Una noche enamorada (3)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 18/06/2018
Fecha Actualización: 13/08/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 3
Visitas: 47220
Capítulos: 27

El desenlace de la historia entre Bella y Edward.

 

Bella nunca antes había conocido el puro deseo. El imponente Edward la ha cautivado, la ha seducido y la adora de formas que nunca había experimentado; conoce sus pensamientos más íntimos y hace todo lo que ella le pide. Él hará cualquier cosa para mantenerla a salvo, aunque para ello tenga que poner en peligro su propia vida. Pero el oscuro pasado de Edward no es lo único que amenaza su futuro juntos… Cuando descubren la verdad sobre el legado de Bella, sale a la luz un inquietante y perturbador paralelismo entre pasado y presente que hace que el mundo de Bella, tal y como lo conoce, se tambalee. Pronto se verá atrapada entre una incontrolable pasión y una peligrosa obsesión que podría destruirlos a los dos…

«Tú eres lo único que veo»

 

Los personajes le pertenecen Stephenie Meyer la historia le pertenece a Joodi Ellen Malpas del libro Una Noche.

 

Actualizaciones: Lunes, miércoles y viernes.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 20: Capítulo 19

Es la primera vez que veo el Ice completamente vacío.

 

Edward me sienta en un taburete y me coloca mirando a la barra antes de ponerse detrás y coger un vaso resplandeciente de uno de los estantes. Lo deja con fuerza sobre la barra, coge una botella de whisky y lo llena hasta el borde. Entonces se lo bebe entero, de un trago, echando la cabeza atrás. Lentamente, se vuelve y se deja caer contra la barra, mirando el vaso vacío.

 

Parece derrotado y eso me asusta de un modo inimaginable.

 

—¿Edward?

 

Se concentra un buen rato en su vaso antes de que unos ojos azules atormentados se encuentren con mi mirada.

 

—El hombre del supermercado era Aro.

 

—El cabrón sin moral —digo con intención de que sepa que lo he entendido. Es justo quien me temía que fuera, aunque mi opinión de ese hombre es que lo que me ha contado Edward acerca de él no le hace justicia. Es aterrador.

 

—¿Por qué no te permite dejarlo y ya está? —le pregunto.

 

—Porque cuando estás en deuda con Aro es de por vida. Si te hace un favor, lo pagas para siempre.

 

—¡Te sacó de la calle hace años! —exclamo atropelladamente—. Eso no justifica que estés en deuda con él de por vida. ¡Te convirtió en prostituto, Edward! ¡Y luego te ascendió a «chico especial»! —Estoy tan enfadada que casi me caigo del taburete—. ¡Eso no está bien!

 

—Oye, oye, oye… —Rápidamente deja el vaso vacío, salta la barra y se coloca a mi lado. Lo hace con soltura y elegancia y sus pies aterrizan en silencio justo delante de mí—. Tranquilízate. —Intenta aplacar mi ira, me coge la cara con las manos y la levanta para poder mirarme a los ojos llenos de lágrimas—. No hay nada en mi vida que haya estado bien, Isabella.

 

Me abre los muslos con la rodilla y se acerca. Me levanta un poco más la cara para que nuestras miradas no se separen pese a la altura que me saca.

 

—Soy un puto desastre, mi dulce niña. Nada puede ayudarme. Mi club y yo somos minas de oro para Aro. Pero no es sólo el beneficio que obtiene de mí ni lo conveniente que es el Ice para sus negocios. Es una cuestión de poder, de principios. Si das muestras de debilidad, el enemigo te tendrá cogido por las pelotas. —Respira hondo mientras yo lo asimilo todo—. Nunca pensé en dejarlo porque nunca tuve un motivo para hacerlo —continúa—. Y él lo sabe. Y sabe que si lo hiciese, sería por una buena razón.

 

Aprieta los labios y cierra los ojos despacio, un gesto que normalmente encuentro fascinante, reconfortante. Pero hoy no. Hoy no hace más que empeorar las cosas porque sé que está parpadeando así y respirando hondo para coger fuerzas y poder decir lo que va a decir a continuación. Cuando vuelve a abrir los ojos, contengo la respiración y me preparo para lo peor. Me está mirando como si no hubiera nada más valioso que yo en su universo. Porque lo soy.

 

—Eliminarán esa buena razón —termina en voz baja, dejándome sin aire en los pulmones—, de un modo u otro. Te quiere fuera de mi vida. No he estado comportándome como un loco neurótico por nada. Yo le pertenezco, Isabella. Tú no.

 

Mi pobre cerebro explota bajo la presión de la brutal explicación de Edward.

 

—Quiero que seas mío —digo sin pensar. No he reflexionado en lo que decía, lo he dicho por pura desesperación. Edward Masen no está disponible y no sólo por esa fachada que mantiene firmemente en su sitio.

 

—Estoy en ello, mi preciosa y dulce niña. Créeme, estoy dejándome la piel para que así sea. —Me besa en la coronilla y respira mi fragancia para inhalar una dosis de la fuerza que recibe de mí—. Tengo que pedirte una cosa.

 

No le confirmo lo que sé que va a pedirme. Necesito oírlo.

 

—Lo que quieras.

 

Me levanta del taburete y me sienta en la barra, como si me estuviera subiendo al famoso pedestal. Luego se hace sitio entre mis muslos, me mira a los ojos y rodea mi cintura con las manos. Le paso los dedos por los rizos, por toda la cabeza, hasta que le masajeo la nuca.

 

—Nunca dejes de amarme, Isabella Taylor.

 

—Imposible.

 

Sonríe levemente, hunde la cara en mi pecho y desliza las manos por mi espalda para estrechar nuestro abrazo, para fundirnos juntos. Me quedo mirando la base de su cuello, acariciándolo para consolarlo.

 

—¿Cómo estás de segura? —pregunta sin que venga a cuento.

 

Mis caricias cesan mientras cojo fuerzas para enfrentarme a otra de nuestras confesiones, esas que lo dejan a uno de piedra.

 

—Segura —me limito a contestar, porque lo estoy. No puedo esconderme de esto, como tampoco puedo esconderme de todo lo demás.

 

Lentamente, me suelta y saca la prueba de embarazo, observándome mientras mis ojos van de la caja hacia él y viceversa.

 

—Segura no basta.

 

Cojo la caja, vacilante.

 

—Hazlo.

 

No digo nada cuando me baja y lo dejo sirviéndose otra copa. Sigo a mis pies al baño de señoras y me prepara para la confirmación en blanco y negro. Actúo sin pensar, desde que entro en el cubículo hasta que salgo de él. Intento ignorar los minutos que he leído que tengo que esperar y me dedico a lavarme las manos. También intento ignorar la posible reacción de Edward. Al menos ahora es consciente de que cabe la posibilidad, pero ¿amortiguará el golpe? ¿Lo querrá siquiera? Dejo de pensar en esas cosas antes de que puedan conmigo. No espero que dé saltos de alegría sobre mi posible embarazo. En nuestra vida no hay lugar para celebraciones.

 

Giro la prueba y me quedo mirando la ventanita diminuta. Luego salgo del baño, de vuelta al club, donde me encuentro a Edward esperando, tamborileando en la barra. Levanta la vista hacia mí. Está impasible, carente de expresión. Una vez más soy incapaz de adivinar en qué está pensando. Así que le muestro la prueba y espero a que sus ojos la procesen. No va a poder ver nada a esta distancia, así que musitó una sola palabra.

 

—Positivo.

 

Se desinfla ante mis ojos y se me revuelve el estómago. Luego ladea la cabeza, ordenándome sin palabras que me acerque a él. Obedezco, con cuidado, y con un par de zancadas me planto a su lado. Me sienta en la barra, se coloca entre mis piernas, hunde la cabeza en mi pecho y sus manos me agarran del trasero.

 

—¿Está mal que me alegre? —pregunta y me deja de piedra. Esperaba que le diera un ataque al estilo Edward. Como estaba tan ocupada con mi propia reacción de sorpresa y esperaba una reacción negativa de Edward, no me había parado a pensar en que se fuera a alegrar con la noticia. Lo he estado viendo como un obstáculo más en nuestro camino, otro temporal que capear. Edward, por otro lado, parece como si lo viera desde una perspectiva completamente diferente.

 

—No estoy segura —admito sin querer en voz alta. ¿Podemos alegrarnos de esto en mitad de toda la oscuridad que nos rodea? ¿Acaso ve la luz? Mi mundo se ha vuelto tan tenebroso como el de Edward y no puedo ver más que pesares en el horizonte.

 

—Ya te lo digo yo. —Levanta la cabeza y me sonríe—. Todo lo que quieras darme es un regalo para mí, Isabella. —Una mano suave acaricia mi mejilla—. Tu belleza, para que pueda admirarla. —Examina mi rostro durante una eternidad antes de deslizar la mano lentamente por mi pecho y dibujar círculos alrededor de mi seno. Me tiembla la respiración y arqueo la espalda—. Tu cuerpo, para que pueda sentirlo. —Intenta contener la sonrisa y vuelve a mirarme a los ojos—. Tu impertinencia, para que pueda pelearme con ella.

 

Me muerdo el labio para contrarrestar el deseo y las ganas que tengo de decirle que, en el fondo, él es el causante de mi impertinencia.

 

—Explícate —le ordeno. La verdad es que ya lo ha dejado muy claro.

 

—Como quieras —concede sin vacilar—. Esto —dice besándome en el vientre— es otro de tus regalos. Sabes que protejo como una fiera todo lo que es mío.

 

Me pierdo en la sinceridad de sus ojos, que lo dicen todo.

 

—Lo que crece dentro de ti es mío, mi dulce niña, y destruiré a cualquiera que intente arrebatármelo.

 

Su extraña elección de palabras, su forma de expresar sus sentimientos, son irrelevantes porque hablo con soltura el idioma de Edward. No podría haberlo dicho mejor.

 

—Quiero ser el padre perfecto —susurra.

 

Me invade la felicidad, pero, aun así, llego a la conclusión de que Edward se estaba refiriendo a Aro. Es a Aro a quien va a destruir. Sabe lo mío. Me ha visto coger la prueba de embarazo. Soy esa buena razón por la que Edward lo dejaría, y ahora aún más. Aro elimina a las buenas razones. Y Edward destruirá a quien intente apartarme de él. Es aterrador porque sé que es perfectamente capaz.

 

Lo que significa que Aro está en el corredor de la muerte.

 

Unos golpes me sacan de mis pensamientos y giro la cabeza hacia la entrada del club.

 

—Swan —musita Edward poniéndose la máscara de nuevo.

 

Nuestro breve instante de felicidad toca a su fin. Me da un pequeño apretón en el muslo antes de separarse de mí… Y mi salero aparece de la nada.

 

—¿Qué hace aquí? —pregunto saltando de la barra.

 

—Ayudar.

 

No quiero verlo. Ahora que sé con seguridad que mi madre está en Londres y que Edward no va a impedírselo, querrá hablarme de ella. No me da la gana. De repente siento claustrofobia entre las gigantescas cuatro paredes del Ice. Voy y vengo por la barra hasta que tengo delante filas y filas de alcohol de alta graduación. Tengo que ahogar la rabia y eso es lo que voy a hacer. Cojo una botella de vodka, desenrosco el tapón sin pensar y me sirvo uno triple. Pero cuando el vaso frío roza mis labios no me echo el contenido a la boca, más que nada porque me distrae una imagen mental.

 

La imagen de un bebé.

 

—Mierda —suspiro y lentamente dejo el vaso en la barra. Me quedo mirándolo, dándole vueltas lentamente hasta que el líquido transparente deja de moverse. No lo quiero. El alcohol últimamente ha servido para una sola cosa: intentar hacerme olvidar las penas. Pero ya no.

 

—¿Isabella? —El tono inquisitivo de Edward hace que vuelva mi cuerpo cansado hacia él y le muestre mi rostro desolado… y el vaso—. ¿Qué estás haciendo?

 

Se acerca con la incertidumbre pintada en la cara mientras sus ojos van del vaso a mí.

 

La culpa se une a la desesperación y meneo la cabeza, arrepentida de haberme servido la copa.

 

—No iba a bebérmela.

 

—Eso espero, maldita sea.

 

Da la vuelta a la barra, me quita el vaso de las manos y tira el contenido por el desagüe.

 

—Isabella, estoy al borde de la locura. No me des el empujoncito que me falta para perder la cabeza —me advierte muy serio, aunque la dulzura que veo en su expresión no tiene nada que ver con la dureza de sus palabras. Me lo está suplicando.

 

—No sé en qué estaba pensando —empiezo a decir; quiero que sepa que me la he servido sin pensar. Apenas he tenido tiempo de asimilar la noticia—. No tenía intención de bebérmela, Edward. Nunca le haría daño a nuestro bebé.

 

—¿Qué?

 

Abro unos ojos como platos en respuesta al grito de sorpresa y Edward ruge, ruge de verdad.

 

Madre de Dios.

 

No me vuelvo para hacer frente al enemigo. Si me queda una sola gota de ese famoso brío, la borrarán del mapa con una mirada de desaprobación o una buena reprimenda. En vez de eso sigo mirando a Edward con cautela, suplicándole en silencio que se encargue él de la situación. Ahora mismo él es lo único que puede protegerme de Charlie Swan.

 

El largo silencio se expande tanto que hasta resulta doloroso. Mentalmente le suplico a Edward que lo rompa pero cierro los ojos cuando oigo a Charlie coger aire y acepto que será él quien hable primero.

 

—Dime que lo que estoy pensando no es cierto.

 

Oigo un golpe seco; Charlie se ha dejado caer en un taburete.

 

—Por favor, dime que no lo está.

 

Las palabras «lo estoy» bullen en mi garganta, junto a «¿y a ti qué?». Pero se quedan en su sitio, se niegan a salir. Me enfado conmigo misma por estar hecha una inútil justo cuando quiero armarme de valor y pagarla con Charlie.

 

—Está embarazada —dice Edward cuadrando los hombros y con la barbilla bien alta—. Y estamos muy contentos. —Desafía a Charlie a acabar la frase.

 

Y Charlie acepta el reto.

 

—La madre que te parió —le espeta Swan—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer semejante estupidez?

 

Compongo una mueca. No me gusta el subir y bajar del pecho de Mil. Quiero unirme a él, presentar un frente común, pero mi maldito cuerpo se niega. Así que permanezco de espaldas a Charlie mientras mi mente sigue evaluando el peligro inminente.

 

—Los dos sabíamos que Aro no tardaría en tener algo concreto sobre Isabella. Pues ya lo tiene. —Me pasa el brazo por el cuello, intentando acercarme a su cuerpo—. Dije que si se acercaba a ella, sería lo último que haría. Acaba de hacerlo.

 

No puedo verlo pero sé que la hostilidad de Charlie está a la altura de la de Edward. Noto las vibraciones gélidas a mi espalda.

 

—Ya lo hablaremos más tarde. —Charlie zanja el asunto demasiado rápido—. Pero por ahora será mejor que permanezca entre nosotros.

 

—Lo sabe. —La confesión de Edward arranca un grito quedo de Charlie. Edward sigue hablando antes de que Charlie pueda interrogarlo—. Encontró a Isabella comprando una prueba de embarazo.

 

—Por Dios —masculla Charlie y se me tensa la espalda. Edward ve mi reacción y me acaricia el cuello—. No hace falta que te diga que acabas de darle el doble de munición.

 

—No, no hace falta.

 

—¿Qué ha dicho?

 

—No lo sé. No estaba allí.

 

—¿Dónde coño estabas?

 

—Me habían enviado a la caza del tesoro.

 

Me muerdo el labio y me acurruco bajo la barbilla de Edward. Me siento culpable y aún más idiota.

 

—Ha sido amable. —Mis palabras se ahogan contra el traje de Edward—. O al menos lo ha intentado. Sabía que era peligroso.

 

Charlie deja escapar una risa sardónica.

 

—Ese hombre es tan amable como una serpiente venenosa. ¿Te ha puesto la mano encima?

 

Niego con la cabeza, segura de que estoy haciendo lo correcto al guardarme esa pequeña parte de mi encuentro con Aro para mí sola.

 

—¿Te ha amenazado?

 

Vuelvo a negar con la cabeza.

 

—No directamente.

 

—Ya. —El tono de Charlie es decidido—. Es hora de dejar de pensar y de empezar a hacer. No te interesa estar en guerra con él, Masen, a menos que ya sea demasiado tarde. Aro sabe cómo ganar.

 

—Yo sé lo que hay que hacer —afirma Edward.

 

No me gusta lo tenso que se ha puesto Charlie ni cómo se le ha acelerado el pulso a Edward.

 

—Ésa no es una opción —dice Charlie en voz baja—. Ni lo pienses.

 

Me vuelvo para mirarlo y veo un rechazo total en la cara de Charlie. Así que desvío mi mirada inquisitiva de vuelta a Edward, que aunque sabe que lo miro sin entender nada, no aparta su expresión impasible de Charlie.

 

—No te me pongas sentimental, Swan. No veo otra solución.

 

—Ya pensaré en una —masculla Charlie apretando la mandíbula y mostrando su disgusto—. Estás pensando lo imposible.

 

—Ya nada es imposible. —Edward se aleja de mi lado y me deja indefensa y vulnerable. Coge dos vasos—. Nunca pensé que alguien pudiera hacerme suyo por completo. —Empieza a llenarlos de whisky escocés—. Ni siquiera lo soñaba; ¿quién pensaría en lo imposible? —Se vuelve y desliza uno de los vasos en dirección a Charlie—. ¿Quién quiere soñar con lo que no puede tener?

 

Puedo ver claro como la luz del día que las palabras de Edward le tocan la fibra sensible a Charlie. Su silencio y el modo en que sus dedos se cierran lentamente alrededor del vaso me lo dicen todo.

 

«Una relación con Renée Taylor era imposible».

 

—No pensé que hubiera nadie capaz de amarme de verdad —continúa Edward—. No pensé que hubiera nadie capaz de hacerme dudar de todo lo que sabía. —Le da un largo trago a su copa sin dejar de mirar a Charlie, que se revuelve incómodo en el taburete, mientras le da vueltas a su copa—. Entonces conocí a Isabella Taylor.

 

El corazón me da un brinco y apenas proceso que Charlie ha cogido el vaso de whisky y se lo ha bebido de un trago.

 

—¿Ah, sí?

 

Está a la defensiva.

 

—Sí.

 

Edward levanta la copa hacia Charlie y se la termina. Es el brindis más sarcástico en la historia de los brindis porque sabe lo que Charlie está pensando: que ojalá pudiera hacer retroceder el tiempo. Pero yo no. Todo lo que ha ocurrido me ha llevado a Edward. Él es mi destino.

 

Todos los remordimientos de Charlie, los míos, los errores de mi madre y el oscuro pasado de Edward me han traído hasta aquí. Y aunque esta situación nos está destruyendo, también nos hace más fuertes.

 

—Te diré algo más que para mí no es imposible —prosigue Edward, como si disfrutase torturando a Charlie, haciéndole recordar todo aquello de lo que se arrepiente. Me señala con el dedo—. Ser padre. No tengo miedo porque por muy mal que yo esté, por mucho que me asuste pasarle algunos de mis genes de tarado a la sangre de mi sangre, sé que la pureza del alma de Isabella lo eclipsará todo. —Me mira y su belleza me deja sin palabras—. Nuestro hijo será tan perfecto como ella —susurra—. Pronto tendré dos luces brillantes en mi mundo y es mi trabajo protegerlas. Así que, Swan —su rostro se endurece y vuelve a centrarse en Charlie, que permanece en silencio—, ¿vas a ayudarme o voy a enfrentarme al cabrón sin moral yo solo?

 

Espero, muerta de los nervios, la respuesta de Charlie. El discurso de Edward lo ha pillado tan desprevenido como a mí.

 

—Ponme otra copa. —Charlie suspira con toda el alma y empuja el vaso hacia Edward—. La voy a necesitar.

 

Me sujeto a la barra para no caerme, estoy mareada de alivio y Edward asiente, con respeto, antes de servirle más whisky a Charlie, quien se lo bebe tan rápido como el primero. Vuelven a ser hombres de negocios. Sé que no quiero escuchar los detalles y sé que Edward tampoco quiere que los oiga, así que me disculpo antes de que me ordenen que me marche.

 

—Tengo que ir al baño.

 

Me lanzan sendas miradas de preocupación y de repente les explico por qué quiero marcharme.

 

—Prefiero no escuchar cómo planeáis encargaros de Aro. —Me niego a pensarlo siquiera.

 

Edward asiente; da un paso adelante para apartarme el pelo de la cara.

 

—Espera aquí dos minutos mientras hago una llamada. Después te acompañaré a mi despacho.

 

Me da un beso en la mejilla y se marcha al instante sin darme tiempo a protestar. ¡Maldito sea! ¡El muy manipulador! Sabe que no quiero estar a solas con Charlie y tengo que sacar fuerzas de flaqueza para no echar a correr detrás de él. Mis piernas amenazan con moverse solas y mis ojos miran a todas partes mientras se me acelera el pulso.

 

—Siéntate, Isabella —me ordena Charlie con delicadeza, señalando el taburete que hay a su lado. No voy a sentarme ni a ponerme cómoda porque no planeo quedarme aquí mucho tiempo. Dos minutos, ha dicho Edward. Espero que sean literales. Ya han pasado treinta segundos, faltan otros noventa. Tampoco es tanto.

 

—Prefiero estar de pie. —No me muevo ni un milímetro e intento aparentar toda la seguridad en mí misma que puedo. Charlie menea la cabeza, cansado, y va a decir algo pero lo corto con una pregunta—. ¿Qué es imposible? —le pregunto, poniéndome firme. Aunque no quiero saber nada sobre cómo van a encargarse de Aro, prefiero hablar de eso que de mi madre.

 

—Aro es un hombre peligroso.

 

—Eso ya me lo figuraba —respondo tajante.

 

—Edward Masen es un hombre muy peligroso.

 

Eso me cierra la boca de chulita. Vuelvo a abrirla y a cerrarla un par de veces mientras mi cerebro intenta encontrar las palabras y ponerlas en cola. Nada. He visto el pronto de Edward. Puede que sea de lo más feo que he visto en mi vida. ¿Y Aro? Bueno, me aterrorizó. Rezuma maldad. La lleva en la frente e intimida a quien se pone a tiro. Edward no hace eso. Él oculta la violencia que repta en sus entrañas. Lucha contra ella.

 

—Isabella, un hombre poderoso que es consciente de su poder es un hombre letal. Sé de lo que es capaz y él también, y aun así, lo entierra muy adentro. Si lo desenterrara, podría resultar catastrófico.

 

Un millón de preguntas se agolpan en mi mente mientras permanezco inmóvil como una estatua ante Charlie, asimilando cada gota de información.

 

—Si lo desentierra, será catastrófico.

 

—¿Qué quieres decir? —le pregunto a pesar de que ya lo sé.

 

—Sólo hay un modo de que pueda liberarse.

 

Apenas puedo pensarlo y mucho menos decirlo; la garganta se me cierra intentando impedirme expresar una cosa tan ridícula.

 

—Quieres decir que Edward es capaz de matar. —Me estoy poniendo enferma.

 

—Es mucho más que capaz, Isabella.

 

Trago saliva. No puedo añadir asesino a la larga lista de taras de Edward. Estoy empezando a verle las ventajas a la conversación sobre mi madre, cualquier cosa con tal de intentar olvidar lo que acabo de hacerle pasar a mi mente.

 

—Isabella, se muere por verte.

 

El cambio de tema me pilla desprevenida.

 

—¿Por qué no me lo habías dicho? —le espeto; el miedo se transforma en enfado—. ¿Por qué me mentiste? Me tuviste a solas en más de una ocasión y en vez de hacer lo que habría hecho cualquier persona decente, decirme que mi madre no estaba muerta, que había vuelto a Londres, te dedicaste a intentar separarnos a Edward y a mí. ¿Por qué? ¿Porque te lo pidió esa zorra egoísta?

 

—Masen insistió en que no debías saberlo.

 

—¡Ah! —Me echo a reír—. Ya, te las apañaste para decirle a Edward que mi madre había vuelto pero no pensaste que tal vez yo querría saberlo. ¡¿Y desde cuándo haces lo que Edward te dice?! —le grito encendida. La rabia es más fuerte que yo. Sé por qué Edward le pidió que se callara, pero me aferraría a un clavo ardiendo con tal de justificar el odio que siento hacia Charlie y su razón por seguir en mi vida.

 

—Desde que sólo piensa en lo que es mejor para ti. Puede que no me guste, pero ha demostrado en más de una ocasión lo mucho que significas para él, Isabella. Que quiera enfrentarse a Aro lo dice alto y claro. Está tomando todas las decisiones pensando únicamente en ti.

 

No tengo réplica para eso y dejo que Charlie llene el silencio.

 

—Tu madre también tuvo una razón para hacer lo que hizo.

 

—Pero fuiste tú quien la desterró —le recuerdo y en cuanto lo digo me doy cuenta de lo equivocada que estoy—. ¡Ay, Dios! Era mentira, ¿no es así?

 

Su expresión compungida dice más que mil palabras y permanece en silencio, confirmando mis sospechas.

 

—No te deshiciste de ella. ¡Ella se marchó! ¡Nos dejó a ti y a mí!

 

—Isabella, no es…

 

—Me voy al baño. —Mi rápida respuesta indica mi deducción. Hablar de ella no va a ayudar en absoluto. Me marcho a toda prisa y dejo atrás a un hombre que lo está pasando fatal. No me importa.

 

—¡No podrás huir de ella para siempre! —dice y mis pasos airados se detienen al instante. ¿Huir de ella?

 

Me vuelvo hecha una furia.

 

—¡Sí! —grito—. ¡Sí que puedo! ¡Ella huyó de mí! ¡Ella eligió su vida! ¡Por mí puede irse al infierno si cree que puede reaparecer en mi vida cuando por fin he conseguido superar lo que me hizo!

 

Me tambaleo hacia atrás, estoy tan enfadada que no me tengo en pie. Charlie me observa apesadumbrado. Veo que está atormentado pero no siento la menor compasión. Está intentando arreglar las cosas con Renée Taylor, aunque no tengo ni idea de por qué quiere a esa zorra egoísta de vuelta en su vida.

 

—Tengo todo lo que necesito —termino más calmada—. ¿A qué ha venido? ¿Para qué ha vuelto después de tanto tiempo?

 

Charlie aprieta los labios y su mirada se endurece.

 

—No tuvo elección.

 

—¡No empieces otra vez! —le grito asqueada—. ¡Tú no tuviste elección! ¡Ella no tuvo elección! ¡Todo el mundo tiene elección!

 

Recuerdo lo que Renée Taylor dijo en el Society: «¡No pienso permitir que este hombre irrumpa en su vida y eche a perder cada doloroso momento que he tenido que soportar durante estos dieciocho años!» .

 

Y de repente todo tiene sentido. Es tan evidente que resulta estúpido.

 

—Sólo ha vuelto por Edward, ¿verdad? ¡Te está utilizando! Ha vuelto para quitarme la única felicidad que he conocido desde que me abandonó. ¡Y te tiene a ti haciendo el trabajo sucio! —Casi me echo a reír—. ¿Tanto me odia?

 

—¡No digas tonterías!

 

No es ninguna tontería. Como ella no pudo tener su «felices para siempre» con Charlie, yo tampoco puedo tener el mío con Edward.

 

—Está celosa. Se muere de celos porque yo tengo a Edward, porque Edward hará cualquier cosa para que podamos estar juntos.

 

—Isabella, eso…

 

—Tiene sentido —susurro, y lentamente le doy la espalda al exchulo de la puta de mi madre—. Dile que puede irse por donde ha venido. Aquí nadie la quiere.

 

Me sorprende la tranquilidad con la que lo digo y Charlie suspira dolido. Sé que no esperaba que tuviera el corazón como una piedra. Es una pena que ninguno de los dos se parase a pensar entonces en el daño que iban a hacerme.

 

Atravieso el club arrastrando los pies, sin mirar atrás para comprobar el daño que he causado. Pienso acurrucarme en el sofá del despacho de Edward y olvidarme del mundo.

 

—Hola.

 

Levanto la vista mientras avanzo por los pasillos del sótano del Ice y veo a Edward acercándose a mí. Tiene suerte, no soy capaz ni de cantarle las cuarenta.

 

—Hola.

 

—¿Qué ocurre?

 

Consigo mirarlo con todo el reproche que se merece y se bate en retirada al instante. Buena decisión.

 

—Pareces cansada, mi dulce niña.

 

—Lo estoy.

 

Siento como si me hubieran dejado sin vida. Camino derecha hacia él y con las fuerzas que me quedan me encaramo a su cuerpo y me aferro a él con brazos y piernas. Comprende que necesito de su fuerza, da media vuelta y desanda lo andado.

 

—Tengo la impresión de que hace mucho que no te oigo reír —dice en voz baja abriendo la puerta de su despacho y llevándome al sofá.

 

—No tenemos muchos motivos.

 

—Discrepo —me rebate y nos tumba a los dos en el cuero chirriante, él encima y yo debajo. No lo suelto—. Voy a arreglar las cosas, Isabella. Todo saldrá bien.

 

Sonrío, triste, para mis adentros. Admiro su valor pero me preocupa que al arreglar unas cosas estropee otras. También me pongo a pensar que Edward no puede hacer desaparecer a mi madre.

 

—Vale —suspiro y siento que me retuerce el pelo hasta que me tira de las raíces.

 

—¿Quieres que te traiga alguna cosa?

 

Niego con la cabeza. No necesito nada. Sólo a Edward.

 

—Estoy bien así.

 

—Me alegro. —Se lleva las manos a la espalda y empieza a despegar mis piernas. No se lo pongo difícil a pesar de que quiero seguir pegada a él para siempre. Mis músculos se quedan laxos y me hago una bola inútil debajo de él—. Duerme un poco.

 

Me da un beso en la frente, se levanta, se alisa el traje y me dedica una pequeña sonrisa antes de marcharse.

 

—¿Edward?

 

Se detiene junto a la puerta y se vuelve lentamente sobre sus zapatos caros hasta que su expresión estoica topa con la mía.

 

—Encuentra otro modo. —No hace falta que diga más.

 

Asiente lentamente pero sin convicción. Luego se va.

 

Me pesan los párpados. Intento mantenerlos abiertos y, en cuanto los cierro, veo a la abuela en la oscuridad y vuelvo a abrirlos. Tengo que llamarla. Me tumbo de lado, cojo el móvil y marco el número. Me dejo caer sobre la espalda cuando suena.

 

Y vuelve a sonar.

 

Y suena una vez más.

 

—¿Diga?

 

Frunzo el ceño al oír la voz extraña al otro lado del auricular y miro la pantalla para comprobar que no me he equivocado de número. Vuelvo a llevarme el teléfono al oído.

 

—¿Quién es?

 

—Un viejo amigo de la familia. Eres Isabella, ¿verdad?

 

Antes de darme cuenta estoy sentada en el sofá y una fracción de segundo más tarde ya estoy de pie. Esa voz. Una imagen tras otra ataca mi mente. La cicatriz de su cara, sus labios finos, su mirada que alberga toda la maldad del mundo.

 Aro.

 

 

 

Capítulo 19: Capítulo 18 Capítulo 21: Capítulo 20

 
14441017 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10758 usuarios