EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95105
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 22: CAPÍTULO 9

Capítulo 9

Me desperté en una cama vacía y en un apartamento vacío, y en una auténtica pesadilla. Después de lo que pasó por la noche, lo último que me esperaba era que Bella desertara.

Mi primera pista de que algo iba mal vino cuando me di la vuelta en la cama y seguí rodando por ella. No estaba el cuerpo cálido y suave con olor a flores y a sexo apasionado de anoche para acurrucarme y abrazarlo. Solo sábanas y almohadas. No estaba en mi cama. Grité su nombre y solo me respondió un siniestro silencio. Empecé a sentir un terror escalofriante.

¿Lo de anoche fue demasiado para ella?

Primero registré el baño. Se veía que había utilizado la ducha. Sus cosméticos y su cepillo descansaban en el tocador, pero era evidente que ella no estaba. Ni en la cocina haciendo café, ni en mi despacho leyendo sus correos electrónicos, ni haciendo ejercicio en el gimnasio; no estaba en ninguna parte dentro del apartamento.

Puse el vídeo de la cámara de seguridad en el dispositivo de control que grababa la puerta principal y el pasillo. Cualquiera que hubiese entrado o salido estaría ahí. Mi corazón palpitaba con tanta fuerza que debía de verse el pecho en movimiento. Rebobiné la última hora y allí estaba, vestida con un chándal y zapatillas de deporte de camino a los ascensores, con los auriculares en los oídos.

— ¡Joder! —grité mientras daba un golpe con la mano en la mesa. ¿Ha salido a correr? Increíble. Parpadeé ante lo que estaba viendo y me froté la barba con la mano—. ¡Dime que la tienes controlada en este momento! —grité a través de la línea directa que tenía con Emmett.

— ¿Qué? —Sonaba como si todavía estuviese en la cama y yo me puse más nervioso todavía.

—Respuesta incorrecta, macho. Bella ha salido del apartamento. ¡A correr!

—Estaba durmiendo, E —se explicó él—. ¿Por qué iba a estar siguiéndole la pista si estaba en el apartamento contigo?

Colgué a Emmett y llamé a Bella al móvil. Saltó el buzón de voz, por supuesto. Casi tiro el mío contra la pared, pero me las arreglé para

mandarle un mensaje: «DOND COÑO STAS?».

Fui a toda prisa hasta mi armario, me puse algo de ropa y los zapatos, cogí las llaves del coche, la cartera, el móvil y bajé al garaje. Salí disparado a la calle con los neumáticos rechinando y empecé a calcular lo lejos que había podido llegar desde que la cámara de seguridad la había registrado, sin dejar de pensar en lo fácil que sería para un profesional liquidarla a estas horas y hacer que pareciera un accidente.

Era temprano, poco más de las siete, y una típica mañana nublada londinense empezaba a cobrar vida. Las furgonetas de reparto y los vendedores ambulantes ya estaban en movimiento como de costumbre, la cafetería del barrio desplegaba su enérgica actividad y unos cuantos corredores matinales hacían ejercicio, pero no veía a la que yo estaba buscando. Podía encontrarse en cualquier lugar.

No paraba de preguntarme por qué se habría ido sin decírmelo. Estaba cagado de miedo de que fuera por mí. Por lo que había visto de mí anoche. Por lo que había pasado después… Estaba tan perdido con Bella que era ridículo. Dios sabe que los dos tenemos nuestros problemas, pero tal vez la locura de anoche era más de lo que ella podía soportar. Me froté el pecho y seguí conduciendo.

Sonó el móvil. Emmett. Lo pasé al manos libres.

—Aún no la he encontrado. Ahora estoy en Cromwell, me dirijo hacia el sur, pero creo que he llegado más lejos de lo que ella ha podido avanzar teniendo en cuenta la hora que indicaba la cámara de seguridad.

—Mira, E, lo siento.

—Eso me lo dices cuando la encuentres. —Estaba enfadado pero no era culpa suya. Bella se encontraba conmigo y Emmett estaba técnicamente fuera de servicio. Fallo mío. Qué puto desastre.

—Entonces yo me dirigiré al este. Muchos corredores siguen Heath Downs junto al parque.

—Haz eso, tío.

Seguí escudriñando; rezaba por divisarla cuando me llegó un mensaje: Stas dspierto? Cmprando café. Quieres algo?

¡Qué tal tu culo en casa, mujer!

El alivio me hizo ponerme mentalmente de rodillas y dar gracias al cielo, pero estaba muy enfadado con ella por lo que había hecho. ¡Había salido a comprar café! ¡Por el amor de Dios! Paré inmediatamente solo para apoyar la cabeza en el volante un momento. Necesitaba cogerla y explicarle unas cuantas cosas sobre cómo iba a

tener que cambiar su vida en los próximos meses. Y que las salidas a correr sola por las mañanas estaban descartadas del menú.

¡Joder!

Me temblaban los dedos al escribir: Q cafetería?

Una pequeña pausa y luego: Hot Java. Stas nfadado???

Absurda pregunta.

La cafetería que había nombrado era la que estaba a menos de una manzana de mi casa. Habíamos ido allí juntos unas cuantas mañanas cuando se había quedado a pasar la noche conmigo. ¡Bella había estado al lado de casa todo el tiempo! Le contesté: No t vayas!! Voy a x ti!

Tardé al menos diez minutos en serpentear las calles de vuelta a mi barrio. Estaba enfadado conmigo mismo por varias razones, pero sobre todo por no haberme despertado cuando se levantó y se fue sin mi conocimiento. Salí tan rápido detrás de ella que había pasado justo por delante suyo en la cafetería y no la había visto, y eso era simplemente inaceptable. Estaba fallando.

Decidí dejar a un lado por el momento los motivos por los que tenía tanto sueño.

¿Por la terrible pesadilla y la maratón de polvos de después, tal vez?

Oh, sabía que eso volvería a salir a relucir en cualquier momento en alguna conversación, probablemente pronto, porque Bella me preguntaría, pero ahora era demasiado vulnerable para enfrentarme a lo que manaba de mi subconsciente. La negación parecía mucho más atractiva.

¡Estoy jodido! Nunca mejor dicho.

¡Me cago en la leche, no estaba en la cafetería como le dije, sino en la acera con dos cafés en la mano! Y tampoco estaba sola. Un tío estaba encima de ella, dándole conversación, y a saber quién coño era. ¿Alguien que conocía? ¡O alguien que la estaba tanteando con Dios sabe qué propósito! Se había ganado una buena cuando la pillara a solas.

Tuve que aparcar al otro lado de la carretera y luego cruzar. Vio que me acercaba y le dijo algo a su acompañante, que me miró. Sus ojos se encendieron un poco y se acercó sigilosamente a ella.

Mala jugada, gilipollas.

—Edward —dijo ella, sonriente como si esta fuera la forma perfecta de empezar el día.

Oh, querida, necesitamos con urgencia tener una charla sobre

ciertas cosas.

—Bella —corté de forma brusca mientras tiraba de ella hacia mí por la cintura y le echaba un buen y largo vistazo a su amigo, que debería haber seguido su camino hacía como diez minutos. El tío era demasiado atrevido para mi gusto y permanecía ahí de pie como si tuviera derecho a hablar con ella, como si lo hubiese hecho antes y tuviesen un pasado en común. ¡Mierda! La conocía. Ese hombre conocía a Bella.

—Edward, este es Paul Langley, esto…, un amigo del departamento. Da clase…, justo me estaba yendo cuando he visto que entraba Paul.

Estaba nerviosa. Bella parecía incómoda, y si algo se me daba bien era leer a la gente. Podía oler la inquietud que emanaba de ella. El tío era otra historia. Parecía un chulo redomado y un poco arrogante, tal y como me lo había imaginado.

Bella pareció darse cuenta y dijo:

—Paul, este es Edward… Cullen, mi novio. —Me pasó uno de los cafés—. Te he comprado uno con leche. —Me miró y le dio un sorbo a su taza. Sí. Estaba incómoda.

El idiota sacó la mano y me la ofreció primero.

Te odio.

Yo tenía un brazo alrededor de Bella y la otra mano ocupada con el café que me acababa de endosar. Tuve que soltarla para estrecharle la mano. Lo odiaba con su traje impecable, profesional, pulcro y, por lo que parecía, sobrado de pasta. Aparté la mano de la cintura de Bella y acepté saludarle. Le di un apretón firme y traté de no pensar en mi terrible aspecto, que era como si me hubiese caído literalmente de la cama.

—Un placer —dijo Langley, sin sentirlo.

Le contesté con un breve gesto de cabeza. Era lo mejor que podía hacer y me importaba una mierda si estaba siendo maleducado o no. Él era un tío en el lugar equivocado en el momento equivocado para ser amigo mío. Lo odié nada más verlo.

Sus ojos me miraron con insistencia. Decidí que yo sería el primero que pusiera fin a ese apretón de manos. Parecía un concurso para ver quién aguantaba más.

Retiré la mano y apreté los labios contra el pelo de Bella, pero mantuve mis ojos en él mientras hablaba.

—Me desperté y no estabas. —Volví a rodearla con el brazo.

Ella se rio nerviosa.

—Me apetecía una taza de café con chocolate blanco esta mañana.

—Aún necesitas tu café de la mañana, ya veo. Algunas cosas nunca cambian, ¿eh, Bella? —Langley le sonrió con complicidad y en ese instante lo supe. Se la había follado. O lo había intentado con todas sus fuerzas. Tenían un pasado en común de algún tipo y yo solo podía ver el fuego que lanzaban mis ojos a consecuencia de los celos. Me cago en la puta, la de sentimientos violentos que me inundaron en aquellos segundos. Quería estamparle la cara contra el bordillo de un puñetazo, pero sobre todo necesitaba alejarla de él.

—Hora de irnos, nena —anuncié al tiempo que pegaba la mano en su espalda.

Bella se puso tensa un instante pero luego cedió.

—Me ha alegrado mucho volver a verte, Paul. Cuídate.

—Tú también, reina. Tengo tu nuevo número y tú tienes el mío, así que ya sabes dónde encontrarme, ¿vale? —El cabrón me miró y no había duda del desafío de su mirada. Pensaba que yo era algún idiota y me estaba dejando caer que si Bella necesitaba que la rescataran solo tenía que llamarle y el príncipe azul vendría a por ella.

A. Tomar. Por. Culo. Patético. Gilipollas.

Bella asintió con la cabeza y le sonrió.

—Adiós, Paul.

Sí, vete a la mierda…, Paul.

Era evidente que Paul el Sobón no quería irse. Quería besarla o abrazarla y despedirse mostrando cierto afecto, pero tuvo la suficiente sensatez como para no intentarlo. No he dicho que fuese estúpido, solo mi enemigo.

—Te llamaré. Me tienes que contar todo lo del Mallerton —dijo, llevándose la mano a la oreja—. Adiós, reina. —Me echó una mirada y yo se la devolví. De verdad esperaba que me pudiese leer la mente, porque tenía un montón de cosas que quería decirle y que él realmente necesitaba escuchar.

¡Eres un cretino de mierda! Rotundamente NO la vas a llamar para hablar del Mallerton. ¡Tampoco la vas a mirar ni vas a pensar en ella! ¡¿Lo pillas?! Mi chica NO es tu «reina» ahora, ni lo será nunca en el futuro. Apártate de mi vista antes de que me vea obligado a hacer algo que me traerá un puto montón de problemas con MI chica.

Comenzamos a cruzar la calle y cuando ella abrió la boca mi corazón latía con fuerza y la ira me desbordaba.

— ¿A qué demonios ha venido eso, Edward? Has sido un completo

maleducado.

—Sigue andando. Lo discutiremos en casa —alcancé a decir apretando los dientes mientras cruzábamos.

Me miró con cara rara, como si me hubiese salido una segunda cabeza, y se detuvo en la acera.

—Te he hecho una pregunta. No me hables como si fuera una niña que se ha metido en un lío.

—Sube al coche —dije con brusquedad mientras intentaba contenerme para no cogerla y sentarla en el asiento, lo cual estaba a punto de pasar aunque ella aún no lo supiera.

—Perdona, pero esto es una gilipollez. ¡Me vuelvo andando! —Se alejó de mí enfadada.

Quería explotar de lo cabreado que estaba. Le agarré la mano para que no se fuera.

—No, no te vuelves andando, Bella. Sube al coche ahora mismo. Te llevo a casa —le hablé bajito y muy cerca de la cara, donde podía apreciar sus ojos furiosos fijos en los míos. Estaba tan imponente cuando se irritaba… Hacía que me dieran ganas de arrastrarla hasta la cama y hacerle cosas muy sucias durante un día y medio.

—Tú a mí no me das órdenes. ¿Por qué te comportas así?

Cerré los ojos y traté de ser paciente.

—No me estoy comportando de ninguna manera. —La gente nos estaba mirando. Lo más seguro es que también pudieran oír nuestra conversación. ¡Mierda!—. ¿Querrías por favor subir al coche, Bella? —Forcé una falsa sonrisa.

—Te estás comportando como un gilipollas, Edward. Aún tengo una vida. Salgo a correr por las mañanas y puedo parar en la cafetería si me da la gana.

—No, sin mí o Emmett no puedes. ¡Ahora mete tu culito yanqui en el puto coche!

Se quedó mirándome un momento y negó con la cabeza, lanzándome una mirada asesina. Levantó la barbilla con dignidad antes de meterse en el Range Rover golpeando el suelo con los pies. Ignoré su comportamiento, pensé que estaba siendo bastante magnánimo dadas las circunstancias. Le mandé un mensaje a Emmett para decirle que la tenía y la hice esperar mientras lo enviaba. Estaba encerrada dentro del coche y no podía ir a ninguna parte, al menos por el momento.

La miré. Ella me miró. Estaba enfadada conmigo. Yo estaba más

que enfurecido con ella.

—Ni se te ocurra hacer eso otra vez —le dije claramente.

— ¿El qué? ¿Caminar? ¿Comprar un café? —Hizo un mohín y miró por la ventanilla. Su móvil se iluminó y sonó. Me miró mientras cogía la llamada—. Sí, estoy bien, Paul. Te pido disculpas por lo que ha sucedido, pero no te preocupes. Solo ha sido la típica pequeña riña de pareja. —Incluso me dedicó una sonrisa de superioridad mientras le decía a ese chupapollas engreído que yo tenía un mal día.

Quería arrancarle el móvil de las manos y tirarlo por la ventana, y probablemente lo habría hecho si ella no lo hubiese apagado y se lo hubiese guardado en el bolsillo.

— ¡Sabes lo que quiero decir, Bella, y no te burles de mí con él, joder!

— ¡Me has avergonzado, Edward! Paul cree que eres…

—Me importa una puta mierda lo que piense ese chupapollas. ¿Es algo tuyo?

—Es un buen tío y un amigo. —No me miró a los ojos cuando lo dijo y lo sabía. ¡Oh, joder si lo sabía!

— ¿Dejaste que te follara, Bella? ¿Conoce ese cuerpecito tuyo tan perfecto para el sexo? ¿Te ha tocado, te ha metido la polla? ¿Hummmm? De verdad quiero saberlo. Háblame de ti y del bueno de Paul.

—Ahora mismo eres un completo gilipollas. —Cruzó los brazos bajo el pecho y miró hacia delante a través del parabrisas—. No voy a contarte nada.

— ¿¡Te lo follaste!?

Se movió en el asiento y me echó una mirada que hizo que me doliera todo.

— ¿A quién te tiraste tú por última vez antes de interesarte por mí, Edward? ¿Quién fue la afortunada? ¡Sé que no debió de pasar más de una semana antes de que nos liáramos por primera vez! —Empezó a agitar las manos haciendo gestos—. ¡Lo dice el tío que cree que una semana sin sexo es mucho tiempo!

¡Mierda!

No era una idea agradable porque sabía que tenía razón. Odiaba admitirlo, pero no podía decirle el nombre de la última que había conseguido excitarme. ¿Pamela? ¿Penélope? Algo con P… Jasper lo sabría, él tenía una larga lista de amigas y nos presentó. Fruncí el ceño al darme cuenta de que no me acordaba y de que, quienquiera que fuese, no la había hecho a ella, o al polvo, más memorable que la

inicial de su nombre.

Paul también empezaba por P, pensé. Aunque estaba bastante seguro de que nunca olvidaría ese nombre.

— ¿Te está costando acordarte de su nombre? —preguntó Bella.

Sí.

— ¿De qué color tenía el pelo, eh?

Rubio rojizo natural. Hasta ahí llego.

— ¿Pensabas follártela otra vez, Edward, si no me hubieses conocido? —siguió mofándose.

No contesté. Arranqué el coche y me incorporé a la carretera; solo quería llegar a casa y tal vez volver adonde habíamos estado solo hacía unas horas. Odiaba discutir con ella.

— ¿Por qué te has ido? —Conseguí decir por fin—. ¿Después de lo de anoche vas y me dejas plantado esta mañana?

—No te he dejado plantado, Edward. Me levanté, utilicé tu cinta de correr, me di una ducha y me apeteció un café. Vamos a esa cafetería todo el tiempo y sabía que estabas cansado de…, eh…, anoche.

Así que ella también estaba pensando en lo de anoche. Aún no sabía si eso era bueno para mí o no, pero esperaba que sí. Entré en el garaje de mi edificio y aparqué el todoterreno. Vi que seguía furiosa.

Por lo visto, Bella no había terminado de echarme la bronca.

—Es algo que hago casi todas las mañanas. No estaba lloviendo y hacía un día perfecto para dar un pequeño paseo hasta la esquina. —Volvió a levantar las manos—. Había corrido en la cinta y me apetecía un café con chocolate blanco. ¿Tan malo es eso? No es que haya asaltado la Torre de Londres para mangar las joyas de la Corona o algo por el estilo.

Puse los ojos en blanco.

—Nena, ¿tienes idea de lo que ha sido para mí darme cuenta esta mañana de que no estabas? ¡Ni un mensaje, ni una nota, nada!

Echó la cabeza hacia atrás en el asiento y miró hacia arriba.

— ¡Por el amor de Dios! ¡Te dejé una nota! Lo hice. La puse en mi almohada para que la vieses. Ponía: «Me voy a por café al Java. Vuelvo enseguida». Utilicé tu gimnasio y me pegué una ducha antes de irme. ¿No te dio eso una pista de lo que estaba haciendo? ¡No había nada raro, solo una mañana normal, Edward!

El tipo de normalidad que no quiero encontrarme al despertar nunca más, ¡muchas gracias!

— ¡No vi tu maldita nota! ¡Te llamé y me saltó el buzón de voz!

¿Por qué no lo cogiste si solo estabas en la cola de la cafetería? —Salí y abrí su puerta con fuerza. La quería en el apartamento en privado. Estas peleas en público eran una mierda.

Ella negó con la cabeza y salió del coche.

—Estaba hablando con mi tía Marie.

Golpeé el botón del ascensor.

— ¿A esas horas de la mañana? —La hice pasar al ascensor y la apoyé en una esquina, enjaulándola con mis brazos, donde podía controlarla un poco más. En aquel momento ella era una bomba de relojería. El sonido de las puertas al cerrarse y la sensación de intimidad fue lo más grato que había percibido en los últimos minutos.

—La tía Marie es madrugadora y sabe que me levanto para correr por las mañanas. —Bella me miró la boca, sus ojos se movían rápidamente mientras me leía. Yo deseaba saber lo que estaba pensando. Lo que había en su corazón. Me había acercado mucho a su cuerpo, pero no la tocaba. Solo quería asimilar el hecho de que la tenía de vuelta sana y salva.

—No vuelvas a hacer eso, Bella. Lo digo en serio. Se acabó el marcharte tú sola.

Las puertas del ascensor se abrieron y ella se agachó para esquivarme y salir. La seguí por el pasillo y abrí la puerta principal de mi apartamento. En cuanto estuvimos dentro me echó una buena bronca. Sus ojos se enardecieron y se avivaron. Estaba muy, muy cabreada, y tan preciosa que me puso duro como el acero.

— ¿Así que ni siquiera puedo bajar al Java a por un café? —preguntó.

—No es eso exactamente. ¡No puedes ir sola, y sobre todo sin decírselo a nadie! —Negué con la cabeza, exasperado por lo que había hecho, tiré las llaves y me froté el pelo—. ¿Por qué es tan difícil de comprender, joder?

Se quedó mirándome de una manera extraña, como si estuviese intentando entenderme.

— ¿Por qué estás tan enfadado, Edward? Ir a por un café a plena luz del día rodeada de gente no puede haber sido tan arriesgado. —Cruzó los brazos bajo el pecho otra vez.

— ¡Por lo que podía saber, habías vuelto a romper conmigo y te habías ido a tu casa! —A veces la verdad duele. ¿Había dicho eso en voz alta?

—Edward, yo no haría eso así sin más. —Me miró enfurecida—. ¿Por qué ibas a pensar que haría eso?

— ¡Porque ya lo has hecho antes! —grité. Ahí estaba esa maldita verdad otra vez, abriéndose paso y aprovechándose de mis inseguridades.

— ¡Que te jodan! —dijo entre dientes mientras se daba la vuelta a toda prisa y huía al dormitorio, dando un portazo al entrar.

Me cago en la leche, cuánta falta le hacía un buen polvo. Se me ocurrieron algunas cosas que la harían callar. Sería de esperar que después de lo de anoche se hubiese despertado tranquila y dócil como un gatito adormilado. No tuve esa suerte. Tenía entre manos a un gato salvaje y cabreado.

Me di cuenta de que me había dejado el café que me había comprado en el posavasos de mi coche. Que le den al maldito café, necesitaba una botella de Van Gogh y como una docena de cigarrillos.

También necesitaba una ducha y dejarle unas cuantas cosas claras a mi chica, que cada vez me desesperaba más. Dios, era muy difícil cuando se ponía así, por lo que primero me daría una ducha y luego quizá podría sentarme con ella y hacer un intento de razonamiento lógico. Di la vuelta para entrar en el baño en lugar de ir a través del dormitorio porque me imaginé que se estaría cambiando para irse a trabajar y pensé que apreciaría algo de intimidad teniendo en cuenta que me acababa de mandar a la mierda. Me deshice de los zapatos y la camiseta y entré.

Entonces tuve que recoger mis globos oculares del suelo porque se me habían salido de las órbitas y estaban rodando frente a mí. Bella se hallaba allí medio desnuda con una lencería realmente sexy, maquillándose, o peinándose, o yo qué sé.

Se giró y me echó una mirada que dejó claro lo enfadada que estaba todavía.

—He encontrado la nota que te dejé. —Cogió un trozo de papel del tocador—. Estaba debajo de las sábanas, donde tú la has metido. —Sonrió con superioridad, dejó caer el papel y luego se volvió a girar hacia el espejo, enseñándome su precioso trasero con unas sensuales bragas de encaje negro que me hicieron estar seguro de que mis nervios ópticos habían salido disparados.

Pensé en su culo y en lo de anoche. En lo que habíamos hecho y en lo que no habíamos hecho…

Sus ojos pillaron a los míos en el espejo justo antes de bajar la mirada, y su cara y su cuello se pusieron rojos, hasta llegar a la altura de sus pechos, ocultos bajo ese sujetador de encaje negro que tan celoso me ponía.

Esa es mi chica.

Ella también se estaba acordando. Algunas cosas entre nosotros podían ir fatal ahora mismo, pero el apartado del sexo lo teníamos controlado.

—Todavía tenemos mucho que discutir sobre cómo funciona la seguridad en lo que a ti respecta. —Di un paso detrás de ella, llevé la mano a su pelo y agarré un mechón. Inhaló profundamente y me miró furiosa a los ojos en el espejo—. Y te has metido en un buen lío. —Le incliné la cabeza a un lado y le descubrí el cuello para poder hacerme con él.

—Ahhhh. —Empezó a respirar más fuerte—. ¿Qué estás haciendo?

Bajé a su cuello y arrastré los labios por esa esbelta curva, dándole mordisquitos. Mordí lo justo para que emitiera algunos sonidos. Olía tan bien que el aroma me intoxicó hasta tal punto que no iba a poder mantener el control por mucho tiempo.

—Yo no. Tú vas a ser la que me lo diga. Tú me vas a decir qué hacer, nena. ¿Qué te hago primero? —Dejé una mano posada en su cabello y le puse la otra en su vientre plano y la deslicé, apretando fuerte mientras bajaba por el interior del fino encaje. Ella se retorció pero la sostuve con firmeza y mi dedo corazón avanzó justo entre sus pliegues y sobre su clítoris—. ¿Te gusta? —Moví el dedo una y otra vez, lubricándola, poniéndola a tono y mojada para mí, pero sin penetrar. Tendría que currárselo.

—Oh, Dios —gimió.

Le tiré un poco del pelo.

—Respuesta incorrecta, preciosa mía. Aún no me has dicho qué debo hacerte. Ahora dime: «Edward, quiero que…». —Aparté la mano de entre sus piernas y me llevé a la boca el dedo que había estado deslizándose por su sexo. Lo chupé hasta dejarlo limpio con mucha maestría—. Mmmmm, como miel de especias. —Volví a mordisquearle el cuello.

Se mostraba frustrada y excitada y necesitada, y yo estaba disfrutando al castigarla por lo que había hecho. Se inclinó hacia mí y restregó las nalgas contra mi verga. Retiré las caderas y me reí en voz baja por el sonido de sus protestas cuando lo hice.

—Edward…

Chasqueé la lengua en su cuello y le volví a tirar del pelo.

—Hoy estás muy desobediente. Aún estoy esperando, nena. Dime lo que quieres de mí. —Le puse la mano que tenía libre en el

culo y le agarré la nalga con fuerza—. Tú has empezado este jueguecito y lo sabes de sobra, así que dime lo que quieres que te haga. —Jadeó cuando le metí los dedos e intentó volver a restregarse contra mi pene—. No, no lo vas a conseguir hasta que me lo pidas de buenas maneras. —Eché la mano hacia atrás y se la coloqué en el culo dándole un azote. Ella gritó y se puso tensa de puntillas, arqueándose como la preciosa diosa que era.

—Edward, quiero que… —Se ablandó y trató de girar la cabeza contra mi pecho.

—Mmmmm, así que te gusta que te den azotes en tu precioso culo, ¿no? ¿Te doy otra vez? —Le susurré justo en la oreja—. Te lo merecías, nena. Sabes que te lo merecías, y aún no has hecho lo que te he pedido, eres muy mala. Dime lo que voy a hacerte contra el lavabo.

Soltó un grito precioso y sumiso que hizo que se me acelerara el corazón y que mi polla estuviese a punto de explotar.

— ¡Dímelo! —Le di otro azote en el culo y aguanté la respiración mientras esperaba su respuesta.

— ¡Ahhh! —Se elevó formando un elegante arco y abrió la boca para emitir un grito ahogado. Sabía que había ganado, sabía que me lo diría y nunca había sentido nada igual cuando dijo las palabras mágicas—: ¡Edward, me vas a follar contra el lavabo!

—Inclínate y apóyate en el borde. —Le ordené, mientras me apartaba de ella para esperar a que me obedeciera.

Temblaba un poco pero se puso en la posición tal como le dije, y parecía tan excitada que resultaba casi imposible hacerme a la idea de esta locura en la que estábamos inmersos, pero, joder, era demasiado bueno para parar.

Metí los dedos por debajo del elástico de ese pequeño trozo de encaje negro y lo hice trizas, abriéndole las piernas mientras ella se lo quitaba. Podía oler su excitación, sus ganas de mí, de lo que solo yo podía darle. Tiré de la cinturilla de mis pantalones de chándal y me saqué la polla con la mano. La deslicé por su hendidura mojada y le froté el clítoris, pero todavía sin penetración.

— ¿Es esto lo que querías, amor mío?

Bella movió su sexo sobre la punta de mi verga e intentó hundirse hasta el final. Le di puntos por el esfuerzo, pero yo era el que estaba al mando y aún necesitaba algo más de ella. Mi chica tenía un poco más de trabajo que hacer antes de conseguir su recompensa.

Volví a su cabello y agarré otro mechón, mientras le estiraba el

cuello hacia atrás con elegancia.

—Responde a mi pregunta, nena —dije bajito. Su preciosa garganta se movía al tragar mientras nos mirábamos el uno al otro en el espejo. Tirarle del pelo era algo que le gustaba. Nunca tiré tan fuerte como para hacerle daño, solo para maniobrar con su cuerpo y tener el control durante el sexo. La volvía loca, y si no se excitaba con eso nunca lo haría. Lo importante era satisfacer a mi chica.

—Sí, quiero tu polla, Edward. ¡Quiero que me folles y que hagas que me corra! ¡Por favor! —Estaba temblando contra mi cuerpo, a punto de estallar de la excitación.

Me reí y le lamí el cuello, que estaba estirado para mí.

—Buena chica. ¿Y cuál es la verdad, nena? —Le froté el clítoris un poco más y esperé, disfrutando del sabor de su piel y del olor a excitación que desprendía.

—La verdad es… ¡que soy tuya, Edward! ¡Ahora, por favor! —suplicó, y mi corazón casi explota al escuchar esas palabras.

Perfección absoluta.

—Sí que lo eres, y es mi intención, nena. Me complace complacerte. —Coloqué la punta y la embestí lo más profundo que pude. Los dos soltamos un grito cuando nuestros cuerpos se fundieron en uno.

Sostuve su sedoso cabello mientras me la follaba para poder ver sus preciosos ojos a través del espejo. Así soy. No sé por qué, pero con Bella necesito sus ojos cuando follamos. Quiero mirarlos y ver cada sensación, cada embestida y movimiento de nuestros sexos al unirse, llevándonos hacia el clímax, hasta que nos perdemos en una sensación que solo podemos experimentar cuando estamos el uno con el otro.

Hay una verdad en mirar a los ojos a tu amante cuando te corres, y sumergirme en los ojos de Bella cuando eso tenía lugar me proporcionaba una conexión tan poderosa, me unía a ella de una forma que significaba que lo nuestro era serio y verdadero. De hecho, la intensidad de lo que había entre nosotros me daba miedo. Me hacía extremadamente vulnerable, pero ahora era demasiado tarde. Ya había sucumbido.

Sus músculos internos se contrajeron durante el orgasmo, al tiempo que gritaba mi nombre y se estremecía. Continué moviéndome con fuerza en sus profundidades, sintiendo cómo su sexo se aferraba a mí mientras la ahondaba con mi verga. Me gustaba tanto sentirla convulsionarse en mí que hacía que me ardieran los ojos.

El cuerpo de Bella estaba hecho para el acto sexual, pero lo que importaba era ella. Era ella a quien quería. En los segundos justo antes de que yo alcanzara el orgasmo, embestí dentro de ella lo más profundo que pude y llevé los dientes a su hombro. Ella gritó y yo escuché su gemido, pero no sabía si era de dolor o de placer. No era mi intención hacerle daño, pero estaba a punto de perder la cabeza en ese instante, solo quería aferrarme a ella, tenerla conmigo, llenarla con mi esencia, hacerla mía.

Mientras el líquido se derramaba dentro de ella, le dije otra vez:

—Te… quiero…

La miré a los ojos en el espejo cuando lo dije.

No íbamos a llegar al trabajo a tiempo ni por asomo. No importaba. Algunas cosas eran más importantes. Los dos estábamos agotados por el sexo y apenas podíamos mantenernos en pie después, así que la cogí y la metí en la ducha conmigo. Le lavé todo el cuerpo y dejé que me lavara. No hablamos. Solo nos miramos y nos tocamos y nos besamos pensativos. Después de la ducha la envolví en una toalla y la llevé de vuelta a la cama; solo entonces, con ella estirada junto a mí toda suave y serena, hablamos sobre algunas cosas.

—No es seguro que salgas sola. Ya no puedes hacerlo. No sabemos lo que está pasando y no te voy a poner en peligro —hablé en voz baja pero con firmeza, no iba a cambiar de opinión sobre este tema y lo tenía que decir—. Punto y final.

— ¿De verdad? ¿Tan grave es? —Parecía sorprendida, y a continuación esa mirada temerosa que ya había visto antes apareció en su cara.

—No se sabe lo que está pasando en el bando de Oakley o en el de su oponente. Tenemos que suponer que Oakley te tiene vigilada, Bella. Sabe dónde has estado estos años, dónde trabajas, dónde vives y probablemente también quiénes son tus amigos. Necesito hablar con Alice y Jacob pronto. Deben saber qué hacer en el caso de que se pongan en contacto con ellos por su relación contigo. Tus amigos lo saben todo, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza con tristeza.

—Es que no entiendo por qué alguien querría hacerme daño. Yo no he hecho nada, y desde luego que no quiero sacar a la luz el pasado. ¡Solo deseo olvidar lo que pasó! ¿Yo qué culpa tengo?

La besé en la frente y le acaricié la barbilla con el pulgar.

—Nada de esto es culpa tuya. Solo vamos a tener cuidado.

Mucho, mucho cuidado —dije mientras la besaba en los labios tres veces seguidas.

—No quiero nada del senador Oakley —susurró.

—Eso es porque no eres una oportunista. La mayoría de la gente se aprovecharía de su dinero para guardar silencio. Tú no has hecho eso y están atentos por si lo haces. Y estoy seguro de que están vigilando para ver si los enemigos de Oakley intentan localizarte. Y, con sinceridad, sus enemigos políticos son los que más me preocupan. El vídeo y el hecho de que Oakley sepa de su existencia lo convierten en culpable, en resumidas cuentas. Su hijo y sus amigos eran mayores de edad y cometieron un delito, y él lo tapó. Para los oponentes de Oakley esta información sería un tesoro político. Por no hablar de una noticia realmente sórdida que vendería muchísimos periódicos.

—Oh, Dios… —Se dio la vuelta y se puso boca arriba, tapándose los ojos con el brazo.

—Pero oye. —Tiré de ella para que me mirase—. No va a pasar nada, ¿vale? Voy a asegurarme de que te dejan en paz por muchas razones. La primera, porque es mi trabajo, y la segunda, porque eres mi chica. —Le sujeté la cara y me acerqué a ella—. Eso no ha cambiado para ti, ¿verdad? —No quería soltarla porque necesitaba una confirmación. Tenía que saberlo—. Lo de anoche fue… jodido…

—Mis sentimientos no han cambiado —me interrumpió—, sigo siendo tu chica, Edward. Lo de anoche no ha cambiado nada. Tienes tu lado oscuro y yo tengo el mío. Lo entiendo.

La tapé con la colcha y la besé despacio y con cuidado, haciéndole saber lo mucho que necesitaba escuchar esas palabras. Aun así, quería más de ella. Siempre más. ¿Cómo era posible que nunca tuviera suficiente cuando era tan dulce y hermosa y encantadora?

—Siento lo de esta mañana —dijo, y trazó mi labio inferior con el dedo—. Te prometí que nunca te volvería a abandonar así, y lo decía en serio. También me entristece que pensaras que soy capaz de hacerlo. Me asusté cuando te despertaste de tu pesadilla, Edward. Odio verte sufrir así.

Le besé el dedo.

—Mi parte egoísta se alegró de que estuvieras aquí. Verte fue un gran alivio, ni siquiera puedo expresar lo que sentí cuando te vi a salvo a mi lado. Pero la otra parte de mí odia que fueses testigo de mi pesadilla. —Negué con la cabeza—. Odio que me hayas visto así,

Bella.

—Tú me has visto después de una pesadilla y eso no ha cambiado tus sentimientos —dijo ella.

—No.

—Entonces ¿por qué iba a ser diferente para mí, Edward? Además, tú no quieres compartirlo conmigo…, no te abres a mí. —Sonaba dolida otra vez.

—No, no sé…, lo intentaré, ¿vale? No he hablado con nadie de lo que me pasó. No sé si puedo… y no sé si quiero someterte a que conozcas ese lado tan oscuro. No quiero que entres en ese lugar, Bella.

—Oh, cariño. —Me pasó los dedos por la sien y me miró a los ojos—. Pero yo iría ahí por ti. —Me examinó—. Quiero ser lo suficientemente importante como para que me cuentes tus secretos, y tú también me tienes que dejar. Sé escuchar. ¿Qué era ese sueño?

Quería intentar ser normal, pero no sabía si podía. Supongo que era algo a lo que iba a tener que enfrentarme si quería conservarla. Bella era testaruda y una parte de mí sabía que no lo dejaría estar aunque dijera que no quería hablar de ello.

—Eres muy importante para mí, Bella. Tú eres lo único que importa.

Tracé la línea del nacimiento de su cabello con el dedo y la besé otra vez, adentrándome con la lengua, saboreando su dulce sabor y disfrutando de su suave respuesta. Pero el beso tenía que terminar en algún momento y ahí estaba todavía el monstruo al que me tenía que enfrentar.

Me armé de valor de alguna forma, respiré hondo, me aparté y me puse boca arriba mirando al tragaluz. El día se había vuelto tan gris como mi estado de ánimo y parecía que la lluvia era inminente. Justo en sintonía con cómo tenía la cabeza, en una nebulosa. Bella se quedó de lado, a la espera de que yo dijese algo.

—Siento lo de anoche y cómo me porté contigo después. Fui muy autoritario y me pasé de la raya —hablé más bajito—. ¿Me perdonas?

—Claro que sí, Edward. Pero quiero entender por qué. —Extendió la mano y la dejó apoyada sobre mi corazón.

—Esa pesadilla se remontaba a un tiempo en el que estuve en las Fuerzas Especiales. A mi equipo le tendieron una emboscada, mataron a la mayoría de ellos. Yo era el oficial superior y se me encasquilló el arma. Me apresaron… Los afganos me estuvieron

interrogando durante veintidós días.

Ella inhaló con brusquedad.

— ¿Es así como te hiciste las cicatrices de la espalda? ¿Te lo hicieron ellos? —habló en voz baja pero pude percibir la preocupación en sus palabras.

—Sí. Me destrozaron la espalda a base de palizas con cuerdas… y otras cosas.

Me agarró un poco más fuerte y tragué saliva, al tiempo que sentía cómo aumentaba la ansiedad. Sin embargo continué, me sentía mal por no decirle la verdad pero no era capaz de explicarle que mis peores cicatrices no eran las de la espalda.

—Soñé con algo que…, que pasó…, y fue una vez en que pensé que iba a… —paré. Me costaba tanto respirar que no fui capaz de decir nada más. No podía sacar el tema. No con ella.

—El corazón te late con mucha fuerza. —Llevó los labios sobre ese músculo que bombeaba mi sangre y lo besó. Le puse la palma de la mano en la nuca y la mantuve ahí, mientras le acariciaba el pelo una y otra vez—. No pasa nada, Edward, no tienes que decir nada más hasta que sientas que puedes hacerlo. Yo estaré ahí. —Su voz tenía ese tono entristecido otra vez—. No quiero que sufras más por mi culpa.

Le acaricié la mejilla con el dorso del dedo.

— ¿Eres de verdad? —susurré. Sus ojos brillaron y asintió con la cabeza—. Cuando me desperté esta mañana y no estabas, pensé que a lo mejor me habías dejado por lo de anoche y perdí la cabeza. Bella…, ahora no puedo estar sin ti. Lo sabes, ¿verdad? No puedo hacerlo. —Le acaricié la rojez de su hombro, consecuencia del mordisco que le había pegado cuando estaba en mitad de ese orgasmo volcánico en el lavabo—. Te he dejado marcada. Siento esto también. —Pasé la lengua por la rojez.

Ella tembló contra mi boca.

—Escucha. —Me cogió la cara—. Te quiero, y quiero estar contigo. Sé que no lo digo todo el tiempo, pero eso no significa que lo sienta menos. Edward, si no quisiera estar contigo, o no pudiera estar contigo, no estaría…, y tú lo sabrías.

Exhalé tan aliviado que tardé un minuto en recuperar la voz.

—Dilo otra vez.

—Te quiero, Edward Cullen.

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