EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95089
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 11: CAPÍTULO 10

Capítulo 10

 MI teléfono sonó mientras estaba preparando la bolsa para pasar la noche fuera. Vi quién era y miré el reloj. Edward me había dicho que estaría aquí a las siete para recogerme. Eran menos cuarto.

 — ¿Te estás arrepintiendo de invitarme a pasar la noche y vas a echarte atrás, Edward?

 Él se rio.

 —Para nada, y espero que tengas la bolsa preparada, nena.

 —Entonces ¿por qué no estás aquí para llevarme contigo?

 —Sí, bueno, he tenido que mandar un coche a recogerte. Una emergencia relacionada con la empresa, un coñazo. El chófer se llama Emmett y trabaja para mí. Te llevará a mi apartamento y quiero que te sientas como en casa hasta que yo llegue. ¿Harás eso por mí, cariño?

 —Supongo. —La mente me daba vueltas por las implicaciones de estar yo sola en su casa. No estaba realmente asustada, pero la idea tampoco me entusiasmaba—.

 ¿Estás seguro, Edward? Quiero decir, podemos quedar otra noche si estás ocupado.

 —Voy a acostarme contigo esta noche, Bella. En mi cama. Fin de la discusión.

 —Oh, vaya. —Le sonreí desde el otro lado del teléfono—. ¿Puedo empezar a hacer la cena entonces?

 ¿Tienes comida en casa o le pido a tu chófer que pare en el supermercado?

 —No hace falta que pare. Hay comida en la nevera e incluso algunas cosas en el congelador. Mi asistenta prepara comidas y las congela. Elige lo que quieras, disculpa un segundo. —Escuché voces disipadas y a Edward hablando con alguien—. Me tengo que ir, nena. Nos vemos en cuanto llegue.

 Le dije adiós, pero ya había colgado. Me quedé mirando el teléfono un momento antes de dejarlo en su sitio, absorta entre tantas sensaciones extrañas, y volví a sentirme como Alicia en el País de las Maravillas. Mi vida parecía avanzar tambaleándose a toda velocidad y era incapaz de controlarla. Había pasado de chica soltera a novia en poco más de una semana sin ningún indicio de que el ritmo fuese a disminuir. En absoluto.

 Mi teléfono volvió a iluminarse sin identificación de llamada en la pantalla.

 — ¿Hola? —contesté.

 —Señora, me llamo Emmett McCarty. El señor Cullen me dio instrucciones de recogerla. Hay un Range Rover negro esperándola abajo. —El suave acento inglés formaba eficientemente las palabras.

 Emmett Recordé lo que Edward me había dicho sobre el chófer.

 —Claro. Ahora mismo bajo. —Me colgué la bolsa al hombro y salí a la calle en un pis pas. El coche que me esperaba parecía el Range Rover de Edward, pero paré en seco cuando me fijé en Emmett-el-chófer; enorme, musculoso, rubio teñido, con el pelo de punta y los ojos muy oscuros.

 — ¡Tú! —dije, completamente estupefacta. Era el tío del tatuaje de Jimi Hendrix.

 —Sí, señora. —Me abrió la puerta trasera; su expresión no revelaba nada.

 — ¡Me has estado siguiendo hoy! —No era una pregunta y estoy segura de que Emmett se dio cuenta.

 Tiré mi bolsa al suelo, crucé los brazos por debajo del pecho y le reté con la mirada—. Dame una buena razón por la que debería subir a ese coche contigo, Emmettl.

 Este sonrió brevemente y bajó la mirada hasta mi bolsa en la acera.

 — ¿Porque trabajo para el señor Cullen? —Le respondí a Emmett con mi gesto más inexpresivo. Lo volvió a intentar—. ¿Porque me pondrá de patitas en la calle si no la dejo en su apartamento tal como me ordenó? —Volvió a mirarme, y sus ojos negros irradiaban sinceridad—. Me gusta mucho mi trabajo, señora.

Mi cabeza empezó a dar vueltas con más pensamientos incontrolados sobre lo que estaba haciendo, lo que tramaba Edward, sobre cuántas personas estaban involucradas en mis asuntos, y mi lista podría haber continuado sin parar. Oh, Dios, ¡vaya que si necesitábamos hablar! Aun así, no era justo pagar mis frustraciones con Emmett, quien, por lo que parecía, solo estaba haciendo su trabajo.

 —Está bien, Emmett. —Recogí mi bolsa y me metí en el asiento trasero—. Pero solo si dejas de llamarme señora, ¿entendido? Me llamo Bella. Y si al señor Cullen no le gusta, puedes decirle de parte de esta yanqui informal que se vaya a la mierda.

 ¡Debería saber que las chicas americanas detestan que las llamen señora!

 Emmett ladeó la cabeza hacia mí y sonrió al tiempo que cerraba la puerta.

 Empezó a conducir mientras a mí me hervía la sangre en el asiento de atrás. El silencio me irritaba, así que me imaginé que sería mejor sacarlo todo a la luz.

 —Entonces Ethan te ha contratado para que me vigiles por todo Londres, ¿eh?

 —Protección, señora…, digo…, Bella. No la estoy vigilando —contestó Emmett.

 — ¿Protección contra qué? —pregunté—. ¿También me sigues cuando salgo a correr por las mañanas?

 Emmett me miró a través del espejo retrovisor.

 —La ciudad puede ser un lugar peligroso. —Sus ojos volvieron a la carretera. Había empezado a llover y los limpiaparabrisas se movían rítmicamente de derecha a izquierda—. Es que él es muy atento, eso es todo —dijo Emmett en voz baja.

 —Sí, lo sé. —Edward es atento y controlador, y para mi gusto, demasiado arrogante la mayoría del tiempo. Se había metido en un lío conmigo—. ¿Y cuánto tiempo llevas trabajando para él, Emmett? Edward no me cuenta absolutamente nada, así que supongo que tú me puedes poner al corriente. —Le sonreí al retrovisor para que me viera.

 —Seis años. Nos conocimos en las FE.

 —Eso son las Fuerzas Especiales, ¿verdad? Entonces ¿sois una especie de James Bond para el Gobierno británico?

 Emmett se rio con ganas y negó con la cabeza.

 —Ahora entiendo por qué el señor Cullen te tiene vigilada, Bella. Tienes mucha imaginación.

 —Sí, Edward también me lo ha dicho —contesté con indiferencia.

 Por muy enfadada que estuviese por las acusaciones de Edward, que estaban del todo fuera de lugar, no podía pagarlo con Emmett. Parecía un buen tipo y tenía muy buen gusto musical. Me caía bien. Emmett solo estaba haciendo su trabajo conmigo.

 Cualquiera que fuese.

 Emmett aparcó el coche y subimos en el ascensor por la entrada del garaje. Antes de darme cuenta, me encontraba otra vez en la preciosa casa de Edward, solo que esta vez sin Edward.

 Emmett hizo que me guardara su número en el móvil y dijo que estaría cerca por si necesitaba algo.

 — ¿Cómo de cerca es cerca? ¿Tengo intimidad aquí dentro? No puedes verme dentro de la casa, ¿verdad? —Le miré a los ojos buscando señales delatoras de subterfugio—. Ni se te ocurra mentirme, Emmett. Saldré por la puerta tan rápido que Edward sentirá el aire despeinarlo donde diablos quiera que esté en este momento.

 Emmett se estremeció.

 —Aquí tienes total intimidad. En el apartamento no hay cámaras, pero fuera en el pasillo sí. Así que si te vas, te veré. Estoy en otro apartamento ahí enfrente. No muy lejos. El señor Cullen quiere que te sientas como en tu casa. —Se puso el teléfono en la oreja y se fue—. Llámame si necesitas algo, Bella.

 Escuché el pestillo de la puerta; mi guardián se había ido.

 Bueno, todo esto era raro. Sola en casa de Edward, con mi bolsa preparada para pasar la noche y la cabeza hecha un lío. Me preguntaba si alguna vez volvería a sentirme normal.

 Como lo primero es lo primero, fui hasta la nevera, saqué una botella de agua fría y me bebí media.

 El interior de la nevera de Edward estaba bien abastecido de muchas cosas frescas con las que trabajar, así que la cena no era un problema. Después analicé su cafetera y se me hizo la boca agua. Muy, pero que muy buena. La puse a calentar y revisé el congelador. La asistenta de Edward era organizada hasta tal punto que etiquetaba y ponía la fecha en las comidas congeladas y las metía en bonitos recipientes para identificarlas con facilidad. No les hice caso. De todas formas, no tenía mucha hambre después del súper almuerzo de comida china que nos habíamos metido en su oficina.

 Me fui al dormitorio e inmediatamente me invadieron los recuerdos de la última vez que estuve en esa habitación. Cerré los ojos y respiré el aroma de Edward. Estaba en todas partes hasta cuando él no se encontraba allí. Entré en su cuarto de baño. La ducha en forma de gruta de mármol travertino era preciosa y la idea de sumergirme en una bañera así de espléndida era un sueño para una chica que apenas tenía una medio decente en su apartamento. Supe lo primero que iba a hacer.

 Una hora después tenía la piel rosada por el calor y suave por las burbujas. Me había puesto mi camiseta de Jimi Hendrix y unos bóxers de seda de Edward que hacían frufrú. Había organizado mis compras de Boots en un cajón del baño, me había depilado las piernas y me había untado una loción con olor a vainilla.

 Deambulé de vuelta a la cafetera y me puse una taza antes de recorrer las demás habitaciones del apartamento de Edward. El gimnasio casero tenía una cinta de correr de última generación frente a los ventanales. Las vistas me dejaron sin aliento. Me encantan las vistas de una ciudad iluminada de noche, aunque en este caso me imaginé que serían igual de espectaculares durante el día.

 Encontré lo que pensé que era su oficina y giré el picaporte. La habitación tras la puerta era efectivamente un despacho. Había un enorme escritorio de roble y en la pared de enfrente un panel de monitores de televisión y otros equipos de alta tecnología. Pero fue la pared de detrás del escritorio la que me llamó la atención: un acuario de agua salada brillaba con luces de colores y burbujas sobre el agua ondulante. Me acerqué y me fijé en el arcoíris de peces que revoloteaban alrededor de elegantes formaciones de coral. Sin embargo, el pez león no revoloteaba. Se acercó al cristal y desplegó un abanico de aletas multicolores hacia mí a modo de saludo.

 —Hola, cosita linda. Me pregunto cómo te llama. —Le hablé a mi acompañante marino y le di un trago a mi café.

 Me comí un yogur de cerezas en la barra de la cocina y me puse una segunda taza de café. Una de las paredes del salón principal estaba repleta de estanterías con libros. Examiné con detenimiento su colección, que era, cuando menos, ecléctica. Clásicos, de misterio, contemporáneos y montones de novelas históricas ocupaban la mayor parte. Había algunos de historia militar y libros de fotografía.

 También una gran cantidad de estadística y juegos de azar. Tenía ficción popular y hasta algunos libros de poesía que me hicieron sonreír. Me gustaba que Edward valorase los libros.

 Cogí un libro de cartas de Keats a Fanny Brawne y me lo llevé a la sala de estar para sentarme en el sofá y disfrutar de la lectura. Tenía mi café, unas cartas de amor y desasosiego de un poeta a su amada y las luces centelleantes de la noche de Londres desplegadas frente a mí.

 Pasé una agradable hora hasta que dejé el libro a un lado. Miré la ciudad por la ventana. Este era el sitio donde Edward me había desnudado, justo enfrente de su balcón. Me había traído hasta aquí y me había dicho que nada era comparable con verme a mí de pie en el salón de su casa. Oh, Edward. Decidí mandarle un mensaje.

 Bella Swan: <— sta enfadada contigo x lo d Emmett. Stas loco?!!!

<fin sms>

 Edward Cullen: <—loco x ti y tenemos que hablar d cosas. T echo d menos.

<fin sms>

 Bella Swan: <—lleva puestos tus bóxers y + t vale, tío!

<fin sms>

 Edward Cullen: <—se ha empalmado x imaginart con mis bóxers. Xfa déjalos

en la almohada xq no los pienso lavar.

<fin sms>

 Bella Swan: <—sigue enfadada y cree q tu cafetera s la mejor.

<fin sms>

 Edward Cullen: <—cree q mi novia es la mejor. Has comido algo?

<fin sms>

 Bella Swan: <—sí.Tienes un pez león d mascota. :)

<fin sms>

 Edward Cullen: Es Simba. Yo lo mimo y él me aguanta. Tenéis muxo en común.

<fin sms>

 Bella Swan: T qedas sin mamadas solo x ese comentario. :P

<fin sms>

 Edward Cullen: <—se muere x azotart ahora mismo… y besart… y follar. M

stas matando nena.

<fin sms>

 Bella Swan: <—tiene sueño. Voy a tomarm pastilla y meterm n tu cama. No m

provoques.

<fin sms>

 Edward Cullen: Nunca… Vet a dormir mi preciosa.T encontraré. <3

<fin sms>

 Me levanté del sofá de Edward y me dirigí a la cocina a lavar los platos. Limpié la cafetera y la preparé para la mañana siguiente. Todo lo que tendría que hacer era encenderla. Utilicé mi nuevo cepillo de dientes morado y me tomé la pastilla para dormir. Las sábanas súper suaves de la cama de Edward olían a él; me tranquilizaban y me reconfortaban en mi soledad. Me impregné en su aroma y me quedé dormida.

Unos brazos firmes me abrazaron. El olor que adoraba pendía a mí alrededor. Unos labios me besaron.

 Abrí los ojos en la noche y vi sombras. Aunque sabía quién estaba conmigo. Mi despertar fue tranquilo y suave, algo bueno, y para mí una experiencia completamente nueva.

 —Estás aquí —murmuré contra sus labios.

 —Y tú también —susurró él—. Joder, cómo me gusta encontrarte en mi cama.

 Las manos de Edward habían estado ocupadas mientras yo dormía. Me di cuenta de que estaba desnuda de cintura para abajo; me había quitado sus bóxers de seda. Edward también estaba desnudo. Podía sentir sus músculos duros y su piel sólida intentando mezclarse con la mía. Mi camiseta estaba levantada y mis pechos estaban siendo devorados por sus ásperos labios; me hacía cosquillas en mi sensible piel mientras jugueteaba con mis pezones, tirando y lamiéndolos hasta que me convertí en una criatura que gemía y se retorcía debajo de él.

 Hundí las manos en su pelo y sentí el movimiento de su cabeza mientras veneraba mis pezones y me acariciaba. Se detuvo y me quitó la camiseta del todo y se quedó mirándome, hambriento y hermoso. La luz del baño principal se filtraba lo suficiente como para permitirme verle ligeramente y me alegré.

 Necesito ver a Edward cuando se acerca a mí. Me tranquiliza saber que estaré a salvo con él.

 —Tu cama huele a ti —dije.

 —Tú eres lo único que quiero oler, y ahora mismo muero por tenerte en mi boca. —

 Entonces me abrió las piernas y descendió.

 — ¡Oh, Dios, Edward! —Las maniobras de su lengua en mi hendidura, arremolinándose sobre la carne acalorada abierta para él, me hizo pasar de adormilada a excitada en menos de un segundo. No podía estarme quieta a pesar de que él me tenía bien sujeta por la cara interna de los muslos. El orgasmo vino a mí tan rápida y tan violentamente que me escuché a mí misma gritar a su paso, mientras cabalgaba en su lengua con lujuria y mis músculos se contraían y vibraban de placer abrasador.

 Edward gimió contra los labios de mi sexo y se apartó, mirando probablemente lo que quería poseer.

 Edward no pidió permiso. Simplemente me poseyó.

 Me levantó las piernas por encima de sus hombros y me taladró fuerte y profundamente. Hizo ruidos mientras su sexo me llenaba. Yo estaba inmovilizada por su invasión y todavía no me había recuperado del orgasmo, así que solo pude aguantar mientras me follaba. El sexo era apasionado y brutal con él diciéndome lo bien que le hacía sentirse, lo mucho que me deseaba aquí en su cama y lo hermosa que era.

 Todo palabras para acercarme a él. Para hacerme más dependiente de él. Más enredada en su mundo. Y yo lo sabía.

 Edward me hizo llegar al orgasmo una vez más; sus caricias casi castigadoras tenían la intención de reclamar primero y dar placer en segundo lugar. Pero el placer era infinito cuando llegaba al mismo tiempo que su explosivo orgasmo. Sentí cómo mis lágrimas se deslizaban por las sábanas cuando acepté lo que me daba. Dijo mi nombre ahogado, me miró fijamente a los ojos como las demás veces. Supe que había visto mis lágrimas.

 Apartó mis piernas de sus hombros y se apoyó contra mí, sujetándome la cara y acariciándome; examinándome con sus ojos azules, aún dentro de mí, encorvándose despacio y profundamente con su habilidoso sexo, alargando el placer.

 —Eres mía —susurró.

 —Lo sé —le respondí con otro susurro. Me besó con nuestros cuerpos unidos mientras exploraba con suavidad mis labios y me daba ligeros tirones y mordisquitos sin hacerme daño. Se aferró a mí y me besó durante mucho tiempo antes de salir de mi cuerpo.

 En mi cabeza follar con Edward solo podía describirse como algo bonito. Sé que para otros sería pornográfico, pero para mí era simplemente un bonito acto que nos unía más. Tener relaciones íntimas así con él, que me deseaba de forma tan intensa, era una droga adictiva. Más potente que nada de lo que hubiera experimentado antes en mi vida. Creo que podría perdonarle a Edward prácticamente todo. Y ese era mi gran error.

 

 

Capítulo 10: CAPÍTULO 9 Capítulo 12: CAPÍTULO 11

 
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