EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
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Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 23: Capítulo 23

Capítulo 23

Avistamiento de celebridades

Los siguientes seis días transcurrieron sin noticias de Edward. Me quedé casi todo el tiempo en casa, aunque parezca patético, por si decidía volver. Me sentía como una adolescente esperando una llamada, convencida de que mi príncipe azul daría señales de vida. Pero ni llamó ni se dejó ver. El sábado, estaba segura de que nunca más lo vería. Había hecho todo lo posible para convencerlo. Finalmente, había tenido la oportunidad de decirle todo lo que quería decirle, y él había tomado una decisión. Había decidido mantenerse alejado. Nunca olvidaría su mirada de decepción cuando se fue.

A mediados de semana decidí que, si no conseguía que Edward me perdonase, lo menos que podía hacer era arreglar los otros aspectos de mi vida. De modo que me ofrecí como columnista en Woman's Day, donde trabajaba Jen, una ex compañera del instituto. Allí no escribiría sobre celebridades, y en realidad me entusiasmaba la idea de hacerlo sobre «Quince maneras de limpiar el armario en primavera» o «Veinte opciones de vacaciones en familia por poco dinero». No había nada desmoralizador en ello. Tal vez, incluso, estaría ayudando a la gente. Me habían llamado para una entrevista el lunes siguiente, y estaba eufórica.

El miércoles pasé por el despacho de mi abogado para comprobar cómo progresaba la demanda contra Mod, y Dean Ryan parecía contento. Tras estudiar el caso, había decidido una cifra que le parecía razonable para pleitear con Mod.

Superaba el millón de dólares.

Pero eso no hacía que recuperara a Edward Cullen. Era demasiado tarde para eso.

La mañana del sábado, Alice se levantó antes de que yo despertara, y se marchó, dejándome una nota en la que me informaba de que estaría ausente todo el día. Se había pasado la semana consolándome, asegurándome que las cosas con Edward Cullen se iban a arreglar de algún modo, así que supuse que se sentía agotada de hacer de consejera y necesitaba tomarse un respiro. Lamenté resultarle una carga.

Fui de compras por primera vez en meses y adquirí un nuevo par de téjanos Seven y dos polos Amy Tangerine a los que había echado el ojo. Sin embargo, ni siquiera eso sirvió para levantarme el ánimo. Volviendo a casa, compré pretzel a un vendedor ambulante.

Estaba viendo Pretty Woman en DVD —con ropa de andar por casa, tumbada en el sofá, con una cena precocinada sobre el regazo—, cuando oí que llamaban a la puerta. Eran las siete menos cuarto. Por un instante, contra toda lógica deseé que fuera Edward Cullen. Pero era ridículo. Esa noche era el estreno en Nueva York de Adiós para siempre, su nueva película, y estaba claro que Edward estaría allí.

Si no hubiese renunciado a Chic hacía una semana, también yo habría estado allí, de pie detrás de los cordones que separaban de la alfombra roja. Una estrella como Edward atraería a otras celebridades, y yo podría haberlas fotografiado y entrevistado con un repertorio de preguntas tontas. Pero, en lugar de tener la oportunidad de volver a ver a Edward Cullen, estaba acurrucada en mi sofá, con pantalones de pijama y una sudadera, sintiéndome patética.

Con todo, aquella llamada en mi puerta me hizo imaginar que Edward Cullen, de camino al cine Loews de Lincoln Square, se había detenido en mi casa para decirme que, después de todo, me creía. Sí, estaba rozando la alucinación; pero ¿quién más podría estar llamando a mi puerta? Ninguno de mis amigos se presentaba sin anunciarse.

Otro golpe. Me dio un vuelco el corazón y, de repente, sentí que me faltaba el aire. Me miré en el espejo, me arreglé el pelo suelto y agradecí haberme maquillado esa mañana. Pero cuando abrí la puerta, casi esperando ver la alta figura de Edward, una vez más me sentí decepcionada. Mucho más de lo imaginable.

Era Jacob. Vaya fiasco.

—Hola, Bella —dijo. Tenía aspecto desastrado y necesitado de un corte de pelo. Parecía patético y deprimido, pero su aspecto no me conmovió.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le solté.

—Estella y yo hemos roto —anunció.

—Creía que habíais roto meses atrás, como me dijiste aquel día en Friday's —repuse. Sabía muy bien que me había mentido al respecto, pero no obstante lo acicateé.

—Pues no. —Se ruborizó.

—De modo que me mentiste —dije.

—Sí —admitió nerviosamente—. ¿Puedo entrar?

—No —le dije, moviéndome para bloquearle la entrada mientras él intentaba fisgar el interior del apartamento—. No me parece oportuno. ¿Por qué no te limitas a decirme qué quieres? Más te vale que no hayas venido a pedirme dinero, porque, santo Dios, Jacob... te mataría.

Por un instante, pareció asustado. Sentí satisfacción.

—No, nada de eso —dijo—. No iba a pedirte dinero. No he olvidado lo que sucedió la última vez que lo intenté.

Recordé a Jacob, de pie en medio de Friday's, empapado por mi vaso de Coca-Cola. Era un buen recuerdo.

—Bien, y entonces, ¿qué quieres? —Estaba perdiendo la paciencia.

—Mira, Bella, quiero que sepas que lamento todo lo que pasó. Fui un auténtico idiota.

—Ya.

—No, de veras, déjame terminar. —Respiró hondo y se irguió todo lo que pudo, lo cual no impresionaba demasiado. Me pregunté qué clase de atractivo le había visto. Tenía la nariz demasiado grande, los ojos demasiado pequeños, el cabello lacio y los dientes sucios. Ya no podía imaginarme qué había visto en él.

—Sé que te traté muy mal, y que no lo merecías en absoluto. Sólo quería compensártelo.

Me lo quedé mirando y finalmente sacudí la cabeza.

—¿Me estás tomando el pelo? —le espeté—. ¿Y cómo vas a compensármelo?

Jugueteó nerviosamente con un hilo suelto de su camisa. Después me miró de nuevo y dijo:

—He oído que vas a poner una demanda a Tabya. Creo que tu abogado le ha mandado una citación para presentarse en los juzgados.

—¿Y qué? —contesté con petulancia.

—Que he pensado que, si me ofrecía a declarar en tu favor, eso quizá te ayudase.

Lo miré fríamente.

—¿Qué podrías decir que me ayudara?

Reflexionó un momento.

—Oí a Tanya y Estella hablar de cómo arruinar tu carrera —dijo finalmente.

Enarqué una ceja. Una parte de mí quería estrangularlo por no haber hecho nada para impedirlo, pero estaba interesada en lo que tenía que decir.

—Prosigue —lo animé.

Jacob suspiró y se miró los zapatos.

—A Estella la puso furiosa el que me molestara tanto que nos hubieras encontrado juntos. Ella pensaba que yo seguía enamorado de ti o algo así.

—¿Lo estabas?

La vacilación de Jacob fue toda la respuesta que necesitaba.

—Sí —admitió finalmente.

—No me mientas —espeté.

Él suspiró de nuevo.

—De todas formas, ella sabía que su prima trabajaba contigo y después de que Tanya te viera con Cullen esa mañana, le sugirió que hiciera correr el rumor de que os habíais acostado juntos. A otras personas del trabajo, ya sabes, para hacerte pasar tanta vergüenza que eso te hiciera renunciar.

Fruncí el entrecejo. Eso no era novedad para mí.

—¿Y el asunto de Tattletale? —pregunté—. ¿También fue ella?

Jacob asintió.

—¿Por qué? —quise saber.

—Porque estaba celosa de ti —respondió con una sonrisa—. No creo que ella realmente haya salido con George Clooney, ya sabes.

—No me digas —dije secamente—. ¿Y cómo es que sabes todo esto?

—Esa mujer no puede quedarse callada. Siempre estaba agobiando a Estella, fanfarroneando sobre lo que había hecho. —Hizo una pausa—. ¿Te ayudaría esa información? —preguntó finalmente.

—Creo que sí —dije tratando de sonar inexpresiva. Lo conocía demasiado bien como para no recelar—. Entonces, ¿sólo te vas a presentar para testificar o declarar o lo que sea, simplemente por la bondad que albergas en tu corazón?

—Sí —dijo con una sonrisa. Dudó un momento y se inclinó un poco hacia mí—. Bueno, quiero decir, me vendría muy bien si pudieras prestarme algo de dinero. Estella me ha puesto de patitas en la calle y estoy casi sin blanca, ya sabes.

—Ni hablar —dije sin siquiera pensarlo.

Jacob pareció enfadarse.

—No tengo obligación de testificar en tu favor, ¿sabes? —replicó.

Evidentemente esperaba una compensación económica por su «generoso» ofrecimiento.

—Pues en realidad sí tendrás que hacerlo.

—No, no tengo.

Sonreí lentamente.

—Mira —le expliqué—, se llama citación. Mi abogado te la enviará y tú deberás elegir entre declarar ante el tribunal o ir a la cárcel.

Jacob palideció.

—Si optas por la cárcel —proseguí—, es que no tienes dinero. Y yo no pienso pagarte la fianza. Pero mírale el lado positivo —continué inocentemente—: sería una gran inspiración para tu próxima novela. Porque estás escribiendo un libro, ¿no?

Jacob se aclaró la garganta, nervioso.

—¿De verdad vas a hacer que me citen? —preguntó.

—Claro que sí —respondí con una sonrisa—. Tú me metiste en esto, de modo que ahora vas a sacarme.

—De acuerdo —murmuró. Se volvió y se fue. Yo sonreí al verlo marchar.

 

Momentos después, me sentía infinitivamente mejor, sentada en mi sillón, con mi cena precocinada y el mando a distancia. Había alquilado Pretty Woman y Ghost, pues, dado mi estado de ánimo alicaído, sólo quería una noche a solas con dos de mis pelis favoritas.

Traté de no pensar sobre cómo había arruinado las cosas con Edward. Algún día lo superaría. Por primera vez en mucho tiempo, todo en mi vida se había ordenado finalmente.

Sabía que la información de Jacob me ayudaría en mi juicio contra Tanya porque sería un sólido testimonio. Ella nunca volvería a trabajar en una revista.

En cuanto a Jacob, él seguía siendo el mismo cerdo desvergonzado de siempre, pero de alguna forma eso resultaba reconfortante. Reforzaba las razones por las que ya no estaba con él y me hacía sentir como si el mundo tuviera algún orden.

Me había levantado para tirar la bandeja de la cena y ponerme a hacer palomitas de maíz, cuando de nuevo sonó el timbre. Maldición. ¿Qué quería Jacob ahora?

—¿Qué quieres? —grité hacia la puerta mientras me alejaba del microondas—. ¿No has tenido suficiente?

Me dirigí a la puerta con mis amadas pantuflas Cookie Monster y los puños apretados. ¿No podía dejarme en paz? Me había robado un año de mi vida. No merecía ni un segundo más. Furiosa, abrí la puerta dispuesta a soltarle todo lo que me tenía guardado, de una vez para siempre.

Pero no era Jacob quien llamaba, sino Edward Cullen.

Estaba de pie delante de mi puerta. Mejor que en la vida real, con un traje de Armani gris y corbata negra.

Casi me desmayo.

—Hola —dijo.

Lo miré atónita. Había perdido toda esperanza de volver a verlo.

Abrí y cerré la boca, pero no conseguí articular sonido. En realidad nada parecía funcionar. Sabía que tenía que hacerme a un lado y dejarlo pasar, pero no podía moverme. No sabía qué decir.

—¿Estás bien? —preguntó, mirándome con preocupación.

Asentí lentamente.

Su presencia llenaba todo el pasillo. Entonces me di cuenta de que sostenía una docena de rosas rojas. Las piezas del rompecabezas no estaban encajando.

—Aquí tienes —dijo, mientras miraba cómo mis ojos iban de las rosas a su cara perfecta, ida y vuelta—. Son para ti.

Cogí las rosas y seguí mirando alternadamente su cara y las rosas. Me sentía alelada.

—Gracias —balbuceé finalmente. Mi lengua estaba atascada, mientras yo lentamente intentaba asimilar aquello.

—De nada —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Se produjo un nuevo e incómodo silencio mientras me preguntaba qué podía decirle.

—¿Puedo entrar? —preguntó.

—Oh... —musité—. Sí. —Me hice a un lado para dejarlo pasar, consciente del estado calamitoso de mi apartamento y mi aspecto desaliñado.

Cerré la puerta y quedé de pie allí. No sabía qué decir o hacer. Tampoco sabía qué quería él.

Edward respiró hondo y se volvió hacia mí. Parecía dispuesto a decirme algo importante. Esperé, mientras mi corazón se aceleraba.

—¿No vas a ponerlas en un jarrón? —me preguntó, haciendo un gesto hacia las flores.

—Oh. —Esperaba una revelación importante, no un recordatorio de qué hacer con las flores—. Sí. Espera un momento.

Fui y busqué en la alacena, debajo de la encimera, apartando botellas de Mr. Clean, Windex y Fantastik, hasta encontrar un florero. Lo saqué, lo llené de agua y puse las rosas. Me di la vuelta.

—Gracias —dije.

—De nada —dijo, y me miró—. Yo... hummm... —Estaba en el umbral de la cocina, pero a mí no se me ocurría ofrecerle asiento. Estaba demasiado perpleja—. Pasé por aquí el miércoles y no estabas.

Mi mente se aceleró. ¿El miércoles? ¿Dónde había estado el miércoles? Ah, había ido a ver a mi abogado. Pero Alice me había prometido que se iba a quedar, por si Edward Cullen pasaba. ¿Había salido por unos minutos? Tomé nota mental de estrangularla.

—¿De veras? —pregunté finalmente.

—De veras —confirmó—. Tu amiga Alice, bueno, tu compañera Alice, estaba aquí. Me dijo que habías ido a ver a tu abogado.

—Espera —dije, segura de haber oído mal—. ¿Hablaste con Alice?

Él asintió.

¿Por qué ella no me lo había contado? Me había pasado la semana pensando que Edward Cullen me odiaba y lamentándome por ese motivo ante Alice.

—No me lo dijo —repuse algo sorprendida.

—Lo sé.

Lo miré confusa.

—Le pedí que no lo hiciera —aclaró.

—Oh —dije estúpidamente.

—Me explicó que renunciaste a Chic y que no quieres trabajar más con famosos.

Asentí en silencio, preguntándome si toda esa cháchara tendría algún otro objetivo, además de subrayar mi actual situación laboral de desempleada.

—Por eso pensé que si no vas a trabajar más con famosos, no estaríamos violando tus principios profesionales si yo... hummm... —Se detuvo y me miró con timidez—. Si te pido que salgas conmigo esta noche.

Me lo quedé mirando. Debía de haber oído mal.

—¿Qué? —dije. No había querido ser tan brusca, pero tenía dificultades en lograr que la lengua cooperara con el cerebro para formar más de una sílaba por vez.

—Al estreno de mi película —agregó Edward con cierto embarazo—. ¿Vendrías conmigo?

Luché contra el deseo de mirar alrededor buscando cámaras ocultas. Tal vez la CBS estaba por lanzar otro reality show para el otoño: ¿Quién quiere engañar a una periodista desempleada y patética? ¡Yupi! ¡Iba a ser la estrella!

—¿Qué? —repetí, simplemente porque no se me ocurrió nada más que decir. Miré otra vez de soslayo, buscando las cámaras secretas.

—Me gustaría que me acompañaras —insistió Edward, más nervioso aún. Las cosas no estaban saliendo como él había esperado.

Le solté lo primero que acudió a mi mente:

—Pero es que no tengo un vestido adecuado.

Edward rió y se distendió un poco.

—Bueno, puedo conseguirte uno —dijo. Lo miré—. Quiero decir, no te sientas presionada ni nada, pero si quieres venir, te consigo un vestido —añadió—. Pero sólo si quieres. Sé que fui un tanto estúpido yéndome como me fui el domingo por la mañana, de modo que, si no quieres acompañarme, lo entenderé.

—No —repuse—. No fuiste nada estúpido. Pensé que me odiabas.

Edward pareció herido.

—Jamás sentí eso por ti —dijo—. Sólo que no sabía cómo reaccionar después del asunto de Mod y de las cosas que Jane me había dicho... Yo... bueno, la he despedido. Debería haberte creído desde el principio.

—¿De verdad?

—De verdad —confirmó, y me sonrió—. Bueno, ¿vas a salir conmigo? ¿O debo arrodillarme para pedírtelo como un caballero medieval?

Lo miré y por fin sonreí.

—Me encantaría salir contigo —musité.

—Bien. No soy muy bueno arrodillándome y rogando. Pero puedo esmerarme —dijo y me dedicó una amplia sonrisa. Sacó su teléfono móvil del bolsillo.

Lo miré. Todo aquello era una especie de sueño. Un momento: tal vez era un sueño. Había estado soñando con él muchísimo. Por las dudas, me pellizqué.

—¡Ay! —exclamé.

Edward dio un respingo.

—¿Qué ocurre? —preguntó alarmado.

—Nada —dije. Era real. Era verdaderamente real. Sentí que me iba a desmayar.

Él marcó un número.

—Hola, soy Edward. ¿Pueden traer un vestido enseguida? —dijo por su móvil. Escuchó un momento y luego sonrió—. Sí, dicen que sí. —Me sonrió y escuchó un poco más—. De acuerdo. Sí, muy bien. —Y colgó.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Tu vestido —dijo con una sonrisa—. Lo traerán enseguida.

Lo miré intrigada.

—¿Con quién hablabas? —quise saber.

—Ya lo verás —contestó misteriosamente.

Un minuto después, me asustó oír una llave girar en la cerradura. Edward me guiñó un ojo y fue hasta la puerta para ayudar a abrirla. Me levanté justo a tiempo de ver el rostro pecoso y el cabello alborotado de Alice aparecer en el umbral, casi escondidos detrás de algo dorado.

Mis ojos se quedaron prendidos al vestido de seda, uno de los más bellos que había visto jamás.

Mientras Edward lo sostenía, la tela sedosa reflejaba la luz, haciendo que destellara con vida propia. Era sin mangas y elegante, y de escote profundo, pero no demasiado, con forma de lágrima. La parte superior era entallada y fina, y la falda se ondulaba suavemente, mientras que un delgado forro de tul le daba forma. Era de un profundo color dorado que, lo supe de inmediato, me quedaría perfecto.

—Es una belleza —suspiré, casi hipnotizada por aquella prenda destellante, sabiendo que mis palabras no podían hacerle justicia.

—Lo sé —dijo Alice, radiante. Todavía intentaba recuperar el aliento después de subir el vestido por las escaleras. Finalmente la miré recelosa—. Yo lo elegí —añadió.

Edward rió.

—Nosotros lo elegimos —la corrigió.

Alice puso los ojos en blanco.

—Sí, claro —dijo. Me guiñó un ojo—. En realidad lo eligió él. Yo sólo di mi aprobación.

—Increíble —dije aún sin creerlo.

—Tenemos que volver a hacerlo en algún momento —dijo Edward. Le sonrió a Alice, que rió. Y se dirigió a mí—: ¿Y bien? ¿Te lo vas a probar?

Me pasó el vestido y, azorada, dejé que Alice me condujera a mi dormitorio.

—¡Memuero por vértelo puesto! —exclamó.

Cinco minutos después, Alice terminó de abrochar los botones de la espalda y me hizo girar para mirarme en el espejo.

—Oh, Dios mío —musité con un suspiro de admiración.

—Estás bellísima —dijo Alice.

El vestido se ajustaba perfectamente a cada curva de mi cuerpo, apretándome la cadera para hacer que pareciera más delgada. También se ceñía perfectamente a mi pecho, levantándome los senos y cayendo perfectamente hacia el escote, con lo cual daba la sensación de ser más amplio de lo que era. Mi piel, algo dorada gracias a los fines de semana que Alice y yo habíamos pasado en la playa, lucía bronceada y suave contra el hermoso dorado del vestido.

—Es perfecto —murmuré.

—Oh, casi me olvido —dijo Alice, hurgando en su bolso. Un momento después sacó dos sandalias de tiras doradas que hacían juego con el vestido. Me las dio con una sonrisa—. Las elegí para ti —dijo—. A Edward le encantaron.

—Son de Manolo Blahnik —susurré asombrada, mirando las sandalias y la cara de Alice alternadamente.

—Sí, lo sé. —Sonrió—. ¡Si te viera Tanya! Y éstas son tuyas.

—Oh, Dios mío —repetí.

Confundida, traté de calzarme las sandalias. Por un momento deseé haber ido a la pedicura con más frecuencia. Pero eso no parecía importar demasiado en el gran esquema de las cosas.

—Estás hecha un bombón —dijo Alice animadamente, mientras yo me enderezaba. Miré en el espejo. Los zapatos hacían juego de manera perfecta.

—Ese galán que espera en nuestra sala no podrá quitarte los ojos de encima.

Me guiñó un ojo y le devolví una sonrisa a su reflejo en el espejo.

Veinte minutos después, Alice me había arreglado el maquillaje y el peinado, dejando unos pocos rizos sueltos. Me acompañó hasta la puerta y me dioun fuerte abrazo antes de abrirla.

—Te lo mereces, cariño —me susurró mientras la abría.

—Estás maravillosa —dijo Edward con los ojos como platos, mientras Alice y yo salíamos del dormitorio. Se levantó del sofá—. No tengo palabras —añadió.

—Gracias —dije con una sonrisa. Finalmente me estaba dando cuenta de que todo aquello me estaba sucediendo de verdad, que no estaba alucinando ni imaginando cosas. Edward era una presencia real que cruzó la sala y me cogió los codos para admirarme.

—Eres hermosa —añadió mirándome como si me viera por primera vez. Me sonrojé.

Se quedó allí un momento, mientras mi corazón se aceleraba. Luego se inclinó y me besó con suavidad en los labios. Gemí quedamente mientras abría los labios y sentía su lengua acariciarme por primera vez. Por un instante me olvidé de que Alice estaba allí y puse una mano en la espalda de Edward y la otra detrás de su cabeza mientras me abrazaba. Palpé la suavidad de su cabello y la rigidez de su chaqueta y me sentí como si me estuviera ahogando en él. Al cabo de un instante, me separé, deseando más. Lentamente abrí los ojos.

Aquello era mejor que todos los sueños que había tenido sobre Edward Cullen.

Y era real.

—Hace tiempo que quería hacer esto —dijo con su voz grave, mientras sus ojos azules se clavaban en los míos.

—Yo también —contesté.

Capítulo 22: CAPITULO 22 Capítulo 24: CAPÍTULO 24

 
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