Una noche enamorada (3)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 18/06/2018
Fecha Actualización: 13/08/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 3
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Capítulos: 27

El desenlace de la historia entre Bella y Edward.

 

Bella nunca antes había conocido el puro deseo. El imponente Edward la ha cautivado, la ha seducido y la adora de formas que nunca había experimentado; conoce sus pensamientos más íntimos y hace todo lo que ella le pide. Él hará cualquier cosa para mantenerla a salvo, aunque para ello tenga que poner en peligro su propia vida. Pero el oscuro pasado de Edward no es lo único que amenaza su futuro juntos… Cuando descubren la verdad sobre el legado de Bella, sale a la luz un inquietante y perturbador paralelismo entre pasado y presente que hace que el mundo de Bella, tal y como lo conoce, se tambalee. Pronto se verá atrapada entre una incontrolable pasión y una peligrosa obsesión que podría destruirlos a los dos…

«Tú eres lo único que veo»

 

Los personajes le pertenecen Stephenie Meyer la historia le pertenece a Joodi Ellen Malpas del libro Una Noche.

 

Actualizaciones: Lunes, miércoles y viernes.

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Capítulo 15: Capítulo 14

—Veamos, entonces.

 

Está esperándome en la acera, fuera de la peluquería, y sé que está supernervioso. No para de pasearse de un lado a otro y parece excesivamente preocupado ante mi nuevo corte de pelo. Me ha permitido venir bajo órdenes estrictas de cortarme lo mínimo para arreglármelo, aunque se ha encargado de reiterar esas mismas instrucciones a la peluquera y sólo se ha marchado cuando yo lo he obligado al ver que estaba alterándola mucho con sus secas órdenes. De haberse quedado vigilándola seguramente habría acabado con un destrozo peor que el que ya tenía. Mis rizos, antes largos y salvajes, están ahora suaves y brillantes y caen justo por debajo de mis hombros. Joder, hasta yo estoy nerviosa. Me llevo la mano a la cabeza, me paso los dedos a través de ellos y siento el tacto tan sedoso que tienen mientras Edward me observa detenidamente. Espero. Y espero. Hasta que la exasperación y la impaciencia se apoderan de mí.

 

—¡Di algo! —le ordeno, detestando el escrutinio al que me está sometiendo. No es raro en él observarme tan detenidamente, pero esa intensidad no es bien recibida en estos momentos—. ¿No te gusta?

 

Frunce los labios y se mete las manos en los bolsillos del pantalón del traje, cavilando. Después acorta la distancia que nos separa y entierra el rostro en mi cuello en cuanto llega hasta mí. Me pongo tensa. No puedo evitarlo. Pero no es por su cercanía. Es por su silencio.

 

Inspira hondo y dice:

 

—No hace falta que te diga que estaba un poco preocupado ante la posibilidad de perder aún más.

 

Suelto una fuerte carcajada ante el cinismo de su subestimación.

 

—¿Un poco?

 

Se aparta y murmura con aire pensativo.

 

—Detecto cierto sarcasmo.

 

—Tus sentidos funcionan perfectamente.

 

Me sonríe con malicia, se acerca, rodea mi cuello con el brazo y me estrecha contra él.

 

—Me encanta.

 

—¿En serio? —Estoy perpleja. ¿Está mintiendo?

 

—Sí, de verdad. —Pega los labios contra mi cabeza e inspira hondo de nuevo—. Y me gustará todavía más cuando esté alborotado y húmedo. —Me pasa los dedos por el pelo, lo agarra con fuerza y tira de él—. Perfecto.

 

Siento un alivio tremendo. Absolutamente tremendo.

 

—Me alegro de que te guste, pero si no fuese así, tendría unas palabritas contigo. Ha seguido tus instrucciones punto por punto.

 

—No esperaba menos.

 

—La has puesto nerviosa.

 

—Le estaba confiando mi posesión más preciada. Debía de estar nerviosa.

 

—Mi pelo es mi posesión.

 

—Te equivocas —responde con rotundidad.

 

Pongo los ojos en blanco ante su impertinencia, pero evito desafiarlo.

 

—¿Adónde vamos? —pregunto, cogiéndole la muñeca para comprobar la hora—. Aún es pronto para recoger a la abuela.

 

—Ahora tenemos que ir a visitar a alguien. —Me agarra del cuello y me dirige hacia su Mercedes.

 

La preocupación me invade. No me ha gustado cómo ha sonado eso.

 

—¿A quién?

 

Edward se mira como si se estuviera disculpando con los ojos.

 

—Adivínalo. Te doy tres intentos.

 

El mundo se me viene encima. No necesito tres.

 

—A Charlie —suspiro.

 

—Correcto. —No me ofrece la oportunidad de objetar. Me guía hasta su coche y cierra la puerta con firmeza antes de rodearlo por delante y ocupar su asiento—. Me encanta tu pelo —dice con voz suave mientras se acomoda, como si estuviese intentando apaciguarme… relajarme.

 

Mantengo la vista al frente mientras evalúo las ventajas de escabullirme. No quiero ver a Charlie. No quiero enfrentarme a su desaprobación, a su petulante arrogancia. Edward lo sabe, y nunca me obliga a hacer nada que no quiera hacer, aunque me temo que en esta ocasión romperá su promesa. Pero no pierdo nada por intentarlo.

 

—No quiero ir. —Me vuelvo hacia él y lo veo con expresión meditabunda.

 

—Mala suerte —susurra y arranca el coche, no dejándome más opción que la de tragarme la rabia.

 

Edward depende ahora de Charlie para obtener información. Sé que no le gusta nada, y a Charlie tampoco. Y desde luego a mí tampoco. Pero por desgracia, parece que ninguno de nosotros tiene elección. Cierro los ojos y no vuelvo a abrirlos hasta que llegamos. No decimos nada, dejando que el silencio inunde el espacio cerrado que nos rodea. Es incómodo. Es doloroso. Y hace que el trayecto se me haga eterno.

 

Cuando por fin llegamos a nuestro destino, detecto la tensión de Edward. La atmósfera parece congelarse y vuelve rígidos todos los músculos de mi cuerpo. Todavía no se han visto siquiera pero ya se percibe la invisible enemistad, y hace que se me pongan los pelos de punta y que se me acelere el pulso. Siento como si estuviese metiéndome voluntariamente en la boca del lobo.

 

—Abre los ojos, Isabella.

 

El tono relajado de Edward acaricia mi piel y despego los párpados, aunque no tengo ningún deseo de ver lo que hay fuera del coche. Pero mantengo la mirada en mi regazo y veo que mi anillo de eternidad gira con frenesí en mi dedo gracias a mis propios nervios inconscientes.

 

—Y mírame —ordena.

 

Antes de que pueda obedecer, me agarra de la nuca y me gira la cabeza para que lo mire. Fijo los ojos en Edward, sabiendo lo que veré si me aventuro a mirar detrás de él.

 

El Society.

 

El club de Charlie.

 

—Mejor —dice, y alarga la otra mano para arreglarme mi nuevo pelo—. Ya sabes que Charlie Swan no es santo de mi devoción —declara—, pero se preocupa mucho por ti, Isabella.

 

Me atraganto y abro la boca para replicar, para decirle que a Charlie sólo lo mueve el sentimiento de culpa. No pudo salvar a mi madre, de modo que está intentando expiar su alma y salvarme a mí. Pero me coloca la palma de la mano en los labios para silenciarme antes de que abra la boca.

 

—Si yo puedo aceptar su ayuda, tú también.

 

Tuerzo el gesto, derrotada, tras su mano, y entorno los ojos ligeramente. La leve curva de sus labios me indica exactamente cuáles van a ser las próximas palabras que salgan por su boca perfecta.

 

Y no me equivoco.

 

—Insolente —dice, y aparta la mano rápidamente para reemplazarla por su boca.

 

El tacto de nuestros labios consigue el efecto deseado. Me desabrocho el cinturón al tiempo que le devuelvo el beso y me paso al asiento de al lado y me monto sobre su regazo.

 

—Hmmm —murmura, y me ayuda a ponerme cómoda mientras nuestras lenguas danzan en perfecta sincronía. Me está infundiendo las fuerzas que necesito para enfrentarme a Charlie, para entrar en el Society—. Vamos. Acabemos con esto.

 

Refunfuño una objeción y hago todo lo posible por dificultarle a Edward la tarea de despegarse de mi boca y abrir la puerta. Ladea la cabeza para ordenarme que salga, y lo hago gruñendo de manera audible. Me levanto de su regazo y me encuentro de pie en la acera antes de lo que me habría gustado. Intento evitar levantar la vista. Me arreglo el vestido, me coloco el pelo por detrás de los hombros, vuelvo a llevármelo adelante y acepto mi bolso cuando asoma por mi lado. Mis pulmones absorben el aire lentamente y por fin reúno las fuerzas para enfrentarme al edificio que tengo enfrente.

 

Años de angustia parecen reptar por mi cuerpo desde el suelo bajo mis pies para asfixiarme. El aire se vuelve denso y me dificulta la respiración. Me arden los ojos ante el recordatorio visual de mi sórdido pasado. El edificio está tal y como lo recordaba, con los inmensos ladrillos de piedra caliza, las enormes vidrieras originales y los desgastados escalones de cemento que dan a las gigantescas puertas que me llevarán al mundo de Charlie. Una brillante verja negra de metal custodia la fachada, con puntas doradas al final de cada barrote, otorgándole un aspecto de lujo y opulencia, pero con un aire de peligro. Una placa dorada fija en uno de los pilares que flanquean la entrada dice en grandes letras gruesas: THE SOCIETY. Me quedo con la mirada perdida en las puertas y me siento más vulnerable que nunca. Éste es el centro del mundo de Charlie. Aquí es donde empezó todo, cuando una joven se adentró a trompicones en lo desconocido.

 

—¿Isabella?

 

Salgo de mi ensimismamiento, miro de reojo a Edward y veo que me está mirando. Intenta ocultar su aprensión… sin lograrlo. Emana por sus ojos, aunque no estoy segura de si es por el sitio al que nos dirigimos o por mi creciente abatimiento.

 

—La última vez que vine aquí, Charlie me echó para siempre.

 

Edward aprieta los labios y su expresión se torna tan angustiada como la mía.

 

—No quería volver a ver este lugar en mi vida, Edward.

 

Su angustia se multiplica por dos y se aproxima para darme lo que más le gusta. Es el lugar perfecto en el que refugiarse.

 

—Te necesito a mi lado, Bella. Siento que camino constantemente al borde de un agujero negro que se me tragará y me devolverá a la oscuridad más absoluta como dé un solo paso en falso.

 

Sus manos ascienden por mi espalda hasta que alcanzan los laterales de mi cabeza. Me extrae de mi escondite y busca mi mirada. Odio el derrotismo que intuyo en sus ojos.

 

—No dejes de creer en nosotros, te lo ruego.

 

Una luz se ilumina en respuesta a la súplica de Edward, y recobro mentalmente mi lamentable compostura. Edward Masen no es un hombre débil. No estoy confundiendo su confesión con debilidad. No es débil en absoluto. No soy más que una pequeña grieta en la armadura de este hombre tan desconcertante. Pero también soy una fortaleza, porque sin mí, Edward jamás se habría planteado abandonar esa vida de degradación. Le he dado el motivo y la fuerza para hacerlo. No debo ponerle las cosas más difíciles de lo que ya lo son para él. Mi historia es precisamente eso, historia. Forma parte del pasado. Es la historia de Edward la que nos impide seguir adelante. Tenemos que remediar eso.

 

—Vamos —digo con decisión, desafiando a la aprensión que todavía siento en el fondo de mi ser.

 

Avanzo con firmeza y determinación. Esta vez soy yo quien guía a Edward para variar, hasta que la escalofriante puerta de dos hojas me impide continuar. Me quedo pasmada cuando Edward alarga el brazo y marca el código en el teclado de memoria. ¿Cómo es posible?

 

—¿Sabes el código?

 

Se revuelve incómodo.

 

—Sí —responde con rotundidad.

 

—¿Por qué? —Balbuceo.

 

No pienso aceptar sus signos de siempre para indicarme que el tema está zanjado. No lo está. Charlie y Edward se detestan. No hay ningún motivo para que conozca el código que le proporcione acceso al establecimiento de Charlie.

 

Ceja en su empeño de darme la vuelta y empieza a toquetearse las mangas de la chaqueta y a alisárselas.

 

—Me he pasado un par de veces.

 

—¿Que te has pasado? —Me río—. ¿Para qué? ¿Para fumarte un puro y echarte unas risas con Charlie mientras bebíais un trago de whisky envejecido?

 

—La insolencia sobra, Isabella.

 

Sacudo la cabeza. No necesito corregirlo ni preguntarle de qué hablaban durante esas visitas. Seguro que fueron palabras bastante curiosas. Pero mi maldita curiosidad no me permite cerrar la puta boca.

 

—¿Para qué? —Observo cómo sus pestañas se cierran lentamente mientras se arma de paciencia. Su mandíbula también se tensa.

 

—Puede que no nos llevemos bien, pero en lo referente a ti, Swan y yo nos entendemos. —Ladea la cabeza con expectación—. Y ahora vamos.

 

Siento cómo mi labio inferior se arruga de rabia, pero sigo su orden, crispada de los pies a la cabeza.

 

El gran vestíbulo del Society destila elegancia. No cabe duda de que el suelo original de madera se pule semanalmente y la decoración, aunque ahora es de color crema y dorado en lugar de rojo intenso y dorado, transmite opulencia. Rebosa riqueza. Es muy lujoso. Es espléndido. Pero ahora, la encantadora decoración no me parece más que un disfraz, algo con lo que engañar a la gente para que no vean lo que representa realmente este edificio y lo que aquí sucede. Y quién frecuenta este establecimiento pijo.

 

Para evitar que mis ojos vuelvan a familiarizarse con el espacio que me rodea, continúo hacia adelante, sabiendo muy a mi pesar dónde se encuentra el despacho de Charlie; pero Edward me agarra del antebrazo y me da la vuelta para que lo mire.

 

—Al bar —dice en voz baja.

 

Vuelvo a crisparme, injustificada e innecesariamente, pero no puedo evitarlo. Detesto conocer este lugar, probablemente mejor que Edward.

 

—¿A cuál? —respondo, con más dureza de lo que pretendía—. ¿Al reservado, al musical o al de «relacionarse»?

 

Me suelta el brazo, se mete las manos en los bolsillos de los pantalones y me observa detenidamente. Está claro que se está preguntando si pienso dejar de lado mi insolencia en algún momento. No puedo confirmárselo. Cuanto más me adentro en el Society, más siento que se me va de las manos. De repente me olvido de todas las palabras que Edward me ha dicho fuera. No las recuerdo. Necesito recordarlas.

 

—Al reservado —responde tranquilamente, y señala a la izquierda con el brazo—. Después de ti.

 

Edward acepta todas mis respuestas bordes sin responderme. No piensa entrar en el juego. Está tranquilo, calmado y es consciente de la irritación que se cuece en el interior de su niña. Inspiro con una profundidad que no creo que vuelva a alcanzar jamás y, recuperando cierta sensatez sabe Dios de dónde, sigo la dirección que Edward me indica.

 

Hay gente, pero no hay mucho bullicio. El reservado, tal y como lo recuerdo, es una zona muy tranquila. El espacio está lleno de sillones de lujoso terciopelo con cuerpos trajeados reclinados en muchos de ellos, todos sosteniendo vasos que contienen un licor oscuro. La luz es tenue, y la charla sosegada. Es civilizado. Respetuoso. Desafía todo lo que el bajo mundo de Charlie representa. Mis pies nerviosos atraviesan el umbral de la puerta de dos hojas. Siento a Edward detrás de mí. La reacción de mi cuerpo a su cercanía está siempre presente. Estoy bullendo por dentro, pero soy incapaz de disfrutar de las sensaciones normalmente deliciosas que las chispas internas me provocan a causa del espacio exquisito que tortura mi mente afligida.

 

Unas cuantas cabezas se giran cuando nos dirigimos a la barra. Reconocen a Edward. Lo sé por las expresiones de sorpresa que reemplazan a la curiosidad inicial. ¿O me reconocen a mí? Domino rápidamente mis divagaciones perturbadoras y continúo avanzando hasta que pronto llego a la barra. No puedo pensar eso. No debo hacerlo. Acabaré corriendo hacia la salida en cualquier momento si no consigo detener esos pensamientos. Edward me necesita a su lado.

 

—¿Qué les pongo?

 

Dirijo la atención al impecable camarero y espeto mi petición al instante.

 

—Vino. El que sea.

 

Me siento en uno de los taburetes de piel y reúno cada fibra de sensatez de mi ser para intentar calmarme.

 

Alcohol. El alcohol ayudará. El camarero asiente y empieza a preparar mi pedido mientras mira a Edward esperando que le diga el suyo.

 

—Whisky. Solo —masculla—. El mejor que tengas. Y que sea doble.

 

—Chivas Regal Roy al Salute, de cincuenta años. Es el mejor, señor.

 

Señala una botella en una vitrina tras la barra y Edward gruñe su aceptación, pero no se sienta en el taburete que tengo al lado, sino que decide permanecer de pie, inspeccionando el bar y saludando con la cabeza a algunos rostros inquisitivos. «El mejor que tengan». Nadie paga las bebidas en el Society. Las carísimas cuotas de los miembros las cubren. Y Edward debe de saberlo. Lo está haciendo adrede. Recuerda cómo Charlie desordenó su impecable mueble bar cuando se sirvió una copa. Es una especie de venganza infantil. ¿Le bastará con eso?

 

Me colocan un vaso de vino blanco delante de mí y bebo al instante dando un trago bien largo justo cuando una enorme figura aparece de la nada detrás de la barra. Miro a mi derecha con mi copa suspendida en el aire ante mí y admiro la amenazadora presencia del gigante. Tiene los ojos azules, tan claros que parecen de cristal, y atraviesan la atmósfera relajada como un machete. Su pelo, largo hasta los hombros, está recogido en una tensa coleta. Todo el mundo advierte su presencia, incluido Edward, que parece encresparse por completo. Me acuerdo de él, jamás podría olvidarlo, pero no recuerdo su nombre, aunque lo tengo en la punta de la lengua. Es la mano derecha de Charlie. Va muy bien vestido, pero su traje hecho a medida no consigue disminuir las malas vibraciones que emanan de cada uno de sus poros.

 

Me siento de nuevo en el taburete, bebo otro sorbo de vino e intento fingir que no está. Es imposible. Siento sus ojos como bolas de espejos clavados en mi piel.

 

—Isabella —ruge.

 

Inspiro hondo para tranquilizarme, y Edward se crispa. Está a punto de perder la razón. Ahora está pegado a mi espalda y prácticamente siento cómo tiembla de furia.

 

No puedo hablar. Sólo soy capaz de tragar y de enviar más vino a mi organismo a través de mi garganta.

 

—Felix —masculla Edward en voz baja, recordándome su nombre. Felix Vulturi. Uno de los hombres más aterradores que he conocido en mi vida. No ha cambiado ni un ápice. No ha envejecido… No ha perdido su aura escalofriante.

 

—No os esperábamos —dice Felix, que coge el vaso vacío de las manos del camarero y le hace un gesto con la cabeza para que se esfume sin necesidad de verbalizar la orden.

 

—Es una visita sorpresa —responde Edward con arrogancia.

 

Felix coloca el vaso sobre la barra de mármol, se vuelve y agarra una botella negra de la estantería con una etiqueta dorada.

 

—El mejor que tenemos. —Enarca sus cejas negras, levanta la botella y le quita el tapón dorado.

 

Me revuelvo incómodamente en mi taburete y me aventuro a asomarme por encima del hombro de Edward, temiendo lo que me pueda encontrar. Su estoica expresión y sus ojos azules llenos de ira y clavados en Felix no ayudan a disminuir mi ansiedad.

 

—Sólo el mejor —dice Edward con voz clara, sin dejar que su concentración flaquee.

 

Parpadeo lentamente mientras tomo aire y mis manos temblorosas acercan mi copa de nuevo a mis labios. Me he visto en algunas situaciones dolorosas últimamente, y ésta es una de las peores.

 

—Sólo lo mejor para el especial, ¿no? —Felix sonríe arteramente para sí mismo y vierte unos cuantos dedos de licor.

 

Me atraganto con el vino y dejo la copa de un golpe antes de que se me caiga. Está jugando a un juego muy peligroso, y lo sabe. El pecho de Edward se contrae y se dilata agitadamente contra mi espalda. Podría estallar en cualquier momento.

 

Felix le ofrece el vaso y lo sostiene en el aire en lugar de dejarlo sobre la barra para que Edward lo coja. Después lo tuerce ligeramente… para provocarlo. Me encojo y doy un pequeño brinco cuando la mano de Edward sale despedida y le arranca la bebida, haciendo que la bestia perversa sonría con malicia. Está disfrutando en grande pinchando a Edward y empieza a sacarme de quicio. Edward se bebe el alcohol de un trago, golpea el vaso contra la barra y se relame lentamente. Veo cómo se le arrugan ligeramente las comisuras de los labios, como si fuese una bestia a punto de atacar. Sus ojos permanecen fijos en Felix. La enemistad que se respira entre estos dos hombres me está mareando.

 

—El señor Swan os espera en su despacho. Se reunirá con vosotros en breve.

 

Edward me coge del cuello antes de que Felix haya terminado de hablar, y me alejo de la barra sin poder terminarme ese vino que tanto necesito. La furia que emana de Edward es muy intensa. Bastante nerviosa estoy ya por el hecho de encontrarme aquí. Todas estas malas vibraciones no ayudan. Las fuertes pisadas de los caros zapatos de Edward sobre el suelo pulido martillean en mi cabeza, y las paredes se ciernen sobre mí conforme el pasillo nos engulle.

 

Y entonces veo la puerta. La puerta hacia la que me tambaleé la última vez que la vi. El artificioso pomo de la puerta parece dilatarse ante mis ojos, seduciéndome, mostrándome el camino, y las luces de las paredes parecen atenuarse conforme avanzamos. El suave barullo del ostentoso club se transforma en un zumbido apagado detrás de mí, y unos recuerdos dolorosos e implacables secuestran mi memoria.

 

Con los ojos fijos en el pomo, veo cómo la mano de Edward se aproxima a éste a cámara lenta, lo agarra, lo empuja hacia abajo y abre. Me lleva al interior con bastante firmeza. Nunca pensé que volvería a ver esta habitación, pero antes de que me dé tiempo a absorberla, oigo que la puerta se cierra, me da la vuelta y me toma con convencimiento. Me pilla desprevenida. Sofoco un grito y me tambaleo hacia atrás, estupefacta. El beso de Edward es ansioso e imperioso, pero lo acepto y agradezco que haya impedido que asimile dónde me encuentro.

 

Nuestras bocas chocan repetidas veces mientras nos consumimos el uno al otro. Entonces devora mi cuello, mi mejilla, mi hombro, y vuelve a mi boca.

 

—Te quiero aquí —gruñe, y empieza a avanzar hacia mí, animándome a retroceder hasta que siento la dura madera detrás de mis piernas—. Quiero follarte aquí mismo y hacer que grites de placer y que te corras alrededor de mi polla sedienta de ti.

 

Me levanta y me coloca sobre la mesa que tenemos detrás. Me sube el vestido hasta la cintura y continúa asaltando mi boca. Sé lo que está haciendo. Y me da igual. Esto me reinstaurará las fuerzas que necesito.

 

—Hazlo —jadeo mientras levanto la mano hasta su pelo y tiro de él.

 

Edward gruñe en mi boca mientras se desabrocha el cinturón y los pantalones antes de volver a posar las manos en mí y de apartarme las bragas. Interrumpimos nuestro beso y bajo la vista hasta su entrepierna. Su polla da sacudidas ansiosas y suplica mi calor.

 

—Ven aquí —ordena con voz ronca, y desliza una mano hasta mi trasero y lo atrae con impaciencia hacia su cuerpo mientras también baja la mirada y acaricia suavemente su erección—. Ven a mí, mi niña.

 

Me meneo un poco y apoyo las palmas de las manos detrás de mí asegurándome de no apartar ni por un momento los ojos de su rostro perfecto para no permitirme recordar dónde estamos. La húmeda cabeza de su polla roza mi sexo y hace que silbe entre dientes y me ponga tensa. La fuerza que necesito emplear para mantener los ojos abiertos casi acaba conmigo. Menea la punta de su erección trazando dolorosos círculos una y otra vez alrededor de mi carne, usando sus familiares técnicas de provocación, a pesar de su apremio anterior.

 

—¡Edward! —Mis manos forman puños detrás de mí y aprieto los dientes.

 

—¿Quieres que te penetre, Isabella? —Desvía la mirada de su entrepierna a mi sonrojado rostro y tantea mi abertura—. ¿Quieres?

 

—Sí. —Rodeo su cintura con las piernas y las uso como palanca para acercarlo a mí—. ¡Sí! —exclamo, y su penetración, instantánea y profunda, me deja sin aliento.

 

—¡Joder, Bella! —Se retira lentamente y observa cómo emerge de mi interior con la mandíbula apretada.

 

Después me mira y se mantiene quieto. Sus ojos azules se oscurecen visiblemente, y me agarra los muslos con fuerza… preparándose. Espero lo que está por venir y sostengo su firme mirada conforme se aproxima hasta que su torso trajeado se apoya encima de mí y nuestras narices casi se tocan. No obstante, permanece inmóvil en mi entrada, con sólo la punta dentro. No me muevo. Me quedo quieta y paciente mientras me observa detenidamente, jadeando en su rostro, ansiando movimiento, pero desesperada también por que Edward lleve las riendas, porque sé que es justo lo que necesita.

 

Ahora.

 

Aquí.

 

A mí.

 

Nos miramos fijamente a los ojos. Nada hará que apartemos nuestras miradas. Y cuando reduce lentamente el pequeño espacio que nos separa y me besa con ternura, sigo sin perder de vista sus esferas azules. Mantengo los ojos bien abiertos, y él también. Su beso es breve pero afectuoso. Es un beso de veneración.

 

—Te quiero —susurra, y vuelve a incorporarse, pero sigue sin permitirse apartar la mirada.

 

Sonrío. Me mantengo apoyada en un brazo y alargo el otro hacia él. Acaricio su mejilla hirsuta con la punta de mi dedo mientras él continúa contemplándome detenidamente.

 

—Vuelve a poner la mano en la mesa —me ordena con suavidad pero con firmeza, y obedezco al instante. Sé perfectamente qué pretende. Lo veo tras la ternura de sus ojos. Veo su ansia desesperada.

 

Inspira hondo y su pecho se expande bajo la tela de su traje.

 

Yo también inspiro y contengo el aliento, preparándome, deseando en silencio que continúe.

 

Aprieta sus preciosos y carnosos labios y sacude la cabeza suavemente, embelesado.

 

—No te imaginas cuánto te quiero.

 

Y entonces me penetra lanzando un bramido gutural.

 

Grito, y mis pulmones liberan todo el aire que había contenido.

 

—¡Edward!

 

Se queda paralizado dentro de mí, manteniendo nuestros cuerpos pegados, llenándome al máximo. Con tan sólo esa única y poderosa arremetida de su cuerpo contra el mío nos quedamos los dos sin aliento. Muchas más están por venir, de modo que vuelvo a tomar aire y aprovecho los pocos segundos que me está dando para prepararme para su siguiente ataque mientras él tiembla y da sacudidas dentro de mí.

 

Sucede antes de lo que había anticipado. Recibo unos segundos de dolorosa tortura mientras él sale de mí lentamente antes de dejarse llevar por completo. Es implacable. Nuestros cuerpos colisionan una y otra vez, generando maravillosos sonidos y sensaciones. Nuestros gritos de intenso placer inundan el espacioso despacho y nuestra unión me traslada a ese lugar más allá del placer. Mi mente desconecta y me concentro únicamente en aceptar su brutalidad. Estoy segura de que tendré magulladuras cuando hayamos terminado, y no me importa lo más mínimo.

 

Lo quiero más fuerte. Más rápido. Necesito más. Más Edward. Lo agarro de la chaqueta y me aferro a ella como si me fuese la vida en ello. Estampo la boca contra la suya y asalto su lengua. Necesita saber que estoy bien. Quiere follarme pero con veneración. Quiere las cosas que nos convierten en nosotros. Tocarme. Saborearme. Amarme.

 

—¡Más fuerte! —grito contra su boca para que sepa que estoy disfrutando de esto. Que me encanta. Que me gusta todo: su fuerza, la inclemencia con la que me está tomando, su manera de reclamarme, dónde estamos…

 

—Joder, Bella. —Desplaza la boca hasta mi cuello. Lo muerde y lo chupa y echo la cabeza hacia atrás mientras me aferro a sus hombros.

 

Él no vacila… ni por un… segundo. La velocidad de sus caderas sube una marcha. O dos. O puede que tres.

 

—¡Joder!

 

—¡Dios! —exclamo, y siento cómo toda la sangre de mi cuerpo se concentra en mi sexo—. ¡Joder, joder, joder! ¡Edward! —Mis oídos se ensordecen, mi mente se nubla y por fin cedo y cierro los ojos, quedándome ciega también. Ahora lo único que siento es placer. Mucho placer—. ¡Me voy a correr!

 

—¡Eso es! ¡Córrete para mí, mi niña! —Desentierra el rostro de mi cuello y asalta mi boca. Su lengua se abre paso a través de mis labios con impaciencia cuando ve que no los abro para él. Estoy demasiado concentrada en mi orgasmo inminente. Va a hacer que mi mundo estalle en mil pedazos.

 

Empiezo a entrar en pánico cuando veo que me mantengo en un punto sin retorno, pero sin avanzar hasta mi explosión. Me pongo totalmente tensa. Me quedo rígida en sus brazos, y sólo me muevo por el control que tiene Edward sobre nuestros cuerpos. Me bombea una y otra vez, tirando de mi cuerpo contra el suyo mientras nuestras bocas se devoran mutuamente. Pero no va a pasar. No aquí, y mi frustración estalla.

 

—¡Más fuerte, joder! —grito desesperada—. ¡Haz que pase!

 

Levanto la mano y tiro con fuerza de su pelo, haciéndolo gritar mientras me percute.

 

Pero se detiene. Súbitamente. Mi furia se multiplica por un millón cuando veo que me sonríe con aire de superioridad. Se queda observando cómo jadeo de manera irregular por él, siente cómo contraigo mis músculos internos a su alrededor. Él también está a punto de explotar. Lo veo más allá de la expresión de engreída satisfacción de su mirada. Pero no sé si esa satisfacción se debe al hecho de que esté haciendo que me vuelva loca o a que me esté poseyendo sobre la mesa de Charlie.

 

La fina capa de sudor que reluce en su frente desvía mi atención momentáneamente… hasta que habla, y atrae mi mirada de nuevo hacia la suya.

 

—Di que soy tuyo —me ordena tranquilamente.

 

Mi corazón late con más fuerza todavía.

 

—Eres mío —le digo convencida al cien por cien.

 

—Explícate.

 

Me está manteniendo al borde del orgasmo, sosteniéndonos unidos con firmeza a través de nuestros sexos.

 

—Tú-me-perteneces. —Digo palabra por palabra, y me muero de dicha al ver el brillo de satisfacción en sus ojos—. A mí —añado—. Nadie más puede saborearte ni sentirte —apoyo las palmas de las manos en sus mejillas, pego los labios a los suyos y los mordisqueo ligeramente antes de añadir mi propia marca—, ni amarte.

 

Un largo gemido emana de mi caballero a tiempo parcial. Un gemido de felicidad.

 

—Correcto —murmura—. Túmbate, mi niña.

 

Obedezco de buena gana. Libero su rostro y me dejo caer sobre la espalda sin dejar de mirarlo. Él me ofrece esa maravillosa sonrisa que me hace perder el sentido, menea la entrepierna lenta y profundamente y me empuja al instante por el borde del precipicio.

 

—Ooooh —gimo, y cierro los ojos. Me llevo las manos a mi pelo rubio y me sostengo la cabeza mientras la sacudo de un lado a otro.

 

—Coincido —apunta Edward con voz gutural temblando encima de mí antes de extraer su miembro de mi cuerpo y apoyarlo sobre mi vientre. No había caído hasta ahora en que no llevaba condón.

 

Se corre sobre mi vientre y su polla late mientras se vacía y ambos lo contemplamos en silencio.

 

No necesito decir lo que los dos sabemos. En su mente consumida no había espacio para pensar en la protección cuando me empujó hacia el despacho de Charlie. Sólo pensaba en marcar lo que es suyo en la oficina de uno de sus enemigos.

 

¿Perverso? Sí. ¿Me importa? No.

 

Desciende lentamente el cuerpo sobre el mío, me inmoviliza contra el escritorio y busca ese lugar en mi cuello que tanto le gusta y me acaricia con la boca en forma cariñosa.

 

—Lo siento.

 

La sonrisita que se forma en mis labios es probablemente tan perversa como los actos irracionales de Edward.

 

—No…

 

De repente el sonido de un portazo resuena por la habitación, interrumpiéndome en el acto. Edward levanta el rostro de mi cuello hasta que me mira a la cara. La sonrisa calculadora que se dibuja en su magnífica boca me obliga a morderme el labio para evitar imitarla.

 

«¡Que Dios nos asista!»

 

—¡Maldito hijo de puta! —La suntuosa voz de Charlie está cargada de veneno—. ¡Maldito cerdo hijo de puta inmoral!

 

Abro los ojos como platos cuando la inmensidad de nuestra situación supera la satisfacción enfermiza que estoy sintiendo. Aunque la pícara sonrisa de Edward sigue fija en su sitio. Se inclina y me besa con ternura.

 

—Ha sido un placer, mi niña.

 

Se aparta de mi cuerpo, manteniéndose de espaldas a Charlie para taparme mientras él se abrocha los pantalones. Me sonríe y sé que es su manera de decirme que no me preocupe. Me coloca las bragas en su sitio y me baja el vestido, cosa que agradezco, porque estoy paralizada a causa de la ansiedad y soy incapaz de adecentarme. Entonces me levanta de la mesa y se aparta, exponiéndome ante la potente furia que emana de la poderosa figura de Charlie.

 

Joder, parece que esté a punto de matar a alguien.

 

Charlie pone cara de asco. Está temblando físicamente. Y ahora yo también. Pero Edward no. No. Él pasa por alto la furia, retira una silla tranquilamente, me da la vuelta y empuja mi cuerpo en estado de shock hacia el asiento.

 

—Mi señora —dice, y me mofo ante su continua arrogancia. Anhela su propia muerte: no tiene otra explicación.

 

Dirijo mi mirada perdida hacia adelante, empiezo a juguetear con mi anillo de diamantes en el dedo con nerviosismo y, con el rabillo del ojo, veo cómo Edward se alisa el traje tranquilamente de manera exagerada antes de sentarse en la silla que está a mi lado. Le lanzo una mirada de soslayo. Él me sonríe. ¡Y me guiña el ojo! No me lo puedo creer. Me llevo la mano a la boca y empiezo a partirme de risa. Intento contener las risitas y fingir que me ha dado un ataque de tos. Es un malgasto de energía. Esta situación no tiene nada de divertida. No lo era antes de que Edward me violase sobre la mesa de Charlie, y definitivamente ahora tampoco lo es. Ambos estamos en un buen lío. Un lío el doble de grande que cuando llegamos.

 

Permanezco rígida y dejo de reírme cuando oigo el sonido de unas pisadas que se acercan mientras Edward se pone cómodo, se reclina hacia atrás, apoya el tobillo en la rodilla y desliza las manos por los brazos de la silla. Charlie rodea la mesa y mi mirada cautelosa sigue su camino. El ambiente es simplemente… horrible.

 

Tras sentarse lentamente en su silla sin apartar sus furiosos ojos cafés de Edward, que sigue indiferente, Charlie habla por fin. Pero sus palabras me dejan estupefacta.

 

—Te has cambiado el pelo.

 

Se vuelve hacia mí y observa mi nuevo corte, que probablemente en este momento esté todo revuelto después de nuestra sesión de sexo. Siento mi rostro húmedo y mi cuerpo sigue ardiente.

 

—Me lo he cortado —respondo. Ahora que ha dirigido su desprecio hacia mí, siento que mi insolencia se reaviva.

 

—¿En una peluquería?

 

Empiezo a revolverme incómoda. Esto no es bueno. La gente normalmente va a cortarse el pelo a la peluquería, se da por sentado, de modo que el hecho de que me lo haya preguntado no me hace ninguna gracia.

 

—Sí. —No le miento. He ido a cortarme el pelo a la peluquería… después de habérmelo trasquilado yo.

 

Charlie une las manos a la altura de su boca formando un triángulo mientras observa cómo no paro de moverme inquieta para evitar su mirada. Sus ojos y sus palabras hostiles pronto dejan de centrarse en mí y se dirigen hacia Edward.

 

—¿En qué coño estabas pensando?

 

Ahora ha inyectado un poco de calor a su tono, y me aventuro a mirarlo y me pregunto si se refiere a lo que acaba de encontrarse o a lo que indudablemente sabe de los acontecimientos de anoche en el Ice.

 

Edward se aclara la garganta y levanta la mano para sacudirse el hombro como si tal cosa. Es un gesto deliberado de indiferencia. Está pulsando todas las teclas de Charlie, y aunque yo he hecho lo mismo en numerosas ocasiones, no estoy segura de que éste sea el momento. Yo he contenido mi insolencia… más o menos. Edward también debe controlar su impudicia.

 

—Ella es mía —dice mirando a Charlie—. Y hago con ella lo que me da la gana.

 

Me encojo en la silla, pasmada ante su absoluta egolatría en un momento tan delicado. Es él quien asegura que necesitamos la ayuda de Charlie, de modo que ¿por qué está comportándose como un auténtico capullo? ¿No decía que se entendían? ¡Ya veo! Sé que tiene un modo peculiar de usar las palabras. He acabado aceptándolo, pero esa frase está claramente diseñada para encolerizar a Charlie todavía más y, cuando me aventuro a mirar al antiguo chulo de mi madre y veo que prácticamente le sale humo por las orejas, salta a la vista que lo ha conseguido.

 

Charlie se levanta de la silla, golpea las palmas de las manos contra la mesa y se inclina hacia adelante con el rostro deformado por la ira.

 

—¡Estás a un milímetro de ser aplastado, Masen! ¡Y yo me estoy poniendo en medio de esta puta situación para asegurarme de que eso no pase!

 

Retrocedo en mi silla para poner toda la distancia posible entre Charlie y yo. Es un vano intento de esquivar las vibraciones agresivas que emanan de su cuerpo agitado. Esta situación se está volviendo más insoportable a cada segundo que pasa. Edward se levanta de su asiento lentamente e imita la postura de Charlie. Está a punto de empeorar. No confundo la calma y el movimiento fluido de Edward con una señal de control. Su mandíbula tensa y sus ojos fuera de sí indican más bien todo lo contrario. Me quedo paralizada y me siento impotente mientras estos dos hombres poderosos se enfrentan.

 

—Sabes tan bien como yo que soy capaz de partirles todos los huesos de sus cuerpos de parásitos y que lo haré —dice, prácticamente susurrando las palabras a Charlie a la cara mientras sus hombros ascienden y descienden de manera constante… casi relajada—. No cometas ningún error. No me lo pensaré dos veces, y me estaré riendo en el proceso.

 

—¡A la mierda! —maldice Charlie, y alarga las manos, agarra la camisa de Edward a la altura de la garganta, retuerce la tela y lo atrae hacia él.

 

Doy un brinco, pero no les grito que paren. Soy incapaz de articular una palabra.

 

—Suél… ta… me —dice Edward de forma lenta y concisa con un tono cargado de ferocidad—. Ahora.

 

Ambos hombres permanecen quietos durante lo que parece una eternidad, hasta que Charlie maldice de nuevo y empuja a Edward hacia atrás antes de dejar caer el culo sobre la silla y echar la cabeza atrás para mirar al techo.

 

—Esta vez la has cagado pero bien, Masen. Siéntate, Isabella.

 

Obedezco al instante. No quiero causar más problemas. Miro a Edward y veo que se está alisando la camisa y se ajusta el nudo de la corbata antes de sentarse también. Tengo una absurda sensación de alivio cuando alarga la mano, coge la mía y me la estrecha con fuerza. Es su manera de indicarme que está bien. Que controla la situación.

 

—Imagino que te refieres a lo de ayer por la noche.

 

Una risa sarcástica escapa de la boca de Charlie y agacha la cabeza. Su mirada oscila entre Edward y yo.

 

—¿Quieres decir que no me refiero al hecho de que has marcado lo que consideras que es tu territorio en mi despacho?

 

—Lo que sé que es mi territorio.

 

¡Ay, Señor!

 

—¡Vale, ya basta! —grito dirigiendo mi exasperación hacia Edward—. ¡Dejadlo ya! —Ambos hombres reculan en sus sillas y sus atractivos rostros furiosos reflejan una sorpresa evidente—. ¡Basta ya de toda esta mierda del macho alfa!

 

Me suelto la mano que sostiene Edward, pero él no tarda en reclamarla. Se la lleva a la boca, posa los labios en el dorso y la besa repetidas veces.

 

—Lo siento —dice con sinceridad.

 

Sacudo la cabeza e inspiro hondo. Entonces dirijo la atención a Charlie, que está observando a Edward con aire pensativo.

 

—Creía que habías aceptado que no vamos a separarnos —digo, y advierto que Edward ha interrumpido su lluvia de besos sobre mi mano.

 

Después de que Charlie nos ayudase a huir a Londres estaba convencida de que no habría más intromisiones por su parte.

 

Suspira y siento cómo Edward baja mi mano hasta su regazo.

 

—No paro de tener sentimientos encontrados respecto a este asunto, Isabella. Reconozco el amor cuando lo tengo delante. Pero también el desastre. No tengo ni puta idea de cómo debo actuar para tu beneficio. —Se aclara la garganta y me mira como pidiendo perdón—. Disculpa mi lenguaje.

 

Resoplo con sarcasmo. ¿Que disculpe su lenguaje?

 

—¿Y ahora qué? —continúa Charlie pasando por alto mi confusión y mirando a Edward.

 

Sí, acabemos con esto de una vez. Yo también me vuelvo hacia Edward, y esto hace que se revuelva en su silla.

 

—Quiero dejarlo —dice Edward, claramente incómodo bajo la mirada de dos pares de ojos, y no obstante pronuncia su declaración con absoluta determinación. Eso está bien. Aunque, para mis adentros, he llegado a la conclusión de que no es suficiente.

 

—Sí, eso ya estaba claro. Pero te lo preguntaré otra vez: ¿crees que dejarán que te marches? —Es una pregunta retórica. No requiere respuesta. Y no obtiene ninguna. De modo que Charlie continúa—. ¿Por qué la llevaste allí, Masen? ¿Por qué, sabiendo lo delicadas que están las cosas?

 

Me levanto. Todos los culpables músculos de mi cuerpo se solidifican como resultado de esa pregunta. No puedo dejar que también cargue con esa acusación.

 

—No me llevó él —susurro avergonzada, y siento cómo Edward me estrecha la mano con más fuerza—. Edward estaba en el Ice. Yo estaba en casa. Recibí una llamada en mi móvil. De un número desconocido.

 

Charlie frunce el ceño.

 

—Continúa.

 

Trago saliva, reúno algo de valor, miro a Edward con el rabillo del ojo y detecto en él una expresión tierna y cariñosa.

 

—Escuché una conversación y no me gustó lo que oí.

 

Espero la pregunta obvia, pero sofoco un grito cuando Charlie dice algo que no esperaba.

 

—Irina. —Cierra los ojos e inspira con aire cansado—. Esa maldita Irina Reinhoff. —Sus ojos se abren y se fijan en Edward al instante—. Y hasta ahí llegó lo de restarle importancia a tu relación con Isabella.

 

—Edward no hizo nada —digo, y me inclino hacia adelante—. Fui yo la que provocó la situación. Me presenté en el club y colmé su paciencia.

 

—¿Cómo?

 

Cierro la boca de golpe y retiro mi silla de nuevo. No creo que quiera escuchar esto, del mismo modo que Edward no quería verlo.

 

—Yo… —Me pongo colorada bajo la mirada expectante de Charlie—. Yo…

 

—La reconocieron —interviene Edward, y sé que lo hace porque pretende culpar de esta parte a Charlie.

 

—Edward…

 

—No, Isabella. —Me interrumpe y se inclina un poco hacia adelante—. La reconoció uno de tus clientes.

 

El arrepentimiento que inunda el rostro de Charlie me invade de culpabilidad.

 

—Vi cómo un baboso intentaba reclamarla delante de mí. Se ofreció a cuidar de ella. —Está empezando a temblar. El recuerdo está reavivando su ira—. Dígame, señor Swan, ¿qué habría hecho usted?

 

—Lo habría matado.

 

Me encojo al escuchar su respuesta rotunda y amenazadora y al saber que lo dice totalmente en serio.

 

—Bueno, yo le perdoné la vida… —Edward se relaja de nuevo en su silla—. Creo. ¿Me convierte eso en mejor hombre que tú?

 

—Es posible —responde Charlie sin vacilación y con absoluta sinceridad. Por alguna razón, no me sorprende.

 

—Me alegro de que lo hayamos aclarado. Ahora, prosigamos. —Edward cambia de posición en su silla—. Voy a marcharme. Y voy a llevarme a Bree conmigo, y te diré cómo pienso hacerlo exactamente.

 

Charlie lo observa detenidamente durante un rato, y entonces ambos se vuelven hacia mí.

 

—¿Queréis que me marche? —pregunto.

 

—Espérame en la barra —dice Edward con frialdad, y me mira con una cara a la que ya me he acostumbrado. Es la que me indica que esto no es negociable.

 

—Entonces ¿sólo me has traído aquí para follarme en su mesa?

 

—¡Isabella! —Charlie me regaña, obligándome a trasladar mi mirada de desprecio de Edward a él durante unos momentos.

 

Me devuelve la mirada y, si no estuviese tan cabreada en este momento, le gruñiría. Pero soy consciente de que no puedo ayudar en nada aquí. De hecho, todo lo que nos ha llevado a este momento sólo confirma que soy más bien un estorbo, pero estoy enfadada por… por todo. Por sentirme inútil, por ser difícil.

 

Me levanto en silencio, me vuelvo sin mediar palabra y huyo de la tensión cerrando la puerta al salir. Recorro el pasillo algo aturdida y me dirijo al lavabo de señoras, pasando por alto el hecho de que sé exactamente por dónde tengo que ir. Hago caso omiso de las miradas de interés que me lanzan los hombres, las mujeres y el personal del club. Cuesta, pero lo consigo. Saber el estado de desesperanza que podrían llegar a causarme esas miradas me proporciona las fuerzas necesarias para lograrlo.

 

Cuando termino de usar el baño, de lavarme las manos y de mirar a las musarañas frente al espejo durante una eternidad, me dirijo al reservado, me siento sobre un taburete y me pido rápidamente una copa de vino, cualquier cosa con tal de centrarme en algo que no sea volver al despacho de Charlie.

 

—Señorita. —El camarero sonríe y me desliza mi bebida.

 

—Gracias. —Bebo un trago largo e inspecciono el bar.

 

Por fortuna, Felix ya no está aquí. Compruebo la hora en mi teléfono y veo que son sólo las doce. Tengo la sensación de que esta mañana se está eternizando, pero la idea de ver a la abuela y de llevarla a casa en unas horas me levanta el ánimo.

 

Siento cómo me relajo en el grato ambiente del bar y gracias a mis continuos tragos de vino… hasta que esa sensación, que no había tenido desde que nos marchamos a Nueva York, de repente me bombardea de nuevo. Escalofríos. Se me eriza el vello de los hombros, y a continuación el del cuello también. Levanto la mano para masajearme el cuello y echo un vistazo a un lado. No veo nada fuera de lo común; sólo a hombres bebiendo de sus copas y charlando tranquilamente y a una mujer sentada en un taburete a mi lado. Decido quitarle importancia y sigo bebiendo.

 

El camarero se aproxima y sonríe al pasar para atender a la dama.

 

—Hendrick’s, por favor —pide con una voz suave, ronca y cargada de sensualidad, como la mayoría de las mujeres de Charlie.

 

Es como si hubiesen dado clases para perfeccionar el arte de la seducción verbal. Incluso algo tan simple como pedir una bebida suena erótico en sus bocas. A pesar del recordatorio, sonrío para mis adentros, y no tengo ni idea de por qué. Tal vez sea porque estoy segura de que yo nunca he tenido esa voz.

 

Me llevo el vino a los labios y observo cómo el camarero sirve la bebida y le pasa a la mujer el vaso antes de volverme hacia la entrada del bar, esperando a que aparezcan Edward y Charlie. ¿Cuánto más van a tardar? ¿Siguen vivos? Intento dejar de preocuparme, y me resulta bastante fácil cuando todas esas sensaciones indeseadas regresan y me obligan a volverme despacio de manera automática.

 

La mujer me está mirando, y sostiene su vaso suavemente con sus delicados dedos.

 

Unos dedos como los míos.

 

Mi corazón sale catapultado hasta mi cabeza y estalla, esparciendo millones de recuerdos en una bruma que flota ante mí. Las visiones son claras. Demasiado claras.

 

—Mi pequeña —susurra.

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