Suavemente, me matas (+18)

Autor: LauraAtenea
Género: + 18
Fecha Creación: 15/03/2013
Fecha Actualización: 05/05/2013
Finalizado: NO
Votos: 18
Comentarios: 45
Visitas: 18792
Capítulos: 7

Bella Swan vive entre lujos, en una jaula de cristal. Desde que se murió su madre vive entre la espada y la pared, sometida por la ira de su padre y perseguida por su pasado. La vida de Bella cambiará de manera radical cuando su padre decide hacer negocios con su peor enemigo, Edward Cullen. Un hombre hecho a sí mismo, autoritario y dominante al que sólo le mueve un sentimiento: la sed de venganza.

— Eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mí, lo harás. Y si quiero que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...

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Capítulo 5: Capítulo 4 Hacia lo desconocido

CAPÍTULO 4 HACIA LO DESCONOCIDO

 

 

Tres centímetros.

Estaba a menos de tres centímetros del intimidante Edward Cullen. A tres centímetros de sus verdes ojos intensos, a tres centímetros de sus labios entreabiertos. Oh, no...Me retiré de golpe saliendo casi por completo del coche haciendo que Seth se sobresaltara. El pobre me estaba mirando sin entender lo que me pasaba...vale, ni yo misma lo sabía...Sentía que el corazón me golpeaba con fuerza el pecho. Bum, bum, bum... ¿Iba a ser así durante los siguientes doce meses?

— ¿Pasa algo, señorita Swan?  —me preguntó Seth – Si se ha olvidado algo en su casa puedo ir a por ello – miré al agradable chico y le sonreí, o al menos lo intenté.

—No, no...quizás estoy un poco nerviosa...

—Isabella – sentí que un escalofrío me recorría la espalda cuando oí cómo me llamaba Edward. Había dicho mi nombre saboreando la última sílaba haciendo que me sonara mucho mejor de lo que en realidad me gustaba – Me gustaría llegar a Nueva York este año – dijo de manera sarcástica.

Vamos, Bella...eso es...coge aire...Respiré hondo y me metí, al fin, en el bendito coche. En un acto totalmente inconsciente me senté lo más alejada posible de Edward. ¿Por qué demonios me tenía que comportar de esta manera tan torpe? Oh, sí...quizás porque no sabía que tipo de futuro me podía deparar el estar al lado de este hombre...

—Isabella...

— ¿Qué? —mi voz sonó como si fuera una soprano; demasiado agudo.

—El cinturón – dijo señalando con la barbilla a mi asiento.

Oh, sí...el cinturón...Me lo puse rápidamente y me limité a mirar hacia la ventana mientras jugaba con los dedos de mis manos. Era consciente de que Edward me estaba mirando justo ahora, por eso no quería hacer ningún movimiento; las palabras de mi padre me habían tocado la fibra. Era una Swan...y a Edward Cullen no le gustan los Swan...pero había impuesto que me fuera a vivir con él durante un año a cambio de salvar la empresa de mi padre. Siendo sinceros...esto no pintaba nada bien. Y lo peor de todo es que sentía que no sabía nada de la historia. Iba totalmente a ciegas.

Respiré un poco más tranquila cuando el coche al fin se puso en marcha; miré con cierta nostalgia a mi casa. Sinceramente no echaría mucho de menos la ira de mi padre. En cambio se me rompía el corazón por Matt, no iba a poder aguantar sin estar tanto tiempo sin verle. Mi padre apenas tenía trato con él, y eso lo agradecía porque así no tendría que aguantar sus malas caras. Al menos Sue estaría con él cuidándolo y protegiéndolo. Sólo esperaba que cuando terminara con esto y fuera...libre, al fin acabaran todas mis ataduras.

Apenas había veinte kilómetros desde mi casa hasta el aeropuerto Internacional de Seattle. Edward se dedicó en todo momento a atender llamadas de teléfono, a consultar datos en un pequeño portátil y a contrastarlos con un montón de folios con información que llevaba sobre su regazo. Aunque estaba haciendo tres cosas a la vez lo tenía todo bajo control, como si no supusiera un esfuerzo para él mantener la atención fija en tres puntos diferentes.

Estaba tan absorto en su trabajo, sus ojos verdes clavados en la pantalla de ese notebook, que me animé a mi misma a mirar a ese hombre de cerca. No llevaba puesta la chaqueta del traje negro que vestía y su camisa blanca y sin corbata se abría de manera amenazante al no llevar los dos últimos botones abrochados. Bajo esa fina tela se podía averiguar una piel pálida y nívea. Sus manos escribían con rapidez sobre el teclado, esos largos dedos tecleando una y otra vez en un movimiento casi hipnótico...tenía que reconocer algo avergonzada que sus manos me encantaban. Fuertes, varoniles...rápidas...pero a la vez delicadas. Y esa cara...esa cara parecía que estaba esculpida por los mejores artistas del renacimiento italiano; desde sus largas y espesas pestañas hasta la casi imperceptible barba que le estaba creciendo. Todo en Edward Cullen parecía delicado, aunque estaba segura que bajo esa delicadeza se escondía algo salvaje y oscuro...una bestia como bien me había dicho Jacob. Alguien que obligaba a una persona a vivir bajo su techo para vete tu a saber qué no podía esconder nada bueno.

—Mirar fijamente a las personas es de mala educación, Isabella...— oh, mierda...ahí estamos de nuevo. Le miré de lado mientras Edward me ofrecía una sonrisa sarcástica de las suyas – Tengo entendido que has ido a los mejores colegios privados...esa es una norma básica de educación – apretó los labios haciendo que esa carne rosada y carnosa se moviera de manera pecaminosa.

—Lo siento – murmuré. Edward entrecerró los ojos.

—Vaya, vaya...al fin escucho tu voz...—me miró detenidamente – Hasta ahora sólo te he oído hablar con monosílabos – dijo mientras volvía a escribir en su notebook – Por un momento creí que el gato se te había comido la...- me miró durante una fracción de segundo hacia la boca – lengua – susurró; cerré los ojos ya que ese susurro había provocado que los vellos de la nuca se me erizasen.

—No...no es eso – musité – Realmente no se muy bien lo que hago aquí...estoy muy confundida...

—Muy pronto sabrás para qué te he traído conmigo – dijo de manera despreocupada.

No dijo nada más ni volvió a mirarme durante el resto del corto trayecto, gracias a Dios. Su voz, esa aterciopelada voz parecía que hacía eco en mis malditos oídos. No sabía lo que me pasaba, me sentía intrigada y puede que un poco fascinada por el hombre que tenía a mi derecha...pero también me sentía intimidada...muy intimidada.

Cuando llegamos al aeropuerto Seth se encargó de nuestras maletas. En vez de facturar en el mostrador en el que lo hacía todo el mundo, Seth se llevó nuestras maletas hasta otro stand donde se entretuvo a hablar con una azafata de tierra. A los pocos minutos volvió con una sonrisa en la cara.

—Señor Cullen, el avión ya está preparado. También están entregadas las llaves del coche de renting – Edward asintió.

—Vamos.

Edward me cogió ligeramente del hombro y me animó a caminar a buen paso por la terminal del aeropuerto. Me di cuenta de que mucha gente, en concreto muchas mujeres, miraban a Edward. No me extrañaba, estaba rodeado por esa aura de grandeza. Me pareció ver que su ego rozaba el techo del aeropuerto.

En vez de ir hacia el pasillo de las salidas nacionales nos desviamos hacia un pasillo que rezaba "Vuelos privados". Ugh. Había tenido la esperanza de poder relajarme en serio durante las horas que durara el vuelo hasta Nueva York. Pues no. Iba a tener que compartir un espacio reducido con Edward, a más de diez mil metros de altura. Eso era genial...

Tras cruzar el pasillo de embarque, aún con la mano de Edward en el codo, bajamos por unas escaleras hasta la pista donde se encontraban los jet privados. Iban desde pequeñas avionetas hasta un air bus modificado. El dueño de ese avión podría vivir ahí dentro sin problema...era increíble...

El jet de Edward era un punto intermedio; se trataba de un jet de unos quince metros de largo, de color blanco y con las letras Gulfstream G100 pintadas en azul en el fuselaje posterior. Un hombre vestido de piloto y que se presentó como Jason Melborn, nos ayudó a subir las pequeñas escaleras del no tan pequeño avión...

Me quedé de piedra cuando vi el interior. El avión no poseía los asientos típicos y tradicionales de cualquier compañía aérea. Los ocho sillones que había, parecían mullidos y cubiertos de cuero beige y poseían una pequeña mesa de madera fina y brillante por cada dos asientos; por favor, más que asientos de avión parecían sofás relajantes con masaje...El suelo estaba cubierto de moqueta marrón y al fondo se podía ver una puerta, seguramente el baño. La cabina del piloto estaba separada por una cortina marrón de tela elegante. Todo en este avión era elegante, como no podía ser menos. Me acerqué a una de las mesas y acaricié con sumo cuidado la superficie lisa y suave; los acabados eran espectacularmente finos. Mi padre se moriría si viera el avión de Edward...

—Es increíble, ¿a que sí? - miré hacia atrás para encontrarme a Seth con una gran sonrisa. Parecía que estaba encantado de poder viajar en este avión.

—Y que lo digas... ¿Siempre viajas con...Edward? —el chico sonrió.

—Cuando se trata de viajes de negocios...sí. Cuando se trata de viajes por placer me da una patada en el...

—Seth – gruñó Edward a nuestras espaldas. El chico se enderezó hasta casi medir cinco centímetros más y se cuadró en una posición casi militar – Modera tus palabras, chico – dijo taladrándole con la mirada – No debes hablar así y menos delante de una señorita.

—No, no importa lo que...

—Schhhh – me cortó. Tan sólo con esa acción me dieron ganas de meterme debajo de uno de esos cómodos sillones y esconderme – Él sabe que lo hago por su bien – se giró para mirarme a mi – No permito las faltas de respeto. Me gusta que me obedezcan...en todo...quiero que vayas memorizando esa frase, Isabella...– susurró.

Edward se fue con su portátil a sentarse en uno de los sillones dejándonos a Seth y a mí en medio del pasillo. Miré a Seth y él me devolvió la mirada sonriendo, como si en vez de echarle la bronca le hubieran felicitado. ¿Acaso no había oído el tono de voz mientras se recriminaba su comportamiento?

 —Señorita Swan...creo que será mejor que nos sentemos, el avión despegará en breve...

Asentí mientras me sentaba en uno de los sillones. Edward estaba justo a mi lado, separados simplemente por el pasillo; había dejado su portátil cerrado encima de la mesa para abrocharse el cinturón. Seth se sentó detrás de nosotros enfrascado de lleno con sus auriculares y su música mientras hacía lo mismo. Me revolví un poco incómoda en mi sofá mientras abrochaba el mío para después hundirme en la comodidad del cuero...pero no pude encontrar una postura cómoda.

— ¿Te asusta volar? —miré a Edward.

—Eh...no...no mucho... ¿Esto solo lo maneja un piloto? — Edward se rascó la barbilla con el dedo índice.

—Si...

—Bien... ¿es...es seguro? —Edward se apoyó con las manos cruzadas en la mesa y luego se pasó las manos por el pelo.

—Completamente seguro...aún me quedan muchas cosas de hacer en esta vida como para desperdiciarla en un maldito accidente de avión. No te preocupes, conmigo estás totalmente a salvo...

Oh, sí...no libremos al mundo de vivir sin un Edward Cullen entre nosotros, el resto de los pequeños mortales íbamos a sufrir sin su presencia. Este hombre hablaba como si fuera especial por encima de la media...Bueno, quizás era verdad que lo era, aunque en ese momento no me iba a parar a pensarlo. El avión arrancó para poco después empezar a ganar altura. Tras ese momento de inicial tensión pude relajarme cuando el piloto nos avisó que podíamos desabrocharnos los cinturones. Entonces Edward se puso de nuevo de lleno con el portátil, con sus folios y son sus ceños fruncidos. En cierto modo me podía recordar a mi padre, siempre pendiente de las últimas cifras de la bolsa o del mercado de valores...

Estaba más que claro que no iba a mantener ni media conversación en este avión con nadie, así que me limité a hacer lo que siempre hacía en estos casos; mirar por la ventana. La única gran diferencia es que esta vez no veía coches, gente corriendo y edificios de acero retorcido y cristal; esta vez lo que estaba viendo eran nubes, solamente nubes. No había ningún rayo de sol al que pudiera agarrarme a él...mi vida, ahora mismo, era como una puñetera tormenta sin final...y eso que aún no habían empezado los truenos y los relámpagos...

Debí de dormirme porque lo que estaba viendo no era muy normal. Eran escenas muy, muy rápidas y muy extrañas. En ellas veía a mi padre ladrando ordenes como siempre, pero esta vez estaba raro...tenía algo en las manos, algo goteaba de sus dedos...Era sangre. Sangre roja y brillante que colgaban de ambas manos mientras seguía gritando una y otra vez. Gritos, muchos gritos...Quería despertarme, quería salir de ese horrible sueño...quería desatar mis manos, romper esas cadenas que me apretaban como si fueran reales. Las sentía sobre mis muñecas. Sabía que después vendría el dolor, profundo y real...no, no, no...Y un niño llorando que suponía que era Matt, y más gritos, y Edward y...

—Isabella – me desperté bruscamente para encontrarme de nuevo con la mirada intensa de Edward sobre mi – Una pesadilla – murmuró – Ponte el cinturón, aterrizaremos en breve...

Volvió a sentarse en su sillón mientras yo intentaba por todos los medios que mi respiración se normalizase al menos un poco mientras me acariciaba las muñecas; las ataduras las había sentido bien reales. Hacía muchísimo tiempo que no tenía pesadillas; al parecer tendría que decirles hola de nuevo.

Decidí centrarme en el paisaje. A medida que descendíamos se podía ver con más claridad los enormes rascacielos, esas enormes moles de hierro y cristal impresionantes. Nueva York era una ciudad que siempre me había gustado aunque no había tenido la oportunidad de visitar en profundidad; el par de veces que había viajado aquí mi padre me había tenido enclaustrada en la habitación del hotel esperando para hacer la puesta en escena con el cliente de turno...al parecer ahora me iba a cansar de Nueva York. O quizás no. Aún esperaba que Edward me explicara lo que debería de hacer...o no. Ese punto me asustaba más que nada.

El avión tomó tierra sin ningún problema, tal y como prometió Edward. No habíamos aterrizado en el aeropuerto JFK como creí que haríamos, en su lugar aterrizamos en LaGuardia, un aeropuerto de pequeñas dimensiones ideal para el jet privado de Edward. Seth caminó delante de nosotros con mis maletas y una un poco más pequeña que supuse era la de Edward.

En la entrada de la pequeña terminal nos estaba esperando un increíble Maserati Quatroporte negro. Dios mío...ese coche podía pasar como coche oficial que algún cargo importante del gobierno...Mientras Seth metía las maletas con sumo cuidado en el coche, del asiento del piloto salió un hombre alto, moreno y vestido totalmente de negro. Traje negro, camisa negra, corbata negra.

—Espero que haya tenido un buen viaje, señor Cullen – este se limitó a hacer un movimiento de cabeza como saludo – Soy Sam Conray, el jefe de seguridad del señor Cullen – e hizo una inclinación con la cabeza mientras me abría la puerta para pasar al coche.

Ugh, estaba demasiado confundida y el maldito jet lag no me lo estaba poniendo nada fácil. ¿Sam Conray? Ese hombre se apellidaba igual que Seth, así que me quedaba más que aclarado que eran familia... ¿Jefe de seguridad? ¿Pero dónde demonios me estaba metiendo para que este hombre necesitara un guardaespaldas?

Intenté relajarme contra el cuero de los asientos de ese gran y lujoso coche, pero no lo conseguí. Por el amor de Dios, ni siquiera sabía hacia donde nos dirigíamos...y mucho me temía que Edward no me lo iba a explicar porque de nuevo estaba enfrascado en sus papeles. Bien, me enteraría de a donde íbamos una vez llegásemos a nuestro destino.

Seth se puso tras el volante y Sam en el asiento del copiloto. Una vez se puso en marcha el coche bajaron una mampara negra totalmente opaca que nos aislaba de la parte delantera en su totalidad. Al menos me quedaba la esperanza de que Edward y su voz tan profundamente arrebatadora estuvieran callados y ocupados. Miré el paisaje a través de la ventanilla tintada del coche. Debido al cambio de horario aquí estaba anocheciendo, así que se podía disfrutar de ese hermoso espectáculo de las luces de Nueva York. Llegamos al puente Triborough para cruzar Randall's Island de lado a lado. No paramos hasta llegar a Central Park South, en el Upper East Side. Oh, Dios...esto era impresionante. Seth paró el coche justo en la entrada de un edificio de principios de siglo de unas diecinueve o veinte plantas.

—Hemos llegado – me dijo Edward ya que me quedé embobada mirando la fachada.

El hall del edificio era todo mármol claro jaspeado, enorme y brillante. En el medio del hall había una enorme alfombra Aubusson en tonos claros y encima, una escultura tallada en mármol. Una enorme lámpara de araña de cristal reluciente completaba el lujo de este edificio. En un mostrador enorme había un hombre con traje que saludó con una inclinación de cabeza a Edward.

¿Esto era normal? Mi padre tenía dinero. Bastante, o al menos hasta hace unos días. Pero nada se podía comparar con el lujo en el que Edward Cullen vivía rodeado. Un apartamento en esta zona de la ciudad y en este edificio podía costar unos cuantos millones de dólares. Me había quedado con la boca abierta con tan sólo ver el hall, no me quería ni imaginar cómo sería la residencia de Edward.

Ambos subimos en un ascensor recubierto de madera y espejos. Aunque había sido reformado conservaba la esencia de primeros de siglo. Edward pasó una tarjeta y pulsó el piso número dieciocho.

—El ascensor es privado. Cada propietario tiene una tarjeta como esta para poder acceder a su apartamento directamente...— se encogió de hombros – Es sólo para tu información ya que siempre irás acompañada por mi o por alguno de mis hombres...—dijo mirándome a los ojos.

Me dieron ganas de preguntarle si me estaba permitido ir al baño sola, pero mi sarcasmo hacía años que no se daba una vuelta fuera de mi boca, así que preferí no tentar la suerte. Me tragué las palabras que tenía en la punta de la lengua y miré hacia el indicador que nos señalaba por qué piso íbamos. Tras un sonoro ding el ascensor se paró en el piso dieciocho. Lo primero que nos recibió fue una entrada privada decorada por una pequeña mesa con un jarrón y un gran espejo y la puerta de entrada. Edward pulsó un código en un recuadro al lado de la puerta. Esta se abrió con un sonido sordo y automático. Al parecer teníamos aquí a un maniático de la seguridad...

Aunque las suposiciones sobre los delirios de Edward se vieron opacados cuando entré en ese fabuloso apartamento. Quizás mansión se acercaba más a la definición exacta.

Todo era increíble. El salón estaba decorado en su totalidad en blanco y negro a excepción de las pequeñas piezas de arte salpicadas allí y allá. El sofá rinconera de cuero blanco era enorme. Frente a él había una mesa baja también blanca y bajo esta, había una alfombra de pelo negra. Parecía ideal para descalzarse y andar sobre ella con los pies desnudos. Una televisión de dimensiones gigantescas presidía la sala, por no hablar del equipo de música y demás maravillas tecnológicas que inundaban el mural, también blanco. Las cortinas que cubrían los grandes ventanales también eran blancas. En un pequeño desnivel salvado por cuatro escalones había una mesa de cristal con doce sillas negras...y unas escaleras que se perdían en el piso de arriba. Edward se dio cuenta hacia donde miraba.

—El ático también es mío – dijo de soslayo sin darle importancia.

—Señor Cullen...

Me giré al oír una voz femenina a mis espaldas sin terminar de ver todos los detalles del salón. Se trataba de una mujer morena, con el pelo liso y la piel morena, de unos treinta y tantos años. Llevaba un uniforme negro, camisa y falda negra y un pequeño mandil atado en la cintura. Pude ver sus perfectos dientes blancos cuando la mujer sonrió a Edward mientras le cogía la chaqueta de las manos.

—Emily – le saludó Edward – Indica a la señorita Swan dónde está su cuarto – le ordenó –Isabella – casi me cuadré como lo había hecho Seth en el avión cuando oí mi nombre – Mañana a las nueve vendrás conmigo...tienes que firmar unos documentos – centró su atención en Emily — Tengo que ir a la oficina a preparar unos informes importantes. No vendré a cenar.

—Claro, señor Cullen.

El "señor" Cullen se marchó sin mirarme si quiera...aunque casi mejor. Se me hacía muy difícil soportar su mirada inquisidora sobre mí. Emily me miró de arriba abajo y frunció un poco los labios. Oh, empezamos bien.

—Eh...Hola...Soy Isabella Swan – la mujer asintió.

—Oh, lo se...— suspiró – Y...—miró hacia la puerta – Realmente no sé qué hace aquí – me mordí el labio.

—Yo tampoco lo se...y tampoco tengo prisa en averiguarlo – contra todo pronóstico Emily cambió la expresión de su cara y sonrió.

—No debería de haberla dicho eso, señorita Swan. Perdone mi descaro...es que...ya se sabe...La enemistad del señor Cullen con su padre es conocida por todos...

Oh, vamos...ahí estamos de nuevo con eso. ¿Podría preguntarle a alguien sin miedo sobre el tema? Quizás era mejor vivir en la ignorancia, bastante tenía con lo mío...

En el piso de abajo, a parte del salón y del comedor, no había mucho más que yo pudiera ver, sólo la enorme cocina de mármol negro y la sala de música, a la que no entramos. En el resto de la planta estaban las habitaciones del servicio, como bien había dicho Emily, que conectaban con un ascensor auxiliar y el despacho de Edward.

—En esta habitación tenemos prohibida la entrada salvo que el señor Cullen nos lo pida expresamente...aunque nunca lo ha hecho – por la cara de Emily deduje que ese despacho era terreno minado. Bien...ni loca me acercaría por aquí...

En el piso de arriba estaban las habitaciones y los cuartos de baño. Las paredes blancas estaban decoradas por láminas y cuadros al óleo de estilo modernista. Emily abrió una de las muchas puertas del enorme pasillo.

—Esta es la habitación que el señor Cullen mandó preparar para usted.

La mandíbula me rozó el suelo de nuevo. No es que me quejara de mi anterior habitación, pero esta le daba mil vueltas. Las paredes estaban pintadas en un tono tan claro de beige que parecía blanco. Desde los enormes ventanales cubiertos por cortinas claras se podía llegar a ver la parte sur de Central Park. Maravilloso... El armario cubría casi toda una pared, Jesús...tenía mucha ropa, pero veía casi imposible llenar ese mueble. Pero lo que más llamó mi atención fue la cama. Esta tenía una estructura de madera clara...y era enorme. El cabecero era también de madera y estaba cubierto casi en su totalidad por mullidos y esponjosos cojines. Una manta de pelo descansaba en los pies de la cama. De nuevo todo blanco y negro...al parecer para este hombre no existían ni los grises ni los matices. "La habitación que el señor Cullen mandó preparar para usted..."

— ¿Es de su agrado, señorita Swan? — la voz de Emily me despertó de mi momento de soledad mental.

—Oh...es...no tengo palabras. Es precioso.

—El señor Cullen tiene muy buen gusto eligiendo – dijo Emily con una medio sonrisa. Me pregunté si tendría el mismo buen gusto para todo...— ¿Quiere cenar?

—No...no, gracias. Aún estoy un poco...desubicada.

—Esta bien, señorita Swan. Si necesita algo estaré en la planta de abajo. La dejo para que se instale. Oh, ahí – me señaló una puerta dentro de la habitación – Tiene el baño, está equipado con todo lo que necesite...Buenas noches.

Cuando me encontré en soledad en el que sería mi habitación por los siguientes doce meses solté todo el aire que estaba conteniendo. ¿Dónde demonios me había metido mi padre? Retiré las cortinas para asomarme un poco por la ventana. Desde la privilegiada altura que me ofrecía el ático podía ver buena parte de la ciudad en su espectáculo nocturno. Todo esto, la maravillosa casa, el lujo, Edward... ¿podría con ello?

Quizás...o quizás no. Sentía que era una persona un poco débil debido a los años de sometimiento con mi padre...La única cosa que me daba fuerzas era oír esa pequeña vocecilla infantil. Comprobé la hora en mi móvil antes de marcar el número de mi casa.

— ¿Diga?

—Sue...soy yo.

—Oh, Señorita... ¿está bien? ¿Cómo ha sido el viaje?

—Sí, sí...de momento todo está siendo extrañamente tranquilo... ¿Está Matt por ahí?

—Claro que sí...tengo a este pequeño granuja sentado a mi lado.

— ¿Nana? —cerré los ojos cuando oí esa voz – Estoy un poco enfadado, no te has despedido de yo...— no pude evitar sonreír.

—Se dice de mi, bichito...y si me he despedido, lo que pasa es que estabas dormido.

— ¿Es verdad que allí hay rascacielos más...más grandes que aquí? — sonreí por el cambio de tema de Matt.

—Sí, cielo...aquí hay rascacielos enormes.

—Jo...yo quiero verlos, nana. ¿Puedo ir a verte? Así me los enseñas – fruncí los labios.

—Cariño, te prometo que tú y yo vendremos juntos a ver los rascacielos. Y podemos subir a algunos de ellos, ¿qué te parece?

— ¿De verdad? —me podía imaginar su cara de ilusión – Eso sería faguloso – sonreí de nuevo.

—Se dice fabuloso, Matt...Pórtate bien, ¿de acuerdo? Pásame a Sue, cariño.

—Te quiero mucho, nana.

—Y yo a ti, cielo...—suspiré mientras me secaba la cara.

— ¿Bella?

—Sue... ¿cómo está todo por allí?

—Oh...Charlie está un poco más tranquilo ahora que le han salvado el culo...lo malo de todo esto es que anda murmurando frases sin sentido por toda casa en las que el protagonista es ese Cullen. ¿Te ha tratado bien? — rodé los ojos aunque ella no me podía ver. Era increíble como cambiaba el tono de Sue cuando no estaba mi padre cerca.

—Básicamente me ha ignorado...y casi lo prefiero...Sue, tengo que dejarte. Cuida de Matt, por favor... ¿de acuerdo? Te llamaré pronto.

Cuando colgué el teléfono de nuevo se hizo el silencio a mí alrededor. No sabía cómo iba a poder aguantar todo este tiempo lejos de Matt, sin la única sonrisa sincera que podía tener a mi alrededor...Eso iba a ser mucho peor que cualquier cosa que pasara en esta casa...Le iba a echar de menos a morir...

No tenía ánimos para lidiar ahora con mis maletas y con lo que contenía, así que me limité a echarme sobre la colcha. El tacto de la suave tela casi me hizo gemir; necesitaba descansar en condiciones si mañana quería estar medianamente presentable. Así que me acomodé en esta enorme cama...enorme cama. Sentí un escalofrío cuando recordé las palabras de Edward durante la cena con mi padre. "Quiero a tu hija en mi casa, viviendo conmigo...con las consecuencias que eso implica..."

¿Se trataba de una treta para intentar impresionar a mi padre? ¿Para humillarle? ¿O...o era verdad? ¿Sería capaz Edward Cullen de cumplir lo que dijo? Sinceramente...a este hombre le veía capaz e conseguir cualquier cosa...incluida esa amenaza... ¿O quizás debería decir promesa...?

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Muchas gracias por vuestros comentarios y votos. Quiero deciros que muy pronto la historia se va a poner candente, es decir, el voltaje de las escenas irán subiendo poco a poco....Nos leemos pronto!

 

Capítulo 4: Capítulo 3 Todo bien atado Capítulo 6: Capítulo 5 Pactando con el Diablo

 
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