Todos los días, en su camino desde palacio a la catedral, el coche plateado del joven y guapo Rey Edward Cullen pasaba frente a la humilde y destartalada hacienda del campesino Charlie Swan. Un día Edward vio a Charlie apoyado en la cerca fumando en pipa y mandó a detener su carruaje para hablar con él.
Charlie se hincó de rodillas y dijo:
— Graciosa majestad, nos haces el mayor de los honores a mí y a mi humilde casa al detenerte para poner los pies en mi modesta hacienda, se alegra incluso la mas insignificante piedrecita del este campo—
Edward se quedó atónito.
— No te expresas como un campesino. ¿Quién te ha enseñado modales tan corteses?—
— Bella, mi hija, dice que el don de la palabra es lo más preciado que poseemos, y que debemos emplearlo correctamente. —
— Una muchacha muy sabia tu hija—
— ¡Oh señor!— exclamo Charlie—Es la persona mas sabia de toda Inglaterra. No se de quien ha heredado esta cualidad, por que yo no soy muy inteligente que digamos. —
— ¿La persona más sabia de toda Inglaterra, dices?—repitió Edward acariciando su mentón.
— ¡Así es, señor!,—
— ¿Más sabia que yo?—
Charlie tragó saliva y contesto:
— ¡Hay que he dicho!—
Pero Edward ya se había subido otra en el auto y se alejo a toda velocidad. Más tarde, aquel mismo día, Edward se presentó en casa de Charlie.
— ¡Acércate patán!—gritó, asomándose por la ventanilla del carruaje con un cesto de huevos en la mano—Dile a la sabia de tu hija que quiero que haga un favor. Pobre de ella si no lo hace. Dale estas tres docenas de huevos y dile que los incube para mañana por la mañana.
Dicho esto, Edward se alejo en medio de una nube de polvo. Charlie miró el cesto de huevos y vio que eran de un color rojo vivo.
— ¿Qué clase de huevos son?— preguntó a su hija cuando entró en la casa. Bella tomó uno y lo sopesó en la mano.
— Son huevos duros, papá. No puedo incubar estos huevos—
— ¡Ay! Ya sabía yo que el rey nos castigaría. Es un pretexto para mandarnos a la cárcel—
Pero Bella lo tranquilizó diciendo:
— Ya se me ocurrirá algo, papá. No te preocupes—
A la mañana siguiente el carruaje de Edward se detuvo junto al cercado de la hacienda. Él asomó la cabeza por la ventanilla y se quedó de una pieza al ver a Bella caminando detrás del arado sembrando frejoles al tiempo que cantaba:
“Estos frejoles que siembro están hervidos. ¿Crecerán estas frejoles hervidos?”
— Tu padre dice que eres muy sabia—dijo Edward—Pero debes ser idiota si siembras frejoles hervidos ¿Qué clase de cosecha esperas recoger?—
— Exactamente la misma que esperaba el buen rey cuando me pidió que incubara unos huevos duros, señor. Buenos días Majestad—
Edward se sonrojó y se alejó apresuradamente, pues comprendió que la hija del campesino le había ganado.
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