Suavemente, me matas (+18)

Autor: LauraAtenea
Género: + 18
Fecha Creación: 15/03/2013
Fecha Actualización: 05/05/2013
Finalizado: NO
Votos: 18
Comentarios: 45
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Capítulos: 7

Bella Swan vive entre lujos, en una jaula de cristal. Desde que se murió su madre vive entre la espada y la pared, sometida por la ira de su padre y perseguida por su pasado. La vida de Bella cambiará de manera radical cuando su padre decide hacer negocios con su peor enemigo, Edward Cullen. Un hombre hecho a sí mismo, autoritario y dominante al que sólo le mueve un sentimiento: la sed de venganza.

— Eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mí, lo harás. Y si quiero que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...

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Capítulo 7: Capítulo 6 En el Territorio de la Bestia

CAPÍTULO 6 EN EL TERRITORIO DE LA BESTIA

Esta vez procuré levantarme a tiempo. Necesitaba relajarme; un baño en el jacuzzi hubiera sido lo ideal para mi estado, pero ahora no había tiempo para eso. Así que me limité a meterme en esa ducha enorme y regular el agua para que estuviera todo lo caliente que permitiera mi piel. Estaba exhausta por el engarrotamiento del que había sido víctima esta noche. Sí, había conseguido dormir un poco...pero eso no aliviaba todo lo que había sentido la noche anterior.

Era oficial. Edward podría saltar en cualquier momento sobre mi...y ya no sabía si eso era bueno o malo. Era evidente que Edward era un hombre extraordinariamente atractivo y muy, muy guapo...peligroso, también...

El agua caía por mi espalda, arqueándome al sentir con placer el agua mientras acariciaba mi piel. Un dedo...simplemente un dedo suyo sobre mi piel había hecho que me estremeciera. ¿Cómo era eso posible? Desde que pasé la pubertad y la adolescencia siempre vi a los hombres en general como una amenaza en potencia. A Edward no es que le viera como una amenaza; le veía como una bomba de hidrógeno a punto de explotar. Pero aún así había algo en el que me hacía querer mirarle una y otra vez, aunque fuera para ver esa sonrisa burlona e irónica y esos ojos calculadores.

Era algo como...adictivo.

Por Dios, Bella...¿en qué demonios estas pensando? Edward me había traído aquí prácticamente contra mi voluntad para ser una especie de muñeca para él, para que jugase conmigo a su voluntad...y yo aún veía a este hombre adictivo. Definitivamente algo no estaba bien conmigo. No era lógico que me sintiera así con ese desalmado...Mierda, y aún era muy pronto para sentir los efectos del síndrome de Estocolmo...

Salí de la ducha para secarme el pelo. Me maquillé y me vestí pulcramente, como siempre. Me puse un vestido recto por encima de la rodilla de color azul y una chaqueta negra. Sentí un extraño cosquilleo cuando me calcé de nuevo los zapatos negros que llevé ayer. Edward quería que llevara zapatos de tacón altos...sí, bueno...y lencería fina. ¿Es que eso de los tacones era una especie de fetichismo? Tonta, Bella...pues claro...

Agité la cabeza para aclararme las ideas y bajé decidida hasta la cocina. Había superado muchos momentos difíciles a lo largo de mi corta vida que me habían hecho fuerte, aunque jamás pude demostrar al mundo esa fortaleza, ahí estaba...Me repetí interiormente una y otra vez que yo era fuerte, como si fuera un mantra...hasta que llegué a la cocina.

Suspiré de alivio cuando vi que Edward no estaba.

Emily me sonrió y me sirvió un zumo como el de ayer y un par de tostadas. Me senté muy relajada a comer tranquila sin la presencia intimidante y poderosa de Edward, así que paladeé todo lo que me sirvió Emily. Cerré los ojos de gusto cuando sentí la mermelada de fresa en mi boca, mmmm.

—Da gusto verte comer así, Isabella.

Abrí los ojos de golpe cuando sentí el aliento de Edward en mi oreja. Casi podía tocar mi piel con sus labios. Me relamí como pude la mermelada de mi boca y me limpié rápidamente con una servilleta. Por el rabillo del ojo vi cómo Edward sonreía de lado.

—Si vuelves a lamerte así los labios puede que salte sobre ti, Isabella – se separó de mi y se sentó en la silla de enfrente.

Sentí que mi cara ardía por la vergüenza. Esa palabras...y delante de Emily...Miré de reojo para comprobar si había oído el monólogo de Edward...No. Al parecer Emily estaba metida de lleno en su trabajo. O no lo había oído o no lo había querido oír. Como fuera. El momento vergonzoso le acababa de pasar igual...

—Pareces hasta inocente cuando te sonrojas...lo haces muy a menudo – dijo mientras bebía de su taza de café. Emily se marchó de la cocina dejándome sola ante el peligro.

—No...no lo puedo evitar...No es algo que yo controle – por desgracia...

—El trece de septiembre hiciste veintiún años – le miré con el ceño fruncido – Se muchas cosas de ti, no creas que meto a cualquier persona en mi casa...— suspiró – Como te decía...tienes veintiún años y una experiencia que te avala...¿y aún así te sonrojas? — fruncí los labios. Dejó la taza encima de la mesa de cristal y se apoyó contra ella para acercarse a mi – Dime una cosa...¿cuántos amantes has tenido? — me sonrojé aún más cuando oí esas palabras. ¿A qué venía eso ahora?

—No...no, no...eso pertenece a mi vida íntima…— dije apretando la mandíbula. Edward entrecerró los ojos con dureza.

— Cuando te pregunte algo, me contestas...sea la pregunta que sea – gruñó — ¿Cuántos? ¿Más de veinte? —abrí los ojos horrorizada — ¿Diez, más o menos? —negué mortificada — ¿Acaso ahora me vas a decir que eres virgen? —rio sin ganas – Isabella, no me jodas...— parpadeé rápidamente...esa palabra malsonante de la boca de Edward no sonaba tan mal...

— No, evidentemente no soy virgen pero...— Emily volvió a la cocina.

— Schhh – espetó Edward – Seguiremos con esta conversación más adelante. Ahora vámonos, llegamos tarde.

Me metí en ese coche de nuevo con el corazón encogido. ¿Por qué demonios Edward me habría hecho esa pregunta? ¿Tendría relevancia para él mi supuesta lista de amantes? No comprendía cómo una persona podía hacer una pregunta tan personal e íntima sin avergonzarse siquiera. Cuantos amantes he tenido...¿Más de veinte? Por el amor de Dios, ¿es que Edward se pensaba que yo era una cualquiera? ¿Pensaba que me acostaba con todo bicho viviente con pene? Pues al parecer, sí...

Y luego estaba el otro tema. ¿Hasta cuanto habría investigado Edward sobre mi? Podía ver normal e incluso lógico que Edward quisiera saber sobre mi vida antes de meterme en su casa, pero...¿hasta dónde había llegado? ¿Sabía los empastes que tenía en mi boca?

Desnuda y sola. Así es como yo me sentía a su lado. Y eso que apenas había pasado cuarenta y ocho horas en su casa.

Y para colmo el tráfico era horrible. De nuevo nos habíamos metido de lleno en el Distrito Financiero, o al menos lo estábamos intentando ya que un tapón de coches, motos y taxis y semáforos en rojo nos lo estaba impidiendo. Atravesar Wall Street parecía una odisea, pero al final Seth lo consiguió. Paró el coche cuando llegamos a la calle Nassau; al bajarme comprobé que desde dónde estábamos se veía el edificio de La Bolsa. Impresionante.

Como igual de impresionante era el edificio que tenía ante mis narices. Al menos debía de tener unas sesenta plantas, todo hierro y cristales pulcramente pulidos y brillantes. Sencillo y a la vez robusto. Justo encima de las puertas giratorias, y en letras plateadas y finas, se podía leer Cullen Inc. ¿Todo el edificio le pertenecía a Edward? ¿Cuántas personas podían trabajar aquí...para él? Y eso sólo en Nueva York...ugh...sentía que me mareaba por momentos...

El hall del edificio era impresionantemente enorme y sencillo. El suelo y las paredes de mármol relucían como condenados. Y al parecer la entrada era casi infranqueable para alguien de fuera; los trabajadores tenían que pasar por un detector de metales y dejar sus bolsos y mochilas en una cinta con escáner para objetos. Después de eso tenían que pasar por unos tornos que solamente te permitían la entrada pasando una identificación personalizada con foto y documento de identidad. Eso sin nombrar a los numerosos vigilantes de seguridad que se paseaban de arriba abajo.

Un vigilante se acercó a mi con rapidez al ver que pasaba detrás de Edward por una puerta que ponía "Prohibido el paso, sólo personal autorizado".

— Señorita, debe usted pasar por el detector y después solicitar una tarjeta de visitante y...

— Y viene conmigo – le cortó Edward. El hombre pareció palidecer cuando le vio.

— Lo...lo siento, señor Cullen...

— La señorita Swan tiene acceso a las instalaciones de manera libre, ¿entendido? —el hombre asintió incapaz de abrir la boca para hablar.

La gente miraba a Edward...y me miraba a mi. No podía saber lo que se les estaba pasando por la cabeza al verme, pero a juzgar por sus caras no eran pensamientos buenos. Independientemente de la enemistad personal de Edward con mi padre, éramos la competencia. No era muy normal ver a tu jefe pasearse con total tranquilidad con la hija de tu archienemigo...

Cuando llegamos a los ascensores pude ver la distribución del edificio y era increíble. Al parecer Edward tenía una infinidad de empresas de varios sectores...Una cosa estaba clara, Edward Cullen era un titán en cuanto a negocios se refiere...La Bestia, ¿no?

Una vez dentro del ascensor las conversaciones de los empleados cesaron en cuanto vieron que Edward entraba con ellos. A esto le llamaba yo ser un corta rollos...Edward sonrió de lado mientras negaba con la cabeza, como si estuviera disfrutando de un chiste que sólo él conocía...Se acercó a una chica más o menos de mi edad que no sobrepasaba el metro cincuenta; la cara de la chica era un poema.

— Perdona...— la chica dio un respingo cuando Edward habló mientras un sonrojo se hacía dueño de su cara. Oh, al menos no era yo la única — ¿Puedes pulsar la última planta? — dijo señalando con la barbilla al panel del ascensor.

La chica pulsó con rapidez el botón y luego le miró con ojos de carnero a medio morir, como si recibir una frase de la boca de Edward fuera lo mejor de su día...Quien sabe, quizás eso fuera cierto. Sí, sí...el poder de Edward Cullen...

Según íbamos subiendo el ascensor se iba quedando vacío, así que los dos últimos pisos fuimos totalmente solos.

— En los dos últimos pisos se encuentra la sala de junta de directivos, dirección de recursos humanos y mi despacho. Aquí sólo suben los empleados cuando se les entrevista para trabajar aquí o cuando han cometido algún error – me explicó Edward. De verdad, no me gustaría ser uno de esos trabajadores que cometen errores.

Al salir del ascensor me encontré con un gran pasillo; el suelo era de madera brillante y las paredes estaban pintadas en un tenue color beige. Una gran recepción con una mesa acristalada y una mujer de unos treinta años y con un auricular en la oreja nos dio la bienvenida.

— Buenos días, señor Cullen. Señorita...— me saludó con la cabeza.

— ¿Han llegado ya? — la mujer alzó las cejas.

— ¿Va a hacer usted las entrevistas? — Edward sonrió enseñando todos sus dientes.

— Oh, sí...traigo un poco de ayuda extra para eso...— la mujer puso cara de total confusión, aún así, asintió.

— Aún es pronto...— dijo mirando su reloj – No tardarán mucho en venir...en cuanto lleguen las mando a su despacho.

Edward asintió y siguió con su camino. Atravesamos el largo pasillo hasta llegar a una enorme doble puerta de madera con acabados modernos en el que ponía su nombre; comprobé que justo al lado del marco de la puerta había otro teclado numérico. Fuera, justo al lado de la puerta y en frente de unos sillones de cuero negros , había una enorme mesa también de cristal equipada con todo lo que necesitaría una secretaria, ordenador, fax, teléfono, impresora...pero estaba vacía.

Edward tecleó una contraseña. La puerta se abrió con un sonido sordo y me dejó pasar. Por Dios, esto no era un despacho, esto era como un apartamento. El escritorio de caoba de Edward estaba justo en frente de un ventanal que ocupaba casi toda la pared ofreciendo unas vistas impresionantes. Las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos y con estanterías llenas de tomos y libros perfectamente ordenados. Un enorme sillón de cuero del mismo color de los que había fuera completaba la decoración del despacho. Me quité la chaqueta ya que hacía calor. Edward se apoyó con la cadera en su mesa y me miró de arriba abajo. Ahí vamos de nuevo...O me ignora o no deja de mirarme...Me avergoncé interiormente cuando recordé que anoche me vio semidesnuda. Ropa interior y tacones...y ahora me estaba mirando exactamente como lo hizo anoche... El sonido del teléfono hizo que Edward centrara su atención en él.

— Bien...hazlas pasar – dijo Edward mientras me miraba – Vas a ayudarme, Isabella – le miré confundida – Como habrás comprobado no tengo secretaria...la que tenía ha dejado el país por motivos personales, así que me vas a ayudar a elegir una...— fruncí el ceño.

— No se en qué puedo ayudar yo...— Edward alzó la barbilla.

— Lo harás...— me tendió una carpeta de color negro – Revisa fuera estos curriculums mientras yo las voy entrevistando. Quiero tu opinión...Ahora sal y dile a la primera chica que entre.

¿Podía hacer otra cosa? Esto resultaba hasta sencillo...dar mi opinión...Suspiré y salí al puesto de secretaria. Fuera había cinco chicas, todas perfectas, altas, con melenas largas y cuerpos de infarto. ¿Es que tener medidas de modelo era imprescindible para trabajar con Edward? ¿Eran modelos o secretarias? Abrí la carpeta y cogí el primer curriculum.

— Lauren Scott – la aludida le levantó del sofá y se alisó las arrugas inexistentes de las cortísima falda que llevaba para entrar en ese despacho con un estudiado movimiento de caderas.

Negué con la cabeza mientras me metía de lleno en la lectura de esos documentos. El primer curriculum, el de la tal Lauren...bueno, a eso no se le podía llamar curriculum. No había acabado el secretariado y no tenía experiencia en ningún puesto similar. De hecho, no tenía experiencia. Así pasó, la chica salió diez minutos después, eso sí...con los ojos como platos.

— Oh, Dios...— le susurró a otra de las chicas – Es guapísimo...

— ¿De verdad? — la otra asintió como una posesa – Oh...estoy deseando de entrar...

— Bree Tanner – dijo con fuerza para interrumpir el "dialogo" de esas dos muchachas.

El resto de los curriculums eran parecidos al primero. Casi ninguna tenía experiencia laboral en un puesto así, algunas no habían acabado los estudios y otras estaban más pendientes de su brillo de labios que de cualquier otra cosa. Ahí estaban esas cinco chicas, hablando de las bondades de Edward Cullen como si fueran malditas quinceañeras...

El teléfono de la mesa comenzó a sonar. Dudé antes de cogerlo...al final descolgué el auricular.

— Isabella, pasa a mi despacho.

Recogí las hojas y pasé al despacho de Edward. Estaba sentado en su gran sillón giratorio detrás de su escritorio.

— ¿Y bien? — suspiré mientras dejaba la carpeta sobre su mesa.

— La única que tiene un curriculum un poco más decente es Bree Tanner...— Edward sonrió.

— ¿La morena de pelo rizado y silueta bonita? — no se por qué, pero no me gustó como sonaron esas palabras...

— Sí, supongo...— murmuré.

— Sal y hazla pasar...a las demás las despides.

El por favor y el gracias al parecer se quedaron atrás en el vocabulario de Edward...Salí para obedecer a Edward. Despedí a las chicas e hice pasar a la tal Bree; la cara de ilusión de esa muchacha era equivalente a la de una mañana de Navidad de un niño. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Esperar? Volví a sentarme en esa cómoda silla y miré hacia los lados. En todo el tiempo que llevaba aquí no había visto pasar a nadie. Tan sólo se oía el sonido vago de la centralita de la entrada a los lejos. Quizás la emoción estaba al otro lado del pasillo...o no.

No se cuanto tiempo pasó exactamente, quizás diez minutos, cuando la puerta se abrió de nuevo. Me quedé con la boca abierta con lo que vi. Bree, la nueva secretaria en potencia, salió del despacho de Edward colocándose la falda y limpiándose el brillo de labios emborronado. Su cara de idiota y los indicios que vi me llevaron a la clarísima conclusión de lo que había pasado ahí dentro. Y de nuevo sin saber por qué se me revolvió el estómago. Estaba más que claro que Edward y ella habían tenido más que palabras ahí dentro. Delante de mí, mientras yo esperaba fuera. ¿Qué demonios era todo esto? La chica pasó por delante de mí, parpadeando aún como si no se creyese lo que acababa de ocurrir ahí dentro. Se perdió por el pasillo como alma que lleva al diablo. Corre, bonita...corre. ¿Por qué? ¿Por qué me había sentido tan mal repentinamente?

El teléfono volvió a sonar, pero esta vez me costó reaccionar. La voz de Edward al otro lado de la línea sonaba un poco enfadada.

— Entra – gruñó.

Chasqué la lengua cabreada conmigo misma por la rabia que sentía en estos momentos y me aguanté las ganas de golpear la mesa. Me iba a comprar ropa interior de seda y zapatos altos porque le gustaban...pero se morreaba con la que iba a ser su nueva secretaria. Me pareció que todo esto era asqueroso. Realmente asqueroso.

Cuando entré por enésima vez en ese despacho Edward ya no estaba sentado. Su corbata estaba un poco floja y su pelo un poco más desordenado. Y se estaba limpiando los labios de brillo con un pañuelo blanco. Mierda...

— ¿Te gusta la nueva secretaria? — me preguntó mientras se acercaba a mi.

— Creo que yo no debería mezclarme en los temas de tu empresa – Edward frunció el ceño.

— Yo te diré en lo que te tienes que mezclar o no, Isabella...¿Te convence la chica para ser mi secretaria? — apreté la mandíbula.

— Estoy segura de que puedes encontrar algo mejor – Edward sonrió, como si estuviera satisfecho con mi respuesta.

— Y yo siempre quiero lo mejor...

Edward se sentó en su sillón y marcó en el teléfono con total tranquilidad.

— Tayler, ¿eliges a las chicas por su trayectoria profesional o por su talla de sujetador? —abrí mucho los ojos – No vuelvas a mandarme semejantes curriculums o yo mismo tendré que buscarme un nuevo director de recursos humanos, ¿entendido? —gruñó– Ahora haz bien tu trabajo y llama a Tanya Denali...sí, la misma...¿Acaso conoces a otros Denali? Llámala y contrátala. Que empiece mañana mismo – colgó el teléfono con demasiada fuerza.

Se levantó lentamente de su sitio y se puso frente a mí. Personalmente no entendía nada de lo que estaba pasando. Tenía un lío bastante potente en mi cabeza...Y más aún cuando Edward se colocó detrás de mi y me apartó el pelo; pude sentir su respiración en mi nuca...y el corazón en los oídos.

— ¿Te ha molestado lo que ha pasado aquí dentro con Bree, Bella? — apreté los labios aprovechando que Edward no me veía. Pasó sus manos por mi cintura. Oh, Dios...— Estás temblando – murmuró, aunque no dejó sus manos quietas. Me acarició el pelo, apartándolo de nuevo de mi piel, rozándome en el proceso – Contesta, ¿te ha molestado?

— No debería de molestarme – Edward se pegó a mi cuerpo dejándome sentir algo duro contra mi espalda baja. Cielo santo...Me mordí el labio inferior para no gritar.

— No me gustan los rodeos. Contesta a mi pregunta, Isabella...¿te ha molestado? — se acercó aún más a mi cogiéndome de la cintura, su pecho y su cadera completamente pegados a mi espalda.

— Sí – susurré para acabar con esto de una vez.

— Muy bien...— se alejó de mi un poco – Me alegro de eso, Isabella...— me giró de un rápido movimiento para quedar justo frente a él – Porque siempre quiero lo mejor – susurró.

— ¿Te...refieres a la...nueva secretaria? — balbuceé esperando olvidar el momento bochornoso que había pasado segundos antes reconociendo lo del incidente.

— No...me refería a ti – abrí los ojos – Tu pelo es más suave que el de esa chica y tu cuerpo es mucho mejor...de todos modos ya lo comprobaré a fondo dentro de poco.

— No entiendo nada – musité – No entiendo por qué ayer firmé un contrato de confidencialidad para no contar nada de lo que supuestamente...pase...Y ahora tú te...lías con una posible trabajadora tuya...no entiendo...

— A ver...por partes. No entiendes por qué me he...besado con esa chica, ¿cierto? —agaché la mirada, aunque Edward me alzó la barbilla con dos dedos – Para demostrarte realmente que no tengo problemas con el género femenino – dijo sonriendo irónicamente – Y tranquila...esa chica no va a abrir la boca por su bien. Se mantendrá callada si es que quiere trabajar en algún lugar comprendido de Manhattan y alrededores.

Recordé las palabras de nuestra conversación de ayer por la noche. ¿Había hecho todo esto para demostrarme el poder que tenía con las mujeres? No me lo podía creer. Me sentía un poco imbécil en medio de ese enorme y lujoso despacho. Había montado el número con esa pobre chica simplemente para hacerme tragar mis palabras. La había amenazado para que no dijese nada...Sin duda Edward Cullen era retorcido.

— Como te he dicho antes, no me gustan los rodeos, Isabella. Ambos sabemos que tu vas a acabar en mi cama – mi cuerpo se agitó al oir esas palabras – por voluntad propia...

— No...no, no...creo que te confundes conmigo...

— Yo nunca me equivoco, Isabella...— paseó su mirada por mi cuerpo – Reúnes las condiciones que me gustan en una mujer. Eres morena...me gustan las morenas – cogió un mechón de pelo y lo enroscó en su dedo mientras yo sentía que el corazón se me salía del pecho – Tienes un cuerpo perfecto, eres obediente...y a mi me gusta mandar – se encogió de hombros – nos podemos compenetrar bien...creo que ese punto es importante. Además...eres prohibida. Eres la hija de mi mayor enemigo...eso lo hace todo más interesante aún – negué con la cabeza.

— ¿Me estás haciendo esto porque soy la hija de Charlie Swan? — Edward endureció la mirada de repente como si sólo el hecho de escuchar el nombre de mi padre le revolviese las entrañas.

— No. Te estoy haciendo esto porque me pones...me excitas...creo que ya has comprobado lo que me provocas – cerré mi boca de golpe al recordar esa dureza contra mi cuerpo – aunque en parte...tienes razón – dijo paseándose de arriba abajo por su despacho – Reconozco que encuentro una oscura satisfacción en someter a la hija de mi enemigo...

Me quedé sin palabras cuando oí someter...¿dónde demonios me estaba metiendo? A cada hora, cada minuto que pasaba más me adentraba en el territorio de la Bestia...y no había vuelta atrás.

— No...eso no va a pasar – susurré.

Edward dejó de moverse y me miro fijamente. Lo que pasó a continuación aún no me lo explico; caminó rápidamente hasta mi, me cogió con fuerza por la mandíbula inferior, justo en la curvatura de mi cuello echando mi cabeza hacia atrás mientras que su otra mano se posicionaba en mi cintura. Pegó su cuerpo al mío totalmente dejándome sentir de nuevo su...erección, esta vez en mi estómago.

— Va a pasar, créeme. Y mucho antes de lo que tu te piensas – su aliento fresco me rozaba los labios de una manera pecaminosa. Por no hablar de esa parte de su cuerpo que sentía contra mi vientre en todo su esplendor – Sientes curiosidad por mi...y por como se sentiría mi polla entre tus piernas, Isabella – empujó sus caderas contra las mías. El gemido bajo que se escapó de mis labios sonó incluso lastimero – Me deseas...el problema es que aún no te has dado cuenta...quizás necesites un incentivo de lo que puedo hacer contigo...

Apretó un poco su agarre en mi cuello y echó mi cabeza aún más hacia atrás, exponiendo mis labios a su boca. No, no, no...Iba a besarme. Esos labios carnosos y lujuriosos se acercaban a los míos como si se tratase de una cámara lenta. O al menos esa era mi sensación. Pero no. Al final no me besó.

Me mordió. Edward me dio un mordisco suave en mi labio inferior, tirando con un poco de fuerza de él, haciendo que me deshiciera completamente. Sonrió al ver la expresión de mi cara. Esto estaba mal...estaba mal porque hacía unos minutos él se había besado con otra mujer...

— Has besado a esa chica – murmuré muy cerca de sus labios antes de que me besara de verdad. Edward endureció su mirada y se alejó unos centímetros de mi, aunque sin soltar su agarre.

— Según tu...no debería de importarte.

— Es asqueroso. Primero ella y luego yo...

— ¿Quieres exclusividad? — dijo con esa sonrisa burlona – No juegues conmigo, Isabella – susurró.

Unos golpecitos en la puerta me salvaron del lío en el que yo sóla me había metido. Edward me soltó de manera suave y yo aproveché para acariciarme donde había estado su mano. No me había hecho daño ni mucho menos...pero me había sentido un poco extraña al sentirme en cierta manera expuesta y vulnerable ante él. No extraña, exactamente.

Me había sentido excitada. Por sus actos, por su cuerpo y por sus palabras.

Esto no era bueno...nada bueno. Se podía decir que esta sensación era nueva para mi, lo que había podido sentir con anterioridad no tenía nada que ver con esto. Calor, fuego, deseo...aunque esto estaba mal, era lo que sentía. Y lo peor de todo es que sabía que no serviría de nada revelarme contra Edward porque tenía todas las de perder.

Edward se pasó las manos por el pelo y suspiró.

— Pasa, Alice...

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Hola! Siento mucho el retraso, he estado con problemas de salud...pero como ya he dicho en Mi Profesora...espero poder actualizar cada dos días. Un saludo!

Capítulo 6: Capítulo 5 Pactando con el Diablo

 
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