BDSM

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 10/10/2012
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 148
Visitas: 92994
Capítulos: 15

Fic recomendado por LNM

ADVERTENCIA

Este fic es para mayores de 18, contiene lenguaje fuerte y explicito sobre el sexo, esta bajo su discresion quien lo lea, si no te gusta mejor no pases a leer.

 Isabella es trabajadora, treintañera, hiperactiva, freelance, divertida y ávida de experimentar la vida. Su curiosidad la lleva a un mundo totalmente inédito para ella: los chats eróticos. Lo que en principio comienza como un merodeo divertido por distintas salas acaba convirtiéndose en algo más en el momento en que conoce a AMOCULLEN, un usuario con el que habla habitualmente acerca de su forma de entender el sexo y del que recibe continuas insinuaciones sobre la posibilidad de fantasear con una relación de dominación entre ambos. Aunque Isabella es reticente, poco a poco comenzará a conocer las reglas de un mundo que acaba por no ser tan descabellado como le parecía y a cuestionarse sus propios límites.

¡Triste época la nuestra!

 Es más fácil desintegrar un átomo, que un prejuicio.

 (ALBERT EINSTEIN)

 Basado en  La Sumisa insumisa  de Rosa Peñasco

 es una Adaptación del mismo

Mis otras historias:

 

El Heredero

El escritor de sueños

El escriba

Indiscreción

El Inglés

Sálvame

El affaire Cullen

No me mires así

El juego de Edward

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Capítulo 9: Sumisa-sola

Capítulo
9
Sumisa-sola

 

PRIMER DÍA COMO «SUMISA-SOLA»

 

(jueves 16 de marzo)

 


Aquí estoy de nuevo! Escribiendo un diario un jueves por la tarde, casi noche, y cuando una asquerosa luna menguante ha desaparecido para ceder, ¡por fin!, protagonismo a la esperanzadora y casi imperceptible lámina de la luna mora. O también el día en que, sin que nadie me haya obligado o manipulado para hacerlo, parece que me he convertido en una especie de insumisa sumisa, sumisa insumisa, «sumisa-sola» o como aquel antiguo nick, y su respectivo personaje cabizbajo y triste porque nunca encontraba un AMO de verdad, que yo utilicé de broma en las primeras fases de mi chateo.

No puedo saber cómo catalogarme en lo que respecta al mundo sadomaso, porque ahora me entiendo menos que nunca. Por ejemplo, ¿cómo puedo explicar que ayer me diera unos azotes yo sola y sin que nadie me lo ordenara? Sé que por lo menos puedo decir que ya he probado esa sensación «del cuero» de la que Cullen tanto me hablaba, pero de ahí a comprender que me azotara irreflexivamente, va un abismo...

Si intento racionalizar, creo que el dolor interior de echar de menos a Cullen más de lo que me pareció poder soportar fue lo que me hizo buscar un dolor físico intenso, para distraer aquella molesta sensación del alma a través de un dolor fuerte en el cuerpo. Claro que también es posible que lo hiciera porque a esa nostalgia paralizante se le adhirió un remordimiento de conciencia y un sentimiento de culpabilidad insoportable, surgido quizás por no haberme tomado en serio la filosofía de vida de AMOCULLEN.

Esa tunda de azotes que mi cinturón de cuero y mi escasa habilidad masoquista hicieron caer sobre mi nalga y muslo derechos, en vez de asustarme, amilanarme o molestarme, pareció liberarme de un monstruo invisible que me proporcionó una liviandad tan difícil de explicar como la que aterriza en el alma tras un buen orgasmo.

Ser o no ser sumisa, ¡ésa es la cuestión! ¡Si Hamlet levantara la cabeza! Ni siquiera con la muestra evidente de los azotes quiero o puedo decidir nada al respecto: mi cabeza me impide reconocer lo que mi corazón, ¡sólo a veces!, parece querer gritar. Por otro lado, y para colmo de desentendimiento, mi sexo ha deseado la polla y la fusta de Cullen con más intensidad que un niño caprichoso desea un helado una tarde de verano.

Hablando de deseo: creo que también ayer la cota de lujuria alcanzó unos niveles tan elevados que, de nuevo un impulso incontrolable, me hizo ir al ordenador y buscar el archivo del Messenger del día 8 de marzo, cuando acababa de decirle «sí» a Cullen y me mandó arrancarme las bragas para después seguir al pie de la letra unas «instrucciones-paja». ¡Hummmm! Esta vez me masturbé de verdad y sentí como si con esa paja que me iba haciendo al tiempo que la leía en la pantalla del PC cumpliese con una especie de asignatura pendiente. Por cierto, salvo por el ya incordiante y monotemático «asunto culo», puedo afirmar que me lo pasé más que bien...

En fin. ¿Qué puedo ser o no ser, si una fuerza me tira del brazo derecho y otra del izquierdo? ¿Acaso lo mejor no es intentar vivir lo que siento como buenamente pueda aunque no encuentre una etiqueta que me catalogue de AMA o sumi? De todas formas, personalmente y como de jugar se trata, me sigue gustando más la idea de un mixto, una especie de sumisa insumisa, una AMA-zona y una sumisa porque «si el mundo es yin y también yang, la vida me parece absurda si nos obliga a elegir entre Jane y Tarzán».

Sé que también estoy aquí, primero, por la cobardía de que nadie se va a enterar: pienso callarme y no dar mi brazo a torcer en algo que mi cabeza aún no puede asumir. Segundo, por la libertad de experimentar sin la coacción de tener que cumplir y plasmar en un diario unas órdenes que no entiendo, y tercero, por una simple cuestión de carácter. Desde pequeña he sido dócil como un corderito cada vez que me explicaban por qué debía hacer las cosas, pero también es cierto que siempre me he negado a hacerlas si me las imponían sin entender el porqué.

Creo que he necesitado saber qué se siente siendo sumisa, pero sin presiones, sin órdenes y con esa docilidad infantil mezclada con rebeldía, que ha sido una tónica en mi vida cada vez que mi cabeza, más autodidacta que otra cosa, ha ido asimilando todo cuanto la rodeaba.

Un último detalle: desde los azotes y la «retrasada pero certera» paja cíber, parece que me ha dado otro de esos arranques raros porque me he desnudado y descalzado, para poder andar así de liviana por la casa mientras preparaba la ropa que iba a ponerme para el trabajo del día siguiente. Por cierto, como ya he terminado con la regla, mañana pienso acudir a la editorial sin bragas, aunque con medias opacas, claro y, por descontado, con la vestimenta que en su día aprobó Sapiens: minifalda negra y camisa a juego, sin pendientes ni maquillaje, naturalmente...


El viernes 18, acudí al trabajo vestida de cucaracha. No me importó porque no mentí en mis primitivos diarios cuando escribí que el negro es el color del BDSM y, curiosamente, también el de mi armario. Me planteé, no obstante, si el color negro era un gusto personal de Cullen que, ¡para colmo de simbiosis!, coincidía con mis gustos en cuanto a color preferido o, por el contrario, era el color con el que debían vestir las sumis durante su periodo de doma. Llegué a la conclusión de que las dos opciones eran correctas: el negro era un color que a Cullen le encantaba, porque me lo comentó más de una vez y, en otro orden de cosas, podía coincidir que las sumis vestirían muchas veces de negro durante su doma porque también Cullen me comentó que, en las ceremonias de BDSM, cuando se proclama oficialmente la condición de sumisa de alguien que ya ha superado el periodo de doma, a la nueva esclava se la viste con una túnica blanca como símbolo de pureza y nueva etapa que surgirá tras esta preciosa iniciación. ¡Qué irónico, oculto y opuesto a otras realidades es el BDSM! Normalmente, el blanco es el color de las novicias y las doncellas, que sólo lo sustituirán por otros colores como el negro cuando se conviertan por fin en monjas o mujeres casadas. En cambio, en el mundo sadomaso, el negro, entre otros, puede ser el color de la doma de la sumi, que sólo se vestirá de blanco cuando, ¡por fin!, sea una sumisa completamente domada y, por consiguiente, un ser puro que, a través del placer y el dolor, abrirá una ventana luminosa para comunicarse con su AMO.

He de decir que, además de vestida de cucaracha, el viernes también acudí al trabajo sin bragas. Y, no es por nada, pero con el roce continuo del panti sobre mi sexo, entendí por fin a cuento de qué venía la orden de Cullen de prohibirme el uso de cualquier cosa que tapara mi coño: desde los pantalones, hasta esas fajas que no me había puesto en la vida, o las bragas y los tangas.

Creo que también entendí el porqué de esta orden: las mujeres estamos tan acostumbradas a proteger esa parte de nuestra anatomía, bien con la ropa interior, bien con el cruce de piernas o bien con las dos cosas, que de haber seguido con estas inercias una vez que se decide ser sumisa de verdad, hubiera resultado más que difícil que se recuerde la nueva condición y su diferencia con la anterior. En cambio, y al menos en mi caso, sin bragas o con el incómodo panti rozándome el coño a todas horas, también a todas horas recordaba a la fuerza a AMOCULLEN. ¡Segunda antigua incongruencia, ya comprendida! No está mal...

A su vez, mientras estaba trabajando frente al ordenador o intentando leer los plúmbeos manuscritos de los esperanzados autores noveles, hice el esfuerzo de colocar mi espalda recta, no cruzar las piernas y mantener entreabiertos los muslos uno o dos centímetros. Vencer la inercia de encorvar la espalda o cruzar las piernas fue casi imposible, pero me consoló el hecho de haberme propuesto que, al menos mientras fuese consciente de ello, intentaría con todas mis fuerzas mantener ese equilibrio postural. Por cierto, creo que también le vi un sentido a esta orden, que antaño también me pareció arbitraria: con la espalda recta mis senos se realzaban y mi figura resultaba mucho más atractiva que con otras posturas. No es por nada, pero en las 55 reglas de oro de una esclava se hacía hincapié en que una sumisa debía intentar mantenerse en todo momento «atractiva y apetitosa» para su AMO y Señor. Ahora bien: supuse que el principal sentido de esta postura estaba en los dos centímetros de separación de los muslos porque una buena sumi debe mostrarse siempre dispuesta y expuesta para su AMO, y con aquella pose, que por descontado no llegaba a la ordinariez del espatarre, la sumisa da a entender al AMO que está receptiva y preparada para lo que ÉL quiera.

Bien. ¡Tercera orden entendida! y, tercera vez que una de aquellas 55 reglas volvía a apoderarse de mi consciente y hasta de mi inconsciente:


El poder y la autoridad de tu Amo y Señor te infunden temor y respeto. Su sabiduría y su perverso refinamiento te fascinan.
Después de leer aquella misiva, llegué a una nueva conclusión: nunca se lo podría decir, pero AMOCULLEN me había fascinado, ¡y mucho! Mientras pensaba en Cullen a todas horas, bien porque la nueva pose me recordaba a ÉL, o porque la costura del panti no hacía más que avisarme de su existencia, bordando aquel dicho de que el roce hace el cariño, pensé también que esta vez nadie iba cargar con las nefastas consecuencias de mis indecisiones y dudas. Con una idea pasé el resto del día: aunque fuera doloroso, en cuanto llegase a casa llamaría a Marc para volver a decirle que necesitaba estar sola porque me encontraba cansada y confusa. De esta manera, ni le haría sufrir más de lo necesario implicándolo en una historia que no controlaba ni yo, ni tampoco mantendría relaciones sexuales con él, entre otras cosas porque Cullen no quería que lo hiciera más que cuando ÉL daba su consentimiento.

Además, supe que no podría soportar otra vez que terceras personas pagaran los platos rotos de mis indecisiones y mis juegos y, por otro lado, si le decía a Marc que necesitaba estar sola, en realidad no le mentía: sola para pensar qué me pasaba. Sola para recordar a Cullen hasta el punto de necesitar masturbarme pensando en él. Sola, en fin, como una sumisa sin AMO, y con el mismo vacío que el MAESTRO sentía y expresaba diciendo que un AMO sin sumisa es como un jardín sin flores.

Y ello no significaba, ni mucho menos, que tuviese clara mi condición de sumisa, pero creí que no hacía daño a nadie si me animaba a vivir de verdad esta experiencia, sin incentivar expectativas ajenas que no podría cumplir sin engañar a otros o, lo que es peor, sin engañarme a mí misma. Claro que tampoco quise declararme nada de nada abiertamente, porque también pensé que la etapa que estaba viviendo como sumisa-sola podía ser parte del juego, e incluso parte de esa niña malcriada, que se quedó a mitad de su lúdico éxtasis y, contrariada, unos días más tarde quería recuperarlo para deshacer la madeja entera y vivirlo hasta el final.

Volví a casa después del trabajo, y la idea de Cullen se fue haciendo más y más intensa, esta vez por culpa del coche. Sin duda, llegué peor que salí porque la horrorosa costura del panti se clavó en mis intimidades durante el tiempo que estuve conduciendo, hasta el punto de que cuando por fin pude abrir la puerta de mi casa, otro instinto se apoderó de mí: me desnudé y descalcé compulsivamente, al tiempo que abrí el grifo del agua caliente para darme un baño de espuma y así pensar tranquilamente en mi extraña y nueva realidad.

Lo que ocurrió a partir de entonces, lo plasmé cuando unas horas más tarde hice mis deberes; es decir, cuando escribí el diario correspondiente al día que acababa de vivir.



SEGUNDO DÍA COMO «SUMISA-SOLA»

 

(Viernes 17 de marzo)

 


Hoy sí que me he pasado «tres pueblos» en lo de intentar comportarme como una sumisa. Entre otras novedades, destaco que me he vestido como a Cullen le gustó que me vistiera en los días de mis mentiras y, ¡oh sorpresa!, he ido al trabajo sin bragas, y para colmo de mis afanes en no se sabe qué, he prestado atención para poner la postura que el AMO de Seattle me comentó; es decir, espalda recta y muslos entreabiertos. Lo mejor de estas experiencias no es haberme atrevido a vivirlas sino, al menos para mí, el hecho de que viviéndolas, he entendido el porqué de unas órdenes que antaño me parecieron arbitrarias y como un «cruce de cables» de un AMO en el que no confié. Sin duda, AMOCULLEN quiso que recordara mi nueva situación de sumisa en periodo de doma con hechos tan sencillos y cotidianos como unas bragas o una postura.

Una cosa: tanto ayer como hoy he intentado comenzar una nueva traducción y ponerme al día respecto a los manuscritos que tengo pendientes, pero parece que siendo «sumisa-sola» tampoco logro concentrarme, aunque, esta vez, la imposibilidad de trabajar no tiene que ver con la anterior adicción-locura-Cullen. Creo que trabajo poco y mal porque en cuanto me encuentro frente a un ordenador, en vez de chatear, decir tonterías en la sala de Amos y sumisas o jugar con Cullen, me dedico a indagar en Google y en los cientos de blogs y páginas de sadomasoquismo que encuentro por la red. Sin duda, es más que ilustrativa esta biblioteca virtual porque, en un abrir y cerrar de archivos, me permite leer los diarios de sumisas, relatos sobre sus experiencias, los contratos que firman tras su periodo de doma, las famosas «55 reglas de una esclava» y hasta una extraña lista, redactada con tonillo de «Declaración de derechos humanos», que enumera de la A a la Z los Derechos de la sumisa: 1º) Tienes derecho a ser tratada con respeto. 2º) Tienes derecho a estar orgullosa de lo que eres. 3º) Tienes derecho a sentirte segura. 4º) Tienes derecho a sentir, etcétera, etcétera.

Cuestiones inevitables: la existencia de una lista sobre los «derechos de la sumisa» ¿en el fondo no denota que hay quien ni siquiera se plantea que puedan tener derechos? Porque si los derechos de cualquier persona se asumen y respetan de manera natural, ¿no sobrarían las listas que los enumeran? Y por otro lado, ¿dónde se reivindicarían estos derechos? ¿Los jueces intentarían restituirlos en caso de que hubiesen sido violados? ¿Y cómo lo harían? ¿Establecerían una indemnización para la sumi agraviada? Otra broma: ¿era el subgrupo social «sumisas» lo suficientemente amplio como para justificar la existencia de una lista con sus derechos, del mismo modo que, por ejemplo, existen los derechos del gremio de enfermeras? Nuevas conclusiones jocosas: el hecho de que el BDSM sea un mundo oculto, ¿impediría que las sumisas se afilien a un sindicato? ¿Quién las representaría? ¿Cómo? ¿Dónde? Extraña realidad: en sólo dos días, he impreso más páginas sadomaso de las que escribió el marqués de Sade en toda su vida. ¡Y eso que la extensa biblioteca erótico-torturadora de Sade no es para bromear!

En otro orden de cosas, a los continuos devaneos de cabeza generados por mi particular investigación sadomaso, he de añadir hechos tan significativos como que, desde ayer, duermo desnuda, y desnuda y descalza ando por la casa a todas horas. Por si fuera poco, he llamado a Marc y le he dicho que no tengo fuerzas para estar con él, porque ni quiero engañar a nadie, ni quiero engañarme yo, ni, sobre todo, quiero decepcionar a un Cullen que, aunque nunca va a conocer mis proezas, no quería que tuviera más que las relaciones sexuales que ÉL consintiese. Por cierto, lo del sexo en soledad o «en compañía de otros» creo que puede explicarse con el hecho de que si una sumi quiere ser un objeto sexual para su AMO, raramente podrá serlo al cien por cien si mantiene vidas eróticas paralelas que el AMO no conoce.

He de decir que cuando llegué a mi casa rozada de pantis hasta ahí mismo, me di un baño de espuma. Eso sí, una vez en la bañera vinieron a mi mente dos recuerdos interesantes. Primero: a Cullen le gustaba, según decía, que su perra estuviese siempre caliente y dispuesta y que no pasase hambre. Segundo: a lo tonto y mientras fui una falsa sumisa, entre el primitivo chat, el Messenger posterior y, sobre todo, el teléfono final, me cayeron más orgasmos reales que pelos tengo en la cabeza...

Quizás por culpa de estos recuerdos-ideas empecé, inconscientemente, a acariciarme todo el cuerpo en la bañera, despacio, muy despacio, cerrando los ojos e imaginando que eran las manos de Cullen las que me masajeaban cada centímetro de piel. Lo demás vino solo: «¡No puedes masturbarte sin su permiso!» «¡No puedes masturbarte sin su permiso!» «¡No puedes masturbarte sin su permiso!», insistía una voz interior... Por suerte, y gracias a mi desbordante imaginación, lo que pasaba en aquella bañera no era la paja que una desobediente «sumisa-sola» se estaba haciendo, sino el polvo que un AMO le estaba echando a una sumisa.

Eché más gel en el agua porque me encanta zambullirme en un mar de espuma, para después dejar que mis dedos-Cullen empezaran a jugar con el clítoris, hasta hacerlo vibrar con una especie de corriente eléctrica que le hacía aumentar su tamaño. Sin dejar de acariciarlo con los dedos de la mano derecha, comencé a utilizar los de la izquierda para inspeccionar mi vagina: primero introduje uno y cuando ya noté que me lo pedía a gritos, metí el segundo haciendo que los dos dedos entraran y salieran de ese orificio que empezaba a demostrarme su plenitud regalándome unos fluidos que, poco a poco, se iban mezclando con el agua espumosa. En contadas ocasiones, dejaba de acariciar el clítoris porque mis pechos delataban la necesidad de jugar también a través de unos pezones que se iban poniendo más y más duros cada vez. Como Cullen me mandó por teléfono, y antes por Messenger, acaricié mis pezones y hasta los retorcí para provocarme dolor con el gesto de querer arrancarlos de las tetas, aunque entendí y sentí en mi propia piel que la finalidad de este juego tortuoso no era más que la de hacerme sentir el placer y una sensibilidad desconocidos para mí hasta entonces.

Acariciando mi cuerpo palmo a palmo, retorciendo y estirando mis pezones, haciendo girar mi clítoris con una suave presión circular, metiendo y sacando con ritmo los dedos de mi vagina y, sobre todo, cerrando los ojos e imaginándome que todo este proceso lo llevaba a cabo Cullen, tuve un orgasmo dulce y muy suave, aunque en el último momento hasta me invadió cierto remordimiento porque recordé que Cullen no me había dado permiso para correrme. Mis fantasías, desbordantes y desatadas hasta rayar en el cinismo, borraron los supuestos remordimientos haciéndome creer que no estaba desobedeciendo a nadie, puesto que era AMOCULLEN el que, al hacerme el amor en la bañera, me daba la orden de correrme después de aquellas secuencias que no sé cuánto tiempo pudieron durar.

Unos minutos más tarde salí turbada y masturbada del agua, sequé mi cuerpo, le di crema imaginando de nuevo que era Cullen el que volvía a masajearme con mimo y como si yo, «su sumi», fuese también un gran tesoro que a ÉL le gustaba mimar y cuidar.

Un segundo después, tomé las riendas de mi desbordante imaginación y me situé en el aquí y el ahora al coger la epilady y ponerla en posición de rasurar y no de arrancar el vello de raíz. Esta vez sí me rasuré, ¡entera!, y de verdad. Además, me di cuenta de que en aquellos diarios de antaño, no mentí tanto: la nueva situación me parecía incómoda y liviana a la vez, y por si fuera poco, era imposible reconocer mis intimidades en el espejo. Por cierto, también le encontré sentido a la orden de depilar el coño en su totalidad. Al menos me pareció que, del mismo modo que a una novicia le cortan el pelo cuando entra a formar parte del convento como monja, a una sumisa se le rasura el coño como símbolo de que también forma parte de la comunidad BDSM.

En fin. No sé si lo dejaré crecer o no o si picará cuando el vello quiera volver a asomar. Hoy sólo sé que mañana es sábado, y Cullen me dejó libre de faldas los fines de semana, aunque deba seguir sin bragas mientras dure mi periodo de doma.


Ciertamente, llegó el fin de semana o ese espacio en el que el bueno de mi AMO quiso dejarme totalmente libre, cuando ÉL creía que era su sumisa, para evitar que me agobiara con un exceso de órdenes en esos días en los que el cuerpo y la mente piden a gritos expansión y relax. Eso sí, tal y como expresé en el diario del día anterior, me mantuve todo el tiempo con el coño depilado y sin bragas, y no sólo para obedecer a un AMO que nunca se enteraría de la existencia de una sumisa-sola, sino, sobre todo, para no dejar de pensar en ÉL ni cuando paseaba por el campo con mi perro, ni cuando montaba en bici y la costura de los pantalones vaqueros me parecía una llamada telefónica que Cullen hacía directamente a lo más profundo de mí...

Ya el lunes 20, a punto de que la primavera aniquilara el frío invierno y después de varios días de luna nueva, la fina lámina mora que se dibujaba en el cielo como en la inmensidad de una nada creció dando paso a una clara y lunática mitad. Entonces, y de nuevo con el nick de Marta, tuve valor y me conecté otra vez al chat de la sala de Amos y sumisas.

Me dio un pálpito que reconocí enseguida cuando, entre todos los nicks de los usuarios, descubrí a AMOCULLEN. Los cientos de privados no tardaron en aparecer, pero, sin saber muy bien por qué, me limité a pulsar la crucecita de la esquina superior de cada uno de ellos, para cerrarlos sin contestar a ninguno. Además, y para que todos los usuarios lo vieran, escribí en la sala lo siguiente:


—Gracias a todos, pero no me mandéis privados. No los contesto...

— ¿Por qué, Marta? —me preguntaron casi al unísono EN-VERGA-DURA, TELAMETOTODA y TOMAMILECHE.

—Porque mi AMO no quiere.


No sé por qué, pero en ese momento, además del chat, abrí la sesión del Messenger, y con otro nuevo pálpito que también me resultaba familiar, vi que AMOCULLEN se encontraba en línea, tanto como él habría visto que acababa de conectarme yo.

En la sala seguían haciéndome preguntas:


— ¿Y quién es tu AMO, Marta? —me preguntó un curioso OTEÍLLO.

—El mejor del mundo. Alguien a quien le hice daño por una niñería y alguien a quien me gustaría decirle que lo siento, que ÉL llevaba razón...

— ¿Qué hiciste, Marta? —preguntó SR. DEL TEMPLE.

—Jugué sin ánimo de hacer daño con el BDSM, con su filosofía de vida, con un ARTE que para ÉL es religión.

— ¿Y te arrepientes?

—No sólo eso, deseo pedirle perdón con todas mis fuerzas. De hecho, se lo estoy pidiendo aquí porque no me atrevo a decirle nada en privado, no sé si por cobardía o porque no quiero molestarle.


En ese momento me invadió un tercer pálpito que volvió a resultarme familiar. Me refiero a ese color naranja que iluminó un pequeño recuadro de la pantalla de mi PC, y vino acompañado de un casi imperceptible ding-dong o ese sonido inequívoco que me avisaba de que algún contacto me estaba mandando un mensaje a través del Messenger. ¡Dios mío, era ÉL! El ordenador lo indicaba claramente: AMOCULLEN dice: hola Marta...


—Hola, AMOCULLEN, ¿cómo estás?

—Pues ya sabes: un AMO sin sumisa es...

—Sí, como un jardín sin flores, ya lo sé...

—Espero que no estés divirtiéndote otra vez a mi costa.

—No, te prometo que no. Mira, tienes todo el derecho del mundo a no hablar conmigo. Tienes todo el derecho del mundo a odiarme. A no creerme... Yo sólo puedo decirte que no sabes cuánto lo siento. Culle, perdóname, por favor, perdóname. Te prometo que ya no juego...


Se hizo un silencio interminable y, durante más de un minuto, no pude ver ninguna respuesta en los diálogos del Messenger; es más, ni siquiera el ordenador me avisaba con aquello de: Espere. AMOCULLEN está escribiendo un mensaje.

Me dio tiempo a pensar dos cosas: o bien, y como se dice cada vez que hay un silencio largo, estaba pasando un ángel, o bien, y creo que sería lo más probable, AMOCULLEN me iba a mandar a la porra de un momento a otro. ¡Y eso con suerte!, porque lo normal es que, sin mediar palabra, me borrara de su lista de admitidos y no me hablase nunca más...

Me equivoqué. Temblorosa como una niña asustada, sólo puedo decir que me equivoqué...


—Nunca me ha pasado algo así, Marta.

— ¿Qué quieres decir, AMO?

—Nunca he echado tanto de menos a una sumisa que, en realidad, nunca llegó a ser mi sumi.

—Perdóname, por favor...

—No, no te perdono porque yo fui un mal AMO: debí tener más psicología, debí preocuparme más con una salvaje e insumisa como tú, debí darte órdenes más claras, quizás hasta debí presionarte menos o proponerte que fueras mi sumisa un poco más tarde...

—No, AMO, todo fue culpa mía... Por cierto, ¿sigues pensando que soy sumisa?

—Por supuesto, y que necesitas una doma brutal también. Lo que no sé es quién será el AMO que tenga la suerte de disfrutar de tantas y tantas cosas que serás capaz de dar...

—Si yo te contara, AMOCULLEN...

— ¡NO! No quiero que me cuentes nada. Ahora mismo sólo me pondría enfermo de pensar en cuánto te he deseado, en cómo he querido poseerte, someterte, dominarte, sodomizarte, besarte por todo el cuerpo, follarte como a una sumi y azotarte, azotarte y azotarte...

—Buffffff, si me lo dices así como que nos despedimos, ¿no?...

—No empieces con tus bromas... Yo sé que no pasará nada de lo que hay en mi cabeza, pero mis azotes, con toda la saña del mundo, son lo que calmaría mi rabia y tu culpa: ya ves, todo a la vez, ¡y tú sin quererlo ver!

— ¿Nos calmaríamos a costa de que me hicieras mucho daño?

—Es que te haría mucho daño, pero lo mejor del dolor ya sabes lo que es: es el premio que viene después. Todo está dividido en un proceso místico de tres o como un trisquel, que es el símbolo del BDSM: no hay cura sin herida, y no hay herida sin látigo o similar...

— ¡O sea, que el secreto está en la cura!

—Sí, siempre. Es cuando un AMO sufre con las heridas que ha hecho. Es cuando demuestra el amor y sufre por el dolor de su sumisa, al tiempo que siente el placer de su dolor.

— ¿Y no sería más sencillo que trabajaseis de enfermeros?

—Ahora no tiene gracia, Marta.

—Llevas razón, AMO. Perdona. Ya sabes que cuando me pongo nerviosa sólo sobrellevo la situación con bromas. ¿Me perdonas?

— ¡Qué remedio!

—Cullen, ¿y ella? Además de un dolor rabioso, ¿qué siente ella?

—Ella siente placer con su dolor porque ese dolor es el placer de su AMO, y el placer de su AMO es su mayor recompensa.

— ¡Sois más retorcidos que un manojo de cables!

—No, Marta, retorcidos no; intensos, complejos y completos, sí. ¡El éxtasis se merece ese viaje por todas las emociones humanas!, ¿no?

—En fin, AMO, si yo te contara...


Se hizo otro silencio eterno, de esos en los que de nuevo el temor por la desconexión definitiva me colmó de ansiedad, aunque por suerte esta vez también volví a equivocarme:


—No, Marta, no. No estoy para bromas. No estoy para enseñanzas, preguntas o respuestas. No estoy para disculpas ni para reproches. Estoy para hechos.

— ¿Y eso qué quiere decir?

—Mira, hoy es lunes 20 de marzo y no quiero volver a hablar contigo salvo que...

— ¿Salvo qué?

—Salvo que el viernes 24 te atrevas a coger por fin las riendas de tu vida, de esa vida que por miedo no te atreves a vivir, aunque te está pidiendo a gritos ser vivida...

— ¿Y cómo hago eso?

—Ven a verme a Seattle. Tienes mi móvil. Llámame el viernes, pero sólo en el caso de que aparezcas por aquí, ¿vale?

— ¿Cómo? No te entiendo.

—Sí, sí que me entiendes. Mira, no te lo había dicho. Me llamo Edward Cullen. Si vienes debes ir al hotel Scada, allí tendrás una habitación reservada a mi nombre. Sé que hay varios trenes, pero sólo recuerdo uno que llega a Seattle al mediodía. No lo olvides: Edward Cullen hotel Scaday Tren del mediodía...

—Pero...

—No hay peros, Marta: si no vienes, te deseo lo mejor, pero no te molestes, no me molestes y no nos molestemos más.

—...........................................

—Sí, ya conozco esos puntos suspensivos que ahora pueden significar muchas cosas. Voy a cerrarte el Messenger: un adiós Marta o un hasta pronto Marta, dependerá sólo de ti. ¡Ciao!


Aguanté la semana de la luna creciente con miles de batallas interiores difíciles de soportar, ubicar y entender, quizás porque me resultaba imposible catalogar una situación que, desde el principio, me pareció más desbordante que todas las vividas hasta ahora. Estaba claro que del lunes 20 al viernes 24 de marzo, ni me encontraba ensimismada descubriendo un chat, ni estaba fascinada por el mundo BDSM que me mostraba un AMO desconocido, ni jugaba a ser AMA o sumisa, ni me sentía desesperada pensando que AMOCULLEN ya nunca iba a volver, como tampoco me esforzaba en cumplir unas órdenes extrañas que, para colmo de rarezas, al carecer de ordenante me hacían mostrarme como una extraña sumisa-sola...

En aquella semana no fui nada de lo que había sido o intentado ser antes, pero como tampoco sabía quién era en realidad, intenté comportarme con la mayor naturalidad posible, por ejemplo, dejando crecer el vello púbico y sintiendo un picorcillo que, aunque extraño, ya intuí y hasta plasmé en un diario portador de experiencias falsas. Vestí como me vino en gana, no cuidé la postura y utilicé todo tipo de ropa interior en unos días en los que, a modo de «mujer-limbo», ni estaba en Seattle, ni en Vancouver, ni siendo quien fui, ni comportándome como nunca me atreví a ser.

Imposible comer y dormir en esos días y, menos aún, la noche del jueves al viernes en la que, ya con la luna casi llena, me decidí a coger ese tren Vancouver-Seattle que, sin caridad con el descanso de los demás, salió de la estación de Pacific Central a las intempestivas nueve y media de la mañana del viernes 24 de marzo.

Capítulo 8: Luna menguante Capítulo 10: Bienvenida

 
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