EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95092
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 9: CAPÍTULO 8

Capítulo 8

 

 La doctora Roswell siempre escribe en un cuaderno durante nuestras sesiones. Eso me parece de la vieja escuela, pero al fin y al cabo esto es Inglaterra y su consulta está en un edificio que ya existía cuando Thomas Jefferson escribió la Declaración de Independencia en Filadelfia. También utiliza una pluma estilográfica, lo que me flipa totalmente.

 Observé cómo su preciosa pluma de color turquesa y dorado iba formando palabras en su cuaderno mientras me escuchaba hablar sobre Edward. La doctora Roswell sabe escuchar. De hecho, eso es prácticamente lo único que hace. No sé cómo serían nuestras sesiones si ella no pudiera escuchar todo lo que le cuento.

 Sentada detrás de su elegante despacho de estilo francés, era la viva imagen de la profesionalidad y del genuino interés. Diría que rondaba los cincuenta y pocos años y tenía un cutis precioso y un pelo blanco que no le hacían ni un ápice mayor. Siempre llevaba joyas muy características y una ropa bohemia que le hacía parecer una persona culta y cercana. Fue mi padre quien me ayudó a encontrarla cuando me mudé a Londres. La doctora Roswell estaba en la lista de mis necesidades junto con la comida, ropa y cobijo.

—Entonces ¿por qué crees que reaccionaste de esa manera y te fuiste de casa de Edward en mitad de la noche?

 —Tenía miedo de que me viera así.

 —Pero lo hizo. —Escribió algo en el cuaderno—. Y por lo que me has contado, quería consolarte y que te quedaras con él.

 —Lo sé, y eso me asustó. El hecho de que quisiera que le contara por qué tengo esas pesadillas…

 —Y este era mi mayor problema. La doctora Roswell y yo lo hemos hablado miles de veces. ¿Qué pensaría cualquier hombre de mí una vez que lo supiera?—. Me preguntó si quería hablar del tema. Le dije que no.

 Él es tan…, tan… intenso; sé que será cuestión de días hasta que vuelva a presionarme con el tema.

 —Las relaciones son así, Bella. Compartes tus sentimientos con la otra persona y le ayudas a que te conozca mejor, incluso las partes más delicadas.

 —Pero Edward no es así. Él exige todo el tiempo. Quiere…, lo quiere todo de mí.

 — ¿Y cómo te hace sentir cuando te exige cosas o cuando quiere que te entregues totalmente?

 —Me aterra qué será de , de Bella. —Respiré hondo y dije lo que pensaba—. Pero cuando estoy con él, cuando me toca o cuando tenemos relaciones íntimas…, me siento tan segura y arropada, como si con él no me fuera a pasar nada malo. Por la razón que sea, confío en él, doctora Roswell.

 — ¿Crees que el motivo por el que han vuelto las pesadillas es porque has empezado a tener relaciones sexuales con Edward?

 —Sí. —Mi voz salió de manera temblorosa, y odiaba ese sonido.

 —Bella, eso es muy normal para las personas que han sufrido abusos. Una mujer es más vulnerable durante el acto sexual en sí mismo. La mujer acepta al hombre dentro de su cuerpo. Él es más fuerte y normalmente más dominante. Una mujer tiene que confiar en su pareja o me temo que si no solo una minúscula parte de nosotras tendría relaciones sexuales. Súmale a eso tu historia y el resultado es una mezcla explosiva en tu subconsciente.

 — ¿Incluso aunque no lo recuerde?

 —Tu mente lo recuerda, Bella. Tus miedos están ahí. —Anotó algo de inmediato—. ¿Te gustaría probar a tomarte una pastilla para dormir? Podemos ver si eso pone fin a los terrores nocturnos.

 — ¿Funcionará? —Eso por supuesto que atrajo mi atención. La sugerencia de algo tan simple como una pastilla me hizo reír con nerviosismo. La idea de poder estar tranquila con Edward toda la noche… o que él pudiera estarlo conmigo me daba esperanzas. Eso si Edward seguía queriendo dormir conmigo. Le recordé saliendo de mi apartamento anoche después del sexo salvaje contra la pared y lo poco que me gustó que se fuera. Mis emociones estaban hechas un lío. Una parte de mí le deseaba y la otra le temía. La verdad es que no tenía ni idea de lo que sería de nosotros. Él te hizo decirle que eras suya.

 La doctora Roswell me sonrió.

 —No lo sabremos hasta que lo intentemos, querida. El primer paso es la valentía, y la pastilla es una mera herramienta para ayudarte a dar un paso más hasta que encuentres tu camino. Las soluciones no tienen que ser complicadas todas las veces.

  —Alargó la mano y cogió su recetario.

 —Muchísimas gracias. —Me empezó a vibrar el móvil en el bolso. Lo miré y vi que tenía un mensaje de Edward.

 

para ir a cenar. Dijo que quería hablar de… nosotros.

 

—Siempre es bueno que dos personas hablen de su relación. Toda la honestidad y confianza que deposites en ella ahora hará que sea mucho más fácil solucionar vuestras diferencias en el futuro. —Me dio la receta—. Me encantaría conocerle, Bella.

 

— ¿Ahora? —Sentí cosquillas en el estómago.

 

— ¿Por qué no? Te acompaño fuera y me presentas a tu Edward. Me ayuda muchísimo poner cara a los nombres que se mencionan en nuestras sesiones.

 

—Ah…, vale —dije al tiempo que me levantaba de su cómoda silla de cretona de flores—, pero en realidad no es mi Edward, doctora Roswell.

 

—Ya lo veremos —dijo mientras me daba una palmadita en el hombro.

 

Se me hizo un nudo en la garganta cuando le vi mirando la decoración de la pared mientras me esperaba. La manera en la que estaba de pie me recordó a cuando estaba viendo mi retrato en la exposición de Jacob y lo quiso. Lo quiso tanto que lo compró.

 

Edward se giró cuando entramos en la recepción. Sus ojos azules iluminaban su cara, que se transformó en una dulce sonrisa mientras se acercaba a mí. Una ráfaga de alivio me atravesó el cuerpo. Edward parecía muy contento de verme.

 

—Edward, te presento a mi psiquiatra, la doctora Roswell. Él es Edward Cullen, mi…

 

—El novio de Bella —me volvió a interrumpir una vez más.

 

Edward le estrechó la mano a la doctora y seguro que le lanzó una sonrisa que la derritió literalmente.

 

Mientras se intercambiaban unas educadas palabras eché un vistazo fugaz a la doctora para ver cómo reaccionaba ante sus encantos y tengo que admitir que era gratificante ver que la belleza masculina de Edward dejaba absortas a las mujeres de todas las edades. También me acordaría de comentárselo en alguna sesión futura. Entonces, doctora Roswell, ¿crees que Edward es terriblemente sexy?

 

— ¿Novio? —le pregunté mientras me dirigía a su coche y me cogía la mano con firmeza.

—Solo trato de ser positivo, nena. —Me sonrió y llevó nuestras manos entrelazadas a sus labios para besar la mía antes de que me metiera en el Range Rover.

 

—Ya veo —le dije—. ¿Adónde me llevas y por qué estás tan sonriente?

 

Se inclinó sobre mi asiento y pegó su boca a mis labios, pero sin tocar mi cuerpo.

 

—Siempre «estoy tan sonriente», tal y como dices, cuando consigo lo que quiero. —

 

Me besó con recato y se echó hacia atrás.

 

— ¿Desde cuándo no consigues lo que quieres? Eres la persona más insistente que he conocido en mi vida. —Atenué el sarcasmo con una pequeña sonrisa.

 

—Cuidadito, nena. No te haces una idea de todas las cosas que me muero por hacerte. —Sus ojos se pusieron serios.

 

Dejé que esa amenaza sensual pendiera entre nosotros y traté de respirar con normalidad.

 

—Me asustas un poco cuando dices cosas como esas, Edward.

 

—Lo sé. —Tiró de mi barbilla hasta su boca con la yema de un dedo y me volvió a besar. Esta vez me mordió el labio inferior y jugueteó con él—. Por eso nos lo estamos tomando con calma. Lo último que quiero es asustarte. —Sus ojos se movieron rápidamente de un lado a otro, tratando de leerme el pensamiento, y sus labios estaban muy cerca de los míos pero sin llegar a tocarlos—. ¿Te das cuenta de que esta es la primera vez que no he tenido que obligarte a salir conmigo? —Me dio un último beso antes de volver a su sitio, meter la llave y arrancar—. Y debe de ser ese, señorita Swan, el motivo por el que estoy tan sonriente. —Sus ojos azules ahora hacían chiribitas.

 

—Muy bien, señor Cullen, me parece justo. —Me ayudó a abrocharme el cinturón de seguridad y salimos del aparcamiento. Me eché hacia atrás en el suave asiento de cuero e inhalé su aroma, dándole vía libre para que me llevara a cualquier sitio y confiando de momento en que todo estaba bien.

 

—La doctora Roswell parece muy competente —dijo Edward de manera casual mientras me rellenaba la copa de vino—. ¿Cuánto tiempo hace que eres su paciente?

 

Le miré a los ojos y me sujeté. Aquí venía la pregunta, ¿ahora cómo vas a lidiar con ello? Tuve que decirme a mí misma: «relájate».

 

—Casi cuatro años. Desde que me mudé aquí.

 

— ¿Has ido a verla hoy por lo que está pasando conmigo?

 

— ¿Te refieres a lo de irme a casa con un completo desconocido y a lo de dejar que me folle cada vez que quedamos? Sí, eso tiene que ver. —Le di otro trago al vino.

Apretó la mandíbula pero su expresión no cambió cuando me hizo la siguiente pregunta:

 

— ¿Y lo de irte en mitad de la noche también tiene que ver? —Bajé la cabeza y asentí. Era lo mejor que podía hacer—. ¿Qué es lo que te ha hecho tanto daño, Bella? —Me hizo la pregunta con tanta suavidad que durante un segundo consideré la opción de contárselo, pero no estaba ni de lejos preparada.

 

Dejé el tenedor en el plato y supe que iba a ser incapaz de comerme mis fetuccini con gambas. El tema de mi pasado mezclado con la comida no era una buena combinación.

 

—Algo malo —dije, levantando de nuevo la mirada.

 

—Imagino. Te vi la cara cuando te despertaste en mitad de tu pesadilla. —Miró mi plato de pasta, que había retirado a un lado, y luego hacia mí—. Siento lo de la otra noche. No te escuché. —Me cogió la mano y la acarició con el pulgar—. Solo quiero que sepas que puedes confiar en mí. Espero que sepas que puedes hacerlo. Quiero estar contigo, Bella.

 

—Quieres que tengamos una relación, ¿no? —Miré fijamente a su pulgar acariciándome los nudillos—. Le dijiste a la doctora Roswell que eras mi novio.

 

—Se lo dije, sí. Y te quiero a ti, Bella. Claro que quiero una relación. —Su voz se hizo más firme—. Mírame.

 

Levanté los ojos inmediatamente y su belleza era enorme contra el mar de manteles blancos de las mesas que tenía detrás.

 

— ¿A pesar de ser como soy, Edward?

 

—Para mí eres perfecta tal y como eres.

 

Aparté la mano de su alcance. Tuve que tirar un poco para que me soltara. Muy típico de Edward quererlo todo a su manera, pero al menos me dejó que pusiera su mano boca arriba para agarrarla.

 

Recorrí su línea de la vida y su línea del corazón y me pregunté si al menos una de mis líneas tendría salvación.

 

—No, Edward. Las palabras «perfecta» y «soy» no van en la misma frase conmigo —le dije bajito a su mano. — Sí, y la colocación correcta sería «soy» y luego «perfecta» —replicó de manera ingeniosa—. Y no estoy para nada de acuerdo contigo, mi preciosa chica americana de acento sexy.

 

Volví a mirarle a los ojos.

 

—Eres tan controlador…, pero lo eres de una manera que me hace sentir, por muy extraño que parezca…, a salvo.

 

—También lo sé. Y eso hace que me pongas a mil, joder. Y por eso deberías confiar en mí y dejar que te cuide. Sé lo que necesitas, Bella, y puedo dártelo. Solo quiero saber, necesito saber, que quieres.

 

Que quieres estar conmigo.

 

El camarero se acercó a nuestra mesa.

 

— ¿Ha terminado, señora? —preguntó.

Edward parecía molesto cuando le dije al camarero que se podía llevar mi plato y le pedí un café.

 

—No has comido casi nada esta noche. —Me di cuenta de que no estaba nada contento.

 

—He comido suficiente. No tengo mucha hambre. —Le di un trago al vino—. Entonces quieres que sea tu novia, que te deje controlarlo todo y que confíe en que no me vas a hacer daño. ¿Es eso lo que quieres en realidad, Edward?

 

—Sí, Bella, eso es exactamente lo que quiero.

 

—Pero hay muchas cosas de mí que no conoces. Y cosas que yo no sé de ti.

 

—Cuando estés preparada las compartirás conmigo y yo estaré aquí para escucharte. Quiero saberlo todo de ti, y si tú quieres saber algo de mí solo tienes que preguntar.

 

— ¿Y qué pasa si no quiero que controles ciertas cosas, Edward, o si no soy capaz?

 

—Entonces me lo dices. Estamos llegando a un acuerdo y los dos tenemos que respetar nuestros límites.

 

—Vale.

 

Inclinó la cabeza y habló con suavidad.

 

—Muero por estar contigo ahora mismo. Quiero llevarte a mi casa, meterte en mi cama y pasar horas y horas con tu cuerpo entrelazado al mío haciendo lo que me plazca con él. Quiero que estés ahí por la mañana para que cuando nos despertemos pueda hacer que te corras mientras pronuncias mi nombre.

 

Quiero que vayamos juntos al supermercado y compremos la comida que vamos a cocinar para la cena.

 

Quiero que veamos algún programa basura en la televisión y que te quedes dormida sobre mí en el sofá para poder verte y oírte respirar.

 

—Oh, Edward…

 

En ese mismo momento llegó mi café y me entraron ganas de darle una torta al camarero por interrumpir su precioso discurso. Me entretuve preparando mi café con azúcar y leche. Le di un sorbo y traté de que me salieran las palabras. Para ser sincera ya me tenía atrapada. Había caído en sus redes.

 

Quería todas esas cosas con Edward, simplemente no estaba segura de sí podría soportarlo.

 

— ¿Es demasiado? ¿Te estoy echando para atrás?

 

Negué con la cabeza.

 

—No. De hecho suena genial. Y deberías saber que es algo que no he tenido nunca. Nunca he tenido una relación así, Edward.

 

Él sonrió.

—No me importa, nena. Quiero ser tu primera vez. —Levantó una ceja con una mirada llena de insinuaciones sexuales que me hicieron querer volver a casa con él y empezar con nuestro acuerdo—.

 

Pero quiero que te lo pienses esta noche y que me digas lo que has decidido. Y tienes que saber que soy muy posesivo con las cosas que son mías.

 

— ¿En serio, Edward? —El sarcasmo invadió mis palabras—. Nunca lo habría imaginado después de la noche de ayer en mi piso.

 

—Lo cierto es que podría darte un azote en ese impresionante culo que tienes ahora mismo por esa actitud, señorita. —Me guiñó el ojo—. Pero no puedo evitarlo. Eso es lo que siento por ti, Bella. En mi cabeza eres mía y ha sido así desde que te conocí. —

 

Suspiró al otro lado de la mesa—. Por lo que esta vez me voy a contener y te voy a llevar a tu piso y voy a darte un beso de buenas noches en el portal, y esperaré a que me digas lo contrario. —Le hizo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta—.

 

¿Lista para irte?

 

Me reí con la imagen que de repente apareció en mi cabeza.

 

— ¿Te estás riendo de mí, señorita Swan? Por favor, cuéntame qué es tan gracioso.

 

—Te estoy imaginando queriendo azotarme, señor Cullen, y sin embargo jugando a hacerte el caballero comedido y dándome un beso de buenas noches en mi portal.

Soltó un gemido y movió las piernas; no había duda de que se estaba recolocando por la erección.

 

—Vas a presenciar un milagro si soy capaz de conducir hasta tu calle.

 

Edward mantuvo su palabra. Se despidió de mí en el portal. Por supuesto que se tomó ciertas libertades con las manos y yo me hice muy buena idea de lo que escondía bajo su bragueta, pero se despidió de mí tal y como me había prometido después de muchos besos apasionados.

 

Me preparé para meterme en la cama después de una ducha de agua caliente y me puse mi camiseta más cómoda para dormir. Tenía a Jimi Hendrix estampado en la parte delantera, la imagen en la que está en un jardín sentado a una mesa lista para el té y que se considera la última foto que le sacaron en su vida. Me encantaba ese tipo de cosas y me encantaba Jimi, por lo que le había dado muy buen uso a esa camiseta.

 

Llegué a la conclusión de que era hora de investigar un poco sobre mi novio, así que encendí el portátil justo en medio de mi cama y metí en Google el nombre que había leído en su carné de conducir cuando me lo enseñó: Edward Anthony Cullen.

 

Lo cierto es que no aparecieron millones de entradas. Aparecía en Wikipedia y había varios enlaces a la web de Seguridad Cullen. Sin embargo, Wikipedia me sorprendió. Edward sobre todo era conocido por ser una celebridad jugando al póquer en partidas de grandes apuestas. Había ganado un torneo mundial en Las Vegas hacía seis años a la impresionante edad de veintiséis primaveras. Había ganado mucho dinero. El dinero suficiente para empezar un negocio. Y teniendo en cuenta sus antecedentes militares en las Fuerzas Especiales, enseguida encontró su hueco. Por lo tanto, eso hacía que ahora tuviera treinta y dos años. Hice cuentas. Casi ocho años mayor que yo.

Las imágenes de Google mostraban algunas fotos de él, sobre todo de su gran victoria al póquer.

 

Tenía que preguntarle a mi padre si había oído alguna vez algo de Edward. A él le encantaban los torneos de póquer y todavía jugaba a veces.

 

Seguí mirando más páginas con imágenes y me detuve cuando encontré una de él. Era una foto con el primer ministro y la Reina. Joder… ¿El primer ministro italiano y el presidente de Francia? Sentí un cosquilleo por la espalda. ¿Era Edward como James Bond o algo parecido? ¿De qué tipo de seguridad se encargaba, maldita sea? Si esta era la gente a la que protegía, entonces su clientela era muy importante.

 

Estaba alucinada. Me anoté mentalmente que la próxima vez que viera al padre de Alice le preguntaría si había escuchado algo sobre Edward. Era policía en Londres y si alguien podía saber algo ese era Rob Brandon.

 

No había visto ni una solo foto de Edward en ningún evento social con una mujer y me pregunté si tendría poder como para deshacerse de esas imágenes. Imposible que viviera en celibato teniendo en cuenta que desprendía sexo por cada poro de su piel. Y si decía la verdad sobre lo de que no llevaba chicas a su casa, entonces ¿dónde se acostaba con ellas? Argh, mejor ni pensarlo.

 

Apagué el ordenador y la luz y me metí en la cama. Saqué su corbata morada de debajo de la almohada y me la llevé a la nariz. Su reconfortante aroma me invadió al instante. Ahora me sentía incluso más pequeña dadas las circunstancias. Y me pregunté por qué un hombre como él se habría fijado en mí.

 

¿Solo por mi retrato en la exposición de la galería? La idea no parecía muy creíble.

Traté de vencer mis miedos y pensar en lo que me había propuesto esa noche. Y recordé lo bien que me sentía con él y cómo hacía que mi cuerpo ardiese de placer durante el sexo. No me tenía que preocupar de nada raro o turbio con Edward. Era, ante todo, terriblemente sincero. Era controlador, eso seguro. Pero me gustaba. Me había quitado presión en un aspecto de mi vida en el que tenía escasa seguridad en mí misma. Quería estar con él, pero, sinceramente, dudaba de que él quisiera estar conmigo cuando conociera toda mi historia.

 

 

 

Capítulo 8: CAPÍTULO 7 Capítulo 10: CAPÍTULO 9

 
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