puerta. Seguía tal como la había dejado horas atrás: los cajones del armario abiertos y las prendas tiradas por el suelo tras la precipitada búsqueda de la noche anterior. Inspirando a fondo, dio el paso número sesenta y dos y procedió a convertir el cuarto en un lugar capaz de infundirle seguridad otra vez. Primero recogió la ropa y la guardó, luego reorganizó el escritorio, ya de por sí ordenado, y cerró la puerta del armario. Por último, dándose por satisfecha, cerró los postigos de la ventana para impedir que entrara la luz del sol, se quitó los zapatos y se tendió sobre la colcha. Estaba terriblemente exhausta, pero también demasiado nerviosa como para dormir.

 

Pasó media hora dando vueltas en la cama, mientras los acontecimientos del día anterior se arremolinaban en su mente como los danzarines del baile.

 

¿Quién ha matado a Leah?… Edward debe de pensar que soy una furcia… ¿Estaba borracha? Alice dijo que el champán era muy fuerte… Pero

Leah estaba… Estaba…

 

Las imágenes oscuras y borrosas del cuerpo ensangrentado de Leah le provocaron arcadas y se sentó en la cama. El corazón le latía pesadamente mientras el sudor le caía a chorro por las manos.

 

No podía respirar.

 

Aire. Necesito aire.

 

Se levantó de un salto y se encaramó al escritorio para abrir la ventana. La luz del día entró a raudales y Bella aspiró a duras penas una bocanada de aire fresco…

 

—¡Ugh!

La voz al otro lado de la ventana la sobresaltó tanto que estuvo a punto de caer del escritorio al echarse hacia atrás a toda prisa. Aferrada a la silla como si pudiera protegerla, resolló con dificultad.

 

—¿Quién…?

 

—¿Bella? ¿Qué pasa?

 

—¿Edward? —dijo jadeando—. Pero ¿qué… diablos… estás…?

 

Haciendo caso omiso a la pregunta, Edward metió los brazos por la ventana y la atrajo hacia sí; el cuerpo de Bella se deslizó con facilidad por la superficie bruñida del escritorio; ella no tuvo fuerzas para resistirse.

 

Los ojos oscuros de Edward reflejaron inquietud al ver los esfuerzos que hacía por respirar.

 

—¿Recuerdas lo que hiciste la otra noche? Tienes que volver a hacerlo. Inspira por la nariz. Despacio. Y deja salir el aire por la boca.

 

Bella intentaba entender lo que estaba pasando.

—¿Me estabas… espiando?

 

Edward la fulminó con la mirada.

—Maldita sea, Bella. ¿Quieres callarte y respirar?

 

Con los ojos fijos en Edward y las manos entre las de él, respiró en sincronía con el chico, al principio con dificultad pero cada vez más fácilmente. Cuando el aliento de Bella se normalizó, Edward le soltó las manos. A ella, las preguntas se le agolpaban en los labios.

 

—¿Eres un pervertido o qué? ¿Cómo diablos has trepado hasta aquí? ¿Y cómo has encontrado mi habitación? Y…

 

Sentado en el alféizar al otro lado de la ventana, Edward se echó a reír y tendió las manos abrumado.

 

—Venga, Bella, llevo toda la vida en este colegio. Conozco hasta el último centímetro del edificio, incluido el tejado que, por cierto, es súper fácil de escalar. Me sorprende que aún no lo hayas intentado.

 

Bella escudriñó su rostro en busca de alguna señal de que estuviera mintiendo pero no encontró nada salvo exasperación.

 

—¿Has llegado hasta aquí desde tu cuarto? —se interrumpió y miró a su alrededor—. ¿Y dónde está tu habitación, a ver?

 

Edward señaló al otro lado del edificio.

—Mira, los dormitorios de los chicos están en el piso superior de la construcción principal. Mi ventana es la tercera empezando por la derecha, allí. ¿La ves?

 

Bella contó las ventanas de las buhardillas y asintió.

 

Él se volvió a mirarla.

—Desde allí, es muy fácil acceder a tu cuarto.

 

De repente, recordó lo sucedido semanas atrás. Lo miró fijamente.

 

—Tú ya has estado aquí, ¿verdad? —lo acusó—. Al poco de mi llegada. Una noche creí oír a alguien al otro lado de la ventana. Eras tú, ¿a que sí?

 

Edward tuvo la deferencia de demostrar arrepentimiento.

—Vaya, pensaba que no me habías oído. Lo siento.                                       

 

—Me diste un susto de muerte, Edward —le dijo—. ¿Qué estabas haciendo aquí?

 

Incómodo, él se revolvió en el sitio.

—En realidad… iba a ver a otra persona. Abriste la ventana y estuve a punto de caer. No soy un mirón ni nada parecido.

 

Recordando la advertencia de Alice de que era un rompecorazones, Bella se preguntó a quién había ido a ver. Lo miró meditabunda.

 

¿Y quién demonios eres, Edward Cullen?

 

Saber que era capaz de ponerlo a la defensiva la hizo sentir más segura de sí misma. Cruzó las piernas y apoyó los codos en las rodillas.

 

—Y bien, ¿qué has venido a hacer aquí, Edward? ¿Otra vez de camino al dormitorio de una chica?

 

Él se apoyó contra el marco de la ventana, sin mirarla a los ojos. Al hacerlo, empujó una piedra de la cornisa y Bella oyó los golpecitos que daba de camino al suelo, tres pisos más abajo.

 

—No, claro que no. No he venido por nada en especial. Yo solo… estaba preocupado por ti, supongo —dijo al fin—. Ha sido una noche terrible y tú sufres ataques de pánico, así que estaba… ya sabes… inquieto.

 

Se sostuvieron la mirada unos instantes, pero los ojos de Edward reflejaban una oscuridad tan insondable que parecían evocar los terribles sucesos de la noche anterior. Bella se tapó la cara con las manos para ahuyentar las imágenes.

 

—No dejo de ver a Leah y de recordar… Fue horrible, Edward. Espantoso. Todo estaba oscuro pero vi que le habían cortado el cuello. Había muchísima sangre… Y entonces oí aquellos pasos. Creí que yo sería la siguiente.

 

—¿Qué pasos?

 

Bella alzó la vista y vio que Edward tenía los ojos fijos en ella. Se dio cuenta de que, en medio de todo aquel caos, no había llegado a contarle a nadie lo sucedido en el jardín.

 

Cuando lo puso al corriente, él volvió a preguntarle por las pisadas.

 

—¿Estás completamente segura de que los pasos procedían del interior y se alejaron por el mismo camino?

 

Bella asintió. Casi podía ver los mecanismos de la mente de Edward en funcionamiento.

—¿Cuántos pasos oíste? Quiero decir, ¿cuántas personas crees que había?

 

—Una, creo, pero no estoy segura. Tenía demasiado miedo. Edward, ¿quién pudo hacerlo? ¿Crees que pudo ser un alumno? ¿O… un profesor?

 

Hasta aquel momento, la idea no se le había pasado por el pensamiento, pero de pronto le parecía horriblemente plausible. Albergó la esperanza de que se burlara de ella, de que le dijera que estaba diciendo tonterías, aunque no fue así.

En cambio, Edward se frotó los ojos.

—No lo sé. No lo creo… pero ya no lo sé.

 

—¿Y por qué no me mataron a mí también? —Su voz sonó lastimera cuando por fin pronunció las palabras que llevaba evitando desde la noche anterior—. ¿Por qué sigo viva?

 

La mirada de Edward se perdió en los terrenos del colegio. Permaneció un buen rato en silencio.

 

Cuando por fin habló, tenía la voz ronca.

—No lo sé, Bella. Pero es posible que el asesino te viera y probablemente crea que tú también lo viste a él… Bien. Tendrás que ir con cuidado a partir de ahora.

Aunque el sol brillaba en el cielo, Bella se estremeció. Bajó la voz.

—Edward, ¿qué está pasando?

 

La observó fijamente y ella advirtió cuánto deseaba contarle algo, pero el momento pasó y él negó con la cabeza.

—No puedo, Bella. De verdad que no puedo.

 

Ella estaba tan cansada que no quiso discutir; llevaba casi dos días sin dormir. Apoyó la cabeza en la mano, cerró los ojos y bostezó.

 

—Querría seguir despierta y enfrentarme a los asesinos pero estoy demasiado agotada — murmuró—. Ahora mismo no me hace ninguna gracia quedarme a solas, Edward. Me gustaría que me hicieras compañía.

 

Transcurrió un largo silencio, pero Bella, adormilada, no lo advirtió hasta que Edward volvió a hablar.

 

—Hazte a un lado —accedió.

 

Le hizo sitio en el escritorio. Él saltó por la ventana con agilidad y la cerró a su espalda.

 

Una descarga súbita de adrenalina despabiló a Bella por completo.

—Si Kate se entera, estamos perdidos —advirtió, aunque en el fondo le daba igual.

 

—Bah, puedo manejar a Kate —repuso él. Sentado en el suelo junto a la cama, estiró las piernas con un gruñido de placer; las larguiruchas extremidades se le habían entumecido en la cornisa de la ventana, y seguramente se había pasado la noche corriendo de un lado a otro—. Además, hoy todo está patas arriba. Nadie se dará cuenta. Acuéstate, a ver si podemos dormir.

 

Tras vacilar solo un instante, Bella bajó del escritorio y se tendió en la cama. Tratando de actuar con naturalidad, sacó la manta azul de los pies y se la ofreció.

 

Cuando los dedos de ambos se rozaron, se quedaron paralizados un instante.

—¿Necesitas una almohada? —preguntó Bella procurando que no le temblara la voz.

 

—No, gracias, así estoy bien.

 

Parecía tranquilo pero ella advirtió que apretaba los dientes mientras desplegaba la manta.

Bella se tendió e intentó relajarse, aunque tenía el cuerpo rígido, los músculos tensos como cuando te dispones a luchar. Se tapó la cara con las manos.

 

—No puedo. Jamás me dormiré.

 

Edward le retiró una mano de la cara y se la sostuvo.

 

—¿Alguna vez te he contado que antes yo también tenía ataques de pánico?

Sorprendida, Bella se colocó de lado para verlo mejor.

 

—¿Ah, sí? ¿Cuándo?

 

—Hace unos años —estaba tumbado de espaldas, mirando al techo—. Estaba pasando una mala racha y empecé a sufrir esos… episodios. Un buen amigo me ayudó a superarlo. Una de las cosas que me enseñó fue que debía dejar de pensar en aquello que me asustaba y concentrarme en cambio en cosas que me hicieran sentir seguro. Incluso… feliz. Para obligarme a mí mismo a albergar pensamientos más positivos. ¿A ti qué te hace feliz, Bella?

 

Ella se concentró.

Emmett, sano y salvo, y como solía ser. Formar parte de una familia normal. Estar aquí. Al menos hasta esta noche.

 

—No lo sé —susurró.

 

Edward guardó silencio un rato, con la mano de Bella contra el pecho. Cuando volvió a hablar, ella notó el eco de su voz entre los dedos.

 

—Imagínate… que estamos en alguna otra parte. En un lugar muy hermoso. Quizá en una playa de arena blanca y aguas muy azules.

 

Bella trató de imaginarse a sí misma sentada con Edward a la sombra de una palmera, con la punta de los pies hundida en la arena.

 

—Estás a salvo —prosiguió él con un tono de voz bajo y firme—. A lo mejor más tarde nos apetece bucear y mirar los peces. Peces de vivos colores. ¿Los ves?

 

Concentrada en las palabras, Bella casi pudo verlos, nadando ante ella por el lago azul. Empezó a oír el murmullo rítmico de las olas. La voz de Edward inspiraba tanta tranquilidad que pudo relajar los hombros por fin mientras bancos brillantes de pececillos tropicales, azules, rojos y amarillos, se multiplicaban en su imaginación. Su respiración se hizo más regular. Creyó hundirse en las aguas cálidas, lenta y plácidamente.

 

—Es precioso —dijo con la voz pastosa de sueño.

 

—Sí que lo es —repuso él sin soltarle la mano.

 

En su pensamiento, Bella emergió, y vio un barco en el horizonte, con las velas desplegadas, cuyo vaivén empezaba a acunar su sueño.

Capítulo 15: Baile de Verano Capítulo 17: Confianza

 
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