Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61160
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 19:

Bella levantó las manos y le enterró los dedos en el pelo, sujetándole la cabeza mientras le devolvía el beso y exigía a su vez. Comenzó a mover las caderas mientras el sabor y el olor de Edward se apoderaban de ella como una droga.

El deseo contenido tanto tiempo se extendió por su cuerpo, abrasándole la piel.

Se moría por saborearlo, por sentir sus manos mientras la desnudaba y la tomaba allí mismo, contra la pared, y se deleitó con esa apasionada respuesta, tan distinta a su habitual y rígido control.

«Control», pensó.

En su cabeza sonó una alarma que atravesó la neblina sexual que le abotargaba el pensamiento. Edward había estado bebiendo. Si los interrumpían, podría alejarse de ella con una explicación plausible de por qué no sería una buena idea echar un polvo.

Se sintió consumida por la certeza de que ya lo había hecho en dos ocasiones distintas, de modo que apartó los labios de su boca y le dio un tirón del pelo de la nuca.

Edward levantó la cabeza. Parpadeó como si acabara de salir de un profundo sueño y ella captó la expresión interrogante de sus ojos.

Bella se obligó a decir lo único que no quería decir.

— No creo que sea una buena idea.

Contuvo el aliento mientras esperaba que él retrocediera, mientras esperaba que su cabeza se despejara, mientras esperaba que le diera la razón. Al verlo sonreír se llevó la segunda sorpresa de esa noche. Fue una sonrisa masculina y peligrosa que prometía un placer indescriptible y un polvo salvaje.

— Me da igual.

Edward se la echó al hombro como si fuera una muñequita en vez de una mujer alta. Con una elegancia innata, subió la escalera y se dirigió al dormitorio de Bella sin titubear. Sus pechos golpeaban la espalda de Edward y tenía su duro hombro clavado en el abdomen, pero fue incapaz de pronunciar palabra alguna acerca del comportamiento cavernícola que estaba demostrando, un comportamiento que ya no era aceptable. Porque estaba disfrutando de cada instante.

Edward la tiró sobre la cama y terminó de desnudarse. Se desabrochó la camisa y la dejó caer al suelo. Se quitó el cinturón y se bajó la cremallera. Se quitó los pantalones con un rápido movimiento. Lo hizo todo mientras ella seguía tumbada en mitad de la cama, mirándolo como si fuera su stripper privado.

No, era incluso mejor.

Era todo músculos perfectos y pelo dorado. Unas caderas estrechas con unos muslos duros, y en el centro una erección que se alzaba orgullosa entre sus piernas, oculta a la vista por unos boxers negros. Se clavó las uñas en las palmas cuando su fantasía se reunió con ella en la cama y se pegó a su cuerpo.

— Te toca.

Su voz le pareció muy ronca, aunque también tenía un deje aterciopelado. Edward le colocó una mano en la espalda y le bajó la cremallera del vestido. A Bella le temblaba todo el cuerpo cuando él colocó las manos en los tirantes y se detuvo. Y jadeó cuando un segundo después dichas manos quedaron sobre la parte superior de sus pechos. Le latía tan fuerte el corazón que seguro que Edward lo oía. La expectación crepitaba entre ellos y se alargó hasta que tuvo ganas de gritar, pero después Edward introdujo un dedo debajo del tirante y se lo bajó.

«¡Ay, Dios!», pensó.

El aire frío le acarició la piel, pero la mirada de Edward la abrasó a medida que bebía de la carne que quedaba al descubierto. La seda se quedó enganchada un momento en sus endurecidos pezones, pero después prosiguió su camino. Edward la ayudó a sacar los brazos de los tirantes antes de seguir bajando la tela para dejar al descubierto su abdomen y sus caderas. Después, se detuvo y observó cada centímetro de su piel desnuda con una intensidad que la incomodó hasta tal punto que deseó decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.

Edward le colocó las manos en las caderas. Tiró de la delicada tela y retomó el lento descenso por sus muslos y sus pantorrillas, tras lo cual le quitó los zapatos de tacón y arrojó el vestido al suelo.

Los dos jadeaban a un ritmo frenético y entrecortado. Sentía la húmeda calidez de su sexo, oculto por las braguitas rojas que se había puesto sin pensar que alguien pudiera vérselas. En ese momento Edward estaba concentrado en ellas, sin pronunciar palabra, observándolas mientras le acariciaba el elástico con el pulgar. Bella se quedó sin aliento, muy quieta, a la espera. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, Edward comenzó a comprobar la elasticidad de la prenda. Toda la atención deBella se concentró en esos cinco dedos y en la lenta tortura que le prodigaban. Le acarició las ingles y después trazó una línea invisible en el centro de su cuerpo, observando todas sus reacciones en silencio, como si fuera su esclava sexual y él un rey acostumbrado a la obediencia ciega.

La frustración la hizo explotar.

— ¡Joder! ¿Te vas a quedar toda la noche mirándome o vas a hacer algo de verdad?

Él soltó una risilla. Y ese carnoso labio inferior tembló. Le colocó una pierna sobre las suyas y se pegó a ella con gran agilidad. Sus cuerpos estaban unidos desde las caderas hasta los muslos. Sentía cada músculo de Edward. Cada delicioso centímetro de su erección, acunada entre sus muslos. Edward le quitó las horquillas del pelo y le desenredó los mechones con los dedos, haciendo que cayeran sobre sus hombros. A continuación, se inclinó sobre ella y le dio un mordisco en el lóbulo de una oreja antes de recorrerlo con la lengua y soplar con delicadeza.

Bella dio un respingo.

Edward se echó a reír y le susurró contra la sien:

— Voy a hacer algo. Pero llevo tanto tiempo soñando con verte desnuda, que supuse que podría darme el gusto. Aunque veo que también eres una polvorilla en la cama, así que es mejor seguir con el plan.

Edward. . .

— Ahora no, Bella. Estoy ocupado.

La besó en los labios y le introdujo la lengua en la boca. Bella se arqueó con fuerza cuando sintió que el deseo la atravesaba como un rayo. Le clavó los dedos mientras se aferraba a él y le devolvía el beso, ahogándose con el sabor a whisky y a hombre. Edward le separó las piernas y la torturó con la promesa de sus manos y de su miembro, hasta que ella se volvió loca de deseo, hasta que ya no hubo cabida para el orgullo o para la lógica, sino solo para la necesidad de tenerlo en su interior.

Edward comenzó a lamerle los pechos, a succionarle los pezones y a mordisqueárselos. Le acarició el abdomen y las caderas con los dedos antes de introducir el índice bajo las braguitas y comprobar su excitación. Estaba mojadísima y gritó pidiéndole más, siempre más.

Edward le quitó las bragas y la penetró con un dedo, tras lo cual añadió un segundo. Acto seguido, comenzó a frotar con delicadeza ese lugar escondido entre sus rizos para darle un sorbito de placer hasta. . .

Bella gritó y movió las caderas al llegar al clímax. El placer hizo que se estremeciera por entero mientras él se quitaba los calzoncillos y se ponía un condón. Edward se colocó de nuevo sobre ella, entrelazó sus manos y las situó, unidas, sobre la almohada.

Bella parpadeó, aturdida por la profundidad de sus ojos, de un azuloscuroe insondable que ocultaba un sinfín de secretos, y con un brillo tierno que no había visto hasta entonces.

Edward se pegó a ella, intentando penetrarla. Bella sintió que su cuerpo se preparaba todavía más para recibirlo y levantó las caderas. Él la penetró un centímetro, luego otro. Se tensó a su alrededor y casi le entró el pánico al pensar que por fin le pertenecía, al pensar que nunca la desearía como ella necesitaba que la deseara.

Como si se percatara de sus emociones, Edward se detuvo.

— ¿Demasiado rápido? Dime algo.

Se estremeció de deseo cuando sintió que se apartaba un centímetro.

— No, es que necesito. . .

— Dímelo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y en su cara se reflejaron todas sus emociones descarnadas para que él pudiera verlas.

— Necesito que me desees. Solo a mí. No a. . .

— Dios.

Edward cerró los ojos.

Bella vio la agonía que se reflejó en su semblante antes de que dejara de moverse y se inclinara para besarla.

Edward entrelazó sus lenguas con delicadeza, acariciándola y lamiendo sus labios hinchados con una ternura imposible de confundir. Cuando abrió los ojos para mirarla, la dejó sin aliento, porque por fin le permitió la entrada, por fin le permitió verlo todo y por fin le dio todo lo que ella necesitaba.

La verdad.

— Siempre has sido tú. No deseo a nadie más. No sueño con nadie más. Solo contigo.

Bella gritó cuando él la penetró hasta el fondo. Su cuerpo se relajó para recibirlo en su interior, para rodearlo con fuerza y exigirle más. Edward le apretó las manos y se las pegó con más fuerza a la almohada mientras comenzaba a moverse sobre Bella; despacio al principio, dejando que ella se adaptara al ritmo. El tortuoso camino hasta un nuevo orgasmo hizo que se le tensara el cuerpo, la dejó sin aliento y la atormentó a medida que se acercaba al clímax.

Fue una sobrecogedora combinación de anhelos, salvajes y primitivos, y se deleitó con la sinceridad de su unión mientras el sudor caía por la frente de Edward y ella le clavaba las uñas en la espalda al llegar al orgasmo. El placer se apoderó de ella en oleadas, al tiempo queEdward gritaba. En ese momento eran uno solo.

Edward rodó sobre el colchón de modo que ella quedó encima, con la mejilla sobre su musculoso torso y el pelo cubriéndole la cara, abrazándolo por la cintura. Su cabeza estaba vacía por completo de pensamientos, de modo que atesoró la inmensa paz mientras se dejaba llevar, a salvo entre sus brazos. Se durmió mientras él la abrazaba con fuerza.

 

Capítulo 18: Capítulo 20:

 
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