Suavemente, me matas (+18)

Autor: LauraAtenea
Género: + 18
Fecha Creación: 15/03/2013
Fecha Actualización: 05/05/2013
Finalizado: NO
Votos: 18
Comentarios: 45
Visitas: 18778
Capítulos: 7

Bella Swan vive entre lujos, en una jaula de cristal. Desde que se murió su madre vive entre la espada y la pared, sometida por la ira de su padre y perseguida por su pasado. La vida de Bella cambiará de manera radical cuando su padre decide hacer negocios con su peor enemigo, Edward Cullen. Un hombre hecho a sí mismo, autoritario y dominante al que sólo le mueve un sentimiento: la sed de venganza.

— Eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mí, lo harás. Y si quiero que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3: Capítulo 2 Quiero a tu hija, Charlie

 

 

Si soy sincera, no sé lo que me esperaba al ver llegar al famoso Edward Cullen, pero sin duda nunca me hubiera imaginado tal visión. Cuando mi amigo Jacob Black me dijo que Edward Cullen y mi padre eran enemigos acérrimos me imaginé en el acto que ese hombre sería una persona de la edad de mi padre, más o menos. Cincuenta años largos, canoso y seguramente tan desquiciado como él.

Pues no. Todo lo contrario.

Edward Cullen estaría rondando los veintisiete o veintiocho. Veintinueve como muchísimo. Y era el ser más atractivo que podía recordar. Ese hombre estaba enfundado en un traje de extraordinario corte de un color gris oscuro con una camisa negra debajo. No llevaba corbata y tenía los dos primeros botones de la camisa sin abrochar dejando a la vista parte de la piel de su pecho pálido. Su pelo castaño y despeinado le daba un aire de niño travieso...Su cara era tema a parte. Tenía los rasgos perfectos; un punto intermedio entre la delicadez y la masculinidad en estado puro. La línea de su mandíbula era fuerte sin ser excesivamente marcada, la nariz recta y unos perfectos labios carnosos. Y sus ojos...sus ojos eran del verde más puro y salvaje.

Felinos. Bestiales.

Y en estos momentos me miraban atentos haciendo que me sonrojara por la fuerza arrolladora de su mirada.

—Siento mucho el retraso, Charlie – dijo con una aterciopelada voz que te invitaba a cerrar los ojos para escucharle.

—No te preocupes – mi padre entrecerró los ojos – Te presento a mi hija, Isabella Swan...- Edward me tomó la mano haciendo que mi piel se erizara por el tacto suave de sus dedos. Hizo una leve inclinación con la cabeza mientras esbozaba un intento de sonrisa burlona. Me sonrojé como una idiota.

—Encantado, señorita Swan – asentí con la cabeza ya que las palabras no salían de mi boca.

Edward se sentó entre mi padre y yo haciendo que la poca calma que poseía en estos momentos se marchara por la puerta de atrás. Si antes estaba nerviosa ahora estaba atacada. ¿Qué demonios estaba pasando aquí? Ese hombre, Edward...tenía un magnetismo asombroso que te hacía mirarle una y otra vez aunque te obligaras a no hacerlo. El gesto de su cara era elegante, altivo y poderoso y si sumamos a toda la ecuación su potente mirada felina...hacían de él una mezcla explosiva y...peligrosa.

Muy peligrosa.

Observé sus manos mientras tomaba la carta para pedir la cena. Eran grandes, fuertes y varoniles...perfectas...El ruido de la copa de mi padre atrajo toda mi atención a la realidad; el camarero estaba esperando para anotar nuestra cena.

—No es que me incomode, ni mucho menos...pero creí que íbamos a cenar solos, Charlie – dijo Edward mientras me miraba. Mi padre sonrió duramente.

—Mi hija viene a mis reuniones siempre que puede...– me miró de reojo y frunció los labios – por algún motivo que no logro entender mi hija me trae suerte, es como un imán para los buenos negocios – Edward rio por lo bajo y desvió la mirada hacia mí. Y hacia mi escote.

—Tu hija es una chica muy guapa, pero si la has traído para distraerme pierdes el tiempo. En los negocios soy implacable, Charlie – espetó – No hay nada ni nadie que logre distraerme – me volvió a escrutar con la mirada – Por muy hermosa que sea...de todos modos luego podemos retomar las bondades de tu hija, si quieres...- mi padre chascó la lengua.

—Centrémonos en lo que nos interesa y no en el escote de mi hija, Edward...—agaché la cabeza todo lo que pude para evitar que mi sonrojo fuera muy evidente.

—Sí, por supuesto...Ya veo que tu hija está muy...—me miró y sonrió – Muy bien...— desvió la mirada para centrarse en mi padre - Demasiado tiempo sin vernos, Charlie...aunque sé que me has seguido la pista muy de cerca...— Edward suspiró — ¿Y tu hijo? — mi padre suspiró.

—Todo lo bien que puede estar un niño de esa edad en su situación – Edward bebió un poco de vino de su copa, lamiéndose después el labio inferior.

—Debe de ser muy duro estar sin su madre para un niño tan pequeño.

—Eso si se le puede llamar madre a una mujer que abandona a su hijo a los pocos días de nacer – dijo mi padre con dureza – Menos mal que yo estoy aquí para hacerme cargo de mi hijo...Pero hablemos de lo que nos interesa...— de nuevo entrecerró los ojos— ¿Cómo van tus empresas, Edward? — este sonrió de lado, una sonrisa totalmente malvada y cínica.

—Demasiado bien...excelente. Aunque ya lo deberías saber. Yo tengo asesores que sí hacen bien su trabajo a diferencia de otros – oh, oh...—Así que van muy bien, hemos cerrado cuentas obteniendo el doble de beneficios que el año pasado – mi padre asintió frunciendo los labios.

Los camareros nos sirvieron la cena, así que me centré en el salmón con salsa que me sirvieron. Intenté concentrarme en las texturas y los sabores de ese exquisito plato, pero la presencia de esos dos titanes que se encontraban a mi lado no me lo estaba poniendo nada fácil. Me sentía agarrotada hasta el último músculo de mi cuerpo y no era para menos. Podría cortar la tensión del momento con el cuchillo para el pescado que tenía en la mano.

—Creo que no debemos de posponer más nuestra conversación de negocios, Charlie – dijo Edward mientras se limpiaba con elegancia los labios.

—Estoy de acuerdo contigo – ambos se miraron, retándose con la mirada. Al menos me quedaba el consuelo de que justo ahora me estaban ignorando dando un pequeño respiro a mi precario estado de nervios.

—Sé que estás en la más absoluta bancarrota, Charlie – mi padre se removió inquieto.

—Creo que estás exagerando un poco la realidad...

—Si no me equivoco invertiste el setenta por ciento de tu capital en esa cadena hotelera dedicada totalmente al extranjero. Si echamos cuentas eso te deja con un capital demasiado bajo para mantener tu propia empresa – Edward apoyó las manos sobre el mantel rosado de la mesa y se inclinó de manera apenas perceptible hacia mi padre – No sé quién te ha asesorado para invertir en ese negocio, pero ha metido la pata hasta en fondo.

—Ya se quién es, esta misma mañana le he despedido – murmuró mi padre.

—Uhm...Un poco tarde...aunque no hay mal que no pueda ser remediado, Charlie. He estado estudiando el caso...Puedo proponerte algo.

—Soy todo oídos – dijo mi padre dejando su servilleta a un lado.

—Puedo proponer una fusión entre Swan Corporation y Cullen Hotels & Resorts, esa empresa está totalmente dedicada al sector del ocio – mi padre suspiró audiblemente. Edward se apoyó contra la silla, alzó la barbilla y miró con los ojos entrecerrados a mi padre – No respires tranquilo, Charlie...la fusión se haría a mi modo. Mi empresa, mis normas.

— ¿Qué quieres decir? — Edward se quedó callado por unos segundos mientras se apoyaba de nuevo sobre la mesa. Definitivamente este hombre sabía cómo usar el lenguaje corporal.

—Seguirías siendo el presidente de Swan Corporation, pero bajo mis normas – mi padre se rio sin ganas.

— ¿Qué? No, ni hablar...esa empresa la fundé con mucho esfuerzo, no voy a dejar que nada ni nadie me la quite...

—Se perfectamente los trucos que utilizas para triunfar, Charlie...no son los más limpios...– susurró haciendo que yo dejara el tenedor sobre el plato y le mirara atentamente — ¿Ni hablar? Si quieres que alguien te ayude a remontar tu empresa deberá de poner el setenta por ciento del capital que tu solito perdiste apostando por una empresa de tercera. Ese fallo no le cometería ni un estudiante en su primer año de carrera...

Oh, oh, oh...las duras palabras de Edward hicieron mella en mi padre que es este momento se estaba poniendo de un insoportable color violeta. Estaba morado de la rabia porque sabía que Edward Cullen, su enemigo acérrimo y su posible salvador tenía toda la razón.

—Busco un inversor que me ayude a salir de este bache, no una empresa que se coma a la mía – espetó.

—Por lo que estás pasando no es un bache, Charlie...es una zanja de diez metros de profundidad en la que ya tienes medio cuerpo dentro. Y el problema es que no vas a encontrar a nadie lo suficientemente loco para embarcarse a ayudarte a salir de esa oscuridad...— Edward cogió su copa de vino y lo saboreó aunque estaba atento a las reacciones de mi padre – Yo soy lo suficientemente rico y lo suficientemente loco para salvarte el culo...Tú eliges...mi dinero y mis normas...o te buscas a algún suicida que decida apostar por ti.

—Esto lo haces por lo que pasó hace años, ¿verdad? ¿Esto se trata de una especie de venganza o algo por el estilo?

Ahora sí que me había perdido. ¿Una venganza? ¿Por lo que pasó hace años? Sentí el impulso de preguntar de qué demonios estaban hablando, pero no era un buen momento. No tenía ganas de que mi padre me asesinara con la mirada...De todos modos dudaba de que mi padre me hiciera partícipe de sus antecedentes. Edward le miró con una expresión inalterable en la cara con una mirada heladora.

—No...esto no es la venganza...esto es una pequeña lección para que aprendas en tu vida, Charlie...Hay veces que no podemos tener todo lo que queremos en esta vida...y hay que elegir...entre lo bueno y lo malo...aunque en tu caso debería decir entre el bien y el mal. Yo sé de qué lado estás...

Las aletas de la nariz de mi padre se ensancharon justo como cuando se enfadaba. Si en vez de estar en este elegante restaurante hubiéramos estado en la oficina mi padre estaría dando gritos y voces a diestro y siniestro.

—No quiero perder mi empresa. Me ha costado demasiado sufrimiento y esfuerzo...Voy a aceptar el trato, Edward...pero recuerda que esto no se va a quedar así...

— ¿Eso es una amenaza, Charlie? No te estoy poniendo una pistola en el pecho para que aceptes – dijo con total calma – Eres tú el que está eligiendo la opción que te he dado, simplemente...

—Mañana mismo podemos reunirnos con los abogados – dijo mi padre ignorando las palabras de Edward – Sé que es sábado pero quiero acabar con todo esto lo más rápido posible...

—No tan rápido, Charlie – mi padre apretó la mandíbula; parecía que estaba a punto de echar fuego por la boca como un maldito dragón – Hay una condición más para que cerremos el negocio.

—Por Dios... ¿Qué más querrías de mí, Edward? No me queda mucho más por ofrecerte...por ahora...

—Sí, sí que tienes aún cosas por ofrecerme...quizás la mejor de todas, el premio especial – mi padre le miró confundido.

— ¿Perdón?

—Quiero a tu hija – levanté la cabeza de golpe. ¿Acaso había oído bien? Miré a Edward, pero él solo tenía ojos para la reacción de mi padre.

— ¿Qué?

—Que quiero a tu hija...por un año – dijo con total calma. Yo miré a ambos hombres sin enterarme de nada. ¿Qué demonios había querido decir Edward Cullen?

— ¿Quieres que mi hija trabaje para ti? - mi padre se rio sin ganas, como lo solía hacer él – Créeme, no sirve para eso...— me mordí el labio a sabiendas que no me convenía buscarme un enfrentamiento, y menos en este momento.

—Creo que no me estás entendiendo...quiero a tu hija en mi casa, viviendo conmigo...con las consecuencias que eso implica...

¿Cómo? Miré a ambos hombres como si estuviera en un maldito partido de tenis. ¿Acaso estaba bromeando Edward Cullen sobre su condición? ¿Me quería en...su casa? ¿Para qué? Debía de ser una broma de mal gusto, no podía creer que alguien tan serio y respetado en el mundo de los negocios como se suponía que era ese hombre estuviera proponiendo una cosa así. Y lo peor de todo es que yo estaba escuchando la conversación y ninguno de los dos me tenía en cuenta. Era como si yo no estuviera ahí... ¿Dónde quedaba mi opinión en este momento? ¿Acaso podían dignarse siquiera a mirarme?

— ¿Esa es la condición que pones para salvar a mi empresa? ¿Quedarte con mi hija durante un año?- Edward asintió mientras volvía a beber de su vino. Mi padre me miró duramente, indicándome con la mirada que me mantuviera callada – Esto es lo más raro que me ha pasado nunca– murmuró – Mi hija es una buena chica, estará encantada por luchar por la empresa familiar...evidentemente acepto.

Miré a mi padre con los ojos desorbitados. Esto no me podía estar pasando a mí. ¿Qué acababa de hacer mi padre? Dios santo, me había usado como moneda de cambio para salvar su empresa. Me había vendido por el setenta por ciento del valor de su empresa... ¿eso era lo que valía yo para él? No podía entender cómo podía poner precio a su propia hija...y menos de esa manera. Miré a Edward, bueno...en su perfecta y arrogante cara se podía diferenciar un ligero deje de incredulidad.

—Papá...yo...

— ¡Tú te callas!— gritó haciendo que un camarero se asomara de manera discreta por el reservado.

—Esas no son formas de hablar a una señorita, Charlie...no la vuelvas a gritar en mi presencia, ¿de acuerdo? –dijo Edward con una extraordinaria calma – Lamentándolo mucho me tengo que marchar para prepararlo todo. En dos días tengo que volver a Nueva York – Edward me miró por primera vez desde que habían empezado a hablar de negocios – Aunque esta vez no iré solo, esta vez me acompañará la señorita Swan...

— ¿A...a Nueva York? - Edward sonrió de lado, pero no me contestó.

—Mañana nos vemos en tu oficina, Charlie...— dijo mientras se sacaba la cartera y pagaba la cuenta.

Se despidió de mi padre con un tenso apretón de manos. A mí me cogió de la mano y se inclinó de la misma forma que antes. Aunque esta vez yo estaba mucho menos fascinada que antes y mucho más asustada. Tenía la sensación de que me estaba metiendo en la boca del lobo.

Un lobo oscuro y hambriento.

Mi padre se levantó de manera brusca de la silla y me agarró del brazo con fuerza para que me levantara. Me estaba haciendo daño, pero por nada del mundo me quejaría y menos delante de la gente que ya nos mirada de por sí. Respiré un poco más tranquila cuando nos metimos en el coche y mi padre me soltó. Me había dejado la piel de la muñeca enrojecida.

—Papá, yo...

— ¡Schhh! En casa hablamos...

Le obedecí como siempre hacía. Esto era de locos, totalmente surrealista. Quizás podría hacer que mi padre entrara en razón. No podía usarme como moneda de cambio, a mí, a su propia hija...No me podría mandar a Nueva York, lejos de Matt, lejos de mi casa. ¿Tanto me odiaba como para enviarme a las fauces del león hambriento que era Edward Cullen? Empecé a ponerme nerviosa a medida que avanzábamos por la noche de Seattle. No me quería para trabajar para él. Me quería en su casa. ¿Eso qué implicaciones tendría? Me puse más nerviosa aún al sopesar en las posibilidades de para qué un hombre de las características de Edward me podría querer en su casa durante un año. Un maldito año. Eso no me sonaba bien, sobre todo cuando recordé la parte en la que mi padre hablaba de una venganza. ¿A qué se refería cuando había hecho alusión al pasado?

Me retorcí las manos cuando entramos al complejo residencial donde vivíamos. Fuera parecía estar en calma, todo lo contrario al interior de este maldito coche. Mi padre hervía en su propia furia y yo estaba deshecha por los nervios. Cuando llegamos al garaje mi padre se bajó del coche sin esperarme; tuve que quitarme esos peligrosos y altísimos zapatos de tacón para poder seguir su ritmo y alcanzarle. Atravesó la entrada y se dirigió directamente hasta su despacho. Esa sala me parecía mucho más amenazadora que en otras ocasiones. Mi padre se sirvió una copa de whiskey. Se la bebió de un trago y se sirvió otra.

— ¿Qué demonios quieres? - me preguntó sin darse la vuelta para mirarme.

—No...no puedes firmar ese trato...no quiero irme con ese hombre...No quiero irme a Nueva York...

—Irás – dijo mi padre muy seguro – Sabes que no te queda otra opción que obedecerme...

—No...no puedo ir a vivir con ese hombre, papá... ¡me quiere en su casa! Esto es de locos. ¡Es de locos!

—No. Me. Grites – dijo en una especie de gruñido – Firmaré ese maldito contrato, viajarás con Edward Cullen a su residencia de Nueva York y harás todo lo que te pida – palidecí ante las palabras de mi padre – Es muy sencillo...

—Pero...pero es un año... ¿Qué pasará con Matt? Quiero estar con él, sabes que él está a gusto conmigo y...

—Sabes que no voy a dejar que le falte de nada, al fin y al cabo es mi hijo...— bebió de su vaso — eso sí, te tendrás que conformar con verle en foto porque tu – me señaló con el dedo – irás donde yo te mande —no, no, no...

—No me puedo creer que esto me esté pasando – sollocé sin poder soportar más la presión que sentía – Lo que me estás pidiendo es muy cruel... ¡Tú eres cruel! - chillé con todas mis fuerzas.

Mi padre dejó su vaso a medio beber con más fuerza de la necesaria haciendo que un poco de su contenido se derramase sobre su escritorio. Avanzó hasta mí con grandes zancadas. Y me pegó. Me dio un sonoro bofetón que hizo que mi cabeza girara violentamente, mareándome por la sensación del rápido movimiento. De manera inconsciente me llevé la mano hacia mi mejilla dolorida con las lágrimas picándome en los ojos y el sabor metálico y salado de la sangre en mi boca. Mi...mi padre me había pegado. Me había hecho sangre...Le miré con un claro gesto de incredulidad plasmado en el rostro dolorido sin que las palabras pudieran salir de mi boca.

—Esto es lo que hay, Bella – dijo sin parecer culpable de la bofetada que me había dado – Haz...haz lo que te pido...puedo ofrecerte la libertad...un año y serás libre...

—Pero no a cambio de mandarme con ese hombre – susurré – Pídeme lo que quieras...pero eso no. Sabes que no puedo...sabes que es superior a mí...

—Estoy harto de escuchar tus lamentaciones. Eres una mujer de veintiún años como para estar llorando por las esquinas – murmuró mi padre – Yo que tu subiría cuanto antes a tu habitación. Tienes mucha ropa que guardar en tu maleta...deberías de empezar — se frotó los ojos con las manos — ¡Ya!

Ese grito de mi padre caló en lo más profundo de mi ser. Subí las escaleras hasta mi habitación abatida y sin fuerzas. ¿Qué es lo que había pasado esta noche? Toda esta locura había empezado por una pequeña bola que al rodar cuesta abajo se había hecho cada vez más y más grande. Y yo estaba justo debajo de esa gran esfera esperando a recibir el impacto.

Siempre obedecí en todo a mi padre. Acudía con él a donde me pedía, faltaba a clases cuando tenía que ir a esas estúpidas reuniones, salía con sus clientes y con sus hijos para entretenerlos entrando en ese mundo que no me gustaba para nada...Nunca me importó hacer nada de eso porque al final tenía mi recompensa.

¿Y ahora qué?

De todas las cosas que había hecho por petición expresa de mi padre esta iba a ser la más horrible con diferencia. Me sentía igual que aquella vez en la que se organizó un torneo de natación en el colegio. Yo tenía siete años y no quería ir; me daba miedo el agua, aunque nos metían con protecciones y un monitor siempre estaba a nuestro lado. Mi padre me obligó a ir a pesar de mis súplicas. Lloré y pataleé, incluso mi madre intentó convencer a mi padre que dejara que me quedase en casa. Dio lo mismo. Cuando más lloraba más se enfurecía mi padre. Así que fui. Con todo el miedo del mundo me metí en esa piscina que me cubría por completo con mi profesor de natación a mi lado. Logré acabar la competición y, aunque llegué la última, me dieron una medalla. Pero no tuvo final feliz. Cuando salí de la piscina me escurrí. Y acabé en urgencias con el brazo roto. Aún recuerdo el dolor y todo porque mi padre no me dejó quedarme en casa. Quizás era un ejemplo un poco tonto en comparación al momento y lugar actual, pero recordé ese momento porque ahora mismo me sentía de la misma manera; obligada y temerosa...y no tenía pinta de que esto fuera a acabar bien. Dicen que lo que mal empieza...mal acaba...

Antes de ir a mi habitación me pasé por la de Matt. Oh, Matt...Iba a echarle muchísimo de menos, ese niño se había convertido en el centro de mi universo desde que vino al mundo. Él me lo daba todo con una sonrisa...me costaría no ver a menudo esa risilla infantil y picarona. Estaba dormidito con las manitas debajo de su cara. Me encantaría poder dormir así de bien al menos una noche en mi vida...

Salí de esa habitación con el alma encogida, me sobrevenían mil sentimientos y sensaciones diferentes. Cuando entré en mi habitación me quité con cuidado el carísimo vestido y los zapatos y busqué un pijama para dormir. Me desmaquillé a conciencia; ese maquillaje actuaba como si fuera una barrera contra el mundo para poder esconderme de todo y de todos...

Esa noche no dormí nada. Tenía la cabeza como un tambor al que estuvieran aporreando. Y para colmo me dolía la maldita mejilla. Cuando me levanté y me miré en el espejo reconozco que me asusté un poco; mi labio se había hinchado notablemente y por dentro me podía tocar una pequeña herida. La puerta sonó, así que me puse una bata y fui a abrir. Era Sue.

—Buenos días, señorita Swan – cuando me miró la cara detenidamente agaché la cabeza avergonzada. Sue respiró hondo antes de hablar – Dígame que eso no se lo ha hecho...él – negué con la cabeza.

—No...no...— intenté sonreír – Si juntamos oscuridad, unos tacones y yo te da como resultado esto – me señalé la cara – Me...tropecé – por la cara de Sue deduje que no se lo había tragado.

—Vengo a decirle que su padre quiere que esté preparada a las ocho y media – asentí – Voy a prepararla un desayuno de los suyos – me sonrió cálidamente.

— ¿Y Matt?

—Se está cepillando los dientes – tuve que sonreír – Ya ha desayunado, ese granuja ha madrugado hoy de lo lindo...

Antes de ducharme salí de mi habitación para ir a la de Matt; ese pequeño granuja, como había dicho Sue, estaba cepillándose los dientes subido a un pequeño taburete, y lo estaba haciendo a conciencia. Su cara era de total concentración.

—Vas a ser el niño con los dientes más relucientes del mundo – me miró por el espejo y me sonrió con la boca llena de dentífrico.

— ¿A que lo hago bien? - asentí mientras sonreía.

—Por supuesto que lo haces bien, enano.

—No soy enano, tengo cuatro años – dijo indignado.

—No tienes cuatro años, granuja...Usted tiene tres y medio, señor Swan...

—No, yo no soy señor Swan...ese es papá...- frunció el ceño – ¿Es verdad que te vas a marchar, nana? —en ese momento mi corazón hizo un sonoro crack al ver esa carita apenada.

— ¿Quién te lo ha dicho? - dije mientras le acariciaba el pelo.

—He oído a papá...hablaba por teléfono y estaba muy enfadado...— suspiré — ¿No me lo ibas a decir? ¿Te ibas a ir sin despedirme de mí?

—Esperaba no tener que hacerlo...pero no me queda más remedio – hizo un puchero adorable.

— ¿Podré hablar contigo? — asentí – No quiero que te vayas, nana – se abalanzó sobre mí con tanta fuerza que tuve que cogerle para que no cayéramos los dos.

—Será...será por un tiempo...— inhalé la fragancia que desprendía su pelo.

—Pero papá no me hace caso...no juega conmigo como lo haces tú, ni colorea conmigo mis dibujos...— sollozó – Ni me da un beso antes de dormir – otro crack.

—Sólo será por un tiempo, cariño. Volveré antes de que te puedas dar cuenta...Te lo prometo, te prometo que cuando vuelva tu y yo nos iremos solos a donde quieras, cielo.

— ¿Me...me lo prometes? —dijo mientras se frotaba los ojos.

—Mírame... ¿te he mentido yo alguna vez? —negó con la cabeza – Sabes que te quiero mucho, Matt...

—Y yo a ti, nana...

Le besé en la frente y le limpié las lágrimas de esos ojitos tan lindos. Se me partía el alma al tener que dejar a Matt, tan pequeño y tan sólo, con mi padre. Unos golpes fuertes en la puerta nos hicieron sobresaltarnos. Era mi padre, como no. Parecía que tenía un radar contra los momentos llenos de sentimientos.

— ¿Qué haces así todavía? — espetó señalando mi indumentaria.

—Estaba explicándole a Matt lo...lo mío – mi padre asintió.

—En quince minutos te quiero abajo, no quiero hacer esperar a Cullen – gruñó.

Suspiré mientras vi cómo ese ser que se hacía llamar padre se marchaba. Matt tironeó de la manga de mi bata para que le prestara atención.

— ¿Nana? ¿Quién es Cullen?

Miré a Matt. Bien...por primera vez en mucho tiempo no supe qué contestarle...porque básicamente no tenía ni idea de quién era Edward Cullen en realidad...ni qué era lo que esperaba de mí…

Capítulo 2: Capítulo 1 Mi Jaula de Cristal Capítulo 4: Capítulo 3 Todo bien atado

 
14430253 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10748 usuarios