Sálvame (+18)

Autor: PrincessCullen
Género: Romance
Fecha Creación: 06/08/2013
Fecha Actualización: 25/05/2018
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 51
Visitas: 47452
Capítulos: 15

-¡¡¡Tú me engañas!!! - Gritó acercándose a mí, con sus ojos llenos de furia.

- Claro que no, por favor... Sabes que jamás lo haría. Yo te quiero. - Lágrimas corrían por mis mejillas. Dios… ¿cuánto más tendría que aguantar esto? 

- Mentira... ¡Me engañas!... ¡Te revuelcas con el primero que se te aparece! - Volvió a gritar empujándome contra la pared. Mis músculos no reaccionaban, estaba asustada, no era la primera vez que lo veía así, pero hoy estaba peor. Mucho más enfadado que las veces anteriores.

- Eso no es cierto... - Lloré, las palabras salían entrecortadas de mi boca. Casi forzadas.

- ¡¡¡Eres una cualquiera!!! – Gritó de nuevo y estampó su puño contra mi mejilla. Lo último que sentí fue la sangre saliendo de mis labios.

Nota: Los recuerdos y los sueños de los personajes, los podrán encontrar en letra Cursiva. Mensajes de texto y llamadas telefónicas en Negrita. 

-

 

Declaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la trama es de mi autoría. (Fic protegido por SafeCreative)

 

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Capítulo 11: No puedes salvarme.

SÁLVAME.

Capítulo 11: No puedes salvarme.

 

 

                              

En el capítulo anterior…

 

Al salir de la ducha, me envolví en una bata y bajé a cenar, la mesa ya estaba puesta y la comida humeante, sonreí amplio, era obvio que Bella temía de mí y lo mejor de todo es que no se atrevía a abrir la boca, ni con su hermano ni con nadie, aunque a veces le provocase ella tenía presente que se las vería conmigo si me delataba.

 

 -Ay, Bella… tan ingenua… -negué con la cabeza riendo mientras sopeteaba mi ensalada. Me sentía seguro en estos momentos, el negocio de hoy había sido un éxito y mi mujer tenía miedo de mí ¿qué más podía pedir?

 

DOS MESES DESPUÉS…

 

POV Bella.

 

 -¡Anthony, idiota! –chillé mientras le daba un lepe en la cabeza tratando de incorporarme. El tonto este me había cogido en brazos y dado vueltas conmigo alrededor de todo el jardín, para mi desgracia, al caer ambos al suelo, él cayó sobre mí y ahora me dolía a horrores el tobillo.

 

-Bella, Dios mío, como lo siento… -trataba de disculparse, intentando tocarme pero yo le manoteaba las manos. Mi vista estaba fija en mi tobillo, maldición, me dolía. ¿Me lo habré torcido? ¡Maldito Masen!

 

Cuando ambos nos tranquilizamos, dejé que me ayudara a ponerme de pie, para mi suerte podía apoyarlo, pero sentía dolor. Con su ayuda, llegamos a la cocina, me sentó encima de la encimera y se agachó a la altura de mis pies, tomó mi pierna derecha y con cuidado retiró el zapato de tacón. Yo lo miraba atenta.

 

Le dio un par de movimientos a mi tobillo y aseguró que no estaba torcido y mucho menos roto. Eso me tranquilizó. Al parecer solamente me lo había molestado un poco, nada que no se quitara con un ibuprofeno y un poco de descanso.

 

Ya en mí habitación, con él recostado a mi lado, observábamos el techo mientras nos reíamos de las tonterías que decía el otro. Lo cierto era, que Anthony y yo habíamos podido fortalecernos en una amistad muy linda, se había ganado mi confianza plena, justo en este momento me sentía capaz de meter las manos al fuego por él. Era tan divertido, tan abierto, tan transparente conmigo, que no vi de otra que ser igual con él, y al sol de hoy, no creo haber tomado mejor decisión que aceptarlo en mi vida, a pesar de todos mis temores.

 

Rosalie lo adoraba, los había presentado cuando Rose un día llegó a mi casa de sorpresa y nos había encontrado almorzando, desde entonces los tres salíamos por ahí, nos encontrábamos en mi casa o en casa de Anthony. Nos la pasábamos bien juntos realmente, era muy divertido ver a ese par peleando por quien era mejor en el Mortal Kombat. Rose siempre le daba una paliza. Yo me partía de la risa burlándome de Masen.

 

Por otro lado, Paul seguía como hacía meses, no me golpeaba, ni me tocaba un pelo, cuando se ponía en ámbito violento simplemente me insultaba y soltaba una sarta de palabrotas en contra de mi integridad y dignidad; yo con los días aprendí a ignóralo y simular que le prestaba atención. Por las noches dormía a su lado, pero sin estar ahí realmente, mi mente estaba al otro lado de la calle, con ese tonto que me hacía reír día a día. Incluso a veces, cuando mi cabeza se ponía creativa, llegaba a pensar que ya Masen no me gustaba, sino que me estaba enamorando de él, pero cuando me daba cuenta de los disparates que me rondaban, sacudía la cabeza y me daba de bandazos imaginarios. Que estúpida soy.

 

-Hey, Bells, ¿crees que Rose se enoje si te secuestro mañana para mí sólo? –giré el rostro para verlo. Él ya me observaba.

 

-No creo, ella sabrá entenderlo. –reí como si se tratara de una travesura lo que fuésemos a hacer. Rodé sobre mi costado. Me apoyé del codo y lo miré desde arriba. Él sonrió.- A demás, estuve con ella todo el día de ayer, me parece justo. –me encogí de hombros.

 

Estuvimos hablando un rato más del paseo del día siguiente hasta que nos entablamos en otro tema. Cuando vinimos a ver ya eran las 5:30 de la tarde y él tenía que irse. Nos levantamos de la cama y la arreglamos, entre bromas bajamos al recibidor y en la puerta nos despedimos con un beso en la mejilla.

 

Sí, lo sé. Pensaran “pero, ¿qué pasó con su temor a Paul?” Lo cierto, es que todavía le tengo miedo, miedo no, pánico. Me tiemblan las piernas de puro terror cuando lo tengo cerca, pero la cosa es que con Anthony no puedo ser indiferente, cuando está enfrente de mí, siento unas ganas irrefrenables de abrazarlo, de sentirlo contra mi cuerpo, no sé, tal vez ya me esté volviendo loca, quizás pronto esté en un psiquiátrico.

 

Mientras preparaba la cena para Paul, no podía borrar la sonrisa en mi rostro, el simple hecho de recordar la sonrisa de Anthony me ponía los pelos de punta y sentía un revoloteo extraño en el estómago. Recordar sus detalles conmigo, como las flores, los chocolates, las salidas al cine, todo aquello, al rememorarlo, me hacía estremecer, me hacía perder la cabeza. Todo era así como en las novelas y en los libros… Era como si yo…

 

-¡Dios, no! –chillé de un momento a otro soltando el cuchillo que tenía entre los dedos. Me llevé las manos a la boca conteniendo mis sonidos de sorpresa y nerviosismo al darme cuenta de cuan tonta había sido todo este tiempo.- Me he enamorado de Anthony… -murmuré para mí sin dar crédito a lo que estuvo frente a mis ojos, en mi cabeza, en mi corazón. No me había dado cuenta hasta justo en este momento.

 

Dejé de hacer todo lo que estaba haciendo y me senté en uno de los bancos de la encimera procesando mi reciente descubrimiento. Todo tenía sentido ahora, mis incontables ganas de verlo sin importarme la hora, la incansable presencia de su rostro en mi mente, el nerviosismo que me recorría cuando me abrazaba, me hacia un cumplido o se me quedaba mirando. Todo, absolutamente todo, cobraba sentido ahora. ¡Estaba enamorada de él! ¡Estaba enamorada de Anthony Masen!

 

Suspiré.

 

No pude seguir indagando en mi hallazgo porque el chirrido de las llantas al estacionar me alertaron, con torpeza me puse de pie y me puse a con la cena, al entrar Paul, pasó directo a la cocina, se me acercó por detrás y sentí sus manos en mi cintura. Abrí los ojos de par en par.

 

-Pronto, Isabella, pronto volveremos a ser los de antes… -susurró a mi oído y se marchó. Yo me quedé en blanco, ¿a qué se refería con eso? ¿’Los de antes’?

 

 

Al día siguiente, Paul ya no estaba cuando abrí los ojos y lo agradecí. Me levanté de volada directo a la ducha, hoy saldría con Anthony y quería estar lista para cuando pasara por mí a las diez en punto. No sabía a dónde iríamos y eso me ponía aun más nerviosa. Casi con un ataque epiléptico.

 

Terminado el baño, corrí a mi armario y observé, observé y seguí observando mi ropa hasta que me decidí por un vestido strapless azul cielo con algunos detalles en rosado, a juego me puse unas zapatillas rosas. Al verme en el espejo me gustó mi vestuario y me fui a maquillar. No lo hice muy cargado, un poco de delineador, rímel y gloss. En mi cabello no hice tanta cosa, simplemente lo dejé secar y luego lo acomodé un poco con fijador, dejándolo caer en ondas sobre mi espalda.

 

Cuando vi mi reflejo en el espejo, ni me reconocí, me veía tan fresca, tan viva. Incluso me sentía mucho más hermosa. Al bajar, me preparé algo ligero para desayunar, una simple ensalada con una galleta integral, mi estómago no me permitiría nada más, estaba hecho nudos y nudos.

 

Justo a las 10: 00 am, sonó el timbre. Mis nervios se dispararon a diez mil y estuve a punto de volverme bajo las sábanas de la cama. Pero no, no podía hacer eso, es de Anthony de quien estamos hablando, el hombre que hasta hace poco vi como un amigo, pero ahora he caído en cuenta que ando de un ala por su culpa.

 

-Buenos dí… -empezó a decir a penas abrí la puerta, sin embargo no terminó la frase, más bien estaba recorriéndome con la vista y mis mejillas amenazaban con arder incontrolablemente. – Woah, Bella, estás… Ni que decir, hermosa se queda corto, cortísimo… -aseguró tomando mi mano derecha y haciéndome dar una vuelta. Me mordí el labio.

 

-Gracias.

 

-No puedo creer que esté vivo para ver tan semejante espectáculo, definitivamente es mi día de suerte. Y antes de que cambies de opinión y no quieras salir conmigo, vámonos, tengo un par de sorpresas para ti. –sólo atiné a tomar mi bolso antes de que él tirara de mí, llevándome hacía su auto.

 

-Eh, ¿por qué tanta prisa? –cuestioné mientras nos subíamos al vehículo. Reí, era simplemente divertido.

 

-No sé, simplemente me pones así. Ya, vamos.

 

El resto del camino estuvimos canturreando las canciones que salían a través del reproductor, riendo y burlándonos mutuamente. Sin embargo estaba pendiente del camino, él no me había dicho a dónde me llevaría y quería saber si yo misma podía deducirlo viendo las calles. No pude.

 

Cuando se estacionó miré a mi alrededor y giré mi rostro para verlo.

 

-¿Qué es este lugar?

 

Parecía un lugar abandonado, sólo había vegetación, por todos lados, plantas, flores, tierra, todo muy natural. Todo tan… verde.

 

-Es un lugar que conseguí hace poco recorriendo los recovecos de la ciudad, andaba perdido y di con esto. Te gustará, ya lo verás. –se bajó del auto y lo rodeó para poder abrir mi puerta, me tendió la mano para ayudarme a salir.

 

-Qué se supone que haremos aquí, ¿eh? –alcé una ceja, observándolo ir a la cajuela del auto, de ella sacó una canasta, yo no podía más con mi confusión, estaba más perdida que una aguja en un pajar.

 

-Vamos Bella, no me digas que nunca estuviste en un picnic. –él se rió, tomando mi mano y literalmente me arrastró entre algunos arbustos, sentía las ramas escosar en mi piel, pero no le di importancia. – Cierra los ojos… -me ordenó de un momento a otro, yo me lo quedé mirando un segundo a ver si estaba tomándome el pelo, pero su rostro estaba serio, como tratando de no mostrar ninguna emoción. Obedecí.

 

Me siguió conduciendo por lo que restaba del camino, me indicaba cuando alzar los pies, para no tropezar con la maleza o una rama caída, podía escuchar pájaros cantar a mi alrededor pero nada más, era como si todo se hubiera desvanecido, como si la civilización no existiese. De momento a otro nos detuvimos, soltó mi mano y yo me removí.

 

-Tranquila, Bella. Dame un momento. –asentí a su voz y permanecí tranquila en mi lugar. Un par de minutos después, sus dedos volvieron a estar entre los míos, tiró de mí suavemente y me detuvo luego. –Listo, preciosa. Abre los ojos.

 

En principio no detallé nada en particular, pero después de un par de ojeadas quedé boquiabierta. Era como especie de un invernadero, por las paredes de cristal las enredaderas y trepadoras yacían hasta el techo, enroscándose hermosamente sobre los vidrios que llegaban hasta al final del espacio, culminando como en una especie de cúpula. El sol se filtraba a través de ellos, bañando todo, hasta debajo de pequeños destellos del color de los arcoíris.

 

Descendiendo la vista, un montón de flores de todos los colores quedaron ante mí, habían hileras y más hileras de flores, por todos lados, y aunque parecían estar regadas por todo el lugar, el orden en los colores era impecable; blanco, amarillo, rojo, azul, morado… y así hasta que empezaba de nuevo la gama de colores. Estaba pasmada, todo era tan hermoso, parecía sacado de un cuento de hadas, de esos donde el hada madrina agita su varita y todo se vuelve de colores y te hace vivir feliz para siempre. Yo no sé si viviré feliz para siempre, pero lo que sí sé es que en este momento no quepo en mi alegría, el simple mirar y oler las flores, la naturaleza y todo lo que aquello implica, me hacían sonreír.

 

Un carraspeo me hizo volver a la realidad.

 

Me volteé y ahí estaba Anthony.

 

-¿Te gusta? –cuestionó dando los pasos que le faltaban para quedar a mi lado, ¿cuándo me había movido?

 

No sabía que responder.

 

-Dios, Anthony, no sé ni que decir, esto es tan lindo, más que eso, es… es de ensueño. Jamás había visto o estado en un lugar como este, todo es…

 

-Hermoso, lo sé. –dijo él terminando la frase por mí. Le sonreí. –Lo mismo dije yo cuando lo encontré hace un par de semanas. Pensé en reportarlo para que vinieran a por él, pero no pude, me quedé maravillado de cómo a pesar de haber indicios de que este lugar está abandonado, las flores han mantenido su orden, su vida… No sé. Me gustó simplemente. –se encogió de hombros como queriendo restarle importancia.

 

-Bueno, pues hiciste algo muy bueno, yo tampoco hubiese podido llamar para informarlo, me lo quedo para mí. –solté una risa.

 

-Seguro que sí, ahora si no es molestia, vamos, tenemos que llegar a  la zona de nuestro picnic. –lo miré y asentí. Tomó mi mano de nuevo y tiró de mi entre las flores, avanzamos un poco más, hasta detenernos. Delante de nosotros había como especie de un surco, eran flores colocadas especialmente en forma circular, rodeando un mullidito montículo de césped y musgo seco. Sonreí.

 

Di un paso al frente pero Anthony me detuvo.

 

-Espera.

 

Lo vi colocar la canasta a un lado y sacar de ella una manta de rayas blancas y rojas. Reí ante eso. Él extendió la tela encima del montículo y encima fue colocando algunas cosas, como un par de cestas más pequeñas de mimbre, las cuales contenían algunas frutas entre otras.

 

Cuando terminó alzó la mano para que tomara la suya, me acerqué tomándola y me senté a su lado. Estaba alucinada con todo esto, ¿cómo podía ser tan detallista? ¿Cómo podía ser tan lindo? Definitivamente había sido una tonta al no notar cuánto me gustaba Anthony, había sido tan ciega…

 

¡Bella, ¿qué demonios estás haciendo?! ¡Eres una mujer casada! ¡No una quinceañera que se enamora del primero que le sonría bonito! ¡No seas estúpida!

 

Gritó mi mente. Ush, cuán odiosa puede llegar a ser mi cabeza, una completa y total molestia, una completa y total aguafiestas, intrusa y fastidiosa. Agité mi cabeza y le sonreí a mi acompañante. Justo en este momento, estando ahí a su lado, con él sacando las fresas de un envase hermético nada me importaba. Por mí podría aparecer Paul en ese preciso momento y no le prestaría atención, seguramente por lo bien que me siento a su lado, por la seguridad que Anthony me proporciona, la tranquilidad, la paz…

 

-Bella, una vez me comentaste que a tu madre no le importaría nada de lo que a ti te pasara, mi pregunta es ¿por qué? –alcé la vista y posé mi mirada sobre la suya, recordaba aquella vez que hablamos de nuestras familias, la de él pintó como la familia perfecta, aunque ahora que lo pensaba, jamás mencionó sus nombres.

 

-Bueno, como sabes, no me gusta hablar de ese tema, pero saciaré tu curiosidad. Pero primero que nada debes prometerme que bajo ninguna circunstancia lo que te diré saldrá de tu boca… -le comencé a decir, como si le fuera a confesar un crimen. Él sonrió.

 

-Vale, lo prometo.

 

-Verás, mi mamá piensa, sueña y alucina que ella todavía vive en esas épocas donde las mujeres usaban trajes acampanados y los hombres andaban con bastones mandados a hacer con el símbolo de su familia, donde todo se regía por la etiqueta y las clases sociales. –rodé los ojos.- Ella es así, es simplemente superficial y poco imaginativa, lo único que le interesa es codearse con la gente rica, gente con influencia, con más nadie. –solté un suspiro mirando mis manos, sobre mi regazo.- Yo soy todo lo contrario, no me importa si una persona tiene o no tiene dinero en su billetera, sólo que tenga buenos sentimientos y buenas intensiones, no pido más.

 

-Pero… -empezó a decir, no le dejé continuar. Alcé la mano.

 

-Para ella soy casi una repudiada, jamás aceptó el hecho de que no soy como ella, no soy ni fría ni calculadora. Sólo soy… yo.

 

Alcé la vista por fin y él me sonreía.

 

-Estoy orgulloso de que hayas dicho eso. Tu madre no tiene ni idea de la hija tan maravillosa que tiene. –a penas dijo eso, me sonrojé a más no poder, mi corazón palpitó fuerte contra mi pecho y mis manos comenzaron a sudar. Me removí.

 

Hablamos un poco más de mis padres, pero cambié de tema y él notando mi incomodidad lo aceptó y seguimos como si nada. Mientras estábamos ahí yo observaba a mí alrededor de vez en cuando, queriendo grabar el lugar en mi memoria, en mis recuerdos. Era tan precioso.

 

Estuvimos durante horas ahí. Nos encontrábamos acostados sobre la manta, mirando la estructura que se alzaba sobre nuestras cabezas, el aroma de las flores y las plantas a nuestro alrededor le daban un toque mágico a todo, o solamente era que me estaba volviendo loca y estaba asociando mucho con los cuentos de hadas y los libros de ciencia-ficción. No sé.

 

Mientras nos encontrábamos en silencio, él sostenía mi mano entre las suya, acariciando con suavidad el dorso de mi piel. Yo trataba de reprimir las sensaciones que él me producía, como el aleteo en mi estómago o el cosquilleo en mi piel. ¿Qué pasaba conmigo? ¿por qué me tenía que poner así con su simple toque? Más bien… ¿por qué dejaba que me tocara? ¿qué acaso no soy una mujer casada? ¡Estoy loca!

 

-Bella… -dijo de un momento a otro.- Necesito saber algo… Y espero de todo corazón no te enojes conmigo.

 

Me incorporé, sentándome sobre mis rodillas, él hizo lo mismo quedando frente a frente conmigo. Lo miré atenta e intrigada.

 

-Lo sé, Bella. –comenzó  a decir, yo no sabía de qué demonios estaba hablando, no le entendía.- Lo sé todo… -volvió a repetir y contuve el aliento.

 

No sé cómo, no sé por qué, pero de momento a otro mi cabeza había procesado lo que él estaba queriendo decirme, ¿sabía todo? ¿Sabía lo de Paul? ¿Sabía de los golpes? ¿Cómo? No podía respirar, me helé por dentro.

 

-Tú… -quise decir, pero nada salió de mi boca. Estaba aterrada, ¿cómo se había enterado? ¿cómo era tan imbécil para si quiera mencionarlo? Dios, él lo sabía, no lo había dicho aun pero yo ya sabía que era eso, todo este tiempo inventándome mil y una para que no lo sospechase y de momento a otro, justo ahora, me dice que lo sabe. ¿Será idiota? ¿Y por qué demonios me enojo tanto? Bipolar…

 

Anthony me seguía observando, atento, preocupado. Continuó.

 

-Lo descubrí una noche, estaba lloviendo y llegaron ustedes en el auto. Él, al bajarte tú del auto te tomó del brazo y prácticamente te arrastró a la casa, eso captó mi atención, así que… -no lo dejé continuar. ¿Qué?

 

-Nos espiaste. –concluí yo por él que no le quedó más que asentir. Estaba estupefacta. ¿Cómo un día tan perfecto podía terminar con esta mierda? Dios, no.

 

-Bella, no entiendo, no entiendo nada. ¿Cómo se lo permites? –estaba enojado, lo sabía por la pequeña vena que se marcaba en su frente.

 

¿Él enojado? Yo estaba que me daba un ataque. ¿Nos espió?

 

-¡Cállate! –le chillé poniéndome de pie con una habilidad de laque hasta yo misma me sorprendí.- ¡Cállate y no digas más nada! ¡No es tu asunto, Masen!

 

Por un momento se quedó en silencio, pero al par de minutos, explotó.

 

-¿Cómo puedes decir algo así? Ese hombre te usa como saco de box y tú se lo permites, ¿tan poco te valoras? ¿no tienes instinto de auto preservación o qué? ¡Te golpea Bella, con un demonio! Ese imbécil, sólo te golpea y tú no haces nada para que ello cambie. –con cada palabra que decía yo me hacía más chiquita en mi sitio, él tenía razón, más no era nadie para criticarme.

 

-No te lo permito, Anthony. ¡No te permito que te metas en mi vida! Tú simplemente no sabes nada, eres un turista en esto. ¡No sabes nada! –le grité alzando las manos en señal de exasperación. Estaba asustada, molesta y muy, muy confundida.

 

-¡Ilumíname, entonces! ¡Dime eso que no sé!

 

Me lo pensé. Si se lo decía, mi secreto quedaría en sus manos y yo no quería eso, más no podía dejar que nos siguiera espiando, eso era muy estúpido y más que intimidador.

 

Estaba él por decir algo pero lo interrumpí.

 

-No lo entenderías, nadie lo hiciese si lo contara. ¿Quién me creería? Para todo el mundo somos el matrimonio perfecto… -susurré con pesar. Era cierto. Para la sociedad él y yo éramos el uno para el otro.

 

-Yo te creo, Bella. Soy testigo de ello. Puedo ayudarte. –murmuró queriendo tomar mis manos, yo me sacudí su agarre llena de furia otra vez.

 

-¡No! ¡Nadie puede ayudarme! ¡Llevo más de un año calándome este infierno y ni tú ni nadie podrá hacer algo al respecto! ¡Nadie puede saber que si un hombre me mira, se me acerca si quiera respira mi mismo aire, Paul me golpea hasta que no me puedo levantar del suelo! –las lágrimas ya rodaban por mis mejillas, él intentaba acercarse pero no se lo permitía. Estaba triste, todo esto se había ido a la mierda, ya no quería estar con Anthony, saber que conocía mi realidad me hacía vulnerable a sus ojos y no quería eso. Su lastima, no la quería.

 

-No, Bella. Te equivocas. Yo si puedo ayudarte, puedo meter a ese pedazo de poco hombre tas las rejas, incluso mandarlo al otro mundo, sólo tienes que decirme que sí, que eso es lo que deseas… Puedo liberarte, Bella. Puedo salvarte…

 

Sus palabras calaron hondo en mi pecho, ¿él podía salvarme? No, no lo creo. Pero sus palabras, aunque imposibles, eran como una especie de bálsamo a mis heridas, sentía o al menos quería sentir que de verdad con sólo pedirlo él podría sacarme de todo esto, hacer que mi vida cambiara para siempre, poder liberarme de mi tortura, poder salvarme del infierno que había sido mi vida durante los últimos dos años…

 

-No… -susurré casi sin darme cuenta. –No puedo hacerlo.

 

Un gesto de dolor surcó el rostro de Anthony.

 

-¿Lo amas? –me cuestionó.

 

Pensé, pensé, pensé… No sé cuánto tiempo estuvimos ahí esperando a que yo contestara eso, pero ¿a quién quería engañar?

 

-No.

 

Suavizó el ceño.

 

-¿Entonces, por qué?

 

Me encogí de hombros. No sé, Anthony. Tal vez porque soy una cobarde, una idiota que hace tiempo se resigno a vivir su vida bajo la sombra de su esposo, el cual la golpea.

 

-Vamos, Bella… -no le dejé seguir. Me agaché a tomar mi bolso y m volteé corriendo, huyendo de él y sus acusaciones, sus preguntas, todo.

 

No podía, no podía.

 

La desesperación se estaba apoderando de mí, mis pulmones se estaban quedando sin aire muy rápido, el miedo recorría mis venas como puñales, me sentía atada de manos y pies.

 

No había si quiera llegado a la puerta del interminable invernadero cuando Anthony me dio alcancé, me cogió del brazo y di un respingo ahogado. Me hizo voltearme. Lo encaré.

 

Nos miramos por lo que pareció una facción de segundo y antes de que pudiera protestar siquiera, plantó su boca en la mía, sus labios cubrieron los míos con ardiente desesperación, moviéndolos exigentes.

 

No sabía qué hacer.

 

No podía creerlo, él me estaba besando. ¡Anthony!

 

Mi mente se desconectó de mi cuerpo tan rápido que me dio vértigo, mi boca pronto comenzó a responderle, sin saber muy bien el por qué. Mis manos libres de todo pudor buscaron lugar en sus costados mientras las de él me mantenían bien sujeta por los hombros. Me cosquilleaba la piel, ahí donde me tocaba.

 

Ignorando  todo lo que había sucedido, arrastrando todo al recoveco más escondido de mi cabeza decidí aunque sea por un minuto, saborear los labios de Anthony. Cerré los ojos y lo besé, lo besé con ganas, como tenía tiempo que no hacía… con nadie.

 

Su lengua buscó la mía dentro de mi boca, esta salió a su encuentro y se enfrascaron en una danza caliente, alucinante. ¿Qué pasaba conmigo? Parecía una adolescente. Bah, qué importa.

 

En sus labios, el sabor de mis lágrimas era salado. Sus manos poco a poco abandonaron mis hombros y se desplazaron, ambas a mi cuello, sentí sus pulgares rozarme la garganta, mientras presionaba de mi nuca hacía él. Profundizando el beso. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Qué estaba haciendo yo?

 

Paul.

 

Con ese pensamiento me alejé de inmediato, Anthony se quedó sorprendido por mi reacción, había dando un salto atrás saliendo del contacto con sus manos, mi respiración así como la de él estaba alterada, más que eso, parecía que hubiese corrido la maratón. Estaba sorprendida, incluso de mí misma.

 

-Bella, yo…

 

-No, Anthony. No. –negué con la cabeza.

 

Mi cordura estaba flaqueando. Ese beso… Ese beso, Anthony besa como el mismísimo Dios.

 

Se acercó. Tomó mis manos entre las suyas.

 

-Ese beso me confirmó lo que vengo planteándome hace semanas, Isabella… -susurró. No entendí. – Me gustas Bella, demasiado. A penas te vi, lo supe. Eres una mujer maravillosa.

 

Yo no sabía dónde meterme. ¿Qué me estaba diciendo? ¡No, no, no! ¡NO!

¿Cómo podía él siquiera pensar en que yo le gusto? Eso es imposible. ¡Impensable!

 

¿Y tú? Tú estás calada por sus huesos.

 

Molesta vocecilla.

 

-No, Anthony, no puedes decirme eso… Por favor.

 

-¿Por qué? ¿Por qué sabes que también te gusto? –alzó una ceja. ¡Arrogante!

 

-Serás… -antes de seguir me volvió a besar. Fue uno corto comparado con el otro, pero no menos caliente. ¿Por qué me ponía así?

 

-Admítelo… -susurró contra mi piel. Contra mis labios.

 

Negué.

 

-Vamos, Bella…

 

¡Dios! Que complicado era todo, ¿cómo era posible que el panorama hubiese cambiado tan rápido? ¡Tan deprisa!

 

-Anthony… -comencé a decir, pero entonces mi corazón de impuso, mi mente se hizo a un lado y salió de lo más profundo de mis sentimientos…- Sí, si me gustas. –Tomé un respiro.- Más que eso, estoy enamorada de ti. Sé que no debería ser, y que parezco una tonta diciéndote esto, pero es la verdad, no lo noté si no hasta ayer cuando no dejaba de pensar en ti, en lo que haríamos hoy, en todo, todo en cuando a ti. Pero no te engañes, yo estoy casada y esto jamás podrá ser… No cuando yo…

 

-Shhh, no digas más. –posó un dedo sobre mis labios. Sus ojos estaban anclados en los míos, nos mirábamos el uno al otro con extrema fascinación. Entonces lo supe, fue como una revelación. Él tenía razón, él me ofrecía una salida rápida de todo esto, él podía ayudarme a ser libre. A poder vivir sin el miedo de un día ya no abrir los ojos.

 

-Está bien, Anthony… -me miró sin entender.- Dejaré que me ayudes, denunciaré a Paul y tu estarás ahí para ayudarme… -me sonrió. Una sonrisa amplia, sincera, llena de orgullo. Tal vez podría empezar a vivir mi vida en serio. Tal vez, sólo tal vez, podía recoger del suelo los trozos de mi cuento roto y enmendarlo, borrar los capítulos donde salía el malvado captor y dejar el ‘felices para siempre’

 

Anthony me besó de nuevo.

 

Y con eso, decidimos que era momento de volver.

 

 

Faltaba poco para llegar a casa, en todo el camino las manos mías y de Anthony no se habían soltado en ningún momento. No sabía muy bien que sentía el por mí, sólo sabía que yo le gustaba, pero, ¿enamorado?

 

-Estás muy callada…

 

Lo miré y sonreí.

 

-Simplemente trato de imaginarme cómo será. Digo, ser libre, cómo será no sentirme asustada y con miedo todo el tiempo. Vivir.

 

-Ya lo averiguarás, lo prometo.

 

Al entrar  a la zona residencial, mi corazón martilló contra mis costillas, ¿y ahora qué? ¿Qué haría con Paul? ¿Estará en casa? Miré mi reloj. Pasaban de las siete.

 

Pasamos por enfrente de mi casa, pero él se desvió para estacionar el auto en su aparcadero. Lo miré y simplemente se encogió de hombros. Al bajar, miré en dirección a mi casa, las luces estaban apagadas, todas. Sin indicios de vida. Suspiré con alivio.

 

-Vamos. –Me cogió de la mano de nuevo, cruzamos la calle y pisando la acera saqué mi juego de llaves. Al abrir la puerta un escalofrío me recorrió pero lo ignoré. Anthony se toqueteó los bolsillos. Bufó.

 

-Espérame aquí, voy y vengo. No tardo. –besó mi mejilla y asentí. Se giró corriendo en dirección a su casa. Yo por mi parte me volteé y encendí la luz. El alma se me fue al cuerpo.

 

Ahí, sentado con una pierna sobre la otra, una cerveza en la mano izquierda y el ceño fruncido, estaba Paul, con mirada asesina. Hizo un ademán con la cabeza y de inmediato entendí. Cerré la puerta tras mi espalda.

 

-Con que saliendo con tipos, Bella… -su voz era calmada, incluso demasiado. Cualquier pensamiento de esperanza que haya tenido se había ido por el retrete, jamás me libraría de él, lo tenía claro.

 

-Paul, yo… -me hizo callar.

 

-No, Bella. No. Tranquila. –se puso de pie con lentitud. Dejó la cerveza sobre la mesa de centro y se acercó a mí, palidecí de inmediato. ¡Anthony! gritó mi cabeza.

 

Cuando estuvimos frente a frente, mi vista estaba clavada en mis zapatos. Vi su mano alzarse y pronto tenía sus dedos entre los mechones de mi cabello, apretando con tanta fuerza que el dolor de mi cabeza se disparó de inmediato. Lloriqueé.

 

-Siempre lo supe, siempre supe que eras igual a todas, una zorra interesada… ¡Todas son iguales! –gritó fuerte y estrelló mi cabeza contra la puerta, cerré los ojos conteniendo el aliento y el grito de dolor.

 

Mi vista se nubló de inmediato.

 

Volvió a tomarme, esta vez de los brazos y me empujó al pasillo. Trastrabillé, pero logré mantener el equilibrio, se acercó y estampó su puño contra mi mejilla, de inmediato caí al suelo, sintiendo mi pómulo hincharse y protestar contra el maltrato. A penas si tomé un respiro ahogado, cuando la bota de Paul se hundió en mi estómago como un puñal, por inercia me incliné, pero estaba débil, así que caí sobre mí costado, hecha un ovillo. No podía respirar…

 

-¡Levántate, zorra! –ordenó. Como no me moví, enredó de nuevo sus manos en mi pelo y me obligó a incorporarme a penas, no podía erguirme.

 

Me empujo, de nuevo.  Pegué contra la pared de al final del pasillo y di un paso al frente para no sentir la textura fría.

 

-Me engañas… -susurró.

 

-No, Paul… -no me dejó hablar. Alzó una mano. Y aunque estaba a un metro de él, cerré los ojos. Al no sentir el golpe, los abrí de nuevo

 

-¡¡¡Tú me engañas!!! -gritó acercándose a mí, con sus ojos llenos de furia.

 

- Claro que no, por favor... Sabes que jamás lo haría. Yo te quiero. -lágrimas corrían por mis mejillas. Dios… ¿cuánto más tendría que aguantar esto?

 

- Mentira... ¡Me engañas!... ¡Te revuelcas con el primero que se te aparece! -volvió a gritar empujándome contra la pared. Mis músculos no reaccionaban, estaba asustada, no era la primera vez que lo veía así, pero hoy estaba peor. Mucho más enfadado que las veces anteriores.

 

- Eso no es cierto... -lloré, las palabras salían entrecortadas de mi boca. Casi forzadas.

 

- ¡¡¡Eres una cualquiera!!! – Gritó de nuevo y estampó su puño contra mi mejilla. Lo último que sentí fue la sangre saliendo de mis labios.

 

En mi oscura mente, inconsciente, creí oír una puerta abrirse de par en par, gritos, golpes, cosas cayendo y haciéndose añicos, más gritos y más golpes. Quería abrir los ojos pero mi cuerpo estaba recio a obedecerme. No lo forcé.

 

Más golpes.

 

Más gritos.

 

Golpes.

 

Gritos.

 

Nada.

 

Dejé de escuchar, intenté de nuevo abrir los ojos. Mis párpados cedieron esta vez, por una rendija entre mis pestañas traté mi mirar lo que pasaba, pero no distinguía nada, nada que no fueran unas luces rojas y azules, nada más. Oía voces, mucho barullo. ¿Qué pasaba?

 

Entonces el suelo se desvaneció bajo mi cuerpo, estaba flotando, no entendía nada, pero una voz en mi oído me tranquilizó, o al menos eso creo. Ni siquiera sé que dijo, pero esa voz la reconocía, aún en mi estado zombie, sabía quién era. Anthony.

 

Sentí movimiento, y como era depositada en una mullida cama, ¿cama? ¿Acaso estaba dormida? No, imposible.

 

Mi mente protestó por el esfuerzo que estaba haciendo en querer averiguar qué sucedía y se sacudió. Yo dejé de intentar y suspiré.

 

Creí oír antes de caer de nuevo en la inconsciencia la voz de Anthony susurrar algo así como: Lo siento tanto, Bella. Estarás bien ahora, lo prometo. Yo te cuidaré.

 

.

.

.

Lo sé, dirán: ¡Esta mujer no viene nunca y cuando viene nos trae esto! Lo siento amores, de verdad. El cole me consume.

Espero con ansias, les haya gustado el capítulo, me costó muchísimo escribirlo.

Las adoro,

Prin.

Capítulo 10: En la piel de Paul. Capítulo 12: Edward Cullen.

 
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