*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16084
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

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Capítulo 10: DUDAS???

Capítulo Diez

–Pareces cansada –comentó Edward , que la miraba desde la puerta del baño.

Bella se irguió. Estaba sentada en el borde de la bañera, pasando la mano por el agua del baño de Tony, que estaba jugando dentro. No era de extrañar que estuviera cansada, pues desde el encuentro que habían tenido en el despacho de Edward hacía una semana sus noches se habían convertido en pura pasión.

–Desde luego, eres un auténtico especialista en conseguir que las mujeres nos sintamos bien –comentó como si nada, como si no le importara que Edward pensara que estaba cansada, pero era cierto, lo estaba.

Edward se quedó mirándola y Bella  sintió un escalofrío que le subía por la columna vertebral. Por muy cansada que estuviera, todavía reaccionaba a Edward.

–¿Has cenado? –le preguntó Edward.

–No, todavía no. Me iba a preparar algo cuando hubiera acostado a Antony.

Edward se quedó mirándola fijamente unos segundos más, hasta que Bella se volvió incómoda hacia el pequeño.

–Se acabó el baño, pequeño, quita el tapón y arriba.

Edward se acercó con una toalla. Mientras el agua se iba por el desagüe, Antony se puso en pie y le tiró los brazos a su padre con total confianza, sin dudar ni un momento.

Edward le había dejado un mensaje en el contestador a Bella advirtiéndole de que no iba a llegar a tiempo para darle la cena a Tony. Mientras el niño cenaba, Bella había pensado que debería sentirse agradecida de tener un rato a solas porque, cuando Edward estaba cerca, se ponía nerviosa y se sentía confusa. Sin embargo, al igual que Tony, que lo echaba de menos y había preguntado por él, Bella era consciente de que le gustaba estar con él y de que una parte insensible e intransigente de sí misma lo echaba de menos.

«Es sólo por tener compañía adulta», se dijo a sí misma sabiendo que era mentira.

Hacían cosas los tres juntos, planes de familia, pero también ellos dos, aunque, desde aquella vez que se habían visto en el despacho de Edward, no se habían vuelto a ver fuera de casa. Nunca habían salido juntos, no se habían dejado ver en público e, incluso en casa, Edward se mostraba muy introvertido y hermético.

Bella sabía que la familia de Edward había llamado para volver a verse, pero lo había oído poner excusas para no verlos. Y todavía tenía que contarle lo de Aro.

Edward  tomó a Tony en brazos y no pudo evitar fijarse en los senos de Bella porque la camiseta que llevaba los marcaba de manera sensual, tragó saliva y se giró.

Estaban acostando a Antony cuando llamaron a la puerta.

–Ya voy yo –anunció Edward.

Diez minutos después, Bella lo encontró hablando con la señora Sue, que se alegró mucho al verla. Por lo visto, incluso su octogenaria vecina había caído prendada de los encantos de Edward.

–Ya iba siendo hora de que salieras –le dijo–. Qué gran detalle por parte de tu hombre el haberte preparado un plan. Me alegro de que tengas alguien que te cuide.

–¿Salir? –se sorprendió Bella mirando a Edward.

–Sí, vámonos –contestó él.

–¿A dónde? Pero si no estoy arreglada. Mira cómo voy.

Y Edward así lo hizo, la miró de arriba abajo, sin pestañear, y Bella deseó que no lo hubiera hecho porque, siempre que la miraba, su cuerpo reaccionaba.

–Llévate una chaqueta porque hace un poco de frío, pero, por lo demás, estás estupenda –le aseguró Edward.

Una vez fuera, la tomó de la mano y a Bella se le antojó un gesto natural y agradable.

–¿A dónde vamos? ¿Qué tienes planeado? –le preguntó en tono picarón.

Edward sonrió.

–Confía en mí –contestó.

Bella  no dijo nada más. Edward  condujo hasta la playa y, una vez allí, sacó una manta y una cesta del maletero y las llevó hasta la orilla, donde puso la manta e invitó a bella a que se sentara. El sol ya se había puesto, pero todavía había algo de luz y la temperatura era agradable.

Edward sirvió una copa de vino y se la entregó a bella.

El placer y la relajación la fueron embriagando mientras el agua del mar acariciaba la arena y ella se tomaba el afrutado vino blanco. Cuando se lo hubo terminado y, sin preguntarle si quería más, Edward le rellenó la copa.

–¿Y todo esto a qué viene? –le preguntó ella.

–Es un regalo para ti.

–¿Para mí?

–Parecías cansada y tensa y quería ayudarte. No sabía si te iba a hacer gracia que nos fuéramos a pasar el fin de semana fuera, pero me pareció que este plan podía gustarte.

A Bella le hubiera gustado poder decirle que se había equivocado, que no estaba cansada, pero lo cierto era que había acertado y que le agradecía que, además de haberse percatado, hubiera decidido hacer algo al respecto. Bajo la fachada de duro de Edward, había ternura y preocupación por los demás.

–Gracias –le dijo–. Me encanta.

Edward le pasó un plato de comida y bella dilucidó, por el delicado contenido, que lo habían preparado en unos de los mejores restaurantes de la ciudad.

No quería necesitarlo ni apoyarse en él ni disfrutar de su compañía porque sabía que esa relación unilateral solamente la podía llevar a sufrir.

–Come, bebe y relájate –le dijo Edward .

Y para bella fue increíblemente fácil seguir su consejo. Casi un alivio. Dejó de pensar en su situación y se concentró en el momento, en la noche y en la presencia de Edward  que tenía las piernas estiradas hacia delante, se había dejado caer hacia atrás sobre los codos y miraba al mar.

Después de cenar, dieron un paseo por la playa y Edward  volvió a agarrarla de la mano. Y bella volvió a sentir la importancia de aquel gesto. Cuando empezaron a brillar las primeras estrellas, decidieron volver al coche.

–¿Me vas a hablar de Daniel?

Edward  le apretó la mano y siguieron andando.

–No, ahora no.

bella tuvo la sensación de que lo que quería decir era ni ahora ni nunca.

–Me parece importante –insistió.

–No me apetece hablar de ello.

–Pero…

Edward la tomó entre sus brazos y la besó para impedir que siguiera hablando. bella sabía que lo hacía para que se olvidara y dejara el tema de su hermano, pero ella no se iba a dejar distraer tan fácilmente.

Sabía que era una táctica de distracción y que no debía dejarse llevar, pero el calor que emanaba de su boca ahogó a su razón, sus labios le robaron las palabras y el ahogó a su razón, sus labios le robaron las palabras y el aliento, sus manos la llevaron a un mundo donde solamente existían ellos dos. Y el silencio.

Edward siguió besándola hasta que sus lenguas se enlazaron en una antigua danza erótica que conocían muy bien.

bella estuvo a punto de ponerse a llorar de lo mucho que lo deseaba.

Edward  sabía cómo le gustaba que la besaran, cómo abrazarla y cómo tocarla. Edward sabía casi todo de ella.

Bella  sentía la palma de su mano en la cintura. Estaba caliente y ese calor era un calor familiar. Edward  siguió subiendo por debajo de su camiseta hasta encontrar uno de sus pechos y comenzó a jugar con el pezón, que le devolvió las caricias endureciéndose y dejando claro lo mucho que lo necesitaba.

Las caderas de bella  se movían contra él mientras sus manos se deslizaron bajo su camisa para encontrarse con su ancha y maravillosa espalda.

Edward  la estaba besando a la luz de la luna y eso era lo único que importaba. Todo era perfecto. Permanecieron abrazados y besándose durante una eternidad y, si no hubiera sido porque estaban en una playa, aquel beso habría desembocado en algo más.

Edward  se apartó, poniendo fin al beso, se quedó mirándola como si significara algo para él, la tomó de la mano de nuevo y la condujo al coche.

–Aquí planeta Tierra llamando a bella.

bella dejó de remover el café y elevó la mirada.

Maggie estaba sentada frente a ella, mirándola con curiosidad.

Solían quedar para tomar café de vez en cuando en el cafetín de la playa y aprovechaban para ponerse al día de sus aventuras y desventuras y quedaban para ir al cine.

Aquel día, habían decidido sentarse fuera para aprovechar el solecito de primavera.

–¿Dónde estabas?

Eran buenas amigas, pero no tenían suficiente confianza como para decirle que su mente estaba en el despacho de Edward, encima de su mesa, haciendo el amor.

Lo cierto era que no tenía tanta confianza como para contarle aquello a nadie. Al ver a Maggie por primera vez desde lo que había sucedido en Empresas vulturi , le había hecho recordarlo.

–Estaba pensando en cosas de trabajo –contestó bella diciéndose que no era del todo incierto, pues aquel día había ido a ver edward para hablar de trabajo… aunque hubiera terminado medio desnuda sobre su mesa de trabajo.

Una ligera brisa procedente del mar llegó hasta ellas y Maggie se llevó la mano a la nuca para comprobar que el moño seguía en su sitio.

–Y yo creyendo que estarías pensando en que te has casado y no me has dicho nada –comentó con cierta ironía.

Bella dejó la cuchara en el platillo.

–¿Te lo ha contado Edward?

–¿Edward? –gritó Maggie–. ¿Te has casado con Edward cullen? Claro, por eso estabas con él el otro día en la oficina.

–Entonces, no te lo ha dicho él… –recapacitó bella.

Maggie negó con la cabeza.

–¿Y cómo sabes que me he casado?

–Por la alianza –contestó Maggie señalando la mano izquierda de su amiga.

–Ah –dijo bella apartando la mano de la mesa–. Fue una decisión muy rápida.

–Ya me imagino, porque la última vez que hablamos de relaciones sentimentales dijiste que no querías saber nada de lo que concernía a los hombres. Dijiste que estabas demasiado ocupada, que no tenías ni tiempo ni espacio en tu vida para un hombre.

–Es una larga historia.

Maggie la miró con atención.

–Ya te contaré en otro momento –le dijo bella–.

Ahora no me apetece, es demasiado…

–¿Personal?

–Iba a decir confuso, pero personal, también, sí…

¿Cómo explicarle a Maggie, una romántica empedernida, que se había casado sin  estar enamorada, que se había casado porque edward no le había dejado opción, pero que, a pesar de ello, entre ellos había una potente atracción que la estaba arrastrando y llevándola a no sabía dónde?

–Cuando quieras me lo cuentas, no te preocupes, tómate tu tiempo –le dijo su amiga.

–Gracias.

–¿Y en lo que respecta al lado profesional? –quiso saber Maggie dando un largo trago a su café–. ¿Cómo afecta a tu trabajo el haberte casado con el director de relaciones públicas de Empresas Vulturi?

–En nada –contestó bella–. Tenemos un acuerdo tácito según el cual no hablamos de nuestros trabajos.

Por eso, bella no se había sentido obligada a hablarle a edward del artículo que iba a salir publicado al día siguiente en el que volvía a cuestionar los motivos e intenciones de Rafe Vulturi.

–Debe de ser duro.

–No, la verdad es que no. Soy perfectamente capaz de mantener el trabajo y el pla… y lo personal separado.

–Y todavía dices que piensas en el trabajo. Debe de ser que el tuyo es mucho más divertido que el mío –bromeó Maggie–. ¿Y qué tal va la disputa con Empresas Vulturi?

¿Disputa? Buena definición para aquel enredo que estaba teniendo lugar, pero no con Empresas Vulturi sino con Edward, su marido.

–No es tan interesante, de verdad –le aseguró bella.

Era confuso, excitante y daba miedo. Eso sí, pero no debía seguir pensando en ello. Había quedado con Maggie para hablar con ella, para disfrutar con su amiga, no para seguir pensando en su relación con Edward.

–Por lo que me has dicho por teléfono, es tu trabajo el que está a punto de ponerse de lo más interesante.

Cuéntame.

Su amiga la miró con los ojos entrecerrados ante el repentino cambio de tema, pero accedió.

–¿Sabes quién es William Tanner?

–Sí, el director financiero que Rafe se trajo de Nueva York.

–Sí. Bueno, pues tiene una ayudante ejecutiva en Nueva York que se está haciendo cargo de su trabajo desde allí, pero necesita a alguien aquí y están buscando a una persona para que se ocupe de todo.

–¿Y te has presentado? Qué bien.

–Me lo estoy pensando.

–Maggie, te tienes que presentar.

–Quiero hacerlo, pero es un desafío muy grande, no tiene nada que ver con las labores de secretariado general que hago ahora.

–Tú puedes con eso y con mucho más –le aseguro bella mientras su amiga cortaba en dos una magdalena–.

Hablamos de esto la última vez que quedamos.

Maggie era brillante y espabilada, pero lo ocultaba porque era muy modesta y, para colmo, escondía su belleza con trajes y gafas grandes.

Era una belleza.

–Sí, ya sé que estoy cualificada.

–¿Entonces?

–Es por él, por William Tanner, por la fama que tiene

–confesó Maggie.

–¿Qué pasa? ¿Tiene cuernos y rabo?

Maggie se rió.

–Casi. Dicen que es horrible, que no hay quien lo aguante; es insoportable. Las secretarias personales no le suelen durar mucho. Cuando su secretaria de toda la vida se fue de baja por maternidad, las dos sustitutas que tuvo le duraron una semana cada una.

–Tú estás bien preparada y tienes herramientas para aguantar eso y mucho más. William Tanner tendrá suerte si te tiene de secretaria personal porque eres inteligente y capaz y estás preparada. Si él es la mitad de inteligente que tú, se dará cuenta rápidamente.

–Gracias.

–¿Por decirte la verdad? Cuando quieras –sonrió bella.

–¿Te puedo decir yo a ti una verdad? –se aventuró Maggie.

–¿Y si te digo que no? –contestó bella, a quien no le había gustado el tono de su amiga, pues ya imaginaba lo que iba a decir.

–Te lo diría de todas formas porque creo que debes saberlo.

bella suspiró.

–No conozco muy bien a Edward, pero tiene fama de ser un hombre justo y de trabajar muy bien. Además, se puede hablar con él de todo lo que tenga que ver con el trabajo, pero, por lo que me han dicho, es muy celoso de su vida privada. Ahí no deja entrar a nadie. En eso, te pareces a él.

¿Cómo?

–Los dos compartimentáis vuestras vidas –continuó Maggie–. Lo que intento decirte es que creo que os iría bien si no os aisláis el uno del otro, si os abrís mutuamente.

Maggie no comprendía nada. Si no ponía muros a una parte de sí misma, impidiendo que Edward entrara, corría el riesgo de perderlo todo. Una cosa era compartir su casa y su vida con él, incluso su cuerpo, pero, ¿su corazón?

No, su corazón tenía que protegerlo.

Edward  se sentó en la butaca de su despacho y hojeó la portada del Seaside Gazette. La sección de opinión de bella ocupaba la mitad de la página 2. Lo leyó y lo volvió a leer y se quedó mirándolo. Lo había vuelto a hacer. Una vez más. Pero esta vez la traición se le antojó algo personal. Atacar a Rafe y cuestionar lo que estaba intentando hacer en la comunidad era atacarlo a él también de una manera o de otra.

El trabajo de Edward consistía en que la opinión pública estuviera de su lado y Bella

Aunque no esperaba que se pusiera de su parte por haberse casado con él, por lo menos, le podría haber hablado de lo que iba a publicar, ¿no?

Cuando habían hecho el amor la noche anterior, ya sabía la puñalada trapera que le iba a asentar.

Edward  marcó el número del teléfono móvil de Bella y le saltó el contestador. No lo entendía. Bella era la persona con la que mejor se entendía físicamente, sin duda. Y también creía que mentalmente, pero lo que había hecho lo había sorprendido sobremanera.

Consultó su reloj y se dijo que Bella estaría en casa dando de comer a antony. Le daba tiempo de pasarse a hablar con ella antes de la cita que tenía con un canal de  televisión local. Tomada la decisión, se metió las llaves en el bolsillo, salió de su despacho y cerró la puerta tras él.

Un cuarto de hora después, abría la puerta de la casa que compartían y encontró a Bella sentada con las piernas cruzadas en el sofá. Llevaba puestos unos pantalones de yoga blancos y una camiseta corta. Tenía el ordenador portátil sobre las rodillas y las cejas enarcadas, estaba concentrada. Se había recogido el pelo en una cola de caballo y un lápiz había ido a parar detrás de su oreja.

Era, sin duda, la mujer más cautivadora que conocía.

Edward carraspeó y Bella levantó la cabeza con la boca entreabierta.

Menos mal que Tony estaba en casa. De lo contrario, habría olvidado para qué había ido.

–¿Dónde está Tony? –preguntó.

–En casa de un amiguito de la guardería. Volverá a las tres. Lo siento –contestó Bella–. No sabía que ibas a venir a verlo. Si no, te lo habría dicho antes.

–No he venido a verlo a él.

Edward lo miró con los ojos muy abiertos.

–Y tampoco he venido en busca de sexo –le aclaró Edward.

Edward lo miró como si supiera que no podía dejar de pensar en ello, que ya la estaba viendo desnuda, que ya la tenía tumbada con las piernas abiertas en el sofá, dándole la bienvenida a su manera…

–¿Seguro? –lo desafió.

Edward tuvo que volver a carraspear para concentrarse.

Era un hombre disciplinado con mucho autocontrol y no iba a permitir que Bella lo distrajera con el tema del sexo.

–Seguro.

Bella cerró el ordenador y lo miró expectante.

–Entonces, ¿a qué has venido? –le preguntó alargando el brazo para dejar el ordenador sobre la mesa que tenía ante sí.

Para su horror, Edward  vio entonces que no llevaba sujetador y se llevó de regalo una vista panorámica de sus preciosos pechos y de sus sonrosados pezones.

–No he comido. ¿Quieres que comamos? –le preguntó Bella volviéndose a echar hacia atrás.

–No –contestó Edward desesperado–. He venido a hablar contigo sobre tu artículo de opinión.

–Ah –dijo Bella estirándose como si nada, como si no supiera que estaba excitado–. ¿Y qué pasa con mi artículo? –añadió, estirando los brazos por encima de la cabeza y quitándose la goma del pelo al bajar las manos.

Al hacerlo, los rizos le cayeron en cascada por los hombros y el cuello y Edward percibió que le costaba pensar con claridad. .

–Esto no es jugar limpio, bella.

–Estoy jugando según tus normas –contestó Bella sonriendo con aire triunfal–. ¿No podríamos hablar de trabajo después?

Edward sintió que perdía el control por completo.

En tres zancadas se situó delante de ella, la tomó de los hombros y la besó. Dejó de hacerlo solamente para sacarle la camiseta por la cabeza. En pocos segundos, estaban desnudos y Edward se movía dentro de ella, la penetraba, la poseía y se dejaba poseer. La necesitaba, necesitaba sentir sus piernas alrededor de la cintura y su calor interior.

Éxtasis.

Locura.

Los ojos de Bella estaban nublados de pasión, tenía labios abiertos y la respiración entrecortada. Sus jadeos se fueron haciendo cada vez más intensos, desafiando a Edward , que estaba al borde del descontrol, hasta que alcanzó el clímax y se desmadejó en sus brazos.

Entonces, Edward se dejó ir también y la abrazó con fuerza.

Sabía que estar con ella era peligroso y que cada día que pasaba corría más riesgo, pero, cuando estaba con ella, lo único que le importaba en el mundo era ella. No tenía fuerza para aislarse.

Mientras la oleada de placer se iba haciendo más tenue, supo que más pronto que tarde tendría que encontrar aquella fuerza.

Capítulo 9: RENDIDOS

 
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