SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
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Capítulos: 26

 RECOMENDADO POR LNM

“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 3: CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

 

«Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, sería multimillonaria», pensó Isabella mirando por la ventanilla del taxi.

Humillación. Desconcierto. Incredulidad. Todas aquellas complicadas palabras pasaban por la mente de Isabella mientras acompañada por su familia se dirigía a su casa.

—Bella, tesoro mío —murmuró su madre sin dejar de mirarla—. ¿Vives aquí?

—Sí mamá —asintió desde una nube; todo era confuso a su alrededor—. Vivo aquí.

El taxi se había detenido ante uno de los edificios del West End, conocido como La Torre. Situado en el cruce de las calles Regent street y Princess st. Calles concurridas, llenas de vida y negocios.

Frente al edificio se alzaba uno de los orgullos de Londres, The London Palladium. Un teatro de conciertos, considerado el gran  templo de la música en el centro de la ciudad.

— ¡Madre mía! —Gritó Jacob incrédulo—. Pero si vives en la Torre. ¡Qué glamour chica!

— ¿Desde cuándo? —preguntó Rose cogiendo la vuelta que le tendía el taxista.

—Cerca de año y medio —respondió sin mirarles, caminando hacia la puerta que mantenía abierta el portero. Al notar que no la seguían se volvió hacía ellos—. ¿Vais a subir o no?

Al escuchar aquello los tres caminaron tras ella.

Sin apenas mirarle, Isabella pasó ante el portero, que les saludó con una amable sonrisa. Introduciendo una llave en el ascensor enmoquetado subieron hasta el  piso en silencio. Cuando las puertas del ascensor se abrieron e Isabella salió, los tres observaron con curiosidad aquel rellano en color salmón. Nada que ver con los de sus pisos, donde los sábados olía a cebolla y los domingos a pastel de carne.

Isabella, ajena a cómo se miraban, maniobró con una llave en la única puerta del elegante rellano, y tras encender los halógenos del recibidor, tecleó en un pequeño panel a su derecha un código de seguridad.

—Joder Bella. ¡Qué pasada! —Silbó Jacob, consumidor nato de revistas de decoración—. Veo que te va lo minimalista.

El orden imperaba en aquel lugar espacioso. Las puertas separadoras eran de vidrio templado. Las paredes vestían tonos degradados, donde colores como el beige y verde, unidos a los blancos, creaban una sensación de armonía y serenidad.

El salón era funcional. Escasez de mobiliario, tonos verdes en los paneles japoneses y sillones de fino cuero marrón.

—Sí Jacob. Me gusta lo minimalista. Para mí es importante el orden —asintió mirándole—. Dadme un momento. Me cambio de ropa y os enseño el piso.

—Buena idea —asintió Rose, y cuando ésta desapareció tras una de las puertas susurró—. Eh ¡vosotros dos! Os doy tres segundos para que desaparezcáis de aquí.

—Pero si Bella ha dicho que nos quedemos —se quejó Reneé, que tenía curiosidad por seguir viendo más.

— ¿Crees que es el mejor momento para conocer la casa? Mami ¡por Dios! Acaba de anular su boda.

—Tienes razón cariño —asintió—. Pero nos quedaremos, le haremos compañía.

—Reneé —murmuró Jacob—. Creo que deberíamos dejarlas a solas. Rose tiene razón. Ya habrá otro momento para visitar la casa.

—Vale, vale, me rindo —asintió encaminándose hacia la puerta.

—Si alguien puede gritar a Isabella —sonrió Jacob—, ésa es Rose.

—No os peleéis, tesoro. Dale esto —dijo Reneé sacando un cenicero. Pero al ver las caras de su hija y de Jacob, asintió—. Tenéis razón. Mejor me lo llevo.

Rose, tras cerrar la puerta con sigilo, regresó al salón, momento en el que su móvil vibró. Tras leer el mensaje decidió apagarlo. No le apetecía responder.

Tanto orden y tanta limpieza daba sensación de poca vida, de poco uso. Mientras observaba le llamó la atención no ver ni una sola foto o algún detalle personal de Isabella. Aquel moderno salón era frío e impersonal, aunque reinaba el diseño, la marca y la tecnología más vanguardista. Televisión Loewe de 40 pulgadas con DVD reproductor y sonido Surround. Teléfono Bang & Olufsen. Equipo de música Sony.

— ¿Dónde están mamá y Jacob? —preguntó Bella saliendo de una de las habitaciones.

—Se han marchado a casa —respondió Rose. Su hermana se había desmaquillado y quitado el moño. Estaba mucho más guapa.

— ¿Quieres tomar algo?

—Una cerveza no estaría mal.

—Heineken ¿light o sin alcohol? —dijo mientras iba hacia la cocina.

— ¡No jodas, Bella! No me puedo creer que no tengas una cervecita normal y corriente —y entrando con su hermana en la moderna cocina murmuró mientras su hermana abría la nevera metalizada—. ¡Madre mía, qué pedazo de cocina! Sorpréndeme. ¿Qué más tienes para ofrecerme?

—Coca Cola Zero. Coca Light. Pepsi Diet. Nestea sin azúcar y Tónica light.

—Pero ¿Qué mierda de bebidas son ésas? —no, aquello no lo bebían las personas normales. Decidió recordarle el sabor de una Pilsen—. Acompáñame. Buscaremos un sitio donde se pueda comprar bebida y comida decente.

Sin ganas de polemizar, Bella cogió su bolso de Gucci y las llaves. Bajaron a la calle y entraron en la tienda del Vips, donde prefirió callar al ver lo que su hermana compraba. ¡Todo comida basura! Tras pagar, salieron del establecimiento con dos paquetes de cerveza Pilsen, una bolsa de patatas fritas al punto de sal, un par de pizzas cuatro quesos congeladas, y un tarro gigante de helado de chocolate.

De nuevo en el piso, Bella se encendió un cigarro, mientras su hermana, aún impresionada por la cocina, metía las pizzas en el horno.

—Deberías hacer sólo una —informó Bella—. Yo no tomo comida basura. Es alta en grasas, y baja en nutrientes.

—Pero ¿y lo rica que está a pesar de sus calorías? —atacó Rose que puso una cerveza Pilsen fresquita ante su hermana, que la miró pero no cogió.

—Esa mierda tiene efectos negativos para la salud. ¿No lo sabías?

—Si el efecto de no tomarla es que me voy a volver como tú. ¡Horrorizada estoy!

—Tú ríete. Pero comer fast food significa aumento de peso, elevado colesterol, digestiones difíciles, adicción y alteración del gusto.

—Te encantaban los Whooper con queso, las patatas fritas, los aros de cebolla y los sándwiches. ¿Qué narices te ha pasado?

—Rose. Hace tiempo decidí vivir mejor y más años comiendo sano —respondió retirando la cerveza que su hermana le había puesto delante.

—Bella. Disfrutaras más de la vida si la vives y saboreas —no estaba dispuesta a dejarse convencer, así que le acercó de nuevo la cerveza.

«Me estás buscando hermanita», pensó Bella, pero respondió:

—No pienso gritar, ni discutir, y tampoco voy a tomarme esa cerveza.

—Yo tampoco voy a discutir —sonrió Rose tomando un trago y poniéndola de nuevo donde estaba, la retó—. Pero te aseguro que vas a beber de ella. Y a morro.

El momento temido por Bella había llegado. Odiaba que su hermana pequeña supiera allanar el camino a su gusto, para luego entrar a matar. Pero no. ¡No pensaba entrar en ese juego! Ella tenía un autocontrol excelente y no iba a permitir que se lo derrumbase con una simple cerveza.

Pero Rose lo consiguió.

—Muy bien —comenzó a gritar Bella—. ¡A qué esperas! Estoy deseosa de escuchar alguna de tus antológicas y proletarias frasecitas —al ver cómo ésta se apoyaba en la encimera vociferó—. Estás disfrutando ¿verdad Barbie? Te ha encantado ver cómo he sido humillada delante de todos. ¡Oh Dios! Qué bien dormirás ¡Por fin a la pija de tu hermana le han dado un buen golpe! ¿Verdad?

—Te lo dije, «peluche» —respondió con rabia al escuchar la palabra «Barbie».

— ¡¿Qué?! —gritó con voz y gesto roto.

—Te lo dije. Te dije que ese relamido no era bueno para ti. Que esa zorra recauchutada que cree que tiene veinticinco años era una víbora y una bruja de las peores. Que mamá se dejaría humillar por ti, y... —Pero no pudo continuar. El dolor alojado en los ojos de su hermana hizo que Rose se acercara y la abrazara.

Bella, hundida, se aferró a ella y con aplomo escuchó cómo se habían enterado Jacob y Rose de la vida sexual de Mike. Jared, el camarero del hotel y vecino de Rose, había sido quien les informó. El resto surgió sobre la marcha.

—Gracias por estar aquí conmigo.

—Siempre hemos estado contigo —pluralizo Rose, pensando en Jacob y en su madre—. Pero habla con mamá. Lo necesita. Es cabezona como tú y no muestra su dolor.

—Yo también necesito hablar con ella —antes eran buenas amigas, a pesar de ser madre e hija—. Rose, perdóname por haber sido algo borde contigo en ocasiones.

— ¿Algo? —sonrió—. Matizando diré que tu nivel de borderío es continuo. Pero ¡lo siento chica! Conmigo no lo practiques. ¡Paso de ti cuando te pones así!

—Eres increíble —sonrió Bella.

—Tú me enseñaste a ser así, Bella —respondió anhelando encontrar aquella hermana que un día se fue—. Me enseñaste a maquillarme, a ligar, a bailar, a montar en bicicleta. Incluso a ponerme mi primera compresa. Siempre fuiste divertida y espontánea. Pero cuando mamá...

—Lo siento —susurró avergonzada—. Eso no volverá a suceder.

—Por supuesto. No te lo voy a permitir —sonrió Rose—. Pienso controlar a partir de ahora todos tus ligues.

—No quiero saber nada de hombres. Y como a alguno se le ocurra llamarme por algún nombre que no sea el mío. Te juro que le tiro a la cabeza lo que tenga en la mano.

Tras reír ante aquel último comentario, Rose, mirándose el reloj, comentó.

—Qué te parece si vamos a mi casa. Tengo que sacar a Óscar.

— ¿Quién es Óscar?

—Tu sobrino y mi perro. Una auténtica preciosidad.

—Olvídalo. Los perros, los niños y yo nunca nos hemos llevado bien.

Óscar es diferente. Créeme. Cuando lo conozcas lo comprenderás.

Una hora después, y conduciendo su Audi TT Coupé plateado, llegaron a su barrio. Pasaron frente a la casa de su madre pero decidieron no parar. Regresar al barrio, era como regresar al pueblo. Sólo faltaba la pancarta de «Bienvenido Mister Marshall». Si las vecinas te cogían por banda. ¡Estabas perdido con su besuqueo! y en especial con su tercer grado.

—Vaya —asintió Bella al aparcar el coche frente al parque —. Veo que ciertas cosas nunca cambian.

—Las Fiestas del barrio son sagradas —respondió Rose cogiéndola del brazo—. Ven. Vivo en el último piso, y ¡no tengo ascensor! —y tras darle un cachete en el culo, murmuró—. Te vendrá bien mover ese pandero que tienes.

— ¡Serás idiota!

—Si no es indiscreción ¿qué talla usas?

— ¡Y a ti qué te importa! —pero antes de que pudiera reaccionar, Rose le tiró de la trabilla del pantalón para volver a soltarlo.

—Vale. La 42 —y comenzó a subir los escalones de dos en dos—. No es por joderte, pero yo, asidua consumidora de comida basura, uso la 40.

Mientras Rose sacaba las llaves del pantalón, Bella observaba el oscuro y descuidado estado del edificio. Un edificio parecido al de su niñez, donde los desconchones en las paredes, los viejos escalones y el olor a humedad en pleno mes de junio eran lo normal. De pronto se apagó la luz y al encenderla Rose preguntó.

—Bella, te presento a tu sobrino Óscar. ¿Qué te parece?

«Qué cosa más horrorosa» pensó Bella.

Óscar debía ser un cruce de mastín con pastor alemán y a saber dios qué más. Tenía unas patas larguísimas, una peluda cabeza y un cuerpo demasiado delgado y lleno de cicatrices. Era el perro más descompensado y feo que había visto en su vida.

— ¡Es precioso! —mintió Bella mientras aquella horrible criatura la miraba.

—Mira que eres mentirosa ¿Cómo puedes decir eso?

— ¿Qué pretendes que diga?

—La verdad, en eso quedamos ¿no?

—Muy bien. Te diré la verdad —y señalando al animal que la observaba sentado delante de ella dijo—. Es la cosa más fea que he visto en mi vida. ¡Nada en él es bonito! No tiene ningún estilo ni se le puede catalogar en ninguna marca. ¡Es feo! muy feo.

Al escuchar aquello, Óscar, dando un gemido, se levantó.

Óscar —llamó Rose. Al escuchar su voz el animal la miró—. Tu tía es un poco pija, pero mi amor, tú ni caso ¡Eres precioso! —Entonces se volvió a su hermana—. Anda pasa.

La casa de Rose era pequeña; debería medir poco más de cincuenta metros, pero se la veía bonita y limpia. Incluso Bella tuvo que reconocer que la mezcla de colores y muebles, tanto de Ikea como rústicos, era perfecta.

Mientras Rose sacaba unas cervezas fresquitas de su pequeña cocina, Bella ojeaba con curiosidad a su alrededor, parándose ante una mesita llena de papeles y un viejo PC.

—Esas páginas sueltas son ideas para la novela que voy a comenzar sobre Escocia. Y ese mogollón de ahí es la que acabo de terminar.

—Sigues mandándolas a las editoriales.

—Por supuesto. Además, hace un mes acabé un curso «on line» de novela romántica y he aprendido mogollón.

—Me admira que no tires la toalla —asintió Bella sin dejar de mirarla—. Si a mí me hubieran rechazado tantas veces como a ti creo que ya la hubiera tirado.

—Lo dudo. Eres como yo. Seguirías intentándolo. Ya sabes lo que siempre hemos pensado. No publica el que mejor lo hace, si no el que mejor suerte tiene, o —sonrió al decir aquello—, se acueste con el editor más forrado.

Aun sonriendo por aquel comentario se sentaron en el salón y varias horas y cervezas después, tras haberse puesto casi al día de sus vidas, reían mirando fotos.

—Quiero brindar —rió Rose levantando su lata—. Brindo porque algún día me descubra un guapo y rico editor que, aparte de hacerme feliz en la cama, haga que mis novelas se vendan como churros.

—Brindo por tus novelas. ¡Hip! —Hipó Bella— y porque te lo pases súper bien en la cama.

—Ahora tú. Te toca a ti.

—Brindo —y con una chisposa mirada dijo—. Porque le den morcillas a Mike.

— ¡Perfecto! —se carcajeó.

— ¡Dios, qué pintas tenemos aquí! —gritó y tomó otro sorbo de cerveza. Eso sí, en vaso—. ¿Cuándo fue esto?

—En la boda de Lucy, la hija de la señora Darcy. ¿Te acuerdas?

—Ah, sí. Esa que iba de decente pero se cepillaba a medio barrio.

—Por Dios, Bella ¡qué memoria tienes!

—Para mi trabajo es necesaria. ¡Hip! ¿Qué sabes de Piluca?

—Se quedó viuda. Mathew se mató en un accidente de tráfico.

—No me digassss —susurró Bella notando la legua un poco espesa.

—Pero ella sigue viviendo en el barrio con sus tres hijos. Que, por cierto, son guapísimos.

—Bueno —sonrió señalando a Óscar—. Cómo tengan la belleza de él, lo dudo.

—Espera. Aunque a Óscar no le gusta que remueva su pasado, te voy a enseñar una cosita —dijo levantándose para coger de un viejo aparador una carpeta gris—. Léelo y luego me dices qué piensas.

Con una sonrisa en la boca, Bella abrió la carpeta.

Era de la Asociación de los Amigos de los Animales. La primera foto que vio hizo que su sonrisa desapareciera. Era Óscar. El informe decía que fue encontrado en una carretera tras ser brutalmente maltratado. Tenía una cadena dentro del cuello. Hecho que hizo pensar que se la hubieran puesto de cachorro y nunca se la hubieran agrandado, por lo que con el paso del tiempo se había ido ahogando. Tenía una anemia brutal, estaba deshidratado, desnutrido e invadido de garrapatas. Cuando se acercaron a él los de la asociación se meó de miedo. Pensaba que le iban a pegar. Pero tras la primera palabra de aliento movió el rabo, agradecido. Su estado era grave. Pero con alimento, medicación y cariño, mucho cariño, salió adelante. En la actualidad había sido adoptado por Rose Swan. Había perdido su miedo y era feliz con ella.

—No me lo puedo creer —susurró con los ojos encharcados en lágrimas—. Pero… ¿Cómo le puede haber pasado esto?

—Bienvenida a la realidad hermanita.

—Lo siento, Óscar —susurró Bella, agachándose junto a él—. ¿Sabes? Tú eres muy guapo. ¡Hip! Pero muy, muy, muy guapo.

—Ya lo sabe —sonrió Rose, percibiendo lo borracha que estaba su hermana. Por lo que levantándose dijo tendiéndole la mano—. Venga, levanta del suelo, payasa.

—Oye —señaló sentada en el suelo—. ¿Eso es una planta de maría?

—Sí —asintió orgullosa—. ¿Has visto qué preciosa la tengo?

— ¿Te acuerdas cuando fumábamos porros? ¡Hip! —gritó Bella.

Rose, muerta de risa, iba a contestar cuando sonó el teléfono. La voz de un desconocido hizo que Bella, alzando una ceja, mirase a su hermana. «Hola bichito. Tenemos que hablar ¿Por qué no me coges el móvil? Te echo de menos, bichito. Llámame. No seas mala. Te quiero».

— ¡Que te den morcillas, Joao! —gritó Rose tras escuchar el mensaje.

— ¿Quién es Joao?

—Nadie —respondió, siendo arrastrada al suelo por Bella.

— ¿¡Bichito!? Te ha llamado bichito —se mofó su hermana haciendo que Rose la mirara—. Tú te reías porque me llamaban «Peluche» cuando a ti te llaman «bichito»

Al decir aquello ambas comenzaron a reír, como hacía mucho, mucho tiempo.

 

* * *

 

Cuatro meses después, tras conseguir sobrevivir al caos de la anulación de su boda, Bella aún lucía el glamoroso anillo de compromiso en su dedo. Aquella noche no había podido dormir por lo que se levantó decidida a darse una ducha que la desentumeciera y marcharse pronto a trabajar.

Convirtiendo sus deseos en realidad, se introdujo en la ducha multifuncional creada por Jochen Schmidden para la firma Duravit donde, sentada en una especie de tumbona, disfrutó del agua a presión y la sauna de vapor, acompañada por aromaterapia y musicoterapia.

— ¡Que te den morcillas, Mike! —dijo con decisión, quitándose el exclusivo anillo Chanel de oro blanco y brillantes.

Enterrados quedaron los días en que lucirlo era un orgullo. Por lo que tras salir de la ducha y ponerse un traje oscuro de Adolfo Domínguez, aún con el ceño fruncido metió el anillo en un sobre color hueso, y lo cerró al mismo tiempo que cerraba su corazón. Así se lo entregó al portero, decidida a no volver a verlo más.

Aquella mañana, el cielo gris de Londres parecía acompañar su humor. Los cambios sufridos habían estado a punto de derrotarla. Pero no. Bella Swan era una mujer fuerte y no se lo permitía.

Estaba sumida en sus pensamientos cuando sonó el teléfono. Dejó saltar el contestador. No le apetecía hablar con nadie. Pero al escuchar la voz de su hermana, lo descolgó.

— ¡Ya era hora guapa! —Suspiró Rose—. Anoche te llamé. ¿Por qué no lo cogiste?

—Estaba duchándome —respondió secamente.

— ¡Serás mentirosa! —Exclamó Rose, acariciando la peluda cabeza de su perro—. Dime mejor ¡No me dio la gana cogerlo!

—Rose, tengo prisa —y consultando la hora en su reloj Cartier dijo, apartándose el pelo de la cara—. Te recuerdo que algunas personas trabajamos. Estaba a punto de salir hacia la oficina. ¿Qué quieres?

— ¡Qué borde eres hija! Sólo quería saber cómo estabas, y hablar contigo.

—Estoy bien, gracias. ¿Algo más?

Pero no era así. Bella estaba destrozada. Destrozada y enfadada. Muy enfadada. Dos de sus colaboradores habían regresado de Escocia sin el contrato firmado que necesitaba presentar en la reunión de la mañana. Y eso la cabreaba mucho.

— ¿Sabes Bella?

— ¡¿Qué?!

—Al final tendrás razón. No podemos ser hermanas. ¡Imposible! —se mofó Rose recordando su conversación noches atrás—. Creo que deberías hablar con mamá para que te desvele quién es tu padre. Porque bonita... yo tengo los ojos de mamá, y soy un clon de papá, por lo tanto, Bella ¡creo que deberías empezar a preocuparte!

—Rose. Hoy no es mi mejor día para escuchar tonterías y por favor, te agradecería que me llamaras por mi nombre, que te recuerdo es Isabella.

— ¡No jodas Bella! —se carcajeó al escucharla.

—Barbie, Barbie —espetó con maldad. Sabía que su hermana odiaba ese apelativo—. No sigas por ahí que la vamos a tener.

— ¡Serás bruja! A que te llamo...

— ¡Ni se te ocurra!

— ¡Peluche! ¡Peluchito! —se burló Rose.

—Cállate ¡bichito! —gruñó Isabella molesta por las carcajadas de su hermana.

—Eres la leche ¡Bella! Parece mentira que todavía no te hayas dado cuenta que tú a mí no me ordenas. Y por mucho que te jorobe, soy tú imposible, aunque más que probable, hermana. No una de tus pobres y sumisas marionetas, que se mean de miedo cuando tú, la divina, levantas la voz. Es más. Te diré que...

— ¡Adiós Rose! —interrumpió Bella la conversación colgando el teléfono. No la aguantaba más.

Mientras gruñía como un perro canario de presa, llegó hasta su ordenado y espacioso salón minimalista. Abrió un cajón, sacó un cigarrillo y lo encendió. Al aspirar con placer la primera calada escuchó sonar de nuevo el teléfono. Era otra vez su hermana. ¡Qué pesada! Y como no tenía ganas de escuchar más tonterías, bajó el volumen del contestador, y olvidándose de ella se encaminó hacia la cocina.

Necesitaba un café. ¡Triple!

En la cocina abrió la inteligente y enorme nevera plateada. Esta reaccionó con un sonido musical. En su pantalla extraíble táctil indicaba la necesidad de comprar leche de soja. Bella pensó en escribirle una nota a Mirosvka, su asistenta rumana. Pero tras recordar el miedo, por no decir horror, que aquella mujer tenía a la inofensiva nevera, y su desastrosa última compra virtual, decidió encargárselo a Jessica.

Al fin y al cabo ¡era su secretaria!

Acabado el café y tras consultar en su portátil la recepción de algún e-mail, se marchó para la oficina, dispuesta a arreglar lo que aquellos idiotas habían jorobado en el viaje a Escocia.

 

Capítulo 2: CAPÍTULO 1 Capítulo 4: CAPÍTULO 3

 
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