EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95096
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

 ADAPTACIÓN DE DESNUDA DE RAINE MILLER

MIS OTRAS HISTORIAS

El heredero

El escritor de sueños

 El escriba

BDSM

Indiscreción

El Inglés

Sálvame

No me mires asñi

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 10: CAPÍTULO 9

Capítulo 9

 

 EL puente de Waterloo me puso los pies en la tierra a la mañana siguiente. En casa me recibió el olor celestial del café que había preparado mi compañera de piso. Me encontré con Alice media hora después cuando salía por la puerta para ir a clase.

 — ¿Vas a ir a la exposición de Mallerton el día 10? —me preguntó.

 —Quiero ir. Ahora estoy restaurando uno de sus cuadros, llamado Lady Percival.

 Esperaba descubrir algo más sobre su procedencia. Ha sufrido daños debido al calor y se ha derretido el barniz sobre el título del libro que tiene en la mano. Mataría por saber qué libro es. Es como un secreto que necesito descubrir.

 — ¡Bien! —Dio palmas y un saltito—. Es la exposición por el aniversario de su nacimiento.

 Hice como que contaba con los dedos.

 —Vamos a ver, ¿sir Tristan cumpliría doscientos veintiocho años?

 —Doscientos veintisiete para ser exactos. —Alice estaba sumida en su tesis sobre el pintor romántico Tristan Mallerton, así que cuando había algo que tenía que ver con él era la primera en la cola para comprar entradas.

 —Bueno, solo me he pasado un año. No está tan mal.

 Sonrió ampliamente mostrando sus perfectos dientes blancos y sus labios carnosos, que me hicieron preguntarme por qué no era ella la modelo. Los reflejos azulados de su pelo oscuro combinados con su piel pálida le daban un toque exótico. Los hombres caían a sus pies, pero ella no quería saber nada de ellos. Como yo, pensé. Hasta que apareció Edward y alteró mi cómoda existencia.

 —Vamos a planearlo para ir juntas y que sea una noche especial. Eso sí, quiero un vestido nuevo.

 ¿Quieres organizar también un día de compras?

 Alice sonaba y parecía estar demasiado emocionada como para decirle que no.

 —Suena estupendo, Al. Necesito algunas distracciones en mi repentinamente complicada vida. —

 Ladeé la cabeza y articulé con los labios la palabra «Edward».

 Mi amiga me miró de arriba abajo y cruzó los brazos.

 — ¿Qué pasa con vosotros dos?

 —Él quiere una relación seria. Una de verdad en la que durmamos juntos y hagamos la cena y veamos la tele.

 —Y un montón de sexo orgásmico y apasionado —añadió Alice, y luego me tendió los brazos—. Ven aquí. Parece que necesitas un abrazo.

 La abracé y me aferré a mi amiga.

 —Tengo miedo, Alice —le susurré al oído.

 —Lo sé, cariño. Pero te he visto con él. He visto cómo te mira. Puede que este sea el definitivo. No lo sabrás si no lo intentas. —Me tocó la cara—. Me alegro por ti, y creo que vas a tener que darle un voto de confianza. Hasta ahora el señor Cullen está en mi lista buena. Si eso cambia y te hace daño o como te toque un mínimo pelo de tu inocente cabeza, entonces los huevos de ese guaperas se van a transformar en un juego de Klik-Klaks. Y, por favor, díselo de mi parte.

 — ¡Dios, cómo te quiero, tía! —Me reí y me fui a clase, pensando cómo darle la noticia a Edward.

 Tres horas más tarde me mandó un mensaje.

Edward Cullen: <—echa d menos a Bella. Cuándo t veré?

 

Sonreí al leer las palabras. Me echaba de menos y no le asustaba reconocerlo. Debo admitir que el enfoque directo de Edward hacía maravillas para calmar mis nervios y temores por tener una relación con él. Me armé de valor y contesté.

 Bella Swan: <—está :) Muy pronto si no stas dmsiado ocupado. Puedo ir a tu

ofcina?

 

 Mi teléfono se iluminó casi de inmediato con un enfático junto con instrucciones de adónde ir, qué ascensor coger, planes para invitarme a almorzar…, el típico modus operandi de mi Edward. Eso también me hizo sonreír. ¿He dicho mi Edward? Y tanto que sí, pensé mientras me metía en la estación del metro y comenzaba a bajar las escaleras.

 Quería pasar por una farmacia de camino para comprar la medicina de la receta que me había dado la doctora Roswell, así que me bajé del metro dos estaciones después. Salí a la calle, entré en una tienda Boots y entregué la receta. Cogí una cesta de la compra y eché un vistazo alrededor mientras esperaba a que el farmacéutico la buscase. Se me ocurrió una idea y decidí llevarla a cabo, así que empecé a coger artículos de las estanterías y a dejarlos caer en mi cesta.

 En la cola para pagar me fijé en un tío grande que estaba esperando detrás de mí con una triste botella de agua en la mano. Bueno, también me fijé en su tatuaje. Tenía una auténtica preciosidad en la cara interna del antebrazo: un dibujo perfecto de la firma de Jimi Hendrix, con el gran remolino de la J tan nítido como si lo hubiese garabateado el propio Jimi.

 —Bonito tatuaje —le dije, y me di cuenta de lo grandísimo que era. Por lo menos 1,95, puro músculo, con el pelo rubio dorado y de punta y una cara que irradiaba confianza en sí mismo; con ese tío no había lugar a dudas de que era mejor no meterse.

 

—Gracias. —Sus ojos casi negros se relajaron solo un poco y me preguntó—: ¿Eres fan?

Su acento británico me calmaba por alguna razón y una vez más no correspondía para nada con su apariencia física.

 —Muy fan —contesté con una sonrisa antes de volver al metro.

 Me enchufé el iPod en el vagón. Por qué no escuchar algo de Jimi Hendrix y pensar en qué decirle a Edward cuando le viera.

 Seguridad Cullen estaba en Bishopsgate, en el centro del casco antiguo de Londres, con todos los demás rascacielos modernos. Lo cierto es que esto no me pilló por sorpresa mientras intentaba imaginarme a Edward detrás de un escritorio, con un traje de chaqueta sexy y su delicioso olor.

 Salí del metro en la estación de Liverpool Street y empecé a subir las escaleras hacia la acera. Me tropecé con un escalón y me agarré a la barandilla. Salvé las rodillas pero se me cayó la bolsa de la compra y se desparramó todo su contenido. Solté una palabrota entre dientes mientras me giraba para agacharme a recogerlo todo y, de repente, me topé con el mismo tío que había visto en la cola de Boots con el tatuaje de Jimi Hendrix.

 Me ayudó eficientemente con mis cosas y me pasó la bolsa.

 —Mira por dónde pisas —dijo bajito, y continuó subiendo las escaleras.

 —Gracias —le grité a su espalda mientras se alejaba, con los músculos a presión bajo su camisa de vestir negra. Apenas había llegado a la acera cuando mi teléfono empezó a sonar.

 Edward Cullen: <— sta preocupado. Donde stas?

 

 Bella Swan <— sta llegando. Paciencia!!!!

 

 En el listado del panel del vestíbulo, Seguridad Internacional Cullen aparecía  entre los pisos cuarenta y cuarenta y cuatro, pero Edward me había dicho que lo buscara en este último. Me dirigí al mostrador de seguridad y di mi nombre. El guarda sonrió ligeramente y me dio un bolígrafo para que firmara.

 -El señor Cullen la está esperando, señorita Swan. Si pasa por aquí le haré una acreditación para que pueda entrar directamente en futuras visitas.

 —Oh…, está bien. —Dejé que el hombre hiciera su trabajo y en cuestión de minutos estaba deslizándome hacia el piso cuarenta y cuatro con mi propia tarjeta de identificación de Seguridad Cullen. Mi corazón se fue acelerando un poco más a medida que me acercaba a mi destino. Tragué saliva unas cuantas veces y me arreglé la chaqueta negra de cuero. La falda negra y las botas rojas a juego no eran de estar por casa ni por asomo, pero tampoco iba vestida como para ir a las oficinas de una empresa. De repente me sentí cohibida y supliqué porque la gente no se quedara mirándome. Eso lo odio.

 Con el bolso en el hombro y mi bolsa de Boots en la mano, salí del ascensor y entré en un espacio muy elegante e ingeniosamente diseñado. Había fotografías en blanco y negro de maravillas arquitectónicas de todo el mundo enmarcadas en las paredes, grandes ventanales de cristal que daban a la ciudad y una pelirroja muy guapa detrás del mostrador.

 —Bella Swan, he venido a ver al señor Cullen.

 Me miró de arriba abajo antes de levantarse del mostrador.

 —Oh, la está esperando, señorita Swan. La llevaré hasta su despacho. —Sonrió mientras me sujetaba la puerta—. Espero que le guste la comida china.

La seguí e ignoré el comentario, pero no porque no quisiera contestar, sino porque todo el mundo nos estaba mirando. Cada cabeza de cada puesto de trabajo se giró en nuestra dirección y se quedó observando. Quería que me tragara la tierra. Pero no sin antes matar a Edward. ¿Qué demonios había hecho? ¿Anunciar con un correo electrónico masivo que su novia iba a pasarse a hacerle una mamada en su despacho? Noté cómo se me encendía la cara mientras seguía a la monísima recepcionista, que de hecho llevaba un anillo de compromiso en la mano izquierda. Probablemente solo me di cuenta de ese detalle porque me negaba a levantar la mirada y ver todas esas caras.

 —Guau, menudo comité de bienvenida —dije entre dientes.

 —No te preocupes, solo tienen curiosidad por ver con quién está el jefe, eso es todo. Soy Rose, por cierto.

 —Bella —respondí. Se detuvo y dio un golpecito en unas magníficas puertas dobles de ébano antes de entrar.

 

—Y esta es Esme, la ayudante del señor Cullen. Esme, la señorita Swan ha llegado.

 —Gracias, Rose. —Rose sonrió y se dirigió a mí—. Señorita Swan, es un placer conocerla. —

 Extendió la mano y me dio un apretón firme. Me pregunté si estaba mal el hecho de que me gustara que la secretaria de Edward fuera con toda probabilidad de la misma edad que mi madre y fan de los trajes de poliéster. Mi inseguridad descendió unos cuantos puntos mientras le devolvía la sonrisa a Esme. Aun así, se la veía amable y al mando de sus aposentos cuando me señaló otro par de puertas—. Por favor, pasa, querida. Te estaba esperando.

 Abrí la puerta, que parecía pesada pero que sin embargo era tan ligera que podría haberla empujado con el meñique, y hui hacia el despacho de Edward. Cerré y me desplomé contra la puerta, buscándole con los ojos cerrados hasta que le encontré con el olfato.

 —Así es. Sigue con eso. Sí. Quiero informes cada hora cuando estés en el terreno. Protocolo… —

 Estaba al teléfono con alguien. Abrí los ojos y le miré mientras seguía apoyada contra la puerta de su despacho. Tan seguro de sí mismo y tan guapo con su traje gris de raya diplomática. ¡Y, quién lo iba a decir, otra corbata morada! Esta era tan oscura que rozaba el negro, pero qué bien le quedaba. Terminó de hablar por teléfono y me miró. Sentí el clic de la puerta contra la espalda. Sonrió con una ceja levantada. Le miré enfurecida.

 — ¡Toda esa gente mirándome, Edward! ¿Qué has hecho? ¿Le has mandado un correo electrónico a toda la puta oficina?

 —Ven aquí y siéntate en mi regazo. —Se echó hacia atrás en el sillón pegado a su gran escritorio y me dejó sitio. Sin reaccionar en absoluto a mi acusación. Esa hermosa boca solo me pidió tajante que fuese a él de inmediato.

 Pues lo hice. Mis botas rojas fueron con paso firme hasta él y me dejé caer tal como me ordenó. Me rodeó con sus brazos y me empujó contra su cuerpo para darme un beso. Me puso considerablemente de buen humor.

 —Puede que se me haya escapado unas cuantas veces que ibas a venir a verme. —Me subió la mano por el muslo debajo de la falda y noté el calor que emanaba su piel—. No te enfades conmigo. Has tardado una eternidad en llegar y he tenido que estar saliendo a preguntarle a Victoria si habías llegado.

 —Edward, ¿qué estás haciendo? —Murmuré contra sus labios mientras su mano seguía arrastrando sus largos dedos hacia su destino. Me abrió las piernas con determinación para poder seguir subiendo entre ellas hasta mi sexo.

 —Solo toco lo que es mío, nena. —Recorrió mis pliegues por encima de las bragas de encaje rojo que llevaba puestas y luego apartó el tejido a un lado.

 Contraje los músculos por la expectación y jadeé más fuerte.

 — ¿Cuántas veces has salido a preguntar por mí?

—Solo unas cuantas…, cuatro o cinco. —Su dedo encontró mi clítoris y empezó a acariciarlo formando círculos sobre ese cúmulo de sensaciones que ahora estaba resbaladizo, y me hizo perder la coherencia como de costumbre.

 —Eso son muchas veces, Edward… —Apenas pude pronunciar las palabras, estaba totalmente capturada por el placer que procedía de sus mágicos dedos. Abrí las piernas un poco más y cabalgué en su mano—. La puerta…

 —Está cerrada, nena. No pienses en nada más que en mí y en lo que te estoy haciendo. —Edward me agarró fuerte con una mano y me tenía cautiva con la otra. No podía hacer nada excepto concentrarme en el lugar al que me estaba llevando. Cambió al pulgar y apretó un poco más. Dos dedos entraron resbalándose en mí y comenzaron a acariciarme—. Joder, estás tan mojada… —Arremetió con su boca contra la mía y también la reclamó.

 Grité mientras me corría sobre el regazo de Edward, con sus dedos dentro de mi sexo y su lengua en mi boca, totalmente vencida y dominada. Y muy satisfecha. Me sujetó con firmeza como si temiera que fuera a intentar marcharme, pero no tenía por qué preocuparse.

 Respiré profundamente y las sensaciones seguían filtrándose a través de mi torrente sanguíneo mientras intentaba procesar el efecto que este hombre ejercía sobre mí. Cerca de Edward no tenía ningún tipo de autocontrol. Ninguno.

 Le miré en cuanto pude y me taladraron esos ojos suyos increíblemente azules.

—Debes de tener la mano pringosa —dije sabiendo que lo que había dicho era verdad. Estaba empapada.

 Sonrió de manera traviesa y movió los dedos, aún dentro de mí.

 —Me encanta dónde está exactamente mi mano ahora mismo. Aunque ojalá tuviera esto dentro. —

 Apretó la polla contra mi culo y no dudé de que era verdad. Pude sentir lo dura que estaba y me estremecí.

 —Pero… estamos en…, es tu despacho.

 —Lo sé, pero esa puerta está cerrada con llave y nadie puede vernos aquí dentro. Tenemos intimidad total. —Me acarició el cuello con la nariz y susurró—. Solo tú y yo.

Me moví para bajarme de encima de él pero me sujetó con firmeza; un destello de disgusto pasó por sus ojos. Lo intenté de nuevo y esta vez me soltó. Me deslicé hasta el suelo de rodillas frente a su entrepierna y tenía casi todo mi cuerpo escondido detrás de su escritorio. Puse las manos encima de su erección y presioné. Levanté la mirada hacia él, vi el deseo en sus ojos y supe lo que tenía que hacer.

 —Edward…, te quiero lamer…

 — ¡Sí! —No necesité más indicaciones. Le desabroché el cinturón, le bajé la cremallera y descubrí mi premio. Dios, su pene era precioso. Edward gimió cuando lo cogí con la mano y lamí la punta; me encantaba el sabor salado de su carne. Me retiré y lo miré un poco más. Esto había estado dentro de mí unas cuantas veces, y nunca lo había visto realmente bien. Era grande y duro y suave como el terciopelo.

 Lo acaricié de arriba abajo y sonreí. Se estaba mordiendo el labio y mirándome como si fuera a explotar a la mínima.

 —Eres perfecto —murmuré, y luego me metí en la boca su preciosa polla rosa. Edward se agarró a la silla y empujó hasta el fondo de mi garganta. Me esforcé mucho, acariciándolo con la mano y lamiéndolo profundamente en la boca. Hice un movimiento rápido con la lengua sobre la vena que alimentaba su erección y le escuché gemir. No aminoré el ritmo ni me detuve. Iba a llegar hasta la línea de meta y pensaba salirme con la mía.

 Debió de leer mi lenguaje corporal porque sus manos se movieron hasta mi cabeza y me sujetó mientras se follaba mi boca. Aguanté sin tener ni una sola arcada y cuando sus testículos se tensaron y supe que estaba a punto, lo agarré de las caderas con fuerza para que no pudiese apartarse.

 

— ¡Oh, joder, me voy a correr! —Se puso duro como el acero y derramó la cálida esencia en el fondo de mi garganta, sujetándome la cabeza con las dos manos mientras llegaba al orgasmo—. Joder…, Bella. —Jadeó con la respiración entrecortada.

 Levanté la vista cuando salió de mi boca. Tragué despacio y vi su labio inferior temblar mientras me miraba. Me empujó hacia él, hacia arriba desde el suelo, aún con las dos manos a ambos lados de mi cara, y me besó lenta y profundamente y de una manera tan dulce que me encantaba. Me alegraba de haberle dado placer. Me hacía feliz hacerle feliz.

 De nuevo en su regazo tras arreglarnos la ropa, nos pusimos cómodos y nos sentamos juntos en su silla. Me pasó los dedos por el pelo y me mordisqueó el cuello. Yo jugué con el alfiler de plata de su corbata, que parecía ser antiguo, y dejé que me abrazase un rato.

 —Es precioso —le dije.

 —Tú eres preciosa —susurró contra mi oreja.

 —Me encanta tu oficina. Las fotografías de la recepción son increíbles.

 —Me encanta que vengas a visitarme a la oficina.

 —Ya lo veo, Edward. Eres bastante… hospitalario. —Me reí tontamente. Me hizo cosquillas y consiguió que me retorciera durante demasiado tiempo, en mi opinión. Le di un manotazo para que apartara las manos de mis costillas.

 — ¿Qué me has comprado? Espero que sean golosinas —dijo mientras alcanzaba la bolsa de Boots—.

 Me gustan los caramelos Jolly Ranchers. Los de cereza son mis favoritos…

 Le quité la bolsa antes de que pudiera mirar en su interior.

 — ¡Oye! ¿Acaso no sabes que no se mira en la bolsa de una chica? Podrías encontrar algo ahí dentro que nos avergonzara a los dos.

 Frunció los labios y suspiró.

—Supongo que estás en lo cierto —dijo dándome la razón demasiado rápido. Luego sonrió como un demonio y me arrancó la bolsa de las manos—. Pero ¡quiero mirar de todas formas! —La mantuvo fuera de mi alcance y empezó a sacar artículos. Se quedó callado mientras extraía un cepillo de dientes morado y luego un tubo de pasta de dientes. Los puso en su escritorio y volvió a meter la mano en la bolsa. Salió un cepillo del pelo, crema hidratante y el brillo de labios que utilizo siempre. Siguió sacando todo lo que había comprado en Boots. Mi marca de champú favorita, crema de depilar, e incluso un frasco pequeño de Dreaming de Tommy Hilfiger que remató los artículos de aseo. Lo puso todo en fila de forma muy ordenada y me miró muy quieto y muy serio—. Pero creía que no podías quedarte, Bella.

 —Yo también. —Saqué lo último que quedaba en la bolsa. Mi medicina—. Pero la doctora Roswell me ha dado esto, además de fuerza para hacerlo. —Le toqué el pelo y se lo arreglé—. Son pastillas para ayudarme a dormir y que no me despierte como hice la última vez. Quiero decir, si soy tu novia entonces quiero… intentar quedarme a dormir contigo alguna…

 Me cortó con un beso antes de que pudiese decir nada más.

 —Oh, nena, me has hecho tan feliz… —me dijo entre más besos—. ¿Esta noche? ¿Te quedarás esta noche? Por favor, di que sí. —Su expresión me transmitió todo lo que realmente necesitaba saber. Quería que me quedara, con los malditos problemas de las pesadillas y todo.

 Bajé la mirada hasta el alfiler de su corbata otra vez y le susurré:

 —Si tú estás dispuesto a intentarlo y yo también, entonces ¿cómo puedo decir que no?

 —Mírame, Bella

.Lo hice y observé su fuerte mandíbula apretada. Podía ver también un montón de emociones en él. Ciertamente Edward nunca me escondía nada. Podría ser reservado en público, pero en privado, conmigo, iba con la verdad por delante. Lo que veías era lo que había. Me decía lo que quería de mí sin disculparse por lo directas que eran sus palabras.

 —Quiero que lo veas en mis ojos cuando te digo que estoy más que dispuesto a intentarlo, y muy feliz de que tú también lo estés. —Me besó el pelo—. Y quiero que elijas una palabra. Algo que puedas decirme si necesitas irte porque estás asustada o si hago algo que no quieres que suceda. —Acercó mi cara a la suya—. Solo di esa palabra y pararé, o te llevaré a casa. Pero, por favor, no vuelvas a marcharte de esa manera nunca más.

 — ¿Como una palabra de seguridad? —pregunté.

 Él asintió con la cabeza.

 —Sí. Exacto. Necesito que confíes en mí. Lo necesito, Bella. Pero también necesito confiar en ti.

 No puedo, no quiero sentirme como la otra vez. Cuando te fuiste por la noche… —Tragó saliva. Vi cómo le temblaba la garganta y supe que eso era importante para él—. No quiero sentirme como me sentí cuando te fuiste.

 —Siento haberme ido así. Estaba abrumada. Me abrumas, Edward. Tienes que saberlo porque es la verdad.

 Apretó los labios contra mi frente y habló.

 —Vale, pero solo dime cuándo. Di tu palabra, la que sea, y me apartaré. Pero no vuelvas a dejarme así.

 —Waterloo.

 Me miró y sonrió.

 — ¿Waterloo es tu palabra de seguridad?

 Asentí con la cabeza.

 —Eso es. —Miré hacia la comida que estaba servida en la mesa para nuestro almuerzo e inhalé.

 Según había dicho Victoria, era comida china y mi olfato le dio la razón.

 — ¿Me vas a dar de comer o qué? Creía que el almuerzo estaba incluido en el trato.

 —Le di un ligero golpe en el pecho con el dedo—. Una chica necesita algo más que un orgasmo, ¿sabes?

 Edward echó la cabeza hacia atrás, se rio y me dio un azote en el trasero.

 —Pues venga, va. Vamos a darte de comer, mi preciosa chica americana. Tenemos que mantenerte en plena forma. Tengo grandes planes para ti esta noche.

 Me guiñó el ojo con picardía. Supe que estaba perdida.

 

 

Capítulo 9: CAPÍTULO 8 Capítulo 11: CAPÍTULO 10

 
14443823 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios