Suavemente, me matas (+18)

Autor: LauraAtenea
Género: + 18
Fecha Creación: 15/03/2013
Fecha Actualización: 05/05/2013
Finalizado: NO
Votos: 18
Comentarios: 45
Visitas: 18797
Capítulos: 7

Bella Swan vive entre lujos, en una jaula de cristal. Desde que se murió su madre vive entre la espada y la pared, sometida por la ira de su padre y perseguida por su pasado. La vida de Bella cambiará de manera radical cuando su padre decide hacer negocios con su peor enemigo, Edward Cullen. Un hombre hecho a sí mismo, autoritario y dominante al que sólo le mueve un sentimiento: la sed de venganza.

— Eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mí, lo harás. Y si quiero que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...

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Capítulo 6: Capítulo 5 Pactando con el Diablo

 

CAPÍTULO 5 PACTANDO CON EL DIABLO

Gracias al despertador del móvil no me quedé dormida. Debí de quedarme dormida mientras mi mente maquinaba posibles escenarios futuros; me levanté con la ropa que había llevado durante el viaje en avión. No me había quitado ni mis zapatos. Mierda. Eran las ocho y aún me tenía que duchar e intentar hacer algo con mi maldito pelo.

Casi me desnudé por el camino dejando un rastro de ropa a mi alrededor; ya me ocuparía de eso más tarde. Como bien me dijo Emily, el baño estaba totalmente equipado...con todo lujo de detalles. No me sorprendió nada el comprobar que el baño también era blanco y negro. El lavabo era enorme, así como el gran espejo que lo acompañaba. También contaba con un gran jacuzzi y una ducha recubierta de mármol negro en la que cabían al menos dos personas...Bien, vale...deja de pensar en esa dirección, Bella...

Cuando acabé en la ducha me envolví en una enorme y esponjosa toalla blanca y fui hasta la habitación para rebuscar algo decente en mi maleta. Y a poder ser que no estuviera muy arrugado. Al final escogí una falda negra por encima de la rodilla y una camisa azul. Me maquillé de manera superficial, un poco de rimmel y brillo en los labios, me puse los zapatos de tacón y cogí la chaqueta del traje para bajar las escaleras todo lo rápido que mis zapatos me dejaron. Respiré tranquila cuando vi que el reloj de diseño que había en la cocina marcaban las nueve menos cuarto.

Aunque la calma se me fue de todas cuando vi a Edward sentado en la mesa de la cocina.

Wow.

Estaba recostado sobre la silla mientras leía el periódico de manera despreocupada. Traje negro, camisa blanca, corbata negra...y simplemente con eso parecía un puñetero modelo. Tenía las piernas cruzadas, como hacía un par de días en el despacho de mi padre...Me sonrojé cuando recordé cómo mis pensamientos se dirigieron irremediablemente a cierta parte de su cuerpo...—Buenos días, Isabella – carraspeé nerviosa ante el tono de su voz. Oh, Dios...debía de parecer un pasmarote ahí en medio de esa cocina mientras Emily servía mi desayuno. Me senté en una de las sillas quedando en frente de él.

—Buenos días – susurré.

—¿Café y zumo? — me preguntó Emily.

—Sólo zumo, gracias.

Edward despegó sus ojos del periódico y me dedicó una larga y profunda mirada. Pasó de mi cara a...a mi escote de nuevo. ¿Qué le pasaba con esa parte de mi cuerpo? Sus ojos parecían acariciarme allí donde miraban...sonrió de lado cuando miró mis zapatos. O mis piernas, eso no lo tengo claro.

—Bonitos zapatos – murmuró centrando de nuevo su atención en el periódico.

No se por qué, pero con esa simple frase me sonrojé hasta extremos insospechados. Bebí a pequeños sorbos de mi vaso rogando a todos los santos que saliéramos ya de esa cocina que en estos momentos se me estaba haciendo más que pequeña.

Edward miró su reloj de muñeca Breitling y dejó de lado el periódico. Se puso en pie y me miró.

—Es la hora, Isabella.

Me levanté de la silla un poco temblorosa. Quizás la idea de abandonar la cocina ahora no parecía tan buena...Aún me quedaba un viaje en ascensor – de dieciocho pisos – y un viaje en coche por las calles de Nueva York en hora punta. Ugh...

Como predije, la bajada en el ascensor resultó ser un poco incómoda. Aunque llevaba tacones altos, no llegaba a la altura de Edward ni de lejos ya que medía más de metro ochenta...dándole así una vista privilegiada de mi canalillo. Cuando le miré de reojo me dedicó una de esas sonrisas burlonas. Realmente no sabía si sentirme halagada o avergonzada...o ambas.

Cuando llegamos a la puerta ya estaba Seth esperándonos en el magnífico Maserati con la puerta trasera abierta. Tras saludar con la cabeza a Seth, Edward me dejó pasar primero. Una vez dentro comprobé que el cinturón de seguridad estuviera debidamente en su sitio para que Edward no me dijera nada. Crucé las manos sobre mi regazo y miré por la ventanilla cuando Seth arrancó.

Nueva York era casi igual a como lo retrataban en las películas; el skyline impresionante, miles de coches circulando a la vez por sus calles, los taxis amarillos cubriendo carriles enteros y masas de gente cruzando a la vez los pasos de peatones. Personas corriendo hacia la próxima boca de metro, gente esquivando a gente...Un completo caos.

—¿Es la primera vez que vienes a Nueva York? — giré despacio la cabeza para mirar a Edward.

—No...pero como si lo fuera...no...no he visto mucho de la ciudad – agaché la cabeza siendo incapaz de aguantar el poder de sus ojos verdes.

—Es increíble – murmuró – No me puedo creer que te hagas la tímida conmigo – abrí mucho los ojos y le miré sorprendida.

—Ahora mismo no puedo comportarme de otra manera...no...no te conozco – musité.

—Por eso no hay problema...me conocerás profundamente...créeme.

Cuando sus ojos se deslizaron de mi mirada a mi boca temblé. Una parte de mi quería pensar que hacía estos comentarios simplemente para mortificarme o para humillarme. En cambio mi lado más oscuro me decía que no, que Edward Cullen acabaría cumpliendo su amenaza..."con las consecuencias que eso implica...". De tanto pensar en esas consecuencias iba a darme un paro cardíaco.

Volví a centrar mi atención en las calles y los edificios por los que pasábamos. Bordeamos el distrito financiero hasta llegar a la calle Greendwich, muy cerca de donde estarían el World Trade Center. Seth paró el coche y no tardó ni dos segundos en abrirnos la puerta. Edward sin decirme nada me cogió del codo y me animó a seguir su ritmo hasta llegar a un edificio. Apenas me dio tiempo a ver dónde demonios íbamos ya que cuando me quise dar cuenta estaba de nuevo metida en un ascensor. Al final acabaría odiando a esas máquinas del demonio...

Al salir del ascensor nos encontramos con unas puertas de cristal que ponía Denali Abogados en letras azules. Una recepcionista rubia y perfecta nos dio la bienvenida, bueno...más bien se la dio a Edward porque a mi no se dignó ni a mirarme. Jesús...más que la recepcionista de un bufete de abogados parecía la recepcionista de una clínica de cirugía estética a juzgar por los arreglos que llevaba encima. La podrían usar como carta de presentación a las clientas...

—Buenos días, señor Cullen – dijo la rubia mientras se acomodaba el escote falso a su gusto.

—Necesito ver a Eleazar – no sé qué me gustó más...si ver cómo Edward ignoraba a la rubia o la cara de decepción de esta.

—Oh...está en su despacho...Voy a avisarle que está aquí – la chica hizo una corta llamada de teléfono – Sí, eh...puede pasar...

Edward volvió a arrastrarme por el pasillo hasta una gran puerta azul. Pasó sin llamar...vivan los modales...Detrás de un enorme escritorio estaba Eleazar, el abogado de Edward...o al menos uno de los muchos que seguramente tendría. Como poco debía de ser el abogado que le llevaba los asuntos personales ya que le había hecho viajar hasta Seattle para el asunto con mi padre...

—Señorita Swan, ¿cómo está? – el hombre se levantó y me tendió la mano con modales exquisitos – Edward...¿Cómo es que has venido tu en persona? Te dije que te llevaría esta misma tarde los documentos a tu despacho.

—Me gustaría zanjar cuanto antes ese tema – murmuró mientras me tendía una silla – Isabella...—me senté rápidamente.

—Está bien – Eleazar suspiró mientras abría un archivador con contraseña – Aquí están. Quizás...quizás deberíamos explicarle a la señorita Swan de qué va todo esto...

—Quiero que firmes dos contratos de confidencialidad – me dijo Edward; le miré confundida – Vas a vivir un año conmigo, en ese tiempo puedes oír y ver muchas cosas que no me interesan que salgan a la luz – oh, mierda...¿tan malo era lo que podía ver y oír?

—Creo que la señorita Swan se está asustando, Edward – este frunció los labios, un gesto que hacía muy a menudo.

— Uno es en lo referente a mi empresa y mis negocios. Mi equipo y yo trabajamos en proyectos exclusivos y novedosos que la mayoría de las veces se llevan en total secreto; no quiero que salga media palabra de tu boca – Eleazar me tendió un primer contrato.

En él básicamente me responsabilizaba a no abrir mi boca. La penalización de ese contrato era la inmediata retirada del capital que Edward había invertido en la empresa de mi padre. Ugh...la verdad es que no me interesaba mucho nada de eso...pero más me valía tener mi boca sellada a partir de ahora. Firmé los papeles y se los tendí a Eleazar bajo la atenta mirada de Edward.

—¿Y...y el segundo contrato? — Eleazar y Edward se miraron.

—Es...personal – la profunda voz de Edward hizo que me dieran ganas de esconderme bajo la mesa – Todo lo que veas, oigas o...hagamos en mi casa quedará para nosotros – ahí estaba mi corazón acelerado de nuevo.

—Edward – murmuró Eleazar.

—Quiero tener la certeza de que no vas a decir nada de lo que pase entre nosotros.

—¿Y...y qué va a pasar entre nosotros? - pregunté intentando que los temblores de manos no se me notaran. Edward se acercó a mí y se pasó la lengua por los labios antes de hablar.

—Si llego de humor a casa puede que te lo explique esta noche – susurró – Firma – dijo de nuevo con esa voz profunda e intimidante.

¿Esta noche? Dios mío...¿Qué...qué me iba a hacer esta noche? Definitivamente yo no era buena con el género masculino. Siempre sentí que los hombres sólo querían una cosa de mi...no, no, no...no podría acercarme a Edward mucho más de lo que ya estábamos si no quería morir de un infarto.

—¿Isabella? — cuando oí de nuevo su voz sentí cómo la pluma temblaba entre mis dedos.

Esto era demasiado para mi...pero, ¿qué podía hacer? Las clausulas y las penalizaciones de este contrato eran iguales que las de otro. Lo único que se diferenciaba un poco era en el contenido. Si no quería sufrir la ira de mi padre debería firmar. ¿Qué podía ser peor? ¿La furia desatada y sin control de mi padre o...o lo que quisiera Edward hacer conmigo? Tenía que reconocer que la furia de mi padre sería mil veces peor que cualquier otra cosa; más adelante lidiaría con lo que Edward Cullen quisiese de mí...de todos modos cabía la posibilidad de que se decepcionara enormemente conmigo.

—Isabella...tengo una empresa que atender. Firma.

Cerré los ojos por un momento antes de firmar. Sí. Bien. Firmé ese segundo documento y se lo entregué de nuevo a Eleazar. Mi mano había temblado tanto que dudaba mucho que se distinguiera con claridad el nombre en mi firma.

Eleazar me miró y frunció el ceño.

—¿Está bien, señorita Swan?— le miré y asentí.

—Debe de estar cansada por el jet lag – murmuró Edward – La dejaré en casa para que descanse. Gracias por tu rapidez, Eleazar...y por tu discreción – el hombre suspiró y le tendió la mano.

No es nada, Edward...es parte de mi trabajo...Señorita Swan – me cogió la mano – Espero que descanse...y que se adapte bien al ritmo de vida de Nueva York...- me dedicó una mirada llena de intención - a veces puede resultar un poco estresante...pero con paciencia uno se puede adaptar muy bien...

Cuando salí de ese despacho me dio la sensación de que el abogado no sólo hablaba de la ciudad, si no también de Edward...estresante...¿no me digas? Podía asegurar que mi tensión estaba por las nubes...

La recepcionista Barbie se despidió con mucho menos énfasis al ver que Edward volvía a ignorarla por segunda vez consecutiva...Al parecer el gran Edwrad tenía otra cosa más importantes en la que centrar su atención en vez de mirar los pechos de esa mujer...

De nuevo me vi envuelta en el silencio del interior del ascensor. Oh, por Dios...¿Acaso nadie más de este piso tenía que ir a hacia la calle? Estábamos tan cerca que la manga de la chaqueta de Edward me hacía cosquillas en el brazo...Noté que se acercaba a mi hasta casi ponerse a la altura de mi cara...entonces giró su rostro, quedando tan sólo a dos centímetros de mi. Sentía mi respiración agitada. No quería ni podía moverme ni un milímetro por si acaso...La situación y las palabras que me había dedicado minutos antes no me tranquilizaban mucho...alargó la mano hacia mí, un poco más...un poco más...para pulsar el botón del piso cero del ascensor. Solté todo el aire de golpe.

—Hueles muy bien – dijo sin mirarme mientras volvía a su posición inicial. No pude contestar nada a eso — ¿De nuevo vuelves a ser muda?

—¿Qué quieres que te diga? — casi sollocé.

—Me miras como si fuera un león a punto de comerte – le miré a los ojos – Y quizás sea cierto, Isabella...Quizás sea un león...y quizás esté hambriento...Lo que no se es por qué te comportas como si me tuvieras miedo – oh, es que te tengo miedo. Alzó una ceja – Los reportajes de prensa en los que apareces de vez en cuando me dejan claro que eres una mujer que atrae al género masculino más exquisito...— paseó sus ojos por mi cara – Espero que conmigo te comportes como lo haces con ellos...

Ahí estábamos de nuevo con eso...si él supiera la verdad mantendría su linda boca cerrada...Gracias a Dios después de eso llegamos al piso número cero y salimos de esa pequeña ratonera. Nos metimos en el coche rápidamente y sin decirnos nada.

—Seth, antes pasaremos por casa a dejar a la señorita Swan.

Agradecí el hecho de que Edward se metiera de lleno en las llamadas telefónicas y en las consultas de documentos.

Siempre pasaba lo mismo. La maldita prensa y sus malditas fotos a destiempo. ¿Esa era la imagen que la gente tenía de mí? Era cierto que me habían fotografíado en cientos de ocasiones cenando con gente muy importante...con hombres muy importantes...claro, que con el primer reportaje que sacaron de mi se lucieron. Cerré los ojos para no seguir por ahí. En aquella ocasión me quedó muy claro que las apariencias pueden engañar...en muchos sentidos. No me extrañaba que diera esa imagen de chica frívola e interesada a la que estaba acostumbrada, y en cierto modo me daba lo mismo lo que los demás pudieran llegar a pensar de mi. Lo que no me gustaba era que Edward creyese todas esas mentiras escritas más que nada porque, intuía, se había formado una extraña idea de mí en su cabeza que podían ir en mi contra.

Estaba tan metida en mis pensamientos que apenas me di cuenta cuando llegamos al edificio donde vivía Edward.

—Sam está esperándote en el hall – dijo Edward sin despegar los ojos de la pantalla de su móvil – Esta noche hablaremos.

Ni siquiera me dio tiempo a decir nada ya que Seth me abrió la puerta y me ofreció una sonrisa sincera. Bien...Vale...luego hablamos...Corrí hasta el hall antes de que a Edward se le ocurriera volver a abrir esa boquita. Allí estaba esperándome Sam, con su impecable traje negro.

—Señorita – me saludó con la cabeza mientras íbamos al ascensor – Ayer apenas tuve tiempo de saludarla...Espero que su estancia en Nueva York sea de lo más agradable. El señor Cullen ha dejado más que claro que le proporcionemos cualquier cosa que necesite – miré al hombre y asentí mientras el ascensor subía.

—Gracias – iba a callarme pero entonces recordé cierto detalle – Eh...¿usted y Seth son...familia? — el hombre sonrió – Perdón por la pregunta, pero...

—Primero, no me llame de usted, señorita Swan...segundo, sí...somos familia. Emily es mi mujer y Seth es mi sobrino.

—Vaya...todo queda en familia – murmuré. Sam volvió a reír.

—Sí...se puede decir que si...

Sam me abrió la puerta con ese código que yo desconocía y entré de nuevo en ese increíble apartamento. Al fin estaba libre de Edward...pero, ¿qué se supone que tenía que hacer yo ahora? Me quedé como una perfecta imbécil en la entrada.

—Familiaricese con la casa, señorita Swan...- me animó Sam – Puede moverse con total tranquilidad exceptuando el despacho del señor Cullen – asentí. Sam sonrió de nuevo – Parece usted...diferente – alcé una ceja – No importa – movió la cabeza – Si necesita algo sólo tiene que llamar por el interfono de la cocina, de todos modos Emily estará allí – de nuevo inclinó su cabeza a modo de despedida.

Y me quedé sola en medio de ese gran salón. Todo estaba tan perfecto y tan recogido que parecía que yo misma sobraba ahí. Me daba la impresión de estar mirando un reportaje de una revista de decoración. Ahora que tenía la tranquilidad de que Edward no iba a aparecer ni me iba a mirar con esos hipnóticos ojos verdes...no sabía qué demonios hacer. ¿Leer? No sabía si podía tocar algunos de esos tomos perfectamente colocados en las estanterías. ¿Estudiar? Había traído un par de libros de la universidad, pero no me serviría de nada ya que tenía este año perdido...además, tampoco podría concentrarme. Decidí ir a la cocina.

Allí Emily estaba dando todo su amor en preparar una suculenta comida. Y olía de maravilla. Por un momento mi mente se trasladó a la cocina de mi casa, con Sue...y con el pequeño Matt revoloteando rogando por más chocolate.

— Señorita Swan – Emily me sonrió mientras removía el contenido de una olla —¿Desea algo?

—Eh...no...es que...estaba ahí en medio del salón...y...¿te importa que me quede aquí? —Emily abrió los ojos sorprendida.

—¿Prefiere estar en la cocina a estar fisgoneando por la casa? - dudé, pero al final asentí – Bien...—sonrió — por mi no hay ningún problema...

El único sonido que se oía era el chisporroteo de los asados, los cubiertos y el ruido constante y plano del horno en funcionamiento. A veces envidiaba a la gente como Emily o como Sue. Personas independientes, con un trabajo que, al parecer, les gustaba, una vida con subidas y bajadas...Me encantaría por un día tener ese estilo de vida. Desde pequeña me habían acostumbrado a tener todo en la palma de mi mano, incluso cosas que ni necesitaba ni quería. Nunca viajé en un autobús escolar, nunca me manché de barro en el parque, nunca disfruté de un día acompañada de mis amigas porque no tenía nada de eso...Vivir rodeada de lujo efectivamente tenía muchísimas ventajas, pero también muchas faltas. El día que fuera completamente libre bailaría desnuda en la calle...

El tiempo se me pasó volando mientras veía trabajar a Emily. El asado que sacó del horno tenía una pinta increíble. Evidentemente me lo comí sola ya que Edward nunca venía a su casa a comer. Otro momento más para intentar relajarme.

De repente me acordé del desastre que había formado en mi habitación esta mañana al intentar vestirme; había dejado todo tirado por el suelo, así que subí rápidamente para colocar toda la ropa en el armario.

Reconozco que me avergoncé cuando comprobé que la ropa que había tirado estaba perfectamente estirada sobre la cama y el baño recogido. Emily...Oh, Dios...se habrá pensado que soy una desordenada...Esto me valdría para no volver a dormirme...Saqué toda la ropa de las maletas y las coloqué en ese enorme vestidor. Era de esperar que me sobrara espacio; tenía mucha ropa pero no tanta. Demasiados vestidos que sólo había llevado una vez, de diseñadores exclusivos y famosos. Zapatos de tres y cuatro cifras, preciosos pero demasiado incómodos para mí. Suspiré cuando intenté recordar la última vez que llevé vaqueros y zapatillas en público...

Cuando miré el reloj me sorprendí al comprobar que ya eran más de las nueve. Nada me apetecía más que ponerme ropa cómoda y tumbarme en la cama. Era tarde, así que me imaginé que la amenaza de Edward, ese "esta noche hablamos", había quedado opacado por su trabajo...pero no.

Edward entró en mi recién estrenada habitación sin llamar. Oh, por todo lo sagrado. Afortunadamente no había comenzado a desvestirme...Cuando acabó de entrar cerró la puerta tras de sí...Con pestillo. Por favor...Se había quitado la chaqueta y la corbata quedándose solo con esa camisa blanca que, tenía que reconocer, le favorecía tanto. Dio un paso hacia mí y me miró de arriba abajo. Mi respiración se hizo superficial a pasos agigantados.

—¿Te gusta tu habitación? — me mordí el labio inferior. Edward ladeó la cabeza ligeramente – No estés nerviosa, Isabella...no te voy a morder – me dedicó esa sonrisa burlona – al menos no ahora...-—tragué con dificultad y me lamí el labio inferior antes de hablar.

— ¿Qué...qué quieres de mi? —entrecerró los ojos y dio un paso más hacia mi. Estaba tan cerca de mi cuerpo que podía oler su loción para el afeitado. Sí, un olor totalmente masculino con un toque de vainilla...deliciosa.

—Desnúdate – abrí mucho los ojos al mismo tiempo que mi cuerpo entero se ponía a temblar como una maldita hoja de papel.

—¿P...para qué? —Edward negó lentamente.

—Mala elección de palabras. No preguntes – gruñó – Desnúdate – no me moví ni un milímetro de donde estaba más que nada porque parecía que mis músculos no reaccionaban a las órdenes que enviaba mi cerebro – Desnuda-te – susurró.

Esto no era lo que tenía que estar pasando. Él había dicho que íbamos a hablar. Sólo hablar...La cara de Edward mostraba un gesto de incipiente enfado. Me daba la sensación de que Edward era del tipo de persona que no te gustaría ver enfadada...Apreté los labios mientras me quitaba la chaqueta del traje que llevaba puesto. Tenía miedo. Y algo más que no sabía o no quería definir en ese instante. Algo desconocido. Edward asintió mientras miraba mi camisa azul de seda aún sobre mi cuerpo.

—Todo. Quiero que te quites todo.

No se por qué, pero me veía completamente incapaz de decir que no, así que fui desabrochando los botones de mi camisa de diseñador uno a uno. Ahora mismo lo único que quería era desaparecer por la vergüenza, pero desgraciadamente no podía. Cuando deslicé el último botón por su ojal Edward sonrió de lado. Me deshice de la camisa por los brazos y la puse sobre la cama quedándome desnuda de cintura para arriba salvo por el sujetador.

—Muy bien, pequeña...Eres obediente...y eso me gusta – murmuró – Ahora la falda.

Bien. Me había llamado pequeña...y le gustaba que fuera obediente. ¿Acaso tenía otra opción? Busqué a tientas la cremallera de la falda y empujé la pestaña hacia abajo. Dos segundos después estaba simplemente en ropa interior delante de aquel misterioso e intimidante hombre. Antes de que su voz inquisidora me ordenara algo más hice el amago de quitarme los zapatos de tacón, pero negó de nuevo con la cabeza.

—No...así está bien – me miró de arriba abajo mientras me cogía de la mano para salir de la fala que aún estaba a mis pies. Al sentir el roce de su mano contra la mía me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo – Me gustan las mujeres con tacones...y si sólo llevan ropa interior como vestuario mejor que mejor – dijo mientras se paseaba a mí alrededor para mirarme desde todos los ángulos. Di un respingo cuando noté su dedo en la parte posterior de uno de los tirantes de mi sujetador – Ropa interior de algodón...— dijo aún a mis espaldas – Eso no me lo esperaba...te imaginaba con algo más...—se giró hasta quedar frente a mi – explosivo – cuando le tuve en frente solté todo el aire de golpe.

—¿Qué...qué quieres de mi? — susurré.

Sentía que no podía más, me sentía totalmente expuesta y vulnerable...Edward ignoró mi pregunta para volver a dar una vuelta a mi alrededor. De nuevo noté uno de sus dedos, esta vez directamente en mi piel, en la zona baja de mi espalda. Casi podía rozar el elástico de mi ropa interior. La respiración se me alteró de nuevo y los vellos de mi cuerpo se erizaron. ¿Qué me estaba haciendo? Por mucho que me costara reconocerlo esta sutil caricia era deliciosa...Cuando volvió a ponerse frente a mi, Edward me miró los pechos y se relamió los labios. Dios mío...

—No me gusta la ropa interior de algodón...Sin falta haré que te traigan nuevos modelos – abrí mucho los ojos – Tranquila, Isabella...tengo buen gusto eligiendo ropa interior...y quitándola aún más – volví a tragar en seco.

—Esto...esto está siendo humillante – murmuré. Edward se paró en seco y me miró de forma totalmente amenazadora.

—¿Humillante? Muchas mujeres pagarían por estar en tu situación...Y tú eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mi, lo harás. Y si te pido que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...- mi dueño. Dios mío...cerré los ojos y dejé que por unos segundos mi cuerpo temblara libremente. Edward me miró pensativo – Por ahora lo que quiero es que me obedezcas poniéndote la ropa interior que seguramente mañana recibirás – me miró de nuevo de arriba abajo – Y zapatos...zapatos un poco más altos que los que llevas...De momento sólo deseo eso, aún no voy a pasar a mayores contigo...

—¿Por qué yo? — susurré mirándome a los pies – ¿Tienes problemas para conseguir las atenciones de alguna mujer? No entiendo como quieres...estar así conmigo si supuestamente puedes tener a quien quieras – esperé un gruñido o un grito por su parte, pero sólo oí una ligera risa. Cuando le miré comprobé que esa risa no era sincera.

—Más adelante te explicaré por qué tú...Mañana vendrás conmigo a la oficina. A las ocho y media en punto te quiero abajo en la cocina, lista y preparada – se dio media vuelta para salir de allí, aunque paró a la mirad del camino – Ah...Tu habitación siempre permanecerá abierta, nada de pestillos...y preguntarás sólo cuando yo te lo permita, ¿de acuerdo? Dulces sueños, Isabella – susurró.

Cuando al final la puerta se cerró me senté en la cama porque no sabía si mis piernas iban a poder conmigo. Por todo lo sagrado...Me había dicho que me iba a comprar ropa interior...y zapatos de tacón...y todo ello sería para su disfrute personal..."Si te pido que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás". No me lo podía haber dicho más claro. Estaba cantado lo que Edward quería de mi...y me daban escalofríos sólo de pensarlo. Me levanté de la cama y fui hasta el armario para coger una bata y cubrir mi cuerpo. ¿Cómo sería estar con un hombre como Edward? ¿Salvaje? ¿Dominante? Eso seguro...Cerré los ojos sólo al imaginármelo...pero, ¿qué demonios me estaba pasando?

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Mañana o pasado habrá otro capítulo nuevo!!

 

 

Capítulo 5: Capítulo 4 Hacia lo desconocido Capítulo 7: Capítulo 6 En el Territorio de la Bestia

 
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