EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
Visitas: 109177
Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 16: CAPITULO 16

Capítulo 16

El idiota

Jacob se estaba retrasando.

Mientras yo esperaba a las siete menos cuarto junto a la puerta del Friday's de Times Square, traté de no sentirme molesta. Al fin y al cabo, tal vez se había retrasado por el tráfico o algo así. Ya llegaría.

Me hundí en el sofá de vinilo, que se extendía desde la puerta de entrada hasta el lugar donde estaba la recepcionista. A mi alrededor, los turistas con acento de Tejas, voces gangosas del Sur e inflexiones del Medio Oeste se arremolinaban entre columnas a rayas como barras de caramelo. Los camareros con minúsculas bandejas y las camareras con sonrisas precipitadas llevaban pins con la leyenda «Dale una oportunidad a la paz. Dale propina a tu camarero», y recordaban «El amor hace que el mundo gire». Yo casi no creía en esto último, y además me parecía una estupidez.

Mientras estaba sentada esperando, intenté ser paciente. ¿Cómo sería ver a Jacob por primera vez desde el último sábado por la noche? ¿Lo odiaría en el instante en que lo viera?

Pero a las siete menos cinco, cuando entró por la puerta principal, no lo odié. Me encantó su aspecto con su camisa blanca entallada, sus pantalones chinos y sus mocasines Kenneth Cole, que yo le había regalado por su cumpleaños. Me encantó su manerade sonreír, la forma en que se le iluminó todo el rostro cuando me vio. Me encantó su sonrisa tímida y un poco boba. Y odié no odiarlo.

—Eh, nena —me dijo al llegar a mi lado. Me atrajo hacia sí y me sorprendió dándome un cálido abrazo. Sólo por lo inesperado de la situación también lo abracé, antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Entonces me puse tensa—. Has llegado temprano.

—¿Temprano?—dije mirándolo con incredulidad. Me devolvió la mirada con cara de sorpresa—. No he llegado temprano. ¡Tú has llegado veinticinco minutos tarde!

Pareció extrañado.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? ¡Quedamos a las siete!

—¡A las seis y media! —aclaré, intentando sonar calmada.

—No, no. Estoy segurísimo de que dijimos a las siete —repuso él.

—No —insistí. Estaba convencida de que habíamos dicho a las seis y media. Pero de repente ya no estaba segura al ciento por ciento—. Bueno, creo —me corregí. Jacob se dio por satisfecho.

—Fantástico —dijo. Me rodeó con el brazo. Pensé en apartarme, pero no lo hice. Me atrajo hacia sí y, a pesar de que sabía que no debía, me sentí bien—. Vamos a sentarnos.

Una recepcionista, en cuyo pecho se leía «Toque madera», «Salvad a las ballenas» y «Vote por Kennedy», nos condujo a una mesa en el centro del salón, justo en el medio de un mar de turistas.

—Me alegro de volver a verte, Bella —dijo Jacob formalmente cuando nuestra camarera se hubo ido. Por un instante me quedé mirándolo por encima del menú.

—Lo mismo digo —murmuré, y volví a concentrarme en el menú, lo cual me permitió ganar un poco de tiempo. De pronto, me sentía hecha un auténtico lío. Parpadeé un par de veces y traté de serenarme. Se suponía que no debía ceder tan rápido. Respiré hondo y recé por mantener el control sobre mí misma.

Mientras él pedía un aperitivo y la bebida, yo no sabía dónde meterme. Jacob tenía un rizo que le caía sobre la frente y le llegaba hasta la ceja izquierda. Una semana antes habría alargado el brazo por encima de la mesa para apartárselo con ternura, pero esa noche no estaba segura de que quisiera tocarlo.

Se suponía que no debía sentir nada cuando lo mirase a los ojos. Se suponía que no debía gustarme el modo en que su boca se curvaba del lado izquierdo. Se suponía que no debía gustarme su minúscula y casi imperceptible cicatriz de la mejilla derecha, que se había hecho cuando se cayó de la bicicleta a los once años. Se suponía que no debía sufrir un ataque de taquicardia cuando sus ojos se encontraran con los míos.

Sin embargo, sentí todas esas cosas. Y eso me convertía en una idiota, ¿no?

Lo miré de soslayo con tristeza. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? Un año antes, cuando se había mudado a mi apartamento y pasábamos cada segundo disponible juntos, disfrutando del cariño mutuo, creí que lo nuestro iba a ser perfecto para siempre. Jamás se me había ocurrido preocuparme por que alguna vez fuera a traicionarme.

Me pregunté qué estaría pensando, qué diría. Quise que pronunciara palabras mágicas que hicieran que todo volviera a ser como antes, que nos permitieran volver a nuestras vidas como eran antes del sábado.

No obstante, no sabía cuáles podrían ser esas palabras mágicas, o si existían siquiera.

Y sentí vergüenza de que cada una de las moléculas de mi cuerpo quisiera que eso sucediera. En el fondo sabía que debía armarme del necesario respeto por mí misma y marcharme de allí, pasar página. Pero él era como una adicción, y no podía evitarlo.

La reaparición de la camarera, cuyos rizos castaños estaban atados en alegres trenzas, me sacó del intrincado curso de mis pensamientos. Nos trajo una Bud Light para Jacob y una Coca-Cola para mí.

—¿Ya habéis decidido? —preguntó con una sonrisa y se volvió hacia mí. Pero cuando me disponía a abrir la boca para pedir, Jacob se me adelantó. Por supuesto, pidió el entrecot al Jack Daniel's con langostinos, uno de los platos más caros del menú. Yo pedí una ensalada César con pollo.

Cuando la camarera hubo tomado nota, Jacob me cogió de la mano. La apretó y la sostuvo amablemente.

—Mira, Bella —comenzó. Se interrumpió y suspiró. Volvióa apretarme la mano y me miró con ojos enternecedores—. Ni siquiera sé por dónde comenzar —dijo en voz baja—. Me equivoqué tanto... Fui tan estúpido al tirar por la borda lo que teníamos... Sé que nunca podrás perdonarme, y no espero que lo hagas, pero... —Su voz se fue apagando y me miró con aire suplicante. Lo miré. No tenía idea de qué decirle.

Se veía tan genuinamente triste y arrepentido que sentí lástima por él. Parte de mí quería devolverle el apretón de mano, sonreírle cálidamente y decirle que no se preocupara, que lo perdonaba. Pero no lo perdonaba, ni mucho menos. Tal vez algún día, pero no ése.

—Jacob... —empecé lentamente. No retiré la mano y él continuó reteniéndola con delicadeza. Debía admitirlo: me gustaba la sensación. Me gustaba su fuerza silenciosa y el modo amable en que su gran mano envolvía la mía, que era pequeña. Carraspeé y alcé la vista para ver sus ojos—. ¿Por qué? —pregunté por fin, sintiéndome repentinamente cansada—. Sólo dime por qué.

Me miró por un instante y el silencio incómodo pareció durar una eternidad. Mi corazón latía a toda velocidad mientras esperaba su respuesta.

—¿A qué te refieres? —quiso saber, empleando el mismo tono amable de voz. Lo miré con dureza. ¿De qué pensaba que le estaba hablando?

—¿Por qué me engañaste? —le pregunté en voz baja. Por un momento, miró para otro lado, y luego me miró con ojos de profunda tristeza.

—Lo siento —dijo suavemente—. Estaba totalmente equivocado. Lo sé. Supongo que me estaba sintiendo... no sé... como si estuvieras demasiado ocupada para mí. No supe manejarlo.

Era cierto. Sabía que a veces era adicta al trabajo. Tal vez no habría debido volcar tanta energía en mi carrera. Instantáneamente, me sentí culpable.

—No estoy diciendo que fuera culpa tuya —agregó rápidamente—. Estoy seguro de que estaba siendo demasiado sensible, cariño. —¿Qué derecho tenía a seguir llamándome «cariño»? ¿Por qué seguía gustándome el sonido de esa palabra cuando la pronunciaba?—. Cometí un gran error porque temía que ya no me amaras.

Tragué saliva.

—Nunca dejé de amarte —respondí. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Parpadeé rápidamente.

—Ahora lo sé —dijo, apretándome la mano—. Y sé que metí la pata y lo arruiné. Lo siento.

Nuestra camarera nos interrumpió al traernos el enorme aperitivo que Jacob había pedido.

—¡Buen provecho! —nos dijo la camarera, sonriéndonos como si fuéramos dos adolescentes en su primera cita.

Por un rato, estuvimos entretenidos con nuestra comida, evitando mirarnos a los ojos. Me dediqué a empujar la piel de una patata, pero no pude comer nada.

—¿La conociste en la fiesta de Navidad de Mod?—pregunté por fin. En realidad no tenía hambre. Tom alzó la vista, sorprendido y con la boca llena—. A Estella —aclaré—. A Estella Marrone. ¿La conociste en la fiesta de Navidad? —Bajó la vista y luego volvió a mirarme. Masticaba pensativo y tragaba de manera audible.

—Sí —dijo sencillamente, y no sonaba lo culpable que debía sonar—. ¿Cómo sabes su nombre?

—Se olvidó el bolso en el apartamento. Y su prima vino a buscarlo. —La ira se apoderó de mí—. Su prima es Tanya Delani, ¿lo sabías? La jefa de la sección de moda de Mod. Has estado acostándote con laprima de una de mis compañeras de trabajo —dije, y esperé que su rostro expresara sorpresa, pero él se limitó a asentir con aspecto de sentirse muy culpable.

—Lo sé —dijo—. Lo lamento.

—¿Lo sabías? —pregunté con incredulidad—. ¿Sabías que yo trabajaba con su prima?

—No al principio —dijo rápidamente—. Pero, sí, lo sabía. Claro que no lo hice a propósito. Qué coincidencia, ¿no? —dijo, y soltó una risa incómoda.

—¿Cómo puede ser una coincidencia si te la encontraste en mi fiesta de Navidad? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—Bueno, había un montón de gente que no conocías —adujo tímidamente—. ¿Cómo iba a saber que tú lo sabías?

Miré la mesa, abatida. Ya no tenía hambre. Volví a tragar.

—Lo siento muchísimo —repitió Jacob—. Si pudiera hacer que las cosas fueran diferentes, lo haría.

—¿Cambiarías el hecho de que te pillara con otra? —le pregunté con amargura.

—No —dijo Jacob  solemnemente—. Me lo merecía. En primer lugar, cambiaría el hecho de que haya sucedido. No tenía derecho. He estropeado nuestra relación —agregó, y parecía tan triste como yo me sentía.

—Oh —dije al cabo, porque sentí que estaba esperando una respuesta. No tenía más que añadir. Nos quedamos allí un rato, sentados en silencio, pero ahora no había menú que nos distrajera. Sólo nos teníamos el uno al otro y ese incómodo muro que se había erigido entre nosotros.

Vino la camarera y recogió los platos. Yo apenas había tocado el mío. Un momento después, llegó un camarero con nuestros platos. Mientras comenzaba a pinchar con desgana mi ensalada, evité la mirada de Jacob.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo Jacob finalmente. Levanté la vista, sorprendida.

—Bueno.

¿Acaso iba a pedirme que le permitiera volver? ¿Me iba a pedir que lo perdonase?

—¿Estás...? —Hizo una pausa, bajó la vista y luego volvió a mirarme—. ¿Te estás acostando con Edward Cullen?

Me quedé mirándolo durante un minuto.

—¡No! —respondí al fin, consternada—. ¿Te lo ha dicho Estella?

Hizo una nueva pausa y asintió en silencio.

—Me contó que su prima Tanya os pescó en nuestro apartamento —dijo finalmente.

—Mi apartamento —puntualicé.

Pero no supe qué más decir. Por cierto, tampoco podía explicarle a Jacob lo patética que había sido esa noche, en la que me emborraché y acabé vomitando sobre una estrella de cine, y todo por su culpa. No tenía por qué saber que tenía esa ciase de poder sobre mí. Lo miré fijamente.

—No pasó nada —expliqué con dureza—. Fue sólo un tema de trabajo.

Jacob me miró brevemente y asintió, como si aceptara la explicación.

—Bueno —dijo—. Te creo.

Por un minuto estuve a punto de estallar, pero decidí cambiar de tema.

—¿De modo que sigues con ella? —le pregunté. Jacob pareció sorprenderse y negó con la cabeza.

—No —dijo con solemnidad—. No, Bella, no. Eres la única que ocupa mi corazón. Siempre has sido la única. Aunque antes no supiera darme cuenta.

Me dio pavor que sus palabras no me produjeran repulsión, sino una oleada de calor en el cuerpo. Traté de luchar contra ello.

—Todavía hay cosas tuyas en el apartamento —dije fríamente.

—¿Realmente quieres que me las lleve? —me preguntó con suavidad. Contuve el aliento. ¿Me estaba pidiendo que le dijese que podía quedarse? Mi respuesta quedó en suspenso, porque vino la camarera para llenarme el vaso de Coca-Cola y servirle otra cerveza a Jaco. También nos trajo la cuenta y Jacob le tendió su tarjeta de crédito.

—Bella —empezó él cuando la camarera se hubo marchado. Volvió a tomarme de la mano—. Te quiero tanto... Nunca he querido a nadie tanto como a ti. Y jamás podré expresarte lo arrepentido que estoy por lo que hice.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y de nuevo parpadeé para evitar llorar. Cuando nos miramos a los ojos, mi corazón latía desbocado. Fue uno de esos momentos que se ven en las películas de Hugh Grant. Prácticamente podía oír la banda sonora con violines.

—No espero que me perdones enseguida —prosiguió Jacob—. Quizá nunca puedas hacerlo. Pero quiero intentarlo, Bella. Quiero intentarlo.

Estaba a punto de hablar cuando nuestra camarera nos interrumpió, haciendo que mis ojos llenos de lágrimas se desviaran de Jacob y de su sentido mensaje.

—Disculpadme —dijo—, pero hay algún problema con la tarjeta de crédito. ¿No tienes otra?

Jacob buscó en el bolsillo y sacó la billetera. Revolvió en su interior y alzó la vista para mirar a la camarera.

—Cielos, qué vergüenza. No, no tengo. —Me miró—. Bella,no sabes cuánto lo siento, pero ¿podrías pagar tú? La próxima vez corre de mi cuenta, te lo prometo.

Me tragué el nudo de resentimiento que de pronto se me había formado en la garganta y asentí. Busqué mi billetero y le entregué mi Visa a la camarera. Ella esbozó una sonrisa forzada y se fue.

—Lo siento, Bella —dijo Jacob, volviendo a cogerme la mano—. Creía que ya había solucionado lo del descubierto, pero todavía no habrán acreditado el dinero. Me siento como un estúpido.

—No te preocupes —dije cortante, repitiéndome a mí misma que no podía ser que lo hubiese hecho a propósito. No cuando pensaba pedirme que volviéramos juntos. No mientras estaba en plena declaración de amor. Aparté ese pensamiento y le di la mano—. ¿Decías?

—Claro —dijo Jacob. Me apretó la mano y carraspeó—. Bella, te quiero más que a nada en el mundo, y quiero que lo nuestro funcione. Realmente quiero que así sea.

—Yo también —dije en voz baja. No me proponía admitírselo ni admitírmelo siquiera a mí misma. No sabía a ciencia cierta que eso era lo que sentía hasta que las palabras me salieron de la boca. ¿Había ido demasiado lejos? Pero mi corazón latía acelerado, y al mirarlo, supe que podría perdonarlo. Las cosas aún podían cambiar entre nosotros. Todavía lo amaba. Y ahora sabía que él también me quería. Debía odiarlo, pero no podía. No podía.

—Pero sé que llevará cierto tiempo —añadió Jacob pausadamente—. No espero que las cosas vuelvan a ser como antes de inmediato.

—Exacto —dije, sorprendida de que él se diera cuenta por sus propios medios de que las cosas no podían volver a ser como habían sido. Pero entonces volvió la camarera con mi tarjeta de crédito, las dos copias del recibo y un vaso lleno de Coca-Cola para mí. Firmé el recibo, guardé la tarjeta y le di un sorbito al vaso. Jacob volvió a cogerme la mano.

—Así que me preguntaba... —Se detuvo e inclinó la cabeza a un lado en actitud suplicante. Me acerqué expectante. Ya estaba. Iba a rogarme que lo dejara volver—. Bueno, había pensado que por un tiempo me prestaras algo de dinero. Dado que me echaste. Así podríamos pasar algún tiempo cada uno por su lado y tratar de arreglar las cosas, ¿entiendes?

Todo en mi interior se volvió gélido y retiré la mano. Lo miré fijamente. Todavía me observaba con aire implorante y una expresión inocente en el rostro.

De golpe me entraron ganas de cogerlo del cuello y estrangularlo. Seguramente habría sido un homicidio justificado. Cualquier jurado lo habría comprendido.

—¿Estás pidiéndome dinero? —le pregunté muy despacio, mirándolo a los ojos. Jacob se encogió de hombros.

—Sólo unos miles. Para ir tirando.

—Sólo unos miles —repetí de manera cansina. Me sentía como un témpano de hielo.

Miré la cuenta de la comida que acababa de pagar. No podía creerlo. Había sido una estúpida. Me había tragado todo lo que me había dicho. Había mordido el anzuelo, la cuerda y la plomada.

De nuevo.

—Sí —dijo. Lo miré con el odio más intenso que podía sentir—. Ya sabes —prosiguió, sonriéndome con esa cara de tonto que obviamente era falsa—. He sabido que van a aumentarte el sueldo. No creo que debamos volver a vivir juntos inmediatamente. Eso sería una presión demasiado grande para nuestra relación. Deseo más que nada volver contigo, pero quiero hacerlo bien. Y dado que me echaste... —dijo, e hizo una pausa, mirándome esperanzadoramente.

—Así que quieres unos cuantos miles —repetí secamente.

Se encogió de hombros.

—Algo así —dijo sin inmutarse.

Me guiñó un ojo y, de pronto, lo detesté. Yo había acudido a la cita preparada para escuchar su explicación y tal vez incluso para reconciliarme. En cambio él se había presentado para intentar sacarme un cheque. Me sentí físicamente enferma.

—Quiero que lo nuestro salga bien —prosiguió con una media sonrisa.

Me lo quedé mirando un buen rato; luego le sonreí lentamente.

—¿Sabes una cosa? —le dije, repentinamente serena—. He estado pensando sobre todo este asunto, y yo también quiero que las cosas queden bien claras entre nosotros.

—¿De veras?—preguntó esperanzado.

—Pues claro —dije poniéndome en pie. Con un solo movimiento, cogí mi vaso de Coca-Cola lleno y se lo arrojé a la cara, dejándolo completamente empapado.

Se levantó de un salto, volcando la silla detrás de él. A nuestro alrededor, la gente había dejado de comer y contemplaba la escena sorprendida, pero yo apenas lo notaba.

—¿Qué demonios? —preguntó Jacob, furioso, tratando de sacudirse la ropa. De su rostro caían gotas de líquido marrón y tenía el pelo empapado. Me recordó la imagen de una rata que se ahogaba. Una rata patética, peluda y repulsiva que se ahogaba. Sonreí.

—Pensé que querías que entre nosotros todo estuviera claro —repetí serenamente. Me encogí de hombros y le sonreí, mientras él me miraba paralizado—. Bueno, pues ahora ya lo sabes.

Todavía sonriendo, di media vuelta y salí del restaurante con la frente alta. Había sido una estupidez pensar que entre nosotros podía volver a pasar algo bueno. Ahora lo sabía, y también sabía que no volvería atrás.

—¡Bien hecho, muchacha! —murmuró una mujer cuando salí del salón comedor.

—Gracias —le dije, mientras seguía caminando.

Capítulo 15: CAPITULO 15 Capítulo 17: CAPITULO 17

 
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