Edward era un rey de muy mal genio y discutía con todos en palacio, incluso con Bella.
—¡Te crees muy lista!— le gritó un día—¡Pues vuélvete a tu casa y llévate tu sabiduría! Estoy hartó de ti. ¡Fuera de aquí!—
Bella se inclinó ante su esposo y se quitó la corona.
— Muy bien, querido. Haré lo que digas pero. Tomate una copa de vino conmigo—
Cuando llevaron las copas ella echó una pócima en el vino de Edward. Al cabo de un minuto, él yacía sobre su trono, durmiendo a pierna suelta. Bella pidió que le llevaran un baúl grande, metió a Edward en él y lo cerró con llave. Luego llamó a los sirvientes de palacio y les mando a cargar el baúl en una carreta. A continuación se quitó el hermoso vestido azul y se vistió con sus ropas de campesina. Cuando estuvo lista, llevó la carreta a la hacienda por el camino del norte.
Cuando Edward despertó, vio que se hallaba tendido en un colchón en el suelo de la mísera casucha.
— ¿Qué estoy haciendo aquí?¿Cómo te atreves a secuestrar al Rey de toda Inglaterra?¡Mandaré que te encierren el calabozo por tu insolencia!—
— Pero mi querido esposo— dijo Bella, levantando la vista de su lectura—el día de nuestra boda prometiste que si alguna vez me echabas de tu lado podría llevarme lo que mas quería de palacio. Y lo que más quiero eres tu—
Entonces Edward comprendió lo afortunado que era por haber encontrado una esposa tan sabia y admirable.
FIN.
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